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La agobiante oscuridad a ciento ochenta metros bajo la superficie del mar había desaparecido. Baterías de luces led, cubiertas de armazones de titanio capaces de soportar la presión demoledora, emitían un fulgor radiante sobre el inhóspito paisaje del fondo del mar. Un sábalo de escamas plateadas pasó nadando y observó un curioso conjunto de andamios que se elevaba bajo las luces antes de internarse a toda velocidad en la familiar oscuridad.

La estructura parecía un árbol de Navidad iluminado que se hubiera caído de lado. O eso le parecía a Warren Fletcher, que miraba a través de una ventana acrílica del grosor de su puño. El veterano submarinista comercial se hallaba sentado dentro de una gran campana de buceo que colgaba a quince metros del lecho marino a través de un cable sujeto a un barco auxiliar.

A Fletcher le fascinaba trabajar en el extraño entorno del fondo del mar. En las frías y oscuras profundidades experimentaba una rara tranquilidad. Por ese motivo continuaba dedicándose al sucio y peligroso sector del buceo comercial años después de que sus socios originales se hubieran retirado. La sirena de las profundidades seguía llamando a Fletcher.

—¿Estás listo para la próxima inmersión, papi?

El aire cargado de helio que circulaba por la campana de buceo confería a la voz un gorjeo agudo.

Fletcher se volvió hacia un tipo con pinta de morsa llamado Tank que estaba enrollando un tubo umbilical en un colgador.

—No hay día que no lo esté, hijo.

Tank sonrió.

—Brownie está en camino. Debería estar arriba dentro de cinco minutos.

Como asistente de buceo, Tank era el responsable de ayudar con el equipo a sus dos submarinistas y de manejar los conductos umbilicales que los mantenían con vida. El trío hacía un turno de ocho horas antes de ser izado al barco de superficie Alta. Allí eran trasladados a unas dependencias carcelarias en una cámara de saturación de acero que conservaba la presión del fondo del mar.

Al mantener a los submarinistas a una presión constante, se evitaba la necesidad de ciclos de descompresión después de cada inmersión. Cautivos de la presión profunda, los hombres eran partidarios del buceo de saturación, en el que sus cuerpos se adaptaban a una inyección de nitrógeno que podía durar días o incluso semanas. Al final de la jornada, los hombres se sometían a un único ciclo de descompresión prolongado antes de volver a ver la luz del día.

El objetivo de sus inmersiones era la inveterada búsqueda de petróleo. Fletcher y sus compañeros de tripulación participaban desde hacía varios días en un proyecto de una semana consistente en instalar un cabezal de prueba y un tubo en el lecho marino. Un barco de perforación se situaría entonces sobre el lugar y atravesaría el sedimento con la esperanza de encontrar petróleo. Fletcher y sus colegas estaban poniendo los cimientos del tercer pozo de ensayo que su jefe noruego había intentado abrir en los últimos seis meses.

Con la autorización del gobierno cubano, la empresa de exploración había obtenido el derecho a sondear una prometedora extensión de aguas jurisdiccionales al noreste de La Habana. Los expertos en petróleo creían que en el litoral cubano se escondía un enorme tesoro de petróleo y gas sin explotar, pero las tentativas de la empresa noruega estaban siendo infructuosas. Sus dos primeros pozos de ensayo no habían tenido resultados satisfactorios.

—¿Crees que el Alta nos llevará a La Habana cuando salgamos de la cámara? —preguntó Tank.

Fletcher asintió con la cabeza, pero solo estaba escuchando a medias. Su atención estaba centrada en una luz tenue que apareció más allá de la boca del pozo. Se volvió, miró por la escotilla de la campana de buceo y vio la luz de Will Brown, que ascendía con cuidado hacia la cámara. Se dio otra vez la vuelta hacia la ventana de visualización. La otra luz se acercaba y se había dividido en dos haces. Cuando llegó a la base del conducto de la boca del pozo, Fletcher vio que se trataba de un pequeño sumergible blanco.

El vehículo ascendió poco a poco y se acercó tanto que Fletcher pudo ver a su piloto. El submarino llevaba un disco grueso con forma de plato en su brazo articulado, como si fuera un camarero con una bandeja.

Cuando la nave desapareció, Fletcher dirigió la cabeza hacia el techo.

—Shack, ¿quién ronda por aquí?

—¿Tienes compañía ahí abajo? —contestó una voz invisible desde el Alta.

—Acaba de pasarme rozando un submarino.

Hubo una larga pausa.

—No es nuestro. ¿Seguro que no son imaginaciones tuyas, papi?

—Afirmativo —dijo Fletcher molesto.

—Estaremos atentos por si alguien viene a recogerlo.

Tank siguió enrollando el tubo umbilical mientras Brown se acercaba buceando. La escotilla abierta del suelo estaba conectada a través de un tubo corto a una segunda escotilla exterior, también abierta. El interior presurizado, alimentado con oxígeno y helio de la superficie, se mantenía a la misma presión que la de las profundidades e impedía que la cámara se inundara.

Iluminando el camino con su linterna de buceo fijada al casco, la figura borrosa de Brown se acercó y asomó la cabeza por la escotilla interior.

Tank y Fletcher subieron a Brown por la escotilla y lo dejaron en la cubierta con los pies colgando en el agua. El submarinista se quitó con cuidado las aletas mientras Tank le desenganchaba el tubo umbilical, que había proporcionado a Brown una mezcla de gases respirables y un chorro de agua caliente que circulaba por su traje de buceo.

El submarinista se quitó la máscara y respiró hondo. Le castañeteaban los dientes.

—Abajo hace un frío del carajo. O el tubo de agua caliente tiene una vuelta o arriba han bajado el termostato.

—Ah, ¿querías que te echásemos agua caliente ahí? —Tank señaló el tubo umbilical—. Les dije que necesitabas un poco de aire acondicionado.

Rio y pasó a Brown un termo con café caliente.

—Muy gracioso. —El submarinista desenganchó una llave inglesa de su cinturón de lastre y se la dio a Fletcher—. Casi he montado la brida de la base. No te costará nada terminar.

Se oyó un estruendo a través de la campana de buceo. Un segundo después, una tremenda explosión sacudió la campana y Tank y Fletcher cayeron al suelo. El café de Brown escaldó el cuello de Tank, que soltó un grito. Fletcher alcanzó el tubo umbilical y lo aferró mientras la campana se bamboleaba. Parecía que una mano gigante hubiera cogido la campana y estuviera agitándola como una bola de cristal con nieve dentro.

—¿Qué pasa? —gritó Brown boca abajo al tiempo que sus dos compañeros le caían encima.

—Es en la superficie —murmuró Fletcher, con la llave inglesa todavía en la mano.

Notó una sacudida hacia arriba. De repente las luces se apagaron y los temblores cesaron. Fletcher tenía la cara cerca de una portilla e instintivamente miró hacia fuera. Por un instante, las luces de la boca del pozo emitieron un extraño brillo y luego se apagaron. Tardó un segundo en comprender lo que pasaba: la campana había recibido una sacudida hacia la boca del pozo y caía hacia delante.

—¡Cerrad la escotilla! —gritó arrodillándose.

Se encendió una pequeña luz auxiliar roja que les proporcionó una tenue iluminación y sonó una alarma de emergencia. Las piernas de Brown seguían colgando a través de la trampilla exterior.

Fletcher agarró al buzo y tiró de él hacia un lado. Tank se había recuperado y consiguió cerrar de golpe la escotilla interior y apretarla. Al instante, la campana de buceo impactó contra un objeto duro. Un chirrido de metal reverberó a través del interior al comprimirse.

La campana vaciló hasta que se apartó de una sacudida. Dentro, cuerpos humanos, pesado material de submarinismo y secciones de tubo umbilical formaban un amasijo. Por encima de los pitidos de la alarma apenas se oía un gemido de angustia.

—¿Estáis bien, chicos? —preguntó Fletcher saliendo a rastras de un montón de tubo umbilical y levantándose con cuidado.

—Sí. —A Tank le temblaba la voz. La tenue luz no conseguía ocultar el puro terror de sus ojos. Se llevó la mano a la parte superior de la oreja y notó que tenía un corte sangrante—. ¿Estás bien, Brownie?

No hubo respuesta.

Fletcher avanzó a tientas por la maraña de escombros hasta tocar el traje de neopreno de Brown. Agarró la tela y tiró del submarinista. Brown se desplomó inconsciente.

Fletcher le quitó la capucha de buzo, le tomó el pulso y notó un débil latido. Oyó un gemido y vio que el pecho le palpitaba. Un chichón del tamaño de una pelota de golf le sobresalía de la frente, y había algo en sus pies que no pintaba bien.

Al quitarle las aletas vio que el pie izquierdo de Brown colgaba en una posición extraña.

—Creo que se ha roto el tobillo... y se ha quedado inconsciente al caer.

Los dos hombres hicieron sitio en la cubierta inclinada y estiraron a Brown. Tank sacó un botiquín, y entre los dos le envolvieron el tobillo y le vendaron la cabeza.

—Es lo único que podemos hacer hasta que recupere el conocimiento —dijo Fletcher.

Pegó la nariz al ojo de buey acrílico intentando orientarse. El mar era negro como el carbón, pero la luz interior emitía un tenue fulgor alrededor de la campana. Habían chocado contra la tubería del pozo o contra la válvula del preventor, y al parecer colgaban de una de las dos estructuras. Un objeto largo y fino ondeaba en la corriente. Fletcher se protegió los ojos contra la portilla para distinguir de qué se trataba.

Lo reconoció enseguida y se puso tenso; se sentía como si una bola de demolición le hubiera golpeado la barriga. El objeto era un trozo del tubo umbilical de la campana de buceo. Varias bobinas largas de tubo colgaban de un travesaño elevador. Aunque era posible que el barco auxiliar hubiera soltado sin querer un trozo de cable de bajada o de tubo umbilical, el instinto le decía que no era eso lo que había ocurrido: los dos cables conectados a la superficie habían sido cortados.

Fletcher se acercó a un panel de control y examinó las indicaciones de las esferas, inclinadas ante él. Sus sospechas se confirmaron en el acto. Electricidad, helio y oxígeno, comunicaciones, incluso el agua caliente para los trajes de buceo —todo suministrado al umbilical desde el Alta a través de una maraña de tubos y cables— se habían interrumpido. La tripulación de la campana de buceo había sido abandonada.

Tank empezó a llamar al barco auxiliar, que a través de un sistema de comunicaciones abierto solía oír todo lo que decían.

—No malgastes saliva —dijo Fletcher—. Hemos perdido el umbilical.

Señaló el montón de tubos enmarañados a través de la ventana.

Tank se quedó mirando un instante mientras buscaba las palabras en su maltrecho cráneo.

—De acuerdo —murmuró—. ¿Funcionan los filtros? ¿Cómo vamos de aire?

Fletcher asumió el mando y activó un transpondedor de emergencia, una parpadeante luz estroboscópica fijada en la parte superior y un filtro de dióxido de carbono; todos funcionaban con batería. En un pequeño tablero de control, abrió la válvula de varias bombonas de gas fijadas al exterior de la campana y ajustó la mezcla respirable. Siempre y cuando conservaran el calor, la campana contaba con suficiente electricidad y gas de emergencia para dos o tres días. Dada su proximidad a Florida y el golfo, disponían de tiempo de sobra para que un barco de rescate equipado con un sistema de saturación llegase al lugar.

—Los filtros funcionan. La mezcla de aire tiene buena pinta. —Observó un indicador mecánico—. La presión es estable a ciento noventa metros.

Durante las operaciones, un equipo de supervisión situado en el Alta se encargaba de la atmósfera de la campana. A través del umbilical de la campana de buceo se bombeaba una mezcla de gases calculada que se ajustaba con cuidado a medida que la campana alcanzaba la profundidad operativa. El principal gas inerte suministrado a los buzos era el helio en vez del nitrógeno, ya que eliminaba el efecto de la narcosis de nitrógeno, una peligrosa alteración tóxica que se puede producir a profundidades superiores a los treinta metros. La campana estaba equipada con sus propias bombonas exteriores llenas de helio, oxígeno y nitrógeno para una emergencia como esa.

Fletcher señaló la ventana.

—Como yo ya estoy vestido, inspeccionaré el exterior.

—Sin agua caliente, más vale que te des prisa.

Mientras Fletcher reconfiguraba su umbilical para abastecerse del gas de emergencia, Tank se metió en la cámara de aislamiento para abrir la escotilla exterior. La escotilla se movió unos centímetros antes de golpear contra algo metálico. Tank apoyó todo su peso contra la escotilla, pero no cedía. Introdujo la mano por la ranura, la sacó y la movió a tientas en el agua.

—Será mejor que cambiemos de planes, papi. La campana debe de haberse torcido cuando hemos tocado el fondo y está bloqueando la escotilla. No hay forma de abrirla.

Fletcher tenía el presentimiento de que los dioses del submarinismo no habían terminado de exigir el pago por un antiguo pecado.

—Está bien. Intentaré contactar con el barco mediante el sistema de comunicación submarino. ¿Por qué no sacas los trajes Mustang y miras a ver si puedes ponerle uno a Brownie?

Tank abrió un compartimento lateral que contenía unos gruesos trajes de supervivencia recubiertos de caucho y diseñados para la inmersión en agua fría. Se puso uno de los incómodos trajes e intentó pasar otro por el cuerpo inerte de Brown. Fletcher activó una radio de emergencia sintonizada con un transpondedor externo que estaba fijado al exterior de la campana. Estuvo varios minutos intentando llamar al Alta. Solo recibió interferencias.

Sin el calor radiante que proporcionaba la superficie al umbilical, la temperatura de la campana descendió en picado. Fletcher notó el frío a pesar de llevar puesto el traje de neopreno seco. Dejó la radio para ayudar a Tank a enfundar el traje de supervivencia a Brown.

—Arriba deben de estar muy ocupados —dijo—. Dentro de un minuto intentaré llamar otra vez.

—No tiene sentido quedarse esperando —repuso Tank—. Ya has visto que el umbilical está suelto. El cable de elevación está cortado. No van a poder subirnos, pero seguro que pueden recogernos si llegamos a la superficie por nuestra cuenta.

Fletcher consideró las palabras de Tank. Prefería esperar a que se restablecieran las comunicaciones con la superficie antes que emprender un ascenso de emergencia, pero el silencio por respuesta significaba que podía haber un problema grave a bordo del Alta. Probablemente Tank estaba en lo cierto. Con Brown herido, era inútil quedarse esperando en las profundidades.

—Está bien. Prepárate para soltar los lastres. Avisaré por radio que vamos a iniciar un ascenso de emergencia... por si alguien puede oírnos.

Mientras Fletcher llamaba, Tank abrió un panel del suelo. Dentro había un juego de lastres externos que un par de abrazaderas mantenían sujetas debajo de la campana. Esperó hasta que Fletcher se volvió y le hizo una señal con la cabeza, y entonces giró las abrazaderas.

Sonó un leve tintineo, y un par de plomos se desprendieron de sus huecos en la campana. Pero solo uno de los lastres cayó al fondo del mar. El otro se quedó encajado por culpa del armazón torcido. Con un ligero cambio en el equilibrio, la campana de buceo empezó a ascender oblicuamente. Fletcher guiñó un ojo a Tank, pero se puso tenso cuando un horrible chirrido resonó en la campana. Un chorro de turbulencias apareció por la ventana lateral, y la campana se detuvo con una sacudida.

—¡Nos hemos quedado enganchados en el preventor! —gritó Tank.

Los dos pegaron la cara al ojo de buey. Solo pudieron ver un torrente de burbujas en cascada, acompañadas del rugido de un Boeing 747 al despegar.

Al ascender inclinada, la campana se había quedado atascada en un codo de la válvula del preventor. La extensión de acero había rajado la repisa que contenía siete de las nueve bombonas de emergencia de la campana. Al subir, el preventor cortó las conexiones a las válvulas de las bombonas y a continuación se clavó en la base de la repisa e inmovilizó la campana.

Fletcher se dirigió a la consola de un salto y comprobó los indicadores de presión. El normalmente estoico submarinista palideció al ver que el ochenta por ciento de su atmósfera de emergencia desaparecía en la superficie. Encerrados en la campana atrapada en el fondo, ahora dependían por completo de un rescate desde el exterior.

Tank miró a su compañero.

—¿Es grave?

Fletcher se volvió despacio pero no dijo nada. Sus ojos decían cuanto Tank necesitaba saber. Solo disponían de unas pocas horas de vida.