13
Se instalaron en un apartamento de Belgravia, no lejos del palacio de Buckingham, que se encontraba equipado con todo lo necesario. Estaba decorado con muebles georgianos, mármoles blancos y suaves colores de tonalidades melocotón, limón y marfil. Una legión de expertos secretarios y secretarias habían sido contratados para cumplir sus órdenes; hombres y mujeres de aspecto eficiente que de inmediato se dispusieron a preparar el fax, el ordenador y los teléfonos.
Tras ocuparse de que acostaran en el dormitorio más grande a Samuel, que estaba casi inconsciente, tomó posesión del despacho, sentándose ante la mesa para leer los periódicos y asimilar la mayor cantidad posible de información sobre la historia del asesinato cometido en las afueras de Londres. La víctima era un hombre que había sido estrangulado por un misterioso intruso de manos gigantescas.
Los artículos no mencionaban su estatura. ¡Qué curioso! ¿Acaso habían decidido los de Talamasca ocultar ese dato? ¿Con qué motivo?
«Yuri ya habrá leído la noticia —pensó—, suponiendo que se haya recuperado».
Pero ¿cómo podía saber en qué estado se encontraba Yuri?
Al cabo de unos minutos empezaron a llegar mensajes de Nueva York.
Sí, tenía que atender esos asuntos. No podía pretender que la compañía siguiera funcionando, ni siquiera un día más, sin él.
La joven Leslie, que parecía no tener necesidad de dormir nunca, presentaba un aspecto radiante mientras se ocupaba de ordenar los mensajes de fax que le iba entregando un joven secretario.
—Las líneas ya están conectadas, señor —dijo Leslie—. ¿Desea algo más?
—Querida —respondió Ash—, dile al cocinero que prepare un buen asado para Samuel. Cuando se despierte estará hambriento y con un humor de perros.
Mientras hablaba con Leslie, Ash utilizó la línea directa para llamar a Remmick, a Nueva York.
—Encárgate de que mi coche y el chófer estén siempre dispuestos cuando yo los necesite. Llena el frigorífico con leche fresca y los mejores quesos cremosos que encuentres, como brie y camembert. Envía a alguien a por ello. A ti te necesito aquí. Avísame de inmediato si llaman del Claridge’s con un recado para mí, y si no dicen nada, llámalos tú cada hora para averiguar si han recibido algún mensaje, ¿de acuerdo?
—Sí, señor Ash —respondió Leslie, tomando nota de cuanto éste le decía en un bloc que sostenía a pocos centímetros de sus ojos.
Acto seguido, la joven desapareció.
Sin embargo, cada vez que Ash levantaba la vista la veía yendo de acá para allá con una energía envidiable.
Eran las tres de la tarde cuando Leslie se acercó a la mesa de Ash, sonriente y con el entusiasmo propio de una colegiala.
—Tiene una llamada del Claridge’s, señor. Línea dos.
—Discúlpame —contestó Ash, complacido de ver que la joven se retiraba con discreción y rapidez.
Ash descolgó el teléfono y dijo:
—Ashlar al habla, ¿es el Claridge’s?
—No, soy Rowan Mayfair. El hotel me facilitó su número hace cinco minutos. Me dijeron que se había marchado esta misma mañana. Yuri está conmigo. Teme su reacción, pero deseo hablar con usted. Tengo que verle. ¿Sabe quién soy?
—Por supuesto, Rowan Mayfair —respondió él con suavidad—. ¿Dónde podemos encontrarnos? ¿Le ha ocurrido algo a Yuri?
—Primero dígame por qué está dispuesto a encontrarse conmigo. ¿Qué es lo que quiere?
—Talamasca está llena de traidores —contestó Ash—. Anoche asesiné a su Superior General. —Rowan guardó silencio—. Ese hombre formaba parte de una conspiración que está relacionada con la familia Mayfair. Deseo restaurar el orden en Talamasca para que ésta siga siendo la organización que siempre ha sido, y porque una vez me comprometí a protegerla por siempre. ¿Sabe usted que Yuri corre un grave peligro? ¿Que esa conspiración a la que me he referido supone una amenaza contra su vida?
Silencio en el otro extremo de la línea.
—¿Sigue usted ahí? —preguntó Ash.
—Sí. Estaba pensando en el sonido de su voz.
—El Taltos que usted engendró murió cuando todavía era un recién nacido. Su alma no había alcanzado la paz antes de nacer. No puede pensar en mí en esos términos, Rowan, aunque mi voz le recuerde a él.
—¿Cómo asesinó al Superior General?
—Lo estrangulé. Procuré que no sufriera. Lo maté por un motivo muy concreto. Deseo poner al descubierto la conspiración de la Orden a fin de que todos, culpables e inocentes, conozcan lo sucedido. Sin embargo, no creo que toda la Orden se encuentre implicada en ello, sino sólo unos pocos miembros. —Silencio—. Permítame reunirme con usted. Si lo desea, acudiré solo. Podemos encontrarnos en un lugar concurrido. Quizá sepa que este número de teléfono pertenece a Belgravia. Dígame dónde se encuentra.
—Yuri ha quedado en reunirse con un miembro de Talamasca. No puedo abandonarlo en estos momentos.
—Tengo que saber dónde va a celebrarse esa reunión —dijo Ash, levantándose apresuradamente y haciéndole una señal al joven secretario, que estaba junto a la puerta—. Necesito a mi chófer de inmediato —murmuró Ash para sí mismo. Luego dijo a través del auricular—: Rowan, esta reunión podría ser muy peligrosa para Yuri. Temo que cometa un grave error.
—El otro hombre acudirá solo —contestó Rowan—. Nosotros lo veremos antes que él a nosotros. Se llama Stuart Gordon. ¿Le suena ese nombre?
—Lo he oído. Sólo sé que se trata de un anciano.
Se produjo un silencio, y al cabo de unos instantes, Rowan preguntó:
—¿Sabe acaso si está enterado de que usted existe?
—No —contestó Ash—. Stuart Gordon y los otros miembros de Talamasca visitan de vez en cuando el valle de Donnelaith. Pero no me han visto nunca; ni allí ni en ninguna parte. Jamás me han visto.
—¿Donnelaith? ¿Está seguro de que se trataba de Gordon?
—Completamente seguro. Gordon aparecía por allí con frecuencia. Me lo dijeron los seres diminutos. Por las noches, se dedicaban a robar las mochilas y otros objetos de los miembros de Talamasca. Conozco el nombre de Stuart Gordon. Los seres diminutos no se dedican a matar a los miembros de la Orden; eso les causaría demasiados problemas. Tampoco asesinan a las gentes del campo. Sólo matan a los que aparecen armados con prismáticos y rifles. Me mantienen informado sobre las personas que acuden al valle.
De nuevo se produjo el silencio.
—Le ruego que confíe en mí —dijo Ash—. El hombre que maté, Anton Marcus, era corrupto y perverso. No suelo hacer esas cosas de forma impulsiva. Le doy mi palabra de que no represento ningún peligro para usted, Rowan Mayfair. Tengo que hablar con usted. Si no me permite…
—¿Conoce la esquina de la calle Brook con Spelling?
—Sí —contestó Ash—. ¿Está usted allí?
—Más o menos. Diríjase a la librería que hay en la esquina. Me reuniré con usted allí. Apresúrese. Stuart Gordon no tardará en llegar.
Tras esas palabras, Rowan colgó.
Ash bajó corriendo los dos tramos de escalera seguido por Leslie, que le formulaba las preguntas de rigor: ¿Deseaba que le siguieran los guardaespaldas? ¿Quería que ella le acompañara?
—No, querida, tú quédate aquí —contestó Ash—. Llévame hasta la calle Brook, a la altura de Spelling, cerca del Claridge’s —le indicó al chófer—. No me sigas, Leslie —añadió, acomodándose en la parte trasera del coche.
Ash dudó en especificarle al chófer que lo dejara en la misma esquina. Temía que Rowan Mayfair viera el coche y memorizara la matrícula, suponiendo que ese trámite fuera necesario en el caso de una limusina Rolls Royce. Pero ¿por qué había de preocuparse? ¿Qué podía temer de Rowan Mayfair? ¿Qué ganaría ella lastimándolo?
Ash tuvo la impresión de que se le había pasado por alto un detalle muy importante, una probabilidad que sólo al cabo de un cierto tiempo, y tras darle muchas vueltas, conseguiría descifrar. Esos pensamientos le producían dolor de cabeza. Estaba impaciente por reunirse con su bruja. Tan impaciente como un niño.
La limusina avanzó veloz a través del denso tráfico de Londres, y alcanzó su destino, la confluencia de dos concurridas calles comerciales, en menos de doce minutos.
—No te alejes demasiado —le indicó Ash al chófer—. Estáte atento y acude en cuanto te llame. ¿Has comprendido?
—Sí, señor Ash.
La esquina de Brook con Spelling estaba presidida por un sinfín de elegantes tiendas. Ash se apeó del coche, estiró las piernas un momento y echó a andar lentamente hacia el extremo de la esquina, observando a los transeúntes e ignorando a quienes lo miraban con curiosidad y hacían en voz alta comentarios graciosos sobre su estatura.
Al cabo de unos minutos Ash vio frente a él la librería que le había indicado Rowan. La fachada, muy elegante, exhibía una vitrina enmarcada en madera y unos adornos de bronce. La puerta estaba abierta, pero no había nadie junto a ella.
Ash atravesó la calle, caminando en sentido contrario al del tráfico y enfureciendo por ello a un par de conductores, y consiguió alcanzar la esquina ileso.
Dentro de la librería había un pequeño grupo de gente. Nadie tenía aspecto de bruja. Pero Rowan le había asegurado que se reuniría con él allí.
Ash se volvió. Su chófer permanecía impertérrito en el lugar donde habían quedado, pese al endiablado tráfico que circulaba por aquella zona, mostrando la arrogancia propia de un chófer que conduce una impresionante limusina. Perfecto.
Ash echó un rápido vistazo a las tiendas de la calle Brook, a su izquierda, y luego, frente a él, a los comercios y los viandantes que, circulaban por la calle Spelling.
Entonces avistó a un hombre y a una mujer que se hallaban frente al escaparate de una boutique. Estaba convencido de que se trataba de Michael Curry y Rowan Mayfair.
Su corazón empezó a latir aceleradamente.
¡Ambos eran brujos!
Lo estaban observando con ojos de brujos, mientras sus cuerpos emanaban aquel leve resplandor que, según Ash, poseían todos los de su especie.
Ash se preguntó en qué consistía ese resplandor. Si los tocaba, ¿tendrían un tacto más cálido que el de otros seres humanos? ¿Y si aplicaba el oído a sus cabezas, percibiría acaso un tenue sonido orgánico que no podía detectar en otros mamíferos o seres que no eran brujos? De vez en cuando, en raras ocasiones, había percibido ese leve y suave murmullo a través del cuerpo de un perro vivo.
Hacía mucho tiempo que Ash no veía a unos brujos tan poderosos, y jamás había conocido a ningún brujo o bruja que poseyera más poder que ellos. Permaneció inmóvil, tratando de rehuir su penetrante mirada. No resultaba fácil. Ash se preguntó si ellos podrían advertir sus esfuerzos, pese a que conservaba la compostura.
El hombre, Michael Curry, presentaba unos rasgos típicamente célticos. Parecía más irlandés que norteamericano, con su cabello negro y rizado y sus intensos ojos azules, su chaqueta deportiva de lana y los pantalones de franela. Era un hombre corpulento, fuerte.
El padre del Taltos y su asesino, frente a frente. Ash se estremeció. El padre… y el asesino.
¿Y la mujer?
Era muy delgada y extraordinariamente hermosa, aunque poseía una belleza moderna. Su pelo, brillante y peinado con sencillez, enmarcaba un semblante enjuto. Su ropa deliberadamente ceñida, era también muy seductora y le confería un aire en extremo sensual. Sus ojos eran infinitamente más peligrosos que los del hombre.
Poseía la mirada de un hombre. Era como si una parte de su rostro le hubiera sido arrebatada a un macho humano para colocarla sobre su suave, carnosa y femenina boca. Ash había observado con frecuencia esa seriedad, esa agresividad, en las mujeres modernas. Sólo que ésta era una bruja.
Ambos lo miraban fijamente.
No se dirigieron la palabra, ni se movieron. Pero estaban juntos, uno de ellos ocultando parcialmente al otro. Ash no percibió su olor, pues el viento soplaba en dirección opuesta, lo cual significaba que ellos sí debían percibir el olor de él.
Por fin la mujer rompió el silencio, volviéndose hacia su compañero y murmurándole unas palabras al oído, casi sin mover los labios. El hombre no contestó, sino que siguió observando a Ash.
Ash sintió que sus músculos se relajaban. Dejó caer los brazos a ambos lados del cuerpo, un gesto que no solía hacer con frecuencia debido a la exagerada longitud de sus brazos. Quería que vieran que no ocultaba nada. Luego dio media vuelta y retrocedió por la calle Brook, despacio, dándoles la oportunidad de echar a correr si lo deseaban, aunque confiaba en que no fuera así.
Al llegar a la calle Spelling, se dirigió lentamente hacia ellos. Ambos permanecieron inmóviles. De pronto un transeúnte chocó contra Ash y dejó caer una bolsa llena de pequeños objetos, que se desparramaron por la acera.
«¡Qué inoportuno!», pensó Ash, pero sonrió y apoyó una rodilla en el suelo para ayudar a la pobre mujer a recoger las cosas que se le habían caído.
—Lo siento mucho —dijo Ash.
La anciana se rió y le respondió que era demasiado alto para agacharse de aquella forma.
—Ha sido culpa mía —insistió Ash.
Se hallaba relativamente cerca de los brujos, quizá tanto como para que ellos lo oyeran, pero no debía demostrar su temor.
La anciana llevaba una gran bolsa de lona colgada del brazo. Después de recoger todos los objetos que se encontraban diseminados por el suelo, Ash los depositó en la bolsa. La anciana se alejó tras despedirse amablemente, mientras él agitaba la mano de forma respetuosa y cordial.
Los brujos no se habían movido. Ash estaba seguro de ello. Notaba que lo estaban mirando. Sentía su poder en aquel leve resplandor que él percibía, producto tal vez de una extraña energía. Lo separaban de ellos unos dos metros.
Ash se volvió y los miró. Estaba de espaldas al tráfico, y pudo verlos claramente frente al escaparate de la boutique. Ambos presentaban un aspecto feroz. La luz que despedía Rowan se había convertido en un sutil resplandor. Ash percibió de pronto su aroma, un aroma exangüe; una bruja que no podía parir. El olor del hombre era más potente, y su rostro, más temible que el de su compañera, expresaba recelo y rencor.
La fría e implacable mirada de ambos le hizo estremecer. En fin, no podía caerle simpático a todo el mundo, se dijo esbozando una pequeña sonrisa. Ni siquiera a los brujos. Eso sería pedir demasiado. Lo importante era que no habían huido.
Ash echó a andar de nuevo hacia ellos. Súbitamente Rowan hizo un gesto que le sorprendió. Sosteniendo la mano junto a su pecho, señaló disimuladamente con el índice hacia el otro lado de la calle.
Puede que se tratara de un truco. «Quieren matarme», pensó Ash. En cierto modo, la idea le divertía, aunque sólo en parte. Ash se volvió hacia donde señalaba Rowan y vio una cafetería. En aquel momento salía de ella el gitano acompañado por un hombre de edad avanzada. Yuri presentaba muy mal aspecto, como si estuviera enfermo. Pese al aire fresco que soplaba, iba vestido únicamente con unos viejos vaqueros y una camisa.
En cuanto salió, Yuri se fijó en Ash. Al verlo plantado al otro lado de la calle, lo miró enojado. «Pobre chico —pensó Ash—, está completamente loco». Su acompañante siguió hablando con Yuri, sin darse cuenta de que éste miraba a Ash.
Ash supuso que el hombre de edad avanzada era Stuart Gordon. Vestía con un traje oscuro al estilo de Talamasca, chaleco a juego con la americana de solapas estrechas y unos zapatos puntiagudos. Sí, debía tratarse de Stuart Gordon, o bien de otro miembro de Talamasca. Tenía un aire inconfundible.
Gordon estaba muy alterado y parecía intentar convencer a Yuri de algo. Ambos se hallaban tan cerca uno del otro, que ese hombre hubiera podido matarlo de mil formas distintas sin ninguna dificultad.
Ash atravesó la calle, sorteando los coches y obligándolos a detenerse bruscamente.
De pronto Stuart Gordon se dio cuenta de que Yuri estaba distraído, y se enojó. En el preciso momento en que se volvió para ver qué era lo que atraía la atención de su pupilo, Ash se abalanzó sobre él y le agarró el brazo.
Era evidente que Gordon lo había reconocido. «Sabe quién soy», pensó Ash, sintiendo cierta lástima por él. Ese hombre, amigo de Aaron Lightner, era culpable. Sí, no cabía la menor duda, el hombre lo había reconocido y lo miró con una mezcla de horror y perplejidad.
—Veo que me conoces —dijo Ash.
—Tú mataste a nuestro Superior General —contestó el hombre, desesperado. La perplejidad y el temor que sentía no se debían únicamente a lo que sucedió la noche anterior. Aterrado, el hombre trató de librarse del brazo de Ash—. No dejes que me lastime, Yuri —imploró a su pupilo.
—Embustero —le espetó Ash—. Mírame. Sabes perfectamente quién soy. Me has reconocido. No mientas, desgraciado.
Unos transeúntes se detuvieron para presenciar el espectáculo, mientras que otros curiosos ya habían formado un corro a su alrededor.
—¡Quítame las manos de encima! —exclamó Stuart, rojo de ira.
—Eres igual que el otro —replicó Ash—. ¿Fuiste tú quien mató a tu amigo Aaron Lightner? ¿Qué piensas hacer con Yuri? Tú enviaste al hombre que disparó contra él en el valle.
—Sólo sé lo que me comunicaron esta mañana —protestó Stuart Gordon—. Suéltame.
—Voy a matarte —respondió Ash.
Los brujos se dirigieron hacia el grupo. Al volver la cabeza, Ash vio a Rowan Mayfair. Michael Curry estaba junto a ella, mirándolo con los ojos llenos de un odio cerril.
La presencia de los brujos aumentó la angustia de Gordon.
Sin soltar a Gordon, Ash se volvió e hizo un gesto con la mano para alertar a su chófer, que se hallaba de pie en la esquina y había contemplado la escena. Al advertir la señal de Ash, se subió apresuradamente en el coche y se dirigió hacia ellos.
—¡Yuri, no puedes dejar que me mate! —gritó Gordon, desesperado, fingiendo indignación. «Una actuación brillante», pensó Ash.
—¿Mataste tú a Aaron? —preguntó Yuri, fuera de sí, precipitándose sobre Gordon.
Rowan trató de contenerlo, mientras Gordon se revolvía furioso, arañando la mano de Ash para obligarle a soltarlo.
El imponente Rolls Royce se detuvo junto a Ash. El chófer se apeó con rapidez y preguntó:
—¿Necesita ayuda, señor Ash?
—¿Señor Ash? —repitió Gordon, el cual había desistido de su esfuerzo por escapar—. ¿Qué clase de nombre es ése?
—Ahí viene un policía, señor —dijo el chófer—. ¿Quiere que lo avise?
—Por favor, vayámonos de aquí —dijo Rowan Mayfair.
—Sí, marchemos —contestó Ash, dirigiéndose hacia el coche y arrastrando a Gordon con él.
Tan pronto como el chófer abrió la puerta trasera del automóvil, Ash arrojó a Gordon sobre el asiento. Luego se acomodó junto a él, empujándolo hacia el rincón. Michael Curry ocupó el asiento delantero, junto al conductor, y Rowan se sentó en el que había frente a Ash, provocando que éste se estremeciera al rozarle las rodillas y sentir el tacto de su piel. Por último, Yuri se instaló junto a Rowan y el coche partió veloz.
—¿Adónde desea que lo lleve, señor? —preguntó el chófer.
El panel de vidrio que separaba el asiento trasero del delantero descendió suavemente, y Michael Curry se giró para mirar a Ash a los ojos.
«Qué ojos tan terribles tienen esos brujos», pensó Ash, desesperado.
—Salgamos de aquí —le dijo Ash al chófer.
Gordon trató de alcanzar la manecilla de la puerta.
—Cierra las puertas —le ordenó Ash a su chófer. Pero en lugar de esperar a oír el sonido del cierre electrónico, agarró el brazo derecho de Gordon con su mano derecha.
—¡Suéltame, cabrón! —gritó Gordon con tono autoritario.
—¿Vas a decirme la verdad? —preguntó Ash—. Te mataré como maté a Marcus, tu secuaz. ¿Qué puedes alegar en tu defensa para impedir que lo haga?
—¿Cómo te atreves…? —empezó a decir Gordon Stuart.
—Deja ya de mentir —le espetó Rowan Mayfair—. Eres culpable, y no tramaste tú solo este plan. Mírame.
—¡No! —protestó Gordon—. Las brujas Mayfair —dijo con amargura, escupiendo las palabras—. Y esa cosa… ese ser surgido de los pantanos, ese Lasher, ¿acaso es vuestro vengador, vuestro Golem?
Gordon sufría lo indecible. Su rostro estaba blanco como la cera. Pero no estaba derrotado.
—De acuerdo —dijo Ash suavemente—. Voy a matarte, y ninguna bruja logrará detenerme.
—¡No lo harás! —gritó Gordon, volviéndose hacia Ash y Rowan, con la cabeza apoyada en el respaldo del asiento.
—¿Por qué crees que no lo haré? —inquirió Ash.
—Porque yo tengo a la hembra —murmuró Gordon.
Se produjo un silencio.
Sólo se percibían los sonidos del tráfico mientras el lujoso automóvil avanzaba veloz y desafiante por la carretera.
Ash miró a Rowan Mayfair y a Michael Curry, quien lo observaba desde el asiento delantero. Luego miró a Yuri, sentado frente a él, el cual parecía incapaz siquiera de pensar o de decir algo. Por último, se volvió de nuevo hacia Gordon.
—La hembra ha estado siempre en mi poder —dijo Gordon con voz débil, pero cargada de ironía—. Lo hice por Tessa. Lo hice para llevarle un macho a Tessa. Ése era mi propósito. Ahora suéltame, de lo contrario ninguno de vosotros verá jamás a Tessa. En especial tú, Lasher o señor Ash, o como quiera que te llames. O quizá me equivoque y poseas tu propio harén…
Ash extendió las manos, separando los dedos para impresionar a Gordon, y luego las apoyó sobre las rodillas.
Gordon tenía los ojos enrojecidos y llorosos. Indignado, sacó un pañuelo enorme y arrugado y se sonó su afilada nariz.
—No —respondió Ash suavemente—. Creo que te mataré aquí mismo.
—¡No! —soltó Gordon—. ¡Jamás verás a Tessa!
Ash se inclinó hacia él y dijo:
—Condúceme hasta ella, rápido, o te estrangularé aquí mismo.
Gordon guardó silencio durante unos instantes.
—Dile a tu chófer que gire hacia el sur —dijo—. Que salga de Londres y se dirija a Brighton. No vamos a Brighton, pero no te daré más detalles por el momento. Tardaremos una hora y media en llegar.
—Entonces, nos sobra tiempo para charlar —intervino Rowan, la bruja. Tenía una voz profunda, casi ronca, y Ash percibió su resplandor en la penumbra del coche. Bajo las solapas de seda negra de su escotada chaqueta, se insinuaban unos pechos menudos pero perfectamente dibujados—. ¿Cómo pudiste hacerlo? —preguntó, dirigiéndose a Gordon—. Me refiero, matar a Aaron. Eres un hombre como Aaron, ¿no?
—Yo no lo maté —contestó Gordon con amargura—. No quería que eso sucediera. Fue un crimen estúpido y brutal. No pude impedirlo. Al igual que tampoco pude impedir que intentasen matar a Yuri. No tuve nada que ver en ello, Yuri. Hace un rato, en la cafetería, cuando te dije que temía por tu vida lo dije en serio. Hay cosas que no puedo controlar.
—Cuéntanos todo lo que sabes —ordenó Michael Curry, sin dejar de mirar a Ash—. Te advierto que somos incapaces de contener a nuestro amigo cuando se enfurece. Y aunque pudiéramos, no lo haríamos.
—No os diré nada más —respondió Gordon.
—Eso es una estupidez —dijo Rowan.
—Te equivocas —replicó Gordon—. Es mi única baza. Si os cuento lo que sé antes de que lleguemos al lugar donde está Tessa, os apoderaréis de ella y acabaréis conmigo.
—Voy a matarte de todos modos —dijo Ash—. Si hablas, comprarías unas horas más de vida.
—No te precipites. Puedo revelaros muchas cosas. Más de las que imagináis. Necesitaréis más de unas horas para enteraros de todas ellas.
Ash no contestó.
Gordon se relajó y soltó un suspiro de alivio, observando detenidamente a sus raptores, hasta detenerse en Ash. Éste se había desplazado hacia el rincón opuesto. No deseaba estar cerca de ese ser humano perverso y corrupto al que tenía que matar.
Ash miró a sus dos brujos. Rowan Mayfair tenía las manos apoyadas en las rodillas, al igual que Ash, e hizo un gesto con los dedos para indicarle que tuviera paciencia.
El sonido de un encendedor sobresaltó a Ash.
—¿Le importa que fume en su elegante automóvil, señor Ash? —preguntó Michael Curry, inclinando la cabeza sobre el cigarrillo y la pequeña llama del encendedor.
—En absoluto —respondió Ash, con una sonrisa amable.
Ante su perplejidad, Michael Curry le devolvió la sonrisa.
—Hay una botella de whisky en el coche —dijo Ash—. Y agua y hielo. ¿Les apetece una copa?
—Sí —contestó Michael Curry, exhalando una bocanada de humo—. Pero en aras de la virtud, esperaré hasta las seis.
«Este brujo puede ser el padre del Taltos —pensó Ash, estudiando el perfil de Michael Curry—. Tiene unos rasgos ligeramente toscos pero bien proporcionados. Su voz denota una curiosidad y una pasión que probablemente aplique a todo cuanto hace. No hay más que ver con qué atención observa los edificios que se alzan junto a la carretera. No pierde detalle».
Rowan Mayfair no apartaba su vista de Ash.
Acababan de dejar atrás el núcleo urbano.
—Siga por este camino hasta que le indique dónde debe doblar —le dijo Gordon al chófer.
El anciano volvió la cabeza como para verificar que habían tomado la dirección adecuada, pero de repente apoyó la frente en la ventanilla y estalló en sollozos.
Nadie dijo una palabra. Ash miró a los brujos. Luego recordó la fotografía de la joven pelirroja y miró a Yuri, que estaba sentado frente a él, junto a Rowan, y comprobó que tenía los ojos cerrados. Yuri se había acurrucado contra la pared del coche, con la cabeza vuelta hacia la ventanilla, y lloraba en silencio.
Ash se inclinó hacia delante y apoyó una mano en la rodilla de Yuri para tranquilizarlo.