V. La hormiga y el camello
A paso perezoso por un camino iba un rifeño camello vigoroso cargada de marfil y oro la giba. En tanto que mohíno hacía su jornada, una hormiga cruzose en el camino alegre, satisfecha, apresurada. Sin pizca de fatiga, con su carga en la boca, parecía decir: seré una hormiga, pero a mí el cansancio no me apoca.
—¡Poltrón, mírate en ella! —exclama el camellero hablando a su animal—; hágate mella la hormiga que abastece su granero. ¿Cómo no te avergüenza que una mísera hormiga a un robusto cuadrúpedo le venza a soportar el peso y la fatiga? Atento oyó el camello la monserga del guía, al que volviendo el larguirucho cuello le replicó con mucha sangre fría:
—¡Vaya, que no estás bueno! ¿No se te representa que yo trabajo en interés ajeno y ella trabaja por su propia cuenta?