Epílogo

 

La primavera llegó al castillo junto al mar. Los cardos brotaron junto a las murallas. Poco a poco, había dejado de esperar noticias de sus hermanos. Brunson y Carwell habían luchado juntos, pero había sido una tregua provisional. Al contrario que el enojo de Rob.

Entre tanto, Thomas y ella esperaron porque sabían que el silencio del rey también era provisional, que algún día se presentaría en la frontera, que algún día tendrían que luchar otra vez. Sin embargo, ella aprendió a conocer la nueva tierra y la gente, como ellos aprendieron a conocer a la nueva señora. Seguía paseando por la playa, con más cuidado, y al mirar el mar se preguntaba si el primer Brunson, después de instalarse en el valle, pensaría en su lejana familia.

Un día, a finales de primavera, Thomas la acompañó a la playa y volvían al castillo mientras el sol se despedía y el cielo se ponía morado.

—Tengo que decirte una cosa —comentó ella.

Él sonrió. Su sonrisa se había convertido en una sonrisa muy franca y cariñosa. Al menos, en su mundo privado solo había confianza.

—¿Qué?

Había llegado el momento y tragó saliva porque no supo cómo decirlo.

—Espero un hijo.

Él se quedó parado y los recuerdos le borraron la felicidad que ella había esperado ver.

—¿Estás segura? —preguntó él como si esperara que pudiese haber otra respuesta.

—Sí —ella le tomó la mano y la apretó—. Ella no murió por el parto.

Él sonrió porque ella se había dado cuenta de sus temores.

—¿Cuándo?

—En la temporada de las incursiones.

Cuando el mar se enfriaba y las olas eran más grandes. Él la abrazó con fuerza, pero miró hacia abajo, la soltó y se apartó. Ella volvió a abrazarlo.

—Abrázame lo que quieras, no vas a aplastar al bebé.

—Debería acompañarte alguien.

—Sí. Le pediré a Cate que venga.

—¿La dejará él?

Esa vez fue ella quien se sintió dolida por los recuerdos.

—Eso espero.

Rob había dejado que Carwell los acompañara en la incursión, pero eso no significaba que lo hubiese perdonado. Ella estaba dándose cuenta de lo terco que podía ser un Brunson. Su marido la apartó con los brazos estirados y la miró de arriba abajo como si intentara ver dentro de su cabeza y de su cuerpo.

—¿Estás bien?

Ella levantó la mano como si esperara que él la invitara a bailar.

—Podría bailar una gallarda.

Él adelantó un pie, se inclinó y volvieron bailando hasta el castillo al ritmo del mar.

 

Bessie Brunson fue a la corte

Para salvar a sus hermanos.

Allí, una Brunson aprendió a bailar

Como la espuma sobre la ola.

Pero se casó con un Carwell,

Aunque lo amaba de todo corazón,

Los Brunson no podían confiar en él,

Esperaban que se arrepintiera de la elección.

 

La frontera era una tierra de familias y conflictos desde hacía generaciones. Algunas veces, los conflictos terminaban de forma sorprendente, como Rob el Negro comprobaría. Sin embargo, esa canción se cantará otro día.