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Cuando despuntó el amanecer, Leesil cogió a Chap y lo llevó a su hogar. A pesar de que el perro para entonces ya estaba medio despierto, perecía estar tan enfermo y débil que Leesil quería llevarlo a su lugar favorito de El León Marino, junto a la enorme chimenea. La casa de Brenden se le antojaba fría y poco familiar.

En su corto camino a casa no vio a casi nadie y por un momento se preguntó dónde estarían la mayoría de los comerciantes. La respuesta vino cuando vio que el humo todavía se elevaba sobre la ciudad desde cerca de los muelles. Gran parte del pueblo debía de haber pasado la noche en pie, tratando de controlar el fuego. Cogió a conciencia un camino por el pueblo que no pasaba cerca del destruido almacén.

Cuando entró en el salón principal de la taberna, casi suspiró aliviado al ver que no había nadie. No podía enfrentarse con Caleb o Rose en aquel momento y deseó con todas sus fuerzas que durmieran profundamente toda la mañana. El fuego de la chimenea estaba bajo, pero seguía ardiendo, y todo lo que había en la poco iluminada habitación hacía que Leesil tuviera la certeza de que este mundo todavía tenía sentido, desde la barra de roble a las sillas desgastadas, pasando por su mesa de faro.

Leesil estaba exhausto por haber transportado a Chap medio camino a través del pueblo y entonces temblaba bajo el peso del perro. Al medio elfo le faltaba fuerza a causa de la pérdida de sangre y de los sucesos de la noche anterior. Incluso la comida que Brenden le había llevado no parecía haberle devuelto gran parte de su fuerza. El herrero se había marchado muy poco después.

Casi jadeante por el esfuerzo, se tropezó y dejó a Chap sobre la pequeña alfombra junto a la chimenea. La mayoría de las heridas del perro eran aparatosas, pero superficiales.

Leesil le acarició las orejas de terciopelo.

--Voy a calentar un poco de agua y vengo enseguida.

Chap solo gimió y le intentó chupar una mano.

Fue entonces cuando empezó la conmoción.

Al principio solo oyó un débil rugido que venía del exterior. Leesil se levantó para acercarse a la ventana y mirar, pero el extraño sonido pronto se convirtió en voces que gritaban muy cerca de la taberna.

Cambió de dirección y fue a abrir la puerta. Se encontró con varias imágenes a la vez.

La espalda ancha y cubierta de cuero de Brenden estaba a un brazo de distancia de él. El herrero estaba conteniendo a una gran muchedumbre liderada por el agente Ellinwood. El rostro del agente estaba rojo por la ira.

--¿Cómo te atreves a interferir en mi labor? --bramó.

--No ha cumplido con su labor durante años --le espetó Brenden.

--¿Qué está pasando? --preguntó Leesil asombrado.

Brenden se giró y lo miró.

--Lo siento. No he podido mantenerlos alejados. --Cruzó los brazos y se volvió hacia el agente--. Pero los mantendré alejados.

El herrero parecía estar rendido, se le veía demacrado y todavía estaba sucio de reptar por los túneles del almacén. Entre la muchedumbre de unas veinte personas, Leesil vio a tres guardias del pueblo. ¿Qué nuevo horror era aquel? Algún perverso Dios pensaba que necesitaba otro juicio más.

--Brenden ha admitido que tú y tu socia habéis incendiado el mejor almacén de Miiska --dijo Ellinwood a la vez que señalaba con fuerza con el dedo a Leesil--. ¿Tienes alguna idea de lo que habéis hecho?

La comprensión golpeó a Leesil como una roca.

--¡Oh! El almacén. ¿Todo esto es por eso? Deberían estar agradecidos. Su pueblo es mucho más seguro ahora.

--¿Agradecidos? --farfulló indignado e incrédulo un hombre de mediana edad que estaba en primera fila en la muchedumbre--.

¿Dónde voy a trabajar? ¿Cómo voy a dar de comer a mis hijos?

A pesar de que aquellos trabajadores del muelle le daban mucha pena, a Leesil se le había agotado su habilidad para capear cualquier emoción fuerte. No tenía ningún interés en continuar aquella conversación que no iba a llevar a ninguna parte.

--Si el dueño del almacén quiere presentar una queja formal, dejad que hable con el agente --dijo Leesil--. Tengo un perro enfermo del que cuidar.

--¡Tú mataste al dueño! --gritó Ellinwood--. Tu socia y tú estáis bajo arresto. El herrero también.

Brenden apretó más sus brazos cruzados, y Leesil se preguntó por qué no habrían arrestado ya a Brenden. Entonces se dio cuenta de que los guardias se habían quedado atrás, ni siquiera habían intentado acercarse a Brenden, y por su expresión, Ellinwood parecía estar al borde de la histeria.

Brenden utilizó palabras claras y precisas para decir bien alto:

--El dueño dormía en un ataúd, sobre la tierra de su lugar de nacimiento, a tanta profundidad que tuvimos que arrastrarnos por un túnel para llegar hasta él.

Miedo e incomodidad silenciaron los enfadados murmullos de la muchedumbre. Brenden dio un paso hacia delante y Ellinwood se echó atrás.

--Si alguien duda de que esta ciudad estaba plagada por los no-muertos --gritó Brenden--, puede ir a desenterrar a mi hermana y comprobar lo que le hicieron. Los ladrones y los asesinos no dejan marcas de dientes. No beben sangre.

Para entonces ya estaba de pie en medio de la muchedumbre.

--¡Este cobarde al que llamáis agente sabía lo de estas criaturas hacía años y no hecho nada para protegeros! Puede que haya desaparecido el almacén, pero al menos vuestros hijos están a salvo.

Deberíais estar dándole las gracias a este hombre que tengo detrás de mí. Deberíais estar dándole las gracias a esa mujer. --Señaló detrás de la muchedumbre.

Cuando Leesil miró más allá de los trabajadores del pueblo, vio a Magiere que estaba sola en la calle. Nunca la había visto tan parecida a un guerrero como entonces. Alta y ágil con su coraza de cuero y la cimitarra colgando de la cintura, Magiere miraba a la masa de gente con ojos angustiados.

Suciedad y humo habían marcado sus manos y su rostro. Se le veía una fina línea roja en el cuello.

Nadie habló. Entonces uno de los guardias, con semblante frío en el rostro, se alejó de la muchedumbre y caminó hacia ella.

Leesil miró a Magiere con atención. No había manera de que él pudiera atravesar todo aquel tumulto para llegar hasta ella a tiempo si aquel guardia decidía descargar toda su ira sobre ella, y ella ya había pasado por mucho.

El joven guardia se acercó a ella. Todos los que estaban en la calle se quedaron en silencio, expectantes ante lo que pudiera ocurrir.

El guardia se quedó allí de pie y la miró a la cara.

--Mi hermano desapareció hace dos años. Yo no voy a arrestar a nadie.

No dijo nada más, se dio la vuelta y se alejó. Los otros dos guardias esperaron y después lo siguieron.

Ellinwood respiró tres veces, jadeaba, y Leesil se dio cuenta de que el agente había perdido su control.

Si los guardias se negaban a seguir sus órdenes y entrar en acción él por sí mismo no servía para nada.

Pero, ¿por qué estaba Ellinwood tan enfadado? No es que estuviera solo haciendo poses para que pareciera que estaba haciendo su trabajo. Y a la bestia carnosa no le importaba en absoluto ninguna de las familias de la clase trabajadora de Miiska. Entonces,

¿qué había producido todo aquel veneno contra la destrucción del almacén?

Magiere atravesó con decisión la muchedumbre. Leesil se aparto con rapidez para dejar que entrara. Magiere no dijo nada.

Brenden seguía enfadado con el agente. Leesil miró a los trabajadores del puerto y negó con la cabeza.

--Id a casa, por favor. Si queréis cerveza o jugar a las cartas, abriremos al atardecer. --Miró a Ellinwood--. Alégrese. Ya no tiene que esconderse de nada.

La primera punzada de auténtico placer que había sentido en días lo invadió por completo cuando la mitad de la muchedumbre miró con auténtico y genuino desagrado a su agente. La gente empezó a dispersarse y marcharse. Sin embargo, Ellinwood no había terminado.

--Se reparará el daño --dijo en el tono más serio que Leesil le había oído jamás emplear--. Aunque tenga que confiscaros los billetes de banco y vender esta taberna y la herrería para ello.

La furia de Brenden no hizo más que aumentar y Leesil temió que su amigo pudiera atacar al frustrado e igualmente enfadado Ellinwood.

--No lo mates --le dijo el medio elfo cansado--. O te arrestarán de verdad y no me quedan monedas con que pagar la fianza para sacarte.

El humor era la única herramienta que le quedaba, pero funcionó. Brenden se mantuvo firme, pero se relajó un poco.

--Haga lo que tenga que hacer --le dijo Leesil al agente--. Pero, de alguna manera dudo mucho que el consejo de la ciudad le permita vender nada nuestro por esto.

Ellinwood pareció sorprenderse por aquellas palabras y Leesil decidió que la conversación había terminado. Alargó la mano, cogió a Brenden por el brazo y tiró de él para que entrara en la taberna, así dejó a Ellinwood y los pocos habitantes del pueblo que quedaban allí en la calle. Después colocó la barra de madera en la escuadra de metal de la puerta.

--Déjale que llame a la puerta si quiere. --Sin embargo no sonó nada.

Dentro, el salón principal estaba vacío. Magiere debía de haber ido arriba. Brenden y Leesil estaban solos.

--Alguien tiene que limpiarte esas marcas de garras de la cara

--dijo Brenden con total naturalidad--. Tal como están te van a dejar cicatriz.

Leesil suspiró e hizo caso omiso del comentario.

--¿Cómo empezó esa aglomeración?

--Fui a ver el almacén, para asegurarme de que se había hundido. Cuando aparecieron Ellinwood y sus hombres, los trabajadores del puerto le pidieron acción. Yo intenté ser sincero acerca de lo que había sucedido, de por qué hicisteis lo que hicisteis, pero ellos solo querían alguien a quien poder echarle la culpa.

Ellinwood os utilizó a Magiere y a ti como chivos expiatorios y los calentó a todos. No pude detenerlos antes de que llegaran a la taberna.

Leesil le echó leña al fuego. Bueno, por lo menos Brenden todavía estaba de su lado. Si se tenía en cuenta cómo había reaccionado el herrero la noche anterior, a Leesil no le habría extrañado que sus lealtades hubieran sufrido cambios.

--Brenden, ¿podrías ocuparte de Chap mientras yo voy a ver cómo se encuentra Magiere?

Su amigo se quedó en silencio indeciso.

--¿Qué es ella?

--No lo sé. De verdad que no, y ella tampoco lo sabe.

--Se parece tanto a una mujer. Hasta había pensado en... --Sus palabras se fueron apagando--. Pero ahora no sé lo que pensar.

Leesil sintió como su cuerpo se ponía en tensión. ¿Qué estaba diciendo Brenden? ¿Había pensado cortejar a Magiere? Como si Magiere fuera a dejarse cortejar por cualquiera. De repente Leesil sintió una enorme prisa por echar de allí a Brenden de manera muy poco educada. Se calmó y se dio cuenta de lo tonto que estaba siendo. Brenden era su amigo, y no tenía muchos de esos.

Su barba no estaba del acostumbrado rojo brillante, sino que la tierra y el polvo la habían dejado de un marrón negruzco y Leesil sabía lo cansado que debía de estar. Al medio elfo no le agradaba dejarlo para que cuidara al perro, pero Magiere había regresado y tenía que verla.

--¿Cuidarás de Chap? --le volvió a preguntar.

El herrero asintió. Mientras Brenden comenzaba a hervir agua, Leesil subió a la habitación de Magiere, se quedó al otro lado de la puerta medio rota y llamó una vez.

--Soy yo. Voy a entrar.

Magiere estaba sentada en su cama en silencio, tenía la cabeza agachada y el pelo le colgaba hacia delante. La perspectiva de tener una conversación sincera no atraía mucho a Leesil, por lo que se quedó en el umbral de la puerta un momento.

--Lo hecho, hecho está. Ven a la cocina conmigo. Tenemos que empezar a asearnos y ver qué otras heridas tenemos. Es imposible juzgar las lesiones bajo toda esta tierra.

--Yo no tengo ninguna herida --le respondió con tranquilidad--.

Solo tenía una y tú me la curaste.

Exhausto o no, no se iba a librar de aquello.

--Magiere, están muertos. Quemé el almacén sobre sus cabezas y se derrumbó. Lo que quiera que te pase, solo ocurre cuando luchas con no-muertos, y ya no están. Se ha terminado.

Magiere levantó la cabeza.

--Tu cara. Mira lo que te han hecho en la cara.

--No te preocupes. Seguiré estando guapo.

Magiere no sonrió.

--Tienes que contarme lo que pasó.

Leesil se enderezó e intentó irradiar una insoportable decisión.

--Brenden está abajo. Ven a la cocina conmigo para que podamos limpiarnos. Después haremos té y prepararemos el desayuno. Mientras comemos te lo contaré todo, ¿trato hecho?

Magiere empezó a discutir y se puso de pie.

--Vale.

--Coge la bata --dijo Leesil--. Los pantalones que llevas están tan desgarrados y sucios que hasta yo quiero quemarlos, y tú eres la más quisquillosa de los dos.

A pesar de que le afligía la insistencia de Leesil en que se asearan y desayunaran antes de hablar, Magiere después admitió para sí misma que su compañero tenía razón al seguir sus instintos.

Una vez que se hubo lavado, se recogió el cabello en una trenza.

Luego se puso la mullida bata, hizo té y cortó algo de pan mientras él se quitaba su propio hollín. Aquellas actividades sencillas le permitieron serenarse y sentirse más fuerte y capaz de enfrentarse con lo que le pudieran contar ellos.

La noche anterior había estado cubierta de sangre, y no toda era suya. Cuando salió a pasear antes del amanecer su estómago estaba duro como una piedra.

Mientras pensaba en toda la sangre que Leesil había perdido por ella la noche anterior, le buscó algo de añojo frío y queso. Después le limpió con cuidado los fuertes arañazos que tenía en la cara y le aplicó el ungüento que Welstiel les había dejado. Mientras estaba allí sentada en un taburete y le aplicaba con suavidad la medicina en la piel, Magiere volvió a sentirse más como ella misma. Se sentía mejor al hacer algo, lo que fuera, por él. Le quedarían algunas cicatrices, pero tenía razón, sus estrechas facciones seguirían siendo atractivas.

Mientras hacía todo aquello, Brenden entró a ocuparse de sí mismo y ninguno de los tres mencionó la noche anterior hasta que todos estuvieron cómodamente sentados alrededor de una mesa del salón principal. El té sabía bien y Magiere tenía sed. Magiere se terminó una taza y se sirvió otra antes de preguntar:

--¿Vais a empezar a hablar?

Hasta entonces, Brenden y ella habían evitado hablarse el uno al otro, pero sus inquisitivas miradas de reojo eran muy difíciles de esquivar.

--Veo fragmentos de la lucha, pero el último recuerdo claro que tengo es abrir la tapa del ataúd de Rashed. --Sus dos compañeros se removieron en sus asientos al oír el nombre del no muerto--. Se llama así --insistió--. Debió de decírmelo.

Leesil sorbió su té. Magiere se dio cuenta de que la piel de su cara estaba menos irregular y menos hinchada. Podía ser que el ungüento le disminuyera las cicatrices.

--Después de eso --dijo Leesil con naturalidad--, Ratboy salió de golpe atravesando la tapa de su ataúd.

Continuó un buen rato mientras le contaba cómo se sucedieron los acontecimientos. Magiere sabía que a Leesil no se le daba muy bien ordenar temporalmente las historias de aquella manera, y valoró su concentración y su esfuerzo por darle detalles. Pero cuando llegó al punto en que Brenden la sacó en brazos, Magiere sintió vergüenza, y se quedó avergonzada el resto de la historia hasta que llegaron a cuando apareció Welstiel. Cuando Leesil titubeó, Brenden miró para otro lado. No mencionó expresamente lo que ocurrió cuando la alimentó.

--No sabía qué otra cosa hacer --dijo Leesil--. Te estabas muriendo.

Leesil le había dado a beber su propia sangre, y aquello, de alguna manera, le salvó la vida. Magiere no sabía cómo responder a su sacrificio. Vio fogonazos espontáneos de recuerdos, los dedos de Leesil moviéndose con suavidad sobre su cabeza, su muñeca en su boca, su fuerza para sujetar ambos cuerpos juntos hasta que la fuerza le pasó a ella.

--Tú respiraste para mí y me reviviste después de que se hundiera el túnel --dijo él--. No veo la diferencia.

Sin embargo, Magiere encontró su comentario demasiado simple. Todos los que estaban vivos necesitaban respirar para vivir.

No necesitaban alimentarse de sangre para sobrevivir. ¿Qué era ella exactamente?

--Hay algo más --añadió Leesil--. Pero no sé lo que significa.

--Le señaló al cuello--. Welstiel hizo que sacara uno de tus amuletos y que apoyara el lado de hueso sobre tu piel. ¿Tienes alguna idea de por qué?

Aún más confusa, Magiere negó con la cabeza.

--No, no lo sé. Él parece saber mucho más de lo que nosotros sabemos. Pero también habla con enigmas y ¿cuánto podemos creer?

Dices que utilizó la palabra «Dhampir». Ya había dicho eso cuando fui al lugar... --miró a Brenden--. Donde murió Eliza.

--Un Dhampir es la descendencia de un vampiro y un mortal

--por fin, Brenden habló--. Pero no son más que una leyenda, un cuento de pueblerinos. El pueblo de mi madre era del norte, y su madre era una sabia del pueblo, una curandera de magia natural, hacía hechizos rurales y cosas así. Oí algunas cosas acerca de los no-muertos y no pueden crear ni concebir hijos. Tal descendencia sería imposible.

--Entonces, ¿cómo explicas que se me curara el cuello? --le preguntó Magiere, sin querer de verdad tener una respuesta--. ¿Mi arma? ¿Los amuletos? ¿Las cosas que me pasan cuando lucho contra Rashed?

--Bueno, no podemos creernos todo lo que nos cuente Welstiel

--interrumpió Leesil--. Llamó a Chap majay-hi, y yo sé que eso es ridículo.

--¿Por qué? ¿Qué significa? --preguntó Brenden.

--Sé muy poco de la lengua élfica, pero lo he estado pensando.

Creo que significa algo así como perro mágico. Bueno, seguramente sea algo más parecido a perro hada. Pero las hadas y espíritus de la naturaleza acerca de los cuales he leído no eran criaturas agradables exactamente. No, puede que Welstiel sepa más de lo que nosotros sabemos y puede que nos sea útil en algunas ocasiones, pero o bien está loco, o bien es tan supersticioso como los aldeanos de Stravina.

--No puedes negar que hay algo especial en Chap --susurró Magiere--. Él es diferente, como yo, cada vez que lucha contra uno de esos... --Su voz se fue apagando.

Leesil se quedó pensativo.

--Me he estado preguntando acerca de eso. Mi madre me dijo una vez algo acerca de Chap, algo de que fue criado para proteger.

Puede que los no-muertos fueran más abundantes en el pasado, y que el pueblo de mi madre tratara de criar una raza de perro capaz de luchar con tales monstruos.

Magiere levantó la vista, lo miró y pestañeó sorprendida. Hacía mucho tiempo que Leesil no decía nada acerca de su pasado, nunca hablaba de su familia.

--¿Conociste a tu madre?

Leesil se tensó.

--Sí.

Alguien llamó a la puerta.

--¡Oh! ¡Por el amor de todos los borrachos! --exclamó Leesil--.

Brenden, si Ellinwood todavía está intentando arrestarnos, te doy permiso para que lo mates.

Brenden se levantó con el ceño fruncido y fue a abrir la puerta.

No era Ellinwood el que esperaba fuera. Al otro lado de la puerta estaba en pie una adolescente a la que Magiere no conocía y un chico que le era vagamente familiar.

--¿Geoffry? --dijo Leesil--. ¿Qué haces aquí?

Entonces Magiere ubicó al jovencito. Era el hijo de Karlin, el panadero.

--Hola, Brenden --dijo la chica a la vez que le acercaba una bolsa verde--. Hemos traído el pago para la cazadora.

La chica podría tener unos quince años, tenía los ojos grandes, una cara agradable, y le faltaba un diente. Hablaba de una manera muy rara que Magiere nunca había oído.

--Oí que tú estaba con ellos --añadió--. Siempre pensé que tú ser valiente.

--Esta es Aria --dijo Brenden a modo de presentación--. Su familia vino desde el este hace unos años. Era amiga de Eliza.

Aria entró en el salón principal y miró a su alrededor. Geoffry la siguió.

--Mi padre recogió el pago --dijo el chico--, y nos mandó venir aquí.

Al principio, Magiere no lo entendió. Después estudió la bolsa que Aria le había dado y le dio un vuelco el estómago. Le pagaban por haber matado a los no-muertos de Miiska.

--Cójalo, señorita --le dijo Geoffry--. Es dinero de verdad, no solo chucherías de comida. Sabemos que usted no trabaja barato. El agente será un tonto, pero muchos de los habitantes del pueblo le están muy agradecidos.

--Este es un sitio bonito --dijo Aria a la vez que tocaba la barra de roble--. Nunca estado aquí.

Magiere intentó levantarse, pero no pudo. Dejó caer la bolsa sobre la mesa y la empujó rápidamente hacia Aria.

--Coged estas monedas y devolvédselas a todo el que haya contribuido. No hicimos nada de esto por dinero.

Aria y Geoffry la miraron confusos, incluso un poco decepcionados. Quizá habían solicitado el honor de llevarle a la cazadora su tarifa. Magiere podía imaginarse de dónde venía el dinero. Imágenes de panaderos, pescaderos y jornaleros del almacén ahora sin trabajo, rebuscando hasta el último penique se le cruzaron por la mente.

Se sintió mal y el desayuno amenazaba con salir. Aquello era como una pesadilla de la que no se podía despertar. El pasado no dejaba de engañarla para repetirse una y otra vez.

Brenden invitó a los jóvenes visitantes a que se marcharan con mucha educación. Magiere pudo oír frases y partes de frases de palabras amables como: «Lo apreciamos» o «Dale las gracias a tu padre» y «La cazadora está cansada». Sin embargo, una vez que Aria y Geoffry habían desaparecido calle abajo, Brenden se volvió hacia ella perplejo.

--Solo estaban intentando darte las gracias. Y no es que este tipo de gratitud no te sea conocida. Leesil y tú habéis destruido no-muertos y habéis cobrado por ello muchas veces con anterioridad.

Magiere se dio la vuelta para darle la espalda. No pudo evitarlo, y miró a su compañero para que le diera algún tipo de respuesta, de cualquier clase. Leesil se terminó la taza de té, se fue a detrás de la barra y se la llenó de vino tinto.

--Por supuesto --dijo Leesil--. Muchas veces.`