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Cuatro noches después, Magiere estaba detrás de la barra de El León Marino y se sentía algo más cómoda con su horario diario.

Cuando trabajaban fuera, Leesil y ella habían desarrollado una especie de rutina que implicaba viajar, acampar, planificar, manipular falsas peleas y luego volver a empezar con todo el proceso. Tales eventos se intercalaban con sus experiencias en nuevos pueblos y aldeas y las apuestas de Leesil. Pero ahora las cosas eran diferentes.

Todos sus empleados se quedaban despiertos la mitad de la noche para servir a los clientes y después también todos dormían hasta bien entrada la mañana. Leesil se pasaba las tardes trabajando en el tejado, mientras Beth-rae cocinaba, Caleb limpiaba y Magiere se encargaba de los suministros, ponía las cosas en las estanterías y se ocupaba de las cuentas. Chap cuidaba de Rose. Siempre tomaban una cena temprana todos juntos antes de abrir para los clientes.

Magiere estaba siempre limpia, no tenía frío y dormía a diario en una cama. La comodidad física y un sentido único de la estructura no eran los únicos aspectos de su vida que le daban paz. Por primera vez estaba dando algo a una comunidad, en lugar de esquilmarla. Los marineros, los pescadores y los vendedores que formaban la clientela de El León Marino se lo pasaban muy bien y tenían un lugar para resarcirse de sus duras jornadas laborales. Le molestaba bastante cuando Leesil mencionaba lo que la gente decía entre susurros acerca de Magiere, la Cazadora de Muertos. Puede que se hubiera convertido en una atracción local. Solo podía imaginar cómo habían empezado tales rumores, aunque no había vuelto a ver a Welstiel ni al noble imponente. Magiere sospechaba que Leesil seguía bebiendo hasta dormirse algunas noches, pero mientras que permaneciera sobrio en la mesa de faro y no robara ningún monedero, ella no tenía queja alguna.

Beth-rae se acercó a la barra con una bandeja llena de jarras de cerveza vacías y con aspecto algo cansado. Algunos mechones de pelo plateado se le habían escapado de la trenza.

--Cuatro cervezas más para el agente Ellinwood y sus guardias

--dijo Beth-rae.

Magiere miró hacia la mesa que ocupaban aquellos ruidosos hombres, pero no hizo ningún comentario mientras servía la cerveza.

Ellinwood era un cliente con el que siempre podía contar. El desagrado que sentía hacia el hombre que se creía muy importante no hacía más que crecer cuánto más lo conocía.

Colocó las jarras de nuevo en la bandeja de Beth-rae cuando se abrió la puerta principal y dejó que entrara una fría brisa. No entró nadie pero sí pudo ver una cabeza de pelo rojo brillante en la puerta con una barba muy recortada del mismo color fuego que le ocultaba las mejillas, la barbilla y el labio superior. Un hombre musculoso y corpulento, de unos veintitantos años, que llevaba un chaleco de cuero se quedó medio fuera medio dentro sin saber si entrar o no. Miró la sala y se detuvo cuando vio al agente Ellinwood. Tensó la mandíbula y Magiere supo que iba a haber problemas.

El hombre entró, no se molestó en cerrar la puerta y se dirigió directamente a la mesa de Ellinwood mirando fijamente al agente mientras este bajaba la jarra de cerveza que se acababa de llevar a la boca, pero de la que no llegó a beber.

--¿Puedo ayudarte en algo, Brenden? --le preguntó Ellinwood a la vez que intentaba que su pesado cuerpo se sentara más derecho.

--Hace casi una semana que murió mi hermana ¿y usted va y se sienta aquí a beber con sus guardias? ¿Es así como va a capturar al asesino? --espetó el hombre enfadado--. Si es así, yo mismo podría encontrar un agente mejor tumbado en las cloacas mientras bebe bazofia.

La gente del pueblo que había allí se quedó en silencio, hasta los que estaban en la mesa de faro, y muchos se volvieron a mirar.

Leesil levantó una mano hacia Chap antes de que el perro se moviera, para que permaneciera quieto y esperara.

Los rollizos mofletes de Ellinwood se tornaron rosados.

--La investigación sigue su curso, chaval. He dado con unas cuantas pistas importantes hoy y ahora disfruto de mi tiempo como todo el mundo.

--¿Qué pistas ha encontrado? --prosiguió el herrero--. Ha dormido hasta el mediodía y después se ha pasado la tarde comiendo tartas en lo de Karlin. Ahora está aquí con su terciopelo más fino mientras bebe cerveza con sus lacayos. ¿Exactamente cuándo ha encontrado esas importantes pistas?

El tinte rosado de las mejillas de Ellinwood se encendió aún más, pero se salvó de tener que responder porque un guardia sin afeitar que llevaba una camisa arrugada se puso en pie.

--Eso es suficiente, herrero --le dijo--. Vete a casa.

Le respondió un sonoro crac al tomar contacto el puño de Brenden con su mandíbula y mandarlo dando tumbos contra la mesa de otros clientes. Otro de los guardias se empezó a poner de pie, pero Brenden le cogió el grasiento pelo negro y le golpeó la cabeza dos veces contra la mesa antes de que nadie más pudiera moverse. El hombre cayó de la resquebrajada mesa al suelo inconsciente. Leesil saltó por encima de la mesa de faro mientras Magiere desenfundaba su cimitarra que estaba debajo de la barra.

--¡Quieto, Chap! --ordenó Leesil. Si el perro se metía en aquello alguien iba a terminar sangrando.

Magiere se deslizó hasta la parte delantera de la barra y se mantuvo allí un segundo. Por lo general Leesil podía parar cualquier pelea con un mínimo número de heridos.

--Caballeros... --comenzó a decir Leesil.

Cegado por la furia, Brenden arremetió con un duro puño contra el medio elfo, por suerte dio al aire. Leesil se agachó, puso las manos en el suelo y le dio una patada a Brenden en la parte de atrás de la rodilla. El enorme cuerpo del herrero perdió el equilibrio, cayó y un segundo después se encontró sujeto contra el suelo boca abajo. Leesil estaba sentado sobre la espalda de Brenden, con un antebrazo en el cuello del herrero y con el otro sujetándole el brazo derecho. A pesar de que pesaba mucho más que Leesil, no había fuerza en el mundo que pudiera quitarle de la espalda al ágil guardián. Cada vez que Brenden intentaba meter una pierna debajo de sí mismo para ponerse de rodillas, Leesil volvía a golpearle con su bota en la rodilla, como si estuviera espoleando a un caballo, y Brenden volvía a quedarse plano sobre el suelo.

--Está bien --decía Leesil--. Ya ha terminado.

El primer guardia al que Brenden había golpeado se había logrado desembarazar de la mesa sobre la que lo había tirado el herrero. La sangre le chorreaba por la mandíbula y la barbilla desde la nariz, estaba claro que Brenden le había roto la nariz. Bajó la mano a la pequeña espada que llevaba enfundada en el cinturón, pero entonces alzó la vista y vio a Magiere. Le había puesto la cimitarra en el hombro con el lado afilado contra su garganta. Magiere no dijo nada. El guardia volvió a levantar las manos a la vista y muy despacio dio unos pasos hacia atrás.

Por fin Brenden dejo de intentar zafarse de Leesil y se quedó tumbado mientras no dejaba de jadear.

--Mi amigo va a dejar que te levantes --le dijo Magiere a Brenden sin apartar la mirada de los guardias de Ellinwood--. Entonces te vas de mi propiedad, ¿entendido?

--¿Irse? --resopló Ellinwood--. Está bajo arresto por atacar a los hombres que protegen Miiska. Es un delincuente.

--No es un delincuente --protestó Leesil--. Tenga algo de compasión, ¡gordo infame!

Uno de los guardias, no el de la nariz rota, sacó una cuerda de su cinturón y se puso en cuclillas para empezar a atarle las muñecas a Brenden. Leesil alargó la mano para detenerlo, pero Magiere lo cogió por el hombro. Leesil maldijo en voz baja, se puso en pie y se alejó.

Cuando Brenden se puso en pie con dificultad miró a Magiere como si fuera culpa suya.

--No vuelvas --le dijo ella--. Esta es una taberna tranquila.

--¿Tranquila? --le espetó Brenden, la pena se notaba en sus palabras--. ¿Cómo puedes hablar de tranquilidad cuando eres tú la que puede parar estas muertes? No, te escondes y les sirves cerveza a los que son como él. --Señaló con la cabeza a Ellinwood.

--No puedo parar nada --dijo Magiere, tensa.

Los guardias arrastraron a Brenden fuera de la taberna.

Leesil se alejó sin decir palabra y regresó a su mesa de faro, pero Magiere se dio cuenta de que ya no le apetecía seguir repartiendo cartas.

Bien entrada la mañana siguiente, Leesil estaba fuera del cuartel de Miiska, que hacía las veces de cárcel, y volvió a comprobar su monedero con la vana esperanza de que por mirarlo más veces las monedas se multiplicaran de manera milagrosa. Ya había sido suficientemente duro mantenerse a distancia de los paseantes que podían haberle ayudado sin proponérselo con tal necesidad, pero como iban a quedarse en aquel lugar, había prometido no robar más monederos. Cuando se levantó aquel día le pidió a Magiere su parte de los beneficios del mes por adelantado. Se lo había dado con algo de aprensión, seguramente porque había debido de pensar que lo necesitaba para saldar alguna deuda de juego o de apuestas. No le importaba lo que hubiera pensado. Nunca entendería la verdad. De todas maneras, ni siquiera él estaba seguro de entender lo que estaba haciendo.

Cuando entró en el cuartel, Leesil se detuvo sorprendido.

Albergaba la esperanza de tratar con uno de los estúpidos guardias del agente, pero allí estaba el enorme cuerpo de Ellinwood detrás de la pequeña mesa que usaba como escritorio, encajada en la esquina derecha de la habitación cerca de la ventana delantera que tenía barrotes. Estaba mirando con mucho interés lo que había escrito en un pergamino.

Leesil había tenido su buena ración de cárceles, desde ambos lados de la puerta de una celda, y esta no parecía distinta a las demás. Unos cuantos carteles de «Se busca» colgaban de las paredes ofreciendo recompensas u otro tipo de beneficio por arresto y había también tres puertas de celda, una detrás de otra en la pared del fondo, que era confinamiento suficiente para un pueblo del tamaño de Miiska.

Cerró la puerta tras de sí y se dirigió a las puertas de las celdas.

Al oír el ruido, Ellinwood por fin levantó la vista.

--¡Ah! Eres tú --dijo con una mal disimulada impaciencia, seguramente esperaría un petición formal para el pago de la mesa rota de la taberna--. ¿Qué quieres?

Leesil miró por los agujeros de las puertas de las celdas que quedaban a la altura de los ojos y vio a Brenden en cuclillas en la litera de debajo de la celda de en medio.

--He venido a pagar la fianza del herrero --le respondió--.

¿Cuánto es?

--Quieres... ¿Por qué ibas tú a hacer eso? --El agente lo miró con sospecha.

Leesil se encogió de hombros.

--Tenía dos opciones, o venir aquí o quedarme en casa trabajando en el tejado. ¿Cuál elegiría usted? --Hizo una pequeña pausa y repitió la pregunta--. ¿Cuánto es?

Ellinwood se quedó sentado un momento antes de contestar.

--Seis peniques de plata, no aceptamos moneda extranjera.

Leesil se esforzó por no hacer un gesto de dolor. Era una cantidad absurda para la ofensa de la que se trataba. Solo tenía cinco y eso era su parte de las ganancias de todo un mes, y mucho más que el salario mensual de muchos en un pueblo pequeño como Miiska.

Parecía que el agente hacía un buen dinero con las multas y fianzas elevadas; o le guardaba un rencor especial al joven herrero e iba a complicarle la cosa a cualquiera que intentara interferir. Sin embargo, Leesil no se iba a dar por vencido con tanta rapidez y dudaba que Ellinwood fuera a pasar por alto un beneficio que se podía conseguir con tanta facilidad.

--¿Qué pasa si le pago cinco ahora y le firmo un pagaré por la sexta? --le preguntó--. Se la abonaré a primeros del mes que viene.

--Yo tengo el resto --dijo Brenden discretamente desde su celda.

Leesil volvió la cabeza y se encontró con los enormes ojos de Brenden mirando por los agujeros de la puerta de la celda, con su melena pelirroja salvaje y descuidada por la cara. Leesil se acercó a la celda mientras asentía.

--Al menos lo tenía --continuó Brenden--, cuando entré aquí.

--Miró a Ellinwood con mirada acusadora.

--Bien, eso debería cubrirlo, ¿no, agente? --añadió Leesil a la vez que se apoyaba en la puerta y cruzaba los brazos.

El agente los miró como si estuviera tomando una decisión de gran peso. Después se dio la vuelta y cogió un pequeño arcón del suelo. Se hurgó debajo de la guerrera y sacó unas llaves, abrió el arcón y sacó de él una pequeña bolsa de monedas manchada de carbón. Caminó hacia la celda, abrió la puerta y le acercó la bolsita al herrero.

Brenden dejó caer una pequeña variedad de monedas en la delgada mano de Leesil quien se puso a cribar las monedas hasta dar con la cantidad de monedas de cobre que sumaran la diferencia.

Entonces Leesil vació su propio monedero para completar la fianza.

--Aquí --dijo el medio elfo mientras le tendía las monedas en el puño. Las dejó caer sobre la palma abierta de Ellinwood.

El agente regresó a su escritorio y contó con sumo cuidado la cantidad de monedas. Puso las monedas en el arcón, lo cerró y le echó la llave y después volvió a su mesa a revisar el documento sin decir palabra.

Leesil se encogió de hombros indignado y le hizo una seña a Brenden para que lo siguiera fuera a la calle. La gente iba y venía afanosamente bien al mercado o bien a cualquier otra labor del día. Un niño pequeño vendía galletas de pescado ahumado en la esquina que tenían al lado. El sol se abría paso en un cielo apenas cubierto de nubes.

--Yo... te devolveré el dinero --dijo Brenden en voz baja--, tan pronto como pueda.

--¡Oh! Está bien, no pasa nada. No me gasto el dinero que no me puedo permitir gastarme. --Leesil volvió a encogerse de hombros.

Tenía comida, alojamiento y un suministro interminable de vino. No necesitaba nada más y por el momento tampoco lo quería--. Siento lo de anoche --añadió.

--¿Perdón? --Brenden miró hacia otro lado--. Ahora haces que me avergüence. Oí lo que dijiste por mí, y podía haber hecho que aquel lobo saltara sobre mí. Por la manera en que me tiraste al suelo y me inmovilizaste, podrías... supuse que podías haber hecho más.

Leesil empezó a caminar y Brenden le siguió el paso a su lado.

Aquel herrero era un hombre fuerte con un gran sentido del juego limpio. Era una compañía rara para Leesil, después de tantos años de aventuras poco escrupulosas con Magiere, o él solo antes de conocerla. Encontraba muy difícil decir algo después de haber hecho todo aquello por un extraño.

--Lo que le dijiste a Ellinwood estaba justificado --dijo Leesil por fin--. No ha hecho nada para coger al asesino de tu hermana.

--No estoy seguro de que pueda --le respondió Brenden mientras daba una patada al polvo del camino--. No estoy seguro de que nadie que no sea tu compañera pueda hacerlo, y ella se niega a ayudarme.

--¿De qué estás hablando? --Leesil fingió ignorancia con la esperanza de descartar lo que sabía que era lo siguiente que el herrero tenía en mente.

--Tu compañera, la Cazadora de Muertos.

A Leesil le rugió el estómago, pero no era de hambre. Empezaba a entender lo irritable que estaba Magiere últimamente.

--Creo que has estado prestando demasiada atención a los rumores --añadió.

--Puede, pero muchos rumores suelen decir la verdad --le respondió Brenden--. Cuando se trata del mismo rumor una y otra vez, allá donde vayas, es que esconde algo de verdad.

--Y creo que a la gente le gusta demasiado darle a la lengua

--saltó Leesil--. Hablan de cualquier cosa, incluso de..., especialmente de aquello de lo que no tienen ni la más remota idea.

--Entonces, ¿por qué viniste a pagar mi fianza? --le espetó Brenden.

Leesil no tenía respuesta, o al menos no una que pudiera expresar con palabras. Puede que la generosidad de Magiere hacia Caleb y Beth-rae fuera contagiosa. Puede que, como su compañera, él también estuviera examinando su propio pasado y que por primera vez se diera cuenta del daño que habían causado estafando pueblo tras pueblo. Pero, ¿qué posible bien podía traerle aquel repentino ataque de conciencia? ¿Cómo podía hacer enmiendas, cualquier enmienda?

Y a pesar de todo aquel autoexamen, Leesil todavía consideraba que la mayoría de la gente no era más que ganado descerebrado que se merecía que los más inteligentes la timaran, o lobos que hacían presa de los demás a través del poder y la riqueza. Ayudar a cualquiera de ellos no parecía tener sentido alguno... ¿Y a aquel herrero?

El hombre había entrado en una taberna pública, se había enfrentado a un agente del pueblo que no valía nada y había pedido justicia. A pesar de que Leesil solía intentar rodear los problemas en lugar de ir por ellos directamente, era capaz de apreciar la valentía cuando la veía, y podía también respetar la lealtad hacia los muertos, hacia aquellos que no tienen voz.

Y por su valor habían llamado delincuente a Brenden y lo habían encerrado en una celda. No estaba bien. Leesil era plenamente consciente de que su sentido del bien y del mal era cuanto menos endeble, pero ayudar a Brenden parecía ser lo que había que hacer.

Los dos siguieron caminando hasta que llegaron al final de la calle, donde Leesil tenía que girar hacia abajo para cruzar el pueblo y dirigirse a la taberna. Se detuvieron en otra pausa incómoda.

--No juzgues a Magiere. No sabes nada de nosotros --le dijo Leesil con suavidad--. Ven a El León Marino cuando quieras. Yo le diré a Magiere que eres mi amigo.

--¿Soy tu amigo? --le preguntó Brenden, con un tono entre la perplejidad y la sospecha.

--¿Por qué no? Solo tengo dos y uno de ellos es un perro, por cierto, no es un lobo. --Leesil hizo una mueca de gran seriedad--. Soy un tipo muy particular.

Brenden sonrió levemente, con una pizca de tristeza.

--Puede que me pase... con más tranquilidad la próxima vez.

Se separaron. En el espacio vacío que quedó entre ellos una luz más brillante que el sol de mediodía relampagueó una vez. Algunos paseantes pestañearon y giraron la cabeza como si ahí hubiera habido algo y después siguieron su camino.

--Estaba con el herrero --dijo Edwan en la pequeña sala de estar de debajo del almacén--. Lo vi.

Rashed se acercó a la cara de Edwan, no sabía por qué el fantasma estaba tan preocupado. En un momento estaba revisando las cuentas de importaciones con Teesha y al otro había aparecido Edwan y estaba balbuceando algo acerca del medio elfo de la cazadora y el herrero.

--Despacio --le ordenó Rashed--. ¿De qué se trata?

--Tenéis que matar a la cazadora ya --dijo Edwan con gran precisión en su voz.

--No. --Rashed se dio la vuelta. Las acciones precipitadas después de la tontería de Ratboy no harían sino propiciar que los descubrieran--. Es demasiado pronto. Esperaremos a que ella haya perdido algo de su aprensión.

--Te equivocas. Ha visitado el lugar en el que murió la chica a la que destrozó Ratboy. Yo la he visto.

--¿Por qué no me lo dijiste antes? --le preguntó Rashed enfadado.

--Y hoy el medio elfo, su compañero, pagó para que soltaran a Brenden. Hablaron juntos.

Rashed negó con la cabeza y miró a Teesha con expresión interrogadora.

--Brenden es el hermano de la chica muerta y el herrero de este pueblo --dijo Teesha desde el sofá.

--¿Qué? --Rashed se dio la vuelta para mirar a Edwan como si el agitado espíritu se hubiera convertido en la fuente de todos sus males, en lugar de un mero mensajero. Volvió a pasearse de nuevo en silencio, con los ojos mirando a todas partes, sin centrarse en nada mientras que ponía en marcha todo el engranaje de sus pensamientos.

--Se está preparando para cazar, ¿verdad? --preguntó Teesha--.

¿Por qué si no se iba a poner a buscar huellas o iba a mandar al media sangre a hacerse amigo de lo que queda de la familia de la víctima?

Sí, ¿por qué lo iba a hacer? Se preguntó Rashed. Moverse de manera tan rápida después de un asesinato era muy peligroso, pero el condenado Ratboy no les había dejado más elección. Si la cazadora investigaba muy profundamente y llegaba a alguna conexión con ellos o con el almacén, habría muy poco tiempo para que se pudieran preparar. Ratboy había sido un imprudente y no habían tenido tiempo suficiente ni siquiera para limpiar lo que había hecho. Era imposible poder adivinar qué pistas podía haber dejado en el lugar en el que asesinó a la chica.

--Tendremos que movernos contra ella primero --dijo Rashed--.

Teesha, quédate aquí, pero prepárate para lo peor, tal vez nos tengamos que marchar de aquí. Ratboy vendrá conmigo. --Levantó una mano para parar la objeción que iba a poner--. No, lo haré yo mismo sin hacer ruido alguno y nadie podrá encontrar el cuerpo.

Sencillamente desaparecerá. Pero necesito a alguien que vigile a los demás, al medio elfo y al perro.

--Entonces deberías llevarme a mí. Yo puedo ayudarte más que Ratboy.

--Sé que lo harías, pero --se acercó al sofá-- solo quédate aquí.

--Un gesto muy noble --dijo Edwan desde el centro de la habitación--, pero estoy de acuerdo. Ten cuidado de verdad, Rashed.

Hace ya bastante tiempo que no luchas con nada más fuerte que un error de contabilidad. Podría ocurrirte cualquier desgracia.

Rashed no respondió, pero podía sentir como toda la atención de Edwan estaba concentrada en él, como la quemadura de las primeras luces del amanecer en la piel. Se preguntaba qué era lo que había hecho para merecerse el veneno del fantasma. Había sido Corische el que lo había juzgado con falsas acusaciones y finalmente lo había decapitado.

--Sí, debes tener cuidado --dijo Teesha, o bien sin entender o bien haciendo caso omiso de los comentarios sarcásticos del fantasma.

Rashed asintió y se fue a coger su espada.