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Dos noches más tarde, una taberna de alguna manera remodelada y llamada «El León Marino» abrió poco antes del atardecer. Leesil no había vivido junto al océano antes y cuando vio a una manada de leones marinos nadar entre las olas rizadas hacia el norte se le encendió la inspiración del nombre que sugería a la vez lugar y fuerza. Al principio ni siquiera sabía cómo se llamaban las criaturas que acababa de ver, hasta que le preguntó a uno de los marineros en los muelles. Magiere sabía que ella tenía muy poca imaginación con las palabras, pero Leesil por lo general expresaba palabras suficientes para los dos.

La mayoría de sus clientes eran marineros que estaban lejos de sus hogares o trabajadores de los muelles que no estaban casados.

También aparecieron un par de parejas jóvenes. Además, fueron dos mujeres de mediana edad que eran dependientas en una tienda, que decían adorar el guiso de pescado de Beth-rae y que vinieron lentamente detrás del grupo de gente principal. Después de comer, las dos se interesaron por la nueva atracción de la mesa de faro de Leesil y se sentaron a charlar cómodamente con los marineros que tenían alrededor mientras Leesil repartía las cartas.

Irónicamente, los cuidadores, en especial Beth-rae, parecían un regalo divino. Antes de llegar a Miiska, a Magiere nunca se le había ocurrido servir comida, pero entonces se dio cuenta de su escasa visión comercial. Todos los que se sentaban a hablar y beber, y a jugar a las cartas pedían algo de comer, antes o después. Iban allí casi tanto por la comida como por la cerveza. Un par de empleados del muelle de piel oscura incluso pidieron té especiado. Magiere descubrió que no tenía tal cosa en el almacén, pero cuando se lo dijo a los dos hombres, estos la miraron como si el especial de la casa que hubieran estado pidiendo durante muchos años hubiera desaparecido de su lugar favorito de repente. Corrió escaleras arriba y mezcló todos los restos de té que le quedaban de sus viajes, luego se los dio a Beth-rae para que hiciera infusiones a cuenta de la casa hasta que pudiera comprar una mezcla en condiciones. Aparte de esa invitación, el dinero no hacía más que entrar. No era una fortuna, y les iba a llevar unas cuantas semanas sacar lo que Leesil y ella sacaban de un pueblo o dos, pero sin duda era una manera mucho más cómoda de ganarse la vida. Caleb les había ayudado a poner los precios de las comidas tomando como referencia lo que cobraba el dueño anterior, y ese era tan buen punto de partida como cualquier otro.

Magiere regresó a su puesto favorito detrás de la barra y observó a Caleb mientras servía las bebidas y los deliciosos platos de Beth-rae que salían de la cocina. Se dejó caer contra un barril de cerveza y se relajó solo un poquito, se sentía limpia y cómoda.

Beth-rae le había lavado sus viejos bombachos negros la noche anterior, y Magiere los llevaba puestos aquella noche, con una camisa blanca ancha y un chaleco rojizo sin abrochar que se había comprado en el mercado al aire libre. Llevaba los amuletos metidos dentro de la camisa, como tenía por costumbre. A pesar de los muchos cambios que había sufrido su vida, el vestido que le había dado la tía Bieja sencillamente no le era cómodo, por lo que decidió seguir vistiendo como siempre lo hacía.

Miró a su alrededor satisfecha. Todo era casi como lo había imaginado. Chap estaba sentado junto al fuego, atento como siempre a cualquier problema que pudiera surgir. Leesil se reía y bromeaba mientras repartía las cartas, recogía las apuestas y aplicaba su truco de relajar a todo el mundo con naturalidad. Hacía tres días que Magiere no lo había visto borracho, aunque se le veía ojeroso por las mañanas, con los ojos más inyectados en sangre que de costumbre, como si todos aquellos años hubiera necesitado el vino para descansar. Magiere había dormido a su lado al raso, en el suelo, suficientes veces como para conocer sus problemas con las pesadillas. Las pocas veces que se habían quedado sin vino entre dos pueblos la había despertado por la noche con sus balbuceos y movimientos, a veces gritaba cosas ininteligibles mientras dormía.

Nunca se lo había mencionado.

La pequeña Rose se sentó cerca del fuego detrás de Chap, quien de vez en cuando le echaba un vistazo mientras ella dibujaba con carbón en algún pergamino desvaído que le había comprado Leesil.

Cada vez que se abría la puerta, Magiere no podía evitar mirar con ansiedad si se trataba del intruso visitante, Welstiel, de la primera noche que pasaron allí. Según fue pasando la noche sin rastro de él, dejó de mirar a cada persona que entraba por la puerta y se relajó un poco más. Era la primera de muchas más noches, podría encontrar la paz que imaginaba.

No oyó abrirse la puerta, sino que sintió el viento y oyó como Leesil le daba la acostumbrada bienvenida. Cuando se dio la vuelta desde un barril de cerveza, una primera mirada le dijo que había algo que no estaba en su lugar.

No era un comerciante, no como los que había visto en el pueblo. Tampoco era un trabajador del muelle o un trabajador de una barcaza, aunque por su constitución, tales empleos no le habrían supuesto esfuerzo alguno. Marinero o capitán estaban totalmente descartados ya que su piel era tan clara que no podía haber visto la luz del día en una larga temporada. Estaba frente a ella al otro lado de la barra, inusualmente alto, con una estructura ósea muy pesada y el pelo negro corto. Llevaba una guerrera color burdeos que apenas si lograba esconder los músculos de sus brazos. Captó la mirada de Magiere y se la sostuvo. Tenía unos ojos azules muy claros, casi transparentes, que a Magiere le recordaron los de Chap. Tenía la postura de un noble, pero en tal caso, ¿qué hacía en una taberna del muelle?

A Magiere le llevó más de un segundo registrar un sonido bajo y sordo bajo el barullo de la sala. Le llamó la atención más que nada porque no estaba segura de por qué lo podía oír hablar entre las charlas de los clientes. Pero era familiar e inquietante de alguna manera. Miró hacia su fuente.

Chap estaba de pie frente a la chimenea con los labios tensos a punto de gruñir más alto.

Volvió a observar al hombre que tenía frente a ella para luego volver a mirar al perro, y hacia la pequeña Rose quien estaba sentada tras el animal con los ojos abiertos como platos por la sorpresa. Chap no había reaccionado con ningún otro cliente en toda la noche.

--Calla, Chap --le espetó Magiere en voz lo suficientemente alta como para que el perro la oyera.

Dejó de gruñir, pero se mantuvo rígido, hasta cuando Rose le empezó a tirar de la cola.

Magiere volvió a concentrar toda su atención en el noble.

--¿Qué puedo hacer por usted?

--Vino tinto. --Su voz era grave y profunda.

Esa nueva costumbre de hacerse una idea de la gente rápidamente le estaba empezando a molestar a Magiere. Desde que había llegado a Miiska, algunos de sus habitantes le habían hecho llegar a evaluaciones muy rápidas, o puede que antes nunca hubiera estado tanto tiempo con tanta gente. Había experimentado un intuitivo e inmediato rechazo hacia el agente Ellinwood, una extraña sensación de conciliación hacia Caleb y Beth-rae, un inexplicable miedo de Welstiel y entonces aquel noble le creó una nueva emoción: precaución.

Magiere vertió vino de un tonel a una fina copa y después la dejó sobre la barra. El hombre sacó tres monedas de cobre. Sabía el precio, por lo que había estado allí cuando estaba el anterior dueño.

Por alguna razón, Magiere quería que dejara las monedas sobre la barra para no tener que cogerlas de su mano. No obstante, alargó la mano y cogió las monedas. El noble no tocó su vino. Mantuvo su mirada fija en el rostro de Magiere, como si estuviera memorizando todas y cada una de sus facciones.

--Un buen sitio --dijo el hombre--. No se parece a las tabernas que hay en Bela, pero es muy cómoda para Miiska. Tengo algunos amigos a los que me gustaría traer alguna vez.

--Cualquier buen cliente es siempre bien recibido --le contestó Magiere educadamente mientras asentía con cortesía. Él asintió en respuesta, pero sin sonreír, y después su expresión se hizo incluso más fría.

--Usted es la elegida, ¿no es así? --le dijo--. ¿La que caza a los muertos nobles?

El jaleo de risas y charlas de su alrededor se volvieron menos fuertes y sintió un dolor punzante que le latía en los oídos. No pudo evitar mirar a su alrededor para ver si alguien lo había oído. Muertos nobles, nunca antes había oído esa expresión, pero su significado estaba muy claro.

--Ya no me dedico a eso.

--Eres una cazadora --dijo con calma--. He visto una o dos cazadoras de verdad antes. Nunca paran. No pueden.

--Hay una mesa de faro en la esquina si le apetece jugar a las cartas, o, si no, puede sentarse en una mesa y pedir algo de comer.

Tengo otros clientes a los que atender.

Magiere se dio la vuelta hacia los toneles de vino como queriendo echarlo, pero a la vez tenía miedo de darle la espalda. Oyó a Chap gruñir de nuevo, pero esta vez, cuando se dio la vuelta para mirar, el noble ya se había marchado. Chap ya no se encontraba al lado de la chimenea, sino que estaba oliendo la puerta cerrada de la taberna, con los labios aún tensos a punto de gruñir. Magiere dejó escapar un suspiro.

--Aléjate de ahí --le dijo al perro.

Chap no se movió, seguía mirando la puerta, hasta que la pequeña Rose cruzó por entre las mesas para arrastrarlo de vuelta junto al fuego como si fuera un enorme arrastre de madera. El perro la siguió a regañadientes.

Magiere no disfrutó de más sonidos agradables aquella noche y siguió sirviendo cerveza sin sentir las manos hasta que se marchó el último cliente. Pensó que eso le pasaría en algún momento. Siempre era posible que alguien que la conociera de su vida anterior apareciera en esta. Sencillamente no había esperado que fuera tan pronto, ni dos veces a lo largo de la primera semana, así que posiblemente el cotilleo todavía se estuviera extendiendo. Y las dos veces no habían sido un simple reconocimiento, sino un reto y una negación.

--Menuda nochecita --dijo Leesil con la vista todavía fija en la mesa cubierta por el paño para jugar al faro con las trece cartas de picas. Por alguna razón había monedas de cobre y una de plata apiladas sobre las reinas, los dieces y los treses.

Magiere salió de su ensimismamiento.

--¿Qué tal nos ha ido?

--Bien --le contestó Leesil--. Un poco menos de un cuarto sobre el bote inicial, pero he sido muy bueno con ellos. Ya sacaremos suficiente con la comida y la bebida, así que es mejor no asustarlos dejándolos sin blanca tan pronto.

Sorprendida por su claridad de pensamiento, casi se la pasa el malhumor, pero no tanto.

¿Qué era lo quería aquel noble? No lo había visto antes y él pareció reconocerla de vista. No miró por la sala cuando entró, sino que fue directo hacia ella. Puede que la gente en la ciudad estuviera hablando de ella. Tenía tendencia a destacar un poco, y desde luego que no había otras mujeres armadas que se pasearan por el pueblo con un medio elfo y un enorme perro detrás. Pero, ¿qué era lo que estaba pasando? Una muerte inexplicada la noche antes de su llegada tampoco es que ayudara mucho. Era demasiado parecido al patrón del juego al que se habían dedicado Leesil y ella durante años.

--Así que... ¿Magiere? --dijo Leesil, que sonaba un poco enfadado al sentirse ninguneado--. ¿Qué problema tienes? ¿Has estado probando demasiado de los barriles esta noche?

La gran sala de repente le pareció mucho más pequeña que cuando estaba repleta de gente. Pensó en la chica muerta que mencionó Ellinwood y en la reacción de Karlin. ¿Habría habido otros asesinatos en aquel pequeño pueblo costero?

--Caleb --dijo Magiere--, ¿quién es Brenden?

El anciano estaba secando jarras de cerveza y dudó como si se preguntara la razón de su pregunta.

--El herrero --contestó simplemente--. Tiene la tienda cerca del norte del pueblo, en la otra orilla.

--Necesito tomar el aire --dijo Magiere a la vez que cogía su cimitarra de debajo de la barra y se ponía la correa, sin importarle lo que cualquiera, incluido Leesil, pensara--. ¿Podéis limpiar solos?

Su compañero pestañeó.

--¿Quieres compañía?

--No.

Prácticamente salió corriendo de la taberna y engulló varios tragos de aire salado después de cerrar la puerta de la taberna tras ella. A su alrededor, Miiska dormía, pero en pocas horas algunos de los pescadores se levantarían, mucho antes del amanecer para preparar sus redes y sedales. Magiere no se permitió pensar y caminó entre una línea de casitas, casas y tiendas sin ver nada en realidad.

Apenas si se percató de las pocas antorchas que iluminaban las calles todavía o de los rezagados que salían de otra taberna que cerraba bien pasada la medianoche. Solo quería despejarse la cabeza de todos los pensamientos que la invadían como una plaga.

Algunos olores empezaron a colarse entre sus silenciosos pensamientos, estiércol de caballo, carbón y hollín. La tienda del herrero y los establos.

Magiere se detuvo en medio de la calle sin saber qué hacer, vacilando entre las direcciones.

Ellinwood había dicho que la chica asesinada, Eliza, era la hermana de alguien llamado Brenden. Brenden, el herrero.

Parecía que nadie decía las cosas a las claras en aquel pueblo, pero había habido más de una mención a otras desapariciones. Karlin, el panadero, se había más que sorprendido por la muerte anunciada; tuvo que reprimirse para no decir algo acerca de los otros. Y en aquel momento al menos dos personas sabían exactamente cuál había sido su anterior profesión, o al menos creían que lo sabían.

Magiere no se había dado cuenta de que estaba caminando otra vez hasta que llegó al final de la calle y oyó a los caballos moverse en los establos. Al otro lado de la curva estaba la zona de trabajo del herrero, y detrás una pila de madera cortada que llegaba hasta la altura del pecho de una persona y reposaba contra una valla. Detrás, a cierta distancia, se veía una casita. Un fino hilillo de humo salía de la chimenea y se curvaba en el aire de la noche a la luz de la luna.

Pasó con cuidado por la parte más alejada de la valla, comprobó que la puerta delantera estaba cerrada, y vio que no había signos de que dentro hubiera nadie despierto. Solo había una ventana con cortinas debajo de la que esconderse, en el lado de la casa que daba a los árboles. Dio la vuelta.

Al otro lado había un pequeño parque y un jardincillo de flores a un lado. Más allá de los establos había otro jardín, posiblemente un huerto. Había una segunda pila de madera cortada al lado de la valla, a este lado de la casa. No estaría bien visto que la pillaran merodeando en su primera semana en el pueblo, por lo que se mantuvo atenta a la puerta de atrás mientras miraba. Por supuesto que hacía mucho que habían retirado el cuerpo, pero podía ser que hubieran dejado atrás algunos detalles que le pudieran ayudar.

Una mancha oscura que había en la pila de madera le llamó la atención. Al principio pensó que era solo un espacio entre un corte y otro trozo de madera, pero según se acercaba al montón pudo comprobar que no estaba hueco. Algunos de los bordes de la madera para la hoguera estaban manchados de tonos más oscuros. En dos sitios parecía como si un fluido oscuro hubiera goteado hacia abajo.

Se arrodilló cerca de la base de la pila de madera.

La tierra cerca de la costa solía ser húmeda, pero al mirar más de cerca y con más atención, se dio cuenta de que la tierra que había visto cuando viajaba era de color claro, muy parecido al de la arena pedregosa de la propia orilla. Allí, encontró más manchas oscuras en el suelo, como las manchas que había en la madera. Una más grande estaba rodeada por otras más pequeñas y extendidas.

El suelo era una maraña de pisadas, seguramente de Ellinwood y los que se hacían llamar sus guardias. Más allá, no podía ver otros signos de persecución o lucha.

Pasó los dedos por una de las manchas oscuras. A pesar de estar casi seca por el estado semihúmedo de la tierra de la costa, algo se le pegó a los dedos. Se los llevó a la nariz y después lo probó un poco con la lengua.

Sangre.

Magiere cerró los ojos y los volvió a abrir rápidamente cuando en su interior pudo conjurar las imágenes de lo que el asesino le podía haber hecho a su víctima para derramar tal cantidad de sangre.

Aún así estaba toda en un sitio, como si la chica no hubiera podido correr, resistirse o luchar por su vida.

--Creía que ya no te importaban estas cosas, Dhampir --dijo una voz a su espalda.

Magiere se dio la vuelta con rapidez y cogió su espada. Al principio no podía ver nada y después pudo ver una sombra temblorosa bajo un árbol en dirección al mar.

Allí estaba Welstiel, de pie, vestido exactamente igual que la otra vez con su larga capa de lana. Salió de entre los árboles del borde del jardín y la luna se reflejó en los mechones blancos de sus sienes.

Magiere se dio cuenta de que le estaba mirando las manos, y aunque casi no las podía ver, se acordó de la parte del dedo que le faltaba y se preguntó cómo la habría perdido.

--¿Me está siguiendo? --le preguntó Magiere enfadada.

--Sí --le respondió.

Eso la hizo callar por un momento. Cuando se confrontaba a la gente con esa pregunta, por lo general lo negaban.

--¿Por qué? --le preguntó por fin.

--Porque este pueblo está lleno de muertos nobles --le dijo-- que sobreviven a base de nutrirse de los vivos. Esta chica no es la primera, pero eso usted ya lo sabe. Y nadie de Miiska los puede detener más que usted.

--¿Y cómo sabe usted qué es lo que yo sé?

Sus palabras eran más una contestación que una pregunta que esperara que le respondieran. Y no tuvo respuesta alguna. A Magiere se le hizo un nudo de dolor en el estómago por la ansiedad y la ira.

--¿Qué significa? --preguntó:-- muertos nobles.

--El más alto orden entre los muertos, o más bien, no-muertos

--le respondió--. Los muertos nobles poseen toda la presencia de la persona que fueron en vida, su única esencia, por así decirlo. Los vampiros no son más que uno de los tipos que hay, como los liches, los espectros más poderosos o algún que otro alto espíritu. Son conscientes de sí mismos, de sus propios deseos, decisiones y pensamientos, y pueden aprender y crecer a lo largo de su existencia inmortal, no como los no-muertos de menos categoría, como los fantasmas, cuerpos animados y demás.

--Usted no es ningún aldeano tonto --dijo Magiere con suavidad--. ¿Cómo puede creer en esas cosas? No hay vampiros.

--Se dio la vuelta para mirar la pila de madera manchada--. Ya hay suficientes monstruos entre los de nuestra especie.

--Sí --dijo con calma--. De nuestra propia clase.

Magiere oyó como él se acercaba hacia ella entrando en el jardín, pero no se dio la vuelta para mirarlo.

--Los no-muertos que drenan la sangre de otros para vivir existen --dijo--. Y han hecho de este sitio, de este pueblo, algo propio.

Tales criaturas pueden ser algo más... exclusivas... de lo que muchos aldeanos creen, pero de todas maneras existen. Usted ya sabe todo esto. Es una cazadora.

--Yo no lo soy.

--No va a poder evitar tales tareas aquí.

--¿De verdad? --Se dio la vuelta para mirarlo, entrecerró los ojos enfadada--. Mire lo bien que evito todo esto, anciano.

No era tan mayor, pero actuaba como cualquier paleto viejo.

Pensó en la primera vez que se vieron y otra pregunta le vino a la mente, algo que le había dicho aquella noche también.

--¿Qué me ha llamado? ¿Dhampir?

--No es nada --Se dio la vuelta para marcharse--. Una palabra antigua y muy poco conocida que se utiliza en las tierras en las que nací para designar a aquellos que han nacido con el don de cazar a los no-muertos.

Magiere no evitó que se marchara. Observó cómo se desvanecía entre los árboles, hacia la costa.

A pesar de los posibles intentos de Welstiel por ponerla nerviosa, sus locas frases le hicieron sentir mejor en lugar de peor. Un par de noches atrás, temió que quisiera algo de ella que ella no estuviera dispuesta a darle, pero en aquel momento no le pareció más que otro tonto supersticioso, aunque muy bien vestido. Sí, era cierto que había un asesino suelto en el pueblo, uno enfermo y retorcido, pero a Ellinwood y a sus amigotes les pagaban para que se ocuparan de esas cosas. Ella era la dueña de una taberna, no una cazadora, incluso si unos cuantos vecinos del pueblo habían oído algo de su pasado. En un año, puede que en dos, aquella reputación se habría olvidado y se la habría llevado la marea, de manera que solamente sería Magiere, la dueña de la taberna El León Marino.

Se limpió los dedos en el suelo arenoso y después se sacudió la tierra en el muslo del bombacho mientras notaba como se le ralentizaba la respiración y se le relajaba el estómago. Caminó para alejarse del jardín trasero, la pila de maderas y las manchas en el suelo sin mirar atrás.

A solo unos cuantos pasos ya en la calle vio a Caleb que caminaba hacia ella.

--¿Qué hace aquí? --le preguntó confusa.

--Las calles no son siempre seguras por la noche. Vine a buscarla.

--Puedo cuidarme yo sola perfectamente.

Sin embargo, su preocupación le llegó al corazón, sobre todo porque parecía bastante cansado. Los últimos días de preparar lo almacenado y la taberna para su apertura no habían sido nada fáciles para él, por no mencionar pasar media noche sirviendo mesas.

Magiere estaba a punto de dirigirse a la taberna de nuevo, le iba a hacer un gesto cuando se dio cuenta de que Caleb estaba mirando hacia los establos de la casita del herrero.

--¿Por qué estaba el señor Welstiel aquí? --le preguntó a Magiere.

Ella giró la cabeza rígida hacia él.

--¿Lo conoce?

Caleb se encogió de hombros.

--Es nuevo en Miiska, pero solía venir con frecuencia a la taberna cuando era de Dunction. Ambos disfrutaban de la compañía del otro, y el señor Welstiel siempre era bienvenido.

Puede que aquel nuevo detalle le ayudara a definir a Welstiel. Si había tenido mucha relación con el anterior dueño de la taberna, puede que estuviera interesado en encontrar respuestas, incluso después de tanto tiempo. También puede que hubiera oído algún leve rumor acerca de su propio pasado, si los demás estaban hablando sobre ella, como el noble que entró en la taberna aquella misma noche.

También podía ser que estuviera especulando acerca de lo que él creía que podía haber pasado en Miiska.

Cualquier cosa por sí misma era fácil de rechazar. Incluso las dos podían eliminarse como los pensamientos de un loco. Pero todo empezaba a acumularse, una cosa sobre otra.

--Deberíamos dormir un poco, señorita --la urgió Caleb. Alargó la mano para tirarle del hombro y solo entonces Magiere dejó de mirar a los establos, la casita y la pila de madera manchada. Caminó por la calle en silencio con Caleb a su lado.

Mientras Magiere y Caleb se dirigían a su casa, una leve luz detrás de ellos se escurrió entre las sombras, y se hizo tan brillante casi como las brasas de carbón mientras se deslizaba a lo largo de la calle donde dos caminantes nocturnos acababan de pararse. Los siguió durante un rato y después giró por un callejón y desapareció.

 

* * *

 

El agente Ellinwood llegó a su habitación de alquiler poco después de la medianoche, contento de estar de vuelta a casa.

Aunque era conocido por quedarse sentado con sus hombres bebiendo cerveza hasta altas horas de la noche en cualquier taberna de Miiska, con el tiempo cada vez encontraba esas obligaciones más y más pesadas. Creía que era normal y hasta bueno que el agente del pueblo y sus guardias fueran clientes de las tabernas del pueblo.

Escuchaba a sus hombres contar aburridas historias acerca de sus familias, el arresto de algún ladronzuelo o la intervención en alguna discusión entre vendedores ambulantes en el mercado. Siempre sonreía, asentía y hacía como que prestaba atención.

Sin embargo, la cerveza hacía poco por llenar su mente con el consuelo ensoñador, y últimamente se le estaba haciendo muy difícil no marcharse pronto del cuartel donde llevaba a cabo la mayor parte de su trabajo y correr a su espléndida habitación de la mejor posada de Miiska, La Rosa de Terciopelo. Una vez que estaba solo en su habitación, podía sentarse y mezclar el polvo de opio amarillo de Sumán con su alijo propio de whisky especiado estraviniano. La combinación de ambos creaba un poderoso tónico para sus perturbados pensamientos y le permitían sentarse en la felicidad más absoluta durante horas y horas, flotando en estado de existencia perfecta.

A pesar de haber sabido del elixir hacía ya varios años cuando un vendedor ambulante se lo dio a probar, en el pasado no había tomado tanto, ya que el coste de ambos componentes era exorbitante.

En particular el del polvo que venía del otro lado del mar, del continente lejano, al sur del Imperio Sumano y su reino de Il'Mauy Meyauh. Además, incluso allí, se cultivaba en secreto y había que pasarlo de contrabando fuera del país. El precio solía ser demasiado alto para él, menos en las contadas ocasiones en las que podía extorsionar a un delincuente hasta obtener una suma cuantiosa por su liberación. Encontraba que era muy injusto que un hombre de su posición, que ganaba uno de los estipendios más elevados de Miiska, no pudiera permitirse unas simples comodidades después de un duro día de trabajo. Por supuesto que no tenía por qué vivir en La Rosa de Terciopelo, pero sus lujosas habitaciones también le proporcionaban un gran placer, y un hombre de su estatus tenía que mantener las apariencias.

Entonces, hacía ya casi un año, tuvo lugar un milagro y de repente se podía permitir todo el opio sumano y el whisky especiado que deseara. Y su «hogar» era un lugar estupendo para pasar la noche.

Ellinwood dejó su capa sobre la colcha de seda que cubría su cama, se dirigió a un brillante armario de madera de cerezo y abrió la cerradura del último cajón. Sacó una gran botella de cristal que contenía un líquido ambarino y una urna plateada, sonrió anticipando el placer que sentiría.

Llamaron a la puerta.

La sonrisa desapareció de su rostro y decidió no contestar.

Cualquiera que llamara a aquellas horas no venía por ningún asunto decente. Si hubiera algún tipo de emergencia en el pueblo, su primer teniente, Darien, podía ocuparse de todo. Él se merecía un descanso.

Volvieron a llamar y una fría voz dijo:

--Abra la puerta.

Ellinwood se estremeció. Conocía la voz. Dejó la botella y la urna en el cajón y se apresuró a abrir la puerta. En el pasillo estaba Rashed, el dueño del mayor almacén de Miiska. El agente no sabía qué decir.

-- Um... bienvenido --logró decir--. ¿Teníamos una cita?

--No.

Cualquier contacto con Rashed ponía nervioso al agente, pero tenían una relación de tal beneficio mutuo que estaba decidido a no ponerla en peligro.

--Entonces, ¿en qué puedo ayudarle? --le preguntó Ellinwood educadamente.

Rashed entró en la habitación y cerró la puerta. Era tan alto que casi tocaba el techo con la cabeza. Nunca había estado en la habitación del agente y la típica expresión nerviosa de Ellinwood se había transformado en ansiedad. Un espejo ovalado con el marco de plata reflejaba el rostro carnoso del agente, muy adornado por el tono del terciopelo verde. No pudo evitar compararse con la criatura perfectamente construida con la que compartía habitación en aquel momento.

Rashed miró rápidamente a su alrededor.

--Hay una cazadora en la ciudad y si me molesta a mí o a uno de los míos, la mataré, y a cualquiera que intente defenderla o ayudarla, y eso incluye a sus guardias. ¿Me entiende?

Ellinwood lo miró y farfulló:

--¿Quién es..., la nueva dueña de lo de Dunction? ¡Oh! Ha estado escuchando los cotilleos del pueblo. No me pareció nada impresionante a ningún nivel.

--Es una cazadora, y si caza aquí, se va a derramar sangre, la suya. Y usted mirará hacia otro lado, como siempre.

El agente intentó recomponerse. Aunque él y Rashed tenían un claro acuerdo por el que cualquier desaparición o cuerpo muerto que apareciera sería investigado muy someramente, aquella era la primera vez que Rashed le había hablado de manera tan abierta acerca de derramamientos de sangre. Y nunca antes había tenido que dar tanta información acerca de un hecho.

--¿Por qué me consulta? --preguntó Ellinwood.

--Esto es diferente. No sé cuándo tendrá lugar una confrontación, pero prefiero no tener a ninguno de sus guardias de por medio.

--Yo me ocuparé de mis guardias. Pero, ¿será discreto? Es nueva en la ciudad, y la conoce poca gente. --Se cayó un momento, intentaba buscar una posible explicación para el futuro--. Podría ser que el negocio, la vida sedentaria, no le fueran tan bien como ella pensaba. No van a despertar mucho interés si una noche desaparecen ella y su compañero.

Rashed asintió.

--Por supuesto. Nada de cuerpos.

--Bien, entonces. Haga lo que crea que sea mejor. --Ellinwood desvió la mirada al último cajón de su armario--. Ahora si me disculpa, ha sido un día muy largo y me gustaría descansar.

Los ojos cristalinos de Rashed le siguieron la mirada y también se detuvieron en el cajón. Un leve gesto de asco le asomó a la cara y dejó una bolsa de monedas sobre la colcha de seda.

--Por las molestias. --Se dio la vuelta y abandonó la habitación.

El agente se desplomó aliviado, respiraba agitadamente. Tal vez debía de haber estipulado que si Rashed deseaba hablar con él de nuevo, debía concertar una cita en el almacén, como solían hacer. No tenía el más mínimo deseo de volver a estar a solas con el vampiro en las reducidas dimensiones de su habitación nunca más. Pero aquellas criaturas, que eran las dueñas del principal almacén de Miiska, le venían realmente bien, y de vez en cuando tenían otras utilidades.

Ellinwood se había encontrado con los de la clase de Rashed alrededor de un año antes. Volvía a su casa después de una noche de cervezas con sus guardias, y cuando atajó por un callejón, se topó con la figura de un sucio golfillo callejero que tenía la boca en el cuello de un marinero. Cuando Ellinwood se dio cuenta de que el golfillo estaba bebiéndose la sangre del marinero, gritó alarmado. El asesino levantó la mirada, le silbó, dejó caer al marinero y se adelantó para atacar.

Tres de sus guardias, que salían de la taberna detrás de él, oyeron gritar a su superior y corrieron a investigar. El golfillo se desvaneció callejón abajo.

Como él mismo había estado en peligro de muerte, Ellinwood puso a sus guardias a registrar el pueblo con ahínco. Unos cuantos habitantes de Miiska habían acudido a él en el pasado afirmando que la noche anterior unas criaturas se habían llevado a algún ser querido.

El agente no les había prestado mucha atención hasta que vio con sus propios ojos al pequeño y retorcido vagabundo chuparle la sangre al marinero en el callejón. Las historias de monstruos y demonios eran muy frecuentes entre los marineros y vendedores que viajaban arriba y abajo por la costa y que pasaban por tierras extrañas y extranjeras.

¿No era cierto que todos los mitos provenían de una pequeña verdad?

El agente estaba decidido a encontrar a aquel golfillo asesino y posiblemente sobrenatural.

A la siguiente noche le llegó un mensaje al cuartel, una invitación. Ellinwood se rindió a la curiosidad y bajó al almacén. Lo recibió Rashed y lo llevó a una lujosa sala llena de sofás bajos con cojines bordados y exquisitas velas con forma de rosa. Sin embargo, Ellinwood no dedicó mucho tiempo a contemplar la decoración.

Incluso en la tenue luz de la sala, el agente podía ver que había algo en su anfitrión que no estaba del todo bien. Su piel era demasiado pálida para alguien que trabaja en un almacén de los muelles en un pueblo costero, era como si no le hubiera dado el sol en meses. Y los ojos del hombre eran casi incoloros. Su semblante parecía no expresar ningún deseo, no había avidez de anhelos, no tenía emociones.

Entonces entró una hermosa joven con rizos color chocolate y cintura muy estrecha. Se presentó como Teesha y le sonrió a Ellinwood, dejando ver unos colmillos afilados. Cuando Rashed la miró, su expresión vacía cambió por completo y se transformó en un enorme deseo de protección, el agente decidió quedarse callado y ver a dónde le conducía aquella reunión.

Rashed le ofreció a Ellinwood veinte partes del almacén, prácticamente una fortuna, para que mirara hacia otro lado si alguno de los habitantes de Miiska sencillamente desaparecía o era encontrado muerto por causas no naturales. Le dijo que tales acontecimientos casi no tendrían lugar en absoluto, pero después se corrigió y dijo que ocurrirían con muy poca frecuencia. Para que aquel intercambio tuviera lugar, él no escondía lo que eran Teesha y él mismo. A pesar de que a Ellinwood le llevó un momento digerir que estaba hablando con dos criaturas, no se estremeció. No era ningún tonto y no iba a rechazar la oportunidad. Por el contrario, él se veía a sí mismo como una persona muy astuta y sagaz. Si no aceptaba nunca saldría de aquella habitación con vida. Pero mientras mantuviera su posición de agente del pueblo, podría guardar el secreto de Rashed y sencillamente hacer como que investigaba las desapariciones o muertes extrañas. No solo tendría su estipendio para sus gastos cotidianos, sino que además recibiría dinero suficiente como para estar constantemente abastecido de opio sumano y whisky especiado. Era el arreglo perfecto.

Entonces Ellinwood se recordó a sí mismo que tenía que aclarar algo con Rashed. Las reuniones debían tener lugar en el almacén.

Después de todo, él debía mantener algo de intimidad. Sí, debía aclarar eso a la primera oportunidad.

Ya más cómodo y relajado, el agente volvió a abrir el cajón del armario. Mezcló el opio de la urna con el whisky en un vaso largo de cristal y empezó a sorber. No mucho después, estaba sentado en una silla forrada de un tejido adamascado, inmerso en el mayor de los placeres, con la mente camino de la felicidad absoluta.