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El enorme barco faenero apagó los motores y redujo la velocidad hasta desplazarse a la deriva bajo un cielo nocturno cubierto de nubes. Unas cuantas luces tenues salpicaban el horizonte a lo lejos, hacia el sur, pero a su alrededor el mar estaba vacío. El capitán consultó el radar para asegurarse de que no había embarcaciones ocultas en las inmediaciones. Convencido de que estaban solos, cogió una radio portátil.
—Puente de mando. Estamos en la zona de lanzamiento.
James Maguire contestó enseguida desde la cubierta de popa abierta.
—Recibido. Procedemos al despliegue.
El mercenario se volvió hacia un tipo alto y musculoso que fumaba un cigarrillo junto a la barandilla.
—Está bien, Gómez. Podemos echarla al mar.
Los dos se acercaron a un objeto tapado y amarrado a la cubierta. Lo desataron, retiraron la lona y quedó al descubierto una desvencijada barca de pesca que funcionaba con un pequeño motor fueraborda oxidado. O al menos eso parecía.
En realidad, la barca estaba construida con un compuesto de Kevlar que la hacía prácticamente indestructible. El exterior había sido moldeado y pintado para darle un aspecto de madera descolorida y putrefacta.
—¿Tenemos los depósitos llenos? —preguntó Maguire.
Gómez revisó un par de tanques de combustible escondidos junto a la proa y asintió con la cabeza. Los depósitos alimentaban dos motores horizontales de ciento cincuenta caballos ocultos bajo los asientos, que impulsaban los propulsores a chorro dobles fijados al casco.
Maguire levantó unas tablas falsas y repasó rápidamente el inventario con una linterna. Un compartimento contenía un miniarsenal con pistolas, rifles de asalto y un lanzacohetes de mano, además de munición. Otro contenía material variado de buceo. Maguire cargó en un tercer compartimento un pesado recipiente de plástico que había traído de su camarote.
Después de colocar las tablas, llamó a Gómez.
—Al agua con ella.
Gómez se dirigió a una pequeña grúa, izó la barca por encima de la borda cogiéndola por unas correas y la bajó al agua.
Maguire observó su nombre, Surprise, ligeramente pintado en letras amarillas en la popa. Después subió a bordo, soltó las correas y se las dio a Gómez, que las guardó en la embarcación y subió a la barca con Maguire.
Maguire arrancó los motores fueraborda y llamó por radio al puente de mando del barco faenero.
—La Surprise se va. Hasta dentro de cuarenta y ocho horas.
—Recibido —contestó el capitán—. Estaremos esperando aquí mismo tomando el sol.
Maguire aceleró. La falsa barca de pesca se internó en la noche a toda velocidad. El mercenario orientó la proa hacia las lejanas luces de la isla de Gran Caimán, saltando sobre el picado mar negro en una misión mortal.