_____ 10 _____
Rashed se paseaba por el interior de la cueva que había debajo de su almacén tan agitado que casi era presa del pánico. Había corrido a casa para encontrarse con Teesha y Ratboy, pues había supuesto que Ratboy también habría corrido a casa, para llevarlos a algún lugar seguro. La cazadora le había visto la cara con claridad, no había duda, y muchos de los habitantes del pueblo lo conocían, o sabían que era el dueño del almacén. Solo quedaban unos momentos para que saliera el sol, y no solo seguía sin aparecer Ratboy, sino que había regresado a casa para ver que Teesha también se había ido.
¿Había ido a buscarlos o habría puesto a Ratboy a salvo ella misma? Ambas posibilidades encajaban con la naturaleza de Teesha, pero no podía estar seguro. Rashed se acercó al extremo más profundo de la cueva, listo para regresar y buscar a Teesha, pero podía sentir la hora que era. Después de tantos años en la noche, cualquier vampiro se daba cuenta de la hora y del movimiento oculto del sol. Cualquiera que no hubiera logrado adquirir tal destreza ya hacía mucho que se habría quemado hasta convertirse en cenizas a la luz del sol. Rashed sabía que el sol comenzaba a salir por el horizonte, y por eso se detuvo, a punto de marcharse y se puso a pasearse arriba y abajo otra vez en la oscuridad.
¿Dónde estaba Teesha?
Rashed había construido su mundo con sumo cuidado en un lugar en el que pudieran vivir y prosperar, alimentarse juiciosamente y no correr riesgos de ser descubiertos. Era hogar suficiente, pero no sin Teesha. Con el tiempo, hasta albergaba esperanzas de que se viera libre de ese espectro que tenía por marido que se le había pegado en la otra vida. ¿Y si Teesha había ido a buscarlos a Ratboy y a él y se había quemado con la luz del sol? Entonces sería mejor que Ratboy se hubiera quemado con ella, o Rashed lo iba a despedazar muy despacito, parte por parte, durante largos años sin sangre, no le dejaría morir por segunda vez nunca.
También condenaría a la cazadora a la tortura eterna. Y qué tonto había sido él mismo.
La sangre manaba de la herida que Rashed tenía en el hombro y no podía mover el brazo izquierdo con facilidad. Tenía una fractura limpia en la clavícula. La herida superficial de su pecho también le estaba calando la guerrera. Cada herida quemaba como si las hubieran impregnado con los óleos benditos de un cura. Las heridas no le estaban cicatrizando en absoluto. Rashed recordó el pánico de Ratboy cuando regresó de su lucha con la cazadora en la carretera, y él sabía que tendría que alimentarse muy pronto para poder curar sus heridas.
Le había dicho a Ratboy que nada de ruidos. ¿Acaso era un concepto tan difícil de entender? En cuestión de segundos había perdido el control de su lucha con la cazadora y Ratboy se las había ingeniado para alertar a toda la casa. Ahora la cazadora tenía confirmación de que al menos dos no-muertos habitaban en aquella población. La situación apenas si podía ser peor.
¿Y qué le había pasado a él durante la lucha con la cazadora?
¡Por todos los demonios del inframundo! La espada de la cazadora estaba mágicamente dotada, eso si no había sido creada mágicamente: eso era obvio. ¿De dónde la había sacado? Incluso una espada que se hubiera guardado o hubiera sido misteriosamente fabricada para combatir a los no-muertos no debería haber prevalecido contra su ataque, él era demasiado fuerte y sabía demasiado. No es que fuera orgulloso o arrogante, era realista. Debería de haber podido vencerla, por no decir matarla directamente, y debería de haber podido salir por la ventana con el cuerpo en cuestión de segundos. En lugar de cansarse, la fuerza de la cazadora y su velocidad habían ido aumentando con sus ataques.
Y además la cazadora lo había mordido como si fuera una más de su propia clase.
Rashed había sentido el calor de su cuerpo, había oído como le palpitaba el corazón. Ella no era un vampiro ni ningún otro muerto noble. ¿Qué había pasado? Además le había visto la cara. Era solo una cuestión de tiempo y de que la cazadora hiciera un par de preguntas que lo relacionara con el almacén.
* * *
--Debemos marcharnos --murmuró.
--¡Rashed! --lo llamó la voz de Teesha desde el otro lado de la cueva.
Un gran alivio recorrió todo el cuerpo de Rashed al oír la voz de Teesha. Pero cuando se dio la vuelta y la vio avanzar a trompicones hacia él, vio que su cara estaba tan llena de miedo como la suya cuando atravesó la ventana de la taberna para salvar su propia existencia. Rashed corrió hacia ella y su furia regresó con rapidez al ver lo que tenía delante.
Teesha llevaba a Ratboy medio inconsciente cogido por el cuello de la camisa y lo arrastró al interior de la cueva. Teesha parecía estar exhausta. Nunca había tenido la fuerza física de la que todos los muertos nobles están dotados. Quizá fuese un intercambio por su mayor habilidad en los pensamientos y los sueños que utilizaba para cazar. Hasta él había sentido alguna vez una enorme calma al oír sus cadenciosas palabras.
--Alguien le ha tirado agua de ajo por encima a Ratboy --dijo Teesha--. Lo encontré a gatas cerca del mar, estaba usando la arena húmeda para quitársela a base de frotar. Tuve que matar a un vendedor abajo, cerca de la costa, para alimentarlo rápidamente. Las prisas no me han permitido hacerlo de una manera más discreta y Ratboy necesitaba gran cantidad de sangre. Enterré el cuerpo en la arena, por ahora. Hemos logrado entrar en casa justo antes de que saliera el sol, pero está muy malherido.
Como respuesta, Rashed cogió a Ratboy por la pechera de la camisa y lo levantó del suelo empujándolo contra la pared de tierra de la cueva. La piel del golfillo todavía estaba ennegrecida y carbonizada en algunas zonas, crujía y se rompía. Le estaba bien empleado por su imprudencia.
--Ahora estamos atrapados aquí por tu culpa --le dijo Rashed en voz baja--. Puede que la cazadora venga durante el día y queme todo esto con nosotros dentro.
Los ojos de Ratboy no eran más que meras rendijas, pero el odio brillaba con claridad en ellos.
--Qué pena --logró decir con voz ronca.
--¡Te dije que nada de ruidos! Me obligaste a salir de allí antes de terminar mi trabajo. --Eso era verdad solo en parte, pero tampoco hacía falta que Ratboy y Teesha lo supieran.
--¿Y quién te ha cortado el hombro? --Ratboy abrió mucho los ojos fingiendo sorpresa--. ¿Te ha hecho daño, mi querido capitán?
Rashed lo dejó caer y llevó el puño hacia atrás listo para golpearlo.
Teesha lo cogió. El mero tacto de sus manos era suficiente para detenerlo.
--Esto no nos va ayudar para nada --dijo Teesha. Con una leve presión él podría haber resistido, pero Teesha le bajó el brazo a Rashed--. Tenemos que colocar todas las trampas y escondernos lo más abajo posible.
Por supuesto que tenía razón. No podían huir a ningún sitio hasta que cayera la noche. Ahora era él el que estaba haciendo el ridículo, y delante de ella. El error de Ratboy lo había anulado a él en más de un sentido. Rashed se rehízo con rapidez.
--Sí, tú ayuda a Ratboy. Yo colocaré los mecanismos y me reuniré con vosotros abajo.
Los pequeños dedos de Teesha le rozaron la cara, como si estuviera contenta de que él asumiera el mando de nuevo.
--Déjame que me ocupe de tu hombro.
--No, está bien. Solo vete más abajo.
Podía ser que todos llegaran vivos al atardecer.
<<p class="calibre_1">
* * *
Leesil y Magiere estaban esperando en el salón principal a que llegara el agente Ellinwood. Cuando salió el sol, Leesil había abordado a un chaval en la calle y le había pagado para que fuera corriendo al cuartel con las noticias del asesinato de Beth-rae. Su primer instinto había sido limpiar todo el desorden del salón principal, pero Magiere lo había detenido.
--Todo esto prueba que nos han atacado --dijo Magiere.
Dejaron todo donde había caído la noche anterior, con dos excepciones. Caleb se había llevado el cuerpo de Beth-rae a la cocina y no había vuelto a salir. Y luego estaba la fina daga de Ratboy.
Leesil ni siquiera se había acordado de ella hasta que había ido a la parte de atrás de la barra a guardar la ballesta y se la había encontrado en el suelo. Cogió la daga sin hacer ruido y la quitó de la vista de Magiere.
Ratboy debió de usarla para abrir el cerrojo de la ventana del salón principal. La hoja era ancha y extrañamente plana, lo que hacía que fuera lo suficientemente fina como para meterla entre las contraventanas o en la jamba de una puerta, y la anchura le daría fuerza al empujarla contra cualquier gancho de metal o cerrojo. Al inspeccionar la hoja, la encontró bien cuidada y afilada, pero tenía una forma rara en la punta. No era algo manifiesto, y puede que nadie más se hubiera dado cuenta, pero Leesil se había colado por suficientes ventanas en su vida como para saber qué era lo que tenía delante de él.
Cerca de la punta, los bordes ya no estaban rectos, sino que estaban algo recortados. El excesivo uso había desgastado el metal y los frecuentes afilados habían hecho que parecieran unas ligeras curvaturas en el borde a cada lado. Ratboy no era un vulgar ladrón, fuera lo que fuera, pero Leesil se dio cuenta de que el niño mendigo tenía mucha experiencia en eso de entrar en los sitios sin que lo vieran. Una hoja como aquella era una elección personal, a veces hecha especialmente y sin duda una posesión de la que se cuidaba bien. Y aún así, Ratboy, estaba muy claro, no había entrado en la taberna para robar nada, y sus modales no eran los de un asesino, la pequeña criatura podía engañar y ser sigilosa hasta cierto punto, pero no era nada fino.
Leesil tenía serias dudas de que Ellinwood pudiera entender tales cosas sin que se las indicaran claramente y después se las explicaran. Y tampoco estaba seguro de cómo se conectaba con los detalles más extraños de la noche anterior. Si era necesario le enseñaría la daga, pero por el momento se la metió debajo de la parte de atrás de la camisa. Magiere podría no estar de acuerdo con tal acción, pero ya se ocuparía él de eso si salía a relucir y cuando saliera a relucir. Dio la vuelta a la barra, se quedó en la sala y le echó un vistazo a los restos de mesas y sillas, a los cortes recientes de la barra y a los charcos de sangre seca.
Las palabras de Magiere tenían sentido, todo tenía que quedarse como estaba para que Ellinwood se creyera lo que había pasado, pero Leesil odiaba no hacer nada. El suelo manchado de sangre le seguía llamando la atención. ¿Por qué no se había mantenido firme y había vuelto a cargar la ballesta? ¿Por qué no había atacado a la criatura tan pronto como Beth-rae le había tirado el agua de ajo? La escena se repetía una y otra vez en su cabeza mientras examinaba todos y cada uno de los movimientos que pudo haber hecho de manera diferente.
Escenarios que le habían enseñado su padre y su madre hacía ya mucho tiempo volvían arrastrándose a su mente desde los lugares en los que los había escondido. Había cometido tantos errores, y ahora Caleb era viudo y la pequeña Rose se había quedado sin su abuela.
El pecho de Chap estaba ya casi totalmente curado, lo que en sí mismo le parecía a Leesil demasiado para ponerse a pensar en ello, si se le sumaba a todo lo que parecía no tener sentido en sus vidas últimamente. La herida de la cara de Magiere parecía tener días en lugar de horas. Cada vez que Magiere y Chap se enfrentaban a aquellos extraños atacantes, se curaban con una rapidez sobrenatural.
¿O acaso siempre habían sido rápidos a la hora de curarse? Se le ocurrió que en todos los años que habían estado juntos nunca se había visto en una situación como aquella con ninguno de los dos, así que no tenía forma de estar seguro. No quería hablar de nada de aquello, pero, ¿cuánto le iban a contar al agente?
--¿Magiere?
--¿Qué?
--Anoche... tus dientes --empezó Leesil--. ¿Sabes lo que pasó?
Magiere se acercó a él, seguía teniendo el cabello enredado en ondas y mechones alrededor de la cara. La poca luz que entraba por la ventana le daba por detrás, y las mechas de su pelo se tornaban del acostumbrado color rojo, casi un rojo sangre, y tal comparación incomodaba a Leesil. Magiere tenía una expresión muy seria, como si quisiera, como si incluso, por alguna razón, momento o ánimo contarle algo.
--No lo sé. La verdad es que no lo sé --le contestó. Cerró los ojos con fuerza y negó con la cabeza lentamente.
Leesil notó que movía la mandíbula, puede que estuviera comprobando con la lengua que sus dientes estaban como debían y no habían vuelto a convertirse en lo que él había visto. Bajó la voz, casi susurró, a pesar de que no había nadie cerca que la pudiera oír.
--Estaba tan enfadada, más de lo que lo he estado jamás en mi vida. No podía pensar en nada más que no fuera en matarlo. Lo odiaba tanto...
Llamaron a la puerta de la taberna y la interrumpieron. Frunció el ceño en una mezcla de frustración y desagrado. Dejó escapar un suspiro.
--Ese debe de ser Ellinwood. Terminemos con esto de una vez.
Con una rápida mirada y gesto hacia Magiere, Leesil fue a abrir la puerta, pero para su sorpresa no era el agente Ellinwood el que estaba al otro lado de la puerta sino Brenden.
--¿Qué estás haciendo aquí? --le preguntó Magiere.
--Le dije que podía pasarse por aquí cuando quisiera --terció Leesil, quien lo había olvidado hasta aquel preciso momento.
--Me he enterado de lo que ha sucedido --dijo el herrero con tristeza--. He venido a ayudar.
Leesil nunca había visto a nadie con un pelo rojo tan llamativo como el de Brenden, y con la barba a juego parecía una gran bola de fuego en su puerta. Su chaleco de cuero negro estaba muy limpio para pertenecerle a alguien que se pasaba el día trabajando con hierro y caballos. Magiere miró al herrero como si de verdad no le importara si se quedaba o si no lo hacía.
--Ellinwood no sirve para nada --siguió Brenden con la misma voz triste--. Si le contáis lo que pasó de verdad enterrará el caso y nunca hablará de él a no ser que lo obliguéis. No hará nada.
--Vale --dijo Magiere a la vez que se daba la vuelta--. Quédate si quieres, vete si quieres. No esperamos ninguna ayuda del agente, de todas maneras. Anoche asesinaron a Beth-rae y la ley nos obliga a informar a las autoridades.
Leesil permaneció en silencio durante aquella breve conversación con la esperanza de que Brenden y Magiere pudieran hablar el uno con el otro y verse como personas. El herrero era una de las pocas personas del pueblo que habían conocido que estaba dispuesto a hablar de cualquier cosa relacionada con el ataque en la carretera o con lo que había pasado la noche anterior. El resultado de su presencia no era precisamente lo que Leesil había deseado, pero al menos Magiere no lo había echado de las instalaciones. Leesil dio un paso atrás y lo invitó a pasar.
--Prepararé algo de té --dijo Leesil.
--¿Cómo está Caleb? --preguntó Brenden mientras miraba el suelo manchado de sangre junto a la barra.
--No lo sé. No lo hemos visto desde justo después de que...
De repente la taberna se sintió fría y el medio elfo se ocupó en encender el fuego y hervir agua para el té. Lo podría haber preparado en la cocina, pero no quería dejar a Magiere. Además Caleb estaba en la cocina con el cuerpo de Beth-rae, al que Leesil no podía obligarse a mirar en aquel momento.
De alguna manera, los tres consiguieron hablar de banalidades.
Brenden parecía dudar a la hora de hacer demasiadas preguntas acerca de lo sucedido la noche anterior, más que nada por no estropear la bienvenida que le habían dado en aquel momento en el que había logrado tener una cierta aceptación. Magiere evitó dar respuestas completas a las pocas preguntas que le hizo. Ya se iba a enterar de todo aquello cuando llegara Ellinwood. Con Magiere ya escasa de respuestas evasivas y con Brenden ya escaso de preguntas aceptables, la habitación se quedó opresivamente silenciosa hasta que volvieron a llamar a la puerta.
--Este debe de ser él --dijo Magiere asqueada--. Leesil, ¿puedes atender a la puerta?
Esta vez el visitante era efectivamente el agente Ellinwood, que se aclaró la garganta a modo de saludo y parecía sentirse en la obligación de cumplir con su deber. Su enorme y colorida figura llenó el umbral de la puerta como una esmeralda gigante que se hubiera reblandecido por años de vagancia.
--He oído que han tenido algunos problemas --dijo con el tono de quien quiere tomar el mando, pero, en realidad preferiría, estar en otro lugar. Las ojeras tremendamente oscuras sugerían que no había dormido muy bien y sus carnosas mejillas parecían colgarle más que de costumbre.
--Podría decirse así --contestó Leesil con frialdad. Se dio la vuelta sin tan siquiera hacerle un gesto al agente para que entrara--.
Beth-rae ha muerto. Un lunático le destrozó la garganta con sus uñas.
Ellinwood entró detrás de Leesil a la vez que farfullaba indignado por su comentario. Entonces vio la mancha oscura en el suelo al lado del extremo más alejado de la barra.
--¿Dónde está el cadáver?
--Caleb se la llevó a la cocina --respondió Leesil--. No tuve corazón para decirle que no.
--¿Por qué no les pregunta qué es lo que ha pasado? --dijo Brenden con los brazos cruzados--. Al menos antes de ponerse a buscar sus supuestas pistas acerca de algo de lo que no tiene ni la más remota idea.
--¿Qué está haciendo él aquí? --preguntó Ellinwood.
--Yo lo invité --respondió Leesil diciendo la verdad a medias.
Para entonces Magiere se había acercado a la chimenea y sencillamente estaba allí de pie observando y escuchando. En aquel momento se dio la vuelta y se alejó de los tres hombres.
Leesil experimentó una oleada de pena seguida de otra de preocupación. Tenía muchas preguntas sin respuesta acerca de Magiere, pero podían esperar a un momento mejor. Ella ya se estaba ocupando de demasiadas cosas en un espacio muy corto de tiempo.
Todos lo hacían, en realidad. Y por mucho que él quisiera que sus preguntas tuvieran respuesta, tampoco quería presionarla demasiado, o al menos no más.
--Empieza tú, Leesil --dijo Magiere con suavidad--. Tan solo cuéntale lo que viste.
Leesil comenzó a contarle todo con la mayor claridad posible. En su mayoría, no sonaba mucho más que a la historia de un ladrón despiadado al que hubieran interrumpido durante un robo chapucero, excepto por la flecha que el niño mendigo se arrancó de su propia frente. Por muy extraño que pareciera, Ellinwood no reaccionó a tal comentario con nada más que una ceja levantada. Entonces Leesil llegó a la parte en la que Beth-rae entró corriendo desde la cocina.
--Le tiró un cubo de agua encima y empezó a echar humo.
--¿Humo? --dijo Ellinwood mientras pasaba el enorme peso de su cuerpo al otro pie--. ¿Qué quieres decir?
--La piel se le puso negra y empezó a echar humo.
--Agua de ajo --lo interrumpió Brenden--. Es veneno para los vampiros.
El agente ninguneó al herrero.
Leesil empezó a sospechar aún más. Él tampoco aceptaba la idea de los vampiros, y tampoco es que lo hubiera dicho ni implícita ni explícitamente, pero los detalles estaban allí. Ellinwood no parecía estar ni un poco sorprendido y tampoco es que hubiera negado o aceptado la conclusión de Brenden. Leesil se guardó aquello para sí mismo, por el momento.
--¿Qué pasó entonces? --le preguntó Ellinwood.
--Él corrió tras ella, la golpeó, le rasgó la garganta con las uñas y le rompió el cuello --continuó Leesil--. Después se escapó por la puerta de atrás de la cocina.
Unas cuantas preguntas y respuestas más continuaron aquella conversación, todas igual de prácticas y del tipo de «y luego qué pasó», ninguna llevó a un intercambio de información relevante. El agente estaba informal, casi aburrido y siempre tardaba mucho en hacer la siguiente pregunta. En algún punto del camino, Leesil se dio cuenta de que Ellinwood no le había preguntado acerca del posible motivo de la intrusión. El concepto de robo ni siquiera se había mencionado. Tampoco es que hubiera que haberlo hecho, ya que estaba muy claro que no se trataba de ningún robo, pero el agente ni siquiera había intentado hacerlo pasar por tal. Cuando Leesil le describió al intruso, se fijó en que Ellinwood se revolvió incómodo antes de volver a su complacencia.
Fue entonces cuando Leesil decidió que se iba a guardar el asunto de la daga para sí. El desinterés de Ellinwood era obvio.
Estaba representando su papel y haciendo su labor solo de boquilla, y además escondía algo. Leesil no podía decir por qué lo hacía, pero la daga podía resultar bastante más útil en su poder que si se la daba para que la guardaran y almacenaran para después olvidarse de ella.
El agente se giró hacia Magiere.
--¿Y mientras sucedía todo esto a usted la atacaron en el piso de arriba? --preguntó.
--Sí --logró responder Magiere. Se dio la vuelta y miró directamente a Ellinwood mientras hablaba--. Era muy alto y llamativo.
Tenía el pelo negro y lo llevaba muy corto y los ojos casi transparentes con un ligero toque de azul. Iba vestido como un noble, con una guerrera azul oscuro, capa y botas altas. Llevaba una espada larga que usaba como si tuviera mucha experiencia en combate y hubiera sido bien entrenado.
Magiere continuó y se esforzó por recordar el mayor número de detalles acerca de su asaltante. Sus expresiones y ademanes de superioridad, la manera en que se movía, la manera en que hablaba.
Poco a poco el agente parecía estar menos aburrido. Su complexión cambió y se tornó más pálida hasta que su piel adquirió un viso blanco pegajoso. Sin embargo, Brenden lo único que hizo fue añadirle arrugas a su ceño ya fruncido, sus ojos cada vez estaban más juntos y entrecerrados, fijos en Magiere, como si estuviera intentado crear la descripción que ella estaba dando en su mente y estuviera empezando a reconocer al individuo.
Leesil empezó a notar que Magiere también se había dado cuenta de que Ellinwood había perdido su desinterés inicial. Para entonces ya parecía abiertamente nervioso. Magiere se vio más resuelta y pasó a hacer preguntas en lugar de responderlas.
--¿A cuántos hombres de este pueblo puede describir tal definición? --preguntó--. No sé por qué no se me ha ocurrido hasta ahora. Usted debe de conocer a todo el mundo aquí, ¿verdad? Este iba demasiado bien vestido como para ser un rufián de medio pelo que buscara tener unas cuantas monedas en el bolsillo con rapidez.
--Es el dueño del mayor almacén de Miiska --respondió Brenden con suavidad--. No sé cómo se llama, pero he visto...
--¡Silencio! --gritó Ellinwood al herrero en un tono que chirriaba de lo fuerte que era. Todos quedaron muy sorprendidos--. Guárdate tus estúpidas conclusiones para ti mismo. Hay cientos de hombres altos de pelo oscuro en este pueblo y llegan cientos nuevos al puerto cada día.
--¿Cientos? --le preguntó Leesil en tono de burla.
Ellinwood obvió la pulla y se concentró en Brenden.
--¡No voy a acusar a un respetable hombre de negocios solo para complacerte a ti!
--Eres un cobarde --dijo Brenden más resignado que enfadado--.
No puedo creerme lo cobarde que eres.
--¡Callaos los dos! --espetó Magiere, con más aspecto de tigre mordaz, como Leesil la recordaba y se interpuso entre el agente y el herrero. Ellinwood retrocedió mientras farfullaba e intentaba mantener un aire de indignación, pero Magiere ni siquiera se dio cuenta.
--No le estoy contando esto porque espere o desee ninguna ayuda --le dijo Magiere a Ellinwood--. Solo me comporto como un ciudadano que acata la ley. Si no quiere ocuparse de esto es usted libre para volver a su cuartel o irse a desayunar o lo que sea que haga por las mañanas. --Se giró hacia Brenden--. Y a ti nadie te ha pedido consejo, herrero.
Ellinwood no hizo ningún movimiento que indicara intención alguna de continuar con la investigación, ni inspeccionó la sala ni hizo ademán de ir a ver el cuerpo o la planta de arriba de la taberna. Leesil empezó a pensar que era muy posible que el agente no necesitara hacer ninguna de aquellas cosas. El hombre repulsivo probablemente supiera más que nadie de aquella sala. Pegarle hasta que dijera la verdad era una tentación muy grande, pero no haría más que aumentar sus problemas. Al menos por el momento.
El agente hinchó los carrillos en un intento por controlar la situación.
--Haré que mis hombres peinen el pueblo en busca de cualquiera que coincida con la descripción que me ha dado. Le informaremos si descubrimos algo.
--Sí, hágalo --dijo Magiere a modo de despedida.
Después de que se marchara el agente, los otros tres ocupantes de la habitación se quedaron de pie mirándose los unos a los otros.
--Tengo serias dudas de que vayamos a oír nada de él --dijo Leesil--. O por lo menos no vamos a ser los primeros.
Brenden apenas si gruñó a modo de asentimiento.
A su alrededor había varas pilas de mesas rotas y Leesil recordó que tendrían que sustituir la puerta y la ventana del dormitorio de Magiere. Por el momento la llevaría a su habitación y él se iría a dormir sobre la barra o junto a la chimenea.
--No ha terminado. Tenemos que cazarlos nosotros mismos --le dijo Brenden a Magiere--. Lo sabes, ¿verdad?
Por todos los santos, ¿acaso estaba loco? Una enorme irritación, posiblemente algo más que eso, se apoderó de Leesil por primera vez.
--¡Deja eso de una vez! --medio gritó Leesil antes de poder controlarse--. Ya ha tenido suficiente para un día.
--Lo sé --respondió Magiere en un susurro obviando el arranque de Leesil--. Lo sé.
* * *
Ratboy creía que los vampiros se dormían durante el día, como plantas o flores invertidas. Por supuesto que se guardaba su opinión para sí mismo y nunca contaría tal pensamiento fantasioso delante de Teesha o Rashed.
Al salir el sol él siempre caía en un profundo sueño exento de imágenes. Pero hoy no. Hoy. ¿Cuánto hacía que no utilizaba una palabra que se relacionara con el día? No podía recordarlo. Allí tumbado en su ataúd, sobre la tierra de su pueblo natal, a gran profundidad en los túneles bajo el almacén, Ratboy no podía dormir. El cuerpo todavía le quemaba del agua de ajo, a pesar de que Teesha lo había alimentado, y el espíritu le quemaba por las duras palabras de Rashed.
¿Aquel hijo del desierto se responsabilizaría alguna vez de sus propios errores? Ratboy lo dudaba mucho. Todas las acciones que Rashed emprendía, todas las decisiones que Rashed tomaba venían motivadas por el profundo amor que sentía por Teesha y que lo consumía. Y lo más gracioso, y lo más trágico, era que nunca sabría qué fuerza era la que lo impulsaba. Desempeñaba el papel de padre y protector. Sin embargo, nunca admitiría algo tan patético como el amor, ni siquiera a sí mismo. Especialmente a sí mismo.
Ni siquiera hacia Parko.
En la oscuridad de su ataúd, Ratboy le permitió a su mente regresar al viaje que hicieron al salir del castillo de Corische. Gracias a la previsión de Rashed, el viaje no fue incómodo. Rashed cargó sus ataúdes en un carromato grande, apilados de dos en dos y bien tapados por unos paños de lona. También entró en los aposentos privados de Corische y cogió mucho dinero. Ratboy nunca le preguntó cuánto, pero eso era parte del pasado y presente dilema de Ratboy.
Siempre le dejaba los detalles, las preocupaciones y los planes a Rashed. Siempre se movía en la delgada línea entre odiar a Rashed y depender de él.
Una noche, en la carretera, unos gruñidos bajos llegaron hasta sus oídos cuando el carro se acercaba a una gran curva de la carretera. Un momento después, tres lobos casi muertos de hambre salieron de entre los árboles y atacaron a sus caballos.
Dos lobos más saltaron desde atrás y se subieron al carro, Parko le dio una patada a uno instintivamente. Más figuras salieron del bosque, y Ratboy se dio cuenta de que eran muchos más que ellos.
Los lobos no es que le dieran miedo, exactamente, pero una hambruna podía transformar a aquellos animales e iban aumentando delante de sus ojos.
Los caballos gritaron. Él mismo le dio una patada al otro lobo para sacarlo del carro y miró a su alrededor en busca de un arma.
Entonces el ataque se detuvo.
Teesha sostenía las riendas de los caballos para evitar que salieran corriendo. Rashed estaba en el asiento del conductor con los ojos cerrados. Parecía estar susurrando, pero a pesar de estar muy cerca de él, Ratboy no podía oír ni un sonido salir de sus labios.
Los gruñidos fueron desapareciendo y los lobos retrocedieron.
Algunos hasta gimieron. De uno en uno se metieron entre los árboles.
--¿Qué has hecho? --preguntó Ratboy.
Rashed se encogió de hombros y le quitó importancia.
--Una de mis habilidades. No la uso muy a menudo.
--¿Puedes controlar las mentes de los lobos?
--Y de los gatos del desierto y otros depredadores.
Ratboy no podía controlar las mentes de animales depredadores. Sabía que todos los muertos nobles desarrollaban habilidades y poderes algo distintos, pero, ¿por qué parecía que Rashed tenía todos los útiles? Le molestaba mucho depender tanto de Rashed, aunque estaba obligado a confiar en su líder, y por otra parte, él siempre sabía lo que había que hacer.
El quid de aquella dicotomía tuvo lugar en la carretera, casi a medio camino de Miiska.
Antes de que comenzara su existencia como no-muertos, Parko y Rashed eran los dos hermanos más unidos del mundo. Ratboy lo sabía por las briznas de recuerdos que alguna vez había contado Rashed. Parko era una criatura suave que necesitaba que su hermano mayor lo protegiera. Y de nuevo, aunque Rashed no parecía reconocer qué era lo que movía sus impulsos, Ratboy sabía que la necesidad de proteger era algo que formaba parte de la naturaleza de Rashed. Sin embargo, una vez que comenzaron sus vidas como muertos nobles, Parko se convirtió en una persona completamente distinta, salvaje, y con frecuencia incoherente. Cada vez se hacía más difícil controlarlo.
Una vez que dejaron el castillo de Gäestev, el poco control que Rashed tenía sobre Parko disminuyó. Su líder planeaba con sumo cuidado lo que viajarían cada noche y consultaba los distintos mapas que llevaba en numerosas ocasiones. Por lo general llegaban a alguna población con alguna posada antes de que saliera el sol. Rashed pagaba bien por unas habitaciones en el sótano si las tenían y como sabía que era imposible descargar los ataúdes sin levantar sospechas, sencillamente hacía que su pequeña familia llevara bolsitas de tierra entre sus pertenencias. Cada uno de ellos dormiría con las bolsitas cerca del cuerpo hasta que volviera a caer la noche, momento en que volverían a reanudar su camino. Rashed siempre contaba una historia parecida a los posaderos acerca de cómo habían estado viajando toda la noche y necesitaban descansar sin que los molestaran. Teesha aparentaba ser delicada y estar muy cansada y Parko y Ratboy se hacían pasar por sirvientes. Aunque él nunca lo admitiría, Ratboy se encontraba seguro con los planes de Rashed y con lo bien que manejaba tanto a los mortales como al mundo de los mortales.
A pesar de todo, había algo atractivo en los modales salvajes de Parko. Además, Parko odiaba las reglas de Rashed en cuanto a que tenían que dormir a cubierto y a que solo se podían alimentar cuando fuera estrictamente necesario. Se rebelaba a cada oportunidad que se le presentaba.
Un día, en el camino, se vieron obligados a dormir en una iglesia abandonada. Parko se había deslizado del carruaje sin que lo vieran.
Una vez que descubrieron su ausencia, Rashed detuvo el carromato inmediatamente. Salió y miró muy despacio en la oscuridad, buscaba.
Se detuvo mirando directamente más adelante en la misma carretera.
Por lo general, solo un señor como Corische podía hacer aquello para localizar a un subalterno creado por él mismo. Puede que como habían sido hermanos en vida, Rashed pudiera sentir dónde estaba Parko. Aparentemente su hermano había estado viajando por delante de ellos. Pararían en el siguiente pueblo, un poco más abajo, a ver si estaba allí.
Cuando llegaron, el pueblo estaba sumido en un estado de histeria colectiva. Había un pequeño grupo de gente apiñado frente a la puerta principal de la posada, que estaba abierta, algunos hombres armados los contenían. Las voces se oían altas y enfadadas y les fue muy fácil oír que el posadero y su mujer habían sido encontrados muertos en sus camas. Ratboy observaba mientras un guardia salió corriendo de la posada y vomitó en la cloaca de la calle.
En aquel pueblo los extraños no iban a ser bien recibidos y Rashed ni siquiera redujo la velocidad del carromato. Una vez que perdieron de vista el pueblo azotó a los caballos para que corrieran. El amanecer se acercaba.
A pesar de que la ermita que encontraron al pie del camino parecía antigua, al igual que desatendida y no visitada durante años, a Rashed le disgustaba claramente el endeble estado de la situación en la que se encontraban. La idea de que Teesha durmiera en un lugar tan poco seguro lo llenaba de ira. Cuando Parko los alcanzó, justo antes del amanecer, tenía la cara y las manos cubiertas de sangre y ya no se reía socarronamente ni sonreía como de costumbre.
Rashed estaba furioso con su hermano y le gritó. Parko sencillamente se retiró a una esquina con su bolsa de tierra, con la mirada fija en Rashed y sin pestañear. Ratboy sospechaba que Parko había actuado por despecho, harto ya de estar constreñido continuamente y de tener que reprimir constantemente sus instintos y deseos naturales. Además, Ratboy también se preguntaba cómo sería dejarse llevar, deleitarse en una matanza como Parko había hecho.
Parko seguía mirando con odio a su hermano cuando Ratboy cerró los ojos mucho después e intentó descansar.
Teesha seguía su propio consejo en lo que al hermano de Rashed se refería, pero Ratboy podía sentir como crecía la tensión en el grupo. Él mismo se sentía desgarrado por dentro. A veces sentía que Parko era demasiado salvaje pero que Teesha y Rashed eran muy dóciles. Tres noches después del incidente Rashed detuvo el carromato a medianoche cerca de un pequeño pueblo para que pudieran cazar. Teesha se quedó sentada en el carromato un ratito, miraba los hilillos de humo que salían por encima de los árboles de las pequeñas casitas, tenía una expresión nostálgica.
--Rashed, ¿cómo de lejos queda el océano? --le preguntó--.
Estoy cansada. ¿Encontraremos el camino a nuestro hogar pronto?
Rashed estaba de pie en el suelo, se estaba poniendo la correa de la espada. Rápidamente se subió al carromato y se sentó junto a ella.
--Todavía nos queda un largo viaje, pero tengo los mapas que cogí del castillo. Antes de irnos a dormir por la mañana te enseñaré dónde estamos y dónde está el océano. --Su voz era suave y sonaba preocupada.
De repente Parko aulló hecho una furia.
--¡Hogar! ¡Océano! --gritó. Sus ojos negros se volvieron hacia Teesha--. ¡Tú! --La blanquísima piel parecía estirarse sobre su fina cara y llevaba el pelo despeinado y enredado en todas direcciones--.
Hogar no --dijo--. ¡Cazar!
Una expresión de dolor asomó al rostro de Rashed. No sirvió de nada con Parko, que se dio la vuelta y salió corriendo hacia el bosque.
Rashed miró a Ratboy.
--¿Irás con él? ¿Te asegurarás de que no haga nada que nos ponga en peligro a los demás?
El líder casi nunca le pedía nada a Ratboy. Por eso Ratboy asintió y se deslizó entre los árboles detrás de Parko. En realidad, era un alivio estar corriendo entre los árboles detrás de Parko y dejar a Rashed y a Teesha en su propio mundo privado.
Ratboy hizo un esfuerzo con su mente e intentó localizar a Parko como Rashed había hecho, pero no pudo sentir nada. En su lugar utilizó métodos más mundanos de seguimiento. Parko tenía tal ímpetu que iba dejando un rastro fácil de seguir. Ratboy no tardó mucho en coger a Parko y se escondió con él detrás de unos árboles en el lado más alejado del pueblo. Se puso en cuclillas al lado de Parko.
--¿Ves algo? --le preguntó.
--Sangre --le contestó Parko.
A pesar de ser muy tarde, un grupo de adolescentes estaba sentado fuera de lo que parecían unos establos. Se reían y se pasaban una jarra los unos a los otros. Posiblemente habrían robado algo de cerveza o de whisky y se sentirían rebeldes. Al verlos, a Ratboy le vinieron recuerdos de su auténtica vida, la que había dejado atrás hacía tanto tiempo ya. Él había hecho lo mismo con frecuencia en su juventud.
--No, Parko --le dijo--. Son demasiados y están al aire libre. Uno podría dar la voz de alarma. Miraremos en otro sitio.
Parko se giró para mirarlo.
--Tú no eres Rashed --dijo con una claridad sorprendente--.
Nosotros matamos. Nosotros cazamos. No nos dan miedo las voces de alarma. No nos da miedo ningún hombre. --Volvió a mirar al grupo de adolescentes que bebía--. No deberías ser como Rashed. Bebe conmigo.
Sin más palabras salió disparado de entre los árboles.
Sobresaltado, Ratboy observó cómo se movía en silencio y con rapidez por el lateral del establo. Sin estar seguro, Ratboy lo siguió hasta que se detuvieron en la esquina.
Los chicos estaban ya tan cerca que casi podían tocarlos.
Ratboy podía oír todas y cada una de las palabras que decían, en su mayor parte quejas de sus padres intercaladas con risas y tragos de líquido. Podía oler el contenido de la jarra, whisky.
En un segundo, Parko se había marchado y Ratboy oyó como se silenciaban las risas y se convertían en gritos.
Hambriento y excitado, Ratboy salió de la esquina del establo.
Vio a tres chicos muertos en el suelo con el cuello roto y a Parko bebiendo de la garganta de otro con el pelo rubio oscuro. El chico todavía estaba vivo y agitaba los brazos presa del terror.
Un chico bajito y regordete con el pelo oscuro estaba allí de pie gritando. ¿Por qué no corría? Ratboy se sintió libre. Él no era como Rashed. Él era como Parko y cogió al chico que gritaba y le clavó los dos colmillos directamente en el cuello y cerró sus dientes sobre el cuello rechoncho hasta que el chico se ahogó y se quedó en silencio.
El miedo y la sangre de su víctima entraron en su cuerpo en la misma medida, se sentía eufórico, tan vivo.
Calle abajo se oían ya gritos más profundos. Ratboy se bebió su ración y tiró el cuerpo al suelo con un golpe seco. Sabía que debía salir corriendo. El sentido común le decía que corriera, pero no lo hizo.
Parko terminó con el chico rubio y se rió.
En lugar de tirar el cuerpo vacío, empezó a bailar, a correr y brincar con él. Estaba cubierto de sangre, tenía los ojos negros abiertos de par en par y parecía estar completamente loco, pero a Ratboy no le importaba. También se rió.
Dos hombres adultos con horquetas de madera doblaron la esquina y se detuvieron de la impresión. Uno pinchó a Ratboy con su larga herramienta. El hombre parecía más asustado que fiero. Ratboy sencillamente fintó alrededor de la horqueta y le desgarró la garganta al hombre con las uñas.
Observó con placer cómo la comprensión y después el horror se reflejaron en el rostro del mortal y cómo se le cayó la horqueta de la mano cuando se la llevó a la herida abierta. Ratboy oyó un crujido tras él y se dio la vuelta para ver a Parko dejar caer al suelo el cuerpo del segundo hombre.
Parko parecía estar de humor para romper cuellos.
Ratboy quería reírse en voz alta otra vez. Eran invencibles, eran libres. ¿Por qué siempre habían temido que aquellos mortales los descubrieran?
Entonces un movimiento le llamó la atención. Rashed estaba de pie a un brazo de distancia con expresión de absoluta y total incredulidad. Hasta tenía la boca ligeramente abierta.
La euforia desapareció. A su alrededor yacían cinco chicos y dos hombres, todos ellos muertos. Otros habitantes debían de haberlo visto, pero habían elegido esconderse.
Rashed parecía estar buscando las palabras adecuadas.
--¿Qué habéis hecho?
Por toda respuesta, Parko le siseó como un animal. Rashed se acercó a él en dos pasos y lo golpeó con fuerza con el puño.
Ratboy no había visto nunca a Rashed golpear a su hermano.
No creía que Rashed fuera capaz de ello. Cuando el puño de Rashed hizo contacto con la mandíbula de Parko, este se arrugó y se cayó.
Parko intentó levantarse y Rashed lo golpeó otra vez, con tanta fuerza que su hermano salió disparado hacia atrás y se chocó con la verja exterior del establo. Parko se quedó tumbado, quieto y callado, entre la paja y el barro.
Rashed cogió el cuerpo inmóvil de su hermano por una pierna y lo arrastró a la carretera. Levantó a Parko, que seguía inconsciente, se lo echó al hombro y miró con odio a Ratboy.
--Tú vienes ahora.
Ratboy lo siguió sin decir palabra. La verdad era que tenía miedo, no de Rashed, sino de lo que pasaría después. Cuando llegaron al carromato Rashed tiró a Parko al suelo. Después se metió en la parte trasera del carromato, soltó el ataúd de Parko de los demás y lo sacó del carro. Se golpeó contra el suelo y se resbaló cuando Parko empezó a moverse.
Ratboy miró a Teesha, quien a veces podía poner algo de cordura en tales escenas, pero esta vez se quedó al otro lado del carromato, observando.
Rashed le tiró una bolsa de dinero a su hermano.
--He terminado contigo. No viajarás más con nosotros. Vete por el camino salvaje, si es lo que quieres. Puede que la muchedumbre que se forme de ese pueblo salga a cazarte en lugar de hacerlo nosotros.
Se subió a la parte delantera del carromato y cogió las riendas de los caballos.
--Teesha, sube al carromato. --Después se giró hacia Ratboy--.
Puedes elegir. Sé que el abandono descuidado de esta noche no ha sido cosa tuya, pero te rendiste ante él. Puedes venir con nosotros o irte con él. Elige ahora.
Parko siseó desde donde estaba en el suelo y Ratboy miró a Rashed.
Ratboy no era muy bueno a la hora de tomar sus propias decisiones y aquella era la decisión más difícil a la que jamás se había enfrentado. La idea de quedarse con Parko y seguir el camino salvaje, matando y bebiendo sangre sin pensar en las reglas, solo la caza, le resultaba atractiva. El deseo de eliminar cualquier trampa mortal y convertirse en un glorioso depredador era algo a lo que costaba resistirse.
Sin embargo, Rashed los mantenía a salvo y siempre sabía lo que había que hacer, y Teesha sabía cómo crear un hogar. Ratboy no estaba listo para dejar aquellas cosas. Todavía no. Le daba miedo quedarse solo con Parko. El mero pensamiento lo avergonzaba. Volvió a mirar a Parko que seguía siseando y se contorsionaba y se subió al carromato detrás de Teesha.
Mientras se alejaban, no vio que Rashed volviera la cabeza ni una sola vez y fue él el único que vio cómo los pequeños ojos de Parko desaparecían en la distancia. Durante las dos noches siguientes Rashed no dijo ni una sola palabra.
Tumbado en su ataúd bajo el almacén, Ratboy se preguntó si habría tomado la decisión correcta entonces. Intentó dejar de pensar, sencillamente no ver nada. Después de un rato, por fin consiguió quedarse dormido.