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Después de dejar a Brenden, Leesil se dirigió hacia El León Marino, pero luego cambió de idea. Los sonidos del mar lo llamaban y quería estar un rato más él solo antes de ir a casa, así que caminó hacia el muelle de Miiska en lugar de coger las calles para ir a la taberna.

La lástima que sentía por Brenden ocupaba todos sus pensamientos, pero también le preocupaba darse cuenta de que quería contarle la verdad a su amigo, bueno, puede que no toda la verdad, solo la parte de cómo se habían ganado la vida Magiere y él durante varios años. ¿Cómo reaccionaría Brenden cuando se diera cuenta de que había arriesgado su vida cazando no-muertos con dos personas que era muy probable que supieran menos de eso que él?

Pero claro, habían tenido éxito y todos los del grupo habían salido con vida. Podía ser que la verdad no importara. Ante él se extendían una arena pedregosa y agua hasta la orilla arbolada y más allá hasta los muelles. El mar acariciaba suavemente la arena con su ir y venir y era extrañamente reconfortante a la luz de la luna.

Leesil trató de no pensar en aquellos problemas que no requerían su atención inmediata y se concentró en el momento que tenía entre manos. Por supuesto que algunos recuerdos, viejos y profundos, lo perseguían sin importar nada más, pero aquella noche la playa estaba en calma, Magiere estaba viva, y Brenden por fin podía llorar a su hermana y algún día se recuperaría de su pérdida. Además, Chap también se estaba recuperando. ¿Qué más le podía pedir a la vida?

Paseó por la orilla a ritmo constante, y pronto se encontró con que estaba pensando en la taberna y en pedirle a Magiere un anticipo para comprarse ropa nueva. Ella también necesitaba irse de compras.

¿No le había comentado ya algo acerca de encargar una camisa nueva? Podía ser que lo hubiera hecho.

Leesil trató de no pensar en la noche anterior y se dio cuenta de que estaba comprobando el vendaje de su muñeca. Sintió todavía la presión de sus labios y de sus dientes en el brazo.

Leesil se espabiló. No era suficientemente malo que el acontecimiento en sí hubiera sido grotesco y macabro, de alguna manera también era seductor. Quizá eso era por ella y no por lo que había pasado, lo que se había visto obligado a hacer para no perderla.

Una pequeña ola le subió por los pies y después estalló un grito muy agudo por los árboles. Leesil se quedó congelado.

Imposible.

Era imposible que Chap estuviera cazando. Ese grito solo lo había utilizado cuando había perseguido vampiros. Ya no quedaba nada que cazar.

Leesil corrió playa abajo hacia los muelles.

--¡Chap! --gritó Leesil--. ¡Quieto! ¡Espérame!

La pequeña bahía se iba haciendo más profunda según se acercaba a los muelles y la playa desaparecía en el agua dejando paso tan solo a rocas y acantilados hasta el final del pueblo. Trepó por el duro embarcadero y siguió su camino, ni siquiera se detuvo ante los restos quemados del almacén. Cuando llegó al punto en el que El León Marino estaba justo enfrente, se detuvo a escuchar.

Leesil se dio la vuelta muy despacio a la espera de volver a oír el grito de Chap. Cuando llegó, el inquietante sonido venía de los árboles que había más allá de la taberna y al sur del pueblo. Volvió a correr sin molestarse en pensar lo que haría cuando diera con él.

--¡Chap! --gritó mientras no dejaba de correr--. ¡Para! ¡Te lo digo en serio!

El grito del perro se detuvo unos segundos, pero Leesil no sabía si tenía algo que ver con sus órdenes o no. De la misma abrupta manera que había parado volvió a sonar, pero había cambiado de dirección.

Leesil se detuvo en un pequeño claro, jadeaba entre los abetos gigantes y la maleza, casi en la más absoluta oscuridad. A pesar de que brillaba la luna, su luz no entraba en el bosque completamente. Se obligó a estarse quieto y escuchar atentamente. Los aullidos aumentaban de volumen a gran velocidad, ahora los separaban ladridos y gruñidos. Entonces se dio cuenta de que Chap, o lo que quiera que el perro estuviera persiguiendo, se dirigía directamente hacia él.

Casi demasiado tarde, Leesil se dejó caer e intentó rodar por el suelo cuando una figura borrosa salida de la nada volaba hacia él y lo golpeó con fuerza en la mandíbula. Aturdido, intentó respirar y miró a su alrededor como un loco, todavía no sabía qué era lo que lo había golpeado.

--¿Por qué no corres? --le preguntó burlonamente una voz vagamente familiar--. Corre y te cogeré otra vez.

A pesar del enorme mareo, el miedo hizo que Leesil se pusiera en pie de nuevo al ver a la criatura que lo estaba provocando: un golfillo marrón y sucio con la cara esquelética y las ropas hechas jirones.

Ratboy.

--¿Cómo? --intentó susurrar, pero su boca no le quería obedecer.

Con una rapidez totalmente antinatural, Ratboy se dejó caer hasta quedar agachado como si quisiera hablar. Medio sonrió, pero el gesto no disminuyó en nada el pánico que sentía Leesil.

--Ya sabes --dijo Ratboy--, nunca he sido de esos a los que les gusta jugar con la comida, pero ahora, me apetece tomarme mi tiempo. --Su sonrisa desapareció--. ¿Dónde está tu aceite? ¿Y tus estacas? ¿Y tu cazadora?

Leesil intentó tragar, intentó pensar. En un segundo podría tener un estilete en cada mano. ¿Le ayudarían en algo tales armas?

¿Podría acercarse a aquel... aquella cosa que se movía más rápido de lo que él podía ver?

La voz de Chap se acercó más aún y Leesil deseó que se diera prisa. ¿Cómo había sobrevivido al fuego aquella criatura?

La cara de Ratboy le llamó la atención a Leesil y la mantuvo un segundo. Era tan humana, tan joven, tan delgada y afilada como su cuerpo. Los ojos marrones lo desafiaban, brillaban con las emociones de odio y triunfo. Leesil tuvo que recordarse a sí mismo que no se enfrentaba a un niñato adolescente desaseado.

¿Dónde estaba Chap?

--¿Igual podríamos decir que esto es un empate? --bromeó Leesil para ganar tiempo--. Prometo no hacerte daño.

--¡Oh! Pero yo sí que quiero hacerte daño a ti.

Ratboy saltó y le dio una patada en las costillas con la suficiente fuerza como para tirarlo de espadas. Un enorme crujido resonó por todo el cuerpo de Leesil y sintió como al menos dos costillas se le habían roto. Por un momento, el dolor lo cegó.

Entonces, como una canción cortada, el inquietante aullido se detuvo, como si Chap hubiera desaparecido.

Ratboy giró la cabeza hacia los árboles y volvió a mirar de frente.

--¿Es eso lo que estás esperando? ¿Al perro? Ahora estoy lo suficientemente fuerte como para enfrentarme a él también, pero mi preciosa compañera ya debe de haber terminado con vuestro herrero y habrá venido a ayudarme. Te pido disculpas.

Ratboy se inclinó hacia delante y cogió a Leesil por la camisa.

Mientras Ratboy lo ponía en pie, Leesil curvó las manos y abrió las tiras que sujetaban las fundas que llevaba en los antebrazos. Los estiletes resbalaron por la mangas y le llegaron a las manos.

Le metió los dos en los costados hasta las empuñaduras.

--Uno bien... ahora toca lo siguiente --dijo mientras empujaba ambos mangos hacia abajo.

Ratboy abrió la boca al oír como se le rompían sus propias costillas. Uno de los mangos de los estiletes se le quedó en la mano a Leesil al quedarse la hoja dentro del cuerpo del vampiro.

Sin hacer un gran esfuerzo, Ratboy lanzó al medio elfo por los aires.

El cuerpo de Leesil se enredó en un árbol, enganchándose en una rama baja. El impacto hizo que la rama se desprendiera del tronco del árbol y cayera de golpe al suelo del bosque.

Leesil, ahogado, intentaba respirar, medio ciego por el dolor, y cogió el trozo de madera y lo apretó con fuerza.

 

* * *

 

Magiere maldijo su falda larga mientras se adentraba a toda velocidad en el bosque; seguía la voz de Chap. El pesado tejido se enganchaba en los arbustos y le daba en los tobillos, por lo que hacía que fuera más despacio.

Algo le dijo que no gritara, que no llamara al perro.

¿Quién había asesinado a Brenden? ¿Cuántos vampiros habían escapado del fuego de Leesil? ¿Por qué habían atraído a Chap hasta el bosque? Si hubieran querido matar al perro, podían haberlo hecho mientras dormía él solo, junto a la chimenea de la taberna.

Los gritos del perro pararon de repente. Ella hizo lo mismo.

Dos segundos después, el alarido volvió a sonar en la noche, y estaba segura de que Chap había cambiado de dirección. Perseguía algo entre los árboles. ¿O había algo que lo guiaba?

Magiere se dio cuenta de que si iba como un oso salvaje por el bosque iba a llamar la atención hacia donde estuviera, por eso se cogió la falda con una mano, con la otra sujetó la cimitarra y avanzó con más cuidado a través de los árboles.

Condenado Welstiel. ¿Cómo lo había sabido? Leesil no era ni descuidado ni tonto y estaba seguro de que nada había podido escapar del almacén al derrumbarse en llamas. Había mucha maleza a su alrededor y caminó con cuidado entre los arbustos y sobre ortigas húmedas.

La voz de Chap sonaba más cerca ahora. En su interior creció una sensación de alivio al saber que de un momento a otro vería al perro. Entonces, como un pájaro al que disparan en pleno vuelo, su canción de muerte se terminó. No volvió.

Magiere se olvidó de la cautela y corrió hacia el último grito que había oído. Llegó hasta un pequeño claro y no pudo creer lo que veían sus ojos.

Una hermosa joven con rizos marrón oscuro y un vestido rojo desgarrado estaba de pie, calmadamente, con una mano en alto, y hablando con suavidad. A un brazo de ella estaba Chap temblando con escalofríos. Gruñó, pero su tono y su expresión no mostraban demasiada convicción. Si hubiera sido humano, Magiere hubiera dicho que estaba confuso.

--Está bien, mi amor --dijo la mujer, mientras su pequeña y pálida mano le ofrecía una caricia--. Ven y siéntate conmigo aquí. Eres muy especial.

Tanto la mujer como el perro estaban tan concentrados el uno en el otro que ninguno se dio cuenta de la entrada de Magiere, a pesar de que no se podía decir que hubiera entrado en silencio.

--¡Chap! --espetó--. Aléjate de ella.

Los cuatro ojos miraron hacia ella y el aturdimiento abandonó la expresión de Chap. Chap negó con la cabeza y se puso a su lado.

Aulló y caminó a su alrededor sin dejar de mirar a la pequeña mujer de rojo.

--¿Es así como mataste a Brenden? --le preguntó Magiere mientras la apuntaba con la cimitarra--. ¿Utilizaste algún truco?

La mujer sonrió y Magiere sintió su poder como un golpe físico.

Unos pequeños dientes blancos sobresalían de un rostro tan suave, tan inocente y cálido que podía haber sido la fuente del amor.

--Necesitas hablar --le dijo--. Necesitas contarle a alguien tus problemas. Yo sé de estas cosas. Has perdido a tu amigo... ¿Leesil?

¿Es ese su nombre? Ven, siéntate conmigo y te escucharé. Cuéntame todo y quizá juntas podamos encontrarlo.

En un descarnado nivel de su conciencia lo único que Magiere deseaba era dejarse caer junto a aquella mujer y dejar salir los últimos veinte años de su vida. Pero no lo hizo. La ira crecía en su interior y los colmillos empezaron a crecerle en la boca, con una gran velocidad que ahora ya le era familiar.

--Eso no funcionará --le medio susurró--. No conmigo. --Se acercó--. ¿Vas armada? Por tu bien espero que sea así.

Imágenes de la mente de la mujer aparecieron en la de Magiere.

Teesha. Aquella mujer se llamaba Teesha.

--No lo creo --dijo Teesha con calma--. ¿Por qué iba a hacerlo cuando tengo un espadachín?

--No lo veo por aquí --le contestó Magiere, pero se le hacía difícil bromear y temía perder el control.

No había ira o deseo de venganza o locura en los ojos de Teesha. Todo lo que hacía, todo lo que decía, estaba calculado con precisión. Los poderes de aquella criatura eran diferentes de los de Rashed o Ratboy.

Chap aulló en tono bajo, y Magiere se aferró al pensamiento racional. Teesha retrocedió muy despacio hacia los árboles. Aquel vampiro tenía miedo.

--No pensaste que yo fuera a estar aquí, ¿verdad? --le preguntó Magiere--. En ese caso habrías venido preparada. --La verdad quedó clara. Todo aquello era un plan para deshacerse de Leesil y Brenden--. Puedo matarte y no puedes detenerme.

Magiere la persiguió. Detrás de ella, Chap aulló y después empezó a ladrar muy alto. Magiere se detuvo y se dio la vuelta. Chap seguía de pie en el claro, le estaba ladrando y los pensamientos de Magiere volvieron a aclararse.

Aquella mujer no muerta estaba intentando alejarla de la verdadera razón por la que había ido allí.

Magiere eliminó pensamientos salvajes de su mente y corrió hacia Chap.

--Ve, yo te sigo.

Chap se dio la vuelta y corrió hacia el bosque.

Todavía jadeante, Leesil cogió la rama rota y se obligó a esperar, se obligó a interpretar el papel del pájaro cojo que atrae al zorro. Si atacaba por desesperación, moriría.

Se le había esfumado la sensación de placer y de poder a Ratboy. Las hojas de los estiletes le salían por los costados y estaba abiertamente enfadado. Y eso podía volverlo descuidado de nuevo.

Ahora parecía menos humano y más como una criatura salvaje y sucia.

--Esto es tan divertido --escupió, pero ya no había tanta alegría en su voz--. Puede que hasta te lleve a mi casa, aunque, claro, no tengo casa. ¿Te acuerdas de Rashed? ¿Alto, pelo negro, ojos muertos, espada grande? Sí, apuesto a que le encantaría tener unas palabritas contigo. Ese almacén significaba mucho para él, era más que un simple negocio. Representaba la libertad y su capacidad para existir en vuestro mundo. ¿Puede asimilar y entender tales ideas tu pequeña mente?

A Leesil le dolía tanto el pecho que cada respiración era un esfuerzo, pero volvió a recobrar su compostura e intentó parecer tranquilo. Se incorporó y se inclinó hacia atrás para apoyarse en un árbol.

--Si dejaras de charlar y decir cosas sin sentido, podríamos resolverlo ahora --dijo Leesil--. Dudo mucho que él tardara tanto en matarme.

Cualquier rastro de regocijo que pudiera quedar en el rostro de Ratboy desapareció.

--¿Deseas la muerte?

--Cualquier cosa es mejor que oírte.

Leesil se puso en tensión, anticipando una rápida caída sobre él de su contrincante.

Cuando llegó, en una nube borrosa de movimiento, retrocedió al pasado y se convirtió en el producto de todas las enseñanzas de sus padres, alguien que podía dejar de lado el dolor, alguien capaz de dar en un punto determinado con una segunda naturaleza ágil y con la cantidad adecuada de fuerza. Las manos de Ratboy podían llegar a tocarlo. Su mano salió disparada por sí misma justo antes de que las manos de Ratboy llegaran hasta él.

El extremo afilado e irregular de la rama se hundió en el centro del pecho de Ratboy antes de que cualquiera de ellos pudiera darse cuenta de lo que estaba pasando. Un chorro de sangre roja y negra templada le salpicó a Leesil en la mandíbula y en la oreja, cuando intentó rodar para quitarse de en medio.

Ratboy gritó sorprendido y por algo que sonaba muy parecido al miedo. El no muerto tropezó hacia atrás y se agarró salvajemente de la rama que tenía en el pecho.

--¡Leesil! ¿Dónde estás?

Aquellas palabras habían salido del bosque, no de la jadeante boca del niño mendigo.

Magiere estaba en algún sitio entre los árboles. La sensación de alivio corrió por la boca de Leesil como si fuera agua, pero le era totalmente imposible gritar.

--Aquí --intentó llamarla--. Estoy aquí.

Una de las manos de Ratboy logró asir correctamente la rama y se la sacó. Pero no se estaba comportando en absoluto como lo hizo cuando se sacó la flecha de la ballesta del cuerpo. Se estaba ahogando, y la sangre manaba, más que salía, de su cuerpo. Se atragantaba y gemía alternativamente a la vez que presionaba con las dos manos el agujero que tenía en el pecho.

--Te he dado en el corazón, ¿verdad? --logró susurrar Leesil--.

No le he dado de pleno, pero le he dado. ¿Qué pasa cuando te desangras? ¿Te caerás lacio y sin vida, demasiado débil para moverte y te quedarás tendido y aterrorizado hasta que salga el sol?

Ratboy hizo gárgaras y emitió sonidos como de escupir, mientras lo miraba presa del pánico. Podía oír pasos que se acercaban y los aullidos de Chap. El no muerto corrió renqueante hacia los árboles para alejarse de los sonidos que se acercaban.

Ratboy desapareció por un lado del claro a la vez que Chap salía del otro. Magiere iba detrás del perro. A través de la bruma que producía el cansancio, Leesil sintió cómo una lengua le lamía la cara y las manos de Magiere sobre él, buscando lesiones.

--¿Tienes cortes? --le preguntó. Cuando no le respondió inmediatamente lo repitió en voz más alta--. ¿Tienes cortes?

--Síguele --susurró Leesil--. Corre.

--No, te voy a llevar a casa.

--Brenden --dijo él--. Tenemos que avisarle.

Magiere ni lo reconfortó ni sintió compasión por él, pero lo que sí pudo reconocer Leesil en su voz fue algo de pena histérica.

--Brenden ha muerto.

 

* * *

 

Los arbustos se iban haciendo más y más densos según Ratboy se acercaba al pequeño canal sin salida al mar en el que se escondía el barco. El dolor tal y como lo sentían los mortales no lo asediaba, pero miedo y cansancio de una magnitud que nunca había sentido le hicieron reducir el paso. Lo único en lo que podía pensar era en Rashed, en el barco y en conseguir ayuda. Su parte vital, obtenida de la chica de los brazos bronceados, cubría cada hoja y cada ortiga que pasaba. No sabía cómo de grande era el agujero que tenía en el pecho, pero toda la parte delantera de su camisa estaba empapada.

¿Cómo? ¿Cómo lo había herido el medio elfo mortal otra vez?

Ratboy utilizaba los árboles para sujetarse mientras se tambaleaba y avanzaba dando bandazos, estaba desesperado por encontrar a los suyos, ya no le importaba el orgullo o la vergüenza por necesitar ayuda.

A través del denso y profundo verde que lo rodeaba, el olor de la vida llegó hasta sus fosas nasales. Su cuerpo se puso en tensión por la confusión, y entonces un desafortunado ciervo saltó casi directamente frente a él. Los ojos grandes y húmedos y una cola blanca fueron rápidamente registrados por su vista. Ratboy corrió instintivamente hacia delante, gritó desesperado a la vez que cogió al animal por la cabeza y le mordía el cuello. El ciervo golpeó fuertemente con las patas y lo arrastró un poco, pero el miedo a la auténtica muerte que salía de él hizo que su fuerza fuera casi maníaca. Se sujetó bien con los brazos y rodó con su cuerpo para tirar a la bestia al suelo. El animal se debilitó y se quedó flácido en sus brazos. Alimentarse de animales era la sombra de alimentarse de humanos. La energía de la vida de un animal no lo llenaba con satisfacción ni lo contentaba, pero de todas maneras le ofrecía vida y curación. Soltó al animal en cuanto murió.

El pánico disminuyó. El agujero de su pecho se cerró lo suficiente como para que dejara de sangrar. Dejó al ciervo donde había caído, con los ojos abiertos de par en par, y se dirigió al barco.

Entonces que la auténtica muerte no era inminente, el estado de su mente cambió. Se sentía incómodo y avergonzado por el miedo que había tenido antes, y por haber necesitado a Rashed. Los no-muertos vivían en compañía de otros por elección propia, no por necesidad.

La limpia y salvaje fuerza de vida que le había quitado al ciervo fluía por su cuerpo, sin que la complejidad de las relaciones y el cariño le afectaran. Sentía como el corazón del bosque latía en sus oídos, a pesar de que el suyo había dejado de hacerlo muchos años atrás. Los lobos aullaban y un búho ululó.

¿Quería esconderse dentro de la barriga de un barco durante semanas mientras Rashed los obligaba a todos a navegar hasta que se instalaran en un nuevo pueblo, pero igual a este? ¿Construirían otro almacén y fingirían vivir como mortales?

Ratboy caminó más despacio. Miró hacia abajo para verse el pecho y se arrancó lo que quedaba de su camisa. Se vio la piel rasgada. La sangre de un mortal terminaría de curarlo. De nuevo, se preguntó cuál sería el mejor camino a seguir.

Teesha había querido huir.

Rashed quiso quedarse y luchar.

Las motivaciones de ambos le empezaban a quedar claras.

Rashed quería venganza y asegurarse de que Teesha estaría permanentemente segura de la cazadora. Teesha solo quería mantener a Rashed alejado de aquella cazadora. Pero, ¿qué había de él? ¿Qué pasaba con Ratboy? ¿Les importaba a ellos? Él había permanecido con ellos todos aquellos años porque nunca le había gustado vivir solo, pero, mientras estaba allí en el bosque, cuando se miró el pecho herido, se preguntó si no habría estado solo todo el tiempo.

--No seas uno de ellos --le dijo al oído una voz loca que le era conocida.

Miró a su alrededor salvajemente, pero no vio a nadie. Conocía la voz. De manera espontánea, imágenes de Parko empezaron a bailar en la oscuridad, y una enorme añoranza por la libertad de cazar, matar y alimentarse a voluntad lo invadió.

La cara blanca y la risa salvaje de su viejo compañero lo siguieron cuando se empezó a mover otra vez. ¿Y dónde estaba el cuerpo de Parko ahora? En el fondo de un río porque una cazadora lo puso allí, la misma que lo perseguía a él.

Ratboy oyó el sonido de un martillo que golpeaba la madera y se movió con cuidado para esconderse detrás de un árbol. El suave brazo de mar se desbordaba levemente cuando el agua pasaba por él.

Rashed estaba no muy lejos, con su propia camisa también quitada, intentaba arreglar el agujero del casco del barco.

La piel blanca era el único elemento antinatural de su apariencia.

Los pesados huesos de sus hombros desnudos y el practicado vaivén de su maza parecían totalmente humanos, totalmente mortales. En el suelo descansaban otras herramientas y tablas, a la espera de ser utilizadas.

--¿Es él un auténtico muerto noble? --le susurró la voz muerta de Parko a Ratboy al oído.

--No --Ratboy negó con la cabeza. Dio un paso hacia atrás, se dio cuenta de la futilidad de las acciones de Rashed, del peligro sin sentido de permanecer allí para luchar contra aquella cazadora, lamentaba dejar a Teesha atrás.

No había ninguna indecisión, ya no había ninguna agitación interna. No iba a volver. El bosque lo llamaba. Podría matar por el camino, podría robar la ropa a sus víctimas, y vivir de manera acorde con su naturaleza.

Una última punzada de añoranza lo atravesó al pensar en Teesha. Entonces desapareció entre los árboles... hacia el norte.

 

* * *

 

A pesar de que el agujero en el casco del barco era pequeño, Rashed empezaba a darse cuenta de que nunca podría arreglarlo él solo sin los materiales necesarios, y que incluso en ese caso le llevaría varias noches dejarlo para que navegara. Había arrancado algunas tablas de la cubierta y había intentado utilizarlas para arreglar el casco. Al principio le agradaba el trabajo, ya que le proporcionaba algo constructivo que poder hacer y le recordaba que en efecto el controlaba su propio destino. Ahora decidió que podía ser necesaria otro tipo de escapatoria. Si pudieran viajar de noche por la carretera hasta el pueblo costero siguiente, él podría comprar pasajes para un barco.

Rashed frunció el ceño. Para eso haría falta dinero. Había contado con poder posponer sus preocupaciones por el dinero.

Sus pensamientos se dirigieron hacia Teesha.

Su método de caza no le daba motivos para preocuparse, pero todavía miraba hacia atrás alguna que otra vez, deseaba que apareciera.

Como era dado a contemplar y admirar la estética, no pudo evitar darse cuenta de la belleza y gran variedad de la vida vegetal que crecía sobre y alrededor del barco. Parras moradas y blancas, flores con forma de campana que colgaban de la proa y de la popa que llegaban hasta pesados abetos y arbustos salvajes de lilas.

Incluso a la luz de la luna, unos ligeros mantos de musgo verde brillante cubrían el tronco de muchos árboles y sus raíces, como suaves alfombras. La mera idea de huir de un lugar así no hacía más que alimentar su ira hacia la cazadora que había deshecho su vida actual.

--Podrías haber sido carpintero --dijo una dulce voz detrás de él.

Se dio la vuelta para ver a Teesha que inspeccionaba su trabajo, que él apenas si consideraba merecedor de halago alguno. Con sus rizos oscuros que le caían como una cortina alrededor de su diminuta cara y sus pequeños hombros, los gloriosos colores de la naturaleza perdían intensidad a sus ojos. Nada podía compararse a ella.

--¿Está muerto el herrero? --le preguntó sin rodeos y sin mencionar su alivio por su regreso.

--Sí...

Algo iba mal. Bajó su mazo y caminó hacia ella.

--¿Qué pasa? ¿Se le escapó el medio elfo a Ratboy?

Teesha levantó la barbilla para mirarlo directamente a la cara.

--Creo que Ratboy nos ha dejado. Siento su separación.

Rashed no lo entendía, pero sabía que las habilidades mentales de Teesha superaban a las suyas.

--¿Qué quieres decir?

Teesha alargó la mano para tocarle el brazo. Antes, se había quitado la guerrera para poder trabajar con mayor libertad, y la sensación de los dedos de Teesha sobre su piel desnuda lo hizo temblar.

--Se ha ido --dijo Teesha sencillamente--. Ha seguido a Parko en el camino salvaje.

Un sentimiento de pérdida golpeó a Rashed. No era tanto porque le importara o echara de menos a Ratboy, sino porque su mundo seguro se estaba deshaciendo a su alrededor y él parecía no ser capaz de volver a enrollar el ovillo.

Pero la que más importaba seguía a su lado, todavía necesitaba su protección. Si hubiera sido capaz, habría abrazado a Teesha con fuerza y le habría susurrado palabras reconfortantes al oído.

No lo fue. Por el contrario, se dio media vuelta hacia el barco y dijo:

--¿Entonces ya solo quedamos nosotros dos?

--Y Edwan.

Sí, Edwan. ¿Por qué siempre se olvidaba del fantasma?

--Por supuesto --dijo él.

Teesha titubeó.

--Todavía nos tenemos el uno al otro. Puede que debamos ver la decisión de Ratboy como una señal. Puede que nosotros también debamos olvidarnos de todo lo que hay aquí y marcharnos.

Por un breve instante Rashed flaqueó. Teesha estaba a salvo.

Ella estaba con él. Puede que debieran abandonar aquel lugar y desaparecer en la noche. Pero entonces la imagen de la cazadora se interpuso en sus pensamientos, junto con las de él mismo arrastrando a Teesha por los túneles que se derrumbaban mientras que su hogar ardía sobre su cabeza.

--No, esa cazadora morirá. Entonces nos iremos. La mataré yo mismo mañana por la noche. Tú te quedarás aquí. No tardaré. No me puedo arriesgar a que nos siga. --Hizo un gesto hacia el barco--. No puedo arreglar esto con las herramientas y materiales que tengo, pero te prometo que nos marcharemos de aquí pronto. Tengo que ocuparme de un cabo suelto esta noche. Necesitaremos dinero para viajar.

Teesha bajó la mirada y su habitual fachada de encanto natural.

--Está bien --dijo en voz baja--, pero quiero que sepas que tengo miedo, y hay muy pocas cosas en este mundo que me den miedo.

La urgencia, y la incapacidad para reconfortarla se le hicieron físicamente dolorosas a Rashed.

--No permitiré que nada te haga daño.

--No es eso de lo que tengo miedo.

 

* * *

 

Rashed esperó fuera de La Rosa de Terciopelo hasta que un cliente alto con ropas caras salió del establecimiento. Salió de entre las sombras de un callejón adyacente y le dio un puñetazo en la cara al hombre con la suficiente fuerza como para hacerlo caer. Rashed le robó al hombre el monedero y después la capa. Se puso la capa rápidamente y se aseguró de que la capucha le cubría la cara completamente. Incluso a aquella hora tan tardía, La Rosa de Terciopelo podía estar llena de vida y Rashed no quería que lo reconocieran.

Antes de entrar en La Rosa de Terciopelo solo vio a tres personas: una sirvienta, otro cliente que se preparaba para marcharse y a Loni, el elfo que hacía las funciones de educado propietario y guardia. Sus habilidades mentales podían ocuparse de los tres.

Rashed irradió con su mente y proyectó la idea de que no deberían percatarse de su presencia, de que él pertenecía a aquel lugar. A Teesha se le daba mucho mejor aquello, pero Rashed sabía cómo utilizar sus habilidades cuando era necesario.

Una vez que pasó el vestíbulo y el mostrador de recepción, subió las escaleras y llamó a la puerta de Ellinwood. No obtuvo respuesta pero podía sentir la presencia del agente en el interior de la habitación.

Alargó la mano y giró el pomo. No estaba echado el pestillo. En su anterior visita el agente le había dado la bienvenida, por lo que entró directamente.

Antes de entrar vio la enorme figura de Ellinwood medio tumbada en una silla cubierta de tela adamascada. La carne que rodeaba sus ojos medio abiertos estaba hinchada y teñida de un tono rosado y rojizo. De la comisura de sus labios le colgaba un hilillo de baba y a su lado había un largo vaso vacío de cristal esmerilado, una urna y una botella con un líquido ambarino. Rashed se acercó y miró en el interior de la urna. Ya conocía el opio amarillo. En sus días como soldado del Imperio Sumano, había visto suficiente en los callejones de los bares donde se reunían los desesperados a satisfacer sus necesidades. Hacía tiempo que sospechaba que Ellinwood se gastaba sus beneficios en alguna adicción, pero nunca le importó lo suficiente como para buscar una respuesta.

El asco llenó a Rashed. ¿Por qué iba nadie a llorar a aquellos mortales cuando con tanta frecuencia ellos mismos elegían destruirse?

Además, el opio sumano era peligroso. Consumía a aquellos que esclavizaba. El agente pronto haría cualquier cosa por conseguir más.

--Despierte --le ordenó Rashed.

Ellinwood pestañeó varias veces antes de abrir los ojos por completo. Al principio estaba aturdido y era incoherente. Después se aclaró su expresión. Cuando su cerebro registró a Rashed, la confusión quedo sustituida por la sorpresa.

--¿Rash...? --logró decir.

Intentó incorporarse, pero los blandos músculos de su enorme cuerpo no querían cooperar. Sin su sombrero, su cabello marrón quedaba a la vista y se le pegaba al cráneo en mechones lacios y mugrientos.

--Sí, estoy aquí --dijo Rashed en voz baja--. No está soñando.

Necesito dinero.

Ellinwood ganó algo más de control sobre su cuerpo y logró incorporarse.

--¿Has venido aquí por dinero? ¿Cómo lograste escapar del almacén? El compañero de la cazadora lo dejó hecho cenizas.

--Perdimos todo lo que teníamos --dijo Rashed haciendo caso omiso de su pregunta--. Necesito llevarme a Teesha de aquí. Creo que puede compartir parte de su riqueza, teniendo en cuenta lo que le hemos estado pagando.

Casi podía ver los pensamientos de Ellinwood cuando pasaban por la hinchada cara al hombre. A la ansiedad le siguió la preocupación, después malicia y al final el agente sonrió.

--¿No creerás que yo iba a guardar nada de mi plata aquí? --Su mirada se desvió inconscientemente hacia la parte superior del armario y después con rapidez volvió a Rashed--. Cualquier doncella de dedos rápidos podría robármela.

Rashed no tenía tiempo para juegos y el asco que sentía por aquel hombre avaricioso se estaba transformando en odio. Cambió de táctica y se concentró físicamente.

--Está en peligro --le dijo--. He venido a llevarlo a un lugar seguro. Coja su dinero. Coja todo lo que necesite y sígame.

La ya de por sí débil mente de Ellinwood, más embotada aún por el opio y el whisky, era muy fácil de vencer. De repente creyó estar en peligro a causa de una fuente externa y que Rashed era su protector.

--Sí, sí --dijo mientras se tropezaba, al intentar ponerse en pie presa del pánico--. No tardaré.

--Volveremos a los muelles --dijo Rashed--. Estará seguro allí.

--Seguro --repitió Ellinwood.

Corrió al armario, abrió el cajón superior y sacó varias bolsas de aspecto pesado que le tintinearon en las manos.

--Deme las monedas para que estén seguras --dijo Rashed--. Yo las guardaré para usted.

El agente le acercó las bolsas. Rashed se las ató al cinturón y se puso la capa de nuevo.

Bajaron las escaleras juntos, y esta vez, Rashed simplemente se escondió bajo su capucha al pasar por delante de Loni. El agente vivía allí. Nadie pondría en juicio que abandonara el edificio acompañado.

Los dos caminaron deprisa por el pueblo hasta la orilla, y Rashed se movió para quedarse sobre las tablas de madera del final del muelle.

--Aquí --dijo Rashed--. Aquí estará seguro.

Ellinwood se unió a él. Su peso hizo que las tablas crujieran.

--Seguro --repitió con una sonrisa.

Rashed no podía creer lo fácil que era controlar la mente de aquel hombre. Le llevó muy poco esfuerzo, y, por lo general, controlar la percepción de otro mientras le suministraba pensamientos le suponía un gran esfuerzo. Alargó las dos manos y le cogió la carnosa cara a Ellinwood. Después la giró con fuerza y rapidez hacia la izquierda de manera que le rompió el cuello al agente. Su víctima no sintió dolor alguno, se quedó sin vida, sencillamente.

En lugar de levantar el pesado cuerpo, Rashed dejó que rodara por el entablillado. Nadie lo oiría caer al agua. Podía ser que el mar se lo tragara y podía ser que apareciera en la orilla. Si alguien lo descubría, vería las bolsas rojas bajo sus ojos y después encontrarían el polvo amarillo en su habitación. De cualquier manera, para cuando lo encontraran, Rashed tenía pensado haberse ido hacía ya tiempo.

Pensar en Teesha sola en el barco le hizo sentir ansiedad, abandonó los muelles rápidamente mientras tocaba con los dedos las bolsas de dinero que llevaba prendidas en el cinturón y no miró ni una vez hacia el lugar de la muerte de Ellinwood.