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Cuando el crucero acorazado Maine explotó inesperadamente en febrero de 1898 y mató a doscientos sesenta y un marineros, se produjo un llamamiento inmediato a la guerra. Aunque la chispa que hizo estallar sus polvorines sigue siendo un misterio, en su día todo el mundo apuntó a España. El fervor patriotero, avivado por una fuerte dosis de prensa amarilla, instigó la inmediata declaración de guerra.
La consecuente guerra hispano-norteamericana fue un conflicto breve. A los pocos meses, la marina estadounidense había vencido a la flota española en las batallas de Santiago y de la bahía de Manila. En julio, el Primer Regimiento de Caballería Voluntaria de Teddy Roosevelt había obtenido la victoria en las lomas de San Juan, y en agosto se había negociado un acuerdo de paz entre los dos adversarios.
Acabada la guerra, el origen del conflicto cayó extrañamente en el olvido. Los maltrechos restos del Maine quedaron atrapados en el cieno del puerto de La Habana durante más de una década, con su palo mayor asomando triste por encima de las olas. El interés conmemorativo, y el deseo de despejar el atasco portuario, empujaron al final al Congreso a aprobar unos fondos para sacar a flote la embarcación.
En una proeza de ingeniería que muchos vaticinaron condenada al fracaso, el Cuerpo de Ingenieros Militares construyó una ataguía alrededor del barco naufragado y bombeó el agua. El navío cubierto de lodo que salió a la superficie era un amasijo de metal retorcido. Los ingenieros cortaron las partes dañadas y cerraron las brechas. En marzo de 1912, el barco fue puesto a flote y remolcado lejos de la costa, donde fue hundido con su bandera ondeando al viento.
Sentado en el puente de mando del Sargasso Sea, Pitt estudiaba las coordenadas centenarias del lugar del naufragio, marcadas en un mapa digital del litoral cubano.
—Lo hundieron a unas cuatro millas de la costa. En 1912 eso se consideraba alta mar, pero actualmente el límite territorial es de doce millas. Si nos entretenemos allí, es probable que nos convirtamos en huéspedes permanentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba.
Giordino exhaló una nube de humo azul de puro.
—¿Dejarán fumar en sus cárceles?
Summer estaba de pie junto al timón con su hermano, mirando la extensión de agua azul en calma.
—Podríamos inspeccionar los restos del naufragio a distancia —dijo.
Giordino asintió.
—Nadie se ofendería si enviáramos un vehículo submarino autónomo a buscar el barco naufragado y a dar unas cuantas pasadas. Dependiendo de cómo haya caído el barco en el fondo, podríamos verlo bien.
—De acuerdo —dijo Pitt—. Pero ahora tenemos cosas más importantes que hacer. Os doy doce horas; luego nos iremos a la zona donde naufragó el Alta. Pero no dejéis que los cubanos acaben con mi vehículo submarino.
Dirk se detuvo.
—¿Y tu Bichito Rastrero, Al? Si localizamos el barco hundido con el vehículo submarino, ¿podríamos enviar uno de tus bichitos a investigar?
—Con un transpondedor en el agua, podemos manejarlo en tiempo real desde el barco. Sería una buena forma de poner a prueba sus capacidades. —Giordino se sentó erguido y dejó su puro—. Incluso podría preparar un dispositivo de despliegue para que el vehículo lo suelte en el lugar y así ahorrar tiempo.
Pitt sabía que si un barco con bandera de Estados Unidos se detenía cerca de aguas cubanas, sobre todo cerca de La Habana, se exponía a atraer una atención no deseada. En cuanto Giordino hubo echado al mar su vehículo una hora más tarde, situó el Sargasso Sea a varias millas del límite territorial de Cuba.
Programado por Giordino, el vehículo submarino amarillo se dirigió a toda velocidad a las últimas coordenadas conocidas del Maine, se sumergió hasta el fondo e inició una prospección por cuadrículas buscando con sus sensores un objeto magnético grande.
Después de seis horas, el vehículo submarino autónomo completó la inspección y ascendió en línea recta hasta el barco de investigación de la NUMA; lo izaron a bordo y extrajeron su paquete de datos. Giordino revisó los resultados con la familia Pitt apiñada a su alrededor. Un diagrama cuadrado lleno de líneas verticales apareció en el monitor, salpicado de burbujas con forma de amebas.
—Tenemos una serie de pequeñas anomalías magnéticas. Y una grande en la vía catorce.
Giordino señaló una gran mancha roja.
—Echemos un vistazo a las imágenes del sónar —dijo Pitt.
Giordino abrió el registro del sónar y se desplazó rápidamente por el contenido hasta una tabla de datos situada en una esquina que indicaba «vía 14».
—El objetivo magnético estaba cerca de la parte superior de la vía —dijo, ralentizando el vídeo a la velocidad de grabación.
En pantalla apareció una versión teñida de dorado del fondo del mar. El sónar creaba imágenes borrosas de rocas, montículos y otros elementos que se elevaban del lecho marino. La grabación avanzó un poco cuando una oscura figura trapezoidal apareció a un lado de la pantalla. Giordino congeló la imagen.
—Ahí está.
Summer y Dirk se acercaron para ver mejor. Se trataba clarísimamente de la elegante popa ahusada de un antiguo buque de guerra. El extremo opuesto presentaba una extraña punta roma allí donde el cuerpo del ejército había cortado e introducido un mamparo plano para poner a flote el barco. Daba la impresión de que El Maine estaba posado sobre la quilla y presentaba una insignificante inclinación.
La imagen provocó un escalofrío en la columna de Summer.
—Parece intacto y bastante accesible. ¿Crees que puedes enviarle un Bichito Rastrero, Al?
—Problema resuelto —dijo Giordino sonriendo—. Mientras el vehículo submarino trazaba su cuadrícula, encargué un arnés con liberación programada al taller. El vehículo puede llevar el bichito al lugar y dar vueltas unos minutos hasta que el temporizador se active. El bichito dejará un transpondedor cuando se retire que nos permitirá recorrer el Maine. Si vuestra piedra se quedó en el barco, podríamos encontrarla.
—¿Cómo sabes que no voló en pedazos con la explosión o que no acabó en el puerto? —preguntó Pitt.
—La verdad es que no sabemos si se destruyó con la explosión —admitió Summer—. En cuanto a si terminó en el puerto... Perlmutter nos dijo que la puesta a flote del Maine fue ampliamente documentada. Incluso dragaron la zona del naufragio. No hubo señales de su recuperación.
—Entonces ¿qué te hace pensar que sigue en el barco? —insistió Giordino.
—Dos hechos son motivo de esperanza. Primero, el equipo de rescate estaba concentrado en poner a flote el barco. Los polvorines del Maine estaban situados en la parte delantera, así que la sección de proa sufrió los peores daños. Los ingenieros dedicaron a esa parte la mayoría de sus esfuerzos, cortando las zonas deterioradas e instalando un mamparo. Las cuadrillas de trabajo de popa se limitaron a quitar el lodo buscando restos humanos. Me gustaría creer que dejaron una piedra vieja y pesada.
—Suponiendo que la transportaban en la popa del barco —dijo Pitt.
—El segundo motivo de esperanza es el arqueólogo, Ellsworth Boyd —explicó Summer—. Aunque murió durante la explosión, su cadáver fue rescatado intacto, lo que indica que no estaba cerca del epicentro. Como huésped del barco, tendría un camarote en popa. Si no se encontraba cerca de la zona más afectada por la explosión, existe la esperanza de que la piedra tampoco estuviera allí.
—Creo que tengo más probabilidades de ganar en Las Vegas —comentó Pitt meneando la cabeza—. Está bien, poneos manos a la obra.
Giordino rio entre dientes.
—No te preocupes, jefe. Tengo la corazonada de que Herbert no nos fallará.