VI. La alondra y el segador
En un pequeño trigal, a punto de madurarse, vino una alondra a hospedarse y en él puso su nidal. Pasó un día y otro día, los trigos ya se doraban y en el barbecho piaban los pájaros de la cría. Un domingo, el labrador fue al campo con sus amigos; vieron maduros los trigos y ajustaron la labor.
—¡Ay madre, somos cazados! —dijo a una la pollada—. ¿Cómo mudar de posada si estamos descañonados?
—No curéis dello, pichones, que si han de ser los amigos quienes sieguen estos trigos, tiempo habéis de estar alones. Otro disanto el patrón fue al trigal con sus parientes, concertando diligentes la siega, sin dilación.
—Tampoco estéis impacientes —dijo el ave a sus pequeños—; tanto sirven para empeños amigos como parientes. Cansado de tanta brega el bueno del labrador, tuvo, al fin, por lo mejor empezar solo la siega.
—Pues a él solo se encomienda —dijo el ave—, su intención ha de lograr. Esto es grave. ¡Ea, alondras, a volar, no sea que nos sorprenda!