Capítulo
21

En aquel momento sucedieron muchas cosas a la vez.

La gente normal de la sala empezó a gritar de miedo y confusión. Un grupo de matones de los Bibliotecarios se abrió paso por la zona que rodeaba a LQNPSN, que seguía tejiendo.

El rey Dartmoor desenvainó la espada y se volvió para enfrentarse a los matones. El abuelo Smedry y yo intentamos bajar corriendo las escaleras hacia los monarcas, pero nos bloqueaba la multitud que intentaba escapar.

—¡Por la habladora Huff! —maldijo el abuelo Smedry.

—¡Detrás de mí, señor Smedry! —exclamó Sing antes de abrirse paso con nosotros hasta lo alto de las escaleras. Entonces, tropezó.

Ahora bien, no sé cómo reaccionaríais si un mokiano de ciento cuarenta kilos tropezara y empezara a rodar por las escaleras hacia vosotros, pero puedo aseguraros que yo haría una de estas cosas:

1. Gritar como una niña y apartarme de un salto.

2. Gritar como un gerbo y apartarme de un salto.

3. Gritar como un Smedry y apartarme de un salto.

La gente de las escaleras decidió gritar como un puñado de gente en las escaleras, pero sí que se apartó de nuestro camino.

El abuelo Smedry, Folsom, Himalaya y yo bajamos corriendo detrás del mokiano. El príncipe Rikers se quedó donde estaba, desconcertado.

—Esta parte parece peligrosa de verdad —nos gritó—. Mejor me quedo aquí. Ya sabéis, para vigilar la salida.

«Lo que tú digas», pensé. Su padre, al menos, demostró tener agallas. El rey Dartmoor estaba de pie junto a su esposa caída, espada en alto, enfrentándose a un grupo de matones. Los otros monarcas empezaban a desperdigarse.

Daba la impresión de que los Bibliotecarios serían capaces de acabar con el rey antes de que llegáramos hasta él.

—¡Eh! —chilló alguien de repente. Reconocí a mi tía Patty entre el público, señalando. Como siempre, consiguió que su voz se oyera por encima de cualquier otra; las demás no eran competencia—. No quiero ser maleducada —aulló—, pero ¿lo que tienes pegado a la pierna es papel higiénico?

El matón que estaba al frente bajó la vista de inmediato y se ruborizó al darse cuenta de que, efectivamente, tenía papel higiénico pegado a la pierna. Se agachó para quitárselo, lo que hizo que los demás se toparan con su espalda.

Aquella distracción nos dio el tiempo suficiente para cubrir la distancia que nos separaba del rey. El abuelo Smedry sacó unas lentes. Reconocí el tinte verde del cristal, que las delataba como lentes de soplatormentas. Efectivamente, los cristales dispararon una ráfaga de viento que derribó a los Bibliotecarios que corrían a por el rey.

—¿Qué les ha pasado a los caballeros? —chilló el rey, desesperado.

—Los Bibliotecarios deben de haber corrompido la Piedra Mental, Brig —respondió el abuelo Smedry.

Ese es el problema de tener una roca mágica que conecta las mentes de todos tus mejores soldados: si acabas con la piedra, acabas con los soldados. Es como cuando derribas una antena de telefonía móvil y te cargas la capacidad de enviar mensajitos de una escuela entera de chicas adolescentes.

El abuelo se concentró en disparar con las lentes a los Bibliotecarios, pero los matones aprendieron deprisa y se dispersaron hacia el perímetro, intentando llegar al rey. El abuelo Smedry no podía concentrarse a la vez en todos los grupos; había demasiados.

La sala era un lío caótico. La gente gritaba, los Bibliotecarios desenvainaban las espadas, el viento soplaba. Los monarcas pretendían escapar, pero las escaleras volvían a estar bloqueadas, llenas de gente que quería huir. Sing se había sentado, aturdido después de su caída por las escaleras. No podría volver a ayudar en el futuro próximo.

—¡Alcatraz, saca de aquí a esos monarcas! —me dijo el abuelo, señalando a la pared—. Folsom, si me ayudas...

Y, tras decir aquello, el abuelo se puso a cantar.

Me quedé mirándolo, pasmado, hasta que me di cuenta de que le estaba ofreciendo a Folsom la música que necesitaba para bailar. Tanto Folsom como Himalaya se volvieron hacia los Bibliotecarios y derribaron a los que habían intentado acercarse al rey rodeando la zona.

Me volví y subí corriendo por una parte de los asientos elevados.

—¡Monarcas, por aquí! —grité.

En esa zona los asientos estaban vacíos, ya que sus ocupantes intentaban salir por la otra puerta.

Varios de los monarcas se volvieron hacia mí mientras me dirigía a la pared contraria. Coloqué dos manos sobre ella y la rompí con mi Talento. Toda la pared cayó como si la hubiera empujado la mano de un gigante.

Los monarcas corrieron escaleras arriba; iban vestidos con todo tipo de ropajes y coronas: un hombre de piel oscura llevaba ropa de estilo africano; el rey mokiano llevaba su pareo isleño; un rey y una reina lucían coronas y trajes europeos normales. Los conté a todos, pero no vi al padre de Bastille.

Al parecer era porque seguía abajo, intentando poner a salvo a Draulin; por desgracia, la mujer pesaba como un trillón de kilos con la armadura puesta, por no mencionar la incómoda espada que llevaba a la espalda. El rey debió de llegar a la misma conclusión, porque le quitó la espada y la tiró a un lado antes de empezar a quitarle la armadura.

Me dirigí hacia ellos para ayudar, pero la gente había visto la salida que acababa de abrir y se abalanzaba sobre mí. Tenía que luchar contra la multitud para abrirme paso, lo que me frenaba bastante.

—¡Abuelo! —grité mientras señalaba al rey.

Más abajo, mi abuelo se volvió hacia él y lanzó un improperio. Himalaya y Folsom estaban conteniendo bastante bien a los Bibliotecarios, así que el abuelo Smedry corrió a ayudar al rey supremo. Intenté hacer lo mismo, pero con todo el mundo en medio me costaba mucho bajar. Por suerte, daba la impresión de que no haría falta.

La gente escapaba por el agujero abierto en la pared. Himalaya y Folsom manejaban a los Bibliotecarios. Mi abuelo ayudaba al rey supremo a levantar a Draulin. Todo parecía ir bien.

LQNPSN seguía tejiendo, tan tranquila.

Preguntas. Todavía me inquietaban.

«¿Cómo han conseguido llegar los Bibliotecarios a la Piedra Mental crístina? —me preguntaba—. Esa cosa tiene que estar protegida que te cagas.»

¿Por qué parecía tan satisfecha LQNPSN? ¿Quién había volado en pedazos al Viento de Halcón? Tenía que haber sido alguien capaz de meter el cristal de detonador en la mochila de Draulin, ya que su cuarto era el que había estallado.

Miré a Himalaya, que luchaba junto a su nuevo marido y derribaba a un enemigo tras otro, mientras mi abuelo cantaba ópera. Se me ocurrió que quizás hubiéramos pasado por alto algo. Y, en aquel momento, me planteé la pregunta más importante de todas.

Si era posible que existieran Bibliotecarios buenos, ¿sería posible que existieran caballeros de Cristalia malvados? ¿Un caballero con acceso a la Piedra Mental que la hubiera corrompido? ¿Un caballero capaz de meter una bomba en la mochila de Draulin? ¿Un caballero involucrado en la trama para hacer fracasar a Bastille?

¿Un caballero al que había visto con mis propios ojos merodear por los Archivos Reales pocas horas antes del intercambio?

—Oh, no... —susurré.

En aquel momento, uno de los caballeros «inconscientes» que estaban cerca del abuelo Smedry empezó a moverse. Alzó la cabeza, y vi que sonreía. Archedis, también conocido como el señor Barbilla Grande, en teoría el mejor de los caballeros de Cristalia.

Tendría que haberle prestado más atención a Sócrates.

—¡Abuelo! —grité, intentando luchar contra la multitud para llegar hasta ellos, pero estaban todos tan asustados que apenas conseguí dar unos cuantos pasos antes de que volvieran a arrastrarme en dirección contraria.

El abuelo Smedry se volvió, sin dejar de cantar, me miró y sonrió. Veloz como el rayo, Archedis se levantó, desenvainó su espada cristalina y golpeó a mi abuelo en la cabeza con la empuñadura.

El anciano se puso bizco —su Talento no podía protegerlo del poder de una hoja crístina— y cayó de lado. Sin su canción, Himalaya y Folsom dejaron de luchar de inmediato y se quedaron paralizados.

Los Bibliotecarios los tiraron al suelo.

Forcejeé de nuevo con la gente, desesperado por bajar. Los asientos del lado norte ya estaban completamente vacíos, salvo por LQNPSN. La mujer con pinta de abuela me miró, sonriente. Después alzó la mantita que había estado tejiendo.

En ella se veía una calavera ensangrentada. Archedis se volvió hacia el rey Dartmoor.

—¡No! —grité.

El caballero corrupto alzó la espada, pero se quedó inmóvil cuando una figura pequeña y silenciosa se interpuso entre el rey y él.

Bastille. No se había visto afectada por la caída de la Piedra Mental... porque los mismos caballeros la habían desconectado de ella.

Bastille levantó la espada de su madre. No sé de dónde la habría sacado, ni siquiera sé cómo entró en la sala. Había encontrado un par de lentes de guerrero, aunque por su perfil me daba cuenta de que seguía exhausta. Parecía diminuta ante el enorme caballero, con su armadura plateada y su sonrisa heroica.

—Vamos —dijo Archedis—. No puedes enfrentarte a mí.

Bastille no respondió.

—Solo te hicieron caballero por mi intervención —añadió Archedis—. En realidad no te lo merecías. Todo era una trama para matar al viejo Smedry.

«Matar al viejo Smedry...» Por supuesto. Bastille y yo habíamos supuesto que alguien quería que fracasara para que su madre o ella cayeran en desgracia. Habíamos pasado por alto que Bastille era la guardaespaldas del abuelo Smedry.

No se trataba de un complot contra ella, sino de un complot contra mi abuelo.

Y, por si os lo estáis preguntando, no, en realidad no podía oír lo que estaban hablando entre ellos. Pero alguien me lo contó después, así que dadme un respiro.

Seguí luchando contra la multitud para intentar llegar a Bastille. Estaba sucediendo todo muy deprisa... Por muchas páginas que hayan pasado en esta historia, allí, en realidad, solo habían transcurrido unos segundos desde que Archedis se levantara.

Me vi obligado a observar mientras Bastille alzaba la espada de su madre. Parecía muy cansada: tenía los hombros hundidos y su postura era vacilante.

—Soy el mejor caballero que jamás haya existido —dijo Archedis—. ¿Crees que puedes luchar contra mí?

Bastille alzó la vista, y entonces vi algo a través de su agotamiento, de su dolor y de su pena: fuerza.

Atacó. El cristal chocó contra el cristal produciendo un ruido que, de algún modo, era más melódico que el del acero contra el acero. Al ser más fuerte, Archedis la hizo retroceder, entre risas.

Ella lo atacó de nuevo.

Sus espadas se encontraron una y otra vez. Como antes, Archedis rechazó a Bastille cada una de las veces.

Y ella atacó de nuevo.

Y de nuevo.

Y de nuevo.

Con cada nuevo golpe, su espada iba un poquito más deprisa. Con cada entrechocar de espadas, el ruido que producían era un poquito más fuerte. Su postura, un poquito más firme. Luchaba y se negaba a rendirse.

Archedis dejó de reír. Su rostro se tornó primero solemne y después rabioso. Bastille lo atacaba una y otra vez, su espada tan veloz que ni se veía, la hoja cristalina iridiscente al fragmentar la luz de las ventanas y lanzar destellos de todos los colores.

Y entonces fue Archedis el que empezó a retroceder.

Pocas personas de fuera de Cristalia han sido testigos de una verdadera pelea entre dos crístines. La multitud que huía frenó, y la gente se volvió para mirarlos. Los matones dejaron de golpear a Himalaya y Folsom. Incluso yo vacilé. Todos nos quedamos inmóviles, casi en actitud reverencial, y en la caótica sala se hizo el silencio típico de los auditorios.

Éramos un público contemplando un dueto. Un dueto en el que un violinista intentaba clavarle su instrumento en el cuello al otro.

El enorme caballero y la chica larguirucha se movían en círculos mientras sus espadas se entrechocaban como si siguieran un ritmo predeterminado. Las armas eran algo espectacular, reflejaban la luz de una forma preciosa. Dos personas estaban intentando matarse la una a la otra con trocitos de arcoíris.

Bastille debería haber perdido. Era más baja, más débil y estaba agotada. Sin embargo, cada vez que Archedis la tiraba al suelo, ella se volvía a poner en pie y atacaba con más furia y determinación. A un lado, su padre, el rey, la contemplaba con asombro. Me sorprendió ver que incluso su madre se movía. La mujer parecía aturdida y mareada, pero había recuperado la suficiente consciencia para abrir los ojos.

Archedis cometió un error: tropezó con un matón caído. Fue el primero que le había visto cometer, aunque dio igual: Bastille cayó sobre él en un segundo, golpeando la espada del caballero con la suya y obligándolo a retroceder en su precaria posición.

Desconcertado, Archedis tropezó al caminar de espaldas y cayó sobre su culo envuelto en armadura. La espada de Bastille se detuvo junto a su cuello, a un pelo de cortarle la cabeza.

—Me... rindo —dijo el caballero, que sonaba completamente perplejo.

Por fin conseguí abrirme paso entre la gente, que se había quedado pasmada por la bella pelea. Patiné hasta detenerme junto a mi abuelo, que seguía respirando, aunque estuviera inconsciente. Parecía tararear para sí en sueños.

—Alcatraz —dijo Bastille.

La miré. Seguía con la espada contra el cuello de Archedis.

—Tengo un regalo para ti —añadió mientras lo señalaba con la cabeza.

Sonreí y me acerqué al caballero caído.

—Oye, mira —dijo él, sonriendo—, soy un agente doble. En serio. Estaba intentando infiltrarme. Estooo... ¿es verdad que tienes unas lentes de buscaverdades?

Asentí.

—Oh —repuso, sabiendo que había podido comprobar que mentía.

—Hazlo —dijo Bastille, señalando el suelo con la cabeza.

—Con sumo gusto —respondí mientras me agachaba para recoger la espada de Archedis.

Tras dejar escapar un magnífico crujido, la hoja se hizo añicos gracias al poder de mi Talento.

LQNPSN por fin dejó su labor.

—Niños malos —nos regañó—. Os quedáis sin galletas.

Y, tras decir aquello, desapareció... y en su lugar vimos una estatua igual que ella, sentada en la misma postura.