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Magiere tuvo su primera impresión de Miiska a última hora de aquella mañana y sintió una punzada de incertidumbre. Había depositado literalmente todo lo que tenía en encontrar la paz en aquel pequeño pueblo porteño, y los sueños que se tenían alrededor de la hoguera de un campamento eran muy a menudo un grito de la realidad.

Leesil no mostraba ninguna aprensión similar.

--Por fin --dijo y apretó el paso hasta adelantarla a ella--. Venga.

Como él, Magiere se había encariñado del aire limpio y salado.

Pero a diferencia de él, ella no era capaz de expresar tal apreciación.

Su costumbre de decir exactamente lo que se le pasaba por la cabeza con frecuencia la confundía, pero entonces se apresuró a seguirlo y sacudió la brida del asno. Estaba contenta de la abierta curiosidad que Leesil manifestaba. Puede que eso hiciera que las cosas fueran más fáciles.

Chap ya no iba en el carro, sino que trotaba al lado de Leesil con la cabeza bien alta como si supiera bien a donde se dirigía, como un perro que regresara a casa después de su carrera matinal. Después de tantos años de intentar encajar todas las piezas de su juego de

«cazadora de los muertos», Magiere se dio cuenta de cuán peculiar parecía el trío. Se preguntaba qué pensarían de ellos los habitantes del pueblo.

--Desearía que nos hubiéramos podido asear antes de llegar

--dijo Magiere.

--Estás bien --le contestó Leesil, sonaba ridículo con su camisa raída, enorme y por fuera de los sucios bombachos. No se había molestado ni en ponerse un pañuelo ni en recogerse el pelo de manera que los laterales de la coleta le taparan las puntas de las orejas. Puede que en aquel momento en el que llegaba a su nuevo hogar, ya no viera la necesidad de no desentonar con los demás.

La distancia que los separaba del pueblo disminuyó a gran velocidad, hasta que Magiere sintió como si hubiera pasado una frontera invisible para entrar en sus dominios.

La gente iba y venía afanosa por la calle principal, donde se abría en un pequeño mercado cerca del extremo del pueblo. Olía a leche caliente, estiércol de caballo, sudor y sobre todo a pescado.

Todos esos aromas la asaltaron cuando pasó el primer grupo de puestos y tenderetes de vendedores ambulantes. Un fabricante de velas medía el tinte que estaba añadiendo en un cuenco de cera fundida. Muy cerca, un propietario de un tenderete de modas estaba vaciando un carro y colgaba unas telas cuyo estampado habría provocado ataques a un arlequín. De más allá de los edificios, hacia los muelles, vino un silbido y la voz del supervisor que azuzaba a los trabajadores del muelle a que se movieran y vaciaran algún barco recién llegado. Además, por supuesto, estaban los pescaderos, cada uno trataba de gritar más alto que los demás para vender su pescado fresco, seco, curado o ahumado. Este no era un pueblecillo de interior lleno de supersticiosos, sino una comunidad bulliciosa.

--No está mal --sonrió Leesil a la vez que miraba como un carro cargado de barriles de vino se acercaba a un almacén--. Me podría acostumbrar a esto.

A su derecha, pasaron por delante de una pequeña taberna en la que una corpulenta mujer estaba barriendo los despojos de la noche anterior de su puerta. Por su apariencia y la situación que tenía en el pueblo, Magiere sabía que no era la que ella había comprado, pero dudó un momento y se preguntó si tendría que tirar de Leesil antes de que se colara por la puerta abierta.

Incluso en plena actividad, la gente volvía la cabeza para mirarlos. Magiere mantuvo la espalda recta y su paso estable. Los recién llegados serían frecuentes en un pueblo porteño. Sin embargo, solo una o dos personas llevaban armas visibles y en ese momento deseó haber guardado su cimitarra en el carro. Con un poco de suerte, allí no le sería necesaria.

El aroma de pan recién hecho captó su atención y su mirada no dejó de buscar la procedencia. Caminó hasta una mesa situada delante de una pequeña casita. A través de una ventana sin contraventanas pudo ver unos hornos de arcilla y se dio cuenta de que era una tahona.

--Una hogaza de selva negra y una hogaza de centeno --le dijo Magiere a un hombre relleno y calvo que llevaba un mandil.

El hombre dudó y Magiere se dio cuenta inmediatamente del aspecto que debía de tener con la armadura y la espada. Se hizo un silencio incómodo.

--¿Tiene panecillos dulces? --le sonrió Leesil a la vez que se acercaba a la mesa y lo examinó todo--. Tengo tanta hambre que le podría dejar esto limpio.

El hombre abrió un poco los ojos al ver lo altas que eran las cejas de Leesil, sus orejas puntiagudas y su pelo rubio platino. La sonrisa de Leesil era contagiosa. Podía parecer la persona más despreocupada e inofensiva. Magiere lo sabía. También sabía cuándo no debía interferir en la influencia que Leesil ejercía sobre la gente.

--Tengo unos pastelillos de crema dentro --le sugirió el hombre.

--¿Pastelillos de crema? --Leesil dejó escapar un grito ahogado extático--. ¡Tráigame tres antes de que caiga rendido a sus pies!

El hombre desfrunció el ceño, le sonrió por sus dramáticos gestos y desapareció por la puerta de la tahona mientras se reía entre dientes.

--Estarías perdida sin mí --le susurró Leesil a su compañera, claramente satisfecho consigo mismo.

--Siempre te crees eso --dijo Magiere en voz baja, pero en su interior estaba aliviada.

Cuando el hombre regresó, Leesil le hizo una reverencia a los pastelillos y le dio uno a Chap, que se lo tragó de una vez. Cuando la cara del hombre se quedó planchada por la indignación, Leesil se dio cuenta del error que había cometido y lo encubrió de manera educada sin darle mayor importancia.

--Es uno más de la familia. Le encanta la crema y... --Leesil le guiñó un ojo al hombre-- solo le doy lo mejor. Dígame, ¿sabe dónde podemos encontrar al agente Ellinwood, el alguacil del pueblo?

--¿El agente Ellinwood? --le preguntó el hombre, a la vez que se secaba las manos en el delantal y una expresión de preocupación asomaba a su rostro--. ¿Hay algún problema?

--¿Problema? --Leesil puso voz de sorprendido--. No, hemos adquirido una taberna aquí en el pueblo, cerca del muelle.

Necesitamos presentarle la escritura de la propiedad y encontrar su ubicación.

--Una taberna... ¿cerca de los muelles? ¡Ah! Han comprado el sitio del viejo Dunction. ¿Por qué no lo dijo antes? --El hombre de cara redonda llamó a un chaval de cara limpia que estaba cortando leña en la esquina de la tahona--. Geoffry, corre y busca al agente. Debe de estar almorzando con Martha a esta hora. Dile que los tipos que compraron lo de Dunction están aquí. --Entonces volvió a dirigirse a Leesil-- Vengan, vengan --les hizo un gesto con la mano--. Soy Karlin.

Tengo unas cuantas mesas al otro lado, así pueden sentarse a terminarse los pastelillos. El agente vendrá en un momento.

Magiere los siguió en silencio, se sentía a la vez avergonzada y aliviada de cómo Leesil estaba manejando la situación. Ella se habría ido a buscar la taberna ella sola, por su cuenta, y le habría echado un vistazo en privado antes de ocuparse de las formalidades, pero las cosas iban bastante bien. Al encontrarse frente al pan recién hecho y estar cómodamente sentada se dio cuenta de que tenía más hambre de lo que creía. Un momento después, Leesil estaba sentado con ella y mojaba trozos de pan de centeno en un cuenco de miel que el hombre le había llevado. Estaban esperando a que la autoridad adecuada se dirigiera a ella. Su aprensión se dispersó un poquito, ya que estaban algo lejos de la calle principal, protegidos de las miradas curiosas de los habitantes del lugar.

--No creo que en este pueblo vean a muchos visitantes que vengan por la carretera --comentó.

Leesil asintió.

--Deberías haber guardado esa cimitarra.

Magiere lo miró, pero no dijo nada. Era muy posible que él fuera armado hasta los dientes con esos cuchillos pequeñitos que eran más fáciles de esconder entre las ropas.

A pesar de lo nerviosa que estaba, a Magiere le gustó la apariencia que daba el bullicio y negocio constante a su alrededor.

Aquella gente parecía vivir con más propósitos en la vida que protegerse de sus supersticiones. Tenían asuntos de los que ocuparse, con familia y amigos a su alrededor que no se vigilaban los unos a los otros a la espera de que alguna maldición saliera de su propia imaginación. Puede que nunca llegara a conocer a ninguno de ellos, pero serían sus clientes y había tomado la decisión de no depreciarlos.

Esa determinación se tambaleó cuando el joven Geoffry, el hijo del dueño de la tahona, regresó a toda carrera seguido de un hombre de colosales dimensiones que se paseaba entre la gente como si todos y cada uno de los habitantes del pueblo fueran sus sirvientes.

En cuanto lo vio, una gran sensación de desagrado se le instaló en el estómago a Magiere. Estaba a punto de mojar un pellizco de pan en la miel y lo dejó sobre la mesa. Ya había visto antes a más gente de su clase.

El hombre llevaba una guerrera de brocado morado con un fajín verde botella y un sombrero a juego adornado con una pluma blanca.

A pesar de que su atuendo debía de costar lo que Magiere sacaba en tres pueblos, el fajín no hacía más que acentuar la magnitud de su protuberante barriga, en lugar de hacerlo parecer distinguido. Parecía una uva que se había dejado madurar demasiado tiempo en la vid. Su rostro estaba lleno de una dureza forzada, como la de los que se toman su posición muy en serio, pero no así sus deberes. Ese debía de ser el agente Ellinwood.

Karlin, el panadero, con mucho respeto lo condujo hasta la mesa en la que estaba sentada Magiere y el desagrado que esta sentía creció. El agente Ellinwood tenía un semblante adusto y carnoso y unos ojos pequeños, como los de los cerdos, que sugerían que creía que grandes cantidades de cerveza gratis y el ir desplumando a los habitantes del pueblo eran su pleno derecho y obligación. Magiere dudaba mucho de que hubiera comprado aquella guerrera de tela doble con su propio salario, por lo que ella sabía de lo que se cobraba en esos puestos.

Para sus adentros, Magiere se dio cuenta de lo hipócrita que era su desdén. Sin embargo, a pesar de que ella y Leesil pudieran haber hecho cosas peores en su momento, ellos daban un único golpe por pueblo y enseguida se iban al siguiente. No se quedaban en el mismo pueblo para seguir drenándolo como una sanguijuela glotona.

Karlin, por el contrario, parecía alegrarse y hasta estar agradecido por la presencia del agente y comenzó a hacer las presentaciones.

--Esta es la gente --dijo Karlin. Magiere se dio cuenta de cuánto brillaba de salud la piel del agente.

--¿Usted compró lo de Dunction? --le preguntó Ellinwood a Leesil mientras repetía lo que le habían dicho.

--No sé de quién era antes --lo interrumpió Magiere--. Pero tengo la escritura de una taberna cerca de los muelles. --Magiere desdobló una hoja de papel ya ajada.

Leesil se recostó sobre el respaldo de la silla en silencio, estaba bastante cómodo con el cambio de papeles y se puso a comer. Para bajar los enormes mordiscos que daba, le pegaba algún que otro traguito a su pellejo de vino. El agente Ellinwood dirigió su atención hacia Magiere, alargó la mano para coger la escritura y dejó ver los anillos de oro que llevaba en los dedos.

--Les enseñaré dónde está el sitio --dijo después de leer por encima la escritura--, pero no puedo quedarme hasta que se hayan instalado. --Hasta su voz le sonaba gruesa y aletargada. Se hinchó lleno de importancia--. Una chica del pueblo ha sido encontrada muerta esta mañana y estoy abriendo una investigación.

--¿Quién? --Karlin dio un grito ahogado.

--La joven Eliza, la hermana de Brenden. La encontraron en su propio jardín.

--¡Oh, no! Otro... --Karlin se fue quedando callado a la vez que miraba a Magiere y a Leesil.

--¿Otro qué? --preguntó Magiere a la vez que miraba al agente y no a Karlin.

--Nada que sea de su incumbencia --dijo Ellinwood dándose aún más importancia--. Ahora, si quieren ver la taberna, síganme.

Magiere se guardó para sí cualquier otro comentario. Si Ellinwood de verdad hubiera creído que la chica muerta no era de su incumbencia, no lo habría anunciado tan ostensiblemente. Además, Karin conocía a la víctima, aunque eso no era ninguna sorpresa.

Miiska era un pueblo de un tamaño sano, pero no tan grande como para que la mayoría de gente no se conociera, por lo menos de vista.

El desagrado que Magiere sentía hacia el agente se convirtió en repulsión.

Abajo, cerca de los muelles, la brisa del océano soplaba con más fuerza y llenó los pulmones de Magiere con una confianza llena de sal. La vista del horizonte del océano con sus finas nubes era verdaderamente impresionante. Una pequeña península de árboles salía desde el sur del pueblo, y la línea de la costa hacia el norte se encorvaba un poco hacia el mar, para después dirigirse costa arriba.

El oscuro azul del agua en la bahía le decía a Magiere que el precipicio era muy pronunciado y un sitio perfecto para que se formara un pequeño pueblo costero que pudiera ofrecer comercio y una parada segura para barcazas y barcos más modestos que atravesaran la costa.

La taberna, por otro lado, no cumplía con todas sus expectativas.

Cuando llegaron al otro extremo del pueblo, encontraron un pequeño edificio de dos plantas escondido tras un par de árboles, cerca del comienzo de la pequeña península.

Lúgubre, maltratado por el tiempo y posiblemente necesitado de un tejado nuevo, cuando Magiere lo vio dudó en pasar. Las paredes externas parecían viejas y no se habían pintado en años. Además, con el paso del tiempo y del aire cargado de sal y humedad se habían tornado de un marrón grisáceo. Al menos los postigos estaban intactos. Uno de ellos golpeaba una ventana suavemente acunado por la suave brisa. Leesil dio un paso hacia delante y tocó la madera que había junto a la entrada.

--Es bastante sólida --dijo con excitación--. Estupendo, un poco de tintura, un par de piedras...

--¿Cómo lo llamaba el anterior dueño? --le preguntó Magiere a Ellinwood.

--No creo que le hubiera dado ningún nombre. La gente sencillamente lo llamaba lo de Dunction.

--¿Por qué lo vendió?

El agente arrugó los labios.

--¿Venderlo? No lo vendió. Lo que hizo fue marcharse y dejarlo una noche cuando nadie miraba. Supongo que no sería suyo totalmente porque recibí un aviso formal del banco de Bela en el que reasumían su posesión. Estaba todo en orden.

--¿El dueño se marchó? --preguntó Magiere--. ¿Tan mal le iba el negocio?

--No, su taberna estaba llena a rebosar todas las noches. Los trabajadores del pueblo y los de los barcos la han echado de menos inmensamente. Y yo también, para serle sincero. --Llamó a la puerta con los nudillos antes de entrar--. ¿Caleb? --llamó--. ¿Estás en casa?

Los nuevos propietarios están aquí.

Ellinwood no esperó a tener respuesta sino que abrió la puerta para entrar y les hizo un gesto a Leesil y Magiere para que lo siguieran. Chap se coló detrás de todos antes de que la puerta se cerrara. Con una agradable sorpresa, Magiere encontró el interior mucho más cuidado que el exterior. El suelo de madera estaba barrido y limpio, si acaso un poco desgastado. A la derecha, en la zona principal, había mesas de aspecto respetable que estaban colocadas de manera que entraran el máximo número de ellas posible, dejando a su vez sitio suficiente para que el servicio pasara a poner jarras y botellas. Había una enorme chimenea, tan grande que uno podría meterse en cuclillas dentro, que dominaba la zona del fondo de la sala pasadas las mesas, lo que ofrecía calidez y una muy buena bienvenida.

La barra que había a la izquierda era larga y estaba hecha de sólido roble, oscurecido y abrillantado a lo largo de los años por el encerado y la grasa de las manos de los clientes que se apoyaban en ella durante sus noches. Detrás del extremo más alejado de ellos había una puerta con una cortina que seguramente llevaría a la cocina de la vivienda o al almacén, y a su lado había una escalera que llevaba arriba, a la segunda planta donde estaría la vivienda.

En general, el interior era bastante mejor de lo que Magiere había imaginado por lo poco que había pagado por ella. De hecho, algunas noches se había preguntado qué podría esperar al haberla comprado sin verla. Y por alguna razón que era incapaz de explicar, la chimenea era más importante para ella que todo lo demás. Estaba en buen estado y parecía fuerte.

--Esto es perfecto --dijo Leesil, como si no se lo creyera del todo.

Pasó por el lado de Magiere y dio una vuelta asombrado, pasó una mano por una mesa a la vez que se dirigía hacia la chimenea que Magiere no dejaba de mirar--. Pondré el juego de faro al lado de la ventana principal, cerca del fuego. Puede que tengamos que sacrificar una mesa o dos para hacer sitio.

De repente Magiere se dio cuenta de que no le había dirigido ninguna palabra de reconocimiento a Ellinwood.

Al oír pisadas se dio la vuelta hacia la escalera. Quienes bajaban por la escalera eran un hombre mayor y encorvado, una mujer también de avanzada edad y una niña pequeña rubia de unos cinco o seis años.

--Oh, aquí estás Caleb --dijo Ellinwood mientras se frotaba las manos. Daba la sensación de estar decidiendo que su tarea allí ya había acabado--. Estos son los nuevos propietarios. Debo regresar a mi trabajo.

Le deseó un buen día a Magiere, ninguneó a Leesil y se marchó.

Sin saber exactamente qué era lo que estaba pasando, Magiere se volvió hacia la pareja de ancianos y la pequeña. El hombre era una media cabeza más alto que la mujer y llevaba el largo pelo color ceniza recogido detrás del cuello. Tenía el rostro surcado por arrugas, pero su expresión era suave, sus ojos marrón oscuro y la mirada firme y segura. Llevaba una camisa lisa de muselina a juego con la falda color tostado que llevaba su esposa, ambos igual de limpios que el bien barrido suelo. La mujer era pequeña como un gorrión y llevaba el cabello recogido en un sencillo moño.

--Somos los cuidadores --dijo Caleb al ver el desconcierto en el rostro de Magiere--. Esta es mi esposa Beth-rae y mi nieta Rose.

Chap trotó hacia la anciana, que apartó a la pequeña de su camino. El perro levantó las orejas mientras examinaba a la pequeña Rose, luego movió la nariz para ir olfateando poco a poco hasta que la niña sacó una tímida mano.

Por lo general, a Chap no le gustaba que nadie que no fuera Leesil le diera palmaditas, así que Magiere se puso tensa y se preparó para tirar del perro por el lomo en caso de que gruñera. Sin embargo, Chap le lamió los deditos a la niña y esta se rió cuando el perro empezó a menear el rabo. Magiere experimentó una ola de buenos sentimientos hacia aquellas tres personas que hizo que olvidara el mal sabor que Ellinwood le había dejado.

--Oh, mira, Caleb. --Beth-rae se colocó un díscolo mechón de cabello gris que se le había escapado del moño--. Tienen un perro.

¿No es precioso? --Se agachó y rascó con suavidad a Chap detrás de las orejas. Chap gimió de placer y le empujó el costado con su enorme cabeza.

--Es un encanto, pero también fiero, se ve --dijo Beth-rae--.

Estará bien tenerlo de guardia.

La pequeña Rose le dio un golpe con las dos manos en el lomo y se rió.

--Se llama Chap --dijo Leesil también sorprendido por el comportamiento que el perro estaba teniendo con aquellos extraños.

--Ven a la cocina, Chap --dijo Beth-rae--. Te buscaremos algo de añojo frío. Pero no te acostumbres. La mayor parte de los días lo que tenemos es pescado.

Mientras Beth-rae, Rose y Chap se marchaban a la cocina, Magiere miró a Caleb como cuestionando su presencia.

--Somos los cuidadores --repitió, mientras le sostenía la mirada--. Cuando el señor Dunction desapareció, el agente le encargó a un banco de Bela que nos mantuviera aquí hasta que se vendiera el sitio.

Mientras se preguntaba por qué Caleb había usado la palabra

«desaparecer», Magiere concentró su atención en un nuevo dilema.

--¿Viven aquí los tres?

Leesil se acercó para unirse a ella.

--Claro que viven aquí los tres, ¿quién te crees que se ha estado encargando de mantener esto?

Magiere se cruzó de brazos y pasó el peso de una pierna a otra.

Encargarse de una taberna era una cosa; encargarse de una familia de tres que acababa de conocer era otra muy distinta. Leesil debió de leer con claridad la expresión de su rostro, por lo que la cortó antes de que pudiera empezar a hablar.

--De todas maneras vamos a necesitar ayuda --dijo Leesil--. Si tú te vas a ocupar del bar y yo me voy a ocupar de los juegos, ¿quién va a servir, a cocinar y a mantener esto?

Tenía su parte de razón. Magiere no había pensado mucho en la comida, pero la mayoría de los clientes seguramente también iban a querer comer algo.

--¿Qué solía servir Dunction? --le preguntó Magiere a Caleb.

--Una carta sencilla. Cuando el sitio estaba abierto, Beth-rae horneaba pan todas las mañanas y después cocinaba un par de estofados distintos o guisos y sopas de pescado. Se le dan muy bien las hierbas y las especias --dijo Caleb y después hizo una pausa--.

Vengan arriba y les enseñaré la vivienda.

A pesar de que su tono se mantuvo desenfadado, Magiere sintió una leve tensión de cautela en el cuidador, como si hubiera algo más aparte de lo que les había dicho.

--¿Cuánto tiempo llevan aquí? --le preguntó Magiere mientras lo seguía escaleras arriba.

--Nueve años --respondió el hombre--. Rose ha estado con nosotros desde que nuestra hija... nos dejó.

--¿Los dejó? --preguntó Leesil. Después dijo para sí mismo en voz baja:-- Parece que la gente no deja de irse de este sitio.

Caleb no respondió. Magiere también permaneció en silencio.

Los asuntos de aquel anciano no eran cosa suya.

La planta de arriba estaba igual de bien cuidada que la baja. La escalera llegaba hasta un rellano que quedaba en el centro de un estrecho pasillo. Lo primero que Caleb le enseñó fue un dormitorio grande que estaba en el extremo izquierdo del pasillo, quedaba encima de la sala común de la planta baja y le dijo que era el de ella.

Después otra habitación para Leesil en el centro del pasillo, justo enfrente de la escalera. La última debió de usarse para almacenar cosas o algo así. Había una cama hundida en una esquina, con dos almohadas y una pequeña alfombra en el suelo.

--Aquí es donde nos quedamos, señorita --dijo Caleb--. No ocupamos mucho sitio.

Por segunda vez aquel día, Magiere suspiró resignada. Leesil tenía razón; los dos no podían ocuparse de todo ellos solos. Por otro lado, ella no tenía ni la menor idea de cómo hacer una sopa especiada de pescado y no tenía tiempo para tareas como limpiar la chimenea si es que quería aprender cómo llevar aquel lugar.

--¿Qué acuerdo tenían con el banco? --preguntó Magiere.

--¿Acuerdo? --Caleb juntó las cejas.

--¿Cuánto les paga el banco?

--¿Pagarnos? Solo hemos estado viviendo aquí, atendiendo el lugar y cuidando de no terminar lo almacenado antes de que llegara el nuevo propietario.

En aquel momento no sabía a quién despreciaba más, si a los muy ricos o a los muy pobres. El banco podía tener cuidadores gratis al aprovecharse de dos personas que repentinamente se habían quedado sin quien les diera empleo.

--Está bien --le dijo Magiere a Caleb--. Los dos trabajarán para mí y les pagaré un vigésima parte de lo que saque la casa, más alojamiento y manutención. --Empujó a Leesil para dirigirse hacia el otro lado del pasillo y alejarse de la pequeña habitación. Se detuvo en lo alto de la escalera y se dio la vuelta para mirarlos--. Y no necesito ese dormitorio grande. Nos cambiaremos las habitaciones esta tarde.

Leesil la miró, después miró a Caleb y se encogió de hombros.

Una leve, mínima, expresión de asombro asomó al rostro de Caleb, sin embargo asintió, como si un arreglo de aquel tipo fuera de lo más normal.

--Eso estará bien --dijo con calma. Cruzó el pasillo, pasando por detrás de ella y fue a la planta baja, sin duda a contarle a su mujer los cambios que se avecinaban.

Magiere cruzó el umbral de la que sería la habitación de Leesil y se apoyó en la jamba. Leesil se acercó para quedarse a su lado en el umbral de la puerta y simuló examinar el espacio vacío de la habitación. No había nada que mirar excepto una cama y la ventana con postigos que estaba abierta en la pared del fondo. Por ella se podía ver el océano, una vista algo oscurecida por las ramas de un árbol vecino. Magiere deseaba que Leesil se mantuviera callado.

--¡Qué inusitado! --dijo por fin.

--Si no estabas de acuerdo podías haberlo dicho.

--No estoy en desacuerdo.

Durante un rato corto ninguno de los dos dijo nada. Entre los dos, era muy probable que hubieran matado de hambre a pueblos enteros por el precio de sus servicios. Magiere habló por fin:

--Quiero una vida nueva.

Leesil la miró con el rabillo del ojo, el pelo suelto permitía que se le vieran las orejas. Asintió y sonrió.

--Supongo que es un comienzo.

Para cuando se puso el sol aquella noche, la apariencia personal de Magiere y su propio mundo se habían visto alterados notablemente.

Beth-rae le había preparado un largo baño caliente en la cocina para que pudiera eliminar cualquier resto de barro de su piel y de su pelo.

Mientras se bañaba, su ropa desapareció por arte de magia y la sustituyeron por una bata de muselina. Todavía tenía planeado hacer muchas cosas aquella noche como para quedarse con aquella ropa que consideraba casi de dormir, así que Mugiere volvió a su habitación. Lo que una vez fue un armario para tres bien serviría para una.

Habían cambiado los muebles de una habitación a otra, y la rodeaban todas las comodidades de un hogar. Donde antes había una cama en la que apenas si cabían dos, ahora había una cama para uno con dosel sencillo y con unas cortinas teñidas de profundo verde mar.

Parecía que el anterior dueño o bien era soltero o bien dormía solo.

Alguien había entrado mientras se bañaba y había colocado sobre la cama una gruesa colcha marrón. Sobre esta estaba su fardo, su navaja y la cimitarra con su funda.

El calor de la cocina subía por la chimenea de piedra que había en la esquina y ayudaba a que la habitación se calentara, aunque con los pies descalzos, todavía notaba un poco frío el suelo de madera.

Contra la pared que había frente a la cama descansaba un armario de madera oscura. En el lugar que antes ocupaba la alfombra de Rose, había una mesa pequeña con una silla, dos taburetes y velas blancas que iluminaban la habitación. Abrió su fardo para vaciar su contenido sobre la cama.

Del fondo del fardo sacó un atado de lona. Estaba sujeto con bramante que se había estriado con el paso de los años. Hacía tanto tiempo que no lo había abierto que Magiere se vio forzada a cortar el bramante con el cuchillo porque el nudo no cedía. Dentro había un vestido azul oscuro de brocado con cordones negros en el corpiño. La tía Bieja se lo había dado años atrás.

Magiere se lo puso rápidamente, se enredó un poco con los cordones antes de atárselos bien. Sin prestar mucha atención, cogió la cadena de metal de su amuleto de hueso y lo dejó caer para que descansara entre sus pechos, cerca del topacio. Baratijas sin significado que se añadían a su papel de cazadora. No tenía ni las más remota idea de por qué se los dejaba puestos entonces, pero le resultaba muy raro quitárselos después de tantos años.

No había ningún espejo en el que pudiera mirarse, pero cuando bajó la vista hacia la falda que la cubría, le resultó raro no ver sus piernas enfundadas en los bombachos y sus pies metidos en las botas. Sintió una repentina necesidad de quitarse el vestido, pero como no tenía su ropa de diario y le quedaba muy poca ropa de repuesto en su fardo, no tenía mucho más que ponerse por el momento.

Su manta y tetera usadas, así como algunas prendas interiores, hicieron que el armario pareciera todavía más vacío que antes de que pusiera nada en él. El pequeño tamaño de la habitación era un alivio, ya que tenía muy pocas pertenencias con las que llenarlo.

 

* * *

 

--Por todos los dioses muertos --sonó la voz de Leesil detrás de ella. Magiere se dio la vuelta rápidamente--. ¿Qué te has hecho?

También bañado, Leesil estaba de pie con una mano en el cerrojo de la puerta y llevaba puesta una bata muy parecida a la que ella se acababa de quitar. Su pelo mojado que le llegaba hasta los hombros pasaba por encima de sus orejas y parecía arena de la playa con aquella escasa luz, pero aún así seguía pareciendo él mismo. La miraba como si fuera una extraña que se hubiera colado allí sin anunciarse.

Magiere se sintió demasiado consciente de su apariencia, el ajustado vestido atado fuertemente y su pelo negro cayendo libremente hasta sus omóplatos. De repente deseó haberse dejado puesta la enorme bata.

--Beth-rae se llevó a lavar mi ropa --le espetó Magiere--. Y

debes tener cuidado. Seguramente quemará la tuya por el estado en el que se encontraba.

--¿Dónde te compraste eso? --le preguntó a la vez que entraba en la habitación.

Se dio cuenta de que cuando ambos estaban descalzos, él era quizá un poquito más alto que ella.

--¿No sabes llamar o es que dormir en el suelo te ha quitado los buenos modales? --le contestó ella--. Y no lo compré. Me lo dio mi tía hace mucho tiempo. --Esa frase puso fin a esa línea de preguntas de inmediato. Ambos evitaban hablar de sus pasados a toda costa.

--¿Dónde está Chap? --preguntó Magiere.

--En la cocina. --Leesil puso los ojos en blanco--. Se ha enamorado de Beth-rae. Cada vez que los veo, ella le está dando algo de comer. Eso tiene que parar. ¿De qué sirve un perro guardián gordo?

Leesil seguía mirando a Magiere de arriba abajo, y eso estaba empezando a irritarla mucho más.

--Registraremos esto mañana, echaremos un vistazo al sótano o dónde sea que almacenen las cosas, y haremos un inventario. Si hay suficientes botellas de cerveza ahí abajo, puede que podamos abrir al público mañana por la noche. Si necesitas algo más para los juegos, dímelo. --Se dio la vuelta, cogió su cimitarra y la guardó en una esquina del armario mientras Leesil se dejaba caer en una silla y la seguía mirando--. Por la tarde, volveremos al mercado, o puede que a los muelles para ver qué hay en los almacenes que queramos o necesitemos. No tenemos mucho dinero para gastar, pero nos llegará hasta que el negocio vaya rodando.

Unas sombras al otro lado de la puerta captaron la atención de Magiere, que las vio con el rabillo del ojo e instintivamente se dio cuenta de que no eran ni Caleb ni Beth-rae. Leesil también se dio la vuelta, a la vez que miraba hacia la puerta que había dejado abierta, y un estilete apareció en su mano.

Magiere no se detuvo a reflexionar sobre cómo había aparecido aquello en su mano. Desenfundó su cimitarra y dejo caer la funda al suelo.

No había luz cerca de la puerta, e incluso las velas no permitían ver quién estaba allí. Una voz profunda se adentró en la habitación, era suave, casi tranquilizadora.

--No os alarméis.

La oscuridad parecía seguir a la figura cuando esta se adentró en el umbral de la puerta, después las sombras se fueron disipando, o puede que fuera que se acercara al alcance de la luz de las velas.

--¿Cómo ha llegado hasta aquí arriba? --le preguntó Magiere, a la vez que se preguntaba así misma por qué Chap no los había alertado de la presencia de un intruso.

El hombre tendría unos cuarenta años y era de estatura y constitución media. Tenía el cabello castaño entrecano cuidadosamente peinado hacia atrás. Unos mechones de un blanco inmaculado enmarcaban unas facciones regulares que eran más llamativas que atractivas. Su nariz se ensanchaba ligeramente en el puente. Sus ropas se escondían tras una capa caoba que le llegaba hasta el suelo. Solo quedaban visibles las punteras redondeadas de sus botas de buena calidad. No parecía ir armado, pero no había forma de saber lo que podía haber escondido debajo de la capa.

Llevaba las manos entrelazadas delante del pecho y Magiere se fijó en que le faltaba la punta del meñique izquierdo.

--¡Contesta! --le espetó Leesil. Se había levantado y de alguna manera otra afilada hoja había aparecido en su otra mano.

El hombre miró un momento la cimitarra de Magiere, como si la estuviera estudiando, después, la miró de arriba abajo con la misma concentración. Su mirada se detuvo en los amuletos. Magiere quería que el hombre dejara de mirarla y rápidamente se guardó los amuletos dentro del vestido, fuera de la vista. Mientras los metía en el corpiño, se dio cuenta de que el topacio parecía brillar más de lo normal, pero devolvió su atención al extraño. El intruso parecía no prestar atención alguna a Leesil.

--Me llamo Welstiel Massing. Pero, tú eres la elegida, ¿no es cierto? ¿La que mata vampiros?

A Magiere no se le ocurría ninguna respuesta. El hombre hablaba tan descaradamente, sin ningún fingimiento, como si fuera la pregunta más normal que se le hiciera a alguien a quien no se conoce.

--No sabemos de qué está parloteando --respondió Leesil--.

Pero todavía no hemos abierto a los clientes. Le sugiero que vuelva mañana.

De nuevo, aquel Welstiel Massing actuaba como si nadie hubiera hablado, tenía toda su atención concentrada en Magiere.

--No eres lo que me esperaba, pero eres la elegida.

--Ya no me dedico a eso --respondió Magiere.

Había algo en aquel extraño que le daba miedo, tanto como le pudiera haber asustado algo. No quería tener nada que ver con ningún aspecto de su propio pasado, y la presencia de aquel intruso no hacía sino perturbar el recién ganado equilibrio de su nueva vida.

--Dudo mucho que lo puedas evitar aquí --dijo Welstiel--.

Solamente he venido a avisarte.

--Salga de aquí --le dijo con frialdad, estaba perdiendo la paciencia--, o me veré obligada a echarlo.

Welstiel retrocedió, no por miedo, sino con el aspecto de quien tiene unos modales impecables.

--Discúlpame. Solo quería avisarte.

--Bueno, ya lo has hecho --habló Leesil--, y yo te voy a llevar a la puerta principal. --Se adelantó.

Por un momento, pareció como si aquel visitante nocturno no se fuera a mover. Entonces de manera fortuita miró a Leesil. Se dio la vuelta y se dirigió hacia el pasillo como si la idea de marcharse hubiera sido suya.

Tanto Leesil como Magiere se quedaron quietos por la sorpresa un instante y después Leesil corrió hacia la puerta para «acompañar»

a Welstiel Massing escaleras abajo. Magiere lo siguió justo a tiempo para ver a su compañero en lo alto de la escalera con los ojos muy abiertos. Oyó como abajo se cerraba la puerta de la taberna. Leesil miró a Magiere con la expresión de quien ha entrado tarde en una conversación y no se entera de nada en el rostro.

--Es bastante rápido para ser un señor mayor --dijo Leesil, y añadió:-- ahora vuelvo. --Y corrió escaleras abajo fuera de la vista.

Magiere regresó a su habitación y se dejó caer en la cama. Por lo que fuera que hubiera venido aquel visitante, no iba a dejar que la arrastraran al viejo negocio, ni por dinero ni por nada.

Leesil volvió a aparecer en el marco de la puerta.

--Chap, Caleb y Beth-rae están todos dormidos en la cocina. Ya te dije que le estaba dando demasiado de comer.

--Hablaré con ella por la mañana. --Asintió Magiere, se alegraba de poder concentrarse en las tareas que tenía a mano de nuevo, cualquier cosa con tal de estar distraída--. Pero, ¿la puerta principal no estaba cerrada?

--No estoy seguro. Yo di por supuesto que sí. Caleb y Beth-rae no parecen del tipo de gente que deje este sitio abierto de par en par.

--Estaba a punto de irse otra vez, pero se detuvo y miró a Magiere con semblante serio--. No dejes que ese lunático te moleste. Lo mantendremos fuera de la taberna. No tenemos que hacer negocios con quien no queramos.

Magiere volvió a bajar la cimitarra y miró como se reflejaba la luz de las velas en su hoja brillante.

--No creo que eso sea necesario. A mí me parece inofensivo, pero si vuelve a hablar de vampiros lo pondré de patitas en la calle.

--¿Cómo hace esa gente para encontrarnos?

Lo miró un poco enfadada. Se habían pasado años enteros haciendo circular todos los rumores posibles sobre ella por todo el país justamente para que la gente pudiera encontrarla.

--Sí, vale, bien --añadió Leesil--. Pregunta estúpida.

Magiere negó con la cabeza.

--Vamos a intentar abrir el negocio lo antes posible.

--¿Se te ha ocurrido un nombre?

--Pensé que ya lo harías tú cuando pintaras el letrero.

--¿Qué tal «Taberna la Tarta de Sangre»?

--No tienes ninguna gracia.

Leesil se rió, salió de la habitación y cerró la puerta tras él.