Capítulo
20
Preguntas.
Estamos al final del libro, y probablemente tengáis unas cuantas preguntas. Si habéis estado prestando mucha atención, seguramente más que «unas cuantas».
Quizá debierais tener algunas más.
He intentado ser sincero, todo lo sincero que puedo ser. No he mentido sobre nada importante.
Pero algunas de las personas de esta historia..., bueno, sin duda mentían.
Por mucho que creáis saber, siempre queda más por aprender. Todo tiene que ver con Bibliotecarios, caballeros y, por supuesto, palitos de merluza. Disfrutad con la siguiente parte. Nos vemos en el epílogo.
—¡Ajá! —exclamé mientras sacaba no una, sino dos lentes de traductor de la chaqueta de Fitzroy.
El oculantista oscuro estaba atado en el suelo del cerdo de cristal gigante del príncipe. Les había dicho a mis soldados que fueran a por alguna clase de equipo para excavar las esquinas de la sala de los archivos y extraer el cristal, de modo que los Bibliotecarios no pudieran volver a intercambiar la habitación ni robar ninguno de los otros libros.
—Todavía no entiendo lo que ha sucedido —dijo Sing, nervioso, mientras el vehículo caminaba lentamente hacia palacio.
—Los oculantistas pueden inyectar energía al cristal —respondí—. Como si fueran lentes.
—Las lentes son mágicas —dijo Sing—. Ese cristal de transportador era tecnología.
—Las dos cosas se parecen más de lo que crees, Sing. De hecho, creo que todos estos poderes están conectados. ¿Recuerdas lo que dijiste cuando estábamos escondidos ahí hace unos momentos? ¿Lo de tu hermana?
—Claro. Mencioné que ojalá hubiera estado allí, porque podría haber imitado a uno de los Bibliotecarios.
—Cosa que pude hacer con estas lentes —respondí mientras le enseñaba las de disfrazador que había recuperado de Fitzroy—. Sing, estas lentes funcionan igual que el Talento de Australia. Si se queda dormida pensando en alguien, se despierta con su aspecto. Pues bien, si yo me las pongo y me concentro, puedo hacer lo mismo.
—¿Qué estás diciendo, Alcatraz? —preguntó Folsom.
—No estoy seguro —reconocí—. Pero me parece sospechoso. Quiero decir, fíjate en tu Talento. Te convierte en mejor guerrero cuando escuchas música, ¿no?
Él asintió.
—Bueno, ¿qué hacen las lentes de guerrero de Bastille? —pregunté—. La convierten en mejor guerrera. El Talento de mi tío Kaz le permite transportar a la gente a través de grandes distancias, lo que suena pero que muy parecido a lo que hizo el cristal de transportador.
—Sí, pero ¿qué pasa con el Talento de tu abuelo? Le permite llegar tarde a las cosas, y no existen lentes que hagan eso.
—Hay muchas clases de cristal que no conocemos —respondí. Cogí uno de los anillos de cristal de inhibidor, que habíamos conseguido sacarnos de los brazos usando las llaves que llevaba Fitzroy en el bolsillo—. Tú creías que este cristal era un mito.
Sing guardó silencio, y yo me volví y me puse a mirar a través de los cristales translúcidos mientras llegábamos a palacio.
—Creo que todo esto está relacionado —añadí en voz más baja—. Los Talentos de los Smedry, la tecnología silimática, los oculantistas... y lo que mi madre intenta lograr, sea lo que sea. Todo está conectado.
Mi madre mentía cuando hablaba de que los Bibliotecarios deberían gobernarlo todo. No estaba segura.
«Tiene unos objetivos distintos a los del resto de los Bibliotecarios, pero ¿cuáles?»
Suspiré y meneé la cabeza; después cogí el libro que habíamos sacado de los archivos. Al menos lo teníamos, además de las dos lentes de traductor. Me puse unas y leí la primera página.
«Sopas para todos —decía—. Una guía de la mejor cocina griega e incarna.»
Me quedé helado. Empecé a volver las páginas con ansiedad; después me quité las lentes y probé con las otras, pero me enseñaron lo mismo.
No era el libro correcto.
—¿Qué? —preguntó Sing—. Alcatraz, ¿qué pasa?
—¡Nos dio el cambiazo con los libros! —exclamé, frustrado—. Este no es el libro de historia de los incarna, ¡es el de cocina!
Ya había sido testigo de la destreza de los dedos de mi madre, como cuando me quitó las Arenas de Rashid de delante de las narices en mi dormitorio de las Tierras Silenciadas. Además, tenía acceso al Talento de mi padre de perder cosas. Quizás eso la ayudara a esconderlas.
Dejé caer el libro sobre la mesa como si fuera una maza. A mi alrededor, la suntuosa habitación de muebles rojos se sacudía con los andares del cerdo de cristal.
—Ahora mismo no es lo más importante —me dijo Bastille con voz de cansancio.
Estaba sentada en el sofá al lado de Folsom e Himalaya, y parecía haber empeorado aún más después de alejarnos de los Bibliotecarios. Tenía la mirada desenfocada, como si la hubieran drogado, y no dejaba de restregarse las sienes.
—Primero hay que evitar la firma del tratado —añadió—. Tu madre no puede hacer nada con ese libro mientras tú tengas los dos pares de lentes de traductor.
Tenía razón. Mokia era nuestra prioridad. Mientras el cerdo se acercaba al palacio, respiré hondo.
—De acuerdo —dije—, ¿sabéis todos lo que tenéis que hacer?
Sing, Folsom, Himalaya y el príncipe Rikers asintieron. Habíamos analizado nuestro plan durante el cambio de capítulo (chincha, rabiña).
—No creo que los Bibliotecarios lo acepten sin más —dije—, pero dudo que puedan hacer gran cosa con todos los soldados y caballeros que protegen el palacio. Sin embargo, son Bibliotecarios, así que estad preparados para lo que sea.
Asintieron de nuevo. Nos preparamos para salir, y la puerta del culo del cerdo se abrió. Creo que eso socavó un poco nuestra salida dramática. Bastille se levantó para ir con nosotros, tambaleándose.
—Estooo, Bastille, creo que será mejor que esperes aquí —le aconsejé.
Ella me lanzó una de sus miradas; era la misma que me hace sentir como si me hubieran golpeado en la cara con una escoba. Lo tomé como su respuesta.
—Vale —dije, suspirando—. Pues vamos.
Salimos del cerdo y subimos los escalones. El príncipe Rikers llamó de inmediato a sus guardias; creo que le gustaba el efecto dramático de llevar con nosotros a una tropa entera de soldados. De hecho, nuestra entrada en el vestíbulo de los paneles de cristal colgantes resultó bastante intimidatoria.
Los caballeros de Cristalia que se mantenían en posición de firmes en el vestíbulo nos saludaron al pasar, y yo me sentí mucho más seguro sabiendo que estaban allí.
—¿Crees que tu madre habrá advertido a los demás de lo sucedido? —susurró Sing.
—Lo dudo. Los aliados de mi madre se pusieron en contacto con La Que No Puede Ser Nombrada para presumir de haber capturado a unos prisioneros muy valiosos. No se llama a nadie para presumir de haber perdido a esos mismos prisioneros. Creo que les daremos una sorpresa.
—Eso espero —respondió Sing cuando nos acercamos a las puertas de la sala del consejo. Saludamos con la cabeza a la pareja de caballeros y me hice a un lado.
—Ha llegado el momento de vuestra gran entrada, príncipe Rikers —le dije, haciéndole un gesto.
—¿En serio? —preguntó él—. ¿Puedo?
—Adelante.
El príncipe se sacudió el polvo, esbozó una amplia sonrisa y entró por las puertas de la cámara para, acto seguido, bramar:
—¡En nombre de la justicia, exijo que se detenga este proceso!
Abajo, los monarcas estaban sentados alrededor de la mesa con un enorme documento frente a ellos. El rey Dartmoor sostenía en alto una pluma, listo para firmar. Habíamos llegado por los pelos (¿qué tienen que ver los pelos con esto, por cierto?).
La mesa de los monarcas se encontraba en un espacio abierto en el centro de la sala, entre los dos conjuntos elevados de asientos que estaban llenos de ciudadanos. Los caballeros de Cristalia, que estaban de pie, formaban un anillo alrededor de ese espacio, entre la gente y los gobernantes. Me di cuenta de que la mayoría se concentraba en la zona en la que se sentaban los Bibliotecarios.
La Que No Puede Ser Nombrada estaba sentada al frente del grupo de Bibliotecarios, tejiendo tranquilamente una mantita.
—¿Qué significa esto? —preguntó el rey Dartmoor mientras el resto de mi equipo entraba en la sala.
—¡Los Bibliotecarios mienten, padre! —declaró Rikers—. ¡Han intentado secuestrarme!
—Cielos, es lo más alarmante que he oído en mi vida —exclamó La Que No Puede Ser Nombrada.
¿Sabéis qué os digo? Que cuesta mucho estar todo el rato escribiendo ese nombre, así que, a partir de ahora, la voy a llamar LQNPSN.
Mis compañeros me miraron. Yo llevaba puestas las lentes de buscaverdades con un ojo cerrado para mirar a través del único cristal. Por desgracia, LQNPSN no había dicho nada que fuera falso; lo había evitado a posta, estoy convencido.
—Padre —dijo el príncipe Rikers—, podemos aportar pruebas de lo sucedido. —Hizo un gesto a los caballeros que estaban detrás de nosotros y que cargaban con Fitzroy, que estaba atado y amordazado—. ¡Este Bibliotecario pertenece a la Orden de los Oculantistas Oscuros! Estaba involucrado en la trama para robar los libros de los Archivos Reales...
—Mumf mu mumfmumf —añadió Fitzroy.
—... ¡que acabó convertida en una trama para secuestrarme a mí, el heredero real! —continuó diciendo Rikers.
Estaba claro que Rikers sabía cómo meterse en su personaje. Ahora que estaba en su elemento, en la corte, no parecía tan payaso como antes.
—Señora Bibliotecaria —dijo el rey Dartmoor volviéndose hacia LQNPSN.
—No... no estoy segura de lo que sucede —respondió ella.
De nuevo, otra media verdad que no era mentira.
—Sí que lo está, Vuestra Majestad —declaré, dando un paso adelante—. Ordenó la muerte de Himalaya, que ahora es miembro del clan de los Smedry.
Aquello provocó una pequeña conmoción.
—Señora Bibliotecaria —insistió el rey, cuyo rostro de barba roja se estaba poniendo muy serio—, ¿lo que dice es verdadero o falso?
—No estoy segura de que debáis preguntármelo a mí, querido. Es bastante...
—¡Responda a la pregunta! —bramó el rey—. ¿Han tramado los Bibliotecarios un plan para secuestrar a uno de los nuestros y robarnos mientras tenían lugar las sesiones del tratado?
La abuela Bibliotecaria me miró, y me di cuenta de que sabía que la habían pillado.
—Creo que a mi equipo y a mí se nos debería ofrecer un pequeño descanso para analizar la situación —respondió.
—¡Nada de descansos! —dijo el rey—. O responde lo que se le ha preguntado o rompo este tratado ahora mismo.
La anciana frunció los labios y, por fin, dejó su labor.
—Reconoceré que otras ramas de los Bibliotecarios han estado trabajando en sus propios objetivos dentro de la ciudad —dijo—. Sin embargo, esta es una de las principales razones por las que firmamos este tratado: ¡para que mi secta cuente con la autoridad necesaria para evitar que las demás continúen con esta guerra interminable!
—¿Y la ejecución de mi amada? —preguntó Folsom.
—Desde mi punto de vista, joven, esa mujer es una traidora y una chaquetera. ¿Cómo tratarían vuestras leyes a alguien que ha cometido traición?
La sala guardó silencio. ¿Dónde estaba mi abuelo? Su asiento vacío saltaba a la vista.
—Teniendo en cuenta esta información, ¿cuántos votan ahora en contra del tratado? —preguntó el rey Dartmoor.
Cinco de los doce monarcas alzaron las manos.
—Y supongo que Smedry seguirá votando en contra —dijo Dartmoor— de no haber salido de aquí hecho una furia. Eso nos deja a seis contra seis. A mí me corresponde el voto decisivo.
—Padre, ¿qué haría un héroe? —preguntó el príncipe.
El rey vaciló. Después me miró a los ojos, lo que me dio un poco de vergüenza, y rompió el tratado en dos.
—Me resulta revelador que no sea capaz de controlar a su gente, a pesar de la importancia de estas conversaciones —le dijo a LQNPSN—. Me resulta inquietante que esté dispuesta a ejecutar a uno de los suyos por unirse a un reino al que afirma querer de amigo. Y, sobre todo, me resulta muy desagradable lo que he estado a punto de hacer. Quiero a sus Bibliotecarios fuera de mi reino antes de la medianoche. Estas negociaciones han tocado a su fin.
El caos se apoderó de la sala. Hubo bastantes vítores, muchos procedentes de la zona donde estaban sentados los mokianos, con Australia entre ellos. También algunos abucheos, pero, sobre todo, mucha charla animada. Draulin se acercó desde las filas de los caballeros y puso una mano en el hombro del rey para después, en un momento emotivo muy poco habitual en ella, asentir. De verdad que pensaba que romper el acuerdo era buena idea.
Quizás eso significara que consideraría la ayuda de Bastille en el asunto una validación de su derecho a ser caballero. Busqué a su hija con la mirada, pero no la encontré. Sing me dio un toquecito en el hombro y señaló un punto detrás de mí. Veía a Bastille en el vestíbulo, sentada en una silla, rodeándose con los brazos, entre temblores. Había perdido las lentes de guerrero cuando nos capturaron, y pude ver que tenía los ojos rojos e hinchados.
Mi primer instinto fue ir a hablar con ella, pero algo me hizo vacilar. LQNPSN no parecía demasiado preocupada por lo acontecido. Se había puesto a tejer de nuevo. Eso me inquietaba.
—Sócrates —susurré.
—¿Qué dices, Alcatraz? —preguntó Sing.
—Es un tío que estudiamos en el colegio —respondí—. Era una de esas personas tan molestas que siempre están haciendo preguntas.
—Vale...
Algo iba mal. Empecé a hacerme preguntas que debería haberme planteado mucho antes.
¿Por qué estaba la Bibliotecaria más poderosa de todas las Tierras Silenciadas negociando un tratado que los monarcas ya habían decidido firmar?
¿Por qué no le preocupaba verse rodeada de enemigos que podían capturarla y encerrarla en cualquier momento?
¿Por qué me sentía tan inquieto, como si, en realidad, no hubiéramos ganado?
En aquel momento, Draulin gritó y cayó al suelo sujetándose la cabeza. Después, todos los caballeros de Cristalia de la sala se derrumbaron como ella, gritando de dolor.
—¡Hola a todos! —gritó de repente una voz. Me volví y vi que mi abuelo estaba detrás de nosotros—. ¡He vuelto! ¿Me he perdido algo importante?