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Agachado detrás de un palé de explosivos en la barcaza, Pitt observó cómo la lancha de Ramsey zarpaba mientras su mente volvía a su hija. El descubrimiento de la presencia de Díaz a bordo del Sea Raker lo cambiaba todo. Le daba esperanzas de que Summer también estuviera allí, pero también lo obligaba a cambiar de estrategia. Había planeado colarse en el barco e inutilizar el equipo minero, pero si Summer se encontraba a bordo, tendría que dar con ella primero.

Había llegado hasta allí con la ayuda de Ramsey. Cubierto por una lona, se había escondido en el suelo de la lancha al tiempo que Ramsey visitaba el Sea Raker. Mientras el canadiense se reunía con Díaz, el piloto de la lancha alejó con cuidado la embarcación del costado del barco minero y la dejó a la deriva a popa. Cuando unos peones curiosos que se habían acercado a la barandilla se aburrieron y se alejaron, el piloto se abarloó e hizo señas a Pitt, que subió a bordo de un salto sin ser visto.

Cruzó la barcaza moviéndose rápido de caja en caja. La cubierta tenía una capa de un denso polvo blanco que identificó como NAFO de unos sacos volcados. La barcaza solo estaba medio llena de cajas de explosivos, señal de que gran parte ya habían sido colocados en una de las fumarolas. El mecanismo de distribución estaba en funcionamiento a pocos metros por delante de la barcaza: una plataforma con una rejilla de acero colgada de un grueso cable. Pitt observó cómo varios tripulantes cargaban un largo tubo enrollado en la plataforma y la bajaban por el costado.

Se dirigió a la parte trasera de la barcaza y subió a bordo del Sea Raker cuando vio que no había nadie cerca. Por lo demás, el barco bullía de actividad. Todo hacía pensar que la tripulación se preparaba para volar la fumarola hidrotermal. Una sensación de malestar empezó a apoderarse de él. Puede que hubiera llegado demasiado tarde.

Apartó de su mente las dudas, consciente de que su prioridad era encontrar a Summer.

Avanzó sigilosamente sin salir de las sombras. Había recorrido apenas unos metros cuando una cuadrilla de trabajadores se acercó por detrás arrastrando una cabeza de recambio para la cortadora auxiliar. Un hombre tropezó por culpa del peso, se torció el tobillo y soltó su extremo de la carga. Un supervisor, que cargaba con esfuerzo el extremo opuesto, reparó en la presencia de Pitt.

—Eh, tú. Ven a echarnos una mano.

Pitt estaba atrapado. Si ayudaba a los hombres, las brillantes luces de la cubierta revelarían que no era un miembro de la tripulación. Si no hacía caso al supervisor, despertaría sospechas.

Vio una puerta de una estructura prefabricada y decidió arriesgarse. Miró al supervisor encogiéndose de hombros, señaló la puerta, se acercó y giró el pomo. Tuvo suerte y la puerta se abrió. Se escondió dentro mientras el supervisor lo maldecía a voz en cuello.

Pitt creía que entraba en un almacén de material, pero se encontró en la parte trasera del centro de operaciones mineras. Múltiples imágenes de vídeo iluminaban la gran pantalla. El tecleo de los operadores de las terminales informáticas resonaba en las paredes de acero. Se escondió con cuidado en un rincón oscuro al ver a Díaz dirigiendo la operación desde su butaca enfrente.

Varios robots submarinos correteaban por el fondo del mar mostrando el enorme alijo de explosivos NAFO amontonado en la zanja. Un robot giró hacia arriba y su cámara captó la llegada de la cortadora principal, que descendió hasta el lecho marino y desapareció en una nube de sedimento.

La corriente aclaró el agua mientras el robot submarino se acercaba para mirar más de cerca. Cuando viró para encuadrar el lateral de la cortadora, Pitt por poco se atragantó. Agarrado por el brazo robótico de la cortadora y sujeto a su costado como una cesta del pan se hallaba el sumergible de la NUMA Starfish.

Sin embargo, no fue la aparición del Starfish lo que sobresaltó a Pitt. Lo que lo dejó sin respiración fue la imagen de su hija, sola e indefensa en el asiento del piloto del maltrecho submarino.