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Después de que Brenden acostara a Magiere en su propia cama y la tapara con una manta, le empezaron a temblar las manos y no podía pararlas. Leesil rompió unas cuantas sábanas, las hizo tiras y después intentó aminorar la sangre que brotaba de la herida del cuello de Magiere utilizando las tiras a modo de vendas. Le habían cortado el cuello desde un extremo hasta la mitad del otro. Brenden no sabía cómo o por qué estaba todavía con vida, pero no tenía duda de que se estaba muriendo. ¿Lo sabía Leesil?

Chap estaba tumbado igual de inmóvil que Magiere, sobre una alfombra junto a la cama y respiraba con dificultad.

La pequeña casita de Brenden tenía solo una habitación y estaba construida a la espalda de su establo y su fragua. En su día aquella casa había sido un lugar cálido y reconfortante, lleno de los canturreos de su hermana y del olor del pan recién horneado. A Eliza le encantaban las velas y él le llevaba a menudo cera y aceites esenciales del mercado para que pudiera fabricarlas ella misma. Eliza no era hermosa a primera vista, era un poco delgada y tenía el pelo lacio y de un marrón ratonero. Pero él sabía que algún día lo abandonaría por su propio marido. Su belleza se hacía evidente de otras maneras. Sus ojos color avellana se reían con sus chistes y exudaba esa alegría que muchos hombres buscan en una mujer. Eliza mantenía la casa pulcra, le ayudaba con el trabajo de la tienda, y preparaba buenas comidas. ¿Qué hombre no la desearía? Ella no podía, no debía, pasarse la vida cuidando de su hermano mayor.

Aunque él no tenía interés alguno en el matrimonio para sí, estaba plenamente preparado para el día en que ella se casara y lo dejara para formar una familia propia.

Sin embargo, aquella mañana, aquella terrible mañana cuando la encontró al lado de la pila de madera, algo cambió dentro de él.

Eliza era pequeña y frágil, no como aquella fiera mujer que ahora yacía moribunda en su cama. Eliza no podía luchar para defenderse, y el fracasó a la hora de protegerla, incluso después de que las noticias de que había habido tantas desapariciones llegaran a sus oídos. A ambos les gustaba su hogar y su negocio de herrería, y decidieron ignorar los susurros y rumores. Después de todo, nunca les había pasado nada malo.

Pero ahora ella ya no estaba. No habría ningún marido, ni niños, y él no sentía dicha alguna por haber destruido a sus asesinos. En cambio, estaba sentado en su cama presenciando la muerte de una cazavampiros.

Brenden no sabía cómo ayudar, y no podía evitar que le temblaran las manos. Creyó que debería de sentir satisfacción por haber cerrado el círculo. Pero no la sentía. Aquella noche nada había sido como él había imaginado.

La cara del pequeño golfillo llamado Ratboy no dejaba de aparecérsele en la mente, emaciado y salvaje. ¿Había sido aquella la criatura que había asesinado a su hermana? Igual había sido el alto que parecía noble. O puede que hubiera sido la mujer. Brenden cerró los ojos y después los abrió rápidamente, ya que la oscuridad no hacía más que acentuar las facciones de Ratboy.

Leesil terminó de vendarle el cuello a Magiere y después le metió los dedos en la boca.

--Tiene los dientes normales --dijo Leesil.

Brenden se sintió confuso por el comentario. ¿Qué era lo que quería decir?

--Se está muriendo, Leesil. Debería haber muerto antes de que abandonáramos el almacén.

Leesil levantó la cabeza bruscamente.

--¿Vas a buscar ayuda o no?

--Esto está fuera del alcance de los curanderos de Miiska.

Leesil cogió aire enfadado. Las largas heridas de su cara no habían dejado de sangrar todavía.

--No se va a morir. ¡Piensa! Tiene que haber alguien que pueda ayudarla.

--Yo puedo --dijo una voz tranquila desde el otro lado de la habitación.

Brenden se dio la vuelta sorprendido, cerró el puño con fuerza, esperaba encontrar a alguna criatura que se hubiera escapado del almacén en llamas y los hubiera seguido hasta su casa. En su lugar, quien estaba en pie en la puerta abierta era un elegante hombre de mediana edad con las sienes plateadas. La calidad del tejido de su capa sugería riqueza y cultura.

--¿Welstiel? --preguntó Leesil, aunque era más una afirmación que una pregunta--. ¿Puedes ayudar?

--Si haces lo que yo te diga.

--Lo que sea --contestó Leesil rápidamente--. Haré lo que sea.

En algún sitio, fuera en la distancia, Brenden oyó gritos y campanas. Los habitantes del pueblo se habían despertado con la alarma y para entonces ya debían de estar en el almacén para apagar el incendio. Experimentó una punzada de culpabilidad. A pesar de haber estado de acuerdo con la decisión de Leesil, muchas vidas se verían negativamente afectadas.

 

* * *

 

Àbajo en la playa, después de que saliera la luna, uno de los lados lisos de la orilla explotó hacia fuera, destrozando cualquier ilusión de paz que le pudiera quedar a la noche.

Rashed salió arrastrándose por un pequeño agujero, y abrió un poco más la tierra cuando sacó por el mismo a Teesha tras él. Años atrás, había mandado construir aquel túnel secreto que llegaba desde las cuevas de debajo del almacén hasta una de las cuevas que había debajo del acantilado. La entrada era bastante pequeña y estaba prácticamente cubierta por la arena. Nunca nadie había intentado entrar a la cueva desde el exterior, por lo que empujó la barrera de arena desde dentro y salió al aire libre.

La playa estaba solo un poco más abajo, pero estaba herido y casi exhausto. Cogió a Teesha con fuerza con su brazo bueno, saltó abajo y cayó sobre sus pies.

--Está bien --le dijo mientras la tumbaba en la arena--.

Encontraré sangre pronto.

Teesha asintió y hasta le sonrió, pero Rashed sabía que el corte de la cimitarra de Magiere la había paralizado de cintura para abajo.

Una perspectiva aterradora.

La dejó allí y volvió a escalar la pared.

--Ratboy, ¿necesitas ayuda?

La única respuesta que obtuvo fue el sonido de alguien arrastrándose y cavando, por lo que empezó a apartar más arena del camino.

Ratboy apareció en la abertura, estaba tan quemado, mordido y lastimero que Rashed le ayudó sin enfadarse y sin reprenderlo. Ambos habían fallado a la hora de evitar o destruir a la cazadora. Esta vez no era culpa de Ratboy.

--Súbete a mi espalda --le dijo Rashed--. Te llevaré abajo.

Ratboy renunció a hacer su típico comentario sarcástico y sin decir nada se cogió de los hombros de Rashed con las manos ennegrecidas y Rashed descendió con la mayor rapidez que pudo y tendió a su delgado compañero junto a Teesha.

La mera visión de Teesha lo llenaba de emociones que no podía reconocer o explicar. A pesar de que solo sus manos y uno de sus hombros estaban gravemente quemados, el corte que tenía en el estómago parecía muy profundo y su fuerza vital se derramaba sobre la arena. A pesar de todo Teesha no se quejó ni lo maldijo.

--Quédate ahí y no hables --dijo--. Volveré --Rashed desenvainó la espada y la dejó junto a Ratboy--. Para que os sirva de protección.

Después se dirigió por la playa hacia un conjunto de barcos que había en el puerto. Ya no le importaba nada la vida de aquellos mortales de Miiska, ni ocultar su identidad. Aquel sentimiento no le había servido para nada al final. Mientras se acercaba al puerto, Rashed vio a dos marineros que estaban sentados en un pequeño tronco incrustado y se pasaban una botella el uno al otro. Ambos parecían jóvenes y sanos. No había nadie más a la vista.

Sin hacer ningún ruido, Rashed cayó sobre ellos desde un lado.

Ambos abrieron los ojos de par en par, Rashed sabía que debía de parecer un monstruo recién salido de las profundidades de la tierra, con la guerrera ensangrentada, el brazo inservible que le colgaba flácido y la cara medio quemada. Golpeó con el puño izquierdo.

Le dio al marinero que le quedaba más cerca en la mandíbula con tanta fuerza que el hombre cayó inconsciente, apenas si respiraba. Al segundo solo le dio tiempo a dar un grito y medio paso hacia atrás antes de que Rashed lo cogiera del pelo y le clavara ambos colmillos en la garganta.

Rashed no se alimentaba de aquella manera. Él nunca se alimentaba de aquella manera.

Mientras sujetaba sin dificultad alguna el cuerpo del marinero a la vez que le sacaba toda la vida que podía, la fuerza, el poder y la euforia llenaron todo su ser. En un fugaz momento de claridad mental sintió una trémula iluminación de comprensión hacia Ratboy... y hacia Parko. Podía ser que alimentarse fuera algo más que sencillamente recuperar la energía necesaria.

Rashed terminó, dejó caer el cadáver en la arena y lo dejó donde cayó. ¿Por qué le iba a preocupar ahora? Un poco de miedo, un poco de verdad podía servirles a aquellos mortales de aviso para que lo dejaran en paz. ¿Cuántos años había luchado y se había esforzado por mantener el más absoluto secretismo y anonimato? Aquella fría mujer cazadora había destruido el mundo que él había construido con tanto esmero. Bueno, así lo había querido.

Rashed se quedó inmóvil un momento para sentir cómo la vida del marinero le recorría el cuerpo. Entonces se concentró en el flujo de vida y lo dirigió hacia donde más lo necesitaba. La herida de su hombro empezó a cerrarse, los trozo de hueso se juntaron. La quemadura de la mano dejó de escocerle. Otras lesiones menores también desaparecerían pronto, todo curado a cambio de la vida de un insignificante mortal. Cogió al otro marinero inconsciente por el cuello de la camisa y lo arrastró por la playa. El peso muerto del marinero no era nada para él ya.

El miedo se apoderó de él cuando llegó hasta Teesha pues esta tenía los ojos cerrados. Estaba tan quieta. Se quedó a su lado y dejó caer su carga. Corische le explicó una vez que a los vampiros se los podía herir de manera tan grave que quedaran en estado de no muerte vegetativa. Rashed no sabía si era verdad y tampoco quería saberlo.

--Mírame --le ordenó.

Cuando Teesha no respondió, Rashed cogió la muñeca del marinero y se la abrió con los dientes. Le sostuvo la cabeza contra el pecho y le puso la herida en la boca para que la sangre que brotaba de ella le cayera directamente en la boca.

--Bebe --le susurró.

Al principio Teesha no se movió, pero después la fuerza de la sangre debió de surtirle efecto. Empezaron a movérsele las comisuras de los labios, apretaban y soltaban. Rashed se olvidó de todo y le acarició el pelo sin pensar.

--Bien, bien --murmuraba una y otra vez.

Se quedó allí sentado largo rato, dejó que Teesha se alimentara.

Después levantó la vista y se encontró con la mirada helada de Ratboy. Rashed se sintió avergonzado. Tenía dos compañeros pero él solo pensaba en Teesha.

--Espera --le dijo a Ratboy--. Ya voy.

Con cuidado, separó la boca de Teesha del brazo del marinero.

Sus ojos se abrieron en protesta, pero Rashed vio que su herida había dejado de sangrar.

--Ratboy también necesita alimentarse --le dijo a la vez que le limpiaba la boca y le volvía a colocar la cabeza en la arena lentamente.

Teesha puso expresión de entenderlo y asintió.

--Sí, por supuesto. Todo irá bien ahora.

Arrastró al marinero, que todavía respiraba, hasta Ratboy, cuya expresión había vuelto a ser enfadada y mordaz como siempre.

--Tu amabilidad es conmovedora --le susurró con voz ronca--.

Pero ten cuidado, los dioses de la caridad podrían ponerse celosos.

--Aliméntate --le respondió Rashed-- así podrás ayudarnos a trazar un plan.

Una leve sorpresa cruzó el rostro de Ratboy. Después atacó el cuello del marinero con voracidad.

Rashed se volvió hacia Teesha, que se había sentado y estaba comprobando su propio estado. El tono de su piel había vuelto al crema pálido habitual.

--Este vestido está destrozado --dijo--. Y era mi favorito.

Rashed caminó hasta ella y se dejó caer a su lado en la arena.

--¿Por qué intentaste saltarle a esa cazadora desde detrás? De todos los ataques estúpidos...

--Pensé en romperle el cuello --le contestó--. ¿Cómo iba yo a saber que estaba cubierta de agua de ajo?

La ira empezó a crecer en el interior de Rashed de nuevo.

--Han quemado nuestro hogar.

--Quería acabar con ella allí --le respondió con suavidad--, pero ahora creo que deberíamos marcharnos de aquí los tres.

Rashed no podía creerse sus palabras.

--No, esa cazadora va a morir. Ella empezó esta batalla.

Nosotros no nos escabullimos en la oscuridad.

--Teesha tiene razón --dijo Ratboy. El marinero yacía muerto a su lado--. No podemos quedarnos aquí. De todas maneras, todo el pueblo debe de creer que estamos muertos. Deja que sigamos muertos. O puede que quieras añadir a tus hazañas el renacer de tus cenizas.

Rashed se puso en pie. Aquellos dos no se daban cuenta de la situación.

--No tenemos dónde dormir esta noche. La tierra de nuestros lugares de origen estaba en nuestros ataúdes.

Una luz brillante apareció delante de Rashed y los colores se solidificaron en la trágica forma de Edwan.

--¡Supersticiones de no-muertos! --dijo Edwan con abierto desprecio.

Rashed siempre había sentido que no le gustaba a Edwan, incluso que el fantasma no confiaba en él, pero ahora había algo diferente. Había algo más duro en el profundo tono del fantasma.

--¿Qué quieres decir, amor mío? --le preguntó Teesha.

Rashed oyó incomodidad y frialdad en el tono de Teesha. ¿Qué había pasado entre ellos?

Edwan se dio la vuelta.

--Quiero decir, mi amor querido, que no hace falta que duermas sobre la tierra de tu lugar de origen. Eso es un cuento de campesinos que se ha contado ya tantas veces que hasta los de tu clase se lo creen. No soy el único sin cuerpo en este mundo. Hablo con los muertos. Con lo poco de lo que me puedo enterar, esto lo entiendo.

Confiad en mí.

Ratboy se puso en pie con dificultad. Sus quemaduras no estaban curadas del todo, pero parecía que habían mejorado mucho.

--¿Estás seguro? --le preguntó muy serio.

--Sí --dijo Edwan sin mirarlo.

Rashed se inclinó hacia delante y ayudó a Teesha a levantarse.

El mero hecho de pensar en dormir en otro lugar que no fuera su ataúd lo ponía muy nervioso, pero escondió sus sentimientos para que los demás no los vieran.

--Entonces, sé de un sitio seguro al que podemos ir, es un sitio al que suelo ir a pensar. --Miró a Edwan--. Le hice un corte muy profundo en la garganta a la cazadora. Puede que esté muerta, pero no tengo manera de saberlo a ciencia cierta. ¿Puedes enterarte?

Edwan se sostuvo en el aire y lo fulminó con la mirada.

--Lo que usted pida, mi señor.

Edwan se desvaneció en el aire.

--Tenemos que descansar y alimentarnos de nuevo, y curarnos

--le dijo Rashed a sus compañeros--. Si la cazadora está viva, la próxima vez, será a ella a la que sorprendan mientras duerme.

 

* * *

 

Welstiel seguía estando de pie en el umbral de la puerta de la casa de Brenden y Leesil había decidido no pedirle que se acercara.

Lo que quiera que tuviera que decir, lo podía decir desde la distancia.

Mientras Leesil asimilaba la calma y la frialdad del hombre, empezó a odiar aún más su propia ignorancia. La respiración de Magiere era entrecortada, superficial e irregular, su piel estaba más blanca que un pergamino blanqueado al sol. Él no sabía cómo salvarla, pero odiaba la perspectiva de permitir que Welstiel se acercara a ella. El llamativo semblante del extraño hombre y sus elegantes ropas no engañaban a Leesil. Welstiel no era de fiar.

--¿Qué hago? --le preguntó Leesil por fin.

--Dale tu sangre a beber --le contestó Welstiel con sencillez.

De todas las instrucciones que Leesil podía esperar, aquella no se le había ocurrido y se encontró tan sorprendido que no encontraba palabras.

--¿De qué está hablando? --dijo el herrero con el rostro enrojecido por la ira.

--Ella es una Dhampir, la hija de un vampiro, ha nacido para cazar y matar a los no-muertos. Comparte con ellos algunas de sus flaquezas y algunas de sus virtudes. A pesar de todo es mortal, y con una herida así moriría sin la sangre de otro mortal. --Welstiel miró a Leesil--. Y, ¿a quién le importa más que a ti?

--¡Estás loco! --le espetó el medio elfo enfadado--. Igual de loco que el señor de la guerra de mi tierra natal.

--Entonces no tienes nada que perder por darle tu sangre a beber, y si no le ayudas, puedes sentarte a ver como muere. Creo que has dicho que harías cualquier cosa.

Leesil miró a Magiere. Los vendajes estaban empapados y la almohada también estaba húmeda con su sangre. Si solo pudiera abrir los ojos y reírse de él, maldecirlo, reprenderlo por querer creer a Welstiel. Pero los ojos de Magiere permanecieron cerrados y ya no podía oír su respiración.

--Te odio por hacerme hacer esto --le dijo Leesil a Welstiel en voz baja pero clara--. Ella te odiará aún más. --Sacó un estilete de su manga.

--Leesil no lo hagas --le gritó Brenden--. No lo escuches. Él no puede ayudarla.

--¡Retrocede! --Leesil avisó al herrero.

--Tienes que hacer una cosa más --dijo Welstiel como si Brenden no estuviera allí--. Saca el amuleto de hueso y metal y pon la parte de hueso en contacto con su piel. El hueso debe tocarle la piel.

--¿Por qué? --preguntó Leesil.

--No hay tiempo. Haz lo que te he dicho.

El medio elfo levantó la pierna y la pasó por encima del estómago de Magiere y se puso a horcajadas sobre su cuerpo. El colchón de paja se movió y hundió un poco al moverse él, pero tuvo cuidado de no ponerle peso encima a ella. Le sacó el amuleto de dentro de la camisa y le dio la vuelta de manera que la parte de hueso le quedó sobre el hueco de la garganta. Leesil se percató de que la piedra de topacio todavía brillaba. Después se inclinó sobre su cara.

En un solo movimiento se hizo un corte en la muñeca, dejo caer el estilete y con su mano buena le acercó la cabeza. A pesar de estar manchado con humo y tierra, su cabello era extrañamente suave.

Se le derramó sangre por el lado de la cara cuando con la mano de la muñeca abierta le abrió la boca. Leesil se olvidó de la presencia de Welstiel y de Brenden y presionó su muñeca cortada entre los dientes de Magiere.

--Inténtalo --le susurró--. Solo inténtalo.

Al principio, la sangre solo caía en su boca flácida, parte se le derramaba por un lado o por la mandíbula y le chorreaba por el cuello.

Le llegaba al vendaje de lino y se mezclaba con su propia sangre.

Magiere se movió, y después, sin avisar, una de sus manos le cogió el brazo y forzó la muñeca más dentro de su boca. Leesil no había previsto que le pudiera doler y el repentino rayo de gran fuerza lo cogió desprevenido.

Una sensación demasiado caliente, como si lo quemaran de dentro a fuera, hizo que instintivamente quisiera retirarle el brazo, pero lo mantuvo con fuerza y dejó que se siguiera alimentando de él. Era perturbador, pero a la vez era fascinante, su boca suave y húmeda alrededor de sus dientes afilados que se hundían en su carne. El cuerpo de Magiere se estremeció y se tensó debajo de él. Leesil sintió miedo, ira, dolor y pena al mismo tiempo, sin embargo, no podía estar seguro de que todos aquellos sentimientos fueran suyos. Ella estaba tan cerca, justo debajo de él, tan cerca que cualquier cosa que hubiera sentido podía haber subido de ella hasta él.

La respiración de Magiere se hizo más fuerte y más profunda, y, de repente, Leesil se sintió cansado y entró en calor.

El dolor empezó a desaparecer, y lo único que sentía era lo cerca que estaba ella, la sensación de su boca en su brazo y su mano en el pelo de ella, su cálido aliento en la cara. Leesil bajó la cabeza hasta que sus cejas se tocaron.

Los oscuros ojos de Magiere se abrieron de par en par, tenía los iris negros, sin color alguno, y no parecía reconocer a Leesil. La otra mano de Magiere lo cogió por el hombro y lo bajó hasta que el cuerpo de Leesil estuvo contra el suyo. Leesil quería que ella siguiera bebiendo hasta que estuviera seguro de que iba a vivir.

Que siguiera bebiendo.

Su cara se agrandó frente a él, borrosa, oscurecida por las sombras, y desapareció.

Después era ella la que lo sostenía a él, lo cogía con las dos manos por los hombros. Su muñeca abierta cayó flácida sobre el pecho de ella. Dentro de su boca Leesil pudo ver los colmillos manchados de sangre, pero sus ojos, todavía negros los iris, estaban muy abiertos y mostraban miedo y confusión. El amuleto se cayó del hueco de la garganta y quedó suspendido de la cadena sobre la almohada.

--No... sigue bebiendo --susurró Leesil. Estaba tan cansado que le costaba hablar--. Necesitas mi sangre.

De algún lejano lugar Leesil oyó un grito, alguien le estaba gritando, pero no le importaba.

--¡Para! Es suficiente.

Leesil sintió que lo separaban de Magiere y vio como se alejaba su cara de él. Había ira en sus ojos, le tiró de la camisa para intentar acercarla de nuevo. Leesil levantó una mano para intentar tocarla.

Entonces ya no la veía.

Brenden estaba ya frente a él y lo zarandeó.

--¡Eso es suficiente! ¿Me oyes?

Incluso en el estado de Leesil, pudo ver como la enrojecida cara de Brenden palidecía. El miedo que expresaba su rostro fue sustituido por asco, luego terror y después pena. ¿Por qué iba a sentirlo?

Leesil se dio cuenta muy despacio de que estaba apoyado contra una pared a los pies de la cama y de que Brenden lo estaba sujetando. Una de sus manos le empujaba débilmente el pecho al enorme hombre para intentar alejarlo. El otro brazo, con la muñeca manchada con su propia sangre y la saliva de Magiere, lo estiraba hacia la cama. Magiere se había acuclillado sobre la cama y le gruñó al herrero, pero tenía la mirada fija en Leesil. Cuando él la miró, sintió una oleada de angustia por haberla dejado allí sola. Todo a su alrededor estaba borroso y era débil, menos ella.

Magiere lo miró con hambre y cerró la boca muy despacio. Los iris negros se encogieron y Leesil se dio cuenta de su color por primera vez que él pudiera recordar. Eran de un tono marrón profundo, tan rico como la tierra de donde él nació. Cambió la mirada a su brazo estirado y a la muñeca que sangraba.

--¿Leesil? --Magiere dio un paso atrás, se alejó de él y se metió en la esquina contra la pared. Allí se acurrucó, temblaba y no podía apartar la vista de la muñeca de Leesil, hasta que él bajó el brazo.

--¡Bien! --dijo otra voz--. Buen chico.

Leesil giró la cabeza hacia el sonido de aquella voz y vio a Welstiel, que todavía estaba de pie en la puerta de la casita. El hombre sacó un pequeño frasco del bolsillo de su capa y se lo tiró a Brenden. El herrero soltó una de sus enormes manos de los hombros de Leesil y cogió el frasco.

--Ponle este bálsamo en la cara y en la muñeca, y en las heridas del majay-hi --le dijo Welstiel a Brenden--. Ambos se curarán más rápido. Haz que coman mucha carne, mucho queso y tanta fruta como puedas en los próximos días y asegúrate de que el medio elfo no beba ni vino ni cerveza. Eso solo le licuaría la sangre y puede que la Dhampir lo necesite.

De repente, Leesil se sintió cansado y enfermo. ¿Qué era lo que acababa de hacer? Todavía tenía la sensación de la boca de Magiere en el brazo. Intentó hablar.

--¿Qué es majay-hi? Logró susurrar.

Welstiel miró a Magiere un largo rato y después miró a Leesil.

--El perro. Es el nombre de tu perro en élfico.

Leesil se dio cuenta de que estaba sentado en el suelo, Brenden lo había bajado. Volvió a girar la cabeza hacia la cama.

Magiere estaba sentada y confusa. Se llevó las manos a la garganta, y cuando notó los vendajes, empezó a arrancárselos. Movió los dedos muy despacio sobre la piel que quedó visible. A pesar de que tenía sangre seca alrededor del cuello, Leesil no veía ni rastro de la herida a no ser una fina línea en su piel.

Magiere miró a Leesil, y después bajó la mirada a su muñeca, en la que Brenden ya le estaba poniendo el bálsamo del frasco. Se llevó los dedos a un lado de la boca y notó una mancha húmeda. De nuevo, su expresión pasó a ser de miedo.

--¿Qué has hecho? --le preguntó Magiere--. Leesil, ¿qué has hecho?

Leesil se giró hacia Brenden.

--Comida. Ve y consíguenos algo de comida. Yo me ocuparé de Chap.

Brenden soltó a Leesil y salió hecho una furia por la puerta como si no pudiera soportar más la situación. Welstiel ya se había marchado. Nadie se había dado cuenta de que se había ido.

Leesil utilizó las manos para levantarse, se tambaleó, pero no se cayó. A excepción de Chap, Magiere y él estaban solos.

--¿Qué has hecho? --repitió ella.

--Te estabas muriendo. Hice lo que él me dijo que hiciera.

Magiere asimiló mejor su rostro y su muñeca.

--Estás herido.

--No es nada. Me lo puedo vendar yo mismo.

Parecía que le estaban volviendo los recuerdos, Magiere se volvió a tocar el cuello.

--Estaba luchando. Me cortó y entonces... ¿qué pasó?

La historia en su versión íntegra era más de lo que Leesil podía manejar. Era demasiado para él. El mero hecho de estar de pie era un esfuerzo para él.

--Es una historia tan larga --le susurró--. Demasiado larga para esta noche.

Magiere le dio la espalda. Parecía débil y pálida, pero por lo demás parecía estar bien. Muy despacio, Magiere se bajó de la cama, sin embargo, no se acercó a él. ¿Cuándo se acordaría de que él le dio su sangre a beber? Él quería que lo recordara todo.

Magiere empezó a pasearse por la habitación. Miraba a la muñeca de Leesil, su expresión cambió a... vergüenza. ¿Era eso lo que sentía?

--No puedo... no puedo estar aquí --dijo Magiere--. Si tú estás bien... ¿y Chap?

Leesil se sentía demasiado vacío como para discutir.

--Yo cuidaré de él.

No necesitaba que la convencieran, Magiere cogió su cimitarra del suelo, donde Brenden la había dejado, pero no tocó ni cogió ninguna otra arma de las que había alrededor, y salió de la casa de Brenden como un prisionero que huye de su celda.

Leesil se las apañó para caminar y coger el frasco de bálsamo.

Se arrodilló junto a su perro y le puso el grueso ungüento en las heridas. Sin embargo, Chap seguía profundamente dormido.

Por primera vez en muchos años, Leesil se sintió solo.

 

* * *

 

Àlgunos meses atrás, mientras daba un paseo por el bosque, Rashed había encontrado un pequeño barco encallado en una estrecha entrada de agua. Arbustos y árboles cubrían ahora parte del casco, y no encontró signos de que nadie hubiera entrado en el barco desde hacía años.

--Aquí deberíamos de estar seguros --dijo Rashed.

Rashed hizo lo necesario para poner cómodos a Teesha y a Ratboy dentro, y después salió a buscar lugares por los que un rayo de luz del día pudiera colarse cuando saliera el sol y quemarlos.

Aquellas tareas eran obligación suya, eran propias del papel que desempeñaba en aquella familia. Sin embargo, las visiones de túneles que se venían abajo y del fuego hacían que una ira silenciosa lo llenara por completo. Ni siquiera había una manta para que Teesha descansara sobre ella. Aquello le preocupaba. Él debería tener una manta para ella.

Todos sus pergaminos, sus libros, sus vestidos y bordados habían desaparecido. Rashed sabía que Teesha nunca se quejaría.

Ella nunca diría ni una palabra, pero él se sentía casi abrumado por el sentimiento de pérdida.

--Ven y túmbate --le dijo Teesha desde la trampilla trasera.

--Te dije que te quedaras dentro --le respondió, pero rápidamente fue a la trampilla y la siguió a la cubierta de abajo.

Ratboy ya estaba dormido en el suelo. No había literas. Teesha se tumbó en la barriga de madera del barco y alargó la mano hacia Rashed para invitarlo a que se uniera a ella. Rashed se tumbó a su lado, pero no la tocó. Rara vez la tocaba, a no ser que fuera necesario.

No era que la considerara demasiado preciosa o demasiado frágil. Sin embargo, incluso en vida, siempre había creído que un guerrero no debía ser cariñoso ni mostrar sus sentimientos. Le parecía una debilidad. Como si una vez que se abriera esa compuerta fuera a ser imposible detener la inundación, y entonces él perdería toda su fuerza.

Rashed necesitaba toda su fuerza.

Aunque no le importaba cuando era ella quien lo tocaba a él.

Para nada.

Sus rizos color chocolate le cruzaron la pequeña y delicada cara cuando se dio la vuelta para ponerse boca arriba.

--Duerme --le dijo Rashed a Teesha.

Sus velas con forma de rosa también habían desaparecido.

La memoria de Rashed volvió a la primera vez que Teesha vio Miiska y la expresión de deleite que se reflejó en su rostro. Llevaban semanas viajando en busca de un lugar que ella pudiera llamar hogar.

Rashed nunca le dijo lo difícil que era el viaje para él. El sentimiento de culpa por la muerte de Corische lo atormentaba. El sentimiento de culpa por haber abandonado a Parko lo atormentaba. Rashed odiaba estar tanto tiempo al aire libre, siempre moviéndose por extraños caminos. Pero también recordaba lo que Teesha había hecho con el castillo, el sitio tan cómodo y acogedor que había logrado hacer de aquella vacía e inhóspita morada de piedra. Él quería eso otra vez.

Ella le recordaba la vida, y formar parte de la vida.

Puede que estuviera cautivo entre los dos mundos, pero ella también lo estaba, y en algún nivel, también lo estaba Ratboy, o si no el joven golfillo habría seguido a Parko.

Una vez que llegaron a la costa, él pensó que el viaje terminaría pronto, pero ninguno de los pueblos por los que pasaban le parecían adecuados a ella. O bien eran muy grandes o muy pequeños, o muy ruidosos o muy raros, comparados con lo que ella había conocido en su vida. Cuando una noche llegaron a Miiska, Teesha salió del carromato y corrió un poco hasta la orilla, después se giró hacia él y sonrió.

--Este es el lugar --le dijo--. Este es nuestro hogar.

Un enorme alivio lo llenó, y la siguiente noche ya empezó a trabajar. El dinero no era ningún problema. La fortuna de Corische estaba en el carro. Construirle un hogar a Teesha, crear un lugar en el mundo para su pequeña familia le ayudaba a aliviar la culpa. Se convenció a sí mismo de que había hecho lo correcto, de que estaba haciendo lo correcto. Puso unas leyes y esperó que Ratboy siguiera sus órdenes. Allí, el señor del castillo y su mandato no los protegían.

No tenían ninguna protección legal más allá de la que tenían los ciudadanos corrientes, y si querían quedarse en aquel hogar, el secretismo era esencial.

--Nada de cuerpos --dijo Rashed rotundamente.

La mayoría del tiempo Ratboy obedecía, pero al igual que Parko, de vez en cuando sentía la llamada del camino salvaje y había cometido algunos errores. En lugar de echar a Ratboy, Rashed había hecho un trato, un trato muy caro, con el agente del pueblo. Algo de mal gusto pero necesario.

Teesha había vuelto a hacer un hogar bonito y cómodo. Y ahora todo había desaparecido.

Rashed estaba tumbado en la cubierta de un barco abandonado sin ni siquiera una manta para tapar a Teesha.

--No podrás descansar nunca si no dejas de pensar --le susurró entre la oscuridad.

--Todo nuestro dinero estaba en el almacén --le contestó--.

Todavía no sé cómo de graves son los daños, pero puede que estemos sin blanca.

--Eso no importa. Tú siempre encuentras la manera de arreglarlo todo. Ahora descansa.

Teesha alargó el brazo y le puso su pequeña mano en el pecho a Rashed.

Rashed cerró los ojos y permitió que la mano de ella se quedara ahí.