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Teesha estaba esperando cerca de los muelles a que pasara el marinero adecuado. La maravilla y enormidad del océano nunca dejaba de complacerla, en especial cuando la marea estaba alta. La orilla era una pared entre mundos que guiaba el movimiento de todas las cosas entre el agua y la tierra con su borde que no dejaba de lamer al otro. Caminaba descalza, a veces metía los delicados dedos de sus pies en la arena, sin importarle que el dobladillo de su traje morado arrastrara un poco por la arena y se manchara.
Hacía muchos años, antes de que llegara a Miiska, uno de los muelles se había desplomado porque las columnas que lo sujetaban estaban carcomidas. En su caída, había arrastrado a dos pequeños barcos de dos mástiles que no dio tiempo a desatar. Los trabajadores sacaron parte de los restos del agua, y lo que quedaba de los barcos y del muelle estaba sobre la costa un poco más abajo. Puede que en algún momento se plantearan salvar parte del material del accidente, pero nunca se siguieron tales planes. Entonces, apilados en la orilla fuera del alcance de la marea, los pilares del muelle y los restos de los cascos de los barcos yacían en la oscuridad como los restos de un monstruo marino de playa que se hubiera abandonado para que se pudriera y estuviera ya en los huesos. Desgastados por el viento, el tiempo y el mar, los restos aún estaban parcialmente sólidos y le ofrecían el escondite perfecto. Teesha paseaba con calma alrededor de las columnas, escuchaba la oscuridad más que la veía y periódicamente inspiraba el aroma de la brisa marina.
Entonces le llegó el aroma de carne cálida cercana. Todo su cuerpo se tensó en anticipación y se escondió detrás de un grueso puntal de madera que podía haber sido algún antiguo soporte del muelle o puede que un bao de alguno de los barcos. Solo se dejaba ver ante los solitarios, se volvía a esconder entre las sombras si se acercaba una pareja o un grupo. Con cuidado, se asomó a mirar en el viento.
Un marinero solitario iba caminando por la orilla hacia el puerto.
Llevaba bombachos de lona con los dobladillos descosidos y deshilachados que le llegaban por debajo de las rodillas, y se sujetaba el pantalón manchado de sal con un cinturón de cuerda. En los pies tan solo llevaba unas sandalias improvisadas sujetas en los tobillos por tiras de cuero. Tenía la piel oscurecida por los efectos del sol, y tan solo ligeros pelillos adolescentes de barba.
Teesha no corrió a ser vista, sino que se relajó contra el poste y esperó a que fuera él quien se acercara y la viera a ella. Cuando lo hizo, su paso se hizo algo más lento por un momento hasta que desvió su camino hacia ella. A no más de dos metros, el marinero se detuvo y se quedó mirando la preciosa cara de Teesha, su salvaje cabello marrón y sus pies descalzos.
--¿Te has perdido? --le preguntó Teesha en un tono suave y tranquilizador que resultaba susurrante entre los sonidos de la suave brisa y de las olas--. Debes de haberte perdido. ¿Dónde está tu barco?
Por un momento, el marinero frunció el ceño sorprendido, pensaba que era ella la que se había perdido o se confundía. Teesha miró el joven rostro del marinero y a través de sus ojos pudo ver como se repetían sus palabras una y otra vez hasta que ya no sabía si había sido él o ella quien las había pronunciado. Una especie de neblina cruzó los ojos del marinero y frunció aún más el ceño.
--Perdido... ¿perdido? --tartamudeó él. Entonces, con urgencia en su voz preguntó--: Sí, ¿dónde está mi barco?
--Aquí --dijo Teesha con la misma voz calmante, con el mismo tono susurrante--. Aquí está tu barco. --Y deslizó sus delicados dedos hacia abajo por el pilar de madera que tenía a su lado--. Ven y te enseñaré el camino.
Teesha le tendió una mano al joven marinero y él la tomó. Lo animó a que la siguiera mientras se metía entre los antiguos restos del muelle y los barcos. No miró nunca por encima de su hombro al avanzar de espaldas entre las ruinas, mantuvo su vista totalmente fija en la del joven marinero mientras se movían ambos. Él la siguió de buen grado bajo el improvisado techo de mástiles rotos y antiguas planchas de madera, de vuelta entre las sombras.
--Aquí está. --Le sonrió ella mostrándole su perfecta dentadura.
El marinero era muy joven, puede que unos diecisiete años, el aliento le olía un poco a cerveza, aunque no lo suficiente como para que estuviera borracho. De todas maneras, eso no importaba para nada. Miró a su alrededor inseguro.
--Sí, estás en casa otra vez --le dijo Teesha mientras le ponía la mano que tenía libre sobre la que ya le sujetaba para guiarlo--. Este es tu barco, tu hogar que va contigo.
Sus rasgos se relajaron. Teesha oyó como un suspiro de alivio escapaba de sus labios.
--Ven y siéntate conmigo. --Lo guió hasta sentarse ambos en la arena.
Le pasó los dedos por el pelo enmarañado y lo beso en los labios con suavidad. Alimentarse nunca le había costado ningún trabajo, una vez que hubo aprendido su propio estilo de caza.
El marinero alargó las manos y le cogió los brazos para poder devolverle el beso y ella intentó ponerse sobre las rodillas. Él era más fuerte de lo que parecía a simple vista, pero le obedeció cuando ella le susurró:
-- Schhhh, todavía no --y tiró de su cabeza hasta ponérsela sobre el hombro. Cuando tuvo todo el cuello bien expuesto, Teesha no perdió ni un segundo.
A veces se alimentaba de sus muñecas, a veces de la vena de la cara interna del codo. Lo que fuera mejor en cada momento. Sin embargo, aquella noche le mordió un lado del cuello al marinero, le sujetaba la cabeza con fuerza, tanto para aguantar el peso como para evitar que instintivamente se separara de ella. Su cuerpo se resistió una vez. Después se perdió en sus sueños de nuevo.
Teesha cogió lo que necesitaba, nada más, y sacó sus colmillos sin rasgar la piel. Se sacó una pequeña daga de la manga y con milimétrica precisión conectó los dos puntos que le había dejado en el cuello, asegurándose de que el corte fuera superficial y algo irregular.
Podría haberle hecho el corte y haber bebido de la herida, pero eso no era suficiente para ella. El tacto de la carne cálida en sus labios, hundir sus dientes en ella, era más placentero que el sabor de metal que quedaba en las primeras gotas de sangre.
Lo recostó en la arena y le desató el monedero; no es que ella necesitara el dinero, pero era parte del engaño. Le puso una mano en la frente dormida y con la otra le cerró los ojos. Le rozó la oreja con los labios cuando le susurró al oído:
--Ibas paseando hacia tu barco esta noche, de vuelta a casa de nuevo, cuando dos ladrones se te acercaron. Luchaste contra ellos, pero uno tenía un cuchillo...
El marinero hizo un gesto de dolor reflejo. Levantó una mano débilmente para cogerse el cuello, pero ella se la bajó con suavidad.
--Te robaron el monedero y tú viniste hasta aquí a gatas para esconderte, y te dormiste... ahora.
Cuando Teesha oyó como la respiración del marinero se hacía más profunda, se puso en pie y se marchó. El joven estaría a salvo allí. Sin embargo, si algo le sucediera después de su encuentro, ese destino ya no le concerniría a ella en absoluto.
Se había estado alimentando de aquella misma manera durante años. Y siempre intentaba elegir a los que no iban a estar mucho tiempo por allí. Miiska era el lugar perfecto, con marineros y vendedores que iban y venían. Alguna vez había matado a alguno accidentalmente, cuando la necesidad y el hambre habían podido con su cuidadoso control, pero hacía ya mucho tiempo que no le había vuelto a suceder. Y si la necesidad le había hecho elegir a un habitante del pueblo, siempre había enterrado al pobre infeliz; además, Rashed siempre culpaba a Ratboy cuando desaparecía algún mortal. No veía por qué tenía ella que alterarle su percepción de las cosas.
Entonces se puso a correr ligeramente por la orilla, sentía el calor y la fuerza de la sangre del marinero, contenta de su habilidad innata para eliminar el pasado y el futuro de su mente y vivir únicamente el momento.
--¿Teesha?
Se detuvo sorprendida, miró en el agua y en el viento que se colaba entre los árboles sobre la orilla.
--¿Mi amor?
La vacía voz de Edwan resonaba tras ella y Teesha se dio la vuelta, Edwan estaba flotando a ras de la arena, sus bombachos verdes y su camisa blanca brillaban como una llama blanca en la niebla. Llevaba la cabeza cortada en un hombro y el largo cabello amarillo le colgaba por el lado hasta la cintura.
--Cariño --dijo Teesha--. ¿Cuánto tiempo llevas ahí?
--Un rato. ¿Te vas a casa... ya?
--Quería echar un vistazo al almacén y ver si Rashed necesitaba alguna cosa.
--Sí --dijo Edwan--. Rashed.
El rostro de Edwan cambió imperceptiblemente, como si la imagen del cuerpo sin vida no fuera la de alguien que acaba de morir, sino la de quien lleva ya en descomposición una semana o dos. El brillo de su piel estaba entonces algo más apagado, blanquecino, con un viso de moratones bajo la piel por la sangre coagulada bajo el tejido.
Teesha perdió la alegría del momento por la fuerza y el calor.
Caminó letárgicamente por la orilla y se dejó caer hasta el suelo por un árbol inclinado.
--No te amargues. Necesitamos a Rashed.
--Eso es lo que no dejas de decirme. --Edwan estaba a su lado, aunque en realidad ella no había visto que se moviera--. Eso es lo que siempre me has dicho.
Los dos juntos escucharon cómo las olas llegaban a la orilla y lamían la playa. Teesha no sabía cómo responderle. Quería a Edwan, pero él vivía en el pasado; como la mayoría de los espíritus que estaban entre los vivos, casi no podía ni captar el presente. Y sabía qué era lo que él quería. Siempre era eso lo que quería. Él era el hambriento entonces, y como no tenía una auténtica vida que vivir, los recuerdos eran todo lo que tenía.
Pero la cansaba tanto, le deprimía tanto hacer aquello para él.
Cada vez que él lo necesitaba ella transigía, pero las siguientes seis o siete noches ya no podía vivir únicamente en el delicioso presente.
--No, Edwan --le dijo cansada.
--Por favor, Teesha. Solo una vez más --le prometió, de nuevo.
--No hay suficiente tiempo antes de que salga el sol.
--Tenemos horas.
La desesperación de la voz de Edwan la perseguía. Teesha dejó caer la barbilla sobre sus rodillas y miró hacia donde el agua desaparecía en la oscuridad.
Pobre Edwan. Se merecía algo mucho mejor, pero aquello tenía que parar. Puede que si le mostrara los recuerdos más hirientes, hasta el final, él pudiera aceptar su existencia de entonces, y la nueva existencia de ella.
* * *
Muy al norte de Stravina, la nieve caía del cielo un día tras otro y parecía como si las nubes taparan el sol continuamente. Había poca diferencia entre el día y la noche, pero a Teesha apenas le importaba.
Con su delantal ajustado y su vestido rojo favorito, servía jarras de cerveza a los clientes y viajeros de la posada. El lugar siempre estaba cálido con la chimenea encendida y ella tenía una sonrisa para todo el que entrara por la puerta. Pero aquella sonrisa especial, tan bienvenida como un respiro entre las nubes cuando se podía ver el sol, solo se la dedicaba a su joven marido, que trabajaba sombríamente detrás de la barra, asegurándose de que todo fuera bien y de que ningún cliente tuviera que esperar para que se le sirviera su bebida.
Edwan casi nunca le devolvía la sonrisa, pero ella sabía que la quería con locura. El padre de Edwan era un hombre retorcido y violento, y su madre había fallecido de unas fiebres cuando él todavía era un niño. Había vivido en la pobreza y en la servidumbre. Eso era todo lo que Edwan recordaba de su infancia, hasta que se fue de casa a los diecisiete años, viajó por dos ciudades, encontró un trabajo atendiendo un bar y después conoció a Teesha, el primer sorbo de amabilidad y afecto que había tenido en su vida.
A sus dieciséis años, Teesha ya había recibido varias proposiciones de matrimonio, pero siempre las había declinado.
Sencillamente había algo que no terminaba de encajar con el pretendiente: demasiado viejo, demasiado joven, demasiado frívolo, demasiado adusto... demasiado lo que fuera. Sentía que tenía que esperar a alguien. Cuando Edwan cruzó la puerta de la taberna, con su pelo rubio oscuro, sus pómulos anchos y sus ojos angustiados, supo que él era su otra mitad. Después de cinco años de matrimonio, él seguía casi sin hablar con nadie más que con ella.
Para Edwan, el mundo era un lugar hostil y la seguridad se encontraba solo en los brazos de Teesha.
Para Teesha, el mundo eran canciones, nabos especiados, servir cervezas a los clientes, que hacía mucho que se habían convertido en amigos cercanos, y pasar la noche bajo una colcha de plumas con Edwan.
Fue un buen momento de su vida, pero muy corto.
La primera vez que Lord Corische abrió la puerta de la posada, se quedó fuera y no entró. La fría brisa que entraba en la sala fue suficiente para que todo el mundo empezara a jurar y Teesha corrió a cerrar la puerta.
--¿Puedo pasar? --preguntó él, pero su voz era exigente, como si ya conociera la respuesta y solo estuviera esperando impaciente a oírla.
--Por supuesto, pase por favor --le respondió ella, algo sorprendida puesto que la taberna estaba abierta a todos.
Cuando él y un acompañante entraron, Teesha pudo por fin cerrar la puerta, con todos ya tranquilos de nuevo. Un par de personas se dieron la vuelta curiosos, y luego unos cuantos más, ya que los primeros no volvieron a girarse para seguir con sus comidas.
No había nada en Lord Corische que se saliera de lo normal. Ni su chaleco de cota de malla ni las placas sobre la armadura acolchada, ya que soldados y mercenarios se veían por aquellos lares con cierta frecuencia. No era ni atractivo ni feo, ni alto ni bajo. Las únicas características que lo distinguían eran su cabeza suave y totalmente calva y una cicatriz blanca sobre su ojo izquierdo. Pero no iba solo, y no era a Lord Corische al que miraban los clientes de la taberna en cualquier caso. Era a su acompañante.
Al lado del soldado con la cabeza suave iba el hombre más alto y más llamativo que Teesha había visto en su vida. Llevaba una casaca acolchada de un tono azul profundo bordada con un hilo blanco brillante que formaba un entramado de rombos. Su pelo negro azabache contrastaba con el blanco pálido de su rostro y con unos ojos tan blancos que Teesha no estaba segura de qué color eran, como la capa de más fino hielo que cubriese un lago.
Los dos hombres caminaron hasta una mesa, pero el soldado calvo seguía sin apartar su vista de Teesha.
--¿Puedo traerle una cerveza? --le preguntó.
--Me traerás lo que yo quiera que me traigas --contestó el soldado en voz alta, disfrutando del momento--. Soy Lord Corische, nuevo señor del castillo de Gäestev. Todo lo que hay aquí me pertenece.
Cuando los habitantes del pueblo que estaban a su alrededor oyeron lo que Corische dijo, se alzó una nube de murmullos con palabras pronunciadas en voz lo suficientemente baja como para que no se entendieran.
Teesha contuvo la respiración y bajó la mirada. Había pasado más de un año desde la muerte del anterior señor vasallo por una herida de caza. En todo aquel tiempo no habían oído ninguna noticia de que hubiera llegado ningún nuevo señor.
--Disculpe mis modales de confianza --dijo Teesha--. No lo sabía.
--Tus modales de confianza son bien recibidos --dijo Corische con calma.
A Teesha no le parecía lo más remotamente noble, pero, de todas maneras, tampoco había visto muchos nobles en su vida.
Corische tenía aspecto de encajar con aquellas tierras montañosas, frías y posiblemente crueles con los incautos. Pero si alguno de aquellos dos extraños era un noble, Teesha hubiera pensado que era su compañero.
El llamativo acompañante de Corische no hablaba. Hasta parecía estar lejos de allí, como si no estuviera escuchando su conversación. Después de observar a la multitud que allí había, como valorando posibles peligros, se sentó e ignoró todo lo que lo rodeaba.
--Este es mi hombre, Rashed --dijo lord Corische sin hacer ningún gesto hacia su acompañante--. Viene de las tierras del desierto al otro lado del mar y desprecia nuestro tiempo frío, ¿no es así, Rashed?
--No, mi señor --contestó Rashed como si fuera un ritual que hubiera de cumplir.
--¿Puedo traerle una cerveza, mi señor? --le pregunto Teesha educadamente, quería una razón para alejarse de la mesa.
--No, he venido por ti.
La respuesta la dejó perpleja y confundida.
--Perdón...
Corische se levantó y se echó hacia atrás la capa. Tenía la piel pálida pero sus hombros y brazos se veían fuertes bajo la armadura.
--Llevo ya unas cuantas noches en el pueblo, te he estado observando. Tienes una cara agradable. Vendrás conmigo al castillo y te quedarás allí mientras esté detenido aquí. Unos cuantos años, como mucho, pero no te faltará de nada.
El miedo se hizo hueco en el estómago de Teesha, sin embargo, sonrió como si su petición fuera un simple coqueteo.
--Bueno, creo que mi marido se podría oponer --dijo mientras se daba la vuelta para volver al trabajo.
--¿Marido? --Los ojos de Lord Corische miraron más allá de donde ella estaba y se posaron en Edwan, el frágil y fiel Edwan, que estaba ya en posición para saltar por encima de la barra.
--No es el momento, mi señor --le dijo Rashed con calma.
Pasó un largo momento. Después Corische le hizo un gesto de asentimiento con la cabeza a Teesha, se puso en pie y se marchó sin decir palabra. Rashed también se levantó y lo siguió.
Aquella noche, en la cama, Edwan le suplicó que recogiera sus cosas y se escapara con él.
--¿A dónde? --le preguntó ella.
--A donde sea. Esto no ha terminado.
Aquel pequeño pueblo del norte era su hogar y tontamente insistió en que se quedaran. Dos noches después, encontraron a un granjero, con el que Edwan había discutido por el precio del grano para el pan, apuñalado detrás de la posada. Cuando los hombres de Lord Corische fueron a investigar, encontraron un cuchillo ensangrentado escondido bajo la cama de Edwan y Teesha. Rashed estaba allí, por lo visto para supervisar el procedimiento de registro, aunque lo único que hizo fue entrar, sentarse junto a la chimenea y esperar. Cuando los soldados de Corische sacaron el cuchillo, sus ojos transparentes no dejaron ver ni sorpresa ni ira. Sencillamente asintió levemente y los guardias procedieron como si ya les hubieran dado la orden.
Teesha estaba demasiado sorprendida como para ponerse a llorar cuando los soldados sacaron a su marido de la posada a rastras y con grilletes. Teesha vio los ojos de Rashed, y lo vacíos que estaban a excepción de un pequeño brillo que no pudo ver bien porque se fue enseguida.
Antes de que Teesha se pudiera acercar a Edwan, un tercer guardia la cogió de los brazos desde atrás. Entonces entró a la posada Lord Corische y se quedó pacientemente en pie delante de ella, esperando a que dejara de resistirse.
Por primera vez, Teesha empezaba a creer que su burda apariencia y sus malos modales al hablar no eran más que una máscara para esconder una personalidad oculta. No había vida en su rostro, ningún sentimiento.
--¿Qué le va a pasar? --susurró ella.
--Lo sentenciarán a muerte. --Corische hizo una pausa--. A no ser que tú vengas al castillo conmigo esta noche.
¿Es que ella había sido tonta o solo una ingenua? Había oído historias en la posada acerca de los nobles y sus abusos, cómo destruían la vida de los demás sin que les importara lo más mínimo.
Siempre creyó que tales historias no eran más que exageraciones.
--¿Si voy con usted vivirá? --le preguntó.
--Sí.
No le dejó coger nada más que otro vestido. La escoltaron desde la salida hasta donde estaban dos caballos zainos sujetos por los hombres de Corische. Corische montaba uno y Rashed el otro. No había ni rastro de Edwan.
--Rashed es también tu sirviente ahora --dijo Corische--. Te protegerá.
Rashed se inclinó hacia abajo y la cogió por debajo de los brazos. La levantó y la puso delante de él como si fuera un pergamino.
A pesar de que el horror hizo que no se percatara de lo que estaba sucediendo en aquel momento, muchas veces después le había venido a la mente. Aquella noche todavía era Teesha, la chica que servía cervezas, que amaba a su marido y creía que la vida eran canciones y nabos especiados. Teesha, la chica que servía cervezas que no entendía dónde estaba su marido Edwan o qué era lo que le estaba pasando a él. Sentada de lado en la silla de montar, se echó hacia atrás y se cogió de la guerrera de Rashed mientras el caballo saltaba hacia delante.
El camino hasta el castillo de Gäestev duró una eternidad. Como no llevaba capa, el frío se le metía por el fino tejido del vestido.
Rashed no reconoció su presencia verbalmente, pero después de que se estremeciera una vez, llevó las riendas del caballo con sus brazos sobre los de Teesha para protegerla del viento. Corische iba delante, con el resto de sus soldados en procesión tras él.
Y todavía no sabía nada de Edwan. ¿Lo habrían llevado ya a alguna celda húmeda?
El castillo se erguía ante ellos y su miedo pasó a ocuparse de su propio destino. Era una imponente construcción en piedra, con una torre baja y ancha, y unos establos y una casa, para los guardianes, construidos a los lados. Cuando Rashed la levantó para bajarla del caballo, se le pasó por la cabeza salir corriendo, pero no tenía idea alguna de hacia dónde podía ir y también temía lo que podría pasarle a Edwan si escapaba.
El interior del castillo era tan inhóspito y lóbrego como el exterior.
No había ningún fuego que les diera la bienvenida y al amargo viento lo sustituía un aire frío que helaba los huesos y que estaba atrapado entre aquellos muros. En las paredes no había ni cuadros ni tapices.
El suelo principal lo cubría paja vieja. Unos escalones de piedra al otro lado de la pared de dentro llevaban a plantas superiores que no se podían ver. El único mobiliario visible era una mesa larga y resquebrajada y una enorme silla. Dos pequeñas antorchas que colgaban de la pared aportaban algo de luz.
Lord Corische no se percató de que a Teesha le castañeteaban los dientes y pasó por su lado para dejar su espada sobre la mesa. La luz de la antorcha hacía que le brillara la cabeza.
--Ratboy --llamó--. Parko.
El timbre de su voz se hizo más grave hasta convertirse en un gruñido de enfado que resonó en las paredes del castillo. El sonido de unos pasos que corrían y resbalaban escaleras abajo hicieron que Teesha inconscientemente se escondiera detrás de Rashed. Dos extraños hombres, o más bien criaturas, entraron en la habitación.
El primero parecía un golfillo callejero, cubierto de tierra hasta los mismísimos dientes. Bien podría haber sido un niño o un hombre joven. Todo él era marrón menos su piel, que Teesha pudo ver a medias debajo de toda la mugre. La segunda figura, sin embargo, la aterrorizó al instante, incluso más que Corische.
Tenía un rostro emaciado y blanco con ojos de bestia que brillaban a luz de las antorchas y parecían estar tallados en el hueso.
Mechones de pelo negro sucio le colgaban por la espalda por debajo de un pañuelo que en su día debió de ser verde. Sin embargo, eran sus movimientos los que más miedo le daban a Teesha. Rápido como un animal, entró a toda velocidad en la habitación, saltaba de los escalones antes de haberlos tocado. Se subió a la mesa y se propulsaba con las manos a la vez que olía el aire.
Sus ojos se giraron hacia donde ella estaba, se inclinó hacia el centro de la habitación, se detuvo a medio camino, estirando y girando el cuello para ver qué era lo que había detrás de Rashed.
--¿No esperáis para saludar a vuestro señor? --dijo Corische con frialdad.
--Perdónenos --dijo Ratboy en un tono marchito--. Estábamos preparando la habitación de la mujer como usted nos dijo.
Su educada voz no dejaba traslucir el odio y las travesuras que mostraban sus ojos. Parko se dejó caer al suelo para ponerse a cuatro patas y no se giró hacia Corische.
--Mujer --dijo Parko a la vez que asentía.
La insensibilidad en la que habían estado las emociones de Teesha se desvaneció en cuanto miró al pozo al que la habían llevado.
¿Aquellos eran la clase de hombres que servían a su señor feudal?
¿Dónde estaban los fuegos? ¿Dónde estaban los guardias, los barriles de cerveza y la comida?
Rashed dio un paso hacia delante, y dejó que la vieran. Se agachó hasta ponerse al nivel al que se encontraba Parko.
--No la puedes tocar, Parko. ¿Lo entiendes? Ella no es para ti.
El extraño tono suave sorprendió a Teesha.
--Mujer --repitió Parko.
--No necesita tus advertencias --dijo Corische a la vez que se quitaba la capa--, y te olvidas de tu lugar.
Rashed se levantó y dio un paso hacia detrás.
--Sí, mi señor.
Corische se giró hacia Teesha.
--No soy cruel. Puedes descansar una noche o dos antes de ocuparte de tus tareas.
--¿Tareas? ¿Cuáles son mis tareas?
--Actuar como la señora del castillo. --Hizo una pausa y se rió como si hubiera entendido por fin un chiste difícil de entender. El sonido hizo que a Teesha se le subiera la cena a la garganta.
--Voy a ser el señor de aquí --continuó Corische--, debo tener una señora, aunque sea una sirvienta limpia suelos de taberna como tú.
Ese fue el primer indicio que tuvo de que Corische no tenía ningún deseo de ejercer como señor del castillo de Gäestev. A la mayoría de los supervisores feudales se les asignaban feudos a modo de regalo de los nobles más ricos que ellos mismos o de sus propios señores feudales. Pero, ¿qué era lo que quería Corische de ella? No sabía nada de señoras o de jugar a ser noble. Miró de nuevo a Ratboy y a Parko confusa. Si Corische se rodeaba de criaturas más bajas para sentirse importante, entonces, ¿por qué alistó a alguien como Rashed? ¿Y por qué molestarse con una mujer para que desempeñe el papel de señora de la casa?
Aquella noche la encerraron en una sucia habitación de una torre y la dejaron allí estremeciéndose sin un fuego y con solo una fina sábana de franela a modo de manta. Nadie fue allí en todo el día siguiente, pero por la noche, oyó como abrían el pestillo de su puerta y sus emociones se debatieron entre el alivio y el terror. Rashed entró con una bandeja de té, un guiso de ternera y pan; también llevaba una capa sobre un brazo.
--Hace mucho frío aquí --dijo ella.
--Ponte esto. --Le tendió la capa a la vez que dejaba la bandeja en el suelo frente a ella--. El castillo es antiguo. No hay chimeneas, solo un foso para hogueras en la sala principal. Encontré algo de madera y lo encendí. Puede que algo de calor suba aquí, pero no bajes allí sin el señor o sin mí.
Teesha no era capaz de distinguir si estaba siendo amable o si simplemente le estaba dando instrucciones y enseñando una norma más de la casa. Se dio cuenta de que no importaba. Él era lo más parecido a un amigo en aquel horrible lugar. Unas lágrimas no deseadas le surcaron las mejillas.
--¿Qué hay de Edwan? --Se puso en pie y dio un paso para acercarse a Rashed--. ¿Lo pondrán pronto en libertad?
Rashed se quedó callado un momento, no se movía y tenía la mirada fija en la pared que había detrás de ella.
--Tu marido ha sido sentenciado a muerte esta mañana y fue ejecutado al atardecer --le dijo sin que hubiera ningún cambio en el tono de su voz.
Rashed se giró hacia la puerta y se preparó para marcharse.
--¿Quieres sentarte junto al fuego?
Una cierta locura le cosquilleó a Teesha en el cerebro.
--¿Si quiero...? --Comenzó a reírse--. ¡Bastardo!
Para nada. Había ido a aquel agujero del terror para nada. Y
Edwan, que se merecía tener una vida llena de paz y tranquilidad más que nadie a quien hubiera conocido en toda su vida, estaba muerto, simplemente porque a un retorcido señor le gustaba su mujer. La depravada comedia se convirtió en más de lo que podía soportar. La muerte era preferible a aquella existencia.
Salió disparada, dejando atrás a Rashed, corrió hacia abajo por el estrecho pasillo. No sabía si Rashed iba tras ella mientras bajaba la escalera que daba a la sala principal. Lord Corische estaba sentado a la resquebrajada mesa, escribiendo en un pergamino con una pluma.
Teesha hizo como sí no estuviera allí y corrió hacia las enormes puertas de roble. Mientras intentaba alcanzar el cerrojo de hierro, Parko saltaba frente a ella como si saliera del mismísimo centro de la tierra, siseaba y absorbía su aroma. Se apartó hacia atrás en un acto reflejo pero no se dio la vuelta, tenía la vista fija en la desgreñada figura que tenía frente a sí.
--¡Déjame salir de aquí! --le ordenó a Corische. No le quedaba nada que él pudiera tomar, nada que le importara, y por tanto ya no tenía ninguna razón para tener miedo.
Entonces vio la enorme barra de hierro que cruzaba la puerta.
No se había dado cuenta de que estaba allí en su empeño por escapar. Era más ancha que su propio brazo, y tan gruesa y pesada que costaba creer que una única persona la hubiera levantado para ponerla allí. Era casi seguro que a alguien como ella le resultaría imposible levantarla por sí misma.
--Baja esto --dijo todavía dando la espalda a Corische--. Nuestro pacto ha finalizado.
--Rashed ha puesto esa barra. Hasta a mí me costaría moverla.
¿Has disfrutado de tu cena?
El odio era una nueva emoción para Teesha, la desorientaba, y le llevó un momento poder pensar a través de la insultante charla de Corische.
--Si querías una señora para tu casa, ¿por qué no te buscaste una? ¿Tienes miedo de que no le vayan a gustar tus maleducados modales y tus aires de baja estofa? No, querías alguien de menor categoría para poder ser su señor. --Miró a Parko, ya no le daba miedo, y después vio a Ratboy que estaba inmóvil en el aire en una esquina--. Como el resto de tu espantosa y desgraciada mafia.
Oyó como algo golpeaba la mesa con fuerza suficiente como para que se venciera y se deshiciera contra el suelo de piedra. Era muy fácil hacerlo enfadar. Bien. Se dio la vuelta para mirarlo y vio una ira limpia y abierta.
--Vives a mi merced --dijo Corische--, a mi antojo. Que no se te olvide eso.
--¿A tu merced? --La locura de su risa igualaba la de los ojos de Parko--. ¿Y qué te hace pensar que vivir tenga algo que ver con esto?
Tú has matado a mi Edwan, y yo no voy a hacer nada para darte placer. ¿Me entiendes ahora? No voy a adornar ni honrar tu mesa con mi presencia, no voy a entretener a tus huéspedes y mucho menos voy a hacer nada que desees. Intentaré escapar todos y cada uno de los días que pase aquí, hasta que lo logre, o hasta que te canses y me mates.
Corische, en silencio, parecía perplejo.
Teesha solo parpadeó una vez, en reflexión, y él ya había cruzado la sala y estaba junto a ella.
Alargó una mano y la cogió por el brazo. Su olor a rancio la llenaba de repulsión, pero la apretó tanto que no pudo evitar dar un grito.
--Tú vas a hacer lo que yo te diga --siseó--. Aquí yo soy el señor.
Este castillo puede que no sea más que una patética casucha, pero yo sigo siendo el señor y tú me vas a obedecer.
--No --gimió ella--. Tú has asesinado a mi Edwan.
Corische barrió el suelo con un pie y quitó con él la paja, para descubrir una trampilla de madera con un aro de hierro. Antes de que Teesha se pudiera resistir, Corische había levantado la trampilla y la había tirado por la abertura.
Teesha esperaba caer directamente hacia abajo, pero en su lugar fue dando trompicones por unos escalones de madera en la oscuridad. Cuando por fin llegó al fondo, se golpeó la cabeza contra el suelo de piedra de manera que no pudo ni ver la media luz que llegaba de la trampilla abierta. Un ruido sordo resonó en la cámara cuando cerraron la trampilla y la dejaron en la más absoluta oscuridad.
Se sentó y se palpó los miembros en busca de lesiones mayores que moretones y rozaduras. Al menos se encontraba alejada de él por el momento.
Un gruñido salvaje salió de la oscuridad.
--Harás lo que quiera que yo te pida --dijo una voz--, porque no podrás evitarlo.
Corische había bajado tras ella y estaba en algún lugar de aquella oscura cámara.
Teesha se alejó de su voz. Encontró el último peldaño de la escalera y se dio la vuelta para subir hasta la trampilla. Algo se enredó con su pelo y tiró de ella hacia atrás. Sintió como unos dedos la apretaban, justo antes de que le golpearan con fuerza la cabeza contra el suelo.
No estaba segura de si había perdido la consciencia durante algunos minutos, pero sí notó que alguien grande estaba sobre ella y la mantenía sujeta contra el suelo. El olor del aliento de Corische le dio en la cara. Todavía tenía la mano en su pelo y le hacía daño al tirar de su cabeza hacia atrás. Intentó deshacerse de él y gritó instintivamente.
Su grito se cortó en seco en cuanto sintió unos dientes caninos que le mordían el cuello.
Teesha contuvo el aliento presa del pánico, se preguntaba de dónde habría salido el animal y se quedó rígida del susto al darse cuenta de que era el propio Corische. Le empezó a costar más y más coger aire según le oía chuparle la sangre con los dientes. Mientras seguía bebiendo, la oscuridad que la rodeaba empezó a arderle en la piel, la cabeza le daba vueltas como si estuviera en el agua, sus respiraciones eran cada vez más cortas, hasta que casi no pudo sentir cómo el aire entraba y salía de su flácida boca.
De repente, Corische se separó de ella, y resolló una gran bocanada de aire antes de sentir cómo tiraban de ella y la sentaban.
Corische seguía sujetándole los brazos a ambos lados del cuerpo.
Tenía sus dos manos en la nuca de Teesha y le incrustó la cabeza en su pecho.
El hedor le provocó arcadas pero su piel estaba helada. Además, había algo húmedo que le resbalaba por la piel.
Teesha abrió la boca, intentaba respirar por todos los medios, y la humedad se extendió por sus labios. Un sabor a cobre le llegó a la lengua. El líquido estaba igual de frío que su piel, pero Teesha todavía fue capaz de reconocer el sabor de las veces en que se había cortado un dedo mientras preparaba algo de comer en la cocina de la posada, y se había llevado la pequeña herida a la boca para intentar parar las gotas de sangre.
Corische le apretó aún más la cabeza contra su pecho hasta que ya no pudo respirar en absoluto, solo sentir y saborear lo poco de su sangre que le llegaba a la boca. Todas y cada una de las sensaciones de la oscuridad se volvieron irreales y distantes, hasta que todas las sensaciones de su cuerpo se desvanecieron a la vez que se detuvo su respiración.
Teesha se despertó en el suelo de piedra en la oscuridad.
¿Habían pasado horas o días? Parecía... de alguna manera parecía que había sido incluso más tiempo. Había luz en la sala, aunque la trampilla no estaba abierta. Rashed se arrodilló sobre ella con una pequeña lámpara de aceite en la mano. Algo parpadeó en sus fríos rasgos. ¿Pena? ¿Arrepentimiento? Se sentó y miró con ansiedad a su alrededor, pero no había ni rastro de Corische. Había una pesada puerta de madera en la pared que había frente a las escaleras y llevaban a la trampilla. A excepción de eso, la sala estaba vacía.
Rashed se puso en pie y abrió la puerta para mostrar un pasillo largo que se inclinaba hacia abajo, hacia el interior de la tierra. A lo largo de sus laterales había otras puertas como la primera, todas con un cerrojo a un lado, pero también con aros de acero en las jambas para poder cerrarla también con un candado.
--Esto solía ser algún tipo de mazmorra --dijo Rashed.
Teesha estaba demasiado débil y confundida como para cuestionar u objetar cuando la cogió en brazos, linterna todavía en mano, y la llevó por el pasillo. No se paró en ninguna de las puertas sino que siguió caminando hasta el final del pasadizo y puso su mano libre con firmeza contra la pared del fondo, siempre con cuidado de no dejarla caer. La piedra bajo su mano cedió y se hundió en la pared y él metió la mano en un bolsillo oculto del espacio.
Teesha oyó algo muy similar al chirrido del metal, y después el de la piedra, cuando el final del pasillo pivotó para revelar unas escaleras que bajaban todavía más. Rashed se deslizó entre las paredes y bajó.
Caminó y caminó hasta que finalmente llegó a una última cámara. En ella no había más que cinco ataúdes. Cuatro de ellos eran muy sencillos, no más que unas simples cajas de madera, mientras que el quinto parecía estar hecho de fuerte roble con ribetes de hierro, fabricado para el descanso final, aunque no tenía asas a los lados de la tapa.
--Aquí es donde debes dormir ahora --le dijo Rashed--, en un ataúd con la tierra de tu lugar de origen. Si sales a la luz del sol morirás. --La tumbó en uno de los ataúdes de madera--. Descansarás aquí, cerca del mío. Yo mismo lo he preparado para ti.
Y entonces Teesha, la despreocupada tabernera, desapareció y otra cosa nació en su lugar.
A lo largo de las noches siguientes aprendió muchas cosas: que no podía negarse a los deseos de su señor, que necesitaba la sangre para vivir, que el ataúd de Rashed estaba medio lleno de arena blanca y que estaba no muerta. Rashed le enseñó todo con su infinita y desapasionada paciencia, y a pesar de que a veces deseaba estar muerta de verdad, el odio que sentía por Corische hacía que se levantara cada atardecer.
Corische era más que el señor del castillo. Era un señor entre los muertos nobles, aquellos seres entre los no-muertos que conservaban su apariencia totalmente para toda su eterna existencia que no podía sucumbir ante la muerte, lo que hacía de los mortales unos seres débiles y que podían envejecer. Eran los vampiros y los liches los que poseían cuerpo físico, sus propios recuerdos y su propia consciencia.
Los muertos nobles eran los más poderosos y los de más alto estatus entre los no-muertos. La única debilidad para los vampiros, sin embargo, consistía en que eran esclavos de aquel que los creó. El señor de Corische, su propio creador, había sido destruido de alguna manera, por lo que él era libre para crear sus propios sirvientes.
Teesha se dio cuenta de que cuando verbalizaba una orden no podía negarse. En su fuero interno podía despreciarlo, fantasear con verlo envuelto en llamas y pensar todo lo que quisiera. Pero cuando él hablaba, no podía evitar obedecerlo. Tampoco podían ni Rashed, ni Parko ni Ratboy, pero tampoco es que Rashed se hubiera opuesto, de todas maneras. El alto y sereno guerrero parecía sinceramente leal a su señor. Eso hacía que Teesha se rebelara, pues Rashed era claramente superior a Corische a todos los niveles que se pudieran imaginar.
Rashed le enseñó cómo alimentarse sin matar, a armonizar el rasgado de su voz con la ejecución de su voluntad hasta que la víctima se volviera maleable y dócil.
Cuando le preguntó a Rashed por qué le importaban tanto los mortales que no quería matarlos, su respuesta fue fría y práctica.
--Incluso una zona muy populosa como esta no puede soportar a cuatro de nosotros sin control. Tenemos que tener cuidado si no queremos perder nuestra casa y nuestra fuente de alimento.
Con el tiempo entendió que los de su clase desarrollaban diferentes niveles de poder. Rashed pensaba que las habilidades mentales de Teesha eran muy pronunciadas. Las suyas propias y las de Ratboy eran adecuadas. Parko no era capaz de expresarse lo suficientemente bien como para que los demás pudieran evaluar sus habilidades, aunque sus sentidos eran muy agudos, incluso más que los de por sí acentuados sentidos de los muertos nobles, y era siempre un reto para Rashed el poder controlarlo. Las destrezas telepáticas de Corische eran tan limitadas que Teesha a veces se preguntaba cómo podía alimentarse.
La mayoría de los muertos nobles desarrollaban habilidades mentales, pero estas a menudo dependían de las inclinaciones del individuo en vida. A Teesha siempre le habían gustado los sueños y los recuerdos, ya que su vida había estado llena de lo mejor de ambos, y al final se dio cuenta de que podía entrar en la mente de un mortal con mucha facilidad y proyectar en ella dulces sueños despiertos y alterar sus memorias.
La primera vez que Rashed la llevó a cazar fue toda una revelación. Montaron juntos en su caballo zaino durante un buen rato y después desmontaron y lo ataron a un árbol. Se deslizaron a través del bosque, y se dio cuenta de que estaban escondidos entre las sombras de las afueras de su pueblo natal. Un granjero salió de la taberna y se adentró entre los árboles para aliviarse. Teesha lo reconoció. Se llamaba Davish.
--Mírame --dijo Rashed--. Esto es importante.
Rashed salió de entre las sombras.
--¿Estás perdido? --le preguntó a Davish.
El granjero empezó a contestar al oír el sonido de una voz extraña, después miró a Rashed a los ojos y pareció relajarse en una especie de confusión.
--¿Perdido? ¿Yo? No estoy seguro.
--Ven. Te ayudaré a llegar a casa.
Davish parecía estar asustado, pero no de Rashed. Miraba a su alrededor como si debiera saber dónde estaba, pero no lo supiera.
Rashed alargó la mano como si fuera a ayudarle, pero le cogió el brazo, tiró de él y, sin perder el tiempo, le mordió el cuello directamente. Teesha lo miraba fascinada.
Rashed no bebió mucho y empujó al aturdido hacia ella.
--Aliméntate, pero no demasiado. No debes matarlo. Lo harás tú sola muy pronto.
Teesha cogió a Davish y empezó a alimentarse, no era capaz de pararse, y se sorprendió de lo correcto que le pareció el acto de alimentarse en sí. No le resultaba repulsivo en absoluto. Después se dio cuenta de cuán deliciosa sabía su sangre, lo cálida que era, lo fuerte que se sentía ella. No podía parar.
--Es suficiente. --Rashed la separó--. No lo mates. --Dejó a Davish tendido en el suelo y después con un cuchillo conectó los dos agujeros que le había hecho con los dientes, pero lo hizo con sumo cuidado y el corte no era muy profundo. Se inclinó sobre él y susurró:
--Olvida.
--¿Qué has hecho? --le preguntó Teesha.
--Simplemente te metes en sus pensamientos con los tuyos propios. Fuerzas que el miedo, el momento y la emoción desaparezcan, que se desvanezcan.
Y así aprendió que Rashed era capaz de manipular emociones, capaz de crear un espacio en blanco en la memoria de la víctima. La propia Teesha aprendió a crear sueños y manipular recuerdos más complejos. Ratboy, por el contrario, cazaba con su habilidad para mezclarse con el entorno. Nadie se daba cuenta de que él estaba presente. Nadie se acordaba de él. Él no cazaba con fineza ni creando sueños, él era capaz de alimentarse intensificando mentalmente su habilidad innata de ser olvidado. Eso era todo.
Parko mataba a sus víctimas demasiado a menudo, pero en su mayoría eran campesinos. Como señor del castillo de Gäestev, Corische era responsable de ocuparse de aquellas muertes así que, por supuesto, se investigaban muy poco.
Teesha cazaba o bien ella sola o bien con Rashed. Su reflexión previa y sus consistentes modales racionales la impresionaban. No es que fuera exactamente predecible, lo que lo habría convertido en alguien mundano, más que eso era constante. Su naturaleza tranquila e inteligente era lo único con lo que podía contar en esta nueva existencia aparte de consigo misma.
Corische, por el contrario, tenía cambios de humor que ella no logró entender nunca. Una noche su elección de vestido lo complacía y a la noche siguiente el mismo vestido le desagradaba y le daba la excusa perfecta para humillarla. La suciedad de su armadura, que nunca lavaba, y sus dientes amarillentos le causaban un profundo asco a Teesha. El odio auténtico era una emoción totalmente nueva para ella, y por eso, no se preguntaba cuánto tiempo le consumía.
Empezó a hacerse preguntas acerca de la naturaleza del control que él ejercía sobre ella y a considerar cómo podía forzarla a ella a obedecer a su maestro y a la vez frustrarlo. Como solo se veía obligada a obedecerlo cuando le daba una orden verbalmente, la única posibilidad parecía ser un enfoque más sutil. Le llevó un mes dar con la respuesta, pero al final era bastante simple.
Teesha se iba a convertir exactamente en lo que él decía querer que fuera.
Había pasado medio año y al principio Teesha solo hacía pequeños cambios. Empezó a bordar y le pagó a una mujer del pueblo para que fuera tres veces a la semana a enseñarle. Le pedía dinero a Corische y se mandaba hacer finos vestidos de los estilos que más le solían gustar a él. Y él empezó a deleitarse ligeramente con sus esfuerzos.
Como su señor se hacía pasar por un señor feudal, no podía ignorar completamente sus deberes. Una gran parte de los beneficios de las tierras se quedaban en su bolsillo, por lo que recolectaba alquileres y a veces juzgaba a los campesinos que eran acusados de robos menores. Pero en aquel primer año, construyó unos nuevos barracones en el norte del castillo y después les prohibió a todos los soldados que entraran en su hogar. Un soldado de mediana edad y bastante competente llamado capitán Smythe, junto con Rashed, se ocupaba de los típicos trabajos que solía conllevar un feudo de cuatro pueblos.
Una noche, cuando Corische y Rashed iban a marcharse para recolectar alquileres, Teesha vio cómo Rashed levantaba la barra de hierro de la puerta. Era la persona físicamente más fuerte que había visto en toda su vida, una encarnación inmortal de músculo y hueso.
Pero también había empezado a ver a través de su fría y casi total falta de pasión, cuando lo veía mirar con atención alguno de sus bordados o las pequeñas cosas que ella había ordenado para hacer de aquel inhóspito castillo un hogar de noble. Rashed estaba ávido de las ceremonias de los vivos. Ella no veía que eso fuera algo de lo que avergonzarse, y sabía que podía utilizar esa avidez en su propio beneficio. Aquella noche Teesha decidió acelerar sus planes.
Primero, contrató a un encargado de la casa para limpiar todas las habitaciones del sótano y le dejó creer que eran unos nobles vagos que se dedicaban a sus perversiones por la noche y dormían todo el día. Ordenó tapices, alfombras trenzadas, ropa de cama de muselina para los dos dormitorios de invitados, un candelabro con cuarenta velas, copas de plata y platos de porcelana. Cada noche encendía un gran fuego en el pozo para crear ilusión de vida y calor. A pesar de que se decía que todo aquello no era más que una treta para el beneficio de Corische, empezó a ver capas de su propia personalidad que no había visto nunca. ¿No eran el buen gusto y el estilo destrezas adquiridas que los ricos les enseñaban a sus hijos? ¿No era eso lo que siempre había creído? Antes, en la taberna con Edwan, a Teesha no le importaba nada que no fuera el calor, el amor y la amistad de los otros. Llevaba un vestido en invierno y otro en verano. ¿Por qué nunca le había importado nada de esto? ¿Por qué nunca había visto cuántas cosas más había para desear? Odiaba a Corische, pero una parte de ella apreciaba cómo su maldición le había abierto los ojos.
Corische veía con una creciente satisfacción arrogante cómo día tras día, ella se metía más y más en el papel que él esperaba de ella.
Y ella veía cómo crecía la fascinación de Rashed mientras el frío castillo se transformaba en un lugar con vida. Incluso se dio cuenta de que sacaba un cierto placer de complacerlo. Y él era el único con el que se entretenía al complacer.
A final, Corische dejó de darse cuenta de todas las cosas que ella hacía. Ella hacía lo que él quería y él apenas si lo comentaba Rashed, por el contrario, no podía esconder su creciente aprobación, lo que se dejaba ver eliminando la adusta frialdad de su rostro durante unos pocos instantes. A veces le preguntaba dónde había encontrado el último tapiz o cómo iba a utilizar un jarrón de forma extraña. Una vez le hizo un cumplido al dibujo que estaba bordando en un cojín.
Entonces, una noche, ya tarde, cuando Corische había salido, se deslizó hasta la planta de abajo y vio que Rashed estaba allí solo y no se había percatado de su presencia. En la mesa había un atado que contenía un nuevo tejido que ella había ordenado y él estaba intentando mirar dentro sin dejar rastro de que lo había inspeccionado.
Por un momento, Teesha se olvidó del lugar que Rashed ocupaba en sus todavía no terminados planes y se quedó allí hipnotizada por su extraña obsesión con las ceremonias que rodeaban a los mortales. Una olvidada suavidad la llenó por un momento mientras lo miraba. La luz del fuego casi llegaba a darle color a su rostro, y estaba tan atractivo de pie al lado de la mesa, y tan lleno de curiosidad como un niño acerca de su atado. Entonces se recordó a sí misma lo que estaba planeando y se sacudió la sensación. Debía pensar en él como en una herramienta. Él sería su instrumento, y no podía dejar que la emoción evitara que lo utilizara.
Un mes después, Corische empezó a llevar invitados al castillo, al principio solamente algún señor de un feudo vecino, y después algunos más ya que las visitas eran un éxito. Teesha podía ver que perseguía mejorar su posición social y ascender en la política mortal.
Después de que terminara el año, ella había progresado en sus estudios utilizando las cuentas de la casa que Corische había puesto a su disposición para ordenar pergaminos y libros.
Ella sola estudió historia y lenguas. Lord Corische sabía que estaba intentando mejorar y no interfería, pero tampoco se tomaba un interés activo, sino que parecía alejarse tímidamente cada vez que la veía enfrascada en algún libro. Sin embargo, Rashed aprobaba abiertamente sus esfuerzos y, para su sorpresa, le empezó a enseñar matemáticas y astronomía. No mostraba mucho interés por la mayoría de sus libros, pero aparentemente era muy culto, le enseñaba de memoria. Era lo máximo que había logrado saber de sus orígenes en algún sitio de las tierras del gran desierto a las que se refería como el Imperio Sumano. Su habilidad e interés en las actividades académicas le daban más razones para apreciar su nueva vida, ¿podía llamarla vida? Había tantísimo que aprender, estudiar y absorber, algo en lo que nunca antes había pensado. Nunca había sabido que nada existiera más allá de su mundo de nabos especiados y Edwan. Qué gracioso, qué triste.
A pesar de que Teesha estudiaba astronomía y lenguas con gran diligencia, apenas si logró saber algo acerca del resto de los miembros de aquel hogar. Conforme iba pasando el tiempo, cada vez iba siendo más difícil hablar con Parko. Por lo general, solía salir por las noche y solo aparecía cuando Corische demandaba su presencia para algo. Parecía tener un sexto sentido para saber cuándo su señor iba a solicitar su presencia. Por el contrario, Ratboy tenía la irritante manía de aparecer de repente de cualquier esquina oscura cada vez que le apetecía. Teesha lo pilló mirándola con interés en varias ocasiones, aunque se daba la vuelta y se marchaba con un enorme desinterés al ser descubierto. Siempre se mostraba educado, aunque aburrido y desinteresado, algo de lo que Teesha tomó buena nota.
A lo largo del segundo año comenzó a hacer de las visitas un evento regular en la casa, al menos una vez al mes.
El tercer año, una caravana atravesó el pueblo. Se dio mucha prisa, temprano tras el anochecer, para comprar una pieza grande de brocado burdeos oscuro y rico con hilo de plata, antes de que los vendedores cerraran sus puestos por la noche. Durante el mes siguiente estuvo trabajando en secreto para coserle a Rashed una exquisita guerrera. La terminó una noche temprano y se sentó a esperarlo en la sala principal, sabiendo que en algún momento se quedaría solo, como siempre.
--Toma --le dijo--. He pensado que no te vendría mal algo nuevo en tu limitado guardarropa.
No le respondió cuando ella le tendió el atado. Lo cogió con un muy leve gesto de desconcierto en su ceja izquierda y, sin perder el tiempo, desató el paño de muselina para desvelar la guerrera.
Rashed miró a Teesha con rapidez, y después volvió a mirar la guerrera, deteniéndose en ella un buen rato. No le dijo nada cuando se dio la vuelta, pero le temblaban un poco las manos mientras la doblaba con sumo cuidado y la volvía a envolver en el paño de muselina para dirigirse a su habitación. Hasta mucho después aquel mismo año, Teesha no se dio cuenta de la razón por la que no se la había puesto inmediatamente. Solo se la ponía en las excepcionales ocasiones en las que se esperaba que tuviera su mejor apariencia para los invitados, y cuando así lo hacía mostraba un cuidado extremo en que nada le causara ni la más mínima mancha o daño al delicado tejido.
Sin embargo, aquella noche Teesha se sintió satisfecha cuando Rashed desapareció pasillo abajo con su regalo en las manos. Él se creía muy reservado, pero para ella era tan fácil leerle el pensamiento.
Se dijo a sí misma que el regalo no era más que otro medio de tenerlo aún más de su parte. Pero parecía haberle gustado mucho, ¿verdad?
Le llevó un momento, distraída como estaba con Rashed, darse cuenta de que unos ojos la estaban vigilando. Giró la cabeza con cuidado con la esperanza de ver a Ratboy espiando desde la esquina otra vez, pero no podía estar más equivocada.
La visión hubiera hecho que cualquiera, incluidos los invitados que habitaban su misma casa en aquel momento diera un salto para retroceder, pero no Teesha. Se quedó helada, incapaz de hablar, y puede que por un momento tuviera miedo. Su mirada se tornó triste y desamparada como si le hubieran vuelto a romper el corazón. No derramó lágrima alguna, ya que los muertos no tenían la capacidad de llorar. Intentó hablar tres veces, pero no lo consiguió y caminó torpemente hasta el centro de la habitación donde se detuvo en seco.
Por fin una sonrisa asomó a sus labios.
Edwan estaba al pie de la escalera en su espantosa forma transparente.
Puede que hubiera estado viviendo una pesadilla durante tanto tiempo que el hecho de ver el fantasma de su difunto marido no le resultó traumático en absoluto. Puede que la muerte le resultara algo tan íntimo que no le repugnara su rostro. Su sonrisa se hizo más grande y cortó en seco una risa de alivio.
--¿Cuánto tiempo llevas aquí? --le preguntó.
--Desde... el principio --dijo Edwan, a pesar de que el movimiento de sus labios torcidos hablando desde la cabeza parcialmente seccionada y apoyada en su hombro no coincidiera con el sonido--. Vi... lo que te hizo.
La sonrisa de Teesha desapareció.
--¿Y me dejaste sola?
El lenguaje parecía costarle mucho trabajo, pero Teesha todavía podía leer en su rostro, familiar a pesar de lo pálido y falto de sangre que estaba.
--No has estado sola --le dijo con tono casi petulante, su habla se hacía cada vez más clara--. Me daba miedo dejarme ver. Vivo en el momento de mi muerte. --Giró todo su cuerpo, ya que no podía girar la cabeza y era la única manera de apartar sus ojos, que estaba cerrando, de ella.
Teesha se acercó a él mientras miraba a su alrededor rápidamente para comprobar que no hubiera nadie que los estuviera mirando. Alargó la mano para tocarlo, pero su mano lo atravesó sin la más mínima sensación en su piel. Edwan abrió los ojos.
--Para mí eres hermoso --le dijo, y de verdad lo sentía.
--Entonces vete de este sitio. Estoy unido a ti, y si te vas puedo seguirte.
Teesha estaba atónita.
--Edwan, no me puedo ir, estoy atada a mi señor.
--¿Por eso es por lo que has cambiado? ¿Por lo que te esfuerzas en arreglarte y en arreglar este sitio para él?
Por un momento, Teesha pensó que hablaba de Corische, y entonces captó un leve movimiento de los ojos de Edwan hacia donde antes había estado Rashed hacía solo un momento. No era capaz de encontrar manera alguna para hacerle entender que los años habían pasado. No había mucho tiempo antes de que viniera alguien y lo descubriera, por lo que lo reconfortó con palabras suaves.
--Seremos libres, mi Edwan. Lo he planeado todo.
Pasó otro año más. A veces Teesha podía sentir a Edwan cerca, incluso cuando había otros presentes. Ninguno de ellos parecía darse cuenta de la presencia del espíritu, solo ella. Teesha estudiaba mucho y no dejaba pasar la oportunidad de hacer algo amable por Rashed.
Compró unas planchas especiales para calentarlas y hacerse rizos elaborados antes de recogerse el cabello. Sus vestidos se hicieron más oscuros y más sencillos pero a la vez más elegantes. Alguna vez Rashed llamaba a su puerta y la encontraba arreglándose o probándose algún vestido nuevo. Después de que se hubiera marchado, Edwan solía aparecer en estado de agitación muy poco disimulado y Teesha le hacía un pequeño desfile y le contaba lo mucho que había trabajado y lo poco que quedaba para que se marcharan de allí. No se permitía a sí misma regocijarse en el hecho de que la opinión de Rashed era la única que le importaba en cuanto a sus vestidos.
Durante aquella fase, no tuvo mucha relación con el señor.
Nunca la tocó y rara vez buscaba estar en su compañía a no ser que tuvieran visita. Incluso dejó de deleitarse con su obediencia y sencillamente la daba por hecha, como hacía con Rashed. Entonces, una noche, Corische invitó a seis señores del sur de Stravina a tomar faisán asado y vino añejo.
Tanto Corische como Teesha había aprendido muy bien a hacer como que comían. Consumir comida no era imposible para los muertos. Sencillamente no les aportaba nada sustancial, y solo la comida cruda, en particular las frutas frescas, tenían algún sabor para ellos. La carne cocinada estaba desabrida y les era casi repugnante.
El vino por lo menos era tolerable, a veces incluso placentero.
Mientras Corische intentaba atraer la atención de uno de los nobles; hacia un exquisito tapiz que Teesha había ordenado de Belaski, ella lo interrumpió con mucha educación y le hizo una pregunta al caballero. La hizo en la antigua y poco conocida lengua straviniana, que solo hablaban unos cuantos nobles que tenían mucho tiempo libre y una opinión de su linaje demasiado elevada. Le era muy fácil captar los pensamientos superficiales de la mente del noble para perfeccionar su acento para cuando hubo terminado la primera frase.
El noble le sonrió encantado a la vez que dejaba su vaso en la mesa para responderle. Todos los presentes en la mesa de repente comenzaron a conversar ávidamente en la lengua casi muerta, todos menos, por supuesto, Lord Corische. Al principio permaneció allí sentado con una incomodidad media, puede que un poco nervioso por no tener ni la menor idea acerca de lo que se estaba diciendo a su alrededor, pero entonces Teesha le interceptó la mirada.
Teesha lo miró con todo el desdén que había amasado a lo largo de los años que había pasado con él y lo sacó todo por los ojos para que le cayera encima como un torrente.
Corische por fin lo entendió y su incomodidad se transformó en una ira apenas contenida. Teesha sintió el primer mordisco de satisfacción, una mezcla única de triunfo y venganza. La culminación de su plan estaba ya muy cerca.
Poco antes del amanecer, después de que todos los invitados estuvieran en la cama, para su seguridad, Corische la encontró al lado del fuego. Últimamente el noble había comenzado a vestirse de la misma manera que Rashed y llevaba unos bombachos bien cosidos y una guerrera naranja oscuro; había abandonado la cota de malla.
--No debes olvidar tu lugar, mi señora --dijo con sarcasmo--. Me he disgustado mucho en la cena.
--¿De verdad? --Teesha levantó unas cejas perfectamente depiladas y observó como Corische miraba su escotado camisón negro y su pelo color chocolate recogido en una trenza--. Eso es porque no eres un noble y no pudiste compartir nuestra conversación.
Ni siquiera eres antiguo. --Teesha mantuvo un tono uniforme y educado--. Sé que Rashed cree que eres viejo, pero es muy fácil engañar a alguien que tiene tan buen corazón. ¿Qué fuiste en vida, mi señor? ¿Un mercenario? ¿Un guardia de caravanas? ¿Cómo escapaste de tu propio señor?
Su provocación logró dar en el blanco, y Corische dio un paso atrás y dijo con voz iracunda:
--No osarás hablarme en ese tono.
--Sí, mi señor.
Teesha no podía desobedecerlo, pero a partir de entonces, iba a despreciarlo abiertamente.
A Corische le llevó algo más de tiempo darse cuenta de aquello en lo que se había convertido Teesha, y por ello, empezó a perder la satisfacción. Más a menudo de lo que era deseable, la frustración que sentía hacía que se comportara como un matón sin modales. Teesha, ya una noble en todo lo que importaba en aquel momento, hacía que él pareciera ordinario, tosco y de baja categoría cuando se los veía juntos. Por mucho que se esforzaba, no lograba ponerse al nivel al que ella había llegado tras varios años de entrenarse, mientras él desempeñaba su cargo como un soldado sin educación. Corische reaccionaba con ira y la amenazaba hasta que la sometía, cosa que ella hacía a la perfección ya que sabía que eso lo calentaba todavía más. Si ella se transformara y volviera a vestirse y actuar como Teesha la tabernera, ¿cómo reaccionarían sus conocidos? Ella era lo único que tenía para mantener su posición en la sociedad.
Corische cambió de táctica y comenzó desde cero. Primero vinieron los halagos susurrados al oído en fiestas a la vista de los invitados, así todos veían su entusiasmo y la repulsión de ella, mezclada con un buen toque de miedo. Después llegaron los regalos, como un collar de perlas con forma de pétalos que le regaló en una fiesta de vacaciones que dio un señor vecino. Teesha hizo un gesto de dolor y se estremeció cuando él se lo puso alrededor del cuello, sus ojos parecían los de una liebre que escapa de su cazador. Y por fin, y una sola vez, Corische intentó confesarle, en privado, lo mucho que se había encariñado con ella y lo mucho que la admiraba, pero ella le respondió con expresión fría y plana.
Corische empezó a salir a largas cacerías, a veces permanecía fuera toda la noche y regresaba a casa al romper el alba.
Si Teesha sentía la menor tristeza por su existencia, solo le concernía a Edwan, quien observaba desde algún lugar sin que lo vieran. Pero Teesha escondía muy bien sus sentimientos, sobre todo cuando empezó a jugar en serio con Rashed.
Para entonces, no era ningún secreto para nadie del castillo que Rashed la adoraba como un caballero. A pesar de las desapasionadas maneras de él, Teesha lo había logrado. Le cosía ropas de buena calidad, lo reconfortaba con palabras amables y se ocupaba de labores más mundanas como de su ropa sucia. Teesha se ocupaba de poner las necesidades de Rashed primero. Para dar un paso más en el proceso, empezó a hablar con él cuando se estaba ocupando de las cuentas y le ponía una de sus pequeñas manos en el hombro mientras le hablaba. Como siempre, intentaba no pensar en lo firmes que sentía los músculos de sus hombros y se recordaba a sí misma que no era más que una herramienta. Cuando Teesha se quedaba sola de nuevo, Edwan aparecía en la habitación, al borde de la desesperación.
--¿Por qué haces esto?
--¿Hacer el qué?
--Seducir al hombre del desierto.
--Lo necesitamos, Edwan. --Hablaba con calma y sin emoción, sin ira o pena--. ¿Puedo yo clavarle una estaca en el corazón a Corische? ¿Puedes tú? ¿Puedes levantar la barra de las puertas?
Su marido gimió y se desvaneció en un destello. Ella sentía causarle dolor, pero la situación así lo pedía. Necesitaban a Rashed.
La noche siguiente, su señor se levantó y abandonó la casa en cuanto el sol se hubo ocultado por completo. Teesha se sentó al lado del fuego y se puso a coser. Cuando Rashed entró en la sala, ella le sonrió. Él asintió con la cabeza, se dio la vuelta para marcharse, pero se detuvo.
--¿Qué haces? --le preguntó Rashed.
--Coso un camino de mesa.
Rashed negó con la cabeza a la vez que se acercó para colocarse frente a ella, sabía que ella entendía muy bien lo que quería decirle.
--Sé que desprecias a Corische. Pero hay aspectos suyos que no conoces. Es glorioso en la batalla. Ahí es donde reside su poder.
--¿Es por eso que lo seguiste?
Rashed la miró, por fin podía tener alguna sospecha.
--¿De verdad que quieres oír esto? Pensaba que el pasado te importaba bien poco.
--Determinados aspectos del pasado son bastante importantes para mí. Me gustaría saber cómo alguien como tú se convirtió en el esclavo de una criatura de poca categoría, que no es merecedor ni de arrodillarse a tus pies.
Sorprendido por la crudeza de las palabras de Teesha, Rashed se paseó un momento, su cara mostraba su perplejidad.
--Yo estaba luchando al oeste de Il'Mauy Meyauh, uno de los reinos del Imperio Sumano, al otro lado del mar. Mi gente estaba en guerra con un grupo de las tribus libres del desierto. No sé de dónde vino Corische, solo sé que su propio maestro murió por accidente durante un incendio. En aquel momento no lo entendí, pero ahora me pregunto cómo uno de los nuestros puede sufrir un accidente. Una vez libre, Corische quiso asegurarse a sí mismo haciéndose con un grupo de sirvientes. Fue muy cuidadoso y solo eligió a hombres muy fáciles de controlar, como Ratboy... y Parko, mi hermano.
» Una noche, Parko desapareció de nuestro campamento. Le seguí la pista y llegué hasta Corische. Luchamos. Incluso como un simple mortal hice que se ganara su victoria. Al final, me atravesó el corazón. Mientras me estaba desangrando hasta morir, me hizo una oferta. En aquel momento, en lo único en que podía pensar era en que Parko no iba a poder salir adelante sin mí. Un pensamiento estúpido y extraño. Cuando me desperté, ya era uno más de los sirvientes de Corische. Se apoderó de mi herencia y nos obligó a viajar hacia el norte. Cruzamos el mar hasta Belaski. En Stravina se hizo vasallo de un poderoso señor feudal mortal. El señor y yo nos distinguimos en la batalla para él. En unos escasos cinco años nos mandaron aquí, al castillo de Gäestev. Después de la calidez del sur, este sitio era como una cárcel helada hasta que...
--¿Hasta que vine yo y lo dejé bonito? --Teesha le terminó la frase casi con picardía.
Rashed asintió en silencio.
Teesha pudo observar cómo Rashed volvía a caer en el alivio que había ido ganado según ella iba haciendo cambios en el castillo, pero esta vez ella no le iba a permitir ese descanso.
--Este no es nuestro hogar --siseó Teesha, y Rashed dio un paso atrás sorprendido por el cambio de tono--. No importa cuántos cambios haya hecho yo a este sitio, sigue siendo su hogar. Nosotros apenas si existimos aquí. ¡Y eso es todo lo que jamás tendremos!
Rashed la miró durante un tiempo más largo que cualquier silencio que Teesha pudiera recordar ente dos personas. Sus ojos ya no tenían ni rastro de sospecha. Rashed estaba confuso y los deseos que Teesha había estado alimentando lentamente empezaron a aflorar.
--¿Qué querrías que hiciéramos? --le preguntó por fin.
--Marcharnos. Irnos al suroeste a la costa y crear nuestro propio hogar.
--Ya sabes que no podemos --le dijo Rashed con suavidad--.
Siempre será nuestro señor.
--No si está muerto... muerto por fin.
Entonces fue el turno de Rashed para cambiar su conducta, su voz se tornó fría, muy baja, casi feroz.
--No digas esas cosas. --Se dejó caer en el banco sin apartar los ojos de ella. Pero cambió la mirada y la paseó por todo su entorno como si esperara que Corische apareciera por la puerta en cualquier momento.
--¿Por qué no? Es verdad --le espetó Teesha--. Tú le sirves, pero yo veo la ira que hay bajo esa máscara de frialdad que llevas. Le compraste el ascenso al poder con el dinero de tu familia y tus propias habilidades. Y todavía te trata, nos trata a todos, como si fuéramos una propiedad, nada más que eso, y nunca podremos escapar hasta que él se haya ido. --Teesha se deslizó del banco hacia el suelo, se puso de rodillas, le tocó una pierna y bajó la voz al mismo tono que la de Rashed--. Si me quedo mucho más tiempo con él, encontraré la manera de poner fin a mi existencia.
Rashed se echó hacia atrás, pero siguió con la mirada fija en ella.
--Si él se fuera, ¿te irías de aquí y vendrías conmigo?
--Sí, y nos llevaríamos a Ratboy y a Parko. Podríamos formar nuestro propio hogar.
Rashed por fin se puso en pie, se separó de ella y caminó hacia la pesada puerta principal. Se detuvo y se dio media vuelta, pero no la miró. Tenía la mandíbula en tensión.
--No, no es posible. --Abrió la puerta con las dos manos--. No hables de esto nunca más.
Sin embargo, las semillas estaban bien plantadas. Teesha alternaba el trato amable con el cruel hacía Corische y se las ingeniaba para que pasara más tiempo allí. A veces lo halagaba y él creía todas y cada una de sus palabras. Otras veces, siempre sin que Rashed estuviera presente, en voz baja lo insultaba y hacía crueles conjeturas acerca de lo bajo de su nacimiento. Cada día se comportaba más y más como un tonto guiado por el deseo, se tenía que controlar mucho para no emprenderla a golpes con ella, retrocedía y buscaba alguna nueva manera de conseguir su aprobación. Ella se había convertido en la señora y él en el esclavo, y ella lo despreciaba aún más por ello.
Puede que Corische no dejara salir toda su ira con Teesha, pero de todas maneras le quemaba por dentro. En un ataque de ira y frustración, una noche le arrancó el mango a una escoba y azotó a Parko con él. Tal acción nunca podría haber causado daño alguno a ninguno de ellos, pero Rashed fue corriendo a ver por qué su hermano gritaba con terror. No interfirió, pero Teesha pudo ver nubes más oscuras que la mera desaprobación cruzar por el rostro del guerrero del desierto.
A cada oportunidad que tenía, Teesha llevaba a Corische a la desesperación, especialmente cuando Rashed estaba cerca para poder hacer quedar a su señor como un mezquino maltratador, que también lo era, y a Ratboy, a Parko y a ella misma como las víctimas.
La expresión de Rashed se tornaba más adusta cada noche. Teesha compró una pintura del mar y la costa y la colgó sobre el pozo del fuego como un recordatorio nada sutil, algo que Corische no podría entender. Se las ingeniaba para llamar la atención de Rashed hacia el cuadro cada vez que podía. Era grande y estaba muy bien realizado, la pintura con sus olas altas y rizadas era una imagen física de lo que ellos no tenían, la libertad de marcharse y ver lugares nuevos. Por fin llegó una noche en la que Teesha sabía que Rashed estaba al límite.
Intentó entablar conversación con él en varias ocasiones, pero se negaba a responder. Era hora de dar el último paso. Y Teesha esperó a la noche siguiente, cuando los cinco apenas si acababan de levantarse después del atardecer.
Estaban reunidos en la sala principal, ocupados con actividades mundanas, cuando Teesha se inclinó sobre el oído de Corische y le susurró:
--Creo que me encontré a tu madre hace un par de noches. Era una bruja gitana que trabajaba en una caravana y se vendía por dos monedas de cobre a los hombres.
Todas sus otras pullas habían sido cruelmente selectas, copiadas de los modales con los que había visto que insultaban los nobles a los que pertenecían a clases más bajas, y había jugado con ellos con exquisito cuidado, de manera que el ego de Corische pudiera contemplarlos como posibles provocaciones en lugar de comentarios desdeñosos. Pero aquel comentario era un pulla subida de tono, de las que nunca habían salido de sus labios.
Las aletas de la nariz de Corische se ensancharon y por un momento se quedó totalmente inmóvil. La golpeó en la cara con la fuerza suficiente como para tirarla del banco del pozo del fuego y aplastar su pequeño cuerpo contra la pared de piedra. Teesha hizo un gesto de dolor. Le palpitaba la cabeza y parecía como si la habitación se oscureciera. Un momento, un mero abrir y cerrar de ojos, se extendía tanto que era incapaz de medirlo. Todo lo que podía oír en la oscuridad en la que se encontraba sumido el interior de su cabeza era un zumbido que no dejaba de sonarle en los oídos. Nadie dijo una palabra. Se había equivocado al juzgar el humor de Rashed. Ya no iba a poder jugar con Corische de la misma manera, no después de lo que acababa de hacer.
Por fin, parte de la oscuridad se aclaró. Corische estaba en pie junto al banco, su brazo todavía se balanceaba. Detrás de él, Rashed estaba inclinado sobre la mesa de madera de roble. Tenía el rostro desfigurado por la rabia, la boca abierta con los colmillos visibles y un fiero aullido salió de lo más profundo de su garganta. Su mano derecha bajó, hasta coger la empuñadura de la espada envainada de Corische que estaba sobre la mesa.
Corische se dio la vuelta al oír el grito de ira detrás de él. Sus ojos no se agrandaron por la sorpresa, por el contrario se estrecharon como los de un perro enfadado al ser acorralado en un callejón. Con la boca abierta, su voz comenzó a dar una orden a la que Rashed no podría negarse.
Rashed echó su brazo hacia atrás y movió la muñeca a escondidas. La funda de la espada se escurrió de esta con el movimiento y antes de que se hubiera desprendido de la punta de la espada, ya estaba siendo blandida hacia delante.
Teesha pudo oír el sonido de algo crujiente, que se produjo cuando la espada le cortó el cuello a Corische. Su cabeza rebotó sobre el manto del pozo del fuego y un chorro de líquido negro salpicó las paredes.
La funda de la espada cayó al suelo por fin.
Teesha se agachó contra la pared. Rashed aterrizó junto a la mesa mientras el cuerpo de Corische se desplomaba donde estaba.
La cabeza rodó por el suelo hasta que rebotó en el pie de Ratboy.
Teesha parpadeó de nuevo. Ese fue el tiempo que tardó todo en suceder.
Después de años y años de preparación escena por escena, todo había cambiado en un instante. Teesha observó el líquido casi negro, demasiado oscuro para ser sangre viva, que salía del cuello del cuerpo y se derramaba sobre las piedras cubiertas de paja. Ese fue todo el movimiento que se produjo en la habitación.
Parko fue el primero en romper la quietud. Se reía en silencio, nervioso, después saltó por el suelo como un gato para ponerse en cuclillas junto al cuerpo, lo olió. Se rió histérico.
Ratboy empezó a tartamudear:
--Tú... lo has matado.
Toda la ira de Rashed había desaparecido. Permaneció allí de pie pálido, con la espada colgando en la mano, miraba al cuerpo sin cabeza. Su rostro estaba blanco como la nieve. Después levantó la mirada y se encontró con que Teesha lo estaba observado.
Ella no iba a dejar que ahora se le escapara y se retractara de lo que había hecho.
--¿Lo sientes? --le preguntó Teesha, en tono casi acusador--.
¿Te arrepientes de esto?
--Es demasiado tarde para eso, ya --le respondió Rashed. Dejó caer la espada al suelo con el consiguiente ruido metálico contra la piedra y con las dos manos ayudó a Teesha a que se pusiera en pie con suavidad. Ella no dijo nada, pero mantuvo su mirada fija en la de él, como si no le hubiera contestado. Algo de su ira volvió a su rostro y tensó la mandíbula.
--No, no lo siento --añadió.
Teesha se cogió a los antebrazos de Rashed, o todo lo que pudieron sus pequeñas manos. Creyó ver la forma nebulosa de Edwan por encima del hombro de Rashed, inmóvil en el aire sobre las vigas.
--Somos libres --susurró Teesha.
Ella no había fallado. Corische estaba muerto y ellos ya no tenían señor. Eran libres. La alegría recorrió todo su cuerpo y le entraron ganas de reírse, pero entró en razón cuando Rashed se separó de ella.
Alargó los brazos y bajó el cuadro de la costa de la pared.
--Que todo el mundo coja lo que quiera llevar consigo. Nos iremos esta noche.
--¿Irnos? --farfulló Ratboy indignado. Seguía de pie tan atontado como antes y no dejaba de mirar el cuerpo decapitado de Corische--.
¿De qué estás hablando? ¿A dónde vamos a ir?
Teesha se acercó a Ratboy con una sonrisa en los labios, todavía algo insegura sobre si sus piernas aguantarían su peso.
Ratboy la miró con sus enormes ojos marrones abiertos de par en par.
Con un suave toque lo empujó hacia las escaleras que llevaban a sus habitaciones por última vez.
--Al mar.
* * *
Èdwan desapareció de la mente de Teesha, de los recuerdos que él ya no podía revivir. En el silencio, ninguno de los dos oía siquiera cómo las olas rompían en la orilla de Miiska.
--¿Por qué? --le preguntó, su vacía voz angustiada--. ¿Por qué me enseñas estas visiones tan horribles? Retrocede a antes de eso...
a la taberna.
--No.
--Al día en que nos conocimos, a la primera vez que...
--No, amor mío. --Teesha negó con la cabeza--. Para entender dónde estás, tienes que ver dónde has estado, y no solo las partes bonitas y agradables.
--¡Estoy en tormento! --gritó Edwan, sacándola totalmente del pasado y trayéndola al presente.
--Mi amor --le susurró ella, arrepentida por el dolor que sentía él--. Caminemos por las calles oscuras y hagamos como si estuviéramos en las tierras del norte y fuéramos niños de nuevo, en aquellos días lejanos.
--Sí --él se acercó, aplacado de inmediato y ella alargo su mano para tomar la de él. A pesar de que Teesha no podía cogérsela, la fría nebulosa que era él le rodeó sus finos y estilizados dedos.
* * *
Ratboy observaba a una chica que dormía a través de las contraventanas sueltas de una casita, tenía su largo cabello negro extendido por la almohada, respiraba suavemente y de manera regular. No se parecía en nada a la chica a la que le desgarró el cuello y dejó seca un par de noches atrás, pero con solo recordarlo volvía a sentir el sabor de la sangre en su boca. Y el mercader de la carretera, había sido tan fácil.
¿Quién había hecho aquellas absurdas reglas de que matar mortales no estaba permitido? ¿Acaso todos los de su especie cumplían tal norma? Parko no lo había hecho.
Primero había estado Corische con sus estrictas reglas, que deseaba tener poder y nobleza entre los mortales. Ahora tenían a Rashed que dominaba todos y cada uno de los aspectos de sus existencias. Rashed con su asqueroso sentido del honor, su obsesión con la seguridad y las trampas de los mortales. ¿No eran acaso muertos nobles? ¿No era eso suficiente? Ningún no muerto que estuviera en sus cabales desearía ser un señor mortal o ser el dueño de un almacén y ganarse la vida como los mortales. Últimamente Ratboy había empezado a sospechar que Corische y Rashed eran los locos, los retorcidos y no él ni Parko.
La chica se dio la vuelta en sus sueños y levantó un adorable brazo bronceado y lo dejó sobre su rostro. El movimiento hizo que Ratboy se pusiera en tensión al oler la cálida sangre que corría bajo su piel.
--¿Qué estás mirando cariño mío? --le dijo una voz tranquila a su lado.
Ratboy no saltó, ni siquiera se giró a mirar. Solo se trataba de Teesha. Señaló a través de la ventana.
--A ella.
--No es inteligente alimentarse en sus propias casas. Ya lo sabes.
--Sé muchas cosas. De lo que no estoy seguro es de si todavía estoy de acuerdo o no.
Teesha levantó la mano y le acarició la parte de atrás del pelo.
-- Schhhh --le susurró--. No queda mucho para el amanecer. Ven conmigo y encontremos una presa fácil. Debes pensar en nuestro hogar. Debes pensar en mí.
Ratboy cerró los ojos al sentir su mano y se alejó de la ventana.
Sí, tendría cuidado por ella. Pero, cuando giraron para bajar la calle, él todavía se acordaba de la chica bronceada que dormía.