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Ratboy viajaba con rapidez desde donde podía ver la carretera de la costa, se desplazaba entre los árboles mientras olía el aire constantemente en busca de cualquier indicio de su presa, a pesar de que sabía que estaba a horas de distancia. ¿Cómo olía una cazavampiros charlatana? ¿Cómo sabía? En una existencia sin fin, cualquier novedad, cualquier experiencia nueva era una cosa poco común y sabrosa.

Cuando la noche se alejaba y los primeros rayos del amanecer aparecieron sobre el océano, Ratboy se preocupó, y no precisamente por dónde dormiría aquel día. Era bastante fácil encontrar una cueva del mar y en caso de desesperación siempre se podía meter debajo del suelo del bosque bajo el trozo de lona que llevaba a la espalda.

Pero, ¿qué ocurriría si ella pasaba por dónde él estuviera cuando durmiera? Lo cierto era que pasaría. Le hubiera gustado pasar por su campamento mientras ella durmiera, pero le llegó el aroma de varios viajeros y ninguno era mujer. ¿Qué debía hacer?

Se dio cuenta de que debía de haber infravalorado la velocidad humana. ¿Cómo de lejos estaba? Y una vez que se hubiera despertado, ¿cuánto camino podía adelantar en un día? Frunció el ceño, sabía que era inminente buscar cobijo. La carretera junto a la arboleda estaba vacía en ambos sentidos.

Ratboy cruzó a través de los árboles hasta la costa y miró a su alrededor en busca de una cueva de aspecto profundo o algún recoveco en el lateral del acantilado. Se dejó caer por el acantilado y bajó como una araña, hasta desaparecer en un agujero antiguo. Se arrastró por el túnel alejándose de la luz, sin miedo de la oscuridad o de lo que pudiera vivir allí dentro. Colocó el saco con la tierra de su ataúd en el suelo de la cueva y se hizo un ovillo a su alrededor, de lado en el estrecho lugar. Después tiró de la lona que llevaba a la espalda y se tapó con ella por si acaso algún rayo de sol díscolo llegaba a alcanzarlo.

La lógica le decía que aunque solo había viajado media noche, ella no sería capaz de recorrer la distancia que le quedaba hasta Miiska en una sola noche. Dormiría y volvería a ponerse en camino, esta vez retrocediendo. De una manera o de otra, iba a interceptarla y a ir a Rashed con su cabeza como regalo provocador. Cada vez que alguien desaparecía en Miiska, Rashed le echaba la culpa a él. La verdad era que a veces sí que era culpa suya, pero no siempre, y desde luego que no lo era en el caso del dueño de la taberna. Un viejo borracho llorón no era una tentación para un asesino como él.

Los párpados empezaron a pesarle y perdió el hilo de sus pensamientos.

 

* * *

 

Para bien entrada la tarde de aquel día, los estrechos pies de Leesil estaban ya muy doloridos y su parcial entusiasmo por ver la taberna empezaba a desaparecer. Ni siquiera la belleza de la costa y del mar que corrían por el horizonte le llamaba ya mucho la atención.

Le parecía totalmente innecesaria tanta prisa frenética. La taberna estaba claro que iba a seguir estando allí cuando quiera que llegaran.

Magiere nunca los forzaba tanto cuando estaban en el negocio. Para nada, los tres viajaban a un paso cómodo, con sencillez, hasta que llegaban a su supuesto objetivo. Ya se estaba hartando de su acoso constante: «Leesil date prisa. Leesil, ya queda poco. Si seguimos, llegaremos esta noche».

Hasta Chap parecía estar cansado de ir en el carrito y gemía suavemente, los ojos mostrando un aburrimiento tal que daba pena, pero Magiere todavía no le permitía caminar. El viejo asno parecía estar a punto de morirse. ¿En qué estaba pensando Magiere? Este repentino deseo de ser una honrada mujer de negocios la había cambiado para mal. Casi exhausto, o lo que entonces decidió que lo parecía, Leesil se percató de que la parte inferior del sol tocaba el horizonte del océano.

--Ya está bien --anunció en voz muy alta.

Cuando Magiere, que iba delante del asno y del carro, no dio muestra de haberlo oído, Leesil se tropezó teatralmente al lado de la carretera y se tiró al césped.

--Ven aquí Chap --lo llamó--. Es hora de tomarse un descanso.

La elegante cabeza azul grisáceo de su perro se levantó con la orejas alerta y la vista fija en su amo.

--Ya me has oído. Ven aquí --le repitió Leesil casi gritando.

Esta vez Magiere sí oyó gritar a Leesil y volvió la cabeza justo a tiempo para ver a Chap saltar del carro y correr hacia donde estaba Leesil sentado en el césped. Su, por lo general, estoica mandíbula se desencajó de asombro mientras se detenía en la carretera. El asno y el carro siguieron avanzando sin pausa.

--¿Qué...? Otra vez no --tartamudeó para después ver como se alejaba el carro. Cogió al animal que se escapaba y lo frenó.

--Elfo medio tonto --gritó a Leesil mientras tiraba del asno y del carro hacía donde estaba su compañero--. ¿Qué estás haciendo?

--¿Descansar? --dijo él como si pidiera confirmación. Se miró las piernas, que se extendían cómodamente en el suelo, y asintió firmemente--. Sí, casi seguro. Descansar.

En lugar de tumbarse, Chap se puso a oler el césped de la zona, estiró sus patas y se dirigió a un arbusto cercano. Leesil sacó su pellejo de vino y se pasó el asa por el hombro. Le quitó la tapa y lo inclinó sobre su boca abierta para dar un trago largo y satisfactorio. El oscuro vino D'areeling siempre sabía un poco a castañas de invierno.

Lo reconfortaba de manera indescriptible, y ese sería todo el desahogo que iba a obtener si Magiere persistía en su cabezonería.

Sin embargo, dos podían jugar a eso.

Magiere estaba anonada y lo miraba fijamente, estaba cubierta de polvo del camino y necesitaba darse un baño.

--No tenemos tiempo de descansar. Casi te llevo arrastrando desde mediodía.

--Estoy cansado. Chap está cansado. Hasta ese ridículo asno parece estar a punto de caerse redondo. --Leesil se encogió de hombros, sin inmutarse por el aparente dilema de Magiere--. Estás en minoría.

--¿Quieres viajar después de la puesta de sol? --le preguntó.

Leesil dio otro trago y se dio cuenta de que a él también le hacía falta darse un buen baño.

--Claro que no.

--Entonces levántate.

--¿Hace mucho que has mirado el horizonte? --Leesil bostezó y se tumbó en el césped, maravillado con la tierra arenosa y el olor a sal marina del aire--. Lo mejor será que acampemos y busquemos la taberna mañana por la mañana.

Magiere suspiró y su expresión se tornó casi triste y frustrada al mismo tiempo. Leesil sintió un repentino deseo de reconfortarla, hasta que el dolor de pies le recordó lo molesta que estaba siendo en otros aspectos. Mañana sería, debería ser, lo suficientemente pronto, incluso para ella. La dejaría que lo sufriera un rato si le apetecía, pero él no iba a dar otro paso más por la carretera hasta la mañana siguiente.

Miró a Magiere posar su mirada en el océano, se percató de la limpieza de las líneas de su perfil contra el naranja brillante del cielo.

Miraba al horizonte como si quisiera que el borde del agua rechazara al sol que se sumergía y lo mantuviera allí. Bajó la cabeza muy despacio, lo suficiente como para que su cabello le ocultara el rostro.

Leesil oyó, apenas, el suave suspiro que salió de sus labios. Él dio un suspiro exagerado.

--Es mejor así. No querrás despertar a los cuidadores en mitad de la noche. --Se quedó callado esperando una respuesta, positiva o negativa, pero Magiere permaneció en silencio--. ¿Qué pasa si el sitio parece sombrío y deprimente en la oscuridad? No, llegaremos como auténticos propietarios a mediodía y valoraremos el lugar a plena luz.

Magiere miró hacia atrás, a Leesil, un momento y después asintió.

--Yo solo quería... algo tira de mí como una marioneta.

--No hables como un poeta. Es muy molesto --le contestó él.

Se quedó callada y, una vez más, cada uno retomó su rutina para desplegar el campamento. Chap siguió olfateando y se puso a cavar en la arena, encantado de haber sido liberado de su cárcel con ruedas.

De vez en cuando Leesil levantaba la vista al cielo. Había una clara diferencia entre el clima marino con aroma a sal, que venía del mar y se adentraba en la tierra refrescándolo todo con una suave brisa, y entre la humedad que te hacía tiritar bajo las mantas en un refugio de montaña y provocaba que el moho creciera en las paredes.

--¿Veremos esto todas las noches en Miiska? --preguntó Leesil.

--¿Veremos qué?

--La puesta de sol... su luz extendida por todo el horizonte, fuego y agua.

Por un momento, Magiere arrugó la frente como si su compañero estuviera hablando en un idioma extranjero, después registró su pregunta. Ella también se giró hacia el mar.

--Eso espero.

Leesil gruñó.

--Me corrijo. No eres ningún poeta.

--Busca madera para la hoguera, vago mediasangre.

Acamparon en el lado interior de la carretera que los separaba de la costa. En realidad, había una buena distancia hasta el agua, pero la inmensidad del océano creaba la ilusión de proximidad. La última brizna de luz del día se hundió tras el horizonte, pero los gruesos árboles erosionados por el viento les proporcionaban resguardo de la brisa de la noche. Leesil estaba hurgando en las bolsas de arpillera que había en el carro por si quedaba algo de fruta y cecina cuando Chap dejó de olisquear juguetonamente y se quedó congelado mientras prestaba atención. Aulló hacia el bosque en un tono que Leesil no había oído nunca antes.

--¿Qué pasa, chico?

El perro estaba rígido, quieto y atento como si fuera un lobo que estuviera viendo a su presa desde la distancia. Sus ojos azul plateado parecieron perder color y tornarse gris claro, casi transparente. Sus labios se subieron levemente sobre sus dientes.

--Magiere --dijo Leesil con calma.

Pero su compañera ya estaba mirando al perro y al bosque a intervalos iguales.

--Esto es como lo que hizo esa noche --susurró ella--, en Stravina, cerca del río.

Habían pasado un buen número de noches en Stravina cerca de un río, pero Leesil sabía perfectamente a qué noche se refería su compañera. Sacó sus manos del carro y las subió por sus mangas, en oposición, hasta que logró coger la empuñadura de las fundas de sus estiletes en sus antebrazos.

--¿Dónde tienes la espada? --le preguntó con la vista fija en los árboles.

--En la mano.

 

* * *

 

Ratboy abrió los ojos y las paredes negras y húmedas de su pequeña cueva lo desorientaron por un momento. Después se acordó de cuál era su misión. La cazadora. Era hora de desandar camino.

Cuando salió al fresco aire de la noche, se regocijó en la sensación de libertad que la tierra abierta le ofrecía. Aquella era una buena noche. A pesar de todo, una parte de él echaba de menos a Teesha y la extraña comodidad que creaba en su almacén. «Hogar», lo llamaba, aunque él no era capaz de recordar ni una sola razón por la que los de su clase necesitaran tener un hogar. Era idea de ella, y Rashed la respaldaba. Aún así, no importaba cuánto le gustara el aire libre, se había acostumbrado al mundo que se habían creado en Miiska. Lo mejor sería que encontrara a la cazadora rápidamente y así poder turnarse su tiempo para matarla, desangrarla y después volver al mencionado hogar antes del amanecer.

Bajo el acantilado, la blanca y arenosa playa se extendía en ambas direcciones, pero él se dio la vuelta con rapidez y escaló hasta lo alto del acantilado, agarrándose sin esfuerzo alguno con los dedos a la áspera pared de piedra. La playa sería más rápida para viajar, pero era demasiado abierta. Cuando llegó a la cima se impulsó sobre ella y estaba a punto de calcular su demora cuando el olor de una fogata llegó hasta sus fosas nasales.

Su apenas afilada cabeza dio la vuelta y al mismo tiempo olió a una mujer, a un hombre y a un asno. Entonces su nariz detectó algo más, ¿un perro? Edwan había hecho un ridículo comentario acerca de un perro. Ratboy odiaba a Edwan casi más de lo que odiaba a Rashed. Por lo menos Rashed le proporcionaba necesidades valiosas, un sitio para dormir, unos ingresos estables y el encubridor disfraz de la normalidad. Edwan apenas hacía otra cosa que no fuera absorber el tiempo de Teesha y no daba nada a cambio. Vale, había encontrado a la cazadora y a sus compañeros, pero eso era algo de lo más nimio. Y,

¿qué tenía él, Ratboy, que temer de un perro, uno faldero que viajaba con sus amos?

Una euforia electrizante le recorría el cuerpo entero. ¿Había encontrado a su presa tan fácilmente? ¿Podía esta mujer ser la mujer que él estaba buscando? ¿Había acampado ella a tiro de piedra de donde él había dormido?

Las llamas naranjas de fuego eran visibles a través de los árboles y él quería ver mejor. Se tumbó boca abajo en el suelo y observó como cruzar la carretera y acercarse sin ser visto. La carretera no ofrecía ningún escondite, por lo que decidió sencillamente cruzarla con rapidez. En un abrir y cerrar de ojos, como una sombra de la hoguera que titila, había cruzado el camino de tierra dura y se había entremezclado con los árboles y arbustos del otro lado. Se arrastró para poder ver mejor el campamento.

La mujer era alta, llevaba una coraza de piel con remaches y parecía más joven de lo que Ratboy se esperaba. Era casi adorable, llevaba una trenza cubierta de polvo que le colgaba por la espalda mientras echaba agua en un cazo junto al fuego. Su compañero era un hombre delgado, con el pelo rubio casi blanco y las orejas puntiagudas; vestía casi como un pordiosero y estaba hurgando en la parte de atrás de un carro cuando...

Un perro gris plata, que casi le llegaba a la cadera a Ratboy, saltó a sus pies y lo miró fijamente, como si el follaje que los separaba no existiera. Curvó los labios hacia arriba. El aullido que salió de entre sus dientes resonó en el silencioso bosque hasta los oídos de Ratboy.

Algo de ese sonido hizo que tuviera una sensación extraña en el pecho. ¿Qué era aquella sensación? Lo odiaba, lo que quiera que fuera, y esa misma sensación hizo que se escondiera detrás del grueso tronco de un árbol.

Edwan había dicho algo acerca del perro.

Un perro no era nada. Volvió a mirar por un lado del árbol y vio a la mujer coger la espada. Ratboy sonrió.

--¿Qué le pasa? --preguntó Leesil.

Chap seguía gruñendo, pero no se movía, no intentaba ir en ninguna dirección.

--No lo sé --le respondió Magiere, a falta de algo mejor que decir. Y la verdad era que no lo sabía, pero estaba empezando a sospechar que el perro tenía algún sentido especial, una habilidad para ver lo que ella no podía ver--. Coge la ballesta del carro y cárgala.

Por una vez en este viaje, Leesil no rechistó, se movió sin hacer ruido y siguió sus instrucciones con prontitud.

Los aullidos de Chap empezaron a ser cada vez más agudos, con el mismo tono inquietante y estremecedor que la noche del río Vudrask. Magiere se acercó al perro, se agachó y le cogió el suave pelo de detrás del cuello a Chap.

--Quédate --le ordenó--. ¿Me oyes? Tú te quedas.

Aulló en tonos más graves, pero no se movió del sitio. En cambio, movió la mirada que había tenido fija en algo hacia la izquierda y todo su cuerpo la siguió.

--Está rodeando el campamento --le susurró Magiere a Leesil.

--¿Qué? --Leesil miró a su alrededor, tenía el pie en el estribo de la ballesta y con las dos manos tiraba de la cuerda del arco para colocarla en su sitio--. ¿Qué está rodeando el campamento?

Magiere miró a su compañero, a su rostro estrecho y su cabello ralo. Por lo menos esta vez no estaba borracho y tenía la ballesta cargada, sin embargo se arrepentía de no haberle contado más cosas sobre cuando mató al aldeano loco. Lo fuerte que era el pálido hombre, el miedo que infundía... cómo sintió ese extraño hambre crecer de repente en el fondo de su estómago. Después, todo eso le pareció irreal, y lo dejó pasar como si hubiera sido algo de su mente, que mezclaba todas las trampas y trucos del negocio que habían estado ejerciendo demasiado tiempo. Un mal encuentro le había hecho creerse sus propias mentiras en un momento de pánico.

Y ahora no tenía respuesta para la pregunta de Leesil. Chap levantó su hocico blanco y plateado y ella esperaba oírlo aullar. Por el contrario empezó a mirar arriba y hacia los lados, arriba hacia los lados, arriba y arriba.

--¡Los árboles! --gritó a la vez que se ponía en cuclillas tras el carro por miedo a lo que el merodeador podría hacer desde un punto de ventaja en las alturas. Alargó la mano por encima del lateral del carro y tiró del cinturón de Leesil hasta que este se agachó--. Está encima de los árboles.

La habilidad del perro para seguir su posición estaba empezando a ser más que una mera molestia para Ratboy. No había manera de intentar flanquearlos o tirarse de cabeza así que se abrió paso hacia el objetivo a través de las ramas de los árboles. Se acercó con cuidado.

--Me voy a llevar tu piel a casa para hacerme una alfombra, perro brillante --susurró, y se sintió mejor al imaginarse la piel ensangrentada del perro sobre sus hombros. Puede que a Teesha le gustara el suave y poco común color.

Podía romperle el cuello al perro lo suficientemente rápido si aterrizaba sobre él primero, pero eso les daría tiempo a los otros dos parra prepararse para luchar. No, las prioridades primero, incapacitar a la cazadora y luego matar al perro y al mediasangre. Así podría jugar con la cazadora todo el tiempo que quisiera.

Desde su posición en una rama sólida y resistente, se concentró en la cazadora y saltó sobre ella.

No hubo aviso alguno. Leesil pudo ver algo en la oscuridad, algo borroso sin cara que pasaba por encima de sus cabezas y seguía bajando.

Una figura hirsuta con la cabeza marrón, vestida como un pedigüeño chocó contra Magiere y la tiró al suelo. Leesil esperaba que el atacante también se tambaleara y cayera al suelo, pero para su sorpresa, el hombre no solo no se cayó, sino que aterrizó firmemente sobre sus pies. Además, con el impacto, su puño estaba ya a medio camino hacia abajo.

--¡Magiere! --gritó Leesil. Apenas si había terminado de darse la vuelta para dirigir la ballesta cuando sonó un fuerte crujido a la vez que el atacante daba un primer golpe en el pómulo a Magiere.

La cabeza de Magiere rebotó contra la tierra, en retroceso. Leesil disparó.

La flecha le dio en la parte baja de la espalda al mendigo, la punta le sobresalía por el abdomen, pero respondió solo con un leve escalofrío y se volvió hacia Leesil.

Un grito, lo suficientemente agudo como para ser humano, salió de la garganta de Chap a la vez que se lanzaba sobre el mendigo.

Ambas figuras rodaron por el campamento y sobre el fuego en una masa de dientes y pelo en rápido movimiento, que dispersaron la mitad de la madera que estaba ardiendo y hacían saltar chispas a su alrededor.

Magiere yacía en el suelo inmóvil mientras Leesil saltaba desde detrás del carro. Por el sonido del golpe, sabía que era muy probable que estuviera inconsciente. Por un momento no supo si pararse a ver cómo estaba su compañera o seguir a su perro y ayudarle a acabar con el intruso. Entre la flecha de la ballesta y la ferocidad de Chap, al muy tonto del intruso solo le quedaban unos minutos de vida, de todas formas. Aún así, no podía permitirse el lujo de que lo cogiera de espaldas. Sacó otra flecha del compartimento de debajo de la ballesta y la dejó lista para recargar mientras se giraba entre el fuego que habían dispersado con la lucha y después se detuvo en seco antes de llegar a la mitad del camino.

El perro y el intruso se habían separado. El pequeño hombre enjuto y nervudo, o puede que solo fuera un adolescente, cayó, a la vez que Chap cargaba contra él de nuevo. El perro estaba en el aire cuando el intruso se lanzó hacia delante desde donde estaba agachado y alargó una mano con los dedos encorvados listos para engancharle el pelo de la tripa a Chap. El perro se desvió de su trayectoria.

Puede que fuera la oscuridad, o las cenizas que estaban por todas partes suspendidas en el aire, o la media luz titilante de la hoguera casi apagada las que hicieran que falsas imágenes se proyectaran sobre el césped y los matorrales, donde se estaba desarrollando la lucha. Sin embargo, Leesil podría haber jurado que el pequeño hombre, de alguna manera inexplicable, había cambiado de dirección mientras Chap todavía estaba en el aire. Si había aterrizado un momento para volver a lanzarse o si nunca había llegado a tocar el suelo eran algo de lo que Leesil era incapaz de estar seguro.

Los pies del sucio pordiosero golpearon hacia arriba hasta darle en el costado al perro, de manera que le añadieron fuerza al impulso que animal ya llevaba por sí mismo. Chap gimió al volar en un arco sobre el claro del bosque, la cabeza sobre la cola, y aulló de dolor cuando chocó contra el pie de un árbol y dio tumbos por el suelo cubierto de arena. Al momento se puso en pie.

Leesil tiró del arco de la ballesta, intentaba recargarla cuando casi se le cayó de las manos a causa de un enorme grito que sonó a su espalda.

--¡Chap, no!

Leesil miró hacia atrás lo justo como para poder ver, pero no dejar de mirar al pequeño vagabundo. Magiere estaba en pie, cimitarra en mano, aunque un poco inestable.

--¡Retrocede Chap! --le gritó de nuevo.

Chap se tambaleó y gruñó, pero mantuvo una cierta distancia.

Todos y cada uno de sus músculos se tensaron en protesta bajo el pelo chamuscado, como si la orden que acababa de recibir no solo fuera injusta, sino también incorrecta.

Nadie se movió.

El joven intruso levantó una mano y miró las marcas de dientes caninos que tenía.

--Estoy sangrando --dijo el chico completamente anonadado--.

Quema.

Sus ojos marrones sin brillo alguno se abrieron y mostraron incertidumbre. Estaba agitado por alguna razón, parecía como si no se hubiera esperado salir herido ni sentir dolor. No parecía tener más de dieciséis años y tenía la constitución de alguien que hubiera pasado la mayor parte de su vida muerto de hambre. La calma pareció apoderarse de él, pero su postura seguía mostrando una cierta aprensión, cambiaba el peso de una pierna a otra, nervioso, quizá dudara entre volar y luchar. Cogió la flecha que le salía del abdomen y la sacó con un único tirón seco y rápido, sin hacer el más mínimo gesto de dolor.

Absorber todo aquello de una vez hizo que Leesil se olvidara de recargar la ballesta momentáneamente. Aquel extraño joven debería de estar muerto o por lo menos estar muy cerca de la muerte y Magiere debería de estar inconsciente en el suelo. Sin embargo, su compañera estaba a su lado, asiendo con fuerza su cimitarra con expresión tensa y decidida. Y el intruso que estaba en pie al otro lado de la hoguera estaba en muchas mejores condiciones de las que debería haber estado.

--¿Cómo te llamas? --susurró Magiere a través de la oscuridad.

--¿Eso importa? --preguntó el chico.

Leesil se percató de que ninguno de los dos se daba cuenta de que él seguía allí.

--Sí --contestó Magiere.

--Ratboy.

Magiere asintió en respuesta.

--Ven y mátame, Ratboy.

Él sonrío y se lanzó hacia delante.

Leesil se agachó y rodó. Oyó como aterrizaban unos pies a su espalda y miró hacia atrás, justo a tiempo para ver cómo Magiere se daba la vuelta por el suelo, ya que su atacante se le acercaba por la espalda. Ella ya blandía su cimitarra. El chico se retorció para esquivar el arma, pero aún así la hoja de la espada le hizo un corte superficial en la espalda y gritó con fuerza.

La voz era increíblemente fuerte y aguda. Leesil hizo un gesto de dolor.

Ratboy empezó a caer, pero se agarró al carro con las dos manos. Se impulsó para darse la vuelta y quedar mirando hacia Magiere. Ella corrió hacia él antes de que hubiera recuperado el equilibrio y le dio una patada en el pecho. El cuerpo de Ratboy se arqueó hacia atrás, sus pies abandonaron el suelo y la hoja de la cimitarra de Magiere le bajó por el cuerpo cuando todavía estaba en el aire.

Leesil era incapaz de imaginar que la fuerza de una simple patada normal y corriente pudiera hacer que el cuerpo de otra persona se contorsionara tan rápido como lo que había visto.

La cimitarra se clavó en el lugar en el que Ratboy debería de haber aterrizado. Por el contrario, él estaba de pie junto al fuego, siseaba y se buscaba a tientas por la espalda el corte que la cimitarra de Magiere le había hecho en la espalda.

--Quema --gritó, atónito y enfadado--. ¿Dónde conseguiste esa espada?

Magiere no respondió. Leesil se levantó del suelo y miró a su compañera.

Tenía los ojos abiertos de par en par y miraba fijamente a Ratboy. Los labios le brillaban, húmedos, ya que su boca no dejaba de salivar incontrolablemente. Leesil no estaba seguro de si Magiere habría sido capaz de hablar aunque hubiera querido.

Magiere respiraba profunda y rápidamente, y los suaves rasgos de su rostro se contorsionaron, frunció el ceño con arrugas de puro odio. Le brillaba la piel con un sudor que era imposible que fuera producto del ejercicio que había hecho.

Chap la rodeó y se quedó a su lado. Un leve temblor le recorrió el cuerpo y se mostró en el estremecimiento de sus comisuras retraídas. En su salvaje estado, era imposible no ver el parecido que había entre el perro y la mujer. Cuando Magiere separó los labios, su boca se parecía mucho a la del perro que tenía a su lado cuando gruñía. Sus ojos se negaban a pestañear y comenzaron a empañarse hasta que pequeñas lágrimas le recorrieron las mejillas.

Leesil no era capaz de volver a concentrar toda su atención en Ratboy. Se mantuvo donde estaba para que Magiere siguiera en su campo visual. Aquella no era la mujer con la que había estado viajando durante años.

El perro, el chico y la mujer se mantuvieron totalmente inmóviles, tensos y en posición. Todos estaban atentos al primer indicio de movimiento. Leesil no lo pudo soportar más y apuntó con la ballesta.

Ratboy simuló cargar de nuevo y cambió de dirección en el último momento a la vez que absorbía la visión de Magiere y Chap, ella con su cimitarra y el perro con sus colmillos y garras. La espalda y los brazos de Ratboy no dejaban de sangrar y el miedo se mostraba en su rostro.

--Cazadora --susurró y salió disparado hacia los árboles.

Leesil levantó la ballesta y apuntó hacia la figura que se alejaba, aunque no creía que sirviera para mucho. De alguna manera, la espada de Magiere y los dientes de Chap habían sido más dañinos que una flecha a través del cuerpo a poca distancia. Antes de que pudiera disparar, Ratboy había desaparecido en la oscuridad. Leesil caminó con rapidez por el campamento para tener la poca luz que quedaba a su espalda, pero no había ni rastro de la figura que escapaba. Chap comenzó a trotar en dirección a los árboles, pero Leesil llamó la atención del perro, chasqueó los dedos y negó con la cabeza. Chap gruñó y se sentó, sin dejar de estar atento a la oscuridad.

--¿Leesil?

La voz de Magiere era muy débil, apenas un susurro. Leesil se dio la vuelta, casi como si se pusiera en guardia, cuando se quedó frente al despiadado niño mendigo.

Magiere respiraba con dificultad, como si el cansancio y las heridas hubieran caído sobre ella de golpe. Sus facciones se suavizaron al desaparecer las arrugas de ira y sus ojos miraron confusos hacia todas partes.

--¿Leesil? --repitió como si no lo pudiera ver. Entonces, cayó de rodillas y la hoja de su cimitarra golpeó contra el suelo.

Leesil titubeó. Un ligero miedo se agolpaba en su pecho. Un peligro desconocido había sobrevolado el campamento y lo había dejado allí con otro con el que había compartido, sin saberlo, años y años de compañía. Había visto a un niño moverse con una velocidad y una fuerza totalmente imposibles, y su propio perro había salido ileso de los despiadados ataques. Había visto como la que durante años había sido su única compañera se había recuperado de un golpe que habría tumbado a cualquiera, y entonces se había convertido lentamente en algo..., en alguien que apenas podía reconocer.

Magiere se desplomó, con la cabeza a medio camino del suelo.

Había dejado caer la espada por completo. Su arma se había doblado hacia atrás contra el suelo, incapaz de girarse y soportar su peso.

Leesil nunca la había tocado, menos durante sus falsos combates por dinero. El mero pensamiento de acercarse a ella en aquel momento hacía que se le tensaran las entrañas. Levantó la ballesta instintivamente, la sujetó con fuerza y apuntó hacia Magiere.

¿Cuántas veces había sido ella la última en quedarse dormida cuando él se había emborrachado hasta caer rendido? ¿Cuánto tiempo había pasado de robo en robo y de mesa de apuestas en mesa de apuestas antes de intentar robarle le bolsa de monedas por error?

¿Cuántas personas había conocido en su vida que quisieran compartir su sueño, aunque este no fuera exactamente el mismo que él tenía?

Además, nunca antes la había visto necesitar a alguien.

Corrió hacia ella, dejó caer la ballesta y la cogió, antes de que llegara al suelo. Magiere se derrumbó y su peso resultó ser más del que Leesil podía soportar medio agachado como estaba. Cayó de espaldas sobre la culera de sus bombachos, y la cabeza y los hombros de Magiere cayeron sobre su pecho y casi lo tumbaron contra el suelo.

--Te tengo --dijo él, se incorporó y la sujetó con un brazo sobre sus hombros--. Está bien.

Leesil sabía que era mentira. Había algo que no estaba nada bien en Magiere, con ella, y desde luego, el no estaba nada bien tampoco. Ya nada estaba bien. ¿Qué debería hacer él entonces?

¿Saldría completamente de todo aquello, fuera lo que fuera, por la mañana?

Mientras estaba allí sentado e intentaba sacar una vieja manta de un viejo fardo y se la ponía sobre el tembloroso cuerpo a su compañera creyó ver un resplandor en su pecho, justo debajo del cuello. Cuando terminó con la manta, volvió a mirar, pero no encontró nada más que los amuletos que llevaba siempre colgados, medio escondidos en la parte superior de su chaleco de cuero.

 

* * *

 

Ratboy no recordaba su viaje de regreso a Miiska. Lo único que podía recordar era el creciente dolor y la creciente debilidad, y el enorme desconcierto. Estaba demasiado herido como para pensar, incluso racionalizar, sentía cómo la energía de su existencia se escapaba por su espalda y su brazo lentamente y lo debilitaba cada vez más. Había sido capaz de concentrar su atención y lo que le quedaba de energía en cerrar la herida de la lucha, pero las demás lesiones no. La herida de la espada y las marcas de dientes se negaban a cerrase.

Ya lo habían herido antes, pero nunca antes una herida le había despojado de su energía de aquella manera, y la falta de comprensión no hacía sino acrecentar su miedo. Se tambaleó y cayó contra la pared de madera de un edificio, ni siquiera sabía por qué parte del pueblo había entrado. Si perdía lo que le quedaba de fuerza antes de ponerse a cubierto, el sol saldría sobre él.

A aquella hora temprana antes de que comenzara el día, el pueblo estaba en un silencio total. A ambos lados de donde él se encontraba se extendían hileras e hileras de casas erosionadas por el tiempo. Necesitaba ponerse a cubierto antes del amanecer, y necesitaba fuerza y vida. Necesitaba alimentarse.

Un ligero canturreo femenino llamó su atención, y la sensación de un calor, una carne y finalmente sangre cercanos llenó sus fosas nasales. Hambre y añoranza lo sacaron de su estupor y se acercó a cuatro patas a la esquina más próxima de la casa. También olía a estiércol de caballo y a metal, así como a carbón y cenizas de madera.

Le llevó un momento entender lo que estaba viendo. Había una pila de madera a su derecha, y a la izquierda, a la vuelta de la esquina, había unas puertas de establo. En la viga del alero había colgadas herraduras de caballo que esperaban ser probadas.

Ratboy abrió los ojos de par en par cuando se dio cuenta de dónde estaba. Se encontraba fuera de la tienda del único herrero de Miiska. Siguió la voz que canturreaba, trepó por la pila de madera hasta la valla que había tras ella. Tuvo todo el cuidado que pudo al trepar por las maderas para mirar por la valla.

Una chica de unos quince años estaba arrodillada ante el almacén de madera de la familia al otro lado de la valla, llevaba el pelo marrón y sedoso enmarañado, como si se acabara de levantar de la cama. Solo llevaba un camisón blanco de algodón que Ratboy habría encontrado tentador en cualquier otro momento. Entonces lo único que necesitaba era vida, sangre para recuperar fuerzas hasta que pudiera encontrar la manera de cerrar las heridas que la cazadora y el perro le habían infligido.

La chica seguía canturreando con suavidad y dijo:

--Misty, ven aquí, sal. Eres el que está arañando mi ventana para que te deje pasar. Déjate de juegos y entra en la casa.

Un suave maullido le contestó y un pequeño gato atigrado sacó la cabeza de la pila de madera en el lado de la valla en el que estaba la chica. Ratboy vio como la chica fingía fruncir el ceño y se esforzaba por parecer enfadada.

No se metió en sus pensamientos con su voz para llevarla al olvido, poder tomar lo que quería y luego disimular las marcas de los dientes. Muy al contrario, se lanzó sobre ella.

El gato siseó y corrió de vuelta a su escondite.

Ratboy había saltado la valla y estaba sobre la chica antes de que esta pudiera siquiera verlo. Con una mano le cogió el pelo y tiró de su cabeza hacia atrás para dejar expuesto el cuello y con la otra sujetó el cuerpo de la chica contra el suyo. Abrió la mandíbula sobre su cuello y mordió, sintió como se rasgaba la piel. Cualquier grito que la chica hubiera podido dar fue silenciado al bloquearle la tráquea. No le dio tiempo a defenderse o resistirse. Solo pudo mover las manos, incapaz de actuar.

Los primeros segundos de calidez y vida apenas si los registró, pero pronto se le empezó a aclarar la mente.

El líquido rojo le cubría la cara, las manos y la camisa, pero no le importaba lo más mínimo. Lo único que tenía en la cabeza era el dolor en la espalda y las muñecas, pero este se fue aliviando a la vez que dejaba caer el envase vacío en el suelo. Allí la dejó.

El frío nunca había molestado a los no-muertos, pero el lujo del calor interior que se sentía después de alimentarse era un placer del que nunca se cansaba, sin importar las veces que lo hubiera sentido.

Era el mayor placer que podía recordar, incluso si contaba cuando estaba vivo. Además, eliminaba el hambre, se deshacía de la quemazón de sus heridas y ya no sentía que la fuerza se le fuera del cuerpo.

Saciado y eufórico, casi perdió la noción del tiempo, hasta que un picor nada agradable le corrió por la espalda, por la piel. Había un brillo por encima del horizonte, por el este, al otro lado del océano. Se acercaba el amanecer.

Ratboy voló por el muelle hacia el almacén. Iba a tener que dar muchas explicaciones. Puede que tuviera que mentir un poco también.

 

* * *

 

Leesil había conseguido echar unas cuantas piezas de madera perdidas a la hoguera, pero hizo poco más que lograr que chisporroteara ligeramente el resto de la noche. No podía permitirse beber en aquel momento, así que eso también significaba que no iba a dormir. Tampoco era que pudiera dormir, ya que los eventos de aquella noche habían sido casi tan inquietantes como sus interminables sueños. No era difícil, ya que se necesitaban tres noches sin dormir para que él cayera rendido. Recordó que su madre podía pasarse incluso más tiempo despierta cuando era necesario, por lo que era posible que hubiera heredado esa característica de ella.

Algo de su herencia de elfo de la que ella apenas hablaba.

Chap había vuelto a su personalidad alegre con rapidez, como si nada fuera de lo ordinario hubiera ocurrido. Había encontrado un lugar cómodo en el suelo al lado de su amo y se pasó el resto de la noche lavándose en silencio y echándose cortas siestas, para revolverse con los sonidos del bosque que solo él podía oír.

Leesil estaba sentado en silencio, Magiere dormía en su regazo y el elfo pasó unas cuantas horas en tensión en la oscuridad antes de poder mirar el rostro de su compañera, sin imaginarlo transformado en lo que había visto antes aquella misma noche. Había comprobado que no estuviera herida y por lo que podía ver estaba ilesa. Para cuando fue capaz de mirarla a la cara sin pestañear ya estaba comenzando a amanecer. Debería de haber tenido un buen cardenal azul y negro, y piel rasgada con sangre coagulada en el lado de su cara donde le golpeó el intruso. Lo único que podía ver era un leve moratón en su mejilla izquierda. En lugar de sentir alivio, lo que sintió fue miedo y confusión. Cuando el sol estuvo lo suficientemente alto como para que sintiera su calidez en la espalda, Magiere abrió los ojos.

--¿Estás bien? --le preguntó con calma.

--Sí --le contestó dudosa, después añadió:-- me duele la mandíbula.

--No me sorprende --dijo Leesil. Entonces recordó que no le había pegado en la mandíbula, sino en la mejilla.

Antes de que le pudiera hacer otra pregunta, sintió como se le puso el cuerpo en tensión. Parpadeó con los ojos muy abiertos y lo miró, parecía no darse cuenta de que estaba tumbada en su regazo.

--¿Qué pasa? --preguntó.

--Buena pregunta --le dijo a la vez que levantaba las cejas--. Me gusta esa pregunta. Puede que hasta yo mismo la haga.

Magiere rodó y se sentó lo más rápidamente que pudo sin apoyarse en él, sin dejar de mirarlo fijamente.

--Te desplomaste y empezaste a temblar anoche --le explicó--.

No quería que te congelaras en la noche por estar exhausta.

--No estoy exhausta --dijo entre dientes, enfadada, antes de ponerse en pie.

Se llevó la mano al lado de la cara al instante y se tambaleó un momento donde estaba. Leesil saco su pellejo de vino, una taza de lata de su fardo y la llenó de vino tinto.

--Esto es todo lo que tenemos para el dolor. Bébetelo. Todo.

Magiere casi nunca bebía nada que no fuera agua o té especiado. Cogió la taza con demasiada fuerza y derramó parte de su contenido al suelo. Lo bebió, hizo un gesto de dolor y se frotó la mandíbula. Leesil la observaba con sospechas.

--¿Quieres contarme lo que pasó anoche? --le preguntó.

Magiere negó con la cabeza.

--¿Qué hay que contar?

Leesil se cruzó de brazos.

--Bueno, veamos. Nos atacaron sin razón alguna. Le disparé al intruso y se sacó la flecha como si fuera una astilla. Después actuó como si la mordedura de Chap fuera una herida mortal. Por no mencionar que parecía estar muy sorprendido de que tu espada pudiera hacerle daño. Y luego tú... --Se interrumpió solo un momento, a la espera de una respuesta, pero no la hubo--. Veamos... pérdida de la capacidad de hablar, le diste una patada a un hombre que lo tiró de espaldas más rápido de lo que yo pude ver..., por no mencionar la expresión de maníaca babosa que tenías. ¿Qué crees exactamente que...?

--¡No lo sé! --le gritó.

Magiere se tumbó en el suelo al lado del carro y apoyó la espalda en una rueda. Dejó caer la cabeza hasta que Leesil ya no le pudo ver los ojos, lanzó un suspiro profundo y enfadado. Después un segundo suspiro, débil y pesado.

En todos los años que llevaba con ella, se le habían ocurrido muchas palabras para describir a Magiere adecuadamente, fuerte, de recursos, sin corazón, manipuladora, cuidadosa, pero nunca habría dicho que fuera vulnerable o que estuviera perdida.

--No sé lo que pasó --dijo, casi tan bajo que apenas si lo pudo oír él--. Si te cuento una locura, Leesil, no debes reírte.

--Me tienes en ascuas --dijo él, sin entender por qué de repente en lugar de sentirse más comprensivo se sentía cada vez más enfadado. Puede que fuera por la larga noche con los nervios a flor de piel sin respuestas.

--... Hemos estado demasiado tiempo en el negocio. --Levantó la cabeza, pero no lo miró--. Lo que es real y lo que es falso se está mezclando en mi cabeza. No quiero luchar más... o para nada o... no lo sé. Todo esto puede parar si llevamos una vida en paz y tranquilidad. Llevaremos un negocio honrado, para nosotros y todo esto se irá.

--¿Eso es todo? --La frustración de Leesil alimentaba su ira con rapidez.

--Eso es todo lo que sé. --Por fin lo miró y apartó la vista de él a la vez que negaba con la cabeza--. No sé qué otra cosa podría ser.

Aquello no era ninguna respuesta, era otra evasiva. No le había dicho nada. ¿O sí lo había hecho? El pasado de Leesil había eliminado cualquier deseo de proteger a nadie que no fuera él mismo.

En aquel momento no estaba seguro de si lo que sentía eran deseos de protegerla o si era solo que estaba anonadado. Lo único que sabía era que el comportamiento de Magiere por fin volvía a ser la continencia fría y moderadamente agradable que conocía y en la que confiaba. Puede que fueran los años de vivir en la mentira y los juegos del negocio que hubieran podido con ella. Eso debía de ser desahogo suficiente por el momento. Pero en cuanto que hubiera otra oportunidad, habría más preguntas.

--Está bien --dijo Leesil a la vez que levantaba los brazos y los dejaba caer--. Si no tienes ningún secreto que contarme dejaremos que este sea otro ladrón loco de la carretera. Para mediodía estaremos en Miiska.

--Sí --Magiere esbozó media sonrisa--. Lo suficientemente bueno para una nueva vida.

--Yo prepararé el té --refunfuñó él, mientras se arrodillaba para tratar de avivar los restos de la hoguera. La miró y asintió--. Una nueva vida.

 

* * *

 

Con los primeros rayos del amanecer, Rashed arrastró el cuerpo ensangrentado y débil de Ratboy al salón del sótano y lo tiró contra una pared.

Teesha levantó la vista de su labor de bordado casi alarmada.

--¿Qué pasa?

--¡Míralo! --espetó Rashed.

Ratboy tenía la barbilla y el torso cubiertos de sangre seca. A pesar de que Rashed pensaba que el componente más joven del trío era un arribista impaciente, nunca había pensado que fuera un completo estúpido, hasta aquel momento.

--¡Este mocoso tonto ha dejado a una chica muerta tirada en su propio patio con la garganta abierta!

Teesha se puso en pie y se alisó su suave vestido azul de satén.

Los rizos color chocolate le rebotaron suavemente cuando se acercó a Ratboy, que estaba despatarrado en el suelo contra la pared del fondo de la habitación. Lo miró e inclinó la cabeza levemente conforme su cara iba adquiriendo una expresión de decepción.

--¿Es eso cierto? --preguntó.

--Ya que miras con tanta atención, mírame la espalda --le respondió el sucio golfillo cuando pudo sacar voz--. Eso negruzco no es sangre humana. Es la mía propia. --Mostró sus muñecas--. Y estas cicatrices hace muy poco eran heridas abiertas. ¿Has visto alguna vez que alguno de los nuestros tenga cicatrices?

--Imposible --siseó Rashed. Sin embargo sí que arrugó la frente cuando se inclinó sobre él para examinarlo de cerca. Los antebrazos de Ratboy estaban cubiertos de cortes blancos irregulares que parecían marcas de dientes--. ¿Cómo?

--¡Esa cazadora! --le gritó Ratboy frustrado--. Es una cazadora de verdad. He visto a muy pocos de nuestra propia clase que se muevan tan rápido y su espada me cortó la espalda como si fuera carne viva.

--Tonterías --le dijo Rashed con abierto desagrado a la vez que retrocedía--. La charlatana usó sus ahorros para comprarse una espada guardiana, eso es todo. Es obvio que tú te lanzaste con tu ingenua confianza y fallaste. Te cortaste por tu propia temeridad y huiste corriendo como un cobarde. Y para empeorar las cosas aún más no te molestaste en pensar en nosotros, ¿no? En lugar de volver aquí para enfrentarte al lento proceso de cicatrización, consumiste a una chica hasta matarla a no más de veinte casas de la tuya propia, y dejaste allí su cuerpo para aterrorizar a todo el pueblo.

A Ratboy se le abrió la boca como si las acusaciones de Rashed fueran demasiado injustas como para defenderse.

--¡Pero tengo cicatrices!

Rashed se paró solo un segundo y después se dio la vuelta asqueado.

--Tú lo mandaste --le dijo Teesha con suavidad, con los ojos medio cerrados y las cejas levantadas como para repartir la culpa bien. Su pequeña boca roja se puso en una posición de castigo--. No tiene la suficiente experiencia para luchar contra una cazadora, ya sea una charlatana o sea una cazadora legítima, y tú lo sabes. Y ninguno de nosotros tenía la certidumbre de si era falsa o auténtica. Tendrías que haberte ocupado de eso...

Si Ratboy hubiera hecho tal comentario, Rashed lo habría zarandeado como a una muñeca de trapo, pero las palabras de Teesha sonaban a realidad. El jefe alto volvió a mirar a Ratboy, pero no continuó su ataque.

--¿Cuándo llegará al pueblo? --preguntó Rashed.

Todavía petulante, Ratboy le respondió:

--A alguna hora del día de hoy. Viaja con un medio elfo y... ese perro. --Se giró hacia Teesha--. Edwan tenía razón acerca del perro.

Sus dientes me quemaban. ¡Yo no estaba preparado! Si lo hubiera sabido, podría haber ganado. Le hubiera roto el cuello al perro en el primer abrir y cerrar de ojos.

Las rosas de cera titilaban a su alrededor y Teesha le dio una palmadita en el hombro a Ratboy.

--Necesitamos bajar a las cavernas y dormir un poco. Quítate esos harapos y déjame verte la espalda. Te buscaré otra camisa.

Las atenciones de Teesha se llevaron toda la ira del rostro de Ratboy y se permitió a sí mismo que lo llevaran, como un cachorrillo.

Rashed, a sus espaldas, frunció el ceño. Las heridas de Ratboy eran culpa del propio chaval. Cicatrices o no, la amabilidad maternal de Teesha no hacía más que alentar más dejadez por su parte.

Aquella sanguijuela de golfillo debería dormir toda la noche con su propia sangre reseca.

Pero, por el momento, tales pensamientos insignificantes eran preocupaciones menores. Rashed había construido aquel hogar de la nada. Su pequeña familia tenía una riqueza y una seguridad razonable como las que los muertos nobles consiguen después de muchos años de manipulación y planificación. Mientras él dormía durante el día, una cazadora, charlatana o no, iba a ir allí a quitarles todo. Había que deshacerse de ella con rapidez y sin hacer nada de ruido. Teesha tenía razón. Tenía que haberse ocupado de aquel asunto él mismo.

Rashed empezó a soplar las velas para apagarlas, una a una.

Ya no era posible mantener aquella situación alejada de Miiska. Parko, su hermano fallecido, tenía que haber dejado escapar alguna información antes de morir, porque si no, ¿por qué iba a dirigirse hacia allí una cazadora? No había duda de que iba en busca de ellos tres.

Entonces esperaría, puede que una noche o dos, y así le permitiría que se pusiera cómoda. Y después se ocuparía de ella personalmente.