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Dirk cayó de rodillas, esperando que las balas del rifle de asalto de Calzado le perforaran el pecho de un momento a otro mientras intentaba agarrar desesperadamente su arma caída. Sin embargo, una terrible punzada de dolor le atravesó la cabeza. Le parecía que los oídos le iban a reventar y que su cráneo vibraba con una intensidad de diez en la escala numérica de dolor.
Pensó que le habían disparado en la cabeza, pero al levantar las manos para taparse los oídos, no notó sangre. Alzó la vista y vio que Calzado y sus comandos, así como Giordino, también habían caído de rodillas y se apretaban los oídos con las manos.
Taparse los oídos de poco servía para aliviar el dolor, pero era un acto instintivo de supervivencia contra la fuerza invisible. Giordino bajó las manos y alargó el brazo para coger el arma tirada a sus pies, pero la dolorosa agresión auditiva le obligó a desistir y a llevarse otra vez las palmas a los oídos.
Encogido de dolor, Dirk reparó en un trío de figuras que emergieron de las sombras de la cubierta de popa y se acercaron despacio. Iban vestidos con ropa militar al estilo de los comandos, parecida a la de los cubanos pero en negro. Curiosamente, llevaban cascos de moto con viseras gruesas y oscuras. Dos portaban rifles de asalto y seguían a un tercer hombre, que marchaba al frente con una raqueta octogonal sujeta por delante y conectada a una voluminosa mochila.
Los intrusos eran ajenos al dolor. Al acercarse, los dos hombres armados apartaron los rifles de los cubanos de una patada, sacaron unas esposas de plástico e inmovilizaron a los comandos, que se retorcían en la cubierta. El tercer intruso se aproximó a Dirk y a Giordino con su raqueta electrónica orientada hacia los cubanos.
El dolor de oídos de Dirk disminuyó y comprendió que la raqueta generaba de alguna forma el ataque auditivo. Una vez reducidos todos los cubanos, el hombre pulsó un botón de la raqueta y la bajó a un lado.
Tras levantar la visera del casco, Rudi Gunn sonrió a sus dos amigos de la NUMA.
—Disculpad el dolor de cabeza. Vuestro intento de huida nos ha obligado a intervenir antes de lo planeado.
—Eres un regalo para la vista, Rudi, pero tampoco te pases —dijo Giordino, a quien le zumbaban los oídos como las campanas del Big Ben a mediodía—. ¿Qué es ese aparato de tortura?
—Se llama MRAD. Es un dispositivo acústico de medio alcance. Se trata de una versión portátil de un sistema desarrollado para la marina que se utiliza para rechazar ataques de barcos pequeños o de piratas somalíes. Es un aparato acústico direccional de alta intensidad capaz de emitir ondas sonoras a un volumen extremadamente elevado, que a su vez están relativamente concentradas.
—Un altavoz a lo bestia —dijo Dirk frotándose los ojos.
—Más o menos. A Jack y a mí nos lo ha prestado un amigo del Laboratorio de Investigación Naval.
Jack Dahlgren, el ingeniero marino y viejo amigo de Dirk, se acercó armado con un rifle de asalto.
—Me alegro de veros sanos y salvos, chicos. Será mejor que vayamos al puente de mando, Rudi. ¿Alguien sabe cuántos comandos hay a bordo?
—Yo he contado nueve. —Giordino cogió una de las armas de los cubanos—. Os acompañaré si apartas ese revientaoídos.
Gunn entregó unos pequeños auriculares a Dirk y a Giordino.
—Esto os ayudará.
Volvió a activar el sistema y condujo a sus compañeros armados a la superestructura de proa. Los mamparos del barco suponían un obstáculo para el dispositivo acústico de medio alcance, de modo que Gunn no vaciló: subió a toda prisa por la escalerilla e irrumpió en el puente de mando.
Los cuatro comandos que quedaban estaban de servicio y permanecían atentos al alboroto de cubierta. Dos de ellos montaban guardia con unos rifles de asalto y se volvieron de inmediato hacia Gunn, que se lanzó al suelo sosteniendo la raqueta del MRAD en alto. Dahlgren y su compañero doblaron la esquina y dispararon. Dieron en el blanco y abatieron a los dos tiradores.
Los otros dos cubanos, desarmados, habían caído al suelo durante el bombardeo auditivo y estaban poniéndose en pie. Levantaron las manos al ver entrar a Dirk y a Giordino con sus armas en ristre.
Dirk se acercó y ayudó a Gunn a levantarse.
—¿Estás bien, Rudi?
—Sí. ¿Está todo el mundo a salvo en el barco?
—No lo estarán por mucho tiempo —repuso Giordino—. Dicen que nuestros amigos han colocado explosivos en el barco y que estaban a punto de enviarlo al fondo.
Se dirigió al más menudo de los dos cubanos. Lo levantó del suelo agarrándolo por las solapas y apretó los dientes contra la cara del hombre.
—¿Dónde están los explosivos?
El soldado vio la inquebrantable determinación en los ojos de Giordino.
—En la sala de máquinas —gruñó.
—A la sala de máquinas —dijo Dirk—. Vamos.
Dirk y Giordino corrieron a toda velocidad de la parte superior del barco a la inferior y llegaron a la sala de máquinas en dos minutos. No tuvieron que buscar mucho para descubrir varias cajas de explosivos junto a una válvula de admisión de agua del mar. El barco se habría inundado rápido.
Giordino encontró un sencillo temporizador digital conectado a un detonador entre los explosivos de alta potencia. Extrajo nervioso el detonador.
—Dos horas más e iría derechito al fondo.
—Menos mal que Rudi y Jack han llegado en el momento justo.
Volvieron a la cubierta principal y liberaron a la tripulación de los laboratorios, aunque primero Giordino lanzó el temporizador y el detonador por la borda. Ayudaron a Dahlgren a encerrar a los cubanos supervivientes y se reunieron con Gunn en el puente de mando.
Se encontraba junto a una consola de comunicaciones sacudiendo la cabeza.
—El sistema de comunicaciones por satélite se ha estropeado con el tiroteo.
—Todavía tenemos radios marítimas —repuso Giordino—. Por cierto, ¿cómo nos habéis encontrado?
—Os seguimos a través de unas imágenes tomadas por satélite hasta que zarpamos de Bimini en el barco de investigación de la NUMA Caroline. Afortunadamente, no os habíais movido cuando cruzamos el estrecho.
—¿Dónde está el Caroline ahora?
—Esperando en aguas seguras, a diez millas al norte. —Lanzó una mirada calculada a Giordino—. Me da miedo preguntar. ¿Dónde están Pitt y Summer?
—Desde hace dos días, en un barco minero llamado Sea Raker —contestó Giordino—. Fueron secuestrados a bordo del Starfish cuando investigaban la extracción minera submarina. Tenemos que encontrarlo, y rápido.
Gunn asintió con la cabeza mientras cogía el timón y ponía los motores del barco a toda máquina. Señaló con el dedo una pantalla horizontal del radar que había sobrevivido al tiroteo.
—Si el Caroline no lo encuentra primero —dijo en tono resuelto—, lo haremos nosotros.