11

—¿Estás seguro de que se trataba de un Taltos? —preguntó Rowan.

Había recogido las vendas y el desinfectante y se había lavado las manos. Se detuvo en la puerta del baño y miró a Yuri mientras éste se paseaba de un lado a otro de la habitación. Era un joven de ademanes torpes y aire tenebroso, imprevisible, que parecía fuera de lugar entre las tapicerías de seda y los numerosos objetos de cobre pulido de la habitación.

—¿No me crees? Estoy seguro de que era un Taltos.

—Puede que fuera un ser humano interesado en engañarte —señaló Rowan—. La estatura no significa necesariamente…

—No, no, no —replicó Yuri con el mismo tono exaltado con el que les recibió en el aeropuerto—. No era un ser humano. Era… al mismo tiempo hermoso y grotesco. Tenía unos nudillos enormes y unos dedos desmesuradamente largos. Su rostro, alargado, parecía el de un ser humano, desde luego. Era un hombre muy guapo, sí. Pero era Ashlar, Rowan, el mismísimo Ashlar. Cuéntale la historia, Michael, la de san Ashlar de la iglesia más antigua de Donnelaith. Cuéntasela. Ojalá conservara las notas de Aaron. Sé que tomó numerosas notas. Escribió toda la historia. Aunque la Orden nos había excomulgado, estoy seguro de que Aaron tomó buena nota de todo.

—Así es, hijo, y esas notas se hallan en nuestro poder —dijo Michael—. Le he contado a Rowan todo cuanto sé.

Según recordaba Rowan, Michael ya se lo había explicado a Yuri dos veces. Las incesantes repeticiones y circunloquios la habían agotado. Se encontraba exhausta tras el largo viaje. Ahora fue consciente del paso del tiempo y de su pérdida de facultades físicas. Menos mal que en el avión pudo dormir un poco.

Michael se había acomodado en el elegante sofá francés, con la espalda apoyada en el brazo de éste y los pies sobre los cojines dorados. Se había quitado la chaqueta y los zapatos, y su inmenso pecho, enfundado en un jersey de cuello alto, parecía albergar un corazón con capacidad suficiente para seguir latiendo durante cincuenta años más. De vez en cuando miraba a Rowan con expresión de lástima.

«Gracias a Dios que estás aquí —pensó Rowan—. Gracias a Dios». La voz sosegada y el talante sereno de Michael la tranquilizaban. No podía imaginarse allí sin él.

Otro Taltos. ¡Dios! ¿Qué secretos oculta este mundo, qué monstruos se esconden entre sus bosques, sus grandes ciudades, sus regiones desérticas, sus mares? Su memoria la engañaba. No conseguía evocar a Lasher con nitidez. Su figura aparecía totalmente desproporcionada. Parecía dotado de una fuerza sobrenatural. Pero eso no era correcto. Esos seres no eran todopoderosos. Rowan trató de borrar aquellos dolorosos recuerdos de su mente, las imágenes de Lasher clavándole los dedos en los brazos, golpeándola con el dorso de la mano hasta hacerle perder el conocimiento. Pudo sentir el momento en que se produjo la desconexión, el momento en que se despertó y, ofuscada, trató de ocultarse debajo de la cama. Tenía que alejar esos pensamientos de su mente, concentrarse en el momento presente y obligar a Yuri a que hiciera lo mismo.

—Yuri —dijo Rowan empleando un tono discretamente autoritario—, trata de describir de nuevo esos diminutos seres. ¿Estás seguro de que…?

—Pertenecen a una raza maldita —respondió Yuri. Las palabras brotaban de sus labios a borbotones, y gesticulaba como si sostuviera una bola mágica de cristal en la que viese las imágenes que iba describiendo—. Están condenados, según me dijo Samuel. Ya no tienen mujeres. No tienen futuro. Se extinguirán, a menos que surja un Taltos hembra, a menos que aparezca una hembra de su especie en algún remoto lugar de Europa o de las Islas Británicas. Y eso sucederá, os lo aseguro. Me lo ha dicho Samuel. Quizá se trate de una bruja. Las mujeres de esa región no se atreven a acercarse al valle. Los turistas y los arqueólogos siempre acuden a visitarlo de día, y en grupos.

Lo habían repasado montones de veces, pero Rowan se dio cuenta de que cada vez que Yuri relataba la historia aportaba algún detalle nuevo y, posiblemente, importante.

—Samuel me lo contó todo cuando creyó que yo iba a morir en aquella cueva. Cuando me bajó la fiebre, él se asombró tanto como yo mismo. En cuanto a Ash, es completamente sincero. No podéis imaginar el candor y la sencillez de ese ser. Quiero decir, de ese hombre. ¿Por qué no iba a referirme a él como un hombre, siempre y cuando recuerde que es un Taltos? Ningún ser humano se mostraría tan franco y abierto como él, a menos que fuera un idiota. Y Ash no es ningún idiota.

—Entonces no te mintió al decir que quería ayudarte —dijo Rowan, observando a Yuri fijamente.

—No, no me mintió. Desea proteger a la Orden de Talamasca, aunque no comprendo la razón. Creo que tiene algo que ver con el pasado, con los archivos, los secretos, aunque nadie sabe lo que contienen esos archivos. Ojalá pudiera creer que los Mayores no tuvieron nada que ver en este asunto. Pero una bruja, una bruja con el poder de Mona es muy valiosa para Ash y para Samuel. No debí hablarles de ella. Fui un imbécil al hablarles de la familia. Pero debéis tener presente que Samuel me salvó la vida.

—¿Te dijo el Taltos acaso que no tenía una compañera? —preguntó Michael—. Suponiendo que la palabra «compañera» sea la adecuada…

—Es evidente. Vino aquí porque Samuel le comunicó que un Taltos, Lasher, al que tú conociste, Rowan, había aparecido en Donnelaith. Ash abandonó de inmediato el lugar donde vive. Es muy rico. Según me ha dicho Samuel, tiene guardaespaldas, sirvientes, secretarias, que se desplazan con él a todas partes en varios automóviles, a modo de un pequeño séquito. Samuel es muy indiscreto, lo cuenta todo.

—¿Pero no te habló de un Taltos hembra?

—No. Tuve la impresión de que ninguno de ellos conocía la existencia de un Taltos hembra. ¿No lo comprendes, Rowan? Los seres diminutos se están muriendo, y los Taltos prácticamente se han extinguido. Ahora que ha desaparecido Lasher, Ash debe de ser el único superviviente de su especie. ¿No comprendes lo que significa Mona para ellos?

—¿Queréis saber mi opinión? —preguntó Michael, cogiendo la cafetera que había en una bandeja junto a él y llenando su taza—. Hemos hecho cuanto hemos podido respecto a Ashlar y a Samuel —dijo, dirigiéndose a Rowan—. Existe una posibilidad entre diez de que consigamos localizarlos en el Claridge’s…

—No, no debéis acercaros a ellos —dijo Yuri—. Ni siquiera deben saber que estáis aquí. Especialmente tú, Michael.

—Lo comprendo —contestó Michael, asintiendo con un movimiento de cabeza—, pero…

—No, no lo comprendes —dijo Yuri—, o quizás es que no me crees. Esos seres son capaces de reconocer a una bruja o a un brujo en cuanto lo ven. No necesitan someterte a modernas pruebas médicas para saber que posees los preciados cromosomas. Lo saben; quizá lo detecten a través de tu olor, o por tu aspecto.

Michael se encogió de hombros, reservándose su opinión; no deseaba discutir con Yuri.

—De acuerdo, no me presentaré en estos momentos en el Claridge’s. Pero me cuesta mucho no hacerlo, Yuri. Pensar que Ash y Samuel están sólo a cinco minutos de este hotel…

—Espero que ya se hayan marchado. Y espero que no hayan ido a Nueva Orleans. ¿Por qué se me ocurriría decírselo? Cometí una imprudencia, me dejé arrastrar por mi gratitud y mi temor.

—No te culpes por ello —dijo Rowan.

—Hemos cuadruplicado el número de guardias en Nueva Orleans —dijo Michael. Su actitud relajada no se había modificado—. Dejemos el tema de Ashlar y Samuel, y hablemos de nuevo sobre Talamasca. Habíamos empezado a confeccionar una lista de los miembros más antiguos de Londres, los que merecen más confianza y posiblemente se habían olido algo raro.

Yuri suspiró. Se hallaba junto a un taburete que había al lado de la ventana que estaba tapizado con el mismo satén reluciente de las cortinas, de modo que apenas resultaba visible. Yuri se sentó en el borde del taburete, se tapó la boca con las manos y suspiró de nuevo. Estaba muy despeinado.

—De acuerdo —convino—. Talamasca, mi refugio, mi vida. ¡Ah, Talamasca! —Empezó a contar con los dedos de la mano derecha—. Tenemos a Milling, que está tan delicado que no se levanta de la cama. Es imposible llegar a él. No quiero llamarlo y ponerlo nervioso. Luego está…

—Joan Cross —dijo Michael, cogiendo una libreta de notas amarilla que había sobre la mesita del café—. Sí, Joan Cross. Tiene setenta y cinco años, está inválida, condenada a permanecer en una silla de ruedas. Declinó el cargo de Superior General debido a su avanzada artritis.

—Ni el mismo diablo sería capaz de corromper a Joan Cross —dijo Yuri, hablando de forma atropellada—. Pero Joan está demasiado inmersa en su trabajo. Se pasa todo el día en los archivos. Si los miembros de la Orden se pasearan desnudos por la casa, ni siquiera se daría cuenta.

—El siguiente es Timothy Hollingshed —dijo Michael, repasando la lista.

—Sí, pero no lo conozco bien. Creo que deberíamos elegir a Stuart Gordon. ¿He dicho Stuart Gordon? Ya lo he nombrado antes, ¿verdad?

—No, pero no importa —contestó Rowan—. ¿Por qué Stuart Gordon?

—Tiene ochenta y siete años y todavía ejerce de profesor, al menos dentro de la Orden. Su mejor amigo era Aaron. Estoy convencido de que Stuart Gordon lo sabe todo acerca de las brujas Mayfair. Recuerdo que en cierta ocasión, creo que el año pasado, comentó, como sin darle demasiada importancia, que Aaron había permanecido demasiado tiempo junto a la familia. Os aseguro que nada ni nadie sería capaz de corromper a Stuart Gordon. Podemos confiar totalmente en él.

—Espero que logremos sonsacarle alguna información —contestó Rowan.

—Hay todavía otro nombre en la lista —dijo Michael—. Antoinette Campbell.

—Es joven, mucho más joven que los otros. No obstante, también estoy seguro de su honestidad. Pero sigo creyendo que Stuart es nuestro hombre. Si existe alguien en esa lista que sea uno de los Mayores, a los cuales no conocemos, seguro que es Stuart Gordon.

—De momento dejaremos a un lado el resto de los nombres. Es mejor no ponernos en contacto con más de uno a la vez.

—¿Por qué no llamas a Gordon ahora mismo? —preguntó Michael.

—Se enterarán de que Yuri está vivo —terció Rowan—. Pero quizá resulte inevitable.

Rowan observó a Yuri. Dado el estado en que éste se encontraba, no le creía capaz de abordar una conversación telefónica tan delicada. Tenía la frente perlada de sudor. Estaba temblando. Rowan le había dado ropa limpia, pero ya estaba empapada en sudor.

—Sí, es inevitable —dijo Yuri—, pero si no saben dónde estoy, no hay peligro. En cinco minutos conseguiré sonsacarle más información a Stuart que a ningún otro miembro, incluyendo a mi amigo Baron de Amsterdam. Dejadme hacer esa llamada.

—Pero no debemos olvidar —apuntó Rowan— que puede estar implicado en la conspiración. Quizá se halle implicada toda la Orden; o todos los Mayores.

—Stuart se dejaría matar antes que perjudicar a Talamasca. Tiene un par de brillantes novicios que pueden ayudarnos. Uno se llama Tommy Monohan y es una especie de genio de los ordenadores; podría sernos muy útil en nuestra investigación. El otro, un joven rubio y guapito, tiene un nombre muy extraño, algo así como Marklin, sí, Marklin George. Pero debe ser Stuart quien juzgue la situación.

—Y no debemos confiar en Stuart hasta estar seguros de poder hacerlo.

—Pero ¿cómo lo sabremos? —le preguntó Yuri, dirigiéndose a Rowan.

—Existen diversos medios —respondió ella—. En primer lugar, no debes llamar desde aquí. Y cuando lo hagas, dile sólo ciertas cosas. No puedes revelárselo todo, por más que confíes en él.

—Le diré lo que tú me ordenes. Pero ten en cuenta que es posible que Stuart se niegue a hablar conmigo. Quizá ninguno de ellos quiera hablar conmigo. A fin de cuentas, estoy excomulgado. A menos, claro está, que invoque mi amistad con Aaron. Eso lo ablandará. Stuart quería mucho a Aaron.

—De acuerdo, la llamada es un paso crucial —dijo Michael—, en eso coincidimos. En cuanto a la casa matriz, ¿podrías dibujar un plano o describirla para que yo lo haga? ¿Qué te parece?

—Una excelente idea —observó Rowan—. Dibuja un plano. Muéstranos la ubicación de los archivos, las cajas fuertes, las salidas, todo.

Yuri se levantó de repente, como si alguien le hubiera propinado un empujón.

—¿Dónde hay papel? —preguntó, mirando a su alrededor—. ¿Dónde hay un lápiz?

Michael cogió el teléfono y habló con el conserje.

—Te proporcionaremos lo que necesites —le dijo Rowan a Yuri, cogiéndole las manos, que estaban húmedas y temblorosas. Yuri rehuyó la mirada de Rowan y clavó sus negros ojos en un objeto que había detrás de ella—. Relájate —le aconsejó Rowan, apretándole las manos para tranquilizarlo mientras se acercaba más a él para obligarlo a que la mirase a los ojos.

—Trato de comportarme de forma racional, Rowan —respondió Yuri—. Créeme. Pero temo por… Mona. Cometí un grave error, lo reconozco. Pero era la primera vez que me encontraba ante unos seres semejantes. Jamás vi a Lasher, no estuve presente cuando le contó su historia a Michael y a Aaron. No llegué a verlo. Pero he visto a esos dos, y no precisamente envueltos en un halo de vapor. Eran tan reales como tú. Estaban en la misma habitación que yo, a mi lado.

—Lo sé —dijo Rowan—. Pero no tienes la culpa de lo que ha sucedido. No te reproches el haberles hablado de la familia. Piensa en la Orden. ¿Qué puedes decirnos sobre ella? ¿Qué sabes sobre el Superior General?

—Hay algo que no me gusta. No me fío de él. Es nuevo. Si hubieras visto a ese ser, Ash, no habrías dado crédito a tus ojos.

—¿Por qué, Yuri? —preguntó Rowan.

—Olvidaba que habías visto al otro, que lo conocías.

—Sí, en todos los aspectos. ¿Por qué crees que éste es más viejo y que no está tratando de confundirte con sus formas amables?

—Por su cabello. Tiene canas. Eso significa que es mayor. Resulta evidente.

—Así que tiene canas —repitió Rowan.

Eso era una novedad. ¿Qué otros detalles les revelaría Yuri si seguían interrogándolo? Rowan se llevó las manos a la cabeza con objeto de que Yuri le indicase dónde estaban situadas las canas.

—En las sienes, como la mayoría de los seres humanos. Samuel se alarmó en cuanto vio sus canas. ¿Su rostro? Tiene el rostro de un hombre de treinta años. Nadie conoce las expectativas de vida de esos seres, Rowan. Samuel describió a Lasher como un recién nacido.

—Eso es lo que era —contestó Rowan.

De pronto se dio cuenta de que Michael la observaba. Se había levantado y se hallaba junto a la puerta, con los brazos cruzados.

Rowan se volvió hacia él, borrando todo recuerdo de Lasher de su pensamiento.

—Nadie puede ayudarnos en esto, ¿verdad? —preguntó Michael, dirigiéndose a Rowan.

—Nadie —respondió ella—. ¿Acaso no lo sabías?

Michael no respondió, pero ella sabía lo que estaba pensando. Era como si deseara que lo supiese. Michael pensaba que Yuri se estaba viniendo abajo. Era preciso protegerlo. Contaba con Yuri para todo, para ayudarlos y guiarlos.

En aquel momento sonó el timbre de la puerta. Michael sacó unos billetes del bolsillo y se dispuso a abrir.

Resultaba fantástico, pensó Rowan, que Michael recordara incluso esos pequeños detalles. Pero ella tenía que dominarse. Debía dejar de pensar en los dedos de Lasher clavándose en sus brazos. De pronto se estremeció y de forma involuntaria se acarició el lugar donde él la había lastimado en repetidas ocasiones. «Sigue el consejo que das a tus pacientes, doctora. Procura calmarte».

—Bien, Yuri, siéntate y dibuja el plano —dijo Michael, entregándole un trozo de papel y unos lápices.

—¿Y si Stuart no sabe que Aaron ha muerto? —preguntó Yuri—. No quiero ser yo quien le comunique su muerte. Pero supongo que lo saben. ¿Tú crees que lo saben, Rowan?

—Presta más atención —replicó Rowan con suavidad—. Ya te lo he explicado antes. La oficina de Ryan no se puso en contacto con Talamasca. Insistí en que no les dieran todavía la noticia. Necesitaba tiempo. Ahora podemos aprovechar su ignorancia en nuestro propio beneficio. Debemos planear bien esta llamada telefónica.

—En la otra habitación hay una mesa más grande que esta mesita Luis XV, la cual seguramente se vendrá abajo si tratamos de utilizarla —dijo Michael.

Rowan sonrió. Michael decía que le encantaban los muebles franceses, pero los objetos que contenía aquella habitación mostraban un aspecto tan frágil como el de las bailarinas. Los destellos de las molduras doradas se reflejaban sobre las paredes como luces de neón. Rowan había visto muchas habitaciones de hotel. En cuanto llegaba, lo primero que hacía era preguntar dónde estaban las puertas, los teléfonos, si el baño disponía de una ventana por la que saltar en caso de incendio. De pronto percibió de nuevo las garras de Lasher lastimándola en el brazo, e hizo una mueca de dolor. Michael seguía observándola fijamente.

Yuri estaba distraído. No la había visto cerrar los ojos, en un esfuerzo por recobrar el aliento.

—Estoy seguro de que lo saben —dijo Yuri—. Sus agentes habrán leído la noticia en los periódicos de Nueva Orleans. Les habrá llamado la atención el apellido Mayfair. Habrán recibido los recortes de prensa. No se les escapa nada. Lo saben absolutamente todo. Toda mi vida está contenida en sus archivos.

—Razón de más para ponernos de inmediato manos a la obra —indicó Michael.

Rowan permaneció inmóvil. «Ha desaparecido —se dijo—, está muerto. Ya no puede lastimarte. Viste sus restos, los viste cubiertos de tierra cuando colocaste a Emaleth en la fosa junto a él». Rowan cruzó los brazos y se frotó los codos. Michael le estaba hablando, pero ella no le oyó.

Al cabo de unos instantes miró a Michael y dijo:

—Debo ver a ese Taltos. Si existe, quiero verlo con mis propios ojos.

—Es demasiado peligroso —objetó Yuri.

—No. Tengo un pequeño plan. Quizá no sea muy eficaz, pero no deja de ser un plan. ¿Dices que Stuart Gordon era amigo de Aaron?

—Así es. Trabajaron juntos durante varios años. ¿Quieres que se lo contemos todo a Stuart? ¿Crees que Ash ha dicho la verdad?

—Dijiste que Aaron no conocía la palabra «Taltos» hasta que la oyó de boca de Lasher, ¿no es cierto?

—Sí —respondió Michael.

—No se te ocurra ponerte en contacto con esos dos. ¡Es una locura! —exclamó Yuri.

—El dibujo puede esperar, Michael —dijo Rowan—. Debo llamar al Claridge’s.

—¡No lo hagas! —protestó Yuri.

—No soy estúpida —contestó Rowan sonriendo—. ¿Con qué nombre están inscritos esos extraños personajes?

—No lo sé.

—Descríbelos —dijo Michael—. Da el nombre de Samuel. Yuri dijo que todos lo conocían, que lo trataban como si fuera Papá Noel. Cuanto antes hagas esa llamada, mejor. Quizá se hayan marchado ya.

—Aaron no sabía lo que era un Taltos, no había leído nada sobre…

—Así es —respondió Yuri—. ¿En qué piensas, Rowan?

—Primero haré mi llamada —contestó Rowan—, y luego llamarás tú. Vámonos.

—¿No quieres decirme lo que te propones? —preguntó Michael.

—Confío en poder localizar a esos dos. Si nuestro plan fracasa y no conseguimos dar con ellos, habremos regresado al punto de partida. Anda, vámonos.

—¿No queréis que dibuje el plano del que habíamos hablado? —preguntó Yuri.

—No, coge la chaqueta y vámonos —contestó Michael.

Pero Yuri no se movió. Mostraba un aire desvalido y confundido. Michael cogió la chaqueta que colgaba de una silla y se la echó a Yuri sobre los hombros. Luego miró a Rowan.

Rowan sintió que el corazón le latía con fuerza. ¡Taltos! Tenía que hacer esa llamada.