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Una media luna seguía iluminando el cielo nocturno cuando el remolcador que llevaba a Pitt y a Summer desaceleró. Pitt despertó a su hija dándole un empujoncito cuando la embarcación rozó el muelle y el motor se apagó.
Ella bostezó.
—¿Cuánto tiempo he dormido?
—Una hora más o menos.
—Genial. Entonces debemos de estar en Cayo Hueso.
El centinela de la puerta había permanecido de pie, impertérrito, todo el trayecto. Pocos cambios se apreciaron en su conducta durante la otra hora larga que retuvo a los cautivos en el camarote. Al cabo llegó otro soldado, y juntos sacaron a Pitt y a Summer del remolcador y los condujeron a un largo muelle.
Summer escudriñó la zona.
—Qué raro, no parece Florida.
Habían desembarcado en un escarpado tramo de costa verde. Más allá, en las colinas, se veían luces desperdigadas, pero el paisaje inmediato parecía desolado. Un par de edificios iluminados daban al extenso muelle, situado al pie de una cueva rocosa resguardada.
El muelle propiamente dicho era enorme; se extendía a lo largo de casi ciento veinte metros. Pitt reparó en que la plataforma de acero estaba pintada de gris turquesa, cosa que hacía difícil verla desde arriba. El remolcador se hallaba amarrado justo detrás de la gran barcaza de alta mar que había empujado hasta la costa. La barcaza contenía una montaña de mineral, el lodo ya seco que el Sea Raker había extraído del fondo del mar.
Mientras Pitt y Summer recorrían el muelle, un contingente de trabajadores se acercó desde la orilla. La mayoría llevaban uniformes militares, como los soldados del Sea Raker. Unos cuantos iban equipados con trajes protectores y respiradores y empezaron a instalar un gran sistema transportador que descargaría el cargamento de la barcaza.
Al final del muelle, Pitt se detuvo para observar varios montones altos de mineral ya descargado en la costa, posiblemente a la espera de ser enviado a una fundición. El cañón de un rifle de asalto lo empujó por la espalda para recordarle que no estaba allí para hacer turismo.
Los llevaron más allá de un helipuerto y una residencia de dos pisos hasta la puerta de una pequeña estructura de techo bajo. Por dentro estaba diseñada como una oficina directiva actual, con lujosas alfombras y paredes revestidas con paneles.
Summer abrió los ojos como platos al ver unas antigüedades mesoamericanas expuestas en una vitrina. Solo pudo echarles un vistazo porque la metieron en un pequeño despacho con una mesa vacía y dos butacas acolchadas. La puerta quedó abierta, y un centinela armado se apostó en el umbral.
—Por lo menos nos ofrecen un mínimo de comodidad antes de vendarnos los ojos —dijo Pitt.
A continuación se dejó caer de lado en una de las butacas, con las muñecas todavía atadas a la espalda.
—No tiene gracia. —Summer ocupó el otro asiento y se inclinó hacia su padre—. ¿Por qué crees que nos han traído aquí? —le preguntó en voz baja.
—Supongo que querían quitarnos de en medio durante las operaciones mineras. Tal vez solo querían que no molestáramos hasta que terminen de trabajar en la zona del hundimiento del Alta.
—Pero el Sargasso Sea no va a quedarse sin hacer nada.
—Puede que no les quede más remedio, si aparece la marina cubana.
—A Al eso no le va a sentar muy bien.
—No puede hacer gran cosa. Si el ejército es el que manda, habrá que esperar a que se tome algún tipo de resolución política. —Se arrellanó en la butaca—. Es posible que tengamos que quedarnos cruzados de brazos y relajarnos hasta que puedan negociar nuestro regreso.
Summer negó con la cabeza.
—No podrán ocultar los daños de las emisiones de mercurio.
—Es cierto, pero me preocupa otra cosa. ¿Has visto a los trabajadores de la costa equipados con trajes protectores y respiradores?
—Deben de estar al tanto de la presencia de mercurio en el sedimento.
—Quizá, pero había algo más. Los trajes llevaban sujetos unos pequeños aparatos de control, como los dosímetros de bolsillo que utilizan los marineros de los submarinos nucleares.
Summer se quedó pensativa un momento y acto seguido negó con la cabeza.
—No, puede que tengas razón. Recuerdo haber examinado la composición geológica de una fumarola hidrotermal en la dorsal del Pacífico Oriental. Había concentraciones de uranio y unos elementos terrestres extraños en el basalto de alrededor. —Miró a su padre—. ¿Es posible que estén extrayendo uranio de las fumarolas?
Pitt asintió con la cabeza.
—Eso explicaría el elevado nivel de seguridad. Y quizá por qué se hundió el Alta.
—¿Crees que los cubanos ocasionaron el agujero que vimos en el lateral del casco?
—Uno de los hombres de la campana de buceo dijo que había visto un submarino desconocido justo antes de que el barco de perforación se hundiera.
—Pero ¿qué interés pueden tener los cubanos en extraer uranio? No disponen de la tecnología necesaria para fabricar un arma.
—No lo sé —respondió Pitt.
Los dos se quedaron callados, abrumados ante la sensación de haber tropezado con algo mucho más siniestro de lo que creían.