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Leesil aguardaba en tensión, sin tener la menor idea de que la batalla ya había comenzado. La morada en la que estaba agazapado no era una casa. Apenas si era lo suficientemente grande como para que Karlin y él se escondieran, en su día debió de ser un cobertizo para las herramientas o algo similar. Ahora los únicos habitantes eran las arañas y un rastrillo roto.

--Ya atardeció hace mucho --susurró Karlin--. ¿No tendría que haber pasado algo?

--No lo sé --respondió Leesil con toda sinceridad--. Si han descubierto que estamos preparados, puede que esperen un buen rato.

--La gente ya estará temblando de miedo. Si pasa mucho más tiempo estarán exhaustos.

--Exacto. Por eso van a esperar, si saben que pasa algo.

Leesil miró por una rendija de la puerta, con la esperanza de ver algo, lo que fuera, entonces oyó gritar a Rose. El sonido lo atravesó como una flecha y salió a la calle de golpe, sin pensar.

--¿Rose? --la llamó y se dirigió hacia el establo calle arriba.

Sonó otro grito y, confuso, se giró hacia la taberna. Karlin estaba a su lado.

Se dio la vuelta y vio a dos trabajadores del muelle salir huyendo de sus escondites, presos del pánico. Aullidos y gruñidos seguían a los gritos de terror y Leesil se quedó de pie anonadado, sin saber qué era lo que debía hacer.

Lobos.

Unos animales iracundos, de patas largas, corrían por las calles y atacaban a los habitantes de Miiska. Algunos incluso saltaban por las ventanas. Geoffry, el hijo de Karlin, se estaba intentando librar de una enorme bestia negra con un arpón improvisado. Leesil dejó caer su hacha, le quitó la ballesta a Karlin de las manos, disparó y le dio al lobo en la garganta.

--¡Levántate del suelo! --gritó.

Las calles se habían convertido en un enorme caos. Su simple pero efectivo plan había saltado en mil pedazos al llegar más criaturas caninas a invadir las calles, para hacer huir salvajemente a la gente de sus escondites. Los pensamientos acerca de no-muertos desaparecieron al tiempo que las armas y el terror se dirigían hacia nuevos objetivos.

Los lobos no eran bestias sarnosas y hambrientas. Parecían sanos lobos del monte, de no ser porque se habían vuelto locos y atacaban a cualquier humano que se moviera. Magiere y él habían tenido alguna que otra experiencia con lobos en Stravina, pero nunca había oído que ninguno atacara a una persona a no ser que el hambre o la enfermedad lo condujera a la desesperación. Los lobos evitaban las zonas en las que se establecían las personas. Pero ahora, aquellas criaturas altas y de pelo gris y negro corrían calle abajo y atacaban salvajemente a los habitantes al azar. Gritos y aullidos llenaban el aire de la noche.

--¡Leesil! --gritó Karlin--. La taberna está ardiendo.

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* * *

 

Rashed mandó a los lobos por delante y los siguió con rapidez a través de los árboles hacia Miiska. Esta vez sería a la cazadora a la que cogerían con la guardia baja, distraída por la carnicería y él sería el que iría bien preparado. A pesar de que no creía que los lobos fueran criaturas complejas, solo tuvieron una idea en la cabeza cuando les ordenó una tarea para la que estaban hechos. Con una sola imagen de pensamiento les había enseñado la tarea y les ordenó que atacaran y mataran a todo aquello que se moviera. Los lobos obedecieron.

Cuando llegó al límite del pueblo, caminó con decisión. Llevaba la antorcha encendida en una mano y la espada en la otra. No había ni tiempo ni necesidad para ocultarse entre las sombras ahora.

No sintió satisfacción alguna cuando comenzaron los gritos. La violencia gratuita era de mal gusto y no tenía honor. Hasta el hecho de tener que matar para alimentarse era un acto estúpido que levantaba sospechas y acababa con el suministro local de alimento. Sin embargo, la cazadora había retrocedido y se había escondido entre la gente del pueblo, por eso tenían que ocupar el pueblo para que pudiera sacarla y terminar con aquel conflicto. La cazadora lo había obligado a perpetrar aquella matanza.

Cuanto más cerca estaba de la taberna, más gente corría de los edificios cercanos, eso lo sorprendía. Pocos mortales hacían sus casas cerca de los muelles o tan al sur como estaba El León Marino.

Vio como hombres armados saltaban desde los tejados o bien para salvar a los que estaban en el suelo o bien para escapar de algún lobo que hubiera conseguido subir.

Magiere, la débil cazadora, le había preparado una trampa, se había escondido tras simples aldeanos y campesinos. Ese pensamiento hacia que se enfadara.

Nadie se percató de su presencia mientras caminaba hacia la taberna. En realidad, fue solo cuando tenía el edificio frente a él cuando una persona intentó detenerlo. Un joven guardia del pueblo estaba apuntando a un lobo al otro lado de la calle con una ballesta cuando vio a Rashed y dio un pequeño respingo. En lugar de dispararle al lobo, apuntó hacia Rashed, lo hizo contra él.

Lleno de fuerza y concentración, el muerto noble sencillamente cogió la flecha en pleno vuelo y la apartó.

El joven guardia abrió los ojos de par en par y salió corriendo.

Rashed no lo siguió. En su lugar, caminó hacia El León Marino, soltó algunas de las tablas de la base y metió la cabeza de la antorcha entre ellas. La madera de la taberna era vieja y estaba seca por lo que estalló en llamas. Con rapidez repitió eso mismo en cada lado del edificio y dejó la parte de atrás para el final; después de lo cual, tiró la antorcha por la ventana de arriba de la que sabía que era la habitación de Magiere. Entonces volvió a la parte delantera para esperar a la cazadora. Ella estaba dentro. Después de tantos encuentros tan cercanos podía sentir su presencia. Vigiló la puerta y las ventanas atento a cualquier movimiento.

Al principio no veía nada. Después algo pasó rápidamente por la ventana pequeña que había al lado de la puerta principal. Fijó la vista entre la puerta y la ventana principal del salón, una de las contraventanas estaba arrancada y había caído al suelo.

Magiere apareció en el centro de la ventana más grande.

Rashed no estaba sorprendido por su repentina aparición, aunque sí por su serenidad. Llevaba el pelo recogido hacia atrás y la coraza limpia, su expresión era tranquila. Parecía fresca y descansada, no tenía el aspecto de alguien que había estado luchando noche tras noche. El fuego se extendía y devoraba la taberna, pero ni eso ni la batalla que había en las calles le afectaban.

¿Por qué no salía corriendo?

Ambos se quedaron allí de pie, mirándose el uno al otro. Magiere cogió la cimitarra con una mano y mantuvo la otra escondida tras ella.

Sin decir palabra, levantó la mano que tenia escondida. Por un momento Rashed no pudo ver lo que sujetaba a través del brillo del fuego y de la oscuridad del interior de la taberna. Una forma clara colgaba de los mechones marrones sujetos por su puño.

La cabeza de Teesha.

 

* * *

 

Èl cuerpo de Leesil ya no funcionaba como él quería, la desesperación salió de él en forma de sudor y lo dejó helado en el frío aire de la noche. Había conseguido pasar entre la confusión, intentaba alejar a las bestias de la gente y ahora estaba cerca de la orilla, con los muelles al norte de donde se encontraba y el lado más cercano de la taberna al sur. Todo se había deteriorado en aquella confusión.

Entonces Karlin le gritó.

El León Marino estaba en llamas.

Dos cuerpos con las gargantas abiertas yacían en el suelo entre él y la taberna en llamas. En su estado actual, no podía ayudar a Magiere a luchar, incluso si lograba llegar hasta ella. A cada momento se le hacía más difícil mantenerse en pie.

Leesil miró a su alrededor desesperado, pero no vio a nadie a quien poder llamar para que le ayudara a apagar el fuego. De las pocas personas que seguían allí, la mayoría estaba corriendo o luchando por salvar su vida. ¿Debería intentar organizar algún tipo de retirada? En caso de que así fuera, ¿cómo?

Desde la parte de atrás de la taberna llegó Chap, lanzándose hacia delante con todas sus fuerzas mientras se daba impulso con las patas traseras y los hombros para ir más deprisa. Llevaba un trozo de tela sujeto entre los dientes y arrastraba algo por el suelo para alejarlo del fuego.

Si Chap venía de la taberna, Magiere seguía dentro. ¿Por qué no la estaba ayudando el perro?

--Chap --lo llamó Leesil--. Aquí, chico.

Leesil dejó caer la ballesta vacía y se apoyó contra los edificios mientras se esforzaba por avanzar.

Un edificio y medio más allá de la taberna, Chap vio a Leesil, se detuvo y dejó caer su carga. El perro corrió rodeando lo que fuera que llevaba; ladraba con fuerza y no estaba dispuesto a abandonarlo.

Cuando Leesil llegó hasta él lo entendió.

Una Rose medio consciente yacía en el suelo. Por eso era por lo que Chap se había separado de Magiere.

--Está bien --le dijo.

Se agachó y evitó caerse apoyando una mano en el suelo. Rose levantó la cabeza, tenía la cara manchada por las lágrimas.--¡Leesil!

--gritó a la vez que alargaba los brazos hacia él. Eso era bueno. Si todavía podía hablar y moverse, entonces lo que quiera que hubiera pasado no le habría causado ningún daño duradero. Leesil dudaba de que pudiera llegar hasta Magiere, y no podía hacer nada para ayudar a la gente del pueblo. Pero podía salvar a Rose.

El perro gimió y le lamió la cara a Leesil. Rose se puso en pie y le abrazó el cuello, se cogió con fuerza. Su escaso peso hacía que le dolieran la espalda y el pecho.

--¿Puedes andar? --jadeó Leesil--. No puedo llevarte.

Rose pareció confusa, después asintió al entenderlo.

--Sí, puedo.

--Llévame al establo con los otros niños --dijo él.

Para ser alguien tan pequeño y asustado, lo entendió con mucha rapidez. Lo cogió de la mano y se apresuró hacia el establo, se movía más rápido de lo que él podía e intentaba tirar de él. Chap iba a su lado, con las orejas levantadas ante la imagen y los sonidos de la gente que luchaba contra los lobos en las calles adyacentes. La noche se iba haciendo más oscura según se alejaban de la taberna en llamas. Leesil hizo caso omiso de todo, menos de la necesidad de seguir moviéndose. Cuando llegaron a la puerta del establo, logró abrirla y se quedó helado.

Dos enormes lobos, uno negro polvoriento y el otro gris, habían saltado al interior, después de oler y golpear el suelo cubierto de paja del establo, para alcanzarlo que había debajo: los niños. Ambas bestias levantaron la cabeza y dos pares de ojos amarillos se fijaron en los recién llegados.

El lobo negro gruñó y Chap cargó contra él. Los cuerpos peludos chocaron.

--¡Rose, súbete al heno! --Le gritó Leesil, a la vez que miraba a su alrededor en busca de cualquier cosa que le pudiera servir de arma. Ese mismo día los habitantes del pueblo se habían hecho con todas las palas y horquetas.

Rose se subió todo lo alto que pudo sobre un montón de paja suelta y luego sobre dos balas de heno. Chap y el lobo negro rodaban por el suelo de madera como dos serpientes enrolladas.

Leesil vio los afilados colmillos del lobo gris a la vez que todos sus músculos se ponían en tensión y se lanzaba contra él para atacarle. El miedo y el instinto se apoderaron de él y dirigieron sus acciones.

Lanzó un brazo hacia arriba, para protegerse la cabeza y el cuello, y el otro lo extendió de golpe hacia el lado. La tira que sujetaba el estilete se soltó y la empuñadura le quedó en la mano. Los dientes del lobo se cerraron alrededor del brazo que tenía levantado.

Cuando las patas delanteras del animal lo golpearon en el pecho sintió como las costillas rotas se le clavaban más profundamente y le cortaban la respiración. Dejó que el peso del lobo los tirara a los dos al suelo.

El impacto hizo que otra ráfaga de dolor le recorriera el cuerpo.

Con el mismo movimiento ágil con el que una vez había sujetado a Brenden al suelo de la taberna, rodó con el peso del lobo y le empujó las fauces hacia arriba con el antebrazo, para dejarle la cabeza atrapada contra el suelo. Con el último impulso de la inercia del giro le clavó el estilete en el ojo al animal.

Sonó un crujido cuando la hoja atravesó el hueso y llegó al interior del cráneo. El cuerpo peludo se sacudió una vez y después dejó de moverse. Leesil se dio la vuelta en el suelo e intentó que le entrara algo de aire en los pulmones. Chap golpeaba y luchaba con sus patas una y otra vez contra el otro lobo, los dos se retorcían y giraban alrededor del otro. Leesil intentó moverse para ayudar, pero no pasó nada. Su respiración se hacía cada vez más lenta y más corta, cada pequeña inspiración le dolía tanto que quería dejar de respirar. No había ningún ruido que viniera de los niños que estaban abajo. Ya fuera por puro miedo o por sentido común no habían descubierto su posición.

Chap cogió la pata delantera de su oponente y se la mordió. Un crujido muy fuerte y un alarido anunciaron el final de la pelea, y Leesil sintió un momento de orgullo. El robusto Chap había estado enfrentándose a no-muertos. Vérselas con un simple lobo era una cuestión de segundos.

El animal herido salió del establo cojeando sobre tres patas todo lo rápido que pudo. Chap lo dejó ir y llegó hasta Leesil casi al mismo tiempo que Rose se bajaba del heno.

--Vete abajo --le susurró Leesil--. Tienes que esconderte con los otros.

Rose no se movió. No quería dejarlo.

--Escúchame... --siseó enfadado, pero no llegó a terminar la frase antes de que la oscuridad llenara su cabeza y cayera flácido e inconsciente.

 

* * *

 

Cuando Magiere levantó la cabeza de Teesha, esperaba ver ira y sed de venganza en el rostro de Rashed. Con las crecientes llamas entre ellos, anticipó la satisfacción de hacerlo reaccionar salvajemente.

Al principio, sus ojos cristalinos revelaron la más absoluta incomprensión, después mostraron horror y por fin algo entre miedo y dolor.

--¿Teesha? --Rashed movió los labios para formular la pregunta, a pesar de que Magiere no podía oír su voz sobre el ruido del fuego.

Magiere sintió una culpa inesperada y no buscada, pero se la tragó.

--Estoy aquí --lo llamó, con la firme determinación de terminar lo que él había empezado--. ¿Por qué no vienes por mi cabeza?

Él tampoco podía haberla oído, pero tras esas palabras gritó incoherentemente, entró por la ventana y se llevó por delante la pared inferior. Tablas encendidas cayeron a su alrededor y cogió su espada como si fuera la única cosa que importara. Aún así, Magiere no sintió nada de lo que esperaba. La pena era lo que se dejaba ver tras su grito, no la ira.

--¡Cobarde! --logró decir Rashed antes de blandir su espada con tanta fuerza que Magiere soltó la cabeza de Teesha y retrocedió en lugar de defenderse. Ahora su ataque sí rezumaba el poder y la ira que ella esperaba.

Con Teesha, había contenido esa ira y la forma en que afectaba a sus movimientos, y creía que podía hacer lo mismo entonces. Pero no quería, y dejó que la ira la tomara, dejó que corriera por su cuerpo.

Los dientes afilados en su boca fueron bien recibidos, ya no la inquietaba. Para destruirlo, se convertiría en él, en uno de su clase.

El salón principal siempre le había parecido grande y diáfano, pero al estar de pie, en el centro del creciente fuego, y verse obligada a alejarse de Rashed, Magiere, de repente, se sintió atrapada en un espacio demasiado pequeño. Su presencia física estaba demasiado cerca, era demasiado inmediata.

Rashed se colocó entre ella y la pared abierta, mantuvo su posición y esperó. Ella lo odiaba por el monstruo asesino que era, pero en medio de toda aquella locura, admiraba su estrategia. No la iba a dejar salir. Que la matara con su espada o la obligara a arder en el fuego, le daba igual. La segunda planta no tardaría mucho en hundirse.

Si ese era su plan, le iba a dejar intentarlo. Esta vez, fue ella la que cargó.

El acero chocó con el acero y Magiere se olvidó de la pena de Rashed al ver la cabeza cortada de Teesha.

Cada movimiento que hacía él le era familiar, como si pudiera ver su intención antes de la acción. Ambos blandieron sus espadas, chocaron y las volvieron a blandir. En algún sitio al fondo de su mente, una voz le susurró que si no salían de la taberna pronto, ambos morirían abrasados. ¿Eso importaba? A él no parecía importarle. No, y a ella no le importaba otra cosa que no fuera separarle la cabeza del cuerpo a Rashed.

El calor del infierno que los rodeaba hizo que Magiere se atragantara, y las llamas cada vez eran más altas y daban más calor.

La hoja de la espada de Rashed casi le dió en el hombro cuando intentaba respirar algo en el aire ennegrecido. Rashed levantó la espada y dejó su cuerpo expuesto al intentar partirle la cabeza. En lugar de optar por el movimiento defensivo lógico, Magiere lanzó la suya hacia delante para darle en el estómago.

--¡Tontos! --chilló alguien.

El grito inesperado los sorprendió a los dos y ambos fallaron el golpe. Incluso a través del humo y del fuego, Magiere pudo distinguir un rostro horrible que le quitó la sed de sangre.

Sobre la cabeza de Teesha volaba el fantasma de un hombre casi decapitado, con su largo cabello amarillo colgando de su cabeza inclinada. Magiere pensaba que ya nada podía sorprenderla, pero hasta en su estado iracundo, los vivos colores de su garganta abierta le llamaban la atención, las llamas titilaban a través de su cuerpo transparente.

--¡Tontos! --repitió. Su cara exudaba toda la ira y el veneno que esperaba de la de Rashed.

--Vete, Edwan --le gritó Rashed sobre el fuego--. La venganza está fuera de tu alcance.

--¿Venganza? --le respondió el fantasma con incredulidad--. Tú la has asesinado. Tú y tu orgullo. ¿Es que ninguno de los dos puede ver lo que está pasando aquí? ¿Alguno de vosotros quería esto?

--Bajó a arrodillarse junto a la cabeza cortada de Teesha; su rostro sollozaba, pero sin lágrimas--. Tú has asesinado a mi Teesha.

Magiere tropezó una vez. Nada tenía sentido. Ninguna acción parecía correcta. El calor que sentía en su interior empezaba a desaparecer y, en su lugar, sintió como las llamas que la rodeaban le quemaban la piel. Su coraza de piel se había quemado por muchos sitios.

Cuando volvió a mirar a Rashed, vio las escaleras de la taberna detrás de él y se dio cuenta de que se habían puesto el uno en el lugar del otro. Ella tenía ahora la espalda hacia la pared abierta por donde él había entrado arrasando antes.

Magiere retrocedió dudosa.

--¡No! --gritó Rashed, las llamas se reflejaban en sus duros y cristalinos ojos.

Un crujido ensordecedor sonó sobre sus cabezas. Magiere levantó levemente la mirada. La planta de arriba estaba empezando a ceder. El deseo por sobrevivir ganó.

Magiere se dio la vuelta y se lanzó a través de la irregular abertura de la pared protegiéndose la cara con un brazo. El aire fresco de la calle la inundó mientras rodaba por el suelo una vez y se levantaba para mirar hacia las llamas.

Una viga más ancha que su pecho sujetó a Rashed contra el suelo y quedó tendido mientras las llamas lo devoraban por completo.

Intentaba levantarse, no dejaba de agitar los brazos, que parecían ramas de fuego en movimiento. Magiere no podía oír nada por encima del rugido del fuego y se preguntó si Rashed estaría gritando.

La figura decapitada sobrevoló la habitación, entrando y saliendo de las llamas que devoraban a Rashed. Parecía como si el fantasma se estuviera riendo.

Magiere retrocedió unos cuantos pasos más y se dejó caer en el suelo. Observó como Rashed se contorsionaba y ardía hasta que dejó de moverse. Entonces toda la planta superior cedió. Las chispas volaron como miles de luciérnagas en el aire de la noche.

Además de todos los métodos que había aprendido de las leyendas y tradiciones de los aldeanos, pensó que quemar el cuerpo de un no muerto hasta convertirlo en cenizas era una manera tan buena como cualquier otra.

¿Dónde estaba ahora su frasco de arcilla para atrapar su espíritu? ¿Dónde estaban los campesinos para suspirar aliviados?

¡Qué valiente era por haber saltado por la ventana y haber observado cómo su enemigo quedaba atrapado bajo una viga en llamas! El amuleto de topacio que llevaba al cuello brillaba sin cambios.

Una luz más brillante que las llamas apareció a su lado y la horrible cara del hombre decapitado apareció cerca de la suya.

Magiere gritó y cayó hacia atrás.

--Se acabó, se acabó, se acabó --cantaba la cosa mientras flotaba sobre ella, con la cabeza decapitada cerca de ella para que la pudiera ver con detalle--. Se acabó, se acabó, se acabó, se acabó...

Su luz empezó a apagarse y siguió así hasta que solo quedaron la noche y las llamas de la taberna. Magiere, se quedó medio tumbada en el suelo, insensible por dentro, mientras miraba el edificio en llamas por si había cualquier rastro de Rashed.

En la oscuridad no había nada que no fuera fuego o humo.