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Sin saber qué hacer, Ellinwood abandonó El León Marino y se apresuró hacia su hogar en La Rosa de Terciopelo. Necesitaba pensar, y pensaba mejor en casa.
Una vez estuvo cómodamente instalado en sus lujosos aposentos con la puerta cerrada, dejó aflorar el pánico. ¿Qué iba a hacer? Lo primero que se le ocurrió fue vender los hermosos muebles que tenía a su alrededor. Pero entonces se acordó de que no eran suyos. Todo era propiedad de La Rosa de Terciopelo. Poseía poco más que las lujosas y caras ropas que cubrían su cuerpo, las que tenía en el armario, una espada que no había usado prácticamente nunca y algunos objetos personales como peines de plata y botellas de colonia de cristal.
Rashed se había ido, y ya no tendría más beneficios del negocio del almacén.
Su propia imagen lo miraba desde el espejo ovalado con marco de plata, y parte del pánico desapareció. Tenía buen porte con su terciopelo verde. Por supuesto que alguna gente pensaba que era demasiado grande, pero era el tipo de gente a la que los hombres de gran altura los hacían sentir intimidados. Él había dominado Miiska durante años. Podría capear el temporal al que se enfrentaba.
Caminó hasta el armario de madera de cerezo, abrió la llave del primer cajón y miró en su interior. Rashed no lo había dejado sin blanca, y él no se había gastado todavía todos sus beneficios. La verdad era que si se racionaba un poco el dinero para el opio y el whisky especiado podría seguir manteniéndose cómodamente durante puede que medio año.
Entonces se le ocurrió algo. Su acuerdo con Rashed no era algo tan especial. Después de todo, como agente de Miiska, sabía muchas cosas. Hacía muy poco había descubierto que la mujer de uno de los más importantes mercaderes de Miiska lo estaba traicionando con un patrón de caravanas que iba al pueblo cada seis meses. ¿Cuánto estaría dispuesta a pagarle para que le guardara el secreto? Y Devon, uno de los miembros del consejo, había usado una gran suma procedente de los fondos de la comunidad del pueblo, de los impuestos, para pagar sus deudas de juego no hacía mucho tiempo.
La mente de Ellinwood empezó a ir muy deprisa. No hacía falta tener miedo. Cuando la gente poderosa tenía secretos, pagaría bien por su silencio. Sabía exactamente lo que tenía que hacer.
Pero todavía no.
Primero cambiaría de estrategia con el problema de Magiere y se desharía en elogios hacia ella. Le ofrecería su apoyo total e incondicional ahora que ya no quedaba nada que hacer, y volvería a ganarse la lealtad y confianza de sus guardias. Por el momento, su posición era un poco débil. Durante varios meses se convertiría en el agente ideal, antes de meterse de lleno en la extorsión silenciosa. Al final, tendría que cambiar muy pocas cosas en su juego, a excepción del nombre de los jugadores.
Ellinwood se sentía más seguro y más contento, abrió el cajón de debajo de su armario y sacó el opio y el whisky de especias. Nunca antes se había permitido hacerlo por la mañana, pero aquel era un día especial. Necesitaba sentirse reconfortado.
Pronto su copa de cristal tallado estaba llena y él se encontraba sentado en su sillón listo para beber.
El día se le pasó muy rápido.
* * *
Teesha fue la primera en moverse e incorporarse aquella noche, con una sensación de desorientación. Entonces, las imágenes de la noche anterior inundaron su mente, y recordó cómo Rashed la había acomodado en la barriga del viejo barco.
El aún estaba dormido a su lado. Le tocó el hombro.
--Rashed, despierta.
Sus ojos transparentes se abrieron. Tan solo un relámpago de confusión se cruzó por sus facciones perfectas, tan rápido que ella casi no se dio cuenta, y luego, él también se incorporó, con el aspecto de un capitán competente. Teesha había hecho bien en elegirlo como cabeza de su pequeña familia. Pero, podía tener tanta voluntad, demasiada. Era irónico que aquella virtud fuera también su única debilidad. Ahora ella se enfrentaba con la dificultad de manipularlo para que se marcharan de nuevo. La primera vez no había sido fácil.
--¿Cómo te encuentras? --le preguntó Rashed.
--No me vendría mal algo de hilo y aguja. --Teesha le sonrió.
Él nunca le devolvía la sonrisa, pero ella sabía que los cumplidos por su parte siempre lo tranquilizaban. Además, de alguna manera a ella le reconfortaba reconfortarlo a él.
Teesha examinó lo que los rodeaba, se encontraba más alerta de lo que lo estaba la noche anterior. Aparentemente, Rashed se había encontrado aquel barco una noche mientras exploraba los alrededores. La tripulación no debió de poder liberarlo, porque sencillamente lo habían dejado allí, y ahora los árboles, arbustos y musgos casi ocultaban su existencia por completo. Las tablas de la cubierta eran viejas, pero estaban intactas, y no pasaba nada de luz a través de ellas que les pudiera quemar. Eran un lugar tan seguro como pudiera esperarse.
Rashed se acercó a Ratboy y lo zarandeó.
--Despierta. Tenemos que irnos.
De los tres, Ratboy seguía pareciendo el más débil y el que menos se había curado. A pesar de que la mayoría de los mordiscos del perro le habían cicatrizado, la mezcla de agua de ajo y fuego se había cobrado su precio. Iba a necesitar alimentarse muy pronto de nuevo.
--¿A dónde vamos? --le preguntó Teesha a Rashed.
--De vuelta al almacén.
--¿Qué? ¿Por qué?
--Porque no tenemos nada, y no sabemos si se quemó entero
--dijo Rashed--. ¿Qué pasa si los trabajadores del muelle apagaron el fuego? Tal y como estamos ninguno de nosotros podría mezclarse con el gentío de manera segura. Necesitamos ropa y armas. Todo estaba en el almacén.
Teesha negó con la cabeza.
--Es demasiado peligroso. Puede que haya guardias investigando. Deberíamos marcharnos esta noche. Ya sé que es arriesgado, pero podemos alimentarnos mientras viajamos y robar lo que necesitemos por el camino. Después de pasar por un par de casas deberíamos de ir ya adecuadamente preparados, si no bien del todo.
Ratboy se esforzó por ponerse en pie.
--Yo estoy de acuerdo.
--Los guardias no son nada para nosotros --dijo Rashed.
--Si desaparecemos, todo el pueblo pensará que estamos muertos --insistió Teesha--. La cazadora nos dejará en paz.
Por primera vez que ella recordara, Rashed le contestó enfadado.
--¡Solo dejará de perseguirnos si está enterrada en una tumba!
Hasta Ratboy se sorprendió por aquel ataque de ira y se movió incómodo. Rashed abrió de golpe la trampilla.
--Vamos. Tenemos que ver qué le ha pasado al almacén.
Teesha no estaba enfadada. Nunca podría enfadarse con Rashed, pero su comportamiento la alteró. Ella quería que él se marchara de aquella ciudad y se alejara de la cazadora. No quería que se le volviera a acercar la espada de la cazadora.
Los tres deberían marcharse en silencio, sin hacer ruido. Ese era el curso natural de las cosas. Sin embargo, era él quien estaba al mando y ella sin duda alguna había colaborado para ponerlo en aquella posición.
Con pocas opciones más, Teesha y Ratboy siguieron a Rashed fuera del barco.
A pesar de que para Ratboy era prácticamente imposible sentir lástima o pena por Rashed, mientras estaban allí de pie, mirando los restos carbonizados del que había sido su hogar, se dio cuenta levemente de que lo que él sentía era una pequeña parte del sentimiento de pérdida y de la ira que sentía el guerrero, que miraba con gesto inexpresivo.
No quedaba nada. Los tres estaban escondidos detrás de un enorme cajón medio quemado, pero la estructura del almacén se había quemado completamente de dentro a fuera, lo que había hecho que las vigas de sujeción cedieran hacia dentro. Era muy probable que los túneles subterráneos ya no existieran. Si Rashed no hubiera previsto el túnel hasta la playa, los tres estarían sepultados bajo una pila de tierra y vigas. O quemados en cenizas también.
Y allí estaba el dilema de Ratboy.
Todo dentro de Ratboy le gritaba que Teesha tenía razón.
Debían abandonar Miiska aquella misma noche, arriesgarse con la carretera, matar y abastecerse por el camino. Sin embargo, por mucho que odiara la arrogancia de los modales de Rashed, el autoproclamado líder del grupo siempre estaba un paso por delante cuando se trataba de supervivencia.
La cuestión aquí era la motivación. Rashed afirmaba que la seguridad duradera solo se podía lograr si se destruía a la cazadora.
Si eso era cierto, Ratboy se quedaría y lucharía. Pero aquella noche, Rashed parecía menos racional que de costumbre. En realidad, parecía estar movido por la más pura venganza. La venganza era un lujo. A Ratboy no le interesaban los lujos.
¿Y que impulsaba a Teesha a marcharse? ¿Era un sensato deseo de sobrevivir o era algún deseo perverso para mantener a Rashed alejado de más combates con aquella cazadora? Ratboy pensaba que a veces él la entendía mucho mejor de lo que lo hacía Rashed. El líder veía a Teesha como una criatura adorable a la que había que proteger, como el frágil corazón de aquella pequeña familia.
Ratboy sabía que Teesha tenía la capacidad de que los demás le importaran, y hasta de amar, pero ella siempre había estado gobernada por sus propios deseos y pasiones, y sabía cómo trabajarse a Rashed como si fuera su propio y personal soldadito de juguete a tamaño natural.
Sin embargo, últimamente era muy difícil evaluar sus acciones.
Ratboy sospechaba que los sentimientos de Teesha hacia Rashed empezaban a superar sus propios instintos de supervivencia.
Además, a pesar de todo el resentimiento que sentía hacia Rashed, también reconocía que era muy útil para otras cosas. Y
Ratboy sabía muy bien que no quería estar solo. Resolver problemas no era uno de sus puntos fuertes. Quería seguir el camino que parara la vendetta de la cazadora y les permitiera seguir con sus existencias.
Pero, ¿cuál era ese camino? ¿Luchar o huir?
Del mar entraba un aire fresco que hacía que el polvo de las ruinas quemadas se levantara y se alejara.
--¡Oh, Rashed! --dijo Teesha con genuino arrepentimiento al tiempo que miraba lo que quedaba de su hogar--. Lo siento mucho.
Se acercó a él y le tocó el hombro con suavidad para reconfortarlo. Rashed no se movió ni le reconoció el gesto.
--Bueno, aquí no vamos a encontrar nada de valor --dijo Ratboy con sensatez--. ¿Cazamos, huimos o nos ponemos a seguir a los cazadores? Yo creo que deberíamos ponernos de acuerdo acerca de lo que vamos a hacer antes de ponernos en marcha.
Teesha le sonrió agradecida. Cada vez estaba más claro que le preocupaba el estado mental de Rashed. En realidad, Ratboy también estaba empezando a preocuparse.
--Sois tontos los dos si buscáis que él tome las decisiones --dijo una voz profunda.
Edwan apareció junto a Teesha con su habitual terrorífico aspecto. A pesar de que a Ratboy la macabra apariencia del fantasma no lo intranquilizaba especialmente, nunca había aprendido a verlo como nada más que una aberración irregularmente útil.
Aquella era la noche de las nuevas expresiones. Teesha casi frunció el ceño.
--Mi amor --le dijo a Edwan--. Estamos en malas condiciones esta noche. Desearía que intentaras ser útil.
--La cazadora no es ninguna charlatana --le respondió enfadado, se le movía el largo pelo amarillo mientras movía la cabeza hacia si mujer--. Ella es una Dhampir, ha nacido para matar a los de vuestra clase. No la podréis vencer. Si os quedáis aquí, moriréis la muerte auténtica y os uniréis a mí.
Rashed se alejó por fin del almacén quemado.
--¿Cómo lo sabes? --le preguntó al fantasma--. Cada vez que hablamos contigo tienes noticias peores o más trágicas.
--Hay un extraño que vive en La Rosa de Terciopelo. Sabe muchas cosas. Lo oí hablar con ella. --Las palabras de Edwan fallaban cada vez más, Ratboy sabía que la comunicación a nivel físico le estaba siendo más difícil al fantasma cada año--. Es fuerte, no como los otros. Hay algo en él...
--Entonces, ¿cómo de malherida está la cazadora? --le preguntó Rashed sin rodeos.
--No lo está en absoluto --le respondió Edwan--. El medio elfo le dio su sangre a beber y se curó como cualquiera de vosotros.
Rashed negó con la cabeza casi con tristeza.
--Tantos años en este reino te están afectando. Los dhampires solo existen en las historias. ¿Descendencia de un vampiro y un mortal? Los de nuestra clase no pueden procrear. Ya lo sabes.
Ratboy no estaba tan seguro.
--Corische solía hablar conmigo cuando se ponía de mal humor, y su tema favorito siempre eran nuestros puntos débiles y nuestros puntos fuertes, nuestras habilidades. Una vez me contó que a nuestros cuerpos les lleva un poco de tiempo alterarse por completo.
No sé por qué. Pero me dijo que durante los primeros días después de haberse convertido, era todavía posible que un no muerto concibiera o creara un hijo.
--Esto no lleva a ninguna parte. --Rashed hizo un gesto con la mano como de menospreciar lo que había dicho, como si apartara a un insecto molesto--. Si es algo más que humana, entonces aumenta la necesidad de matarla, no se reduce.
--Bien, entonces, mi señor --dijo Ratboy arrastrando las palabras--, puede que tengamos que probar con una táctica diferente.
Entre los dos la habríamos matado anoche si no hubiera sido por el medio elfo, el herrero y el puñetero perro. Nadie de este pueblo la ayudaría. Si la aislamos de cualquier posible ayuda, estará sola.
Teesha asintió, su cara mostraba gran vehemencia. Ratboy podía verle un poco de su blanco y suave estómago a través del corte en su vestido rojo.
--Sí, Rashed --dijo Teesha--. Si matamos a sus amigos primero y la destruimos después, ¿nos sacarás de aquí luego? ¿Podemos reconstruir nuestra vida en otro lugar?
La voz de Rashed se suavizó y se adelantó un paso para ponerse detrás de su diminuto cuerpo.
--Por supuesto. No nos podemos quedar en Miiska.
--Un cara a cara es la única manera --interrumpió Ratboy--. Hay menos posibilidades de ser visto.
--Vale entonces --dijo Teesha casi contenta--. Yo me ocuparé del herrero... no, Edwan, no te preocupes. Vive solo. Le cantaré para que tenga dulces sueños antes de que se dé cuenta de lo que está pasando.
--Yo me ocuparé del medio elfo --dijo Ratboy resignado--. Puedo usar al perro para atraerlo y que se quede solo. Aunque para ocuparme del perro puede que necesite algo vil y mortal como una ballesta. --Sonrió--. O puede que un hacha.
--¿Estáis seguros los dos? --preguntó Rashed--. Ya sé que solo son mortales, pero no intentéis nada a no ser que podáis quedaros a solas con el herrero o con el medio elfo.
--No seas tan protector --le respondió Teesha--. Sé cómo controlar a un mortal.
Ratboy pensó que aquello era muy cierto. También sabía cómo controlar a los inmortales.
Rashed quería la sangre de la cazadora aquella misma noche, pero Ratboy sabía que aquel nuevo plan tenía sentido.
--Decidido entonces --dijo el alto no muerto, más para sí mismo que para nadie--. Sus amigos mueren ahora y la seguimos mañana.
Después seremos libres para marcharnos.
Edwan observó aquella conversación entera en silencio, pero de su figura salía un frío que preocupaba a Ratboy, que nunca sentía el frío.
--¿Y qué vamos a hacer mientras ellos dos salen a matar a los seguidores de la cazadora? --le preguntó el fantasma a Rashed.
Rashed dio un paso atrás con tranquila determinación.
--Solo hay un agujero en el casco de ese barco. Por lo demás, está intacto. Voy a intentar arreglarlo y empujarlo fuera de la tierra.
* * *
Àl principio Magiere encontró la idea de servir a los clientes de El León Marino aquella noche algo absurda. No podía creerse que Leesil hubiera anunciado aquello públicamente.
Caleb preparó con rapidez un caldo de añojo y Leesil trajo pan de la panadería de Karlin. Intentaron acostar al convaleciente Chap en la cama de Leesil y cerrar la puerta del dormitorio, pero gimió y dio golpes con las patas a la puerta hasta que Magiere cedió y lo bajó de nuevo. Todas sus heridas estaban casi cicatrizadas, pero todavía se movía despacio y con cuidado. Mientras que estuviera tumbado junto a la chimenea e hiciera como si vigilara, podía quedarse en el salón principal con los demás.
Una vez que la gente empezó a llegar a beber cerveza y hablar, se le levantó el ánimo un poquito. Leesil tenía razón, otra vez. La posada se había convertido en un lugar lleno de vida, comida y charlas. Había pasado demasiado tiempo con la muerte últimamente.
La clientela era un poco diferente. Había menos trabajadores del muelle, pero más tenderos y vendedores ambulantes cruzaron la puerta y se saludaron a gritos. Por supuesto que siempre podía contar con gran variedad de marineros. Algunas mujeres de pescadores hicieron un poco de escándalo con las heridas en la cara de Leesil, y terminó recibiendo atención como para bañarse en ella.
Magiere servía jarras de cerveza y copas de vino, las nuevas copas de cristal habían sido un regalo de algunos de los habitantes del pueblo. Leesil ayudó a Caleb a servir sopa hasta que la gente de la cena se hubo saciado y después empezó un escandaloso juego de faro. Demasiado escandaloso para el gusto de Magiere, pero la mitad de la sala se alternaba en las sillas de jugadores, mientras la otra gritaba o maldecía su suerte con las cartas.
Algo en el aire parecía casi una fiesta de la cosecha. A pesar de que Magiere no podía participar, un esperado, y en parte deseado, sentimiento de satisfacción empezó a eliminar la culpabilidad y el horror que había sentido aquella misma tarde cuando Geoffry y Aria intentaron pagarle. Miiska era su hogar ahora. De manera intencionada o no, Leesil y ella habían hecho algo para protegerla.
Aquel pensamiento le hizo levantar la cabeza del barril de cerveza para mirar a la única persona que no estaba de celebración: Brenden.
Se había quedado allí todo el día con el pretexto de ayudar a organizar la taberna, pero Magiere tenía la sensación de que sencillamente no se quería ir a casa. Ahora estaba sentado en solitario, bebía y alguna vez asentía y sonreía cuando alguien le hablaba. Pero en el momento que volvía a estar solo, ella veía como la tristeza embargaba a su persona. Para entonces ya estaba limpio, llevaba una camisa de manga larga blanca y bombachos marrones.
Sin el delantal de cuero de herrero parecía más vulnerable, de alguna manera. Magiere quería reconfortarlo, pero no sabía cómo hacerlo.
Magiere llevaba el ajustado vestido azul oscuro con encaje que la tía Bieja le había dado tantos años atrás. Como Leesil le había señalado aquella mañana, sus ropas habituales estaban destrozadas y no tenían arreglo. Se había mandado hacer unas nuevas por Baltasar, un sastre del pueblo, pero por el momento, se las tendría que apañar con aquel vestido. Por otro lado, cuando Leesil lo veía le hacía sonreír.
Eso se lo debía, por lo menos, e intentaba devolverle sus miradas. A pesar de todo, cuando lo miraba, un recuerdo a medias de su blanca piel y su brazo sangrante le venía a la memoria.
La puerta se abrió otra vez. Karlin el panadero, Geoffry y Aria entraron con un coro de saludos y alegría. Los dos jóvenes fueron a mirar en la mesa de faro, y Karlin prácticamente se acercó bailando a la barra.
--Estás preciosa --le dijo sonriente.
--Tú también --bromeó ella.
--Ponme una enorme jarra de cerveza. Casi nunca bebo, pero esta noche es diferente.
--¿Y eso por qué? --le preguntó a la vez que se preguntaba a sí misma si de verdad quería hablar de ello.
--Ya lo sabes bien. Nuestro pueblo está seguro. Las calles están seguras. Nuestros hijos están seguros. Creo que voy a beber hasta el amanecer.
Por mucho que los pensamientos de Magiere se dirigían a rincones más oscuros, la alegría del feliz panadero era contagiosa.
--Voy a necesitar un suministro regular de pan, si puedes proporcionármelo --dijo ella--. Al menos por un tiempo.
Karlin asintió con su redonda cara brillante.
--Tengo una idea mejor. El padre de Aria es el zapatero del pueblo. Tiene un buen negocio, pero hay cinco hijos en la familia y todos le ayudan todo lo que pueden. La chica es buena cocinera.
Pensé que igual querrías darle trabajo ahora que... bueno, ahora que Beth-rae ya no está. --Magiere se dio cuenta de que una de las cosas que más le gustaban de Karlin era su habilidad para hablar de la verdad sin parecer grosero o insensible.
--¿Ella está interesada?
--Sí, hablamos del arreglo en el camino de vuelta.
Magiere asintió.
--Hablaré con ella después. --Hizo una pausa e intentó aparentar despreocupación--. ¿Por qué no vas a ver a Brenden? Por lo que veo está allí sentado solo.
Karlin cogió su jarra.
--Eso es lo que voy a hacer.
Y la noche siguió su curso.
Los habitantes de Miiska se quedaron hasta tarde. Magiere no había hablado con Caleb de nada que no estuviera relacionado con el negocio. Se sentía avergonzada porque habían sacado el cuerpo de Beth-rae de la cocina hacía un día o dos y lo habían enterrado, pero no sabía ni cuándo ni dónde. Tendría que preguntarlo después, cuando el momento fuera más propicio y lo permitiera. Iría con Leesil y le presentarían sus respetos finales. El necesitaba hacerlo tanto o más que ella. Y ella misma se ocuparía de que le llevaran flores a su tumba regularmente.
La pequeña Rose estaba sentada junto a Chap al lado de la chimenea. Parecía estar completamente despierta y llevaba su habitual vestido de muselina. El cabello rubio y rizado le colgaba desordenado y despeinado. Magiere no tenía el corazón para mandarla arriba.
En algún momento, cuando pasó la medianoche, cuando solo quedaban unos cuantos clientes, Leesil se puso en pie y anunció que era hora de cerrar. Lo que hizo le sorprendió un poco, pero le ayudó a convencer de buenas maneras a los últimos festejantes, menos a Brenden.
--Menuda noche --exclamó el medio elfo mientras cerraba la puerta--. Estoy que me caigo.
El enorme salón principal parecía vacio y demasiado silencioso entonces. Magiere oyó cómo crepitaba el fuego y se dio la vuelta, para ver a Rose tumbada y dormida sobre la alfombra trenzada junto a Chap, que tenía la nariz metida en la nuca de la niña. Casi fue a despertarla, pero se lo pensó mejor. Deja que la niña descanse ahí.
Leesil la puede subir después.
Brenden se puso en pie.
--Bueno, yo también tendría que irme. Necesitáis dormir.
--Te acompañaré a casa --dijo Leesil--. Solo déjame recoger las cartas. Deberías ver los beneficios, Magiere. Todos estaban de tan buen humor que los desplumé un poquito.
--Creía que estabas cansado --dijo Brenden--. No hace falta que vengas conmigo.
--El aire me vendrá bien. Esto está un poco cargado.
Magiere conocía a Leesil demasiado bien como para creerse que necesitara algo de aire fresco. Debía de haber estado observando el estado de ánimo de Brenden también.
--Id los dos --dijo Magiere--. Ya limpiaremos esto por la mañana.
Brenden la miró sin poder hacer nada, como si quisiera decir algo, pero entonces se dio la vuelta y salió por la puerta.
Cuando Leesil siguió al herrero, se detuvo en la puerta.
--No tardaré --le dijo.
Magiere apenas si asintió y cerró la puerta. Se quedó a solas con Caleb.
Encontró al anciano en la cocina, estaba limpiando la cacerola de los guisos en silencio.
--Deje eso --dijo ella--. ¿Quiere que lleve a Rose arriba?
--No, señorita --le respondió. Su expresión siempre era calmada y serena--. Yo puedo llevarla. Usted debería descansar.
--¿Está bien? --le preguntó, con un deseo poco habitual de obtener una respuesta sincera.
--Lo estaré --dijo él--. Sabe que la mayoría de la gente del pueblo le está agradecida, ¿no? No importa a qué precio.
--Sí, agradecida --repitió ella--. Los desesperados siempre están agradecidos.
Caleb la miró socarronamente, pero no dijo nada.
--¿Cuánta gente sabía, sabía de verdad, que el pueblo estaba albergando a una banda de no-muertos? --le preguntó--. Y, ¿cómo lo sabían? ¿Cómo lo sabía usted?
De nuevo, parecía desconcertado por sus palabras.
--La gente no desaparece porque sí en un pueblo del tamaño de Miiska, especialmente gente como mi hija o como el señor Dunction.
Antes de que usted viniera, de vez en cuando aparecía un cuerpo con agujeros en el cuello o la garganta. No pasaba muy a menudo. A veces pasaba toda una estación o dos entre uno y otro. Pero los rumores viajan rápido. Yo creo que la mayoría de los habitantes del pueblo pensaban que sucedía algo antinatural aquí. ¿No era así en los pueblos a los que usted sirvió en el pasado?
Las limpias arrugas de su envejecido rostro le llegaron al corazón. Nunca había tenido un padre con el que hablar y de repente la embargó el deseo de contarle todo a Caleb. Pero sabía que si lo hacía lo único que conseguiría sería hacerle aún más daño. Su mujer estaba muerta y él creía que su sacrificio había servido para ayudar a la «gran cazadora de no-muertos». Necesitaba creer que la muerte de Beth-rae había sido un sacrificio que había merecido la pena a cambio de la libertad de Miiska para que nadie más tuviera que soportar la desaparición de una hija o la pérdida de una esposa. Magiere no iba a ser tan egoísta como para destruir su ilusión para limpiar su propia conciencia.
--Sí --dijo ella--. Pero para mí se ha terminado, Caleb. Ahora solo quiero llevar la taberna contigo y con Leesil.
Un leve golpe de aire les llegó cuando la puerta de la cocina se abrió de golpe.
--¿Terminado? --dijo una voz casi enfadada desde el umbral de la puerta--. ¿Y exactamente por qué crees eso?
Welstiel entró como un señor que invade la casa de uno de sus campesinos en su dominio. Vestido y acicalado como siempre, su impresionante semblante se veía preocupado, casi agitado.
--Caleb --dijo Magiere--. Lleva a Rose arriba.
El anciano titubeó, pero después abandonó la cocina.
--¿Qué estás haciendo aquí? --le preguntó a su nuevo visitante.
De alguna manera, aquel parecía un lugar extraño para mantener una conversación con Welstiel, allí de pie entre cacerolas, sartenes y cebollas secas que colgaban de la pared. A pesar de que habían hablado en el patio de Brenden, ella ya siempre lo veía como parte de su excéntrica habitación en La Rosa de Terciopelo, rodeado de libros y esferas. La cocina estaba iluminada solamente por dos pequeñas velas y una lámpara. Las sienes blancas de su cabello destacaban con viveza.
--Solo me pregunto si eres tan tonta como todos los otros simples de este pueblo --le respondió con voz dura y profunda--.
Esperaba que estuvieras planeando tus siguientes movimientos, pero tú te has pasado la noche sirviendo cerveza y celebrando una victoria imaginaria.
--¿De qué estás hablando? --le preguntó Magiere--. Estoy cansada de tus pequeños misterios y observaciones a medias.
--¿Cómo has podido creer que los vampiros habían sido destruidos? ¿Has visto los cuerpos? ¿Has contado los eliminados?
Un frío cosquilleo de miedo le recorrió la columna.
--Leesil quemó el almacén, y se hundió. Nada puede haber sobrevivido a eso.
--¡Eres una Dhampir! --dijo enfadado--. Recibiste una herida fatal anoche, pero ahora estás aquí otra vez, entera. Sus cuerpos se curan incluso más rápido que el tuyo. Son como las cucarachas negras que hay debajo de estos tablones del suelo. --Se acercó a ella--.
Imagínate todo lo que pueden soportar.
Magiere se inclinó hacia delante y se agarró a la antigua mesa de roble en la que Beth-rae había cortado verduras cuando vivía.
Sintió como le pesaba el cansancio hasta que se tuvo que sentar en un taburete. Aquello no podía estar sucediendo. Todo debería haber terminado.
--Puede que no haya visto los cuerpos, pero tú tampoco has visto a ningún no muerto vagando por la calles. ¿Lo has visto acaso?
La piel de las mejillas de Welstiel se estiró hacia atrás.
--Cuida de tus amigos.
Welstiel se dio la vuelta rápidamente y desapareció por la puerta al adentrarse en la oscuridad.
--¡Espera! --le gritó Magiere.
Magiere corrió tras él por la puerta de la cocina, pero la parte de atrás de la taberna daba al bosque que había entre el edificio y el mar y estaba vacía. En un momento de total claridad solo pensó una cosa.
--Leesil.
Magiere regresó corriendo por la cocina, fue a la barra y cogió su cimitarra.
* * *
Mientras Brenden y Leesil bajaban en silencio por las calles de Miiska, Brenden se maravillaba de cuán contradictorio era el medio elfo: en un momento era un frío guerrero y al siguiente era mamá pato.
Leesil llevaba un pañuelo verde en la cabeza que le tapaba las orejas ligeramente puntiagudas. Ahora parecía un humano delgado con los ojos ligeramente rasgados y de color ámbar. Brenden se preguntó acerca del pañuelo.
--¿Por qué a veces te pones eso? --le preguntó a la vez que le señalaba la cabeza a Leesil.
--¿Llevar el qué? --dijo el medio elfo. Después se tocó la frente--. ¡Ah, esto! Antes lo llevaba todo el tiempo. Cuando Magiere y yo estábamos en el nego..., cuando cazábamos no nos gustaba llamar la atención. Ella pensaba que era mejor pasar desapercibido hasta que cogiéramos un trabajo. No hay muchos de mi clase por aquí ni en Stravina, así que mantenía mis orejas a cubierto. Aquí no importa, pero es difícil acabar con las costumbres. Además, me quita el pelo de la cara.
Por el camino hablaron de cosas simples y nimias. A excepción de un par de marineros borrachos, y algún guardia aquí y allá que estaban patrullando las calles abiertamente, no había nadie por allí.
Pronto los dos llegaron cerca de la casa de Brenden.
Leesil por fin le preguntó:
--¿Estás bien?
Responder aquella pregunta era muy difícil para Brenden, pero no deseaba herir a su amigo.
--Después de la muerte de mi hermana, estaba tan enfadado por la conducta de Ellinwood, que la ira me consumía. Después viniste tú.
Mientras estábamos buscando, luchando y buscando venganza, tenía una sensación de propósito. Ahora que todo ha terminado, siento que debería enterrar a Eliza... y empezar a llorarla. Pero ella ya está en su tumba. No sé lo que hacer.
Leesil asintió.
--Ya lo sé. Creo que lo he sabido todo el día. --Hizo una pausa--.
Escúchame. Mañana, te vas a levantar y vas a ir a visitar la tumba de Eliza y te vas a despedir. Después, vas a venir aquí, vas a abrir tu tienda de herrería y vas a trabajar todo el día. Por la noche, vas a venir a El León Marino, vas a cenar y vas a hablar con los amigos. Te juro que después de unos días así el mundo volverá a tener sentido.
Brenden se atragantó una vez y miró para otro lado.
--Gracias --le dijo, necesitaba decir algo, lo que fuera--. Te veré mañana por la noche.
El medio elfo ya se estaba alejando calle abajo como si tampoco encontrara las palabras adecuadas.
--Si te quedas sin caballos a los que calzar, me puedes ayudar a arreglar el puñetero tejado.
Brenden observó los largos pasos de su amigo hasta que desapareció al doblar una esquina y entonces él entró en su pequeña y vacía casita. Solo le quedaban algunos muebles y piezas decorativas, ya que había empaquetado y guardado las cosas de Eliza. Era demasiado doloroso ver sus cosas cada día. Una vela que había hecho el verano anterior seguía sobre la mesa, sin embargo no la encendió, prefirió desvestirse en la oscuridad. Cuando comenzaba a sacarse la camisa, las hermosas notas de una canción sin palabras entraron por la ventana y llegaron hasta sus oídos.
¿Había alguien cantando fuera?
Caminó hasta la ventana de la parte de atrás y miró fuera. Al lado de la pila de madera había una mujer que estaba de pie. Llevaba un vestido de terciopelo hecho jirones. Los rizos del color del café de Portsmith le llegaban hasta la pequeña cintura. Le parecía vagamente familiar. De su diminuta boca salía una música dulce. Algo le dijo que se quedara dentro de la casa, pero una tremenda urgencia y una enorme añoranza tiraron de él. Salió por la puerta de atrás, cruzó el porche y llegó al patio.
Se acercó muy despacio a aquel rostro sereno y vio que sus blancas manos eran como las de un niño. Pero el apretado corpiño de encaje de su vestido y sus pechos redondeados probaban que era una mujer. Como tenía el rostro de una muñeca de porcelana, Brenden era incapaz de decir cuál sería su edad.
--¿Te has perdido? --le preguntó Brenden--. ¿Necesitas ayuda?
Ella dejó de cantar y sonrió.
--Me he perdido y estoy sola. Mira la tristeza que hay en mis ojos.
Él miró fijamente sus ojos oscuros y ovalados, y se olvidó de dónde estaba. Se olvidó de cómo se llamaba.
--Ven a sentarte conmigo --le pidió.
Él se agachó junto a ella y se apoyó en el montón de madera. Su estructura ósea era tan fina que le daba miedo tocarla, pero ella apoyó la cabeza en su hombro con satisfacción.
--Tan dulce --le susurró--. Tú nunca me harías daño, ¿verdad?.
--No --le respondió él--. Yo nunca te haría daño.
Ella giró su boca hacia la de él y su mano le tocó el pelo de la nuca.
--Sí, sí que lo harías.
Brenden notó como un hueso sólido lo sujetaba y ella le mordió con fuerza y profundamente la garganta.
No, ella no lo mordía, lo besaba y él quería que siguiera. Él se relajó en brazos de ella y le dejó que hiciera lo que deseara.
Entonces cerró los ojos y se hundió en su abrazo.
* * *
Ratboy no había dejado de pensar en la delgada chica de brazos morenos en varios días. Se acordaba de que él estaba fuera de su ventana, observando cómo dormía y bebiéndose su olor cuando Teesha se lo llevó. Ahora estaba fuera de su ventana otra vez.
Rashed querría que se alimentara, que se curara y que se pusiera fuerte de nuevo antes de atacar al medio elfo y al perro.
Estaba seguro de ello. Esta vez no podía haber ningún error, así que él debería estar al máximo de sus fuerzas y apestar a sangre fresca.
La chica tenía el cabello largo y tostado, a juego con sus brazos.
Cuando se dio la vuelta dormida, Ratboy captó el olor de la muselina limpia mezclado con el del jabón de lavanda, y no pudo esperar más.
Ratboy rara vez ejercitaba sus habilidades mentales más allá de hacer que sus víctimas se volvieran olvidadizas. ¿Por qué iba a hacerlo? Ellos eran asesinos, no embaucadores, pero a veces admiraba y hasta envidiaba en silencio la facilidad de Teesha para cazar. Y además, ¿no iban a deshacerse de aquella cazadora y se iban a poner a viajar otra vez? Igual debería practicar sus habilidades y mejorarlas. La preocupación de Teesha por Rashed empezaba a sobrepasar la que tenía por él. Igual siempre había sido así y simplemente él nunca se había dado cuenta. Ratboy nunca sería Rashed. Pero él tenía otros dones, otras habilidades. Las iba a desarrollar y la impresionaría por el camino. La mera idea le hizo sonreír.
Al mismo tiempo, sintió un deseo incontrolable de poseer a aquella chica de pelo tostado, de tocar su piel, de alimentarse de su vida. Y también necesitaba tener todas sus fuerzas.
--Ven --le susurró.
La chica abrió los ojos y él le proyectó un pensamiento en su mente. Había algo importante fuera. Debía levantarse y encontrarlo.
¿Podría estar soñando? Pero en el sueño necesitaba saber lo que la esperaba.
Se levantó y fue corriendo a la ventana. Miró fuera. Como no vio nada, inclinó la parte superior de su cuerpo sobre el alféizar.
Ratboy la cogió por los hombros que sobresalían por la ventana y la sacó. Ella no gritó, pero pestañeó por la sorpresa.
Él no quería asustarla, por eso continuó proyectando la idea de que estaba perdida en un sueño. Ella no luchó en sus brazos, sin embargo lo examinó con curiosidad con sus ojos marrones un poco rasgados. Una extraña sensación de excitación le recorrió el cuerpo a Ratboy. Se tomó su tiempo. Disfrutó del olor a jabón de lavanda en la curva de su cuello que se mezclaba con un ligero toque de pescado seco en sus manos. Sus dedos pasaron por su suave cabello y brazos.
Entonces muy despacio la bajó al suelo y con sus dientes le perforó la fuente de la base del cuello, todo el tiempo la seguía tranquilizando con el poder de su mente.
Sus delgadas manos lo empujaron instintivamente por los hombros una vez, pero el momento pasó, y sintió como le cogía la camisa.
Un poder y una fuerza increíble entraron en él. Dominar a través del miedo ciego era una cosa, pero esto era totalmente distinto, era algo de lo que Parko y él no habían hablado nunca.
Ratboy bebió hasta que el corazón de la chica dejó de latir.
Ya la chica era solo un caparazón, y dejó su cuerpo donde cayó, se lamentaba un poco de que el momento hubiera terminado. De alguna manera, sabía que a Rashed ya no le importaba guardar el secreto.
Tomó conciencia del medio elfo y de su perro. ¿Armas? ¿No debería encontrar armas? No, su piel quemada cicatrizaba muy rápidamente y nunca se había sentido tan fuerte. No necesitaba trampas mortales. Se deslizó por las casi desiertas calles de Miiska hacia El León Marino.
Cuando llegó allí, arrancó una de las contraventanas del salón principal. El perro estaba tumbado solo en la enorme habitación, descansando junto a la chimenea.
--Aquí, perrito, perrito --le cantó. ¿Cómo lo llamaba el medio elfo? ¿Chap?-- Aquí Chap.
La enorme cabeza como de lobo de Chap se levantó de golpe con lo que Ratboy hubiera jurado que era incredulidad. Después, como Ratboy había anticipado, los labios del perro se curvaron para dar paso a un gruñido lleno de odio, a la vez que se lanzaba contra la ventana. Unos ladridos muy altos y agudos salieron de su enorme boca.
Ratboy sonrió. Corrió hacia las afueras del pueblo y hacia los árboles.
* * *
Magiere corrió por las ya casi oscurecidas calles hacia la tienda de Brenden, hasta que sus pulmones amenazaron con estallarle. El vestido largo no dejaba de enganchársele entre las piernas, pero se lo levantó con la mano que tenía libre y siguió corriendo.
¿Qué pasaba si Welstiel tenía razón?
La verdad dolía más que el enorme dolor de su pecho. ¿Cómo podía haber creído que todo el peligro había pasado, solo porque Leesil y Brenden creían que por haber incendiado el almacén los túneles se habían hundido? Hizo caso omiso del dolor que sentía en las piernas y siguió corriendo, cimitarra en mano.
En cuanto que vio la casa del herrero empezó a gritar, sin importarle a quién despertara.
--¡Leesil!
La puerta delantera estaba cerrada. Llamó con la mano.
--¡Leesil! ¿Brenden?
No contestó nadie e intentó abrir la puerta. La puerta no estaba cerrada con llave.
Magiere la abrió de un empujón y entró, pero no había nadie en casa, en la pequeña casita de un dormitorio. Podía ser que Leesil y Brenden no hubieran ido directamente a casa del herrero. ¿Qué pasaba si Leesil había intentado alegrar a su amigo con un juego de cartas de última hora en algún sitio?
Si, se reconfortó a sí misma. Leesil se habría llevado a Brenden a algún sitio y seguramente en aquel momento estarían los dos sentados en alguna posada jugando al faro. Pero sus esperanzas no eran más que histéricos intentos de crear una seguridad personal, y lo sabía. La tía Bieja siempre decía: «No debemos preocuparnos hasta que no tengamos algo de lo que preocuparnos».
No, Leesil le había dicho que no tardaría.
Cuando pasó por la ventana trasera, algo blanco le llamó la atención. Se dio la vuelta y vio la camisa de Brenden. Estaba tendido junto a la pila de madera, no muy lejos de lo que quedaba de las manchas de sangre de Eliza.
--¡No!
Salió corriendo por la puerta de atrás, cruzó el patio y cayó de rodillas junto al herrero. Tenía la piel como el alabastro, que contrastaba con el rojo oscuro de su garganta abierta. Se agachó frente a él. No tenía una expresión horrible en el rostro, sino la más tranquila que jamás le había visto en vida. El pelo rojo brillante refulgía frente a la pálida piel.
Había poca sangre en el suelo, como si lo que fuera que le había abierto la garganta se hubiera bebido cuidadosamente cada gota.
Intentó asimilar la imagen, permitirle entrar a un lugar en el que pudiera absorberla y tratar con ella. Pero no podía.
Brenden era el único habitante realmente valiente de aquel pueblo, el único que los había ayudado a Leesil y a ella. ¿Y qué era lo que había ganado con su valor? ¿Qué era lo que le había pasado por ponerse de su parte? Le había llevado a la muerte.
Alargó la mano que tenía libre y le tocó la barba. Movió la mano hacia abajo hasta su garganta donde presionó a un lado para intentar sentir el pulso de la sangre. Nada. Ella ya sabía que estaba muerto, y que todo lo que hiciera no serviría de nada, pero ahora era ella la que estaba desesperada y estaba pagando por ello.
Magiere recordó cómo aquella misma mañana se había plantado frente a la puerta de la taberna, le había impedido el paso a Ellinwood y había protegido su nuevo hogar.
--Lo siento --le susurró--. Siento todo.
Welstiel tenía razón. Debería haberse asegurado. Debería haber buscado los cuerpos y no haber parado hasta que aquellos vampiros no hubieran muerto de verdad. Había permitido que Leesil y Brenden salieran al aire de la noche. Todo aquello era culpa suya.
Dejó caer su cimitarra, se cogió las rodillas y se acunó hacia delante y hacia atrás. Era demasiado.
Demasiado.
En la distancia, un inquietante y lastimero alarido detuvo su inactividad.
Magiere cogió su cimitarra del suelo y corrió a la calle que había frente a los establos y la forja de Brenden.
El grito de Chap volvió a sonar. Chap estaba cazando.
--Leesil.