_____ 12 _____

 

Magiere se agachó fuera del almacén que estaba frente a la orilla, Leesil y Brenden estaban a su lado. El lugar parecía estar casi nuevo y lo habían construido con caros y sólidos tableros de pino.

--¿Por qué no lo quemamos sencillamente? --susurró Leesil.

--Ya te lo he dicho --le respondió Brenden--. Muchos de los habitantes del pueblo viven de este almacén, de una manera o de otra.

--Sí, pero si matamos al dueño, ¿no dará eso un resultado muy parecido? --Leesil cambió el peso para poder sujetar mejor al perro que no paraba de retorcerse--. Chap, ¿puedes parar?

Era muy complicado mantener una conversación ya que Leesil estaba intentando sujetarle el hocico y el cuerpo al perro, que no dejaba de contorsionarse salvajemente.

--Puede... --Brenden titubeó--. Puede que no. Por lo menos puede que su sustento quede intacto por un tiempo si alguien se ocupa de mantener el lugar en funcionamiento.

En su camino a través del pueblo, Chap los guió por un recorrido sin rumbo fijo por callejones y calles secundarias sin dejar de rastrear el suelo con la nariz pegada a él. En un cruce de calles, se echó hacia atrás con fuerza, olió el aire como si hubiera captado algo que agitara todos sus sentidos. Rompió a andar en una especie de medio trote y después salió corriendo. Todos los demás se vieron obligados a darse prisa haciendo que se los viera ridículamente sospechosos. Magiere se maldijo a sí misma por no haberle atado una cuerda al cuello al perro.

Chap corrió directamente a aquel almacén, olfateó las tablas de fuera y gruñó. Welstiel le había dicho que usara al perro. Si estaba en lo cierto, aquel era el lugar acertado. Armados hasta los dientes, estaban escondidos tras una pila de cajones, estaban decidiendo qué pasos seguir a continuación y a la vez intentaban evitar que los trabajadores del puerto los vieran. El sol estaba ya bajo en el cielo.

Magiere escuchaba en silencio a la vez que deseaba que Leesil y Brenden se callaran y la dejaran pensar tranquila. El almacén parecía el lugar lógico para empezar, sobre todo porque coincidía con la afirmación de que era el dueño el que la había atacado. La reacción de Chap parecía confirmar sus sospechas.

Parte de ella estaba de acuerdo con Leesil. Debían esperar a que fuera la hora de cerrar, cuando los trabajadores regresaran a sus hogares, después rociar con aceite toda la base del almacén y prenderle fuego. La preocupación de Brenden también era razonable.

¿Y qué pasaba si el noble y el sucio golfillo no estaban dentro? ¿Qué pasaba si Chap no estaba reaccionando más que a un residuo antiguo de cuando alguno de los dos hubiera pasado por allí? Magiere no tenía la menor idea de cómo el perro podía seguir a aquellas criaturas o hasta dónde llegaban sus habilidades.

Efectivamente, encontrar a su presa era el primer obstáculo que tenían que superar, pero una vez que lo habían cumplido, ella y su pequeño grupo estaban listos para luchar contra los no-muertos, aunque ninguno de ellos hubiera utilizado esas palabras. Welstiel había mencionado la fortaleza de Brenden. Ella había supuesto que hablaba de fuerza física, pero en aquel momento Magiere no estaba tan segura. Su compañero de barba pelirroja estaba agachado tranquilo, no tenía miedo y con una mano sujetaba la ballesta y se sujetaba al suelo con la otra. Había sumergido todas sus flechas en agua de ajo y se había metido seis estacas afiladas y varios pellejos de agua en el cinturón. Una de las estacas que llevaba, la que tenía en el centro de su espalda, era más larga, como una media lanza.

Magiere no lo conocía, pero empezaba a creer que había más en él de lo que se podía apreciar a simple vista.

A Leesil casi lo tiraba el peso de la bolsa que llevaba a la espalda y que colgaba de su hombro izquierdo. Magiere había visto como la rehacía varias veces. Llevaba una ballesta, varias flechas impregnadas en agua de ajo y una caja larga de madera. También había llenado varios frascos de vino con aceite, los había sellado con tapones y los había metido en la bolsa junto con una piedra de sílex.

Después había hecho dos pequeñas antorchas, que también se ató a la espalda. Magiere sabía que Leesil solía llevar varios estiletes y otras armas afiladas bajo la ropa.

Magiere, por el contrario, iba ligera de equipaje, no llevaba nada más que su cimitarra. Su papel en aquella macabra obra de teatro era luchar contra Rashed mientras los otros se ocupaban de la pequeña criatura que respondía al nombre de Ratboy, si encontraban ambos objetivos a la vez.

--¿Cómo vamos a entrar? --preguntó Magiere al fin, mientras miraba la pared del almacén de arriba abajo--. No es que podamos entrar por la puerta principal y preguntarle a los trabajadores: «Por cierto, ¿dónde duermen vuestros señores?». Y no me apetece entrar después del anochecer.

--Puede que haya una puerta escondida en la pared de atrás --le respondió Leesil.

Magiere parpadeó.

--¿Cómo lo sabes?

Leesil titubeó.

--Porque he visto este tipo de construcciones antes. Sé lo que hay que buscar.

¿Había entrado en almacenes antes? A Magiere le picaba la curiosidad, pero no era ni el momento ni el lugar.

--Vale --dijo Magiere--. Quedaos detrás de los cajones.

Aquel lado del edificio estaba rodeado de cajones, lo que les permitía moverse hasta la parte trasera del edificio sin ser vistos.

Todos los trabajadores se encontraban en el interior y pocas personas le paseaban por el muelle. Una vez en posición, Leesil le pasó Chap a Magiere, que cogió al perro por el cogote.

Los tres miraron como Leesil palpaba con suavidad la base del almacén. Brenden parecía confuso y se inclinó hacia delante.

--¿Qué estás buscando? Aquí no hay ninguna puerta.

Leesil no le contestó y siguió moviendo los dedos por la madera.

Después de un rato, Magiere empezó a moverse nerviosa, lo que hizo que fuera más difícil evitar que el perro hiciera lo mismo. Magiere no apartó la vista de Leesil aunque estrechó bastante los ojos, suspicaz, al intentar adivinar qué estaba haciendo su compañero. Por fin, Leesil se detuvo y se quedó quieto con las manos apoyadas firmemente en un punto. Entonces inclinó un poco la cabeza hacia un lado y entrecerró los ojos.

Magiere estiró el cuello e intentó ver qué era lo que Leesil había encontrado. No era más que un espacio vacío de la pared. Leesil quitó las manos, pero se quedó agachado mientras metía la mano en su fardo y sacaba la caja alargada. La miró al ver su preocupación.

--¿Confías en mí? --le preguntó.

La franca pregunta la cogió con la guardia baja y dudó a la hora de contestar.

--Por supuesto --le respondió.

Cuando se inclinó hacia abajo le cayó por la cara su melena rubio platino.

--Entonces no me pidas que te explique nada de esto.

Cuando abrió la caja, Magiere se arrepintió de haber accedido a tal petición.

Lo primero que vio en su interior fue un aro de alambre con pequeñas asas de hierro en los extremos y dos estiletes con las hojas tan finas como agujas de tejer. Cuando vio el alambre tragó saliva.

Nunca había visto una cosa así en primera persona, pero una vez había visto cómo ejecutaban a un criminal por estrangulación y podía adivinar perfectamente cómo se utilizaba aquello.

Los estiletes estrechos eran otra cosa. Eran demasiado finos para luchar con ellos, no podía estar segura de para qué se utilizarían.

Pero, al mirar otra vez el alambre, tampoco es que quisiera saberlo. Lo que sí que quería saber era cómo los había encontrado Leesil, y no le prestó atención a las ideas que le cruzaban la cabeza.

El metal del alambre y de las hojas de los estiletes era demasiado blanco como para ser acero. Habían utilizado algún otro metal, y aquellos eran utensilios caros de naturaleza dudosa, que nadie compraría abiertamente en un armero. Apenas si había restos de manchas en las hojas bien afiladas. A pesar de haber estado muy cuidados en su momento, no los habían sacado en un largo periodo.

Por mucho que los utensilios que su compañero tenía hicieran que Magiere se sintiera nerviosa y precavida, sintió una inesperada oleada de preocupación ansiosa hacia Leesil. Apartadas y escondidas, aquellas posesiones de mal gusto tenían el suficiente significado para él como para que las hubiera tenido encerradas un número indeterminado de años.

Leesil titubeó y Magiere vio como su espalda subía y bajaba al respirar profundamente, antes de que sus finos dedos presionaran un lugar oculto del interior de la caja. Entonces cogió la base de la tapa, cerca de la bisagra, y un panel interior se plegó para dejar a la vista un compartimento dentro de la propia tapa. Allí, metido en tiras de tela, había una variedad de alambres con distintas formas, ganchos finos y largos como agujas y otros utensilios diminutos con la misma apariencia delicada, retorcida y doblada, cuya utilidad Magiere no era capaz de adivinar. Y de nuevo, el metal tenía un brillante tono plateado demasiado claro para ser acero.

--¿Qué es eso? --preguntó Brenden.

Leesil lo ninguneó y cogió un alambre fino que acababa en un ángulo recto. El extremo doblado sobresalía menos de la mitad de la longitud de una uña y había sido aplanada para ser más fina que la parte más larga o mango. Palpó con cuidado la base de la pared de madera, y después presionó con su dedo índice un punto que parecía exactamente igual que cualquier otro de la vasta pared. Intentó insertar el alambre directamente por encima de la uña de su dedo.

Para sorpresa de Magiere la punta del alambre atravesó la madera, y un panel tan alto y ancho como su brazo se deslizó y abrió.

--Dejadme ir delante --dijo Leesil--. Puede que haya trampas.

Leesil tenía el cuerpo tan tenso y el rostro tan serio que Magiere apenas era capaz de reconocerlo. Sabía perfectamente lo que estaba haciendo, pero de alguna manera llevar a cabo todas aquellas acciones era una carga para él, era como si se estuviera obligando a sí mismo.

Los pensamientos de Magiere se detuvieron y dio un paso atrás.

Leesil sabía exactamente lo que estaba haciendo. ¿Cómo?

--Leesil...

Cuando él se dio la vuelta sus rasgados ojos color ámbar le rogaron.

--Confía en mí --dijo Leesil.

Cerró la caja de un golpe, la deslizó de nuevo al interior de su fardo y trepó a través de la puerta secreta. Magiere tenía pocas opciones aparte de seguirlo.

 

* * *

 

Ùna vez que Brenden hubo trepado por el hueco detrás de Magiere y llegado a una sala de estar muy lujosa, lo primero que llamó su atención fue una vela con la forma de una rosa de un rojo profundo.

Rosas de cera no eran exactamente lo que esperaba encontrar. Leesil ya estaba palpando paredes y suelo, y los observaba con atención.

Dos pequeñas lámparas de aceite sujetas a las paredes proporcionaban unas pequeñas llamas. Si el verano anterior alguien le hubiera dicho a Brenden que iba a verse pronto en la compañía de una cazavampiros y de un ladrón profesional, siguiendo a los asesinos no-muertos de su hermana, hubiera pensado que el que hablaba estaba bastante loco. En realidad, sí que sonaba a locura, y ese pensamiento hizo que se le erizara el pelo de la nuca.

Además, la primera vez que vio a Magiere, la había despreciado, la había tomado por una mujer fría y egoísta cuyo único interés era sacar beneficio de su taberna. Su opinión acerca de Magiere había cambiado mucho desde entonces. A pesar de toda su fuerza y lo mucho que se cuidaba en no mostrar emociones, bajo la máscara podía ver dolor e inseguridad. No se escondía en su taberna por egoísmo sino por otra cosa, y todavía no la conocía lo suficientemente bien como para preguntarle lo que era. Entonces, había superado el misterioso obstáculo y estaba de pie a su lado con una espada en la mano, lista para luchar, matar o morir. Brenden admiraba su valor, pero las limpias líneas de sus facciones y su larga trenza negra tampoco le eran indiferentes. Fuerza, belleza y capacidad para luchar en la misma persona eran una extraña combinación para él.

Entonces sus pensamientos volvieron a Eliza, su frágil hermana, y la ira que le consumía el pecho le hizo concentrarse en el objetivo que tenían en aquel momento.

En aquella habitación... mullidos sofás curvos, tapizados en terciopelo verde, una pintura de la costa norte, alfombras trenzadas, y una variedad de adornos de plata que descansaban en brillantes mesas, todo aquello lo registraron sus ojos de una vez. Caminó un poco y cogió una cesta de costura. Dentro encontró un bordado. Lo que estaban bordando era más un reflejo fiel de escenas cotidianas que un simple adorno. Sostuvo en su mano un trozo de muselina a medio terminar que mostraba un enorme sol rodeado de nubes que se ponía sobre el océano.

Chap avanzaba sigilosamente y olía todo, a la vez que gruñía suavemente.

--Hay una mujer --dijo Brenden en tono desapasionado.

--¿Qué? --Magiere parecía confundida de alguna manera por aquella afirmación.

--Aquí no solo nos ocupamos del noble y del golfillo callejero. Y

las cosas que hay en esta habitación son demasiado personales como para que se trate de una sirvienta. Las sirvientas no se sientan a bordar durante horas.

Leesil dejó la tarea a la que estaba entregado, que era levantar las alfombras.

--O puede que uno de los hombres sea tan artístico como una mujer y tenga el mismo buen gusto para la decoración.

Magiere medio sonrió ante el frívolo comentario y Brenden negó con la cabeza. Para entonces ya había adivinado que Magiere se escondía tras una máscara de falsa frialdad y hostilidad, y Leesil lo hacía detrás del humor, mordaz o no. Entendía el mecanismo de defensa de Magiere, pero por mucho que había llegado a apreciar al medio elfo, los bruscos cambios de Leesil entre un humor a destiempo y la compasión inesperada, entre sus habilidades de lucha rápida y ahora robo, estaban empezando a ser bastante inquietantes.

Leesil examinó lo que claramente parecía una trampilla en el centro del suelo.

--¿A qué esperas? --preguntó Magiere.

--Esta es diferente --dijo Leesil, casi para él mismo--.

Quienquiera que construyera este lugar nunca pensó que alguien encontraría la puerta de fuera, y es muy probable que nunca la hubiera utilizado, por lo que no tenía una necesidad real de tener medidas de seguridad activas. --Levantó la cabeza hasta que su mirada se encontró con la de Magiere--. Tenemos que bajar. No sé más de este tipo de caza de lo que tú sabes, pero estoy seguro de que estarán durmiendo en algún sitio bajo tierra.

--¿Qué quieres decir con que no sabes? --preguntó Brenden.

Miró a Magiere--. ¿No era así cómo te ganabas la vida antes de llegar a Miiska?

El medio elfo sonrió débilmente.

--No hay tiempo para explicaciones. Los dos, echaos atrás.

Brenden dio un paso atrás y luego dio otro más, y otro más hasta que casi se dio con la espalda en la pared. Leesil caminó despacio alrededor de la trampilla como si estuviera memorizando todas y cada una de las partes que la componían. El herrero experimentó una oleada de incomodidad después de que pasara un buen rato del precioso tiempo del que disponían y de que Leesil todavía siguiera con su estudio de la trampilla.

--Tenemos que darnos prisa --dijo Brenden--. El sol se va a poner pronto.

--La luz del día no nos servirá de ayuda si estamos muertos --le contestó Leesil.

Habían cortado un pequeño círculo en la madera para formar una anilla simple. Todo lo que hacía falta para abrirla era deslizar los dedos a través del agujero y tirar, Leesil se agachó y rebuscó en su fardo, pero en lugar de sacar su caja de extrañas herramientas, sacó una estaca.

--Vosotros dos, meteos detrás de uno de los sofás. Y sujetad a Chap con fuerza --dijo Leesil--. Voy a utilizar una estaca para abrir esto un poco. Cuando lo haga, una aguja envenenada va a pinchar la punta de la estaca. Después de eso intentaré levantar la puerta, pero puede que haya más sorpresas. --Hizo una pausa--. Una vez vi una plataforma general de gas venenoso sujeta a una puerta como esta. Si grito, meteos en la puerta secreta, sin importar lo que pase.

Brenden miró repetidas veces a cada uno de sus compañeros, que en ese momento se estaban mirando el uno al otro. Estaba muy claro que Leesil estaba demostrando habilidades y conocimientos que Magiere no conocía previamente. La expresión de ella era algo más que de preocupación, pero se retiró y se escondió detrás de un sofá ricamente tapizado. Brenden hizo lo mismo y asomó la cabeza por un lado para mirar.

--Ten cuidado --dijo Magiere.

--No, ¿de verdad? --dijo Leesil mientras empujaba la estaca con suavidad por el interior de la abertura. Le siguió un clic muy sonoro.

--Tengo la aguja --dijo y después se tumbó boca abajo en el suelo, con una pierna doblada bajo el cuerpo, seguramente para echarse a un lado en caso necesario--. Mantened las cabezas agachadas.

Hizo palanca con la estaca para levantar la puerta y después le dio un rápido empujón y se echó hacia atrás al tiempo que la puerta se abría.

Al abrirse, la puerta crujió dos veces. Bien a salvo tras los dos sofás, tanto Brenden como Magiere se agacharon rápidamente en un acto reflejo cuando dos flechas salieron disparadas. La primera pasó por encima de Leesil, apuntaba hacia donde estaría una persona al abrir la trampilla. La otra para entonces ya sobresalía del sofá del frente detrás del cual estaban escondidos Brenden y Magiere.

Brenden le echó un vistazo por encima del sofá.

--Espera --dijo Leesil a la vez que levantaba una mano--. No estoy seguro de que eso sea todo. --Desapareció por la abertura.

Magiere no hizo lo que les había pedido sino que trepó por el sofá, fue hasta la abertura y echó un vistazo hacia abajo con cuidado.

--¿Qué estás haciendo?

--Solamente me estoy asegurando. --La voz de Leesil sonaba muda y apagada al venir de algún lugar más abajo--. Creo que ya podéis bajar.

Brenden se unió a Magiere, y se puso a pensar cómo bajar a Chap, pero el perro solucionó el problema saltando por la abertura y aterrizando al lado de Leesil. Magiere lo siguió y el herrero bajó el último.

Brenden se encontró a sí mismo de pie, en medio de un túnel estrecho. Siempre le habían interesado los artilugios y los aparatos, se detuvo a examinar las dos ballestas que estaban sobre unos soportes de hierro y que estaban cuidadosamente apuntados hacia arriba, hacia la abertura.

--Es un truco muy simple, de verdad --dijo Leesil--. Solamente hay que montarlas sólidamente, cargarlas y después poner un alambre o una cuerda desde la puerta para disparar los mecanismos.

--Si habéis terminado de admirar estas dos armas con intención asesina --interrumpió Magiere con voz baja e irritada--, tenemos que seguir. Enciende una antorcha.`

 

* * *

 

Èdwan llegó de regreso a los túneles que había debajo del almacén en estado de gran agitación. Había estado escuchando cada palabra que se cruzaron la cazadora y el extraño que se estaba alojando en las habitaciones del sótano de La Rosa de Terciopelo.

Aunque no entendía del todo lo que había ocurrido allí, Edwan sí entendía que aquella cazadora era más peligrosa de lo que Rashed pensaba y que el extraño sabía mucho acerca de los no-muertos.

Además, aquel extraño estaba apremiando a la cazadora a que cazara. Edwan volvió a pensar en la noche en que Magiere visitó el lugar en el que murió la hermana del herrero. El extraño había aparecido y había hablado con ella. La llamó «Dhampir». ¿Cómo lo había definido? «Alguien que tenía el don de poder matar a los muertos». A la cazadora no le habían interesado ni Teesha ni Rashed antes de aquella noche. Pequeñas porciones de recuerdos y pensamientos pasaron por la dispersa mente de Edwan. Se obligó a pensar.

¿Qué pasaba si aquel extraño de alguna manera estaba guiando los pasos de la cazadora? Ella parecía tan orgullosa, pero buscaba la guía de aquel extraño.

Edwan sabía que debía contárselo a Teesha. Ella entendería lo que querían decir todas las palabras, al menos las palabras que él podía recordar. Ella sabría qué había que hacer.

Había planeado levitar hasta su ataúd directamente cuando sintió una presencia y titubeó... no, sentía más de una presencia. Se movió instintivamente, flotó túnel abajo y se encontró con la cazadora, el medio elfo, el herrero y el perro. Llevaban antorchas y armas e iban directos hacia donde Teesha y Rashed y Ratboy dormían. Edwan se inquietó y se reprendió a sí mismo. Claro que iban a estar allí. ¿No le había dicho el extraño que cazara y que utilizara al perro?

Algún tiempo atrás, Edwan le había suplicado a Teesha que moviera su ataúd y lo alejara del de Rashed, para que él pudiera tener un poco de intimidad con ella cuando se acostara o cuando se levantara. Y ella había estado de acuerdo. Ahora él corría hacia ella.

Con un gran destello apareció en forma visible en el centro de su cámara privada subterránea, se sentía frustrado por no tener la capacidad de abrir la tapa de su ataúd.

--Mi amor --dijo en voz alta--. Tienes que despertarte.

Edwan intentó empujar a su conciencia hacia cuando estaba vivo y al menos había podido intentar protegerla. ¿Qué habría hecho? Sus pensamientos habían estado tanto tiempo atrapados entre el mundo de los mortales y el de los espíritus que encontraba muy difícil concentrarse en nada que no fueran detalles específicos del momento que tenía más a mano, y mucho menos hechos de un pasado más lejano.

--Teesha. --Trató de usar su pensamiento esta vez, permitió que su forma no corpórea pasara a través de la suave tapa de su ataúd de manera que pudo ver su cara dormida--. Despierta.

Los ojos de Teesha permanecían cerrados como los de una dulce niña profundamente dormida. El atardecer acababa de empezar solamente. Ella se despertaría por sí misma en poco tiempo, pero él necesitaba que se despertara en aquel preciso momento.

Edwan salió de la cámara y regresó a los túneles de piedra cubiertos de tierra por los que Rashed había pagado a doce hombres para que los excavaran antes de construir el almacén. El trabajo les llevó casi un año. Contrataron a hombres de fuera del pueblo, y nadie sabe lo que fue de ellos una vez que terminaron su tarea. El fantasma trató con desesperación de recordar cualquier palabra que flotara en aquel tiempo. Algunas zonas necesitaron ser sujetadas con maderas, se acordaba de aquellas palabras, y el guerrero diseñó una manera de que esas zonas se hundieran en caso de que pasaran intrusos.

¿Dónde estaba aquel lugar?

El movimiento rápido era uno de los pocos dones que se le habían concedido, Edwan se concentró en su presencia y se evaporó.

 

* * *

 

Leesil llevaba la bolsa de equipamiento colgada en un hombro.

Llevaba una pequeña antorcha frente a él, pero quería tener la otra mano totalmente libre. Chap caminaba directamente detrás de él, luego iba Magiere y finalmente Brenden, que cerraba el grupo y portaba otra antorcha. Leesil avisó a ambos de que no tocaran nada, ni tan siquiera las paredes, a no ser que él les dijera que era seguro hacerlo.

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había tenido que localizar un objetivo que estuviera durmiendo, y por lo general la tarea implicaba escalar y trepar hacia arriba, no hacia abajo.

Con la atención puesta en la tarea que se traía entre manos, Leesil se movía despacio, examinaba el suelo, las paredes y el techo antes de avanzar. Hizo caso omiso de los continuos comentarios de Brenden de darse prisa.

Leesil también evitó hablar o mirar a Magiere, cosa que no era difícil en aquel momento. Las antorchas que llevaban les proporcionaban la única fuente de luz a tanta profundidad, y después de todo, estaba bastante ocupado.

Chap gruñó suavemente, y los ojos le brillaron más y se volvieron más transparentes de lo que lo eran de costumbre.

--Estamos cerca --dijo Magiere--. Creo.

Ninguno de ellos sabía nada acerca de las habilidades de Chap, pero Leesil pensó que su comentario tenía sentido. Le echó una mirada por encima del hombro, y en la escasa luz, algo llamó su atención. Con todo lo que se habían arrastrado, los amuletos de Magiere se habían salido de la camisa y le colgaban del cuello a la vista. La piedra de topacio estaba brillando.

--Mira --le dijo a la vez que la señalaba. Magiere miró hacia abajo y la tocó algo asombrada.

--No está más caliente, solo brilla.

Chap aulló.

--¿Ha brillado alguna otra vez? --le preguntó Leesil.

--Cuando luché con aquel aldeano en el río Vudrask y... --La voz de Magiere se fue apagando y se miraron a los ojos.

--Puede que sea mejor que lo dejes fuera de la camisa --dijo Leesil.

--Tenemos que darnos prisa --dijo Brenden claramente frustrado.

El túnel era pequeño, apenas lo suficientemente alto como para ponerse de pie en él y estaba toscamente excavado. Leesil solo podía ver las paredes, sus pies y una pequeña distancia más adelante.

--¿Cómo excavaron este túnel debajo del almacén? --preguntó Magiere.

--Ya hace un tiempo, pero por lo que recuerdo, les llevó algún tiempo construirlo --respondió Brenden--. ¿Podría ser que excavaran primero el túnel y luego construyeran el almacén sobre él?

Aquello sonaba plausible. Leesil vio que se acercaba una zona con tablas en el techo.

--Aquí hay unos soportes de madera --dijo--. Tened cuidado al pasar.

Un ligero brillo en el suelo le llamó la atención. Leesil se detuvo, levantó una mano para que los demás hicieran lo mismo y se agachó para poder verlo más de cerca. Había un pequeño cable que atravesaba el túnel de lado a lado a un palmo del suelo.

--Cable trampa --dijo Leesil--. Si miráis lo podréis ver. Caminad con cuidado.

Aquellas cosas no eran más que molestias para Leesil, no representaban ningún peligro. Nada escapaba a su aguda vista, y se dio cuenta de que su antigua forma de hacer las cosas había vuelto a él de manera natural, incluso después de muchos años de tratar de olvidarla. Se dio la vuelta para asegurarse de que Chap no se tropezaba con el alambre y entonces una luz brillante apareció delante de él.

En un segundo se solidificaron los colores.

Leesil se encontraba cara a cara con un hombre decapitado que estaba lo suficientemente cerca como para tocarlo si alargaba la mano. La cabeza parcialmente seccionada del hombre estaba apoyada sobre un hombro formando un ángulo muy abierto que dejaba expuesta la garganta abierta y sangrante. Giró el torso rápidamente, de manera que su cabeza quedó mirando a Leesil y curvó los labios para gruñir.

Leesil dio un salto hacia atrás para alejarse de la aterradora visión... Pero recordó el cable trampa.

Su primer paso fue lo suficientemente alto como para esquivar el alambre, pero perdió el equilibrio al bajarlo. Su otro pie se enganchó en el alambre al tropezarse hacia atrás. Se tapó la cabeza con las manos instintivamente. Dos tablas de la parte de arriba se soltaron, una de ellas le dio de pleno al caer. El techo que tenía sobre la cabeza explotó cuando las raíces y la tierra se revolvieron y cobraron vida propia. Trató de ver si Magiere estaba lo suficientemente lejos como para no ser enterrada, pero no le dio tiempo. La tierra y las piedras que no dejaban de golpearlo y caer sobre él de repente se hicieron muy pesadas. Lo aplastaron contra el suelo.

Magiere vio a Leesil girarse en dirección a ella, después lo vio tropezar de espaldas con una expresión de horror en el rostro, como si hubiera visto algo terrible. Casi al instante se desencadenó una avalancha de madera, rocas y tierra arenosa que caían del techo del túnel.

--¡Leesil! --gritó Magiere a la vez que lanzaba una mano para sujetarlo, pero Brenden la cogió por la cintura y tiró de ella hacia atrás.

--¡No! ¡No lo hagas! --le gritó--. Es demasiado tarde.

Una nube de polvo los envolvió a los dos y por un momento cegó a Magiere.

El hundimiento se terminó tan rápido como había empezado.

Polvo muy pesado todavía flotaba en el aire a su alrededor, pero Magiere podía ver la cola y las patas traseras de Chap y lo oía gemir.

Se limpió la tierra de los ojos con el dorso de la mano y vio que el perro ya había empezado a excavar frenéticamente.

--Trae al perro de vuelta y coge mi antorcha --le ordenó Brenden.

En el túnel no había espacio suficiente para que dos personas entraran en acción. Brenden era potencialmente más fuerte. Magiere le cogió las patas traseras a Chap y tiró con fuerza y rapidez.

--¡Ven aquí, Chap!

Chap le gruñó virulentamente, o bien por lo dura que había sido o bien por haberlo parado cuando estaba dedicado a su propia y desesperada labor. Mientras sujetaba al perro, cogió la antorcha de Brenden, quien pasó por delante a presión y se puso a apartar tablones y tirarlos a un lado y al otro lo mejor que podía.

A Magiere no le quedó más remedio que quedarse allí de pie observando.

Magiere odiaba no tener control sobre las cosas. Algunas veces había maldecido las responsabilidades que ella misma se exigía. Pero al estar allí en el túnel, de pie, observando como Brenden excavaba salvajemente para sacar a Leesil, se dio cuenta de que los espectadores inútiles lo pasaban mucho peor que los que entraban en acción.

¿Qué pasaba si Leesil moría? ¿De qué le serviría luchar por un hogar y un negocio si no tenía con quién compartir sus planes y sus eventos cotidianos? Leesil era la única persona con la que había sido capaz de pasar incontables cantidades de tiempo. ¿Qué decía eso de ella?. ¿Qué pasaba si se moría?

Luchó contra el impulso de tirar la antorcha, apartar a Brenden y ponerse a cavar ella misma. Por el contrario, sujetó bien a Chap, no estaba segura de si el temblor que sentía en el cuerpo venía de su propio interior o si venía de la vibración de los gruñidos y gemidos del perro. Con la otra mano intentó poner la antorcha a un lado para proporcionarle luz a Brenden y para poder ver ella lo que estaba ocurriendo.

El túnel no estaba cerrado del todo. Los escombros y la tierra solo lo cubrían hasta la mitad. El problema era que Brenden no tenía a dónde tirar los escombros que retiraba. Su cara teñida de rojo brillaba del esfuerzo, pero no aminoró la velocidad.

--¿Puedes verlo? --le preguntó Magiere.

--No, yo no... espera, ¡un pie!

--¡Tira! Tira y sácalo.

Magiere dio un paso atrás rápidamente y tiró de Chap. Brenden tiró con fuerza, casi se chocó con ella y se levantó una pequeña nube de polvo a su alrededor. El polvo y su propio miedo hicieron que pareciera como si Brenden hubiera creado al medio elfo de la nada y lo hubiera hecho existir.

Ahora le tocaba a ella. Apoyó la espalda contra la pared se deslizó por detrás de Brenden y le dio la antorcha para poder arrodillarse al lado de Leesil, le puso el oído en el pecho y luego en la boca.

--No respira.

Allí tumbado, Leesil parecía más delgado que nunca. Todo su cuerpo estaba del color de la tierra menos donde la sangre procedente de un corte o arañazo en la cara o en la mano había oscurecido la tierra y la habían pegado a él. Había visto una vez a su tía Bieja salvar a un niño que se había caído a un pozo, insuflándole aire en la boca al niño.

Magiere alejó la cabeza del polvo e inspiró profundamente. Le cogió un pellizco en la fina nariz a Leesil, se la tapó con dos dedos, le tapó la boca con la suya propia y soltó el aire. Se le levantó el pecho una vez y se le volvió a quedar plano.

--¿Qué haces? --gritó Brenden mientras la cogía por el hombro.

Magiere se giró, se deshizo del brazo del herrero y repitió lo que había hecho. Lo volvió a repetir. La desesperación no le permitía parar. A la quinta vez consiguió que el pecho de Leesil subiera y le tosiera en la boca.

Magiere se separó rápidamente y lo miró a la cara.

--¿Leesil?

Leesil permaneció tumbado e inmóvil. Volvió a toser y le salió tierra de la boca, le siguió una sonora boqueada cuando cogió aire.

Magiere se dejó caer sobre él y un gran alivio le recorrió el cuerpo.

--Aquí --dijo Brenden y le acercó un pellejo de agua que había soltado de su cinturón--. Intenta lavarle la garganta y entonces veremos si tiene algún hueso roto.

Antes de que Magiere pudiera coger el pellejo de agua, Leesil alargó la mano y lo cogió él mismo. Dio un gran trago, rodó hacia un lado y escupió el agua. Después intentó sentarse.

--Estoy bien --dijo con voz ronca. Parpadeó por la tierra que tenía en los ojos--. ¿Dónde está el fantasma? ¿Se ha ido?

--¿Qué fantasma? --le preguntó Magiere.

Después le ordenó:

--Estate quieto --Magiere le comprobó las manos, los brazos y las piernas con los dedos--. Creo que no tiene lesiones.

--Estoy bien --divagó Leesil--. ¿Dónde está el puñetero fantasma? Creí que era real... pero no podía serlo... tenía la cabeza cortada.

Magiere miró a Brenden.

--Tenemos que volver. Tiene alucinaciones.

--¡No! --espetó Leesil--. No tengo alucinaciones. ¡Oh, olvidadlo!

Es demasiado tarde. Si nos rendimos ahora, sabrán que hemos estado aquí. ¿Cuán seguros estaremos en casa esta noche? ¿Cuán seguros estarán Rose y Caleb? Tenemos que terminar esto.

Leesil tenía razón, y Magiere lo sabía, pero aún así su primer instinto fue sacarlo de allí. Se sacó la camisa del pantalón y arrancó un trozo y lo empapó en agua del frasco y le enjugó la cara y los ojos. Al principio Leesil protestó y le apartó las manos, pero cuando Magiere se negó a darse por vencida, se quedó sentado y le dejó que terminara. Pequeños cortes y abrasiones le estropeaban la piel broceada, pero ninguna de las heridas parecía seria.

--Has tenido suerte --dijo Magiere.

--Los dioses cuidan a los tontos --le contestó Leesil mientras intentaba sonreír.

--Oh, cállate --le espetó Magiere, todo su pánico se había convertido en irritación ante uno de sus típicos comentarios inapropiados.

Brenden negó con la cabeza. Magiere sabía que creía que ambos eran bastante raros. No lo culpaba por ello.

--Vale. ¿Ahora qué? --le preguntó Magiere a su compañero.

Leesil miró hacia atrás por encima de su hombro al montón de escombros que ocupaba la mitad de la altura del túnel.

--Tendremos que arrastrarnos y tirar del equipamiento --le contestó--. Creo que ya estamos muy cerca. Ese fantasma debe ser algún tipo de guardián.

Leesil miró en su bolsa para comprobar si había alguna pieza de equipamiento rota. Uno de los frascos de aceite se había reventado, y había hecho que los demás y su caja de extrañas herramientas fueran resbaladizos al tacto. Solo un poco había manchado su ballesta.

Limpió la ballesta y los demás objetos lo mejor que pudo con el trozo de la camisa de Magiere.

--Perdí la antorcha --dijo Leesil--. Tendremos que apañárnoslas solamente con una.

Para alguien que había estado a punto de morir, su calma y modales competentes no hacían más que irritar y confortar a Magiere al mismo tiempo.

--Arrástrate por el túnel y Brenden te la podrá dar --añadió Leesil--. Pero no avances hacia abajo hasta que yo esté ahí por delante de ti.

--Espera --dijo Brenden--. Quédate quieta, Magiere. Traje algo para ti. --Se quitó un pequeño frasco del cinturón que llevaba--.

Levanta los brazos.

--¿Qué es eso? --preguntó ella.

--Agua de ajo --le respondió--. La cogí de tu cocina. En sitios pequeños puede serte de ayuda a la hora de protegerte o al menos puede hacer que esas criaturas se lo piensen dos veces antes de meterse contigo.

Le echó agua de ajo por los brazos, hombros y espalda. A Magiere le impresionó su previsión, pero no le dijo nada hasta que hubo terminado.

--¿Listos? --preguntó Magiere.

Brenden asintió.

Uno por uno se arrastraron por el espacio que había quedado sobre lo caído y de nuevo emprendieron su camino por el túnel. Puede que fuera su imaginación, pero Magiere creyó notar que Leesil aligeraba el paso y sí comprobaba las cosas, pero con menos detenimiento.

--Veo una apertura --dijo Leesil.

Una segunda oleada de alivio recorrió el cuerpo de Magiere cuando salieron del túnel y se adentraron en una caverna subterránea donde pudieron estar los unos al lado de los otros.

--Allí --dijo Leesil a la vez que señalaba al otro lado de la caverna.

--¿Qué? --preguntó Brenden.

Leesil se adelantó y sujetó la antorcha en alto. Miró hacia atrás.

--Ataúdes.

 

* * *

 

Èdwan sobrevoló el ataúd de Rashed en su forma invisible, dividido entre contento y frustrado. Había fallado en su intento por hacer que aquellos intrusos se mataran ellos mismos, y creía que si se les volvía a aparecer en aquel momento sus futuras tácticas de ataque por sorpresa no tendrían la misma efectividad.

Sin embargo, ellos habían visto primero los ataúdes del guerrero y de Ratboy, no habían visto el de Teesha. Dejaría que esos dos lucharan con los cazadores; ellos no le importaban nada. Por el momento, su Teesha estaba a salvo.

Se concentró en su propia forma otra vez y se transportó a la pequeña caverna de su amada.

--Despierta, mi amor --susurró--. Por favor.

Esta vez, Teesha se movió en su sueño.