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Varios clientes, la mayoría jóvenes marineros, seguían bebiendo y charlando en El León Marino ya bien pasada la medianoche.

Magiere sintió algo de alivio cuando por fin se terminaron lo que les quedaba de sus cervezas y le dieron las buenas noches. No había determinado ninguna hora oficial de cierre ya que prefería que los clientes se marcharan por su propia voluntad. Sin embargo, aquella noche había sido más larga de lo normal y no quedaban más que unas cuantas horas para el amanecer. Magiere estaba cansada y Leesil había estado extrañamente callado y distante toda la noche. Magiere oyó algunos rumores entre las mujeres de los pescadores que decían que Leesil había pagado la fianza del herrero. Esto la sorprendió bastante e hizo que se sintiera culpable por pensar que había estado apostando en su tiempo libre y necesitaba el dinero para pagar sus deudas de juego.

Beth-rae suspiró profundamente.

--Pensé que esos jóvenes no se cansarían nunca.

Leesil estaba sentado al final de la barra, cerca de la puerta y bebía una copa de vino tinto.

--Puede que debamos empezar a pedir a los clientes que se vayan a una hora razonable --añadió.

--Podías haberte ido a la cama --dijo Magiere cansinamente. Los últimos jugadores de faro se habían marchado horas antes, y, con unos clientes tan tranquilos como aquellos jóvenes marineros y siendo tan tarde, Magiere no estaba segura de por qué Leesil se había quedado remoloneando por la barra el resto de la noche.

Leesil parpadeó, frunció el ceño y puso cara de estar dolido.

--Siempre ayudo a cerrar.

Sí, era cierto que siempre lo hacía, y no era precisamente eso lo que preocupaba a Magiere. Por mucho que especulara, no era capaz de imaginarse por qué se había gastado el sueldo de un mes en sacar de la cárcel al obstinado herrero, y eso la irritaba bastante. En realidad, la irritaba lo suficiente como para que no le diera la satisfacción de preguntarle a él.

Chap dormía satisfecho junto al fuego, enrollado en una enorme bola plateada. Con la mitad de las velas y lámparas del salón apagadas, la chimenea lanzaba su tenue luz roja por todo el salón y se reflejaba en el pelo rubio platino de Leesil y en su brillante piel. De repente a Magiere se le ocurrió que no sabía cuántos años tenía su compañero. Con su mezcla de sangre, era muy posible que viviera más tiempo que un humano, pero tampoco sabía cuánto vivía un elfo puro.

--Bueno, limpiemos y vayámonos a la cama --dijo Magiere.

--Váyase ya a la cama, señorita --dijo Caleb con su voz perpetuamente tranquila--. Ha trabajado más que nadie. Nosotros cerraremos todo.

Magiere miró a Leesil, que asintió y se puso en pie.

--Sí, vete a la cama, yo les ayudaré --dijo Leesil--. Ya he estado sentado suficiente tiempo.

El ligero tinte rosa de sus ojos y el casi imperceptible arrastre de palabras de su voz sugerían que ya se había tomado más de una copa o dos, pero Magiere estaba demasiado cansada y se dirigió hacia las escaleras. Chap se despertó y se desperezó, mientras Leesil se acercó a apagar el fuego. Caleb y Beth-rae entraron en la cocina. A fin de cuentas, era una típica noche en la taberna, al menos mientras Magiere había estado allí.

Dentro de lo más oscuro de la noche en el callejón que había frente a El León Marino, Ratboy estaba agachado junto a Rashed y observaba como desaparecían los últimos destellos de luz. Rashed lo estaba aleccionando duramente.

--Nada de alimentarse en absoluto, y nada de cuerpos, si es posible --le dijo Rashed por tercera vez--. ¿Lo entiendes? Solo tienes que vigilar el salón principal y estar preparado para ayudarme si lo necesito. Entraré por una ventana del piso de arriba y le romperé el cuello mientras duerme. Si tienes que matar, entonces hazlo, pero sin ruido, sin llamar la atención. Nos llevamos su cuerpo al mar y sencillamente se convertirá en otra desaparecida más.

El resentimiento que sentía Ratboy era muy difícil de ocultar, al igual que su incomodidad ante la posibilidad de tener que enfrentarse de nuevo a la cazadora o al perro. En aquel momento no podía entender por qué sencillamente no se había negado. Incluso mientras se escondían entre las sombras de la noche, Rashed estaba tan resplandeciente como siempre con su guerrera azul oscuro, su espada abrillantada en la mano bajo el abrigo de su capa con capucha.

Parecía como si sus iris casi translúcidos brillaran suavemente.

A Ratboy le gustaba pensar que su aspecto desaliñado y sucio era una elección propia para cazar. En realidad, él sabía que por mucho que se bañara, por mucho que se arreglara o por buenas que fueran las ropas que se pusiera, él nunca tendría el aspecto de noble que tenía Rashed. La verdad era, que si alguna vez lo intentara, el contraste sería vergonzosamente cómico, por eso se escondía bajo varias capas de tierra en un esfuerzo por reafirmar su propia personalidad. Cuando más se daba cuenta de las diferencias que había entre ellos era cuando se encontraban tan juntos y tan solos.

--¿Qué hay del perro? --preguntó--. ¿Y del medio elfo? No sabemos dónde está nadie. Mientras tú estás metiendo las narices en la planta de arriba yo podría encontrarme con los tres tomándose un té nocturno en la cocina. Y entonces, ¿qué hago?

--No dejes que te vean, para empezar --le contestó Rashed en voz baja--. Eso es lo que mejor haces, ¿no? Esconderte entre las sombras y pasar desapercibido.

Sí, pero a Ratboy le daba miedo la cazadora. Recordaba perfectamente el dolor que le causó el filo de su espada y el pánico que sintió al notar cómo se le escapaban las fuerzas por las heridas sangrantes hasta que pudo alimentarse. Pero a Rashed no le importaban sus sentimientos. Lo único que le importaba era que Ratboy hiciera lo que se le mandaba.

--¿Qué pasa si te mata la cazadora? --susurró Ratboy--. Tú tienes todas las respuestas. ¿Qué hago entonces?

--No te hagas el tonto conmigo. --Su compañero lo miró fríamente--. Ninguna cazadora mortal me va a matar a mí. Ahora entra. Tenemos poco tiempo y no quiero que el amanecer nos pille en el mar.

Ratboy se aguantó las ganas de contestarle entre dientes cuando se acercaban al final del callejón. Aquella era la mejor hora para atacar. Si todo iba bien, cogerían a toda la casa dormida, completarían su tarea, hundirían el cuerpo de la cazadora en la bahía, volverían a casa y el maldito sol estaría a punto de llegar a mediodía para cuando se dieran cuenta de que había algo que no iba bien. La inteligencia de Rashed no estaba en duda, solo la forma de hacer las cosas. Trataba a todo el mundo como sirvientes, menos a Teesha.

Sin otra palabra, el golfillo se deslizó por la calle hasta llegar a la esquina más cercana a la ventana delantera. Rashed ya había engañado a Magiere para que lo invitara a pasar cuando quisiera puesto que todos los amigos del noble, como clientes que eran, serían bien recibidos. Aunque su significado pudiera ser ambiguo, la invitación era legítima. Miró a través de las contraventanas y vio que el salón principal estaba totalmente apagado. El fuego de la chimenea estaba apagado, pero todavía quedaban un par de brasas que brillaban en la oscuridad.

Ratboy sacó una daga fina y brillante y deslizó la punta por entre los bordes de las contraventanas. Rápidamente hizo palanca en el cerrojo interior de la ventana y la abrió sin hacer ruido. Demasiado fácil. Ratboy creía que la cazadora tendría mejores cerrojos y cerraduras. Se puso la daga entre los dientes y se deslizó por el alféizar. No tenía planeado perder una segunda lucha si el perro lo atacaba. Le cortaría el cuello a la bestia inmediatamente. Rashed había dicho que nada de ruidos, pero lo de nada de sangre, bueno, dejaría que Rashed se enfrentara al maldito perro. El pomposo patas largas cambiaría de idea en un abrir y cerrar de ojos.

Ratboy olfateó el aire en busca de olores de vivos pero se dio cuenta de que el salón principal apestaba demasiado a sudor de marinero, cerveza y carne quemada. No había nadie ni en las mesas ni junto al fuego. Era muy probable que Rashed ya hubiera cruzado el tejado y que ya se hubiese colado en la casa. Puede que todo fuera a salir según el plan de Rashed.

Ratboy se dejó caer silenciosamente sobre el suelo de madera, se acuclilló y observó las mesas del salón. Un pequeño destello en la esquina de su campo visual le hizo mover el cuello para girar la cabeza.

El cabello plateado era lo suficientemente claro como para poder verlo en la oscuridad. En la esquina más cercana de la barra estaba sentado el medio elfo mirando hacia las escaleras y bebiendo de una copa de metal. Iba a dar otro trago cuando se lo pensó mejor y bajó la copa. Su mano cayó de la barra.

Giró la cabeza y miró directamente hacia donde estaba Ratboy acuclillado en la oscuridad.

Ratboy sintió como sus adentros se le daban la vuelta. Claro, la visión nocturna de un medio elfo podía ser tan buena como la suya propia. Se preguntó si podría lanzar su daga con la suficiente rapidez como para matar al media sangre antes de que diera la voz de alarma.

Entonces oyó un revoloteo en el aire que corría hacia él y se apoyó contra la pared de espaldas.

Un estilete se clavó en la mesa en la que el acababa de estar, la punta bien clavada en la madera y el resto de la hoja aún temblando por el impacto. Un gruñido muy agudo y sobrecogedor llenó la habitación, venía de entre los muebles de más allá de la chimenea. El perro plateado saltó sobre una mesa con los ojos fijos en Ratboy.

 

* * *

 

Rashed enfundó su espada y escaló el muro de la taberna sin esfuerzo alguno, las uñas endurecidas se agarraban a la perfección a todas las juntas y grietas.

Todo aquel asunto era demasiado precipitado, no tenía cuidado, ni gracia o planificación. Si le hubieran dado más tiempo, se habría pasado por la taberna a hacer visitas cuatro o cinco noches seguidas, para anotar las costumbres de sus habitantes, quién dormía en cada habitación, a qué hora se retiraba cada uno, quién cerraba la puerta por la noche, quién no podía dormir y dónde guardaba la cazadora su espada. Habría descubierto muchas cosas. Ahora se veía obligado a entrar a ciegas y buscar su objetivo.

Reptó por el borde del tejado en busca de una ventana adecuada para entrar, preferiblemente no la ventana del dormitorio de la cazadora, por miedo a despertarla y darle tiempo a salir disparada por la puerta. Se colgó del borde y echó un vistazo por una ventana en la que no se habían corrido las cortinas. La habitación era lo suficientemente grande como para albergar una cama de matrimonio, varios arcones y una silla. La cama vacía quería decir que alguien estaba todavía levantado y aún estaba por ahí dando vueltas. Rashed sintió como la prisa crecía dentro de él. Ratboy tenía sus órdenes, mantenerse en silencio y sin derramar sangre, pero tampoco es que fuera a ser la primera vez que las desobedeciera, se chocaría con alguien abajo y despertaría al resto de la casa. Entonces Rashed vio a una pequeña niña rubia que dormía sobre una alfombra a los pies de la cama. Por el ritmo de su respiración, estaba profundamente dormida y no se despertaría si entraba. De todos modos, ella no debía temer nada de él. Todavía no había sentido la necesidad de atacar a un niño.

La ventana no tenía cerrojo y en pocos segundos se había deslizado por ella hasta el interior de la habitación. Pasó por delante de la niña dormida y abrió un poco la puerta para echar un vistazo. El pasillo estaba vacío. Solo había otras dos puertas y la escalera que bajaba, por lo que su búsqueda iba a ser muy rápida. Salió y cerró la puerta tras él.

Un alarido sobrenatural subió por las escaleras desde la planta de abajo y se le pegó a la piel. Lo siguieron aullidos frenéticos y el crujido de madera al romperse.

La puerta del final del pasillo se abrió de golpe. Rashed se quedó congelado.

Magiere llevaba el pelo suelto sobre los hombros pero todavía iba vestida con los bombachos y el corpiño de cuero. Los gritos, aullidos y el eco de una dura lucha en el salón principal se oían ya alto y claro. La cazadora abrió los ojos de par en par.

--Tú --dijo Magiere sorprendida.

Antes de que pudiera terminar la frase, Rashed ya había cruzado la distancia que los separaba y se lanzó sobre la puerta con todo su peso para tratar de cerrarla. Los dos cayeron dentro de la habitación.

 

* * *

 

Leesil sacó su otro estilete de la manga, se sentía avergonzado porque lo hubieran cogido con la guardia tan baja. Medio agachado, se escabulló rápidamente y dio un rodeo hacia la ventana abierta. El merodeador había cruzado toda la habitación antes de que él ni siquiera se hubiera dado cuenta. Puede que solo lo hubiera pillado con la guardia baja. No podía haber sido por la bebida.

Chap estaba en el aire, caía en picado y el intruso intentó darle una patada a una mesa para quitarla de su camino. El perro no acertó a darle a su objetivo y cayó con las patas delanteras sobre la mesa que se estaba tambaleando. Las patas de la mesa que estaban inclinadas no soportaron ni el peso ni el golpe, y Chap cayó sobre el intruso entre trozos de madera. El golpe y los aullidos de ira de Chap martilleaban los oídos de Leesil, seguidos de un grito lleno de dolor.

--¡Chap! ¡Aparta! ¡Aléjate! --gritó Leesil a la vez que apartaba sillas para llegar hasta el lugar de la refriega.

El perro se apartó, pero solo porque su oponente le dio una patada y mandó al animal dando vueltas hasta el centro del salón donde se chocó con dos sillas y se enredó con ellas.

--¡Quédate fuera! --le ordenó Leesil al perro y después se inclinó hacia la ventana de la mesa e intentó ver por encima de los restos del tablero torcido de la mesa.

El intruso se puso en pie volando de manera poco natural. Por las contraventanas abiertas pasaba luz de luna suficiente como para que se vieran las líneas oscuras que le bajaban a ambos lados de la cara, las marcas de las garras de Chap. Leesil se detuvo cuando vio las facciones del intruso.

Era el pedigüeño cubierto de polvo de la carretera a las afueras de Miiska. Leesil dio un paso atrás con el estilete preparado.

--¿No tuviste suficiente la otra vez? --le preguntó Leesil.

Ratboy se llevó una mano a la mejilla y se pasó los dedos por las heridas, como si no estuviera seguro de tenerlas. Después miró la sangre que tenía en la mano.

--Mi... cara --susurró Ratboy. La expresión de sorpresa y dolor lo bañó.

Sus ojos se volvieron tan faltos de vida como los de un cadáver y Leesil recordó como la última vez el niño mendigo le había parecido más una criatura extraña que un ser humano, aún más inquietante por su apariencia humana. Entre los restos de sillas caídas, Chap se puso en pie y se adelantó para un nuevo asalto.

--No, Chap --le espetó Leesil mientras intentaba no perder de vista a Ratboy y a la vez giraba la cabeza para comprobar que el perro lo obedecía.

Ratboy se lanzó contra Leesil con la daga cubierta de sangre apuntando hacia delante.

Leesil esquivó la hoja y retrocedió acosando a su oponente con giros salvajes. Ratboy no era oponente para él en una lucha con cuchillos, pero todavía recordaba su última lucha. Aquella especie de pequeño hombrecillo se había sacado la flecha de la ballesta del estómago como si hubiera sido una astilla molesta. No se iba a arriesgar a que Ratboy se le acercara lo suficiente como para que lo cogiera. Volvió a girar salvajemente y sintió que daba con la espalda en el borde de la barra. De un rápido salto rodó de espaldas sobre la barra y se metió tras ella.

La ballesta no había servido la primera vez, pero como por lo visto no tenía mucho más donde elegir, cogió el arma que Magiere guardaba cargada detrás de la barra. Para cuando la levantó, la criatura estaba en el aire, no rodaba sobre la barra sino que había saltado sobre ella sin tocarla. Leesil cogió tanto el estilete como la ballesta y disparó.

La flecha le dio a Ratboy en la frente, sobre el ojo derecho, y su cuerpo se fue hacia atrás hasta darse con la barra en la espada. La daga le rebotó de la mano por el impacto y cayó por el lado de la barra en el que se encontraba Leesil. Ratboy se lanzó hacia atrás y se escondió al otro lado de la barra, fuera de la vista de Leesil.

Leesil se inclinó hacia delante para echar un vistazo porque no podía ver con claridad en la oscuridad. Chap empezó a irse hacia delante desde el centro del salón, pero Leesil levantó una mano para que se detuviera. Estaba deslizándose por la barra para dar la vuelta en su extremo cuando el perro comenzó a aullar de nuevo. Una mano sucia apareció sobre la barra en el extremo más alejado. El borde de madera de la barra crujió ante el fuerte golpe. Leesil retrocedió en un acto reflejo y se apoyó en los barriles de vino que cubrían la pared del fondo.

Ratboy se puso en pie y se arrancó la flecha de la frente. La sangre le cayó sobre el ojo derecho.

Planificar y pensar no eran los puntos fuertes de Leesil por lo general, así que hizo lo único que se le ocurría.

--¡Por qué no te mueres ya de una vez! --le gritó, y dio un bandazo con la ballesta como si fuera un garrote.

El centro de la ballesta le dio a Ratboy en la cabeza y se tropezó un par de pasos hacia las escaleras. El golfillo volvió a agarrarse con fuerza a los bordes de la barra para evitar caerse. Miró a Leesil y empezó a acercarse al medio elfo muy lentamente.

--Vas a sangrar para mí --le escupió con dureza.

En ese preciso momento la cortina de la cocina se abrió de par en par.

Beth-rae entró en la habitación al fondo de la barra, por detrás de la espalda de Ratboy, llevaba un cubo lleno de algo. Leesil le gritó que corriera, pero no había tiempo. Cuando Ratboy se giró para atacar a su nuevo objetivo, Chap se lanzó a clavarle los dientes en la pantorrilla, lo que hizo que se detuviera. Beth-rae le tiró el contenido por encima al intruso que tenía ante ella. Antes de que Leesil pudiera maldecir una actuación tan carente de sentido, el desgarrador grito de dolor de Ratboy le retumbó en los oídos.

La criatura empezó a retorcerse, se golpeó el cuerpo contra la barra y las sillas que tenía cerca a la vez que tiraba de sus propias ropas y de su piel. De su cuerpo salían hilillos de humo gris siseantes y su piel se ennegrecía.

Leesil apenas si pudo percibir el sonido distante del choque de metales con los gritos de Ratboy. Le llevó un momento darse cuenta de que venían de la planta de arriba. Miró hacia las escaleras, y ese pequeño momento de distracción fue demasiado.

Ratboy dio un salto hacia Beth-rae, como una horrible marioneta quemada y la golpeó con una mano. Sus dedos como garras asieron su cuello mientras ella trataba de zafarse de él. El cuerpo de la mujer dio vueltas y se golpeó contra la pared que tenía detrás. Incluso antes de que la mujer cayera al suelo, la criatura que no dejaba de gritar tiró de la cortina y entró en la cocina. Chap saltó tras él.

Leesil corrió hacia donde estaba Beth-rae al oír que abrían de golpe la puerta trasera de la cocina. Se agachó. En el suelo, un charco rojo oscuro iba haciéndose cada vez más extenso, lo alimentaba el profundo corte del cuello de la mujer. Beth-rae yacía inmóvil con los ojos abiertos de par en par. Por la inclinación de su cabeza, Leesil pudo ver que el golpe le había roto el cuello. Ya no podía hacer nada por ella.

Bajó la ballesta, preparó el estilete que le quedaba y se dirigió hacia las escaleras.

--¡Magiere! --gritó Leesil a la vez que empezaba a correr.

 

* * *

 

Magiere se abrió paso por el suelo de la habitación y cogió la cimitarra que había puesto en su pequeño escritorio.

--¡Sal de aquí! --le gritó instintivamente, ya que no esperaba que el noble la obedeciera.

Rashed no respondió, sino que se lanzó contra ella y embistió con fuerza con su propia espada. Magiere esquivó el golpe y la espada dio en el escritorio. La madera saltó en pedazos y la espada se incrustó en el suelo. La sacó sin esfuerzo alguno.

Nadie era así de fuerte. La habitación parecía demasiado pequeña y Magiere no tenía espacio para maniobrar, pero su oponente también se veía limitado. Magiere giró sobre una rodilla en el borde de la cama y se puso en pie, su oponente se deslizó por el suelo hasta ponerse a su altura. A la poca luz que daba la lámpara, los ojos de Rashed eran transparentes y miraban con tranquilidad dentro de los de Magiere. La ira pudo con el miedo. ¿Quién se creía que era aquel bastardo para invadir así su casa, en su habitación?

--Cobarde --le espetó Magiere. La ira crecía en su interior llegando a amenazar su razón. Levantó la cimitarra hasta que dio en el techo y se lanzó a su cuello con todas las fuerzas que tenía. Bloqueó el golpe, pero la fuerza hizo que retrocediera y perdiera el equilibrio.

Todavía con las dos espadas entrelazadas, Magiere hundió su puño en la mandíbula de Rashed.

Más asombrado que dolorido Rashed utilizó la mano que le quedaba libre para empujarla hacia atrás.

--Cazadora --dijo sencillamente y volvió a golpear con su espada.

Magiere rodó por el otro lado de la cama mientras la larga espada golpeaba su colcha con un sonido plano. No tenía espacio para usar maniobras contra él. La mataría por simple fuerza. Tal pensamiento hubiera sido suficiente para aterrorizar a cualquiera, pero su rabia se multiplicaba a tal velocidad que no era capaz ni de intentar entenderlo.

El odio se convirtió en la fuerza que recorría su cuerpo, hacía que sus movimientos fueran más rápidos de lo que jamás habían sido.

Instintivamente, en su busca de pequeños huecos, intentó encontrar una manera de ponerse detrás de él o pillarlo sin equilibrio. Rashed no dejaba de girarse para estar frente a frente con ella.

Cambiaron de posición adelante y atrás, a un lado y a otro de la pequeña habitación sin dejar de sacudirse golpes de espada el uno al otro. Pero no había ningún hueco, no había ningún instante en el que pudiera salir corriendo hacia la puerta o bajar al suelo para salir a su lado o a su espalda.

Una vez más se movió hacia el lado más alejado de la cama y rodó por encima de esta. El noble volvió a correr tras ella por la habitación. Cuando lo hizo, ella se detuvo en seco, se agachó encima de la cama y blandió la cimitarra con tanta rapidez que no pudo evitar el golpe. Rashed se resbaló con las botas por el suelo, trató de retroceder, alejó su torso de ella todo lo que pudo. El golpe no le dio en la clavícula, pero sí le hizo un corte superficial en el pecho.

--¿Qué...?

El resto de sus palabras se perdieron cuando cogió aire bruscamente. Abrió los ojos de par en par y miró hacia la espada de Magiere. Mientras fruncía el ceño de dolor, sus dientes chocaban y chirriaban con fuerza. Conmocionado por el impacto, aflojó la mano con la que sujetaba su propia espada, que en ese momento se deslizaba por encima de lo que quedaba del escritorio.

Magiere no pudo contestarle, no podía recordar cómo hablar. Ya no quería cortarlo con la espada. Quería desgarrarle la garganta. Le empezó a doler la parte delantera de la mandíbula y no podía cerrarla del todo, como si los dientes se le hubieran movido de su sitio o le hubieran crecido. La confusión hizo que perdiera la ventaja que había conseguido.

Cuando Magiere por fin atacó, Rashed había recobrado el equilibrio, pero seguía sin sujetar bien la espada. Soltó la espada con su mano derecha y con la izquierda le cogió la mano de la espada a Magiere. Rashed utilizó la fuerza de Magiere y el impulso que llevaba para golpearla contra la pared que había entre la puerta y el armario.

Su entonces vacía mano derecha le rodeó el cuello a Magiere.

Magiere instintivamente le cogió la muñeca con la mano que tenía libre. Rashed le golpeó el brazo de la espada contra el armario dos veces, pero ella no soltó la cimitarra.

--No necesito un arma para matarte --le susurró. Por primera vez la emoción se dejó sentir en sus palabras--. Necesitas respirar.

Magiere se contorsionó salvajemente para intentar quitárselo de encima, pero él la sujetaba como si fuera de piedra, estaba esperando a que se asfixiara.

Magiere no se dio cuenta de que había dejado de respirar. La falta de aire hizo que la habitación se volviera enorme para ella, como si la sujeción de su garganta sujetara también su rabia y dejara que creciera en su interior. Magiere miró a Rashed, no pestañeó y abrió de par en par los ojos hasta que se empezaron a humedecer.

Cuando la primera lágrima empezó a caerle por la mejilla, un desgarrador grito de dolor sonó en el piso de abajo y el noble movió la cabeza por la sorpresa. Magiere notó que la fuerza con la que le sujetaba la garganta disminuía solo un segundo. Le soltó la muñeca y le cogió la parte de atrás de la cabeza, entonces adelantó su propia cabeza y le mordió el cuello.

Magiere sintió la vibración de su grito de terror en su cara mientras presionó con más fuerza contra su fría piel y la sangre se derramaba por su boca. De repente se le hizo un nudo de hambre en el estómago. Rashed levantó las dos manos para empujarle la cabeza.

Antes de que pudiera cogerla Magiere retiró la cabeza y dio un golpe hacia abajo con su cimitarra. Esta vez la hoja produjo un crujido sólido al darle en el hueso del hombro izquierdo.

--¡Magiere!

La voz la llamaba desde algún sitio que no podía ver, de muy lejos, venía de abajo.

El noble rugió y golpeó con su puño derecho a pesar de que el movimiento no hizo sino aumentar la profundidad del corte. El golpe le dio en la mandíbula.

El dolor que Magiere sintió estaba tan lejos como la voz que acababa de oír. La habitación le dio vueltas hasta que el suelo corrió a su encuentro. En el momento en que su cabeza rebotó en el suelo creyó oír el sonido de maderas y cristales al romperse. Se esforzó por sentarse, las paredes se inclinaban caprichosamente cuando las miraba. Blandió su espada a ciegas a su alrededor, no era capaz de enfocar la vista. Para cuando la habitación dejó de mecerse ante sus ojos y el dolor empezaba a abrirse paso en su cerebro, la habitación ya estaba vacía.

Le costaba respirar. La ira y el odio iban saliendo de su cuerpo cada vez que echaba el aire, cada vez le costaba más, parecía como si también expulsara las fuerzas. Sintió que le pesaban la cabeza y los brazos y se volvió a tumbar en el suelo. Mientras estaba allí tumbada se dio cuenta de lo que acababa de hacer.

No toda la sangre que tenía en la boca pertenecía al noble al que tanto odiaba, pero la había saboreado, había probado su sangre.

Y ese mero pensamiento hizo que el miedo reemplazara la ira perdida.

Su ansiedad se duplicó cuando oyó pasos de la escalera, el noble. Cogió su cimitarra con más fuerza y se esforzó por ponerse en pie.

Leesil apareció sobre ella. Se dejó caer de rodillas y puso su torso en su regazo. El alivio hizo que en su presencia el miedo desapareciera, pero por alguna razón, Magiere no quería que la viera.

Se alejó y se tapó la cara con la mano que le quedaba libre.

--Magiere, mírame --dijo Leesil--. ¿Estás bien?

--No era yo --susurró Magiere, que por fin encontraba su voz--.

No era yo.

--Magiere, por favor --dijo Leesil con voz desesperada--.

Beth-rae ha muerto y Chap está malherido. Tengo que volver abajo.

¿Estás bien?

La vergüenza, el horror y la realidad cayeron sobre ella como una losa. ¿Por qué se escondía de Leesil?

Se sentó, Leesil la empujó desde detrás, y se dio la vuelta para mirarlo. Cuando se quitó la mano de la cara Leesil hizo un gesto de dolor al ver la sangre que tenía en la mandíbula. Alargó la mano para ver el daño que le había causado en el labio inferior el puñetazo del noble.

Leesil retiró la mano abruptamente y la miró como si estuviera receloso de su presencia.

--¿Qué? --lo apremió--. ¿Qué pasa?

Leesil dudó antes de contestar.

--Colmillos.

El viento de la noche se coló por la ventana rota y se llevó lo que quedaba de la ira en el cuerpo de Magiere.

 

* * *

 

La escena que se encontraron en el salón principal llevó a Leesil al punto de casi no poder hacer nada.

Una lámpara encendida descansaba sobre el extremo más alejado de la barra y Caleb estaba arrodillado junto al cuerpo de Beth-rae. Miró a Leesil confundido, como si quisiera que alguien lo borrara todo al explicárselo. Chap también estaba sentado junto al cuerpo, gemía y empujaba el hombro de Beth-rae con el hocico. El pelo de su pecho estaba cubierto de sangre, pero por la manera en que se movía, parecía no estar tan malherido como Leesil se temía.

--Salí a buscar agua fresca --dijo Caleb como anestesiado--.

Regresé y...

--Caleb, lo siento tanto --susurró Magiere desde las escaleras.

Magiere todavía parecía estar agitada, pero por lo menos sabía perfectamente dónde estaba. Si no hubiera sido por la sangre que tenía en la barbilla y por el labio partido, Leesil hubiera pensado que no estaba peor que cuando ambos fingían luchar a expensas de los aldeanos miedosos.

La garganta de Beth-rae estaba rasgada de manera irregular de lado a lado. Leesil sabía que el arma que habían utilizado era una uña sucia.

--Fue él --dijo Leesil por fin--. Aquel sucio niño mendigo contra el que luchamos en el camino de Miiska. --No miró a Magiere mientras hablaba--. Nos atacó... o, en realidad fue Chap el que le atacó a él, pero trepó por la ventana delantera. Beth-rae le tiró algo por encima y empezó a gritar y la piel se le puso negra.

--Agua de ajo --dijo Caleb mientras le acariciaba le pelo con suavidad a Beth-rae.

--¿Qué? --preguntó Magiere.

--Guardábamos un barril de agua de ajo en la cocina --contestó sencillamente--. Si cueces ajos en agua durante varios días, se convierte en un arma contra los vampiros.

--Vale ya --dijo Magiere con dureza a la vez que se acercaba--.

Ahora mismo no quiero oírlo. Fuera lo que fuera lo que quisieran eran hombres, simplemente hombres. ¿Lo entiendes?

Por primera vez desde que se conocieron Caleb miró a Magiere con algo muy parecido al más puro desagrado en su rostro. Se esforzó por levantar en brazos, con cuidado, a su esposa.

--Si te hubieras dejado de engañar a ti misma y te hubieras ocupado de la verdad puede que mi Beth-rae no estuviera muerta.

Llevó el cuerpo a través de la cortina hasta la cocina. Chap lo siguió, todavía gemía.

Magiere se dejó caer con todo su peso hasta sentarse en el último peldaño de la escalera y se tapó los ojos con las manos.

Algunos mechones del pelo que llevaba suelto se quedaron atrapados en la sangre que empezaba a secarse en su barbilla.

--¿Qué está pasando? --le preguntó Leesil--. ¿Lo sabes?

--El hombre del río Vudrask era igual --dijo con tranquilidad.

--¿De qué estás hablando?

--Era igual: pálido, con los huesos duros como rocas, demasiado fuerte, se sorprendió de que mi arma lo hiriera. Era igual.

--Quieres decir que era igual que el niño mendigo de la carretera, el que ha venido esta noche --añadió Leesil cada vez más enfadado--. ¿Algo que hayas olvidado decirme? ¿Sí?

Leesil respiró profundamente varias veces. Si le gritaba no iba a hacer nada por mejorar la situación, así que se dio la vuelta. Leesil quería beber algo, se acercó a la barra, encontró su vieja copa y la llenó.

--No puedo notarlos ahora --dijo Magiere y Leesil levantó la vista para verla pasarse dubitativa un dedo por los dientes de arriba muy despacio, uno por uno. Bajó la mano--. Puede que solo te los imaginaras.

--¡No me he imaginado nada! --dijo Leesil levantando el tono con cada palabra. Golpeó la copa contra la barra y caminó hasta agacharse frente a ella--. Esto no es solo algo que esté en tu cabeza y desde luego que en la mía tampoco.

Leesil levantó la mano rápidamente para cogerle la mandíbula.

Magiere empezó a alejarse, pero se quedó quieta y lo miró fijamente.

Al principio sus rasgos permanecieron inexpresivos y sin emoción alguna ante la cercanía de su mano y, de repente, cambiaron. La cara de Magiere desafiaba a Leesil a que encontrara lo que creía haber visto antes.

Leesil se movió con cuidado. Magiere no abrió la boca, pero tampoco se resistió cuando él le presionó la mandíbula con los dedos con suavidad para abrírsela. No le tocó los dientes porque no lo necesitaba. No había ni rastro de la elongación de sus colmillos. Leesil dejó caer su mano, pero no dejó de mirar.

--Tenemos que informar al agente del ataque --dijo Leesil--. El rumor de la muerte de Beth-rae se va a propagar con suficiente velocidad.

Magiere se dejó caer hacia atrás y cerró los ojos despacio.

--¿Leesil? --lo llamó una pequeña voz desde lo alto de la escalera.

Magiere abrió los ojos de golpe.

--¿Rose? --dijo Magiere con suavidad mientras se giraba para mirar hacia arriba.

Una pequeña figura en un camisón de muselina se estaba frotando los ojos mientras bostezaba.

Leesil subió los escalones de dos en dos.

--¿Dónde están la abuela y el abuelo? --preguntó Rose medio despierta. Su labio inferior tembló levemente--. He oído ruidos en la oscuridad.

--Has tenido un mal sueño. --Leesil cogió a Rose con rapidez, pero también con suavidad, y se la puso contra el hombro.

--¿Dónde está la abuela?

--La gente que duerme en mi cama nunca tiene malos sueños

--le respondió--. Es muy grande y muy suave. ¿Quieres dormir allí?

Rose parpadeó de nuevo, se esforzaba por mantener los ojos abiertos un momento.

--¿Dónde dormirás tú?

--Yo me sentaré en una silla y te vigilaré hasta que salga el sol.

¿Está bien?

Rose sonrió y se agarró a su pelo cuando puso la cabeza en el hueco de su cuello.

--Sí, tengo miedo.

--No lo tengas. --Antes de darse la vuelta hacia su habitación con la cansada niña al hombro, Leesil miró hacia abajo. Magiere estaba de pie al final de la escalera apoyada en la barandilla. La voz de Leesil se tornó dulce y suave al susurrarle a la niña--. Todo será mejor por la mañana --le mintió.