VII. El chivo y el carnero

Un chivo y un carnero de un mismo hato

entre sí se tenían amor tan grato,

que en todas partes se les veía

como la sombra al cuerpo sigue de día.

Es de advertir ahora, pues viene al caso,

lo que diré, por si alguien lo olvidó acaso:

el rabo del carnero se inclina al suelo,

al revés que el del chivo, que mira al cielo.

Sucedió, pues, que yendo juntos un día

a disfrutar del pasto que el buen Dios cría,

atajó a los amigos, en cierto trecho,

un arroyo entre piedras, bastante estrecho.

Como el vado era fácil, vino el carnero y a la margen opuesta saltó el primero; mas al pegar el brinco, lo hizo de modo, que levantando el rabo lo enseñó todo. Pues esto, que en el chivo es vicio innato, le dejó poco menos que turulato; y a su amigo el carnero, muy acremente increpó, porque estuvo poco decente. Nuestros propios defectos no reparamos y los mismos, ajenos, los censuramos.