_____ 13 _____

 

Àlgunos vampiros descansan más profundamente en su estado dormido que otros. Rashed nunca lo había admitido ante nadie, ni siquiera ante Teesha, pero siempre tenía que esforzarse por no caer rendido inmediatamente después de la salida del sol, y apenas si recordaba algo hasta el atardecer. Igual era algo que solo le pasaba a él y no tenía nada que ver con el resto de los no-muertos. Consideraba que tal tendencia era una debilidad, pero todavía no había dado con una solución.

Esta vez, todavía perdido en su sueño, algo muy parecido a un sueño mortal le tocó la frontera de la consciencia. Sintió como si algo invisible lo mirara en la oscuridad. Por la noche podía ver mejor que cualquier mortal, pero aún así necesitaba algo de luz. Aquella oscuridad no la podía atravesar ni su mirada. Pero sentía igual de bien la presencia en la oscuridad, se movía de un lado a otro e intentaba cogerlo por la espalda.

Hacía tantos años que no pensaba en los sueños. Tales visiones y preocupaciones eran para los vivos, no para los no-muertos. ¿Qué era lo que tiraba de él? Con un repentino ataque de ansiedad, la presencia se movió hacia dentro, hacia él y Rashed abrió los ojos.

Antes de que pudiera reaccionar, alguien abrió la tapa de su ataúd desde fuera.

La luz de una antorcha iluminaba la cámara tras una sombra que se erguía sobre él, ahora era muy fácil ver con aquella luz. La cazadora se erguía sobre él y tenía una estaca afilada en la mano.

Magiere abrió un poco los ojos. Ambos se quedaron congelados por la sorpresa y después ella bajó la mano con la estaca, con fuerza.

Rashed le cogió la muñeca con un gruñido de ira más que de miedo, la punta de la estaca se detuvo antes de llegar a su pecho. La cazadora tenía la manga y el brazo húmedos y la mano de Rashed empezó a echar humo.

Rashed medio gritó del dolor y le soltó la muñeca mientras salía del ataúd con una patada. El pie le dio en la parte baja del pecho y cayó hacia atrás. Rashed rodó por el lado del ataúd al instante y se puso en pie. ¿Qué era lo que había hecho la cazadora?

Un olor fétido le llegó a la nariz e hizo que le picaran los ojos.

Ajo.

Rashed recordó como lloriqueaba Ratboy al contar lo que la anciana le había hecho en la taberna. La cazadora se había rociado con agua de ajo.

Rashed podía mover un poco su brazo izquierdo, pero no lo suficiente como para utilizarlo para luchar y ahora tenía la mano derecha muy quemada también. La cazadora se pasó la estaca a su mano izquierda y desenvainó la cimitarra con la derecha. Rashed reaccionó inmediatamente, apretó los dientes mientras sacaba su propia espada con la mano quemada.

La cazadora estaba cubierta de polvo y muy sucia, mechones sueltos de cabello se le pegaban a la pálida cara como si hubiera estado arrastrándose por la tierra; su expresión era dura y enfadada.

Ciertamente era una cazadora, fría y despiadada, una invasora que había entrado en su hogar para matarlo a él y a aquellos que le importaban. No había sentido un odio puro y real desde la noche en que le había cortado la cabeza a Corische, pero ahora volvía a llenarlo.

Un perro de pelo plateado gruñía y aullaba desde el otro lado de la caverna, donde un hombre con barba pelirroja lo mantenía sujeto. A su lado estaba arrodillado el medio elfo de pelo claro que estaba cargando una ballesta.

--Ratboy --lo llamó Rashed--. ¡Levántate!

La cazadora se abalanzó sobre él y blandió su cimitarra. Para su propia sorpresa, la esquivó en lugar de pararla, el instinto actuaba por él. No podía permitir que aquella hoja lo tocara. Si lo volvía a herir de gravedad, estaría acabado y no habría nadie para proteger a Teesha.

Su única y verdadera prioridad era desarmar a la cazadora.

Necesitaba llevarla hasta el túnel donde no pudiera blandir la cimitarra y puede que allí su fuerza fuera una ventaja. Pero la herida que tenía en el hombro de su anterior batalla todavía le quemaba. Se sentía un poco desequilibrado por su casi inservible brazo izquierdo, recobró el equilibrio y cargó contra ella.

 

* * *

 

--Sí, mi amor --dijo Edwan mientras miraba los párpados de Teesha y fundía su cabeza con la tapa del ataúd--. Despierta.

Tenemos que huir.

Teesha llevaba su bata de terciopelo del rojo más profundo, como el vino y sus gruesos rizos marrón chocolate se esparcían por el lecho del ataúd, enmarcando su preciosa cara ovalada. Edwan todavía recordaba la primera vez que le sonrió. Era uno de los pocos recuerdos que aún le quedaban tras su muerte.

Al igual que Rashed, Teesha se negaba a dormir sobre la tierra y cubría la tierra de su lugar de origen con una colcha de seda. Cuando se sentó y empujó la tapa de su ataúd, Edwan retrocedió y se apartó de su camino. Teesha parpadeó y Edwan se dio cuenta de lo pálida que la hacía el tono del forro del ataúd y cómo resaltaba el color del vestido.

--Tenemos que huir --repitió Edwan.

--¿Por qué? --preguntó ella--. ¿Qué pasa?

Edwan empezó a hablarle acerca del extraño de La Rosa de Terciopelo y entonces se dio cuenta de que contarle aquello era una tontería. Tenía que hablarle de la cazadora primero, para que ella se escapara con él. Rashed estaba luchando con la cazadora. Si la diosa fortuna estaba de su lado, el guerrero moriría y tendría a Teesha para él solo otra vez.

--La cazadora ha entrado por los túneles --dijo--. Trajo al perro y a otros mortales y muchas armas. Tenemos que irnos.

La alarma alteró las hermosas facciones de Teesha.

--¿Dónde está Rashed? ¿No lo has despertado?

--La cazadora lo encontró primero, y a Ratboy. Ellos pueden luchar con ella. Ven conmigo, ahora.

Teesha salió de su ataúd rápidamente y corrió por el túnel hacia la cueva del guerrero.

--¡No! --la llamó Edwan, desesperado. La adelantó volando y se detuvo en su camino--. La cazadora está aquí. Corres hacia ella.

Debemos escapar por los túneles del otro lado.

--Muévete, Edwan --le gritó--. Tengo que ayudar a Rashed... lo necesitamos.

La impresión de Edwan fue aún mayor cuando Teesha salió corriendo a través suyo. Edwan no podía creer el curso que estaban tomando los acontecimientos y la siguió sumido en la confusión. Los sonidos de aullidos, gruñidos, gritos y choque de metales iban subiendo de volumen según se acercaban a la cueva de Rashed.

Teesha se detuvo y se inclinó para acercarse por la pared del túnel a la puerta de la cueva.

Edwan vio a Rashed que luchaba contra la cazadora. Cada choque, cada sonido de pasos apremiantes los acercaba a los dos a la entrada del túnel en el extremo más alejado de la cueva. Rashed estaba intentando arrinconar a la cazadora en aquel túnel. A la derecha, justo al lado de donde descansaba Rashed, el medio elfo y el hombre grande de la barba pelirroja, que sujetaba al perro plateado, estaban a punto de abrir el ataúd de Ratboy.

La mirada de Teesha se movía entre la cazadora y sus acompañantes.

--¡Edwan! --lo llamó Teesha-- ¡Ayuda a Ratboy! ¡Ahora!

Edwan se mantuvo en el aire detrás de Teesha. Ni siquiera se había vuelto para verlo, simplemente se lo había ordenado.

--No.

Teesha se dio la vuelta y lo miró en estado de shock. Se le abrió la boca, pero no salió ninguna palabra. Cuando volvió a mirar hacia el interior de la cueva, Rashed ya tenía a la cazadora a dos pasos de la entrada al túnel. De repente, corrió hacia delante para intentar acorralarla e hizo un fuerte corte con la espada hacia abajo.

La cazadora se movió hacia la derecha contra la entrada de la cueva y bajó su espada sobre la de Rashed, haciendo que aquella llegara al suelo. Con la otra mano, que tenía cogida con fuerza la estaca, le dio un fuerte golpe en el hombro que ya tenía herido.

El altísimo guerrero dio medio giro hasta que su espalda se aplanó contra la pared de la cueva, quedó con el pecho totalmente expuesto. Al mismo tiempo, la mitad superior de la tapa del ataúd de Ratboy se rompió en el aire. La cazadora se retorció de regreso a la cueva, de frente a Rashed, lista para golpearlo otra vez con la estaca.

Antes de que Edwan pudiera decir nada más, Teesha se lanzó como una salvaje a la cueva y saltó sobre la espalda de la cazadora.

La, hermosa esposa de Edwan gritó cuando le empezó a salir humo de los brazos.

 

* * *

 

Leesil reptó hasta acercarse más al extremo inferior del ataúd, con la ballesta ya dirigida hacia abajo para darle al niño mendigo a la primera. Su fardo de provisiones le colgaba sobre la cadera de la correa que le cruzaba el torso desde el hombro contrario. El sonido de la cimitarra de Magiere al chocar contra la espada del noble sonó a su espalda, pero él no podía darse la vuelta para mirar. Debía confiar en que ella mantendría ocupado a su contrincante, igual que ella confiaba en que se ocuparía del niño mendigo. Si cualquiera de ellos fallaba, el otro acabaría cayendo, al ser atacado por la espalda.

Leesil asintió hacia Brenden, que sujetaba a la vez la antorcha y a Chap, al que tenía cogido por el cogote.

--Suelta a Chap y abre la tapa --dijo Leesil.

Brenden se movió para hacer lo que le habían dicho, pero antes de que su mano llegara a tocar la madera, la parte superior de la tapa del ataúd explotó cuando Ratboy la destrozó para salir. Leesil asustado falló el tiro y dio un paso atrás.

El niño mendigo le cogió la muñeca a Brenden y tiró de ella con fuerza. El herrero se tambaleó, perdió el equilibrio y cayó a lo ancho de la parte inferior del ataúd, de manera que se puso en medio de la línea de tiro de Leesil. Chap se vio forzado hacia atrás al caer el herrero, y la antorcha que Brenden tenía en la mano cayó al suelo.

Con su luz parcialmente bloqueada por el ataúd frente a Leesil las sombras crecían en la pared.

Entre el repentino cambio de luz y la caída del cuerpo de Brenden, Leesil perdió de vista su objetivo. Ratboy se enroscó hacia atrás, impulsó los pies hacia arriba por encima de la cabeza y se dio la vuelta sobre el otro extremo del ataúd. Aterrizó sentado en el suelo.

Leesil intentó apuntar de nuevo, pero Ratboy dio sendas patadas con ambos pies contra el extremo del ataúd que tenía más próximo. El ataúd se deslizó por el suelo y se estrelló contra las piernas de Leesil.

Leesil trató de mantenerse en pie con una mano, pero cayó hacia un lado. Como la parte superior de la tapa estaba hecha añicos, su torso cayó dentro del ataúd. Sus ropas se engancharon en la madera astillada y Ratboy estaba sobre él antes de que pudiera darse la vuelta y erguirse.

Leesil pudo ver un rostro de alabastro con sombras, con los ojos inyectados en sangre y una sonrisa abierta. Los dientes, con colmillos que le sobresalían en ambos maxilares estaban muy amarillentos.

Leesil se contorsionó y giró la cabeza cuando vio un rápido movimiento en su oponente.

Una mano como una garra hizo un movimiento brusco hacia abajo, pero no llegó a darle en la garganta. Le dio a lo ancho de la mejilla y la boca. Leesil sintió como le brotaba la sangre antes de sentir ningún dolor.

--Nadie reconocerá tu cadáver --siseó Ratboy.

Leesil cerró las manos con fuerza para asir la ballesta, pero ya no estaba allí, se le había escapado de las manos con la caída.

Ratboy volvió a mover la mano, Leesil hizo un gesto de dolor, con un brazo se cubrió la cabeza y con la otra mano que le quedaba libre tanteó en su cinturón en busca de un estilete o de una estaca o el primer arma que encontrara.

La cara y la mano desaparecieron tras un relámpago plateado.

Leesil se zafó de las astillas y logró salir del ataúd, rodó hacia un lado y casi se cae sobre la ballesta que se le había caído al suelo antes.

--¡Dispara! --le gritó Brenden, que se estaba levantando del suelo también y que sangraba por un corte en la frente--. Dispárale.

Leesil volvió a rodar y se quedó agachado, vio a Chap encima de Ratboy. El perro y el no muerto estaban enredados en una maraña mientras se daban una paliza de la que salían dientes, extremidades, garras y aullidos, se movían tan rápido que Leesil era incapaz de seguirlos. Los colmillos de Chap mordían y daban en el blanco una y otra vez, y a pesar de que Ratboy no podía devolverle los mordiscos, sus manos como garras no dejaban de azotar al perro. A Chap le arrancaron bastantes mechones de pelo.

--No puedo disparar. Le daría a Chap --respondió Leesil mientras apretaba los dientes.

--¡Tonto! --le escupió Brenden. Cogió la antorcha y se la tiró a Ratboy haciéndola resbalar por el suelo.

--¡No! No lo... --empezó Leesil. Casi no tuvo tiempo de ver cómo la antorcha le daba a Ratboy en la cadera. Tanto el perro como el no muerto se esforzaron por alejarse de las llamas.

Por el rabillo del ojo, Leesil vio como el altísimo noble acorralaba a Magiere hacia la entrada del túnel y como ambos contrincantes blandían sus espadas. Magiere empujó la espada de su oponente al suelo y le golpeó el hombro herido con la estaca. El noble rodó por la pared de la cueva y Magiere volvió a la zona más abierta. Las caras de ambos estaban distorsionadas por un odio que iba más allá de la razón, ambos se habían olvidado de la existencia de nadie que no fuera su oponente. Las facciones de Magiere se retorcieron en un gruñido que dejó ver unos colmillos mientras levantaba su cimitarra para cortar al noble.

Leesil comenzó a devolver su atención a su propio oponente cuando vio un bulto rojo que le caía en la espalda a Magiere.

Una mujer. Brenden tenía razón.

 

* * *

 

Ùna masa de cabello marrón y un vestido rojo envolvieron a Magiere cuando la mujer saltó sobre la espalda de Magiere y le rodeó con los brazos los hombros y el cuello. La mujer gritó cuando empezó a echar humo, el agua de ajo la había quemado. Magiere lanzó su codo izquierdo hacia atrás para golpear a la mujer en el costado, después se giró un poco y golpeó a la mujer en la cara con la empuñadura de su cimitarra. La mujer cayó de espaldas al suelo de la cueva y mientras caía, Magiere la cortó con la cimitarra.

Eso le costó a Magiere la poca ventaja que había conseguido. El noble había recuperado el equilibrio y había levantado su espada listo para golpearla.

Todo desapareció del campo visual de Leesil.

Leesil levantó la ballesta y disparó.

Monstruo.

La palabra le resonó en la mente a Magiere mientras cortaba, esquivaba y cargaba contra la alta criatura que tenía frente a ella.

Apenas si era consciente de su apariencia, el pelo corto negro y los ojos transparentes.

Él la veía como una asesina, como una invasora. Pero Magiere sabía lo que Rashed era.

Monstruo, volvió a pensar mientras levantaba la cimitarra lista para golpear con ella.

No importaba su nombre. Su cabeza separada de sus hombros, eso era lo que importaba. Ella era fuerte, tan fuerte... y rápida. Le dolía la boca, no podía hablar.

Un enorme crujido le resonó en los oídos, y un peso le cayó sobre la espalda y los hombros. Unos brazos fuertes y finos le rodearon el cuello mientras la gimiente voz de sus oídos se convertía en un grito lleno de dolor. Un denso humo se levantó alrededor de su cabeza y le oscureció la visión.

Magiere golpeó hacia atrás con el codo, le dio a un torso blando y en respuesta obtuvo la agradable sensación de los huesos al romperse dentro de la carne. Cuando los brazos se soltaron, Magiere se giró y le dio con la empuñadura a quien quiera que la hubiera cogido, ni siquiera se fijó en si le había llegado a dar. Lo único que veía era el vestido rojo hinchado oscurecido por las hebras de humo y lo cortó con fuerza con la cimitarra. La hoja dio en carne, pero no se detuvo a mirar a su objetivo, se dio la vuelta.

La espada de Rashed caía sobre ella. Magiere se retorció instintivamente e intentó quitarse de en medio.

De repente, una flecha de ballesta sobresalía del estómago de Rashed y el recorrido del filo de su espada varío levemente. Le pasó cerca del hombro y se alejó de ella.

Magiere sintió como el odio crecía dentro de ella como una euforia abrasadora. Se giró hacia atrás, levantó la espada con la hoja sobre su cabeza para golpear a su presa.

El monstruo invirtió el giro de la suya antes de que Magiere terminara de darse la vuelta.

Magiere sintió sorpresa más que dolor cuando la punta de su espada desapareció de su vista justo por debajo de su mandíbula. El odio y la fuerza salieron de ella por el leve dolor de la garganta. Una cálida humedad le bajó por el cuerpo por dentro del chaleco.

Magiere cayó de rodillas, dejó caer la estaca y se llevó la mano a la garganta. La misma calidez se colaba por entre los dedos por el lado de su cuello.

Rashed dio un paso hacia atrás, se sacó la humeante flecha del cuerpo, avanzó de nuevo y curvó los labios en una sonrisa despectiva.

 

* * *

 

Leesil bajó la vista el tiempo suficiente como para sacar otra flecha de la recámara de la ballesta. No podía permitirse interponerse entre aquellos dos, puesto que dado su estado de locura alguno de los dos terminaría por herirlo con su espada, por ello cargó la ballesta de nuevo. Puede que no matara al noble pero podía ralentizarlo lo suficiente como para que Magiere pudiera aventajarlo. Colocó la ballesta y levantó la vista al tiempo que tiraba de la cuerda.

Magiere estaba arrodillada en el suelo con una mano al cuello.

Ya no tenía el rostro contorsionado por la ira sino que tenía el ceño fruncido por la confusión y los ojos muy abiertos. Tenía los dedos muy oscuros por la sangre.

--¡Chap! --gritó Leesil sin molestarse en comprobar si el perro se había librado de su oponente--. El noble se sacó la flecha del estómago de una forma muy parecida a como lo hizo Ratboy en el camino a Miiska. Chap corrió hacia Leesil en un segundo. Las patas del perro tan solo tocaron el suelo hasta estar lo suficientemente cerca como para saltar sobre el noble. Mientras Leesil se daba la vuelta, oyó más que vio a Chap chocar con el noble, aullidos, choque de metales cuando una espada cayó al suelo seguida de un ininteligible grito de ira. Leesil centró su atención en Ratboy.

El pequeño no muerto estaba ennegrecido, sangraba y se estaba apagando las últimas llamas de sus harapientas ropas donde la antorcha de Brenden le había dado. Brenden ya estaba cargando contra Ratboy con la flecha más larga que tenía impregnada en agua de ajo en ambas manos. El herrero dejó caer todo su peso sobre su pequeño oponente y le clavó la flecha en el pecho.

Ratboy abrió la boca para gritar pero no le salió sonido alguno.

El no muerto no cayó inmóvil ni murió. Se intentó zafar de Brenden, lo golpeó en la cabeza y en los hombros con una mano mientras trataba de sacarse la flecha con la otra. A pesar de su tamaño, lo único que Brenden pudo hacer fue mantenerlo sujeto contra el suelo.

--No le has dado en el corazón --le gritó Leesil. Después susurró--: Vamos a morir... Vamos a perder esta... ¡Magiere!

Todo se desmoronaba a su alrededor. Leesil podía coger la cimitarra y acabar con Ratboy, o con el noble con la ayuda de Chap, pero no veía cómo acabar con los dos con la suficiente rapidez. Nunca lo entrenaron para usar una espada. No era su estilo de arma. Pero aunque hubiera tenido esa suerte, Magiere podría morir antes de que él llegara hasta ella.

Leesil metió la mano en su bolsa, sacó un frasco de aceite y lo aplastó contra el ataúd roto de Ratboy. Tuvo que darle dos patadas muy fuertes para que cayera sobre el del noble y que formaran una pequeña barrera alrededor del herrero y Ratboy que forcejeaba contra la pared de la cueva. Cuando saltó sobre los ataúdes, con la ballesta todavía en la mano, sacó un estilete de su manga y rasgó los restantes pellejos de agua de ajo que le colgaban a Brenden de la parte de atrás del cinturón. No había manera de que pudiera utilizar con rapidez una estaca con Brenden encima del objetivo, tuvo la esperanza de que aquella vez la suerte estuviera de su parte.

El agua salpicó entre los dos cuerpos que forcejeaban en el suelo, Leesil vio como el humo empezaba a levantarse. Cogió a Brenden por la camisa y tiró del herrero hacia arriba con todas sus fuerzas para ponerlo de pie.

--¡Coge a Magiere! --le gritó Leesil a Brenden--. ¡Sácala de aquí!

¡Ahora!

Libre del peso del herrero, Ratboy cogió la flecha con las dos manos, no estaba en el centro de su pecho. Su cuerpo se estremeció cuando el agua de ajo empezó a quemarlo. Brenden se separó de él y se dirigió hacia Magiere a toda velocidad.

Leesil cogió la antorcha de Brenden del suelo con la misma mano que sujetaba el estilete y salió de la barrera de ataúdes.

Mientras se daba la vuelta, Ratboy se ponía en pie, se retorcía de dolor a pesar de que el humo se había disipado en una leve bruma a su alrededor. Leesil no dudó. Apuntó la ballesta hacia Ratboy y disparó. Después prendió el ataúd rociado con aceite con su antorcha.

La madera vieja prendió como una pira y atrapó a Ratboy tras ella.

Leesil no se molestó en comprobar si su flecha le había dado al ya quemado no muerto y dejó la ballesta para buscar otro frasco de aceite en su bolsa.

Al otro lado de la habitación, un ensangrentado Chap intentaba arrinconar al desarmado noble, o al menos, distanciarlo más de la apertura del túnel y de Magiere. La estrategia de Chap contra Ratboy había sido tirarlo al suelo y caerle encima, pero a pesar de estar herido, el noble era demasiado alto para utilizar el mismo truco. El perro se veía limitado a golpearlo y morderlo en las manos y en las piernas, por lo que lo único que podía hacer era poco más que mantenerlo a raya. Y eso no duraría mucho tiempo.

Brenden ya tenía a Magiere en sus brazos, se había arrancado una manga de la camisa y se la había puesto para vendarle el corte del cuello. A la vez que se ponía en pie cogió la cimitarra.

--¡Vete! ¡Ahora! --le ordenó Leesil, después se metió en la boca del túnel y estrelló otro frasco de aceite en el suelo--. ¡Chap, ven aquí!

Chap golpeó a su oponente una última vez, después giró bruscamente y se dirigió a gran velocidad hacia el túnel. El noble se puso inmediatamente detrás del perro, pero Chap fue demasiado rápido. Mientras el perro corría hacia el túnel, Leesil prendió el aceite al suelo con su antorcha y retrocedió rápidamente por el túnel. La abertura de la cueva se incendió.

--¡Corred! --gritó Leesil.

Ni Brenden ni Chap necesitaban tal persuasión. El herrero estaba ya bien entrado el túnel cuando Leesil llegó a su altura, llevaba a Magiere sobre el hombro y Chap iba abriendo el camino. Leesil podía ver como la sangre de la herida de Magiere ya le había manchado la camisa a Brenden.

La oscuridad, el polvo y el miedo corrían con ellos.

Cuando llegaron a la parte que se había derrumbado, Chap se arrastró enseguida sobre los escombros. Brenden lo siguió y tiró del cuerpo inerte de Magiere. Leesil oyó el sonido de unas pisadas de botas que venían tras ellos por el túnel. No tenía tiempo para preguntarse cómo alguien podía haber atravesado las llamas.

--¡Deprisa! --los urgió.

Los pies de Magiere se resbalaron por la abertura y Leesil tiró la antorcha hacia delante y la siguió. Cuando bajó por el otro lado de los escombros se detuvo para buscar en su bolsa de nuevo. Solo le quedaba un frasco de aceite. Cogió la antorcha a la vez que le quitaba el tapón al frasco con los dientes y lo escupía. Derramó la mitad del aceite del frasco sobre las maderas que había en los escombros.

Después metió su bolsa impregnada de aceite en el hueco y la prendió. Las llamas cerraron el espacio por el que habían pasado.

--Eso lo mantendrá ocupado un rato --dijo Leesil a la vez que intentaba no respirar el humo y cogía el frasco medio lleno de aceite--.

Vamos.

Apenas si recordaba el resto de la bajada por el túnel, excepto que cada paso que daban era otra gota de sangre que Magiere perdía.

Brenden se movía todo lo rápido que podía en el estrecho pasadizo, y los crecientes jadeos de Chap sugerían que se estaba quedando exhausto. Leesil no dejaba de decirle:

--Sigue, chico. Solo un poco más. --A él mismo le quemaban los cortes que Ratboy le había infligido.

Cuando llegaron a la trampilla que daba a la sala de estar decorada, Leesil dejó la antorcha y el frasco medio lleno de aceite en el suelo del túnel y cogió a Brenden por el hombro.

--Dámela y salta --le dijo--. Tendrás que subirlos a Chap y a ella, de uno en uno.

Brenden dejó caer los pies de Magiere en el suelo, y Leesil cogió su cuerpo flácido y se la acercó. Mientras el fuerte herrero sujetaba a Chap bajo su brazo y subía por la escalera, el perro gimoteó suavemente, pero no se resistió.

Si hubiera habido tiempo, Leesil habría bajado a Magiere al suelo, pero, en su lugar, se apoyó con la espalda contra la pared del túnel para tener una mano libre y poder levantarle la cara y ponerla a la altura de la suya. Estaba casi blanca y la herida seguía sangrando a través del improvisado vendaje. La sujetó con fuerza contra su pecho e inclinó la cabeza para ponerle una oreja en la boca.

Su respiración era superficial y corta, pero al menos Leesil podía oírla.

--¿Está viva? --Brenden se inclinó por la trampilla y alargó una mano.

--Sí --le respondió Leesil.

--No sé cómo con el cuello abierto por un corte.

Leesil empujó a Magiere cerca de la escalera. Le levantó uno de los brazos hasta que Brenden pudo cogerla por la muñeca. Se subió al primer travesaño y se preparó para subirla también desde abajo, pero tan pronto como Brenden le cogió el chaleco con la otra mano, la subió sin esfuerzo alguno.

--Todo irá bien --le dijo Leesil a una Magiere inconsciente--. Solo no te mueras encima de mí.

Leesil cogió la antorcha y el aceite y subió por la escalera. Para cuando ya había subido y cerrado la puerta de la trampilla de una patada, Brenden ya tenía a Magiere en el hombro otra vez.

--¿Por qué has traído la antorcha? --le preguntó Brenden--.

Ahora no la necesitamos.

Leesil no le contestó. No había tiempo para discutir con el herrero acerca de lo que había planeado hacer. En lugar de dirigirse a la portezuela por la que habían entrado, Leesil caminó y abrió la puerta principal de la habitación.

--No podemos pasar a Magiere por la portezuela, así que vamos a salir por delante. Este pasillo debería llevar a algún lugar del almacén. Ahora muévete.

Brenden abrió un poco más los ojos, pero asintió y se dirigió a la puerta. Chap lo siguió.

Leesil titubeó solo un segundo. No había otra manera de asegurarse de que nadie los iba a seguir, y si tenía suerte quemaría a aquellas criaturas hasta matarlas. De cualquier manera, ya no le importaba el coste de los sustentos y de las cuentas de los vendedores, no con lo que aquello le había costado a Magiere.

Rocío suavemente la alfombra con el aceite y la trampilla.

También echó un poco en los sofás y los prendió, al igual que la alfombra y la trampilla y después salió corriendo por la puerta. Solo se detuvo aquí y allá para echar algo de aceite en las paredes, hasta que se le acabó el frasco. Cuando llegó a la enorme planta del almacén, Brenden lo estaba esperando entre las pilas de cajones colocadas para ser mandadas o recogidas por algún mercader local.

Leesil echó una rápida mirada a su alrededor y vio una pila de telas. Brenden abrió los ojos de par en par cuando vio a Leesil acercar la antorcha a la parte superior de la pila.

--Nos vamos --dijo Leesil sin más--. Busquemos una puerta.

Brenden miró a la tela que iba prendiendo poco a poco y al humo que salía del pasillo.

--Aquí --espetó Brenden enfadado.

Leesil siguió a Brenden que iba el primero hacia una puerta de aspecto totalmente vulgar. Estaba cerrada desde dentro, por lo que era muy probable que no fuera la salida que utilizaban los trabajadores cuando terminaban sus jornadas. Leesil levantó la barra y la tiró a un lado, después abrió la puerta de una patada.

Una vez fuera, Leesil vio que Chap estaba jadeando, se le veía débil y exhausto y tenía numerosas heridas pequeñas. Se agachó y cogió en brazos al perro. A excepción del rostro, Leesil estaba ileso, pero muy cansado. La fuerza del pánico y de la ira se le estaba escapando.

--Sé muy poco de curas --dijo Leesil--. Tenemos que encontrarles ayuda rápidamente.

Brenden lo miró, la tristeza y la ira intercambiaban lugares en su rostro.

--Mi casa. Todos estaréis más seguros allí.