III. El arco iris

Una fresca mañana de primavera, caballeros en sendas hebras de luz, cuatro jinetes iban discurseando: el Amarillo, el Verde, Rojo y Azul. Céfiro matutino jugueteaba con esta cabalgata cuadricolor, cuya plática era: cuál de los cuatro con mejores divisas pintaba el sol.

—Yo —dice el Amarillo— soy, entre todos, el color favorito del astro–rey; su augusta faz yo doro cuando amanece, y al ocaso le doro segunda vez. Con mi áurea divisa se ensoberbece el oro, de la alquimia el rey–metal; yo, en fin, amarilleo las ricas mieses, que pródigas al hombre sustento dan.

—Alto ahí, compañero —replica el Verde—; mis matices y galas malográis vos, marchitándome árboles, plantas y flores. ¿Qué puede compararse con mi verdor?

—¡A callar! —dice el Rojo dándose tono con enfático acento de gran señor—; mi color entre todos es el que prima, que si valéis vosotros, más valgo yo. Resplandores rojizos irradia el trono a la salida y puesta del almo sol; si ruge la tormenta, yo enciendo el rayo; soy el volcán, soy fuego, luz y calor. Yo ciño a la sultana de los jardines su aromoso turbante de rosicler; yo carmino los labios de los donceles, las mejillas encarno de la mujer. Mi color a la púrpura presto rumboso para teñir la saya del cardenal; el blasón más ilustre va en campo rojo; de escarlata es el baño del manto real.

—Andáis equivocado; mis excelencias superan a las vuestras —habla el Azul—. Celestial y cerúleo me denominan porque tiño los cielos y el mar de azur. La inmensidad abarco; mas no por eso me engrío y considero color sin par; acordaos, hermano, que la violeta es azul, y es emblema de la humildad.

—¿Qué algarabía es esta, señores míos? —dijo a este punto el Blanco, que se cruzó—. Los cuatro sois hermosos, uno por uno, pero juntos los cuatro, lucís mejor. Descabalgad, si os place, pues a esta hora ha retumbado el trueno, y va a llover; no va a llover, ya llueve; buscad reparo no sea que mojados os despintéis... Ya, pasada la nube, quiero mostraros cuán hermosos los cuatro en uno sois. Dijo; y casi al punto, los horizontes espléndido arco iris circunvaló. Los cuatro contendores, en él casados, estáticos se vieron, y concluyó por decir cada uno:

—Razón tenía: ¡unidos parecemos mucho mejor!