Veintitrés
Moscú, 2000
Lily tenía la sensación de que había abierto la caja de Pandora con su pregunta a Svetlana. Pero no sabía hasta qué punto.
La mirada de Svetlana se tornó más sombría.
—¿Por qué iba a matar el Gobierno a uno de los mejores pilotos de la Unión Soviética en mitad de una guerra? —repitió con una sonrisa amarga.
—Stalin era un monstruo. Podía tratarte con suma dulzura un momento, pero, al siguiente, firmar tu orden de arresto sin pensárselo dos veces. Su juego favorito era hacer que sus víctimas temieran que estaban a punto de que las detuvieran y luego colmarlas de regalos y favores. Después de darles una falsa sensación de seguridad, enviaba al NKVD a que los detuviera. Hizo lo mismo con el padre de Natasha, que era un hombre bueno y generoso. Cuando Stalin prestaba atención, era como si la luz del Paraíso cayera sobre ellos. Pero cuando se volvía frío, la persona en cuestión estaba condenada.
Svetlana suspiró temblorosa. A Lily no le gustó cómo sonó. Oksana le cogió la mano.
—No siga ahora. Descanse. Podemos hablar de esto más tarde…, y sólo si quiere.
Pero ya no había quien parara a Svetlana. No podía guardarse su historia por más tiempo.
—Al ver que Natasha no volvía de la misión y que no había informes de un avión soviético que hubiera sido derribado detrás de la línea del frente, no podía quedarme quieta. Salí en su busca. «¿Qué haces?», me preguntó Sharavin cuando me vio preparando una mochila con comida y suministros. Le contesté que iba a buscar a Natasha. «¡No seas tonta!», exclamó.
»Sabía que el capitán Orlov no me daría permiso para abandonar el aeródromo, así que no se lo pedí. Podrían haberme fusilado por desertora. Sharavin me dejó marchar porque no creyó que tuviera valor para ir más allá de los centinelas rusos, por no hablar ya de los guardias alemanes. Pensaba que volvería al cabo de unas horas. Pero yo estaba decidida a encontrar a mi amiga. Crucé el frente y esquivé las patrullas rusas y alemanas. Me encontré con un grupo de partisanos que operaban en territorio alemán; cuando les dije a quién buscaba, me ofrecieron su ayuda.
»Viajamos toda la noche. Cuando amaneció, me llevaron a un piso franco mientras preguntaban a los aldeanos por algún avión soviético que hubiera sobrevolado el lugar o que hubiera sido abatido. Les dijeron que, en efecto, un avión soviético había caído en las proximidades del bosque de Trofimovski. Los partisanos tenían mucho que hacer antes del avance soviético, así que asignaron a un campesino para que me ayudara con la búsqueda. “Ten cuidado —me advirtieron—. No eres la única que busca a un piloto soviético. Los alemanes han registrado varias granjas de la zona”.
»El campesino y yo caminábamos por el bosque al anochecer cuando oímos unas voces. Algo estaba ocurriendo entre los árboles que había más adelante. El campesino me hizo detenerme. Agucé la vista y vi a un grupo de gente a menos de cien metros de nosotros. Uno de ellos llevaba el uniforme de las Fuerzas Aéreas rusas: era Natasha. Detrás de ella había un hombre con ropa civil apuntándole a la nuca. Me levanté dispuesta a gritar, pero el campesino tiró de mí y me tapó la boca con la mano. Un solo disparo hendió el aire nocturno y los hombres se alejaron rápidamente.
»Me zafé de las garras de mi compañero y corrí hacia Natasha, pero, presa del pánico, tropecé con una rama baja y perdí el conocimiento. Volví en mí al cabo de un minuto, pero me había golpeado tan fuerte en la frente que sentía náuseas y confusión. El campesino me cargó al hombro y volví a desmayarme. Más tarde me desperté en una casa de un pueblo cercano.
»Entonces el campesino me dijo: “Escucha, el NKVD ha ejecutado a Natalia Azarova. Hay espías rusos en todo el territorio enemigo. No se puede confiar en nadie. He vuelto esta mañana y su cuerpo ya no estaba. Probablemente, volvieron y se la llevaron o la encontraron los alemanes”.
»Cuando me di cuenta de que Natasha estaba muerta y de que el Gobierno soviético la había asesinado, me quedé sin fuerzas. Sabía por qué la había matado el NKVD. Alguien había descubierto que a su padre lo habían ejecutado, bajo la acusación de enemigo del pueblo. Había miles de personas con ese historial en las fuerzas armadas, pero no eran pilotos famosos a los que el pueblo soviético venerara. Natasha debía ser eliminada. Cuando no se hallaron ni su cuerpo ni su avión, fue fácil desacreditarla insinuando que era una espía alemana.
Oksana estaba mirando a Svetlana boquiabierta.
—Pero ¿y qué fue de usted? —preguntó.
A Svetlana se le llenaron los ojos de lágrimas. Laika apoyó la cabeza en el regazo de su dueña como si quisiera consolarla.
—Después de la muerte de Natasha no podía volver a mi regimiento —respondió—. No podía soportar la idea de trabajar para las Fuerzas Aéreas soviéticas o ser la mecánica de otro piloto. Si iba a participar en la campaña bélica, sería por el pueblo y no por el Gobierno. Me quedé con los partisanos, que me dieron la identidad de una mujer de la aldea, Zinaida Glebovna Rusakova, que había muerto hacía unos años. Los ayudé llevando mensajes y reparando maquinaria. Los rusos estaban avanzando con rapidez y los alemanes eran cada vez más despiadados. Nuestro grupo fue traicionado por un espía del pueblo. Ahorcaron a los líderes. A mí me detuvieron y me deportaron a Auschwitz.
¡Auschwitz! Lily recordó las imágenes de figuras esqueléticas, hornos y montañas de ropa. No necesitaba preguntar qué le había sucedido allí. ¿Cómo había logrado sobrevivir a aquel lugar? Oksana agarró la mano de Svetlana con más fuerza.
—Gracias, querida, por compartir esta historia tan triste con nosotras. Ha sido un día agotador para usted y creo que debería descansar. Tal como le prometimos Lily y yo, no le contaremos a nadie su historia. Gracias por confiar en nosotras. Espero que le ayude saber que hay gente que conoce la verdad.
De camino a casa, Oksana y Lily se detuvieron frente a la zona de obras de Zamoskvorechye para alimentar a los gatos de la colonia.
—Hay partes de la historia de Svetlana que suenan falsas —dijo Oksana a Lily cuando volvió al coche—. Aunque es plausible que los partisanos la ayudaran a buscar a Natasha, es demasiada coincidencia que ella y el campesino la descubrieran en el momento en que el NKVD la ejecutaba.
—Yo estaba pensando lo mismo —dijo Lily—. Pero el dolor en la voz de Svetlana era auténtico. Algo ocurrió, pero quizá no como ella lo ha descrito.
Ya en casa, Lily pensó en la historia de Svetlana mientras limpiaba la cocina y ordenaba la colada. Laika la estaba observando.
—¿Y tú? —preguntó mirándola a los ojos—. ¿Sabes algo que yo no sé?
El timbre del teléfono la devolvió a la realidad.
—¿Diga?
—Lily, soy Luka. Me han dicho en el hotel que te has tomado el día libre, así que pensé en llamarte a casa.
—Esta mañana quería ver el funeral de Natalia Azarova. El libro que me prestaste es fascinante.
—Menuda coincidencia —dijo Luka—. Le comenté a Yefim tu interés y me dijo que tiene nueva información de los archivos. ¿Quieres venir a cenar con nosotros? Vive en el barrio de Bogoroskoye; conozco un buen restaurante georgiano allí. Puedo pasar a buscarte.
Lily se puso alerta al instante.
—¿A qué hora?
Cuando ella y Luka entraron en el restaurante, Lily esperaba que Yefim le contara algo que no supiera. Había terminado el libro en tres noches. Era fascinante, pero Lily había oído la historia de boca de alguien que conocía a Natasha personalmente. ¿Habría descubierto Yefim algo nuevo en los archivos del Kremlin? ¿De verdad era mucho más abierto el Gobierno actual?
La decoración interior del restaurante era de estilo rústico, con mesas de madera y paredes de piedra. Yefim los esperaba sentado a una mesa situada en un rincón. A Lily le cayó bien de inmediato; con su sonrisa, su cabello despeinado y el cuerpo rollizo propio de alguien que pasaba mucho tiempo en las bibliotecas, daba la impresión de ser inteligente pero cercano. Pudiera contarle o no algo nuevo sobre Natalia Azarova, notaba que la conversación de aquella noche sería interesante.
—Habla un ruso perfecto —le dijo Yefim a Lily cuando Luka los presentó y hubieron hablado un poco sobre Australia y Rusia—. Me preocupaba tener que arreglármelas con mi pésimo inglés.
—Mis padres son rusos nacidos en China —explicó Lily—. Se fueron a Australia después del ascenso del comunismo. Hablaba inglés en la escuela, por supuesto, pero en casa lo hacíamos en ruso.
Pidieron ensalada georgiana, berenjenas rellenas y alubias rojas con cilantro y ajo.
—Aquí los jachos jinkali están buenísimos —les dijo Luka.
Lily consultó la carta y vio que los jachos jinkali eran bolas de masa rellenas de ricota y menta.
—En Georgia deben de comer bien —dijo—. ¡Qué buena pinta que tiene!
—Lily ha leído su libro sobre Natalia Azarova y hoy ha visto el funeral por televisión —apuntó Luka cuando llegó la comida—. ¿Ha descubierto algo en los archivos del Kremlin?
—Sí y no —respondió Yefim, que se sirvió alubias en el plato—. Los soviéticos destruían la información como querían, pero la archivista del Kremlin me ayudó y creo que me facilitó todo lo que había disponible sobre Natalia Azarova. También me dio el archivo de su padre, Stepan Azarov. Lo más curioso es lo que he averiguado sobre Svetlana Novikova, la mecánica de Natalia Azarova durante la guerra.
A Lily le dio un vuelco el corazón.
—¿Y de qué se trata? —preguntó Luka mientras pasaba el plato de berenjenas a los demás.
—Ella y Azarova fueron juntas al colegio antes de la guerra. Sus familias se conocían.
Lily contuvo el aliento e intentó no mostrar su decepción. No podía revelar nada de lo que le había contado Svetlana, pero la niña que llevaba dentro quería exclamar: «¡Yo ya lo sabía!».
Yefim bebió un sorbo de vino antes de continuar.
—Fue el padre de Novikova quien denunció a Stepan Azarov al NKVD. Lo acusó de alabar a países extranjeros y de mofarse del sistema de producción soviético. Incluso insinuó que Azarov estaba espiando para Francia.
El tiempo se detuvo.
—¿A Stepan Azarov lo detuvieron porque el padre de Novikova lo denunció? —preguntó.
—Bueno, es peor aún —repuso Yefim—. Cuando a Azarov lo detuvieron y a la familia la expulsaron de su piso, se instaló en él la familia de Novikova. El piso fue una recompensa por la denuncia contra Azarov. Natalia y su familia tuvieron que vivir en casas comunitarias.
Lily se esforzó en asimilar la nueva información. Svetlana no había mencionado nada de aquello, pero sí que guardaba un oscuro secreto: ahora estaba claro de qué se trataba.
—Yefim —empezó Lily, que quería formular la pregunta sin desvelar nada que no estuviera en el libro—, imagino que la relación entre un piloto y su mecánica es muy estrecha durante un conflicto. ¿Cree que Natalia Azarova llegó a descubrir lo que había hecho la familia de Novikova?
Yefim se encogió de hombros.
—No lo sé. Lo dudo. ¿Usted podría ser amiga de alguien cuya familia ha destruido a la suya?
De postre, Yefim recomendó pastel de nueces con té de menta fresca. Los pensamientos se arremolinaban en la cabeza de Lily. Lo que habían hecho los padres de Svetlana proyectaba una extraña interpretación sobre todo lo que había dicho Svetlana acerca de su amistad con Natasha. También ponía de relieve la irritante duda que abrigaba Lily sobre si el NKVD verdaderamente había matado a Natasha. Tal vez Yefim sabía algo al respecto.
—La identidad del asesino de Natalia Azarova sigue siendo una incógnita, ¿verdad? —aventuró—. ¿Ha encontrado algo en los archivos que aporte más información sobre su muerte?
—No —respondió—. Pero coincido bastante con la conclusión del Ministerio de Defensa, según el cual, fueron los alemanes quienes la ejecutaron.
Con cuidado, Lily preguntó:
—¿Es posible que a Natalia Azarova la asesinara el NKVD?
Yefim la miró y esbozó una sonrisa.
—Veo que ha leído el artículo de Vladimir Zasourki, con su teoría de la conspiración. Según él, los tres aviones que persiguieron a Natalia Azarova hasta territorio enemigo eran Messerschmitt capturados que pilotaban agentes rusos.
La camarera dejó el té y las raciones de pastel encima de la mesa. Yefim esperó a que se fuera antes de añadir:
—En cualquier otro país sería una teoría ridícula, pero Rusia tiene un historial de asesinatos políticos extraños. Sin embargo, personalmente no creo que sea lo que ocurrió en el caso de Natalia Azarova.
—¿Por qué no? —preguntó Luka.
Yefim bebió un sorbo de té.
—No cabe duda de que el NKVD la estaba vigilando. Pero es que ellos vigilaban a todo el mundo. La población idolatraba a pilotos famosos como Natalia Azarova, Valery Chkalov y Alexánder Pokrishkin. No obstante, aunque eso se podía ver como una amenaza para Stalin, Natalia Azarova no era un objetivo tan importante como para merecer una operación tan elaborada.
—¿No circula la teoría de que a Valery Chkalov se lo cargaron por contrariar a Stalin y que Yuri Gagarin murió porque Leonid Brezhnev, celoso, ordenó manipular su avión? —preguntó Luka.
Yefim sonrió.
—Sí, existen muchas teorías de la conspiración, pero creo que surgen porque no nos gusta creer que nuestros héroes a veces cometen errores estúpidos. Había ramas del NKVD que realizaban «trabajos sucios» y no dejaban rastro alguno sobre el papel. Pero pensemos en la operación estratégica que habría supuesto matar a Natalia Azarova en combate. Había que entrenar a tres rusos para que pilotaran aviones alemanes y después mandarlos a territorio enemigo. Ahora sabemos, por testigos oculares, que Natalia Azarova derribó a dos de esos aviones antes de caer. Habría sido mucho más sencillo envenenarle la sopa.
Yefim y Luka soltaron una carcajada. Era obvio que les gustaba hablar del tema. Pero para Lily se había convertido en algo personal. Le había cogido cariño a Svetlana, pero ahora ya no sabía qué pensar.
—¿Y el tercer avión? —le preguntó Luka a su amigo—. Natalia Azarova era un blanco muy preciado, pero no existen informes sobre un piloto alemán que se atribuyera la victoria de su derribo.
Yefim se recostó en la silla y se dio una palmada en el estómago.
—Supongo que por eso soy un aburrido académico y no director de Hollywood. Me ciño a los hechos. La explicación más plausible sobre por qué ese piloto alemán no reivindicó tal victoria es que jamás regresó a su base. El día que Natalia Azarova cayó fue uno de los peores de la guerra; reinaban la confusión y el agotamiento. Aunque no existen informes de ningún piloto alemán que se atribuyera la victoria sobre Natalia Azarova, sí hay tres sobre Messerschmitt que cayeron abatidos por fuego amigo.
Mientras se dirigían al coche tras despedirse de Yefim, Lily intentó ordenar sus ideas. ¿Por qué no les había contado Svetlana que su padre había denunciado al de Natasha? Había hablado de una disputa entre ella y su madre. Tal vez ésa era la causa y no lo había dicho porque se sentía culpable.
Luka le abrió la puerta, bordeó el coche y se sentó al volante.
—¡Menuda investigación sobre Natalia Azarova has hecho! —dijo—. Estoy impresionado. —Giró la llave de contacto—. Este verano tienes que acompañarme a una excavación. Conocerás a gente espléndida: fanáticos de la historia y algún que otro loco. Ya sabes a qué clase de hombres me refiero: adultos que juegan con soldaditos de plomo.
—Si sigo aquí el verano que viene, puede que sí —dijo Lily—. Ahora entiendo mucho mejor tu interés en la búsqueda de reliquias.
Luka la miró.
—¿Estás pensando en volver a Australia antes del verano?
Lily se encogió de hombros.
—No lo sé. Echo de menos a mis padres y a mis amigos. Por otro lado, no sé si estoy preparada para volver todavía…, y mi jefe quiere ampliarme el contrato.
Luka puso en marcha el coche y se unió al tráfico.
—Oksana me contó lo de tu novio, Lily. Lo siento. Debe de ser duro.
Pasaron frente a la estación de metro de Elektrozavodskaya, que era la siguiente en la lista de visitas pendientes de Lily. Se preguntaba si asociaría para siempre el metro de Moscú con sus solitarios fines de semana.
—No parece que esté haciendo muchos progresos con el duelo —le confesó—. Todavía me despierto deseando que nada de aquello hubiera ocurrido. Y luego me paso el día intentando aceptar la realidad.
Luka le tocó el hombro.
—No dejes que nadie te meta prisas ni te diga qué debes sentir —dijo—. Trato con mucha gente que se avergüenza del dolor que siente por su perro o por su gato. Yo les digo que la pérdida de un compañero animal es tan real como la de cualquier familiar o amigo íntimo, y les digo que no dejen que nadie reste importancia al mal momento que están pasado. En cierto sentido, el duelo es algo hermoso.
Lily se volvió hacia él.
—¿El duelo es algo hermoso?
A ella le parecía el sentimiento más espantoso del mundo. En el mejor de los casos, veía el mundo a través de una neblina; en el peor, todo parecía negro.
—Significa que has amado a otra persona con todo tu corazón —dijo Luka—. ¿Qué sentido tiene vivir si no has amado así ni siquiera una vez?
Un sentimiento como aquél normalmente hubiera hecho llorar a Lily, pero, para su sorpresa, en lugar de pensar en Adam, fue Valentín Orlov quien le vino a la cabeza. Recordó su rostro pétreo en televisión. Pensó en el precio tan alto que había pagado por amar a Natalia Azarova.
A la mañana siguiente, Lily fue a contarle a Oksana lo que había averiguado a través de Yefim. Por los maullidos que se oían dentro, intuyó que los gatos estaban esperando el desayuno.
—Llegas a tiempo para ayudarme —dijo Oksana cuando abrió la puerta.
El desayuno de los gatos consistía en un guiso de pollo y verduras que Oksana preparaba los fines de semana y que guardaba en el congelador. Calentaba el caldo descongelado en los fogones, lo servía en grandes cuencos y le añadía complementos.
Lily puso los cuencos en una bandeja y se dirigió a la habitación de los gatos, que era la más grande del piso. Abrió la puerta y vio treinta caras expectantes mirándola. Para acoger a tantos gatos y mantener las cosas en orden, Oksana había dispuesto sillas de plástico en la habitación con un cojín encima y otro debajo para que cada silla sirviera de litera para dos. La mayoría de los gatos a los que rescataba se ofrecían en adopción en la página web de Animales de Moscú, pero se quedaba con los más longevos o los que habían perdido un ojo o una oreja, ya que era mucho más difícil encontrarles un hogar. Los gatos que conocían la rutina se habían apiñado frente a la puerta y casi hicieron tropezar a Lily, pero los más nuevos aguardaban cautelosos en sus sillas y la observaban. Aquella imagen siempre hacía reír a Lily: era como presentarse ante un público felino que esperaba entretenimiento.
—Allá vamos, gatitos —dijo Lily, y dejó los cuencos en el suelo.
Comprobó los platos de agua y las bandejas de arena, que guardaban en un balcón cerrado. Las bandejas eran piscinas para niños llenas de bolitas que había hecho la propia Oksana empapando y secando trozos de papel. «Si los alimento puntualmente como un reloj, hacen sus necesidades con la puntualidad de un reloj», le había dicho a Lily. Oksana era más que organizada con sus animales. Ningún vecino se quejaba de sus gatos porque nunca había malos olores ni pulgas.
Lily observó la ordenada habitación y las escaleras y plataformas de juego. Oksana había dicho en una ocasión que cuidar bien de treinta gatos no distaba mucho de cuidar bien de diez. A Lily le encantaban los gatos, pero no quería comprobar esa teoría.
Una vez que les hubo dado de comer, los animales volvieron a sus cojines y se lavaron. Lily y Oksana fregaron los cuencos y la cacerola, y se sentaron a tomar una taza de té en la cocina.
—Anoche conocí a Yefim, el amigo de Luka —dijo Lily a Oksana—. Me contó que el padre de Svetlana fue el responsable de la detención del de Natasha. Lo denunció.
Oksana resopló y dejó la taza de té. Lily percibió que su amiga estaba tan asombrada como lo había estado ella la víspera.
—Desde luego, algo no encaja —dijo Oksana—. Yo también he estado investigando un poco. Cuando Svetlana nos contó que había adoptado el nombre de Zinaida Rusakova, pregunté a un amigo del Departamento de Policía si en Moscú había alguna dirección de una anciana que respondiera a ese nombre. Encontró una. Curiosamente, una vecina denunció su desaparición, aunque, por supuesto, nadie ha hecho nada al respecto. Podemos ir ahora, si quieres, y visitar a Svetlana después. Dejaremos a Laika en tu casa.
La dirección correspondía a un edificio de viviendas de Kapotnia, cerca de la refinería de petróleo. Lily observó el edificio de cinco plantas. Estaba hecho con paneles de cemento prefabricados, como tantos edificios construidos apresuradamente durante la escasez de viviendas de los años cincuenta, y ahora estaba desvencijado, con la pintura desconchada y las cañerías rotas. En el patio había un Lada oxidado y sin ruedas. El piso de Svetlana estaba en la planta baja. Había barrotes en las ventanas y las cortinas tupidas no dejaban ver su interior.
—¿A quién buscan?
Lily y Oksana miraron hacia arriba. Quien se dirigía a ellas desde una ventana del primer piso era una anciana con un pañuelo en la cabeza.
—Venimos en nombre de Zinaida Glebovna Rusakova —respondió Oksana—. Está en el hospital. Tenemos entendido que alguien ha presentado una denuncia por desaparición. Hemos venido a decirle que no se encuentra bien, pero que están cuidando de ella.
—¡Ah, Zina! —exclamó la mujer—. Lo denuncié yo. Un momento. Ahora bajo.
Al poco apareció por la puerta del patio.
—Entren —dijo—. Me alegra mucho saber que Zina está viva. Este último año no se ha encontrado bien. Temía que hubiera muerto en la calle y que nadie supiera quién era. ¿Y su perrita Laika?
—Estoy cuidando yo de ella —dijo Lily.
La expresión de la mujer denotaba que se alegraba de ello.
—Me llamo Oksana Alexandrovna Fedorova y ésta es Lily Nickham, de Australia —explicó Oksana—. Gracias por denunciar su desaparición. Enferman demasiados ancianos que no tienen quien se ocupe de ellos.
—Yo soy Alina Markovna Barukova —se presentó la mujer, que sacó una llave y les indicó que la siguieran por el pasillo—. Puedo enseñarles el piso de Zina. Tiré la comida para que no vinieran las ratas, pero todo lo demás está tal como lo dejó.
Ver los vendajes que llevaba Alina bajo el vestido entristeció a Lily. Al parecer, no sólo compartía nombre con su abuela, sino también piernas ulcerosas.
En el piso que les mostró no había nada, pero estaba limpio. En un rincón había una cama individual; en otro, una pequeña cocina.
—Compartimos baño al final del pasillo —explicó Alina—. Este lugar está que se cae. Zina, yo y algunos residentes hemos solicitado una vivienda mejor, pero llevamos diez años en esa lista. Tengo entendido que hay planes para derribar este edificio, pero nadie nos ha dicho adónde iremos.
Aparte de la colcha con rosas estampadas y un delantal de topos con encaje en los bordes que colgaba del armario, la habitación estaba desnuda. En el suelo, junto a la cama, había dos libros con las esquinas dobladas —Guerra y paz y Ana Karénina—, al lado de un par de platos que debían de ser los cuencos de comida y agua de Laika. Las paredes no estaban adornadas con cuadros y no había fotos ni baratijas que indicaran quién vivía en aquel piso. Tampoco había televisor ni radio ni teléfono. ¿Qué hacía Svetlana cuando estaba sola?
Lily se volvió hacia Alina.
—¿Cuánto tiempo lleva viviendo aquí?
—Le adjudicaron este piso en 1963, años después de que yo llegara. Trabajaba en la refinería.
—¿Sabe algo de su vida anterior? —preguntó Oksana.
Alina sacudió la cabeza.
—Zina nunca hablaba de su pasado. De hecho, apenas hablaba. Era la persona más callada del mundo. Nunca recibía visitas ni iba a ver a nadie, al menos que yo sepa. Para ella, su mayor alegría eran sus perritos. Los recogía en el metro. Laika tiene dos años. La anterior se llamaba Mushka, y la anterior, Pchelka.
—Son nombres de perros enviados al espacio en el programa espacial soviético —dijo Oksana—. Los que no volvieron.
Alina se encogió de hombros.
—No sé por qué les ponía esos nombres. Siempre me pareció algo triste.
Lily abrió el armario, pero dentro sólo había un par de vestidos gastados; ella y Oksana ya le habían comprado otros mejores a Svetlana.
Como no había nada más que ver, Lily y Oksana cogieron los libros y el delantal para dárselos a Svetlana. Ofrecieron la colcha, la ropa y otros enseres a Alina para que se los diera a alguien del edificio que pudiera necesitarlos.
—¿Pueden llevarle una cosa a Zina de mi parte? —preguntó la anciana.
—Por supuesto —respondió Oksana.
Alina fue a su casa y volvió con varios claveles rosas envueltos en papel de periódico.
—Díganle que aquí todos la echamos de menos, sobre todo por lo bien que cantaba —añadió con una sonrisa pícara.
—¿Cantaba? —preguntó Lily.
—Sí —dijo Alina—. No cantaba a menudo, pero, cuando lo hacía, era maravilloso. Tenía una voz muy melodiosa. No creo que supiera que los demás estábamos escuchando.
Oksana y Lily volvieron a darle las gracias a Alina y fueron hasta el coche. Oksana estaba abriendo la puerta cuando Lily se detuvo en seco y se llevó las manos a la cara. Todo le daba vueltas.
—¿Qué te pasa? —preguntó Oksana—. ¿Te encuentras bien?
«Tenía una voz muy melodiosa». A Lily el cerebro le iba a mil por hora. Las piezas empezaban a encajar, pero no en el orden en que Svetlana se las había dado. Recordó las cosas que había visto en el piso. La hermosa colcha y el delantal en el armario, y los libros de Tolstói junto a la cama. Entonces, recordó cómo había hablado Svetlana de Stalin: «Cuando Stalin prestaba atención, era como si la luz del Paraíso cayera sobre ellos. Pero cuando se volvía frío, esa persona estaba condenada». Eran las palabras de alguien que había experimentado la traición de Stalin de primera mano.
—¡Dios mío! —dijo Lily apoyada en el coche—. ¿Por qué no me he dado cuenta antes?
—¿Qué pasa? —preguntó Oksana, acercándose a ella.
—La que está en la cama del hospital no es Svetlana Novikova —dijo Lily—. ¡Es Natalia Azarova!
Oksana parecía aturdida, pero entonces pareció entender.
—Tienes razón. Pero ¿de quién es el cuerpo que encontraron?
Lily respiró hondo.
—Creo que era Svetlana Novikova… y que Natalia Azarova la mató.
Polina estaba de guardia en el hospital.
—Gracias a Dios que estáis aquí —dijo cuando vio a Lily y Oksana—. Os he dejado mensajes en el contestador a las dos. Hoy Svetlana no se ha encontrado nada bien. No come ni bebe y se niega a decirme qué le pasa. Creo que está triste por el funeral. Si no bebe algo pronto, tendré que ponerle un gotero en el brazo. En su estado, deshidratarse es especialmente peligroso.
Cuando Lily y Oksana entraron en la habitación, la anciana estaba sola en su cama. No las miró y mantuvo los ojos clavados en la ventana. Al principio, Lily tenía miedo de hablar. ¿Y si decir que sabían que era Natalia Azarova empeoraba las cosas? Pero Oksana le dio un leve codazo y Lily rodeó la cama y se situó cerca de la ventana, donde Natasha se vio obligada a prestarle atención.
—Sé quién es usted en realidad —susurró—. Sé que es usted Natalia Azarova.
La anciana no respondió. Lily le puso la mano en el hombro y lo apretó suavemente.
—También sé que fue usted quien mató a Svetlana Novikova —dijo—. ¿Fue porque descubrió que la había traicionado?
Natasha miró a Lily fijamente. Su boca se movía con dolor. Los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Sí, yo maté a Svetlana —dijo—, pero no fue por eso. Svetlana nunca me traicionó.