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Con unos bombachos negros, una camisa blanca y un chaleco de cuero negro ajustado que Loni le había suministrado, Magiere se dio cuenta de que era mucho más fácil moverse que con la pesada falda. Cuando él se lo ofreció, Magiere aceptó que llamara a una doncella para que le cepillara el pelo y se lo recogiera con una tira de cuero en una larga coleta. Magiere se dio cuenta de que aquello era mucho más cómodo que la trenza.

Su oferta no parecía tanto una confianza como una contribución a lo que él sabía o sospechaba que ella estaba haciendo por aquel pueblo; era el acto de un aliado, más que el de un amigo. Después de vestirse, se puso a meterse los amuletos por dentro de la camisa, pero se detuvo y los dejó colgar a plena vista. Podía ser que la piedra de topacio le resultara de ayuda.

Poco después del atardecer, Magiere caminó hasta la taberna por las calles de Miiska. Su coraza la esperaba en El León Marino, pero aparte de eso, se sentía preparada para todo lo que fuera a venir.

Algún día se ocuparía de lo que había quedado atrás en su pasado y de lo que había hecho caso omiso durante tanto tiempo.

Ristras de ajo colgaban en todas las ventanas que veía a su paso. ¿Cuántas veces había pasado por un pueblo decorado con cabezas de ajo, algunas todavía con las hojas y las flores?

¿Acaso buscaba el perdón o la redención? ¿Y de quién? ¿Por qué la sugerencia de Leesil de huir nunca se le ocurrió a ella?

Las calles estaban vacías y abandonadas. En sus años de viajes con Leesil, los caminos de las aldeas y las calles de los pueblos siempre habían estado vacíos antes de sus actuaciones. Aquellos sin intención de luchar, que creían abiertamente en la amenaza, ahora se escondían en sus casas. Magiere no podía culparlos. Cuando llegó a El León Marino, fue por la parte de atrás y se acercó a la puerta de la cocina. Estaba entreabierta, y una extraña visión la saludó.

El cuerpo con ropas limpias de Brenden yacía sobre la mesa.

Iba vestido con una guerrera verde, bombachos oscuros y botas brillantes. El cuello de la guerrera le tapaba la garganta. Leesil estaba sentado en un banco cerca de uno de los extremos de la mesa y sumergía flechas de ballesta en un gran cubo de agua marrón. Se movía despacio, como si cada pequeño esfuerzo le doliera. Las vendas que le rodeaban las costillas estaban sueltas.

--Deberías estar en la cama --le dijo desde el umbral de la puerta.

Leesil consiguió esbozar una sonrisa.

--No vas a conseguir discutir conmigo, pero tenemos una noche muy larga por delante.

Magiere se acercó a la mesa y miró los ojos cerrados de Brenden.

--Es como si estuviera dormido --dijo ella--, como si hubiera estado pelando patatas para una fiesta y se hubiera tumbado en la mesa para echarse una siesta.

No tenía tiempo para llorar a Brenden como debía, pero su pálida piel y su sueño eterno no permitían ser pasados por alto.

--Ya lo sé --respondió Leesil--. Era una escena macabra. Había casi una docena de personas aquí trabajando conmigo. Yo seguí intentando obviarlo mientras él estaba ahí tendido, pero tuve que mandar a la gente a sus casas, y por un rato, hemos estado solos él y yo. La verdad es que he hablado con él, lo he reprendido por dormirse en el trabajo. Suena a locura, ¿verdad?

Magiere tocó el rígido hombro de Brenden.

--No. Nunca le di las gracias por llevarme fuera de todos aquellos túneles.

--No esperaba agradecimientos, no de nosotros.

Todas las cacerolas y las sartenes estaban esparcidas por allí, algunas llenas de agua de ajo y algunas vacías.

Magiere suspiró.

--Tengo que coger mi coraza. ¿Estamos listos?

--Sí, eso creo. ¡Ah! Había un sótano escondido debajo del suelo del establo que está un poco más arriba de la calle. He hecho que llevaran allí a Rose y a los otros niños... todos los pequeños que han entrado.

--Bien, ¿dónde vas a estar tú?

--Con Karlin y con nuestros supuestos arqueros. Necesitarán que les den instrucciones cuando empiece la lucha.

Magiere pestañeó.

--Leesil, apenas puedes andar.

--Estaré bien. Caleb me hizo mascar una corteza fétida que quita el dolor. Sabía aún peor de lo que olía. Solo necesito pasar las próximas horas.

Sus instintos le decían a Magiere que debería seguirlo y dejarlo inconsciente de un golpe por la espalda. Podría esconderlo bajo el establo con Rose. Pero él tenía razón. Los demás necesitarían que les dieran instrucciones y también a alguien ingenioso para mantenerlos unidos. La mitad de ellos probablemente saldrían corriendo al ver a Rashed.

Leesil era tranquilo, y había pasado por mucho.

--Ten cuidado --le dijo sencillamente.

--Tú también.

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* * *

 

Cuando Rashed se despertó, sus sentidos le dijeron que la puesta de sol había pasado hacía mucho. El suelo del casco era duro.

Se dio la vuelta y se incorporó. Estaba solo.

--¿Teesha? --Se puso en pie de golpe, despierto--. ¿Teesha?

--la llamó más alto.

Se arrastró por la trampilla de la parte de atrás de la cubierta del barco, lanzó su mente para captar cualquier rastro de su presencia.

Nunca había podido sentir a otro de su misma clase, menos a su hermano, Parko, pero de todas maneras lo intentó. La única respuesta que obtuvo fue la de la vida del bosque.

Ya sin prudencia alguna, Rashed bajó a la orilla, la llamaba en voz muy alta sin importarle quién lo oyera.

--¡Teesha!

--Se ha ido --susurró una voz profunda.

El trágico rostro de Edwan se materializó a su lado. A pesar de que Rashed no podía evitar sentir algo de pena hacia el fantasma, le disgustaba hablar con el marido muerto de Teesha. La preocupación pudo con el desagrado personal.

--¿A dónde? --le preguntó.

--Al pueblo, a defenderte. --Dijo Edwan con sorna y abierto odio, su boca torcida hacía un gesto extraño en su cabeza cortada.

Un sobresalto recorrió el cuerpo de Rashed. Al principio no reconoció la sensación, ahogado por la perplejidad, cuando se aclaró, pudo sentir el miedo.

--¿Por qué no la detuviste? --le preguntó.

--¿Yo? ¿Detenerla? --Las facciones transparentes de Edwan estaban ausentes, pero no por falta de sentimientos, sino por el odio y la ira helados amargamente--. Ella no escucha a nadie más que a ti, no le importa nadie más que tú. ¿La viste entristecerse por la marcha de Ratboy?

Rashed se reservó la respuesta, de repente sentía pena por Edwan. Sentía la acción de Corische de ejecutar a un pobre camarero, pero tales sentimientos eran insignificantes, una mera sombra, comparados con la seguridad de Teesha.

--¿Dónde ha ido? --le preguntó con toda la calma que pudo fingir.

Por primera vez que Rashed recordara, el comportamiento de Edwan fue desesperado. Su largo cabello amarillo parecía flotar en un viento invisible y su voz suplicaba.

--Escúchame. Esa cazadora no es mortal. ¿Lo entiendes? Es mitad muerto noble, es mitad de tu clase. --Se le entrecortó la voz--. A Teesha no le importa la venganza. Encuéntrala y llévatela de este lugar, por favor. Nunca te he pedido nada y nunca he esperado nada.

Ahora te pido esto.

Rashed se cruzó de brazos, frustrado.

--Edwan --intentaba que su voz sonara paciente--, no puedo. Si dejo a la cazadora con vida, nunca estaremos a salvo.

--Creo... ¡Me equivoqué con las intenciones de la cazadora!

--gritó el fantasma--. La aconsejaba el extraño que vive en el sótano de La Rosa de Terciopelo. Y ahora ella y tú estáis atrapados en un juego de ojo por ojo de venganzas. Alguien la ha estado exhortando y tú, por tu parte, sigues volviendo a ella. Los dos estáis ciegamente convencidos de que el otro es un enemigo que busca batalla. ¿No puedes verlo? Busca a Teesha y llévatela. Nadie os seguirá.

Rashed se puso la correa de su larga espada, cogió una antorcha apagada que había preparado la noche anterior e hizo un gesto de no dar importancia con la mano.

--Vete. No eres de ayuda.

Tan pronto como las palabras salieron de su boca, la forma del fantasma empezó a dar vueltas muy despacio, su imagen se deformaba en el aire por la frustración. Al principio, Rashed pensó que el espíritu estaba intentando hacer algo, que iba a utilizar una nueva habilidad que no había mostrado hasta entonces. El remolino de niebla continuó y a Rashed le quedó claro que el fantasma se había enredado con su propia ira e incapacidad.

--¡Eres un tonto! --le gritó Edwan.

Rashed lo dejó allí y corrió hacia el bosque, dejó atrás el barco y todas sus herramientas. Los oscuros árboles que lo rodeaban tenían el pulso de la vida, y cerca del final del bosque se detuvo a buscar fuera.

A pesar de que las habilidades mentales de Teesha estaban mucho más desarrolladas que las suyas, él tenía unos cuantos talentos fuertes que apenas utilizaba. Sus propios pensamientos estaban ahora manchados con las sensaciones de la caza, prisa, el olor del rastro de la presa impregnado de miedo, el hambre al cerrarse la persecución, y todas las otras cosas que se le presuponen a un depredador.

Desde lejos, le llegó un sonido a sus oídos. Era tan distante y tan leve que puede que nadie más lo hubiera notado entre los suaves sonidos de la noche.

Un lobo dejó escapar un profundo y largo aullido.

--Hijos de la caza --susurró concentrado--. Venid ahora.`

 

* * *

 

Leesil se apoyó contra la pared delantera de la tienda de un cerero que estaba justo en frente de la taberna. Se preguntó cuánto tiempo más se mantendría en pie.

Karlin el panadero, estaba a su lado, miraba con ansiedad a ambos lados. Leesil trataba de esconder sus condiciones físicas lo mejor que podía. Hacía mucho que el dolor de su pecho y espalda se había extendido hasta convertirse en una rebelión de insensibilidad por todo su cuerpo. Temía que las piernas se le doblaran y le fallaran, pero tenía que continuar.

Magiere estaba dentro de la taberna, se estaba poniendo la coraza, mientras él llevaba a cabo su parte del plan. Sensato por lo simple, implicaba armar a los habitantes del pueblo con ballestas, cuando era posible, y con horquetas y palas en caso necesario. Había puesto a la mayoría de vigilancia en sus casas, chozas y edificios pequeños en un perímetro alrededor de El León Marino, ya que si había demasiados en los tejados o fuera se descubriría todo. Había querido preparar una trampa de fuego, pero rechazó la idea porque le hubiera sido muy fácil verla al enemigo. En su lugar, colocó mujeres armadas con tablas secas, frascos de aceite y piedras de sílex con líneas provisionales de yesca y madera entre los edificios, preparadas para encenderlas en caso necesario.

El objetivo principal era hacer que los vampiros entraran en el perímetro y no dejarlos escapar una vez dentro. No tenía idea de qué más podían hacer aquellas criaturas, pero esperaba haber visto todo lo que podían hacer. Él recordaba historias de su infancia acerca de los no-muertos que volaban o se transformaban en bestias grandes y pequeñas. No dijo nada de eso a los habitantes del pueblo.

Para su beneficio, cuatro de los guardias de patrulla de Ellinwood, Darien entre ellos, les habían ofrecido su ayuda. Leesil los había colocado en un viejo almacén junto a la taberna. Dos de ellos hasta iban adecuadamente armados y parecían capaces de poder luchar con dureza. Podía ser que como Darien, hubieran perdido a algún ser querido, o puede que solamente estuvieran desconcertados por la desaparición de Ellinwood y buscaran quien los liderara. A Leesil le daba igual lo que fuera. Él solo estaba aliviado de tener a alguien más además de a panaderos, tejedores, aldeanos y tenderos para hacer las cosas.

De manera sorprendente, su mano derecha y su soldado de más confianza, era Karlin. Era increíble la de recursos que tenía aquel hombre. Desde la capacidad de Karlin para organizar una banda de campesinos asustados o de cómo encontrar un arsenal de herramientas para utilizar a modo de armas, Leesil no podría haberlo hecho sin él. Ahora, los dos se movieron para colocarse fuera de la taberna; de vez en cuando veían a algún vecino que se asomaba para mirar por la ventana.

--¿Todos listos? --preguntó Leesil, sin acordarse hasta que fue demasiado tarde de que ya había hecho la misma pregunta dos veces.

Karlin asintió, y por un momento a Leesil le recordó a Brenden. A pesar de no llevar barba, el cuerpo sólido y grande y el semblante directo le resultaban familiares. También era considerado con los demás y le había llevado a Leesil una pesada camisa azul oscuro para ayudarle a esconder sus lesiones y a confundirse en la noche. Leesil se recogió el pelo bajo un pañuelo largo negro y se pasó la última vuelta por delante de la cara, dejando visibles solo sus ojos. Si lo necesitaba podría desaparecer entre las sombras de la noche.

--¿Qué pasa si alguno se escapa de la taberna y Magiere no puede matarlo? --le preguntó Karlin dando voz a sus dudas por primera vez ahora que estaban solos.

--Les he dicho a los arqueros y a los guardias que hay en ese almacén que causen tantos daños como les sea posible. --Leesil levantó un brazo y le mostró un hacha--. Si lo pueden inmovilizar, creo que yo mismo le podría cortar la cabeza.

Karlin hizo un gesto de dolor y se mordió el labio inferior.

--Puede sonar espeluznante --admitió Leesil--, pero lo que haría si se escapara sería mucho peor.

--No te estoy cuestionando --le contestó Karlin con suavidad--.

Magiere y tú tenéis más valor del que puedo imaginar.

--Y Brenden.

--Sí --dijo el panadero a la vez que asentía--. Y Brenden.

Leesil se acordó de su primera propuesta aquella mañana, la de que Magiere y él buscaran un barco o una barca y desaparecieran. Si Karlin supiera eso, no pensaría tan bien de la compañía que tenía.

--Ahora debemos mantenernos fuera de la vista --dijo Leesil.

Todos saben lo que tienen que hacer. Quiero mantenerme cerca de la taberna. Con los guardias en la parte que da al mar, nosotros nos quedamos en esta casucha, tierra adentro. Si es necesario podemos cruzar y entrar.

Karlin asintió. Por alguna inquietante razón, Leesil pensó en su bella madre y en los verdes árboles de su tierra natal. Estaban desnudos en invierno y cubiertos de hojas en primavera, tan diferentes de aquellos fríos abetos y árboles de hoja perenne que lo rodeaban y no cambiaban nunca. De todos los lugares y de todas las razones por las que pensaba que podía morir, defender a un pequeño pueblo costero de los no-muertos no se encontraba entre las posibilidades que había imaginado. Pero claro, podía ser que Karlin y aquellos trabajadores no tuvieran nada que ver con sus esfuerzos. Entre las caras que se le venían a la mente solo una importaba de verdad, una con la piel suave y pálida, expresión seria, y grueso cabello negro con reflejos rojizos.

 

* * *

 

Teesha nunca había hablado o reconocido conscientemente varios sentidos que había desarrollado después de que Corische la convirtiera. Consideraba que un sentido del olfato acrecentado, que podía captar hasta los más mínimos y tediosos olores constantemente presentes no era muy femenino. Sin embargo, mientras entraba en Miiska y se acercaba a la taberna de Magiere, el olor del pueblo no era el correcto. El aroma del sudor a causa del miedo y del cansancio nervioso le llegó y no dejaba de crecer según se acercaba a El León Marino. La fuerza de aquel aroma entraba en contradicción con la tranquilidad de las calles vacías.

Absorbió y seleccionó una mezcla de pensamientos que indicaban la presencia de vida del pueblo.

Tengo sed.

¿Dónde está Madre?

Joshua siempre se mete conmigo porque soy bajito.

Cuando sea mayor me voy a casar con Leesil.

No los dejes escapar, Magiere.

Qué simples que eran estos mortales. Entonces captó un grupo de pensamientos. Asustados, pero simples y claros.

Niños. ¿Dónde estaban?

Se dio la vuelta en medio del aire de la noche con los ojos medio cerrados, trató de sentir su origen, como si un grupo de pensamientos fuera una brisa que pudiera sentir en su rostro y saber su dirección.

Se movió en silencio bordeando los edificios y se detuvo cuando una ráfaga de pensamientos se hizo clara y cercana. Se encontró frente al final de una de las calles principales, de cara a un establo en la parte más baja de la ciudad, no lejos de la taberna. En el tejado pudo distinguir a dos hombres agachados o sentados. Sintió la tensión que había en ellos y le resultó muy fácil mandarles un toque de aprensión que hizo que los dos se volvieran a mirar hacia la orilla, inseguros de haber oído algo. Se deslizó sin hacer ruido por la calle hasta llegar a la pared del establo.

Teesha se quedó fuera, separaba los pensamientos con cuidado hasta que pudo identificar al menos diez... no, doce jóvenes mentes en algún sitio allí dentro. Estaba a punto de entrar a buscarlos cuando se detuvo.

Calles vacías envueltas en miedo.

Niños escondidos.

Habían tendido una trampa en el pueblo.

Se deslizó por la puerta del establo hasta su interior. Cuando entró, un caballo zaino castrado movió la cabeza y relinchó. Teesha se metió en sus pensamientos y lo tranquilizó.

-- Shhh, pequeña bestia --le cantó con voz suave al caballo--. Por la noche, duermes.

El caballo se calló, golpeó con la pezuña el suelo una vez y se quedó quieto con los ojos adormecidos.

Teesha sintió que una de las niñas pequeñas echaba de menos terriblemente a su madre. Miró a su alrededor y lo único que pudo ver fueron dos balas de heno, paja por el suelo, un par de horquetas rotas y al único caballo que estaba en su establo. Los demás resultaron estar vacíos. Miró a su alrededor una vez más y entonces se quedó quieta.

--Murika --llamó en una voz muy suave--. ¿Dónde estás?

Un silencio le siguió.

--¿Mamá? Estoy aquí abajo.

Abajo. Los habían escondido en algún sitio por debajo del suelo.

Buscó por el suelo, apartó la paja haciendo el menor ruido que pudo y por fin encontró una trampilla. Estaba bastante bien hecha, con una capa de tierra bajo la paja para esconderla mejor. Se abrió con facilidad, miró hacia abajo y encontró un grupo de niños apiñados que miraban hacia arriba con curiosidad. Ninguno tenía más de ocho años.

Teesha sonrió con calidez.

--Bueno, hola --dijo ella--. ¿Qué hacéis?

--Nos escondemos --le contestó un niño de ojos verdes de unos seis años--. Tú deberías esconderte también. Va a pasar algo malo y tenemos que estar callados.

--Tú no estás callado --lo reprendió una niña más pequeña que estaba a su derecha.

Teesha asintió y les envió la idea de que todo aquello era un sueño.

--Yo estaré muy callada también. Ahora decidme, ¿quién de vosotras se quiere casar con Leesil?

Una preciosa niña de unos cinco años se puso de pie. Aunque su cabello necesitaba urgentemente que lo cepillaran, su piel radiante y sus diminutas facciones la señalaban como una futura belleza. Hasta sus manos miniaturizadas eran ya delicadas y finas.

--Soy Rose.

La sonrisa de Teesha floreció.

--Bueno, él me ha mandado a buscarte. Ven conmigo, cariño.

La pequeña Rose se dio prisa sin hacer preguntas y levantó las manos. Teesha la cogió y la sacó del agujero. Mientras Teesha la sacaba del establo, sintió la suavidad de la muselina del vestido de la niña y el calor del pequeño cuerpo bajo la tela. Ninguno de los que estaba en el tejado las vio pasar.

Tan lejos del centro del pueblo, las calles estaban casi negras.

Teesha revoloteaba entre las sombras más oscuras de los edificios, regresando hacia la costa del pueblo. De vez en cuando captaba los pensamientos de alguna persona llena de miedo que se estuviera escondiendo cerca. Y a pesar de que no los veía, como con los guardias del tejado, era muy fácil empujar sus pensamientos y hacer que miraran hacia otro lado a su paso. Se movió muy deprisa por el último espacio abierto y por la parte de atrás de El León Marino.

Teesha cambió a Rose de sitio, se la sentó en la cadera y le pasó un brazo por la cintura.

--Cógete de mi cuello, cariño --murmuró--. Vamos a escalar por el edificio y vamos a entrar por tu ventana.

--Me gusta tu vestido. Siempre he querido un vestido rojo --le contestó Rose.

--Bueno, entonces deberías tener uno, lo más rojo posible.

Ahora sujétate bien a mi cuello.

Escalar por el muro de la taberna era una tarea muy fácil para Teesha. Cogió con cuidado a Rose mientras entraba por la ventana rota de un dormitorio del piso de arriba.

--Esta no es mi habitación --dijo Rose con naturalidad--. Es la de Magiere.

--¿De verdad? --le respondió Teesha--. Qué bonita.

No sabía cuánto tardaría Rashed en despertarse y comenzar su ataque. Su única debilidad real era un patrón de sueño muy irregular.

Pero ahora, el propósito del momento era cosa suya. Llevó a Rose al lado más alejado de la habitación y sentó a la niña en el suelo en línea recta desde la puerta. Entonces se arrodilló.

--Mírame --dijo Teesha.

Los ojos marrones almendrados se movieron obedientemente hacia el rostro de Teesha, que se transformó en un instante en algo espeluznante, con colmillos y ojos brillantes llenos de hambre.

--Grita --le ordenó.

Rose gritó.

 

* * *

 

Èspada en mano, Magiere se agachó detrás de la barra y miraba por un pequeño agujero que le había hecho. Rashed seguramente querría atraparla arriba otra vez, donde ella tenía menos espacio para blandir su cimitarra y él podía utilizar mejor su tamaño y fuerza. Tal como era, seguramente buscaría por toda la planta de arriba antes de bajar, y desde su posición en aquel momento ella lo podía ver bajar. Si se acercaba lo suficiente a su escondite, podría cortarle la cabeza en un momento, por sorpresa. Chap estaba sentado a su lado, de vez en cuando le empujaba la nariz contra el brazo, pero por lo demás estaba tranquilo y obediente, en silencio. Ya no dudaba de las cosas que hacía el perro que le parecieran raras o asombrosas. Su estado tranquilo le decía que todavía tenían que esperar un tiempo.

Entonces, Chap se puso en pie de golpe, gruñó levemente y concentró su atención en el piso de arriba.

-- Shh, no nos delates --le susurró.

Ella sabía que el perro no lo haría, pero sintió la necesidad de recordárselo. Todo lo que tenían que hacer los dos era esperar a que Rashed terminara su inspección de la planta de arriba y bajara por las escaleras. Las tablas de madera que había debajo de sus rodillas estaban sujetas a su casa, a su negocio, y la iba a defender. Se inclinó un poco más sobre el agujero y miró hacia las escaleras.

Notó un pequeño reflejo de luz en la madera cerca de su cara y miró hacia abajo. La piedra de topacio estaba brillando. Chap aulló casi con pena, y Magiere estaba a punto de decirle de nuevo que se callara cuando sonó un grito en la planta de arriba, una voz femenina, muy aguda y muerta de miedo. Una voz infantil.

Magiere conocía la voz. Era Rose.

Chap rodeó la barra y corrió hacia las escaleras antes de que ella pudiera reaccionar, lo que la obligó a seguirlo.

--¡Espera! --le ordenó en un susurro alto.

Chap se detuvo, gruñía por lo bajo y le temblaba todo el cuerpo.

Magiere había contado con enfrentarse a Rashed en una lucha en un espacio abierto. Había sentido sus pensamientos en la cueva bajo el almacén. Monstruo o no, había notado su pervertido sentido de guerrero que lo hacía atacar solo. ¿Usaría Rashed a un niño como cebo? Un acto así parecía no encajar con su personalidad. Se unió a Chap al pie de las escaleras.

Rose gritó de nuevo y esta vez Magiere no se detuvo, y cogió a Chap por el cogote.

--Despacio --le dijo--. Mantente alerta.

Odiaba permitir que la llevaran hasta una trampa, pero no había otra opción. Rose estaba en peligro.

Alerta ambos, avanzaron escaleras arriba hacia el sonido de los gritos de Rose. No correr para ayudarla se les hacía más difícil a cada paso que daban. Cuando estaba más cerca del final de la escalera pudo distinguir que los gritos venían de su propia habitación. Miró rápidamente con un ojo a la pared y volvió a mirar al frente. La puerta estaba abierta de par en par.

--Coge a Rose --le susurró Magiere--. ¿Entiendes? Yo lucharé.

Tú solo coge a Rose.

Chap sacó la cabeza por las escaleras hacia la puerta, después miró a Magiere y gruñó.

Magiere entró en el pasillo y vio a Rose sentada en el suelo de su habitación, gritando con fuerza. No parecía estar herida, pero las lágrimas le caían por la cara, tenía tanto miedo que Magiere se tuvo que esforzar por no ir corriendo a cogerla. Por lo demás, la habitación parecía estar vacía, o al menos lo que podía ver de ella, aparentaba estar vacía.

--Ven aquí --dijo con la esperanza de que Rose pudiera correr sola--. Sal de ahí ahora.

Rose solo se movió y lloró con más fuerza. Magiere avanzó con cautela, Chap iba a su lado. Según se acercaba a la puerta, apoyó la espalda en la pared de la derecha y caminó de lado a lo largo de esta para ver a través de la puerta el lado izquierdo de la habitación.

Estaba vacío, el viento soplaba por la ventana que todavía estaba rota por donde Rashed había salido varias noches antes. Se relajó ligeramente y alargó la mano hacia Rose.

Rose levantó la mirada.

Magiere se agachó cuando una mano cayó con fuerza hacia abajo desde encima de la puerta. Unas uñas le arañaron la garganta en un intento por cogerla, mientras un cuerpo se le echaba sobre la espalda y la hacía caer sobre una rodilla. Los lloros de Rose se convirtieron en gritos de histeria y se mezclaron con los aullidos de Chap.

La mano que le pasaba por la mandíbula seguía intentando agarrarse y si lo hubiera conseguido, le habría roto el cuello. La fuerza y la ira crecieron en el interior de Magiere, pero esta vez sabía que vendrían, y no la abrumó.

Se empujó con las piernas dobladas, encorvó la cabeza y los hombros hacia abajo y se giró medio inclinada hasta que su espalda y su atacante resbalaron por el suelo. Cuando chocó con el poste de la cama más cercano, el atacante quedó atrapado entre el poste y su propia espalda.

La cama se tambaleó y la mano que Magiere tenía presionándole la mandíbula se soltó por completo.

Magiere empujó su codo con fuerza hacia atrás. Le dio con el hueso a su oponente en el torso y pudo alejarse girando sobre las manos y las rodillas para sujetar su cimitarra frente a ella, siempre en guardia.

Al igual que en el bosque la noche anterior, solo ver a Teesha hizo que Magiere dudara. Todo en aquella exquisita criatura parecía un sueño, irreal. Pero los arañazos del cuello de Magiere eran lo suficientemente reales y le recordaron el peligro.

Teesha se puso en pie al instante, Magiere se lanzó hacia delante llevando a Teesha alrededor de la cama y haciendo que cruzara la pequeña habitación. Magiere cambió de dirección hacia el otro sentido alrededor de la cama, lista para cortar con agilidad la espalda de la mujer si intentaba escapar por la ventana.

--¡Ahora, Chap!

Teesha se quedó helada cuando Chap corrió, cogió la parte de atrás del vestido de muselina de Rose con los dientes y arrastró a la llorosa niña hasta el pasillo fuera de la vista.

Una emoción franca y abierta brilló en la cara de Teesha: odio.

--¿Pensabas romperme el cuello cuando entré? --le preguntó Magiere--. ¿Tienes otra idea ahora?

--Puedo moverme con más rapidez que tú. No dejaré que le hagas daño otra vez.

Magiere experimentó un momento de duda no deseado. La furia incontrolable que solía sentir cuando luchaba contra aquellas cosas parecía débil.

Miró los rizos marrones de Teesha, su rico vestido y la pequeña cintura. Teesha no tenía ninguna espada en la mano. Sencillamente parecía una joven adorable. Enfadada, pero no un monstruo. Y a pesar de que Magiere ya lo sabía, su apariencia le afectó, al igual que las palabras que la pequeña mujer le había dicho. ¿Aquella criatura estaba intentando proteger a su... compañero..., amigo..., pareja?

--Yo nunca quise esta batalla --dijo Magiere, no muy segura de por qué hablaba--. Él empezó todo esto.

--¿Rashed? No, tú lo empezaste.

--Fueron él, y Ratboy, quienes entraron en mi hogar y mataron a la abuela de Rose.

--Después de que tú te hicieras amiga del herrero que lloraba en el lugar de la muerte de su hermana y no dejaba de hacer preguntas.

Miéntete a ti misma si quieres, pero no me mientas a mí. Nos has estado cazando desde el día en que llegaste.

La confusión amenazaba a Magiere. ¿Era eso lo que pensaban?

¿Qué había ido allí para cazarlos?

--No, Teesha, yo nunca...

--Estás cansada --dijo Teesha, su voz se derritió de fría ira, a dulce calidez--. Te lo veo en la cara. No es de extrañar, después de todo lo que has pasado estas últimas noches. Pobrecita.

Calidez y compasión llenaron la mente de Magiere.

--La vida no es fácil para los de tu clase --dijo la compasiva voz con suavidad--. No, es tan dura como la nuestra. Siempre en movimiento, alerta, esperando y observando. Siéntate conmigo, compártelo conmigo. Yo te escucharé. Yo te entenderé.

Magiere había visto una vez un tapiz de una ninfa en una posada cara. El tapiz estaba tan bien tejido que se acordaba de que había estado un buen rato mirándolo y examinando cada detalle. La representación era tan vivida que parecía como si los brazos de la ninfa salieran del cuadro para dar la bienvenida, con su abundante melena hasta la cintura y algunos rizos húmedos pegados a sus estrechas mejillas.

Teesha estaba sentada ante ella sobre las rocas, tenía gotas de agua de mar en las mejillas y la garganta. ¿Llevaba un vestido rojo?

¿Se le veía la blanca piel del estómago a través del roto del tejido?

Los ojos compasivos miraban a Magiere. Tenía los brazos extendidos para darle la bienvenida.

Todo lo que tenía que hacer era bajar la espada y apoyar su cabeza en el hombro de la ninfa. Teesha la entendería. Nadie había abrazado a Magiere nunca en su vida, nadie la había reconfortado, al menos que ella recordara. Amigos, no... no había tenido amigos..., familia tampoco, ni siquiera la tía Bieja.

Leesil. Él lo había hecho una vez, una larga noche en la carretera, ¿o habían sido dos veces? ¿Había ocurrido de verdad?

Magiere dio un paso hacia delante y fue recompensada con una sonrisa llena de gratitud.

--Cuéntamelo todo --susurró Teesha--. Yo cuidaré de ti. Yo cogeré tus penas y las secaré.

Los dedos de Teesha le acariciaron la barbilla y subieron hacia las sienes.

Chap gruñó desde el umbral de la puerta abierta.

La atención de Teesha se fue hacia el perro un momento.

La ninfa desapareció de las visiones de Magiere. Solo estaba la mujer, la criatura. Teesha. Magiere retrocedió a la vez que el brazo de su espada subió y la blandió.

Teesha volvió a mirar a Magiere.

Magiere no lo entendió hasta que se encontró a sí misma mirando hacia abajo, hacia un cuerpo vestido de rojo que yacía flácido en su cama. La cabeza todavía se balanceaba en el suelo donde había caído, el muñón del cuello soltaba un fluido oscuro al suelo y al pelo despeinado. Los ojos estaban abiertos de par en par, pero la pálida cara no tenía expresión alguna.

En lugar de triunfo, la pérdida y el arrepentimiento cayeron sobre Magiere. Solo derramó dos lágrimas, por la muerte de la ilusión que Teesha le había pintado en su mente.

Chap olisqueó la cabeza y ladró en tono bajo, con suavidad.

--Lleva a Rose de vuelta al establo y protege a los niños --le ordenó.

Él la miró y gimió en obvia disconformidad.

--¡Hazlo! --le dijo.

Chap titubeó un momento y abandonó la habitación.

Magiere se quedó allí un largo rato. Por fin, cogió la cabeza de Teesha por el pelo y bajó las escaleras.