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—Capitán a puente de mando, por favor. Capitán a puente de mando.

Bill Stenseth cogió la radio portátil por la que sonaba la llamada.

—Sí, voy para allá.

El veterano capitán de barco abandonó su inspección matutina de la sala de máquinas y subió al puente de mando del Caroline, uno de los barcos de investigación más modernos de la flota de la NUMA. El Caroline estaba equipado con una piscina lunar central y una enorme grúa pórtico en popa para echar al mar infinidad de vehículos submarinos. Como todos los barcos de la NUMA, el casco de la embarcación estaba pintado de color turquesa.

Un joven oficial con un almidonado uniforme blanco abordó a Stenseth en cuanto pisó el puente.

—Lamento molestarle, capitán, pero hemos recibido un extraño mensaje por radio.

—¿De qué se trata, Roberts?

—Una aeronave cercana ha solicitado que recojamos a tres buzos del agua por la amura de babor.

Stenseth miró por la ventana del puente de mando. El oleaje era suave y el Caroline se hallaba anclado a menos de un cuarto de milla de una pequeña isla de las Bimini llamada South Cat Cay.

—No hemos visto a nadie en el agua —dijo Roberts.

—¿Quién ha hecho la llamada?

—No lo sabemos. No se han identificado.

Un marinero situado en el lado opuesto del puente de mando señaló a proa.

—Se acerca un helicóptero, señor.

Stenseth salió al alerón del puente de mando y observó cómo un helicóptero blanco se aproximaba a escasa altura. Se trataba de un helicóptero comercial de uso civil Bell 407, utilizado normalmente por las autoridades y para el transporte en alta mar.

El helicóptero dio una vuelta alrededor del Caroline, planeó frente a su amura de babor y descendió casi hasta la altura de las olas. Abrieron una puerta lateral, y tres hombres con equipo de buceo saltaron y se zambulleron en el agua. A continuación lanzaron un gran contenedor naranja. El helicóptero se elevó, movió su rotor principal y despegó en la dirección por la que había venido.

Stenseth vio que los tres hombres salían a la superficie cerca del barco.

—¡Echen una zódiac al agua! ¡Vamos!

Antes de que la tripulación del Caroline pudiera lanzar la lancha neumática, los buzos nadaron hasta la popa del barco con el contenedor detrás. Se arrió una plataforma de buceo, y los hombres subieron a bordo con su equipo.

Stenseth aguardó ante la barandilla mientras la plataforma era izada a la altura de la cubierta. El más bajo de los tres submarinistas dio un paso adelante y tendió la mano al capitán quitándose las gafas de buceo.

—Hola, Bill. Me alegro de verte.

Stenseth se quedó boquiabierto al reconocer al hombre al que estaba acostumbrado a ver con gafas de pasta.

—¿Eres tú, Rudi?

Gunn sonrió y señaló a los otros buzos.

—Te pido disculpas por la visita sorpresa. Creo que ya conoces a Jack Dahlgren y a Pierce Russell.

—Sí. —Stenseth saludó a los hombres con la cabeza—. Pero ¿por qué os habéis lanzado desde el helicóptero? Podríamos haberos recogido en tierra.

—El tiempo es primordial. Además, cuando desobedeces al vicepresidente de Estados Unidos, conviene que se entere el menor número de gente posible.

—¿Enterarse de qué? —preguntó Stenseth.

—Se trata del Sargasso Sea. Tenemos motivos para creer que ha sido secuestrado cerca de La Habana. Por motivos que no incumben a mi rango, el vicepresidente Sandecker se ha negado a prestarles ayuda... y de hecho nos ha ordenado que no intervengamos. —Gunn negó con la cabeza—. Pero no puedo aceptarlo. Es posible que la tripulación esté en peligro, de modo que tenemos que averiguar lo que pasa.

—¿No están Pitt y Giordino a bordo?

—Sí, y eso me pone más nervioso. El barco interrumpió las comunicaciones hace un par de días. Estaban investigando un penacho de mercurio submarino y puede que hayan dado con su origen.

—¿Los cubanos?

—No lo sabemos.

—Eso explica el vuelo en helicóptero comercial anónimo.

—El piloto cree que hemos venido en una misión secreta para estudiar los delfines. No le entusiasmaba hacer el viaje de ida y vuelta desde Miami y dejarnos en el mar, pero ha recibido una paga generosa por sus servicios.

—Te estás jugando el cuello, Rudi, pero colaboraré con mucho gusto —dijo Stenseth—. Pitt me ha salvado el pellejo más de una vez.

—Sabía que podía contar contigo.

—¿En qué podemos ayudaros?

Gunn señaló al otro lado de la cubierta del barco. Un elegante vehículo submarino con el casco de fibra de vidrio se hallaba aparcado en un andamio colgante de madera.

—Necesito que me digas dos cosas —dijo Gunn—. Primero, que el Bullet está totalmente operativo. Y segundo, que puedes tener el Caroline en marcha dentro de una hora.

Entonces fue Stenseth quien sonrió.

—El Bullet solo necesita un depósito de combustible lleno. En cuanto al Caroline, si no navegamos rumbo a Cuba a toda máquina dentro de veinte minutos, puedes quedarte con mi puesto.

—Gracias, Bill. Cada segundo puede ser decisivo.

—Manos a la obra. —Stenseth dio un paso hacia el puente de mando, pero vaciló—. Por cierto, ¿qué hay en la caja naranja?

—Un seguro —contestó Gunn con cara seria arqueando las cejas.