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La primera emoción que se agitó dentro de Magiere lo hizo cuando vio a Leesil abrir los ojos. Estaba tumbado en el suelo a su lado, en la calle. Tenía marcas recientes de dientes en su brazo izquierdo por debajo de las que ella le había dejado dos noches antes.

Estaba pálido, pero respiraba, con no mucha dificultad por lo que ella podía ver. Pestañeó dos veces por la luz de una antorcha que había clavada en el suelo cerca de donde él estaba.

--¿Ya es por la mañana? --dijo con voz áspera.

--Casi --le contestó ella--. Pronto.

Leesil frunció el ceño y eso reconfortó a Magiere aún más. Si estaba irritado y de mal humor quería decir que era muy probable que estuviera bien.

--¿Estamos vivos? --le preguntó.

--Sí.

--Bien... nadie debería sentirse así de mal si estuviera muerto.

Magiere suspiró, y dejó salir toda la tensión y toda la ansiedad que no se había dado cuenta de que tenía en su interior. Se sentó a mirar lo que había sido El León Marino. Como estaba separado de los edificios cercanos, el fuego no se había extendido más allá de la taberna.

Cuando Leesil recuperó algo de conciencia, levantó la cabeza lo suficiente como para ver los restos en llamas de lo que había sido su hogar, se quejó y levantó las manos en un gesto de resignación.

Cuando sus manos bajaron por su propio peso, hizo un gesto de dolor y después intentó sujetarse el brazo herido.

--No te muevas --dijo Magiere--. Te saqué del establo, pero después de eso, creo que será mejor que te estés quieto.

Se medio meció sobre la espalda e intentó quitarse la capa de lana que Magiere le había puesto por encima, pero lo único que consiguió fue arrugarla a un lado. Ella volvió a ponérsela bien estirada.

Ahora ya salían rayos de luz por entre los árboles hacia el este y teñían de dorado algunas de las nubes blancas que había en el cielo.

A su alrededor, la gente continuaba atendiendo a los heridos o les ayudaban por las calles. La voz de Karlin a veces se oía por encima de las otras y del ruido general, para sugerir cómo tratar mejor una herida o a quién haría falta llevar. Algunos miembros de su pequeño ejército que no tenían heridas de gravedad conversaban en voz baja y se daban palmaditas en el hombro.

Magiere tenía su propio herido para cuidar, pero no le podía ofrecer mucho a Leesil, además de tiempo y descanso. Una vez que lo hubo sacado del establo, lo había tumbado en el suelo y lo había mantenido en calor. Karlin le dijo que estaban montando una hospedería en la panadería. Aunque, como Caleb, no creía que los curanderos de Miiska sirvieran para mucho había enviado a varias personas en busca de alguno.

--¿Dónde me encontraste? --le preguntó Leesil--. Lo último que recuerdo es que maté un lobo.

--Parece que los niños te arrastraron a su escondite. Chap estaba todavía sentado sobre la trampilla vigilando cuando llegué.

--Hizo una pausa--. Son buenos niños. Tienen recursos. Merece la pena intentar salvar a esta gente.

--¿Dónde está Chap ahora?

--Geoffry se llevó a Rose a la panadería. Mandé a Chap con ellos.

--¿Está Rashed...?

--Ya no está. --Su voz se volvió monótona y vacía--. Vi cómo se quemaba.

Magiere no lograba alegrarse, pero Leesil no pareció darse cuenta. Justamente cuando ella creía que Leesil podría descansar y curarse, algo nuevo sucedía y lo golpeaba de nuevo. Pero ya no.

Ese pensamiento la reconfortó un poco. Al menos aquella espiral de fracasos y éxitos había terminado de verdad.

--Nada ocurrió como yo creía que pasaría --dijo ella.

Leesil iba a contestar cuando Karlin se acercó para comprobar cómo estaba. A pesar de estar sucio y cansado, el panadero parecía estar ileso.

--¡Ah! Estás despierto. Estoy tan contento. Te llevaremos a un lugar más cómodo lo antes posible.

--¿Qué hay de los demás? --le preguntó Leesil con esfuerzo.

--Solo cinco muertes --le contestó Karlin. A pesar de lo que había dicho, su tono encerraba pena como para diez veces esa cantidad--. Ya estoy intentando arreglar ceremonias para velar los cuerpos antes de los entierros..., cuando la gente esté lista para enfrentarse a ello.

--El cuerpo de Brenden se quemó con la taberna --se percató Leesil. Entonces pareció no ser capaz de continuar pensando en ello--. En ningún momento planeé luchar con lobos.

--Nadie lo había hecho. No es culpa tuya. --Karlin unió las cejas--. En el momento en el que se derrumbó la taberna, todos se fueron corriendo, de vuelta al bosque, como si Rashed hubiera perdido su control sobre ellos.

--Lo hizo --confirmó Magiere en voz baja.

Leesil se tumbó y miró al cielo.

--Bueno, estamos sin techo... otra vez. Toda esa lucha, y hemos perdido lo principal por lo que hemos estado luchando.

--¿Lo hemos hecho? --preguntó Magiere.

De nuevo, Karlin frunció el ceño y sus mejillas también se arrugaron un poco.

--Cúrate y reconstruye.

--¿Qué? --Magiere lo miró con incredulidad--. ¿Cómo? ¿Con qué? No tenemos ni siquiera un sitio para dormir mientras tanto.

Karlin se arrodilló y señaló a la taberna en llamas.

--El terreno es todavía tuyo. Y el pago que los tenderos intentaron darte está todavía en mi cocina. Esas monedas te permitirán comprar suministros para ir empezando. Trabajaremos por las noches y los fines de semana. Puede que parte de los elementos de piedra de la cocina y la chimenea no haga falta cambiarlos. Puede que nos lleve una luna o dos, pero creo que habrá gente suficiente que quiera ayudar.

Magiere no podía responder. Karlin no parecía verse a sí mismo como alguien desprendido o sorprendente. Toda la determinación le parecía tan simple y tan clara.

--La casa de Brenden está vacía ahora --siguió con su charla--.

Al principio puede que resulte un poco raro, pero estoy seguro de que a él le hubiera gustado que os quedarais allí hasta que reconstruyamos El León Marino. Ya hay grano y leña allí y del resto nos podremos ocupar sobre la marcha.

Hablaba como si la situación actual de Leesil y Magiere fuera de lo más normal y que un poco de planificación y dinero lo arreglarían todo. Ella no estaba tan segura, ni por asomo.

Miró a su compañero, que seguía con los ojos color ámbar clavados en el cielo. Las manos le temblaban ligeramente. Con cuidado le tocó el hombro para volver a tener su atención.

--¿Tú qué piensas? --le preguntó ella.

Leesil asintió una vez, sin decir nada.

--Hecho, entonces --dijo Karlin a la vez que se ponía en pie--.

¡Ah! Aquí vienen Caleb y Darien con una puerta.

Sus palabras confundieron a Magiere, y se dio la vuelta para ver a Caleb y Darien, el guardia, levantar a un pescador al que le sangraba la pierna y utilizar la puerta a modo de camilla.

--Los mandaré por Leesil ahora --dijo Karlin--. No queremos que se le muevan las costillas otra vez.

El corpulento panadero se alejó sin dejar de dar instrucciones por el camino. Magiere olió el humo de los rescoldos mezclado con la sal del océano. Miró a Leesil.

--Ahora mismo vuelvo --le dijo mientras se ponía en pie.

Dejó a su compañero y se acercó a los restos incinerados de El León Marino. Pisó las cenizas negras y humeantes, se le calentaron un poco las botas, pero no le quemaron. Sacó su cimitarra y la utilizó para excavar entre los escombros hasta que chocó con algo entre las cenizas. Quitó parte de las cenizas y dejó al descubierto la larga espada de Rashed y con la suya la levantó y la dejó a plena vista.

Dejó caer la espada de Rashed en el suelo desnudo y se acercó a ella; tampoco esta vez fue capaz de sentirse triunfante. Las cenizas de los huesos de Rashed y Teesha se habían mezclado con las de su hogar.

Una ráfaga de aire fresco vino procedente del mar. Mientras le llenaba los pulmones con su frescura observó cómo se retorcía y se llevaba las cenizas al pasar. Aquel lugar, aquel pueblo era su hogar ahora, y al menos de eso sí estaba segura. Y Leesil estaba vivo para compartirlo. En un par de días, los mortales limpiarían todo aquello y reconstruirían sobre las tumbas de Rashed y Teesha.

Miró hacia atrás, hacia el medio elfo que había girado la cabeza y la miraba atentamente.

--Quédate con la espada --dijo él--. Cuélgala sobre la nueva chimenea.

--¿Cómo un trofeo? --preguntó ella.

--Como redención. Hemos hecho algo bueno aquí, algo real. Lo sabes, ¿verdad?

¿Cuándo se había vuelto sabio Leesil?

--Yo no voy a poder ayudar mucho con la reconstrucción. Casi ni siquiera pude fingir llevar una taberna --dijo ella--. ¿Qué voy a hacer durante la próxima luna?

Las finas cejas de Leesil se arquearon.

--¿Cómo? Jugar a la enfermera conmigo, por supuesto. No es un mal trabajo.

--¡Oh, cállate!

Se dio la vuelta como si continuara escarbando entre las cenizas y escondió una medio sonrisa que intentó reprimir. No, no sería un mal trabajo, en absoluto.