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Magiere se arrodilló en el suelo y le vendó las costillas a Leesil lo mejor que pudo mientras el medio elfo estaba sentado atontado en el lado de su cama. Según Caleb, Miiska había tenido un curandero competente hasta el invierno anterior. La mujer del curandero padecía una enfermedad respiratoria y se la había llevado al sur, a un clima más seco. Caleb dijo que los otros del pueblo que decían que eran curanderos era muy probable que tuvieran menos práctica que la propia Magiere con los huesos rotos, y la última herborista conocida había sido la madre de Brenden, que había fallecido unos años antes.

A pesar de que estaba asustada porque habían herido a Leesil tan pronto, Magiere tenía un sentimiento de culpa que le ayudaba a llevar a cabo la tarea de cuidar de él. Le proporcionaba una actividad en la que concentrarse. Leesil no había dicho una palabra desde que supo de la muerte de Brenden y no hacía más que mirar a la pared de la habitación mientras ella utilizaba sábanas rasgadas para envolverle las costillas rotas. Tenía la mandíbula de varios tonos de morado y amarillo. Todavía quedaba algo de bálsamo de Welstiel, así que se lo puso en la cara.

Chap se paseaba por la habitación. Dos veces, se acercó y le puso la húmeda nariz en la mano colgante a Leesil, quien no respondió.

--Te curarás --le dijo Magiere por fin.

--¿Lo haré? --respondió Leesil.

--Sí, lo harás.

Él se quedó callado un rato y cogió aire por la boca a la vez que hacía un gesto de dolor.

--Creía que habían desaparecido, Magiere. Juro por todos los dioses que los creía muertos.

--Ya lo sé. Todos lo creíamos. No es culpa tuya.

Magiere recordó como al principio había hecho todo lo posible por no verse metida en todo aquello. Qué tonta. No había forma de evitarlo. Nunca la había habido. Y ahora todas aquellas criaturas no muertas no descansarían hasta que ella y cualquiera cercano a ella no estuviera muerto y enterrado en el cementerio del pueblo.

--No voy a fingir que sé cómo te sientes. Pero lo peor está por llegar todavía --dijo ella y le voz le falló un momento--. Te necesito.

¿Estás dispuesto a hacer un plan de defensa conmigo?

Leesil pestañeó con tristeza.

--Sinceramente, no lo sé.

Magiere se levantó del suelo y se sentó a su lado en la cama.

Aquella habitación era agradable. El colchón estaba relleno de plumas, no de paja, y todo olía a Leesil, una mezcla de tierra y especias. También había un ligero olor almizclado, y Magiere sabía que sus sábanas no se habían aireado desde la muerte de Beth-rae.

En la esquina había una pequeña mesa y una silla, pero a excepción de una vela blanca grande y gruesa, la mesa estaba vacía. La mayor parte de la habitación estaba arreglada y sobraba espacio. A pesar de que tenía la habilidad de gastar el dinero a una velocidad asombrosa, los objetos materiales no le interesaban mucho.

Magiere llevaba puesto todavía el vestido azul, pero la falda estaba desgarrada y llena de barro. La gastada camisa de algodón que le quitó a Leesil y tiró al suelo, estaba tan destrozada y manchada que era imposible arreglarla.

--Estamos gastando mucha ropa --dijo ella, más para romper el hielo que otra cosa.

Leesil no contestó en un buen rato, y por fin la miró.

--Ya lo sé. --Asintió--. Estaba pensando en eso esta noche antes... parece como si hubiera pasado una eternidad. Todo era distinto.

--Nosotros tres no somos suficientes para ocuparnos de esto,

--lo instó ahora que volvía a tener su atención--. Necesitamos ayuda de los habitantes del pueblo, tanta como podamos conseguir. Yo no sé cómo manipular a la gente, y tú sí. --Hizo una pausa y añadió a modo de disculpa--: Lo decía como un cumplido.

Leesil ni siquiera fingió dolerse u ofenderse. La falta de reacción de él estaba empezando a corroerla por dentro. ¿Cuánto espíritu le quedaba?

--¿Qué quieres que haga? --le preguntó.

Magiere respiró profundamente, muy despacio y sin hacer ruido, para que él no viera su propia inquietud.

--Descansa un poco primero --le respondió a la vez que se ponía en pie--. Convocaré una reunión del pueblo abajo más tarde. Cuando sea la hora, subiré a buscarte. Necesito que convenzas a esta gente de que necesitamos su ayuda. Tengo que enfrentarme yo a Rashed, pero necesitamos tenderle una trampa y para eso vamos a necesitar más gente. Una vez que logremos tener a esas criaturas dentro del pueblo, no podemos permitir que salgan otra vez. ¿Eso tiene sentido?

--Sí --Leesil asintió otra vez y Magiere le puso una mano con suavidad en la espalda para ayudarlo a tumbarse.

Magiere le quitó el pelo rubio platino de los ojos y volvió a darse cuenta de que los largos arañazos que tenía en la cara no afeaban en absoluto sus finas facciones. Antes de que llegaran a Miiska no se había dado cuenta de lo mucho que le gustaba su rostro.

--¿Qué vas a hacer ahora? --le preguntó Leesil.

Magiere intentó esbozar media sonrisa.

--Voy a prepararte algo de sopa y con un poco de suerte no te envenenaré en el proceso.

Algo en sus palabras o en la forma de decirlas lo revolvió por dentro y lo sacó de su pasividad; le cogió la mano. La fuerza con la que lo hizo sorprendió a Magiere. Casi le dolió.

--No soy ningún cobarde --le dijo--. Lo sabes, ¿no?

--Por supuesto --dijo ella--. No seas tonto.

--Hay barcos que abandonan el puerto constantemente. Nadie se daría cuenta si tú, yo y Chap nos fuéramos de aquí. En un par de días podríamos estar a medio camino al sur por la costa y podríamos volver a empezar en otro lugar.

La idea de huir nunca se le había ocurrido a ella y consideró las palabras de Leesil por un breve momento. Irse en barco lejos de todo aquello, los tres sanos y vivos, de repente le resultó tentador. Solo pensarlo le proporcionó una sensación de alivio que le recorrió todo el cuerpo. Tenían dinero suficiente para comenzar una nueva vida y dejarle aquel horror a la gente de Miiska.

Sin embargo, caras y nombres seguían apareciendo en su mente. Beth-rae. Brenden. Eliza.

Además estaban todos los otros de los que solamente había oído hablar. El principal almacén de la ciudad había desaparecido y había muchas vidas afectadas en aquel momento.

--No --dijo ella--. No podemos marcharnos sin más. Si lo hacemos, todo lo que hemos hecho antes no habría servido para nada.

Todos los que han muerto habrían muerto para nada. Tenemos que terminar esto.

Leesil miró hacia otro lado.

--Además, este es nuestro hogar --continuó, instándolo a comprender--. Yo nunca he tenido un hogar. ¿Y tú?

La resignación apartó parte de la pena del semblante de Leesil.

Le soltó la mano y se dejó caer, relajado, sobre la almohada.

--No, la verdad es que no. Tú, el perro y esta taberna medio caída son lo máximo que he tenido.

Magiere se dirigió hacia la puerta.

--Voy a hacer la sopa. Descansa.

Antes de que llegara al pasillo Leesil la llamó en voz baja.

--Quiero enterrar a Brenden.

Ella no respondió.

 

* * *

 

Más tarde aquella misma mañana, Magiere hizo calderos de té y abrió un barril de cerveza buena, mientras Caleb salía a convocar una reunión del pueblo. Prometió hablar con tanta gente como pudiera.

Para mediodía, cuando regresó, Caleb se había enterado de un número importante de novedades que le contó a Magiere.

En primer lugar, habían encontrado los cuerpos sin vida de dos marineros en la playa. Uno de ellos tenía la garganta literalmente desgarrada y abierta. El otro lo encontraron algo más arriba, más cerca de Miiska. Tenía pinchazos en una muñeca y en la garganta.

Aunque nadie hablaba de ello, Caleb le dijo que ambos cuerpos estaban tan pálidos que la causa de su muerte dejaba poco lugar al misterio.

En segundo lugar, le contó que el agente Ellinwood se había evaporado. Uno de sus guardias había ido a notificarle la aparición de los cuerpos de los marineros. Su oficina estaba vacía y sus habitaciones en La Rosa de Terciopelo también. Según decían los rumores, que Caleb había oído de unos guardias amigos suyos, no parecía que se hubiera llevado nada de ninguno de los dos lugares.

Encontraron una urna con polvos amarillos y una botella de whisky junto a un vaso usado, aunque nadie parecía conocer la naturaleza del extraño polvo. Loni le contó que Ellinwood se había ido con un acompañante, muy tarde por la noche, o puede que por la mañana muy temprano, y no había regresado. El agente sencillamente había desaparecido.

--¿Los guardias todavía lo están buscando? --preguntó Magiere--. Puede que solo haya pasado la noche en compañía femenina.

Caleb asintió.

--Sí, han peinado Miiska. Nadie lo ha visto desde anoche.

Era muy probable que algo saliera a la luz, tarde o temprano, y Magiere tenía cosas más importantes de las que preocuparse. A pesar de que era sorprendente la desaparición del agente, a ella no era exactamente algo que le molestara. Podía ser más fácil para Leesil convencer a los habitantes del pueblo de que se tenían que defender ellos mismos con su autoridad inexplicablemente desaparecida.

La última parte de las noticias de Caleb preocupó a Magiere por diversas razones. Aparentemente, le había pedido a varios de los tenderos del mercado que le ayudaran a llevar el cuerpo de Brenden a la cocina de El León Marino para las visitas antes del entierro.

--No le queda familia --dijo Caleb--. Esto es un acto de decencia.

Por supuesto que era un acto de decencia. Eso no lo discutía.

Pero, ¿era inteligente? El estado mental actual de Leesil era lo suficientemente frágil sin el cuerpo de Brenden en la mesa de la cocina. Ella también lloraba la muerte de Brenden. Había sido un hombre valiente que seguiría vivo si no fuera por ella. Pero eso no tenía ya arreglo. Tenía que proteger a los vivos.

Sin embargo, Caleb no le había pedido permiso. Sencillamente había anunciado su decisión y lo había dejado estar. Ella decidió hacer lo mismo.

--¿A qué hora podemos esperar que llegue la gente para la reunión? --preguntó ella.

--En cualquier momento.

Cuando Magiere lo miró, le pareció que caminaba un poco más encorvado y que tenía el pelo un poco más gris que cuando lo conoció. Pobre hombre. Habían pasado tantas cosas en los últimos días.

--¿Dónde está Rose? --le preguntó Magiere.

--Creo que está sentada con Leesil. Será mejor que vaya a por ellos.

--No, yo lo haré. ¿Por qué no busca unas tazas de té?

Por alguna razón, no quería que Caleb supiera cómo de graves eran las lesiones de Leesil. El medio elfo apenas si podía hablar sin ayuda.

Corrió escaleras arriba y se encontró a Rose sentada junto a Leesil en su cama, le estaba enseñando unos dibujos que había hecho con carbón sobre papeles viejos. La escena le resultó demasiado tranquila, demasiado normal dadas las circunstancias.

--Me gusta el de las flores --dijo Leesil.

El vestido de muselina de Rose estaba limpio, pero nadie se había molestado en cepillarle el pelo desde la muerte de Beth-rae.

Empezaba a estar bastante enredado. Su pequeña cara brillaba con un ligero tinte rosado. Como hacen los niños, había aceptado el cambio y había buscado la compañía de Leesil. El color morado de la mandíbula de su compañero era casi negro, y a pesar de que las heridas de su rostro estaban cicatrizando, quedaba muy clara la naturaleza salvaje de aquellas garras.

Magiere flaqueó. Igual debería dejarlo allí y tratar de convencer a los habitantes del pueblo ella misma. Pero era él el que hablaba, no ella.

--¿Estás listo? --le preguntó Magiere con calma.

--Sí. Solo ayúdame a levantarme.

--Venga, Rose --dijo Magiere--. Nos vamos abajo. Puedes sentarte con Chap junto a la chimenea.

Por el cauteloso gesto de dolor que hizo Leesil, Magiere supo que el mero hecho de estar de pie le causaba más dolor del que nunca estaría dispuesto a admitir. Le pasó su brazo sobre su hombro y lo sujetó lo mejor que pudo.

--Sé que estás herido --le dijo--, pero intenta darte prisa. Quiero tenerte sentado en una silla antes de que llegue nadie. ¿Tienes ya alguna idea?

--Sí --respondió él--. Sé lo que hacer.

No mucho después de eso, Leesil se encontraba sentado en una silla junto al fuego y fingía estar cómodo. No culpaba a Magiere por bajarlo de aquella manera a enfrentarse con la masa de los habitantes del pueblo. Muy al contrario, admiraba su fuerza y su claridad de pensamiento. Pero tenía al menos tres costillas rotas y se temía que cuando Ratboy lo lanzó contra el abeto, el golpe le hubiera causado algo más que simples moratones en la espalda. Mantenerse erguido en la silla era una agonía.

 

* * *

 

Cuarenta hombres y mujeres de Miiska estaban reunidos en el salón principal de El León Marino. Leesil sabía que Magiere albergaba esperanzas de convocar a más gente, pero cuarenta eran mejor que ninguno y casi llenaban la habitación. Caleb sirvió el té y Magiere sirvió una espesa cerveza marrón nuez a los que la quisieron. Todo el asunto parecía más una fiesta de tarde que una reunión por la supervivencia.

Su compañera se acercó a él y se inclinó hacia delante. Todavía llevaba el vestido azul desgarrado, llevaba una bandeja con jarras de cerveza y el cabello se le había soltado de la trenza. Apenas si encajaba en la imagen de guerrero.

--Voy a obligarlos a admitir a lo que nos enfrentamos y después tú les explicas el plan.

¿El plan? ¿Un plan no requería ser pensado cuidadosamente y comentarlo? Pero no tenía el lujo del tiempo. Lo que tenía que hacer básicamente, era venderle a aquella gente la idea de que si querían salvarse, tendrían que poner de su parte.

Magiere se giró para quedar de cara a la muchedumbre. Karlin, el panadero, y su hijo Geoffry, estaban sentados directamente frente a ella.

--Ayer --comenzó Magiere--, muchos de vosotros donasteis monedas para pagarme a mí y a mi compañero por librar a este pueblo de un nido de vampiros.

Muchos pestañearon o hicieron gestos de dolor al oír la palabra vampiro en alto. Uno de ellos era Thomas, el cerero. Magiere lo señaló.

--Esa reacción es parte de vuestro problema --dijo ella--. Todos sabéis lo que ha estado pasando o no estaríais aquí. Pero ninguno está dispuesto siquiera a hablar abiertamente de ello, y mucho menos a ocuparse con sus propias manos.

--Señorita Magiere --tartamudeó Karlin--. Puede que esta no sea la mejor manera de...

--Sí que lo es --lo cortó--. ¿Por qué intentasteis todos pagarme?

Porque sabéis exactamente lo que está pasando. Muchos de los cuerpos que encontrasteis fueron enterrados pálidos y sin sangre.

Algunos de vosotros incluso habéis traído el cuerpo de Brenden hasta aquí hoy. Y habéis visto su garganta. --Miró a Leesil y volvió a mirar a Karlin--. Estos asesinos no son naturales y no se los puede destruir de manera natural, pero Leesil y yo no podemos hacer esto solos.

Thomas la miraba fijamente.

--¿Qué es exactamente lo que propone?

Magiere señaló a Leesil.

--Dejadle que os lo explique.

Al contemplar las caras llenas de esperanza, aunque con expresión de duda, de los tenderos, pescadores y estibadores de Miiska, Leesil se dio cuenta de que lo primero que tenía que hacer era ganarse su confianza. Tendría que hacer lo que fuera, decir lo que fuera para que confiaran en él. El humor siempre había sido lo que mejor le había servido para eso. Sonrió débilmente para darle más efecto.

--Sé que no estoy tan guapo como de costumbre --dijo irónicamente--. Pero he luchado contra el mismo no muerto cuatro veces y parece que ninguno de los dos consigue ganar.

Su aire jovial hizo que algunos se relajaran visiblemente.

--Ninguno de vosotros nos conoce muy bien, ni a Magiere ni a mí, --continuó--, pero lo que sí que quiero que sepáis es que he sido entrenado en batalla, tanto ofensiva como defensiva. En tiempos fui consejero de un señor de la guerra en el este, cerca de donde nací.

Si les hubiera contado quién era exactamente el señor de la guerra, la sola mención del nombre de Darmouth los habría puesto de su lado. Pero no se podía arriesgar a convertirse en una leyenda o que los rumores de dónde se encontraba llegaran a oídos inadecuados. Y

que esa persona revelara exactamente quién y qué había sido en su pasado, en su otra vida.

--Magiere y yo ahora creemos que los tres no-muertos escaparon del fuego --dijo Leesil--. Anoche vimos a la mujer, que se llama Teesha y al que se parece a un golfillo callejero, que se llama Ratboy. El dueño del almacén, al que algunos ya conocéis, es su líder y debemos actuar bajo la creencia de que no ha sido destruido.

--¿Nos estás diciendo que quieres que luchemos contra esas criaturas? --le preguntó un trabajador del muelle al que no conocía.

--No exactamente. Magiere, y Chap harán casi todo el combate.

Lo que quiero que hagáis es que establezcáis un perímetro alrededor de la taberna. Los vampiros parecen decididos a matarnos a los tres, así que vamos a ser el cebo para atraerlos hasta aquí. Si sois bastantes los que podéis disparar flechas de ballesta impregnadas en agua de ajo, eso podría debilitarlos o, al menos, evitar que escapen.

Vamos a tenderles una trampa --hizo una pausa y luego continuó a regañadientes--, y puede que tengamos que quemar algunos edificios.

Este último comentario levantó muchos murmullos e imprecaciones de incredulidad de un número considerable de los allí presentes. La voz de Leesil recuperó fuerza.

--¿De qué iban a servir esos edificios si la gente de Miiska sigue desapareciendo? ¿Queréis seguridad? ¿Queréis que se solucione este problema? Si eso es lo que deseáis, entonces no solo tendréis que defenderos, debéis ayudarnos a llevar a cabo un ataque que termine con esto de una vez por todas. Tengo un plan, pero es inútil hasta que aquí haya gente suficiente con el valor para ayudarme a llevarlo a cabo. Primero necesito saber si os vais a ayudar a vosotros mismos.

No podía imaginar lo que Magiere estaba pensando, ya que en aquellos días casi no estaba interpretando el papel de compañero borracho y en ese momento sonaba casi como un comandante militar cansado del mundo.

--Yo ayudaré --dijo Karlin al instante.

--Yo también --dijo Geoffry.

Sin embargo, el resto de la muchedumbre se pusieron a hablar entre ellos en voz baja o solo dijeron algo entre dientes al sentirse incomodados. Cualesquiera que fueran sus expectativas de aquella reunión, que les pidieran que lucharan contra vampiros no estaba en la lista.

Leesil no esperaba ganárselos con facilidad y estaba a punto de hablar otra vez cuando se abrió de golpe la puerta del salón principal.

El hombre que entró a trompicones le era vagamente familiar, y entonces Leesil se dio cuenta de que era uno de los guardias que arrestó a Brenden aquella primera noche que el herrero fue a la taberna a preguntarle a Ellinwood. En realidad, era el guardia que le había atado las manos a la espalda a Brenden. Jadeaba como un histérico y su mirada era salvaje.

--Darien, ¿qué pasa? --le preguntó una joven esposa de un pescador, mientras se ponía en pie y corría hacia él.

--Korina está muerta --respiró--. Estuve de guardia toda la noche en el cuartel. Cuando volví a casa la encontré fuera de la ventana...

tenía la garganta abierta.

Dejó de hablar y empezó a sollozar si hacer ningún ruido.

--¿Quién es Korina? --preguntó Leesil, aunque la pregunta apenas si importaba.

--Su mujer --dijo Karlin sin rodeos--. Llevaban casados solo desde el invierno.

Leesil se agarró a la mesa que tenía delante y de alguna manera logró ponerse en pie.

--Estas criaturas se están volviendo cada vez más osadas.

Magiere y yo no podemos hacer esto solos.

Algunos trabajadores del muelle se arremolinaron alrededor de Karlin. No les entusiasmaba la idea, pero estaban resignados. Uno de ellos dijo:

--Dinos lo que hay que hacer.

Poco tiempo antes de la puesta de sol, Magiere estaba en la calle, delante de La Rosa de Terciopelo, dudando entre entrar o no.

Preferiría luchar diez veces con Rashed antes que tener que pedirle a Welstiel que le ayudara otra vez, pero ahora mucha gente dependía de ella.

Las preciosas cortinas de brocado y las contraventanas blancas ahora le parecían una parodia. Aquella bonita fachada parecía reforzar la idea de que Miiska era un lugar seguro y que ninguna criatura antinatural hacía túneles bajo ella o se alimentaba de sus habitantes por la noche.

A nadie de los que vivían allí se le ocurriría ayudarla a destruir vampiros, y mucho menos admitir la verdad... a excepción de Welstiel.

¿Pero de cuánta ayuda era él? Para la segunda vez que se vieron, Magiere ya se había cansado de sus consejos enigmáticos.

Necesitaba información específica acerca de los puntos débiles de sus enemigos. Puede que nunca se esperara que Leesil pudiera ganarse la confianza de los habitantes de Miiska. Aunque no exactamente elocuentes, sus palabras habían sido poderosas, directas y convincentes. Hasta casi hizo que se creyera que había servido a un señor de la guerra.

--Bueno, él ya lo ha hecho --se dijo a sí misma en voz alta.

En El León Marino, Leesil estaba supervisando los preparativos para el ataque. Aquel trabajo era dominio suyo, aunque no tenía ni idea de cómo lograba mantenerse en pie. La tarea que le había correspondido a ella era más personal, más privada. Necesitaba tener más información acerca de ella misma y sobre cómo encontrar un método efectivo de acabar con Rashed.

Además necesitaba más ayuda de la que unos cuantos tenderos y jornaleros sin entrenamiento le podían ofrecer, y allí sentado tras su mostrador al otro lado de la puerta de La Rosa de Terciopelo había alguien a quien le gustaría tener de su lado.

Loni, el atractivo elfo propietario levantó la cabeza en cuanto entró y la sorprendió con una expresión de alivio.

--Magiere --dijo al instante como si fuera una conocida--. El señor Welstiel la espera. Por favor, venga por aquí.

Magiere se detuvo.

--¿Me espera?

--Sí, sí, ha preguntado varias veces si había llegado usted --le contestó casi enfadado, como si cualquier retraso fuera demasiado--.

Por favor sígame.

Cuando Loni se puso en pie, Magiere se dio cuenta de que era más o menos de la misma altura y constitución que ella. Él llevaba una camisa blanca lisa y sencilla de algodón y un par de gruesos bombachos negros. Parecía muy impaciente por llevarla abajo hasta Welstiel. Como estaba siendo tan amable se le ocurrió una idea.

--Loni, ¿podría prestarme algo de ropa? --le preguntó cansada--.

Si quiere se las pagaré.

No había tiempo para un sastre y no podía luchar contra Rashed con aquel vestido. Como esperaba que Loni la mirara ofuscadamente, le estuvo agradecida en silencio cuando apenas si la miró de arriba abajo y al ver sus ropas andrajosas lo entendió.

--Por supuesto --dijo él--. Las tendré listas antes de que se vaya.

Magiere pensó que Loni debía de saber lo que estaba pasando, o al menos sabía que algo crítico estaba pasando, y que su huésped de honor estaba esperando para verla a ella, la legendaria cazadora de los muertos. La cimitarra le colgaba de la cintura y él no le pidió que se la quitara.

Loni iba delante de ella por la opulenta sala principal de La Rosa de Terciopelo, pasaron por las pinturas, las flores, y fueron escaleras abajo hasta la habitación de Welstiel.

Loni llamó con suavidad.

--Ha llegado, señor.

Sin esperar a que le contestaran, Loni abrió la puerta y la hizo pasar, luego la cerró tras ella sin hacer ruido.

Welstiel estaba sentado en la misma silla de la otra vez, pero esta vez parecía estar pensando más que leyendo. La habitación no había cambiado en absoluto. Sus ojos en cambio parpadearon, sorprendido al verla. No era que a Magiere le importara lo que él pensara, pero sabía que tenía el aspecto de una camarera a la que le han dado un revolcón por la paja.

--¿Hace cuánto que no has dormido? --le preguntó.

--No me acuerdo. No he venido hasta aquí para comentar mis hábitos de sueño.

Nunca antes se había dado cuenta de lo negras que tenía las cejas Welstiel. Contrastaban enormemente con los mechones blancos de sus sienes.

--¿Por qué has venido aquí? --le preguntó sin moverse de su silla.

--Pensé que habría alguna posibilidad de que me ofrecieras ayuda en lugar de tus habituales adivinanzas.

La ausencia de ventanas y la luz antinatural del globo brillante de Welstiel ahora la ponían un poco nerviosa.

--He oído un rumor. Por supuesto que estoy seguro de que es solo un rumor --dijo él--, de que has reclutado a algunos pescadores y a algunos trabajadores del muelle.

--No es ningún rumor.

Welstiel se puso en pie y su sereno rostro mostró una pizca de ira.

--Mándalos a casa. A todos. Tú eres una Dhampir. Involucrar a plebeyos solo causará el caos. Todo este asunto debería haberse terminado hace días.

Magiere se cruzó de brazos.

--Vale. Entonces Loni y tú haceros unas estacas y venid a luchar conmigo.

El momento de ira desapareció del rostro de Welstiel y sonrió.

--Me temo que eso no es posible, querida. Una vez pensé que eras inteligente, pero puede que todavía no lo entiendas. Eres tú la que es una Dhampir. Tu propósito, tu existencia, gira alrededor de la destrucción de los no-muertos.

Una mezcla de furia y frustración la llenó toda y, en un impulso, desenvainó su espada.

--¡Estoy tan cansada de tus juegos! Si sabes al menos la mitad de lo que dices, escúpelo ahora.

Sus oscuros ojos bajaron la mirada hasta el filo de la cimitarra y volvió a levantarla.

--¿Puedes sentir cómo crece la fuerza? Cada vez que luchas con uno de esos indeseables, ¿no crece tu fuerza? --bajó drásticamente su tono de voz--. ¿Has oído alguna vez un estúpido dicho popular que dice que el mal solo puede ser vencido por el bien?

Es mentira. Al mal solo lo puede vencer el mal. Estas criaturas sedientas de sangre son antinaturales y no tienen lugar en el mundo de los vivos. Sin embargo, uno de ellos debe de haber sido lo suficientemente listo, lo suficientemente desinteresado como para crearte.

Magiere bajó la espada.

--¿Qué quiere decir eso?

Welstiel se acercó un poco más.

--He estudiado a fondo las costumbres de los vampiros. Durante el primer día después de haber sido convertido, es posible para uno de ellos crear un niño. Uno de tus padres, posiblemente tu padre, era un no muerto. La mitad de ti pertenece al mundo de lo oscuro, un estado negativo de la existencia que necesita consumir vida para existir. Pero tu lado mortal es más fuerte. En los dhampires este desequilibrio causa un odio hacia su propia mitad antinatural que no son capaces de controlar. Al hacer uso de los poderes de su lado oscuro, se convierten en la única arma viviente capaz de luchar y vencer a los vampiros. ¿Lo entiendes ahora?

Sus palabras cortaban como una cuchilla. Magiere no quería creerle, pero tampoco podía negar los recientes acontecimientos.

--¿Cómo lo supiste? Acerca de mí, quiero decir. ¿Cómo lo sabes?

Señaló al cordón de cuero y a la cadena que se le veían en el cuello.

--Esos amuletos, escondidos dentro de tu vestido. ¿Quién te los dio?

Magiere hizo una pausa y varias piezas del rompecabezas empezaron a colocarse a regañadientes en su lugar correspondiente.

--Mi padre, o eso me dijeron. Me dejó la armadura y la cimitarra también. Pero, si hubiera sido un vampiro, ¿por qué iba a crearme y después dejarme las armas para destruir a los de su misma clase?

La mano de Welstiel salió hacia delante impulsivamente y después se detuvo. Puede que sintiera la pena que ella sentía.

--Siéntate --le dijo.

Ella no se movió.

--Algunos vampiros se deleitan con su existencia. Le dan la bienvenida --dijo él--, pero a otros a veces se los crea contra su voluntad, creo que es posible que un vampiro odie a los de su propia clase.

Parecía hablar con franqueza, y Magiere no sabía si estarle agradecida o sentirse arrepentida. Se había pasado la vida intentando borrar su pasado con todo el ahínco que podía. Tal como era, había muy poco que mereciera la pena recordar. Su padre la abandonó y su madre estaba muerta. Los dos habían desaparecido de su vida antes de que tuviera la edad suficiente como para recordar sus rostros. A veces, incluso había envidiado a Leesil por saber quién era y de quién procedía, aunque fuera reacio a hablar de ello. Ahora aquel loco arrogante creía que ella había nacido de la misma clase de criatura que había estado tratando de destruir desde que había llegado a aquel pueblo.

No quería compartir esos pensamientos con Welstiel, pero parecía saber más que nadie acerca de ella. Si tenía razón, o al menos en parte, entonces, en algún lugar del mundo su padre todavía podría... existir.

--¿Crees que a mi padre lo convirtieron contra su voluntad, y que me creó a mí como una especie de arma?

--Es posible.

--Entonces, ¿por qué iba a dejarme? Me dejó en una aldea llena de campesinos supersticiosos que no soportaban verme. --Ella nunca lloraría, nunca había llorado, pero la voz se rompió levemente--. ¿Por qué haría eso?

--No lo sé --le contestó Welstiel--. Puede que para hacerte fuerte.

Magiere estudió su rostro y la inteligencia de sus ojos.

--¿Cómo sabes esas cosas? Dímelo, por favor.

Welstiel hizo una pausa.

--Estudio y observo, y he viajado a muchos sitios. Oí hablar de una cazadora que iba a venir a vivir a Miiska, y tenía que verlo con mis propios ojos. Lo supe la primera vez que te vi. ¿Te acuerdas? Estabas en la taberna, llevabas ese vestido, aunque estaba en mejores condiciones, y habías escondido esos amuletos para que no se vieran.

--Sí --dijo ella--. Me acuerdo.

--Siéntate. --Le señaló hacia el borde de la pequeña cama.

Esta vez Magiere obedeció. Welstiel volvió a señalarle el cuello del vestido.

--¿Sabes ya cómo funcionan? Le preguntó.

Magiere miró hacia abajo, pero no sacó los amuletos para que se vieran.

--No estoy segura. El topacio parece brillar cuando estoy cerca de un vampiro.

Welstiel asintió.

--Sí, como el perro, es una alarma, o algo así. Siente la presencia de las existencias negativas. El amuleto de hueso es diferente. He leído sobre ellos, pero el tuyo es el primero que veo. Los no-muertos que se alimentan de sangre de lo que se nutren en realidad es de la fuerza de la vida. Son un recipiente vacío que necesita que se lo rellene constantemente. Una fuerza de vida negativa, si quieres llamarlo así. El consumo de vida mantiene su existencia y hace que se curen con tanta facilidad.

» Sin embargo, tú todavía eres un ser con vida --continuó--. Ese hueso fue dotado, encantado, de manera que al ponerlo en contacto con alguien vivo permita a ese mortal absorber fuerza vital y utilizarla de la misma manera que los muertos nobles. La única criatura que conozco que pueda consumir sangre de la manera en que tú ya lo has hecho es un Dhampir. El amuleto permite que tal acto sea más que alimentarse de sangre; permite que la alimentación se convierta en el consumo directo de la energía de la vida.

--¿De dónde podría venir una cosa así? --le preguntó.

Welstiel frunció el ceño.

--Dijiste que tu padre lo dejó para ti. No tengo todas las respuestas. Pero si yo pudiera hacer lo que tú haces, no estaría aquí sentado charlando conmigo. Me estaría preparando para luchar.

--Sigo perdiendo cada vez que me enfrento con Rashed. ¿Cómo puedo ganar? --le preguntó.

--No te resistas a ti misma. Conviértete en uno de ellos. Por eso te tienen miedo, porque puedes usar sus puntos fuertes contra ellos.

Lucha sin conciencia y sin moral. Usa todos y cada uno de tus dones.

Sus consejos no eran lo que ella quería oír. Y de repente sintió ira contra él por ser sincero, como si culpar al mensajero fuera a reconfortarla. Magiere sabía que no debía culparlo. Pero ahora se le hacía difícil estar en la misma habitación que él. Magiere se levantó y caminó hacia la puerta.

--No te volveré a ver --dijo ella--. Después de esta noche no hará falta.