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--Tendremos que parar pronto --dijo Magiere cansada mientras se pasaba una mano por la cara--. Está oscureciendo.

El sol se estaba ocultando tras el océano junto a la carretera de la costa de Belaski mientras iluminaba las tierras con un brillo anaranjado oscuro, lo que le daba al paisaje un aspecto mucho menos lúgubre y desamparado del que le daba la luz del pleno día. A Leesil siempre le había gustado el atardecer y se detuvo un momento a observar como la luz desaparecía tras el agua. La carretera de la costa que seguían hacia el sur desde Bela, la capital del país, era razonablemente rápida y despejada. Era un viaje mucho más fácil que los cinco días campo a través, para salir por el oeste de Stravina.

Habían pasado ya doce días desde la muerte del aldeano loco y Leesil todavía no le había preguntado qué era lo que realmente había pasado aquella noche en la costa del río Vudrask. Magiere le había dado escasos detalles acerca de lo qué les había ocurrido a Chap y a ella. Todavía le quedaban misterios por resolver: por qué había atacado Chap sin que se le ordenara y por qué Magiere parecía tan enfadada y afectada. Era algo que iba más allá de la simple muerte violenta de un aldeano. Ninguno de los dos se atrevió a mencionar el asunto, ni siquiera cuando se detuvieron en un pueblo para comprar un asno y un carro para transportar a Chap, lo que debería de haber suscitado preguntas acerca de las lesiones del animal. Para entonces casi todas sus heridas parecían estar cicatrizadas pero Magiere insistía en que necesitaba descansar.

--Vamos a acampar --dijo Magiere.

Leesil asintió y se desvió de la carretera. Miró a Magiere mientras esta se pasaba una mano por la frente de nuevo, intentaba apartarse de la cara un par de mechones de pelo cubiertos por polvo del camino. Él sabía cuánto odiaba estar sucia.

--Puede que debiéramos acercarnos a la costa --dijo Leesil--. El agua del mar no es la mejor del mundo para bañarse, pero por el momento servirá. Aunque no es adecuada para lavar la ropa, a no ser que te guste ir con una costra de sal.

Magiere lo miro suspicaz.

--¿Desde cuándo te importa a ti la ropa limpia?

--Desde siempre.

--Deja de intentar seguirme la corriente. --Magiere dejó escapar una risa corta y sarcástica--. Ya sé lo que quieres y es mejor que lo olvides. No vamos a estafar a ningún otro pueblo más. Yo he terminado. --Ella lo siguió en su salida de la carretera, se paró y miró hacia atrás.

--¿Qué pasa? --le preguntó Leesil.

--No estoy segura. --Negó con la cabeza--. Desde el atardecer he tenido la extraña sensación de que alguien está... --se fue quedando callada.

--¿Alguien qué?

--Nada. Solo estoy cansada. --Se encogió de hombros--. No nos alejemos mucho de la carretera. Es muy difícil pasar el carro por los arbustos.

Incluso la capa de Leesil iba resultando demasiado fina para el aire cada vez más frío de la tarde, así que rápidamente eligió un claro entre los árboles. Magiere sacó un cazo abollado, té a granel, carne seca y manzanas, mientras Leesil limpiaba una parte del suelo y encendía una pequeña hoguera.

A pesar de su tranquilidad externa, los pensamientos de Leesil todavía eran de preocupación. De nuevo habían caído en la sencilla rutina, llevaban a cabo sus actividades sin apenas hablarse y, sin embargo, había otras cosas más allá de lo que iban a tener de cena que a él le gustaría comentar.

--¿Necesitas que te ayude con Chap? --preguntó Magiere de repente.

--No, puede andar por sí mismo.

Leesil se acercó al carro y abrazó al perro con sus finos y bronceados brazos.

--¡Eh, tú! Es hora de despertarse y tomar algo.

--¿Qué tal está? --preguntó Magiere.

Chap abrió los ojos inmediatamente y aulló antes de levantar su morro azul plateado para lamerle la cara a Leesil. Se deshizo del abrazo de Leesil y saltó del carro en dirección a la hoguera en la que se estaba haciendo la cena.

--Míralo tú misma --contestó Leesil--. Y creo que está aburrido hasta la extenuación de ir en el carro.

Leesil siempre encontraba que la actitud de Magiere para con Chap era bastante rara. Nunca le daba palmaditas y rara vez le hablaba, pero siempre se aseguraba de que comiera y que tuviera todas las comodidades posibles. Leesil, por otro lado, disfrutaba enormemente con la compañía del animal. Pero en los días en que aún no había encontrado a Magiere, Chap solía cazar su propia cena porque a su amo sencillamente se le olvidaba.

Leesil soltó al asno del carro, lo ató en una zona con césped suficiente y regresó junto al fuego.

--Hace una media legua pasamos una carretera lateral --dijo Leesil sin prestarle mucha atención mientras cogía un pellejo con agua del suelo y la vertía en el cazo para hacer el té--. Puede que lleve a un pueblo.

--Si querías parar deberías haberlo dicho --contestó Magiere sin darle mayor importancia.

--No quería... --Al final, enfadado por lo respetuoso de la respuesta de su compañera, saltó--: ¡Sabes exactamente lo que quiero decir! Puede que esto no sea Stravina, pero aquí las noches en los pueblos de campesinos son igual de oscuras. Estamos dejando pasar beneficios solo porque a ti no te apetece trabajar. ¿Te quieres comprar una taberna? Vale, pero no veo por qué tenemos que dejar el negocio estando casi sin blanca.

--Yo no estoy sin blanca --le recordó Magiere.

--Bueno, ¡yo sí! --La actitud serena de Magiere lo llenaba de furia--. Solo tengo mi parte de un pueblo y no me avisaste. Si hubiera sabido que íbamos a dejarlo, habría hecho algunos planes.

--No, no lo habrías hecho --dijo ella sin mirarlo y con la voz aún tranquila--. El vino tinto D'areeling es caro, y si no hubiera sido el vino, habrías encontrado una partida de cartas en algún sitio o alguna tabernera con una historia triste. Que te lo hubiera dicho antes no habría cambiado nada.

Leesil suspiró y rebuscó en su mente algún argumento con el que convencerla. Sabía que ella estaba pensando mucho más de lo que decía. Habían trabajado juntos ya mucho tiempo, pero ella siempre mantenía una pared invisible entre ella y los demás. La mayor parte del tiempo él estaba cómodo con aquella situación, hasta lo agradecía. Él también tenía sus propios secretos.

--¿Por qué no uno más? --preguntó por fin--. Tiene que haber otros pueblos a lo largo de...

--No, no puedo hacerlo más. --Magiere cerró los ojos como si quisiera cerrar la puerta del mundo--. Empujar el cuerpo de ese aldeano loco por el río... estoy demasiado cansada.

--Está bien. Vale. --Le dio la espalda--. Entonces háblame de la taberna.

El entusiasmo regresó a la voz de Magiere.

--Bueno, Miiska es una pequeña comunidad de pescadores que está haciendo buen negocio en la ruta de la costa. Habrá muchos trabajadores y algún que otro marinero que quiera tomarse una copa y jugar después de un duro día de trabajo. La taberna tiene dos plantas, la vivienda está arriba. Todavía no he pensado en un nombre. A ti se te dan mejor esas cosas. Hasta puedes pintar un cartel para la puerta.

--¿Y quieres que yo lleve el juego, a pesar de que sabes que pierdo la mitad de las veces? --preguntó.

--He dicho que quiero que lleves los juegos, no que participes en ellos. Por eso gana la casa y tú acabas con el monedero vacío. Solo dirige una mesa de faro decente y seguiremos siendo socios como siempre. Las cosas no van a cambiar tanto como crees.

Leesil se levantó y puso más madera en el fuego. No sabía por qué se estaba poniendo tan difícil. La oferta de Magiere era muy generosa y siempre le había dicho las cosas claras. Nunca nadie lo había incluido en sus planes. Jamás en su vida. Puede que lo que le pasara fuera que no le gustaran los riesgos que tal cambio pudiera ocultar.

--¿Cómo de lejos está este sitio, Micos? --preguntó.

--Miiska. --Magiere suspiró con fuerza--. Se llama Miiska y está a unas cuatro leguas al sur. Si vamos a buen ritmo podemos llegar mañana a última hora.

Leesil sacó su pellejo de vino mientras Chap rodeaba el campamento, oliendo a su paso. En su mente, empezó a considerar en serio la propuesta de Magiere y comenzaron a ocurrírsele posibilidades. Puede que un poco de paz y tranquilidad pusiera fin a sus pesadillas, aunque lo dudaba mucho.

--Puede que tenga un par de ideas para el cartel --dijo al fin.

Magiere sonrió levemente y le tendió una manzana.

--Cuéntame.

Al borde del campamento, un tenue brillo sobrevolaba el bosque.

A muchos no les habría parecido más que la luz del atardecer al apagarse, menos cuando se movía a través de los árboles. Se acercó, aunque parándose cada vez que la mujer de la armadura o el hombre de pelo claro hablaba, como si estuviera escuchando con atención cada palabra. Se detuvo detrás de un roble en el borde de la luz de la hoguera y se quedó allí.

 

* * *

 

Rashed caminaba por el cuarto de atrás de su almacén. Esa noche no le apetecía salir a contemplar la enorme y brillante luna, como acostumbraba a hacer. La tensión nerviosa le arrugaba la pálida cara mientras sus botas martilleaban el suelo de madera. La imagen personal era muy importante para él, hasta en los momentos de crisis había sido capaz de ponerse unos bombachos negros y una guerrera burdeos limpia.

--Que te pasees como un gato no va hacer que regrese antes

--dijo una suave voz a su lado.

Bajó la mirada para ver a Teesha medio enfadada. Estaba sentada en un banco de madera con cojines verdes y cosía puntadas increíblemente pequeñas en una pieza de muselina tostada.

La pieza que estaba bordando empezaba a mostrar una puesta de sol sobre el océano. Rashed nunca pudo entender cómo podía crear tales cuadros solo con tela e hilo.

--Entonces, ¿dónde está? --preguntó Rashed--. Hace más de doce días desde que murió Parko. A Edwan no lo encadena la distancia física. No puede ser que le lleve tanto tiempo recabar la información.

--Tiene un sentido del tiempo distinto al nuestro. Eso ya lo sabes

--le respondió Teesha mientras cortaba una hebra de hilo azul con los dientes--. Y sabes que no le diste mucho con lo que poder empezar.

Puede que le lleve un tiempo sencillamente confirmar lo que sea o quién sea que esté buscando.

Mientras sujetaba su trabajo con sus delicadas manos, inspeccionaba sus puntadas como si fuera otra noche más, a pesar de que después de la puesta de sol solía leer algún texto antiguo. En una de las habitaciones de abajo, sus estanterías estaban llenas de libros y manuscritos por los que habían pagado su buen precio. Rashed no llegaba a entender del todo por qué las palabras en pergamino eran tan importantes para ella.

Deseaba que se le contagiara su tranquilidad, por lo que se sentó a su lado. La luz de las velas se reflejaba en su pelo color chocolate. La belleza de aquellos largos bucles brillantes y sedosos captó su atención solo unos minutos. Después se levantó y se puso a pasear de nuevo.

--¿Dónde puede estar? --preguntó sin dirigirse a nadie en particular.

--Bueno, yo me estoy hartando de esperar --dijo una tercera voz en un silbido desde la otra esquina de la habitación--. Y tengo hambre.

Y está oscuro ya. ¡Y quiero salir de esta caja de madera a la que llamáis nuestro hogar!

De la oscura esquina de la habitación emergió una figura delgada, el último miembro del extraño trío que habitaba el almacén.

Aparentaba tener unos diecisiete años aunque tal vez fuera un poco pequeño de talla para su edad.

--Ratboy --Rashed espetó su apodo como si fuera un chiste ya muy gastado de tanto contarlo--. ¿Cuánto tiempo llevas escondido en la esquina?

--Me acabo de despertar --respondió Ratboy--. Pero sabía que te enfadarías muchísimo si no saludaba antes de irme.

Todo a excepción de su piel parecía marrón, e incluso aquella tenía un tono tostado de meses, puede que de años de suciedad. El pelo marrón, corriente, se le pegaba a la estrecha cabeza sobre unos ojos también corriente. Rashed había oído muchos términos a lo largo de su vida para definir las diferentes tonalidades de marrón (avellana, caoba, beige) pero la sucia figura de Ratboy no le traía ninguno de esos términos a la memoria. Se le daba tan bien su papel de pilluelo callejero que el personaje se había convertido en parte de él. Puede que ese fuera uno de sus puntos fuertes. Nadie se acordaba de él como un individuo, solo era otro adolescente mugriento sin techo.

--No te tienes que preocupar por que me enfade, a no ser que me des una razón --dijo Rashed--. Deberías preocuparte de ti mismo.

Ratboy hizo como si no hubiera oído la advertencia y adoptó un aire despectivo, al sonreír mostró unos dientes manchados.

--Parko estaba loco --respondió--. Una cosa es deleitarse con nuestra existencia y sentidos superiores, y otra es perderse como hizo él. Alguien iba a matarlo antes o después.

Duras palabras se congelaron en la garganta de Rashed. A pesar de que su voz era suave y tranquila, su expresión lo traicionó.

--Las matanzas innecesarias son algo que no deberías criticar.

Ratboy se dio la vuelta y se encogió de hombros ligeramente.

--Es la verdad. Puede que hubiera un tiempo en el que fuera tu hermano, pero estaba locamente enamorado del camino salvaje, obsesionado y borracho con la caza. Por eso es por lo que lo echaste.

--Se hurgó en los dientes con una uña--. Por otro lado, como ya te he dicho, por enésima vez... --Su voz se fue apagando como la de un niño al que se acusa falsamente frente a un padre incrédulo--. Yo no maté al dueño de la taberna esa.

--Suficiente --dijo Teesha mientras miraba a Ratboy como una madre que reprende a su hijo--. Esto no sirve para nada.

Rashed volvió a pasearse con rapidez por la habitación. Era el dueño del enorme almacén, pero aquella habitación había sido diseñada para su uso privado hacía mucho tiempo. Varias trampillas en la pared y en el suelo llevaban al exterior o a las plantas inferiores.

Teesha la había decorado ella misma con una mezcla de sofás, mesas, lámparas y velas muy elaboradas, con forma de rosas color rojo oscuro.

A excepción de su poco común pálida piel, tanto él como Teesha pasaban con facilidad por humanos. Rashed había trabajado mucho y muy duro para establecer su vida en Miiska. Era importante que descubriera lo que le había pasado a Parko, no solo por venganza, sino por la seguridad de todos ellos.

--Estoy harto de esperar cada noche --dijo Ratboy con petulancia--. Si Edwan no viene pronto, saldré yo.

Teesha abrió la boca para contestar, pero en ese momento una suave luz brillante apareció de la nada y empezó a ganar intensidad en el centro de la habitación. Entonces, Teesha sencillamente le sonrió a Rashed.

La pequeña luz se transformó en una figura horrenda que flotaba a ras del suelo. Un hombre transparente estaba frente a Teesha y la miraba.

Llevaba bombachos verdes y una camisa blanca suelta, los colores de su ropa se veían realzados por la luz de las velas. Su cabeza parcialmente seccionada reposaba sobre uno de sus hombros, unida todavía al cuerpo por lo que una vez había sido carne. Un cabello largo, rubio oscuro, le bajaba por el hombro y brazo cubiertos de sangre y creaba la ilusión de peso. Tenía exactamente la misma apariencia que en el momento de su muerte.

--Mi querido Edwan --dijo Teesha--. He estado muy sola sin ti.

El fantasma flotó hacia ella como si la pequeña distancia que los separaba fuera demasiada.

--¿Dónde has estado? --le preguntó Rashed al instante--.

¿Encontraste al asesino de Parko?

Edwan se detuvo. Giró el cuerpo hasta que su cabeza estuvo frente a Rashed y se quedó largo tiempo en silencio.

Era poco habitual que apareciera el fantasma de manera visible como en ese momento. Su propia apariencia lo avergonzaba, y no le gustaba ver horror, repulsión o simple desagrado en los ojos de los otros. Por lo general solo se le aparecía a Teesha, que nunca dio muestra de incomodidad alguna. Sin embargo, últimamente había adquirido la costumbre de materializarse de la forma más espeluznante cada vez que Rashed estaba presente.

Rashed mantuvo su expresión absolutamente carente de emoción a propósito.

--¿Qué has descubierto?

--Ha sido una mujer llamada Magiere. --La profunda voz de Edwan resonó. Se giró para mirar a su mujer como si hubiera sido Teesha la que hubiera hecho la pregunta--. Cobra a los pueblos de aldeanos por deshacerse de sus vampiros y seres similares.

--Yo creo que he oído mencionar ese nombre --intervino Ratboy algo más interesado ya que algo había llamado su atención--. Fue un vendedor ambulante. Mencionó algo acerca de una de una «cazadora de muertos» que trabajaba en los pueblos de Stravina. Pero tienen que ser habladurías. No hay muchos de los nuestros. No somos suficientes como para que se gane la vida con eso, si es que hubiera alguien lo suficientemente bueno como para intentarlo. Es una imitadora, una charlatana. No puede haber matado a Parko.

--Sí que lo ha hecho --respondió Edwan, su voz era como un susurro por un largo y lejano pasillo--. Parko está en el río Vudrask, su cabeza... su cabeza... --tartamudeó un poco antes de continuar--, la cabeza está separada del resto del cuerpo. Le cortó la cabeza. Sabía lo que tenía que hacer.

Ratboy se mofó en voz baja en su esquina. Teesha sencillamente se quedó sentada pensando y escuchando. Rashed empezó a pasearse de nuevo.

Él mismo había oído hablar mucho de algunas «cazadoras» que actuaban de vez en cuando y que iban por distintas tierras y se hacían llamar cosas sonoras como «exorcistas», «brujas de pesadillas» o

«cazadoras de muertos». Ratboy tenía razón en una cosa. No eran más que tramposas y charlatanas que solo querían sacar beneficio de las supersticiones de los campesinos, sin tener en cuenta que a veces las supersticiones estaban basadas en una verdad oculta. Sin embargo, Rashed sabía que esta vez había pasado algo más y Parko había muerto por ello. Era difícil, casi imposible, que un mortal matara a un vampiro, incluso uno que hubiera abandonado su intelecto para vagar salvajemente por las noches, perdiéndose en el camino salvaje.

--Y más --susurró Edwan.

Rashed se detuvo.

--¿Qué?

--Viene hacia aquí. --El fantasma se dio la vuelta para estar frente a Rashed de nuevo--. Ha comprado la vieja taberna del muelle.

Al principio nadie se movió, después Ratboy corrió hacia delante, Rashed se acercó y hasta Teesha se puso en pie. Bombardearon con preguntas al espíritu, los unos interrumpían a los otros.

--¿Dónde oíste...?

--¿Cómo puede ser eso de...?

--¿Dónde se enteró ella de...?

Edwan cerró los ojos como si sus voces le hicieran daño.

--Silencio --espetó Teesha. Tanto Ratboy como Rashed se callaron mientras ella se giraba hacía el fantasma para hablarle con calma y en tono más bajo--. Edwan, cuéntanos todo lo que sepas acerca de esto.

--Todo el mundo en Miiska sabe que el dueño desapareció hace unos meses. --Edwan se interrumpió y Rashed miró a Ratboy con suspicacia--. La oí hablar con su socio. El dueño desparecido le debía dinero de la finca a alguien en Bela, así que la taberna se vendió a bajo coste solo para pagar la deuda. Esta falsa cazadora tiene ahora la escritura de la taberna libre de cargas. Llegará mañana a última hora y tiene la intención de instalarse aquí y llevar el negocio de la taberna.

Rashed bajó la cabeza y murmuró para sí.

--Puede que no sea una charlatana. No maté a nuestro señor y dejé nuestro hogar para que acabáramos como recompensa para una cazadora.

Los demás permanecieron en silencio, cada uno inmerso en sus propios pensamientos.

Por fin, Teesha preguntó:

--¿Qué deberíamos hacer?

Rashed la miró y analizó las líneas de su delicado rostro. No iba a dejar que ninguna cazadora se acercara a Teesha. Sin embargo, otros pensamientos también le preocupaban:

--Si la cazadora llega a Miiska, tendremos que luchar contra ella aquí, y no nos podemos permitir eso si queremos mantener el anonimato que nos hemos creado en este lugar. Otra muerte en el pueblo --miró hacia Ratboy-- podría acabar con todo lo que tenemos aquí. La cazadora no debe llegar a Miiska.

--Yo lo haré --dijo Ratboy casi antes de que Rashed hubiera terminado de hablar.

--No, consiguió acabar con Parko --dijo Teesha con expresión preocupada--. Puedes salir herido. Rashed es el más fuerte, así que es él el que debe ir.

--Yo soy el más rápido y me adapto a cualquier cosa

--argumentó Ratboy con deseo en sus ojos--. Déjame ir, Rashed.

Nadie del camino se acordará de haberme visto, nunca. La gente siempre se acuerda de ti. Pareces un noble. --Una pizca de sarcasmo se le escapó por un segundo--. Esa cazadora nunca sabrá que la voy a atacar, no se dará cuenta y todo esto se habrá terminado.

Rashed sopesó las posibilidades.

--Está bien, supongo que tus malas costumbres nos pueden servir de algo en esta ocasión. Pero no juegues con ella. Solo hazlo y deshazte del cuerpo.

--Hay un perro. --Edwan comenzó a hablar y luego sus palabras perdieron toda coherencia--. Algo viejo, algo que no puedo recordar.

Ratboy cambió su mala cara por un ceño fruncido. Dejó escapar un gruñido de aburrimiento.

--Un perro no es nada.

--Escúchalo --le advirtió Rashed--. Sabe más que tú.

Ratboy se encogió de hombros y se dirigió hacia la puerta.

--Volveré pronto.

Teesha asintió con los ojos un poco tristes.

--Sí, mátala rápido y vuelve a casa.

Ratboy se detuvo lo suficiente como para coger un rollo de lona que poder atar a su espalda y a poner algo de la tierra de su ataúd en una bolsa grande. No llevaba ningún arma. Nadie lo vio salir del almacén y adentrarse en el frío aire de la noche.

Los pensamientos acerca de la caza lo consumían por dentro. La obsesión que tenía Rashed con la discreción significaba que en el propio Miiska podían matar muy poco o casi nada. Los tres solían borrarles la memoria a sus víctimas mientras se alimentaban. Y si esto servía para alimentar el cuerpo, no llegaba a alimentar el alma de Ratboy, ni las ansias que plagaban su mente.

Le encantaba sentir como se paraba un corazón debajo de él, oler el miedo y el último temblor de vida cuando salía de su presa para ser absorbido por él. A veces mataba a gente de fuera, extraños y viajeros, pero lo hacía en secreto y escondía los cuerpos en sitios donde nadie los pudiera encontrar. Pero eran muy pocos y muy separados en el tiempo. Alguna vez, se había pasado y le había ocasionado la muerte a alguien que vivía en Miiska y luego se había esforzado al máximo por esconder su cuerpo. Por supuesto que la única vez que alguien verdaderamente perceptible había desaparecido, el antiguo dueño de la taberna, no había sido cosa suya; pero Rashed seguía sin creerlo.

Aquella noche, Rashed le había dado permiso, y se iba a aprovechar de ello al máximo, iba a disfrutar de cada momento, iba a saborearlo. Sintió como crecía el hambre de nuevo, pedía y ordenaba, se dio cuenta de que todavía no se había alimentado aquella noche.

Pasó un cuarto de la noche mientras caminaba en paralelo a la carretera. De vez en cuando se detenía a comprobar la noche con todos sus sentidos. Olía el aire y, al principio, no percibía nada.

Después un leve olorcillo a calor llegó hasta sus fosas nasales. Se arrastró por los árboles y arbustos hasta el borde de la carretera de la costa de Bela y oyó el ligero crujir de un carromato, las ruedas necesitaban engrasarse.

Ratboy aguardó pacientemente bajo un arbusto de arándanos.

Miraba a través de las hojas y así vio como el carromato se iba acercando. El caballo parecía viejo y cansado. Un conductor solitario estaba sentado a las riendas y la cabeza le colgaba de vez en cuando porque se iba quedando dormido. Estaba muy claro que esta no era la persona que le habían mandado buscar, pero le pareció una pena dejar pasar la oportunidad. Y si cogía a la cazadora cuando estuviera bien alimentado y lleno de fuerza las cosas irían mucho mejor.

--Ayúdenme --dijo Ratboy con voz débil.

El conductor levantó la cabeza, ya despierto. Con su capa morada bien gastada parecía un mercader de éxito medio, probablemente uno que viajaba mucho y al que no echarían en falta al menos en una luna. Ratboy se contuvo las ganas de atacar.

--Aquí, por favor. Creo que me he roto una pierna --dijo con voz agonizante--. Ayúdeme.

Con el rostro lleno de preocupación, hasta la náusea, el mercader se bajó al instante. Ratboy disfrutaba mucho del momento.

--¿Dónde estás? --preguntó el vendedor--. No te veo.

--Aquí, aquí. --Ratboy puso una voz suave, llorosa a la vez que se tumbaba en el suelo.

Unas fuertes pisadas acercaron el olor a vida cálida hasta su lado. El vendedor se arrodilló.

--¿Te has caído? --le dijo--. No te preocupes. Miiska no está lejos, allí podemos encontrar ayuda para ti.

Ratboy agarró el cuello de la capa del vendedor y tiró hacia abajo a la vez que rodaba por el suelo hasta que los dos hubieron intercambiado posiciones. Mientras miraba hacia abajo y veía la cara de sorpresa, Ratboy no pudo evitar formar la palabra «tonto» con los labios. Unas manos que parecían esposas de hueso sujetaban al vendedor contra el suelo. Presa del pánico, el hombre se revolvía salvajemente e intentaba tirar a su atacante. No sirvió de nada.

El dolor evitaba que los humanos hicieran que sus cuerpos se esforzaran demasiado. Ratboy no sentía dolor, no como lo sentían los mortales, por lo que no tenía tales limitaciones. Los esfuerzos de la víctima lo divertían. Un destello de placer iluminó sus ojos cuando en los ojos del vendedor la sorpresa se transformó en miedo.

--Te dejaré escapar si me contestas a una adivinanza --le susurró Ratboy--. ¿Qué soy yo?

--Mi mujer murió el verano pasado --dijo el hombre jadeante a la vez que intentaba liberarse de su captor--. Tengo dos hijos pequeños.

Tengo que llegar a casa.

--Si no vas a jugar, yo tampoco --le reprendió Ratboy a la vez que lo apretaba más contra el suelo--. Solo inténtalo una vez. ¿Qué soy yo?

Su víctima dejo de esforzarse y solo lo miró con lo que parecía una mezcla de incredulidad y confusión.

--Lo siento... demasiado tarde.

Ratboy lo mordió con rapidez en el suave hueco debajo de la mandíbula del vendedor.

La sangre que tenía en la boca no era nada en comparación con el calor de la vida que llenaba su cuerpo mientras se alimentaba. A veces le gustaba arrancar y rasgar mientras la presa estaba viva.

Aquella noche el hambre era demasiado fuerte para andar jugueteando de esa manera. El latido del corazón se fue ralentizando en sus oídos, el sabor de la adrenalina y del miedo aumentó en la carne del vendedor y después ambos matices desaparecieron.

Cada vez que se acababa, para Ratboy siempre le seguía un momento de melancolía, como el último rato de un niño en la feria, cuando apagaban las luces, los acróbatas se retiraban y las tiendas se cerraban por última vez hasta el año siguiente. Levantó la cabeza hacia el norte. La cazadora estaba allí fuera, se dirigía hacia él. Era solo una cuestión de tiempo.