Veinte
The Moscow Times, 4 de septiembre de 2000
El ministro de Defensa ha anunciado hoy que la heroína de guerra Natalia Azarova, cuyos restos se descubrieron recientemente en Orël Oblast, será enterrada con honores de Estado y militares. El funeral se celebrará en la catedral del Cristo Salvador, que acaba de ser consagrada.
Según el profesor Yefim Grekov, de la Universidad de Moscú, que ha escrito un libro sobre Natalia Azarova, la celebración de un funeral de Estado, además ortodoxo, es un indicio de los enormes cambios que están produciéndose en el país. «Elegir la catedral del Cristo Salvador para la ceremonia funeraria de Natalia Azarova es sumamente simbólico —asegura—. El mes pasado, la Iglesia ortodoxa rusa canonizó al zar Nicolás II y a su familia, ochenta años después de su brutal ejecución a manos de los bolcheviques. La Iglesia los declaró mártires, aunque durante el periodo soviético, al zar y a su familia se los consideraba criminales. Ahora, Natalia Azarova, cuya memoria se vio empañada en otros tiempos por la sospecha de que era una espía extranjera, será honrada de la manera más solemne posible».
La catedral original se construyó para dar gracias a Cristo por salvar a Rusia de Napoleón. Bajo el liderazgo de Stalin, la hermosa iglesia fue demolida con la intención de construir en su lugar un «Palacio de los soviéticos». Debido a problemas geológicos y a la falta de financiación, el palacio no llegó a erigirse y el lugar se convirtió en una piscina pública. Tras la caída de la Unión Soviética, la Iglesia ortodoxa rusa obtuvo permiso para reconstruir la catedral en todo su esplendor y más de un millón de moscovitas donaron dinero para el proyecto.
«Es extraordinario —asegura el profesor Grekov—. En un país asolado por problemas económicos y sociales, guerras y terrorismo, los símbolos del pasado han cobrado más importancia que nunca. El Gobierno cree que una bella heroína de la Gran Guerra Patria es exactamente lo que necesita el pueblo para volver a inspirarse».
El cuerpo de Natalia Azarova estará cinco días en la capilla ardiente custodiado por un guardia de honor. La ciudadanía podrá presentar sus respetos en ese periodo. Puesto que los restos son un esqueleto, el ataúd permanecerá cerrado, pero el broche de zafiro que le regaló Stalin —y del cual se deriva su identificación, Cielos de Zafiro—, se expondrá en un cojín depositado encima del féretro. Asimismo, se expondrá su Estrella de Oro, que la reconoce como heroína de la Federación Rusa, un honor que le fue denegado durante muchos años.
Lily le enseñó el artículo de The Moscow Times a Oksana.
—Hablaré con el doctor Pesenko —le dijo Oksana—, pero Svetlana parece estar en condiciones de asistir al funeral. Estoy segura de que querrá ir.
Sin embargo, cuando Lily planteó la cuestión aquella noche, la anciana la miró con aflicción. Se quedó callada tanto tiempo que a Lily empezó a preocuparle que no se encontrara bien otra vez. Cuando finalmente habló, la voz de Svetlana denotaba una honda tristeza.
—Natasha amaba a la madre patria y a sus gentes. Combatió y murió sólo por ellas. Me alegro de que ahora sepan que no los abandonó y que nunca fue una espía alemana. Pero, por lo demás, la hipocresía es repugnante.
¿Hipocresía? ¿A qué se refería? Eso sí que no se lo esperaba. ¿Estaba enfadada porque el Gobierno se había negado a reconocer a Natasha como heroína nacional durante tantos años y ahora sólo lo hacía por razones políticas? Pero Svetlana no añadió nada más y Lily no quería presionarla.
—Creo que si no ve al menos la retransmisión del funeral, se arrepentirá —dijo Oksana de camino a casa—. Eran como hermanas. Voy a hablar con Polina para preguntarle si puede utilizar una habitación privada del hospital que tenga televisor.
—¡Buena idea! —dijo Lily—. El funeral está previsto para el viernes. Me tomaré el día libre para poder verlo contigo.
Oksana dio las buenas noches a Lily en el ascensor, pero la llamó por teléfono una hora después.
—Tengo una noticia que no podía esperar a darte —anunció.
—¿Qué sucede?
Oksana respiró hondo.
—Acabo de hablar con el contacto que ha estado intentando averiguar dónde vivía Svetlana antes de instalarse con nosotras. Ha encontrado pistas poco concluyentes. Tal como descubriste en el libro del profesor Grekov, Svetlana Novikova figuraba como «desaparecida en combate, presuntamente muerta» en 1943. Los supervivientes de los tres regimientos de mujeres de las fuerzas aéreas se reúnen cada 2 de mayo en un parque situado delante del teatro Bolshói. Svetlana nunca ha asistido ni ha esclarecido su situación. Incluso sus padres creyeron que había muerto en la guerra hasta el día de su muerte, a principios de los años setenta. La Svetlana que conocemos ha vivido con un nombre falso que no nos ha revelado. Sospecho que no quiere ir al funeral por si alguien (una de las mujeres que se entrenaron en Engels con ella o Valentín Orlov) la reconoce.
—Eso me preguntaba yo —dijo Lily—: ¿por qué quería que todo el mundo siguiera dándola por muerta?
Oksana chasqueó la lengua.
—Supongo que tiene miedo de algo. Sólo espero que en breve nos cuente qué es ese algo.
—Siento un gran respeto por los ancianos que vivieron la guerra —dijo Polina a Lily y Oksana el día del funeral—. Natalia Azarova debe de ser una figura importante para ellos.
Polina había reservado a ambas una habitación privada en el hospital; les proporcionó provisiones para preparar té y bocadillos. Oksana ayudó a Svetlana a sentarse en una butaca y la acomodó con cojines.
—Escuche —dijo, acariciando el pelo a la anciana—, vamos a ver la emisión del funeral de Natasha, porque, aunque puede que le traiga recuerdos dolorosos, la ayudará a despedirse. Se arrepentirá si no lo hace. Por su manera de describirnos a Natasha, sabemos lo mucho que le importaba.
Svetlana miró a Oksana a los ojos y no protestó. Lily encendió el televisor. El ataúd de Natasha estaba rodeado de ramos de rosas, claveles y margaritas. Sacerdotes vestidos de blanco esparcían agua bendita y entonaban oraciones. Lily no podía apartar los ojos de Valentín Orlov, que se hallaba junto al presidente y el primer ministro. Tenía el rostro pétreo y solemne, pero, ahora que Lily conocía su historia, comprendía la tristeza que debía de sentir. ¿Acaso el hecho de que hubiera buscado a Natasha todos aquellos años no era una prueba de su amor eterno?
Detrás del general Orlov se encontraban los veteranos y veteranas de las Fuerzas Aéreas y otros dignatarios. El presidente pronunció la elegía, en la que dijo que Natalia Azarova representaba a una generación de jóvenes heroicos que dieron su vida por la Madre Rusia. Muchos de los veteranos lloraban mientras hablaba. Lily sabía que, por más que hubiera aprendido sobre la guerra, nunca sería totalmente capaz de imaginar el horror que había vivido aquella gente. Era imposible comprenderlo del todo.
A los héroes ya no los enterraban en la muralla del Kremlin; tras la ceremonia, condujeron el ataúd en un Mercedes negro hasta el cementerio de Novodévichi. Las calles estaban repletas de gente que lanzaba claveles rojos ante la procesión. Para sorpresa de Lily, aunque había numerosos ancianos entre los espectadores, en su mayoría eran de su edad o más jóvenes. Al parecer, la noticia del periódico era cierta: Natasha estaba uniendo a la nación.
Antes de que enterraran el féretro, dedicaron a Natasha tres salvas y sobrevoló el lugar un escuadrón de aviones de las Fuerzas Aéreas. Una banda militar interpretó el himno nacional ruso. Aunque Lily no hubiera conocido a Svetlana ni los detalles íntimos de la vida de Natasha, se habría conmovido por lo que estaba viendo en televisión.
Cuando terminó la retransmisión, Svetlana permaneció inmóvil, con los puños cerrados sobre el regazo. Lily miró a Oksana. Tal vez, después de todo, no había sido buena idea hacerle ver el funeral. Recordó que, tras la muerte de Adam y antes de vender su casa de campo, no dejaba de mirar sus cosas: su tabla de surf, su ropa en el armario o la camiseta firmada por Kelly Slater, el famoso surfista estadounidense. Albergaba la esperanza de que, al contemplar aquellas posesiones, podría insensibilizarse. Pero no funcionó. Tal vez había ciertos tipos de dolor que duraban para siempre.
Svetlana rompió a llorar.
—Todos estos años pensé…
Lily acarició el brazo a Svetlana y esperó a que continuara, pero no lo hizo. Tal vez contar la verdad, y no el funeral, sería el final para ella.
—Svetlana, mencionó usted que a Natasha le habría disgustado la hipocresía. No creo que se refiriera a la Iglesia, porque Natasha era creyente, ni tampoco a Valentín o a sus camaradas, porque está claro que nunca la olvidaron. ¿A qué hipocresía se refería?
Svetlana se recompuso y la emoción volvió a animarla. Era como ver una rueda pinchada hinchándose.
—La hipocresía del Estado —dijo resoplando—. La absoluta hipocresía del Gobierno.
—Ah —exclamó Oksana—. ¿Porque no le dieron el beneficio de la duda todos esos años a pesar de que sacrificó su vida por el país?
Svetlana sacudió la cabeza.
—No —repuso con rotundidad—, porque fue el Gobierno quien la mató.
Un escalofrío recorrió la columna de Lily.
—¿A qué se refiere?
Svetlana miró a Lily a los ojos y pronunció cada una de sus palabras con claridad.
—No la ejecutaron los alemanes. La mataron despiadadamente agentes del Gobierno, sin juicio previo. Puede que el presidente y el primer ministro lo ignoren, pero alguien en el Gobierno tiene que saber la verdad. Debe figurar en algún lugar de sus archivos.
Lily se quedó helada. Aquella información podría traerle problemas. Rusia era más abierta que antes, pero saber ciertas cosas podía ponerlas en peligro, a ella y a Oksana. Sin embargo, no podía dejarlo ahí. Tenía que saber qué había ocurrido.
—¿El Gobierno mató a Natasha? —repitió—. Pero, Svetlana, ¿por qué iban a matar a uno de los mejores pilotos de la Unión Soviética en plena guerra?