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—Puede que no tenga importancia, pero me ha parecido que valía la pena informar.
Los ojos azules de Rudi Gunn brillaban en el monitor de videoconferencia del barco a la espera de una respuesta a mil millas de distancia.
—Cualquier información es útil cuando persigues duendes —repuso Pitt.
—Cuando me hablaste de las depresiones que había en el centro de las zonas tóxicas —dijo Gunn—, encargué al doctor McCammon, del departamento de geología, que investigase los incidentes sísmicos de la región. En las seis últimas semanas ha habido un incidente cerca de cada uno de los tres sitios, con un 4.0 en la escala de magnitud del momento, o poco menos de 3.0 en la escala de Richter.
—Parece significativo —observó Giordino paseándose por delante de la pantalla.
—No necesariamente. Hay unos mil incidentes sísmicos al día en todo el mundo, si bien en este caso parece que existe una relación.
—Supongo que las lecturas sísmicas podrían ser indicio de una explosión submarina —dijo Pitt.
—Desde luego. Entre doscientos cincuenta y trescientos cincuenta kilos de TNT podrían producir una lectura equivalente. El doctor McCammon me ha mostrado unas lecturas parecidas de conocidas explotaciones mineras en tierra firme.
—Es una prueba más de que alguien está volando fumarolas hidrotermales —dijo Pitt.
—Hay una cantidad limitada de sistemas de extracción minera submarina en activo —informó Gunn—, pero todavía no hemos localizado ninguno en el Caribe. Por lo visto la mayoría están en Indonesia.
—Considerando los daños medioambientales que están provocando —dijo Pitt—, no me extraña que operen de forma clandestina.
—Una cosa más —añadió Gunn—. ¿Dijiste que volvíais al sitio donde se había hundido el barco de perforación?
—Eso es. Al y yo vimos unas huellas en el fondo que coinciden con unas marcas que encontramos alrededor de las fumarolas.
—Buscamos incidentes sísmicos en esa zona y descubrimos que hace solo cuatro días hubo un pequeño temblor en la zona —anunció Gunn—. Puede que no vayáis descaminados.
—Ya casi hemos llegado, así que lo sabremos dentro de poco. Gracias, Rudi.
Gunn asintió con la cabeza, y su imagen desapareció del monitor. Pitt se volvió hacia Giordino, quien estaba sentado a su lado.
—¿Está preparado el Starfish? Me gustaría echar otro vistazo a las huellas que vimos cerca del Alta.
—Listo y preparado.
La puesta de sol se había posado sobre el mar cuando el Sargasso Sea llegó al lugar del hundimiento del Alta. En la superficie, las aguas estaban sorprendentemente concurridas. A menos de media milla se divisaban las luces de otra embarcación en posición. A escasa distancia un poco más al este se distinguía una segunda embarcación.
Pitt se volvió hacia el capitán del barco de investigación.
—¿Tenemos identificación de los barcos?
El capitán observó un gran radariscopio, que solía facilitarles el nombre de una embarcación vecina con su situación y rumbo por medio de un sistema de seguimiento vía satélite llamado AIS. Miró a Pitt y negó con la cabeza.
—No se detecta identificación. Deben de tener los sistemas AIS apagados.
Pitt asintió.
—Pruebe a comunicarse con ellos por radio e infórmeles que vamos a echar al mar un sumergible en la zona del naufragio.
El capitán llamó a los barcos por radio, pero solo obtuvo un silencio por respuesta.
—¿Quiere esperar y lanzarlo por la mañana?
—No, partiremos cuando usted esté en posición. Al fin y al cabo, el fondo siempre está a oscuras.
Treinta minutos más tarde, Pitt se dirigía a la plataforma colgante de la cubierta de popa del Starfish, cuando lo detuvieron por el camino.
—¿Señor Pitt?
Pitt se volvió y vio a Kamala Bhatt, que salía de un laboratorio con una carpeta.
—Hemos extraído una muestra de agua cuando el barco ha parado. He realizado un análisis rápido en busca de metilmercurio.
—¿Qué has encontrado?
No hacía falta que Pitt lo preguntase; podía ver la respuesta en los ojos de la bióloga.
—Las cifras se salen de lo normal.