«Y desde el instante que mantuvo su mente en un solo objetivo, nunca tocó el fiero vino, ni probó la carne. Ni tuvo ningún deseo sensual. La muralla que separa a los fantasmas de los hombres arrojadores de sombras, se transformó en un cristal, y vio a través de ella, y escuchó sus voces hablar detrás de la muralla, y aprendió sus secretos, poderes y fuerzas elementales»
Alfred Tennyson (en Vivian, sobre Merlín)
Lunes 11 de Abril. Jardines Vaticanos. El Vaticano.
El padre O´Connor paseaba por los senderos de los jardines vaticanos, situados en el mismo centro de la ciudad del Vaticano, a la espalda de la basílica de San Pedro. Lo hacía acompañado por el doctor Boszik y los dos miembros del Servizio Vaticano de Seguridad, el superintendente Facchetti y la bella inspectora Boninsegna, con quienes comentaba someramente los detalles de la investigación que habían llevado a cabo y que ahora se encontraba enquistada, a causa de los últimos acontecimientos acaecidos.
—Padre —se dirigió al sacerdote la inspectora—. Usted nos aseguró que los miembros druidas no eran peligrosos. Sin embargo, hasta el momento todo lo que hemos visto nos lleva a pensar que los miembros de la iglesia Wicca, además de ser paganos, son satánicos. Personalmente, me gustaría que nos confiara usted algunos aspectos más definitorios en torno a la naturaleza de esa iglesia de California que nos comentó.
—Bueno, todas las dudas que tengo están fundamentadas. Soy católico, pero de momento, tengo que darles el beneficio de la duda. Hay algunas cosas que no encajan —confesó.
—¿Porqué no nos cuenta que es lo que piensa? —preguntó Boszik.
—Si, instrúyanos con sus extrañas enseñanzas, padre —le instó Facchetti.
—De acuerdo.
El jesuita se atusó el pelo y oteó los alrededores del punto donde se encontraban. Se aseguró de que nadie los seguía ni se encontraba cerca.
—Si recuerdan bien —comenzó—, la escuela de magos de Barret terminó esparciéndose por todo el mundo. Las enseñanzas llegaron hasta Estados Unidos de la mano del doctor Paschal Beverly Randolph, uno de los discípulos del ábate Levi—Zahed. En Norteamérica, esta religión naturalista evolucionó de manera gradual y muchos filósofos y autores fueron desarrollándola, dándole una articulación a sus creencias, confiriéndole una estructura moderna. A mediados del siglo XX comenzó a tomar fuerza. Sus seguidores, tenían afinidad con los movimientos que eran perseguidos por motivos religiosos, y tenían muy presentes en sus memorias a los quemados en la hoguera de la etapa medieval.
—¡La Inquisición! —exclamó el doctor húngaro.
—Si, podría decirse que algo parecido —confirmó O´Connor.
—Como ya saben —continuó—, las creencias del grupo seguían las enseñanzas de los druidas y los celtas referentes a la armonía con la naturaleza. Los miembros se organizaban en los llamados «covens», que dependían de un consejo central. Pues bien, a principios de la segunda guerra mundial, en Inglaterra, un tal Gerhard Gardner, acuñó el nombre «Wicca» al movimiento, basándose en una serie de textos eruditos, que afirmaban que la brujería europea de la edad media era una antigua religión natural que había sido perseguida por el cristianismo. Algunos creían que había escogido ese nombre del antiguo vocablo inglés «wicce», que significa «mago». Lo cierto es que Gardner reescribió los rituales y hechizos de su coven en 1950. Los seguidores de la escuela de magos de Estados Unidos, adaptaron a su movimiento los nuevos ritos de Gardner bajo el nombre de «the Craft», y el movimiento se extendió a partir de 1960 rápidamente, a lo largo de todo el país. Por eso, hay iglesias como la de Modesto, repartidas no sólo en Estados Unidos, sino por todo el mundo.
—¿Y en que consisten los rituales? —interrogó intrigado el superintendente Facchetti.
—Verán. Los covens, vienen a ser como aquelarres de brujos o brujas compuestos por trece personas que veneran a la gran diosa. Tienen un sistema de grados. El grupo lo preside una gran sacerdotisa, a quien ayuda una doncella. Allí se tienen que iniciar sus miembros durante el transcurso de las cuatro fiestas principales del año. En primer lugar, el 2 de febrero con la candelaria. A principios de mayo, la fiesta de Beltane. A continuación la fiesta de Lammas o de la cosecha, que tiene lugar el primero de agosto. Y por último, el 31 de octubre con la víspera de todos los santos.
—¿Y que sentido le dan los wiccanos a esas fiestas? —quiso entender la inspectora.
—Bueno, cada una de ellas representa una fase importante. La candelaria representa la renovación de la naturaleza y el final del reinado de la oscuridad. La fiesta de Beltane, el despertar. La de Lammas representa, como ya les he dicho antes, la cosecha. Y la de todos los santos es, como todos imaginan, una fiesta dedicada a los muertos.
—¡No hay que estar demasiado loco para suponer que en esas reuniones harán sacrificios, guarradas y cosas extrañas! —ironizó Facchetti.
—No exactamente —replicó O´Connor—. El sexo desempeña un papel fundamental en su culto. Es como un acto donde se ordenan sus miembros, lo que equivaldría a una boda cristiana.
—Si, seguro. ¡Una guarrada, lo que yo decía! —rió jocosamente Facchetti.
—Pero, ¿lo hacen en presencia de todos? —cuestionó dudosa la inspectora.
—Depende. Tienen la posibilidad de hacerlo en grupo, o de forma solitaria.
—¿Y se reúnen en cuevas o algo por el estilo? —volvió a preguntar el superintendente.
—No se lo puedo asegurar, pero cada lugar de adoración puede cambiar según la ocasión. Son círculos de consagración, que pueden realizar en cualquier sitio.
—Supongo que se rigen como cualquier religión por algún tipo de libro semejante a la biblia —manifestó Boszik.
—La verdad es que no existe un libro o texto oficial. Al parecer tienen guías de comportamiento, que como hiciera el propio Gardner, enseñan los maestros y guías espirituales. Ellos afirman que el arte es una religión de la vida y de la naturaleza, no de un libro en particular. Aunque existe uno donde están escritos los rituales del culto de la Wicca, el Libro de las Sombras.
—¿Y tampoco adoran imágenes como nosotros? —insistió Facchetti, intentando encontrar un punto de coincidencia con los cristianos.
—Pues no. No tienen imágenes sagradas. Sus seguidores dicen respetar las creaciones de la naturaleza. Manifiestan comparten el viaje como entes con todas las cosas del mundo. Respetan los elementos, a las plantas, los animales, los minerales, los astros y planetas, y al universo.
—Ya, claro. ¡Y tampoco son satánicos! —declamó escéptico el superintendente.
—Supuestamente, no —arrojó la hipótesis—. De hecho, afirman que no existe Satanás. Les molesta que la gente piense que adoran a un demonio danzando alrededor de una fogata. Si recuerdan las cinco velas negras de la catedral de Santa Sofía, les diré que el hecho de que fueran cinco se debe a que es el número de velas que se ponen cuando se pretende cambiar algo. Las velas del círculo, representan a los guardianes de cada punto cardinal. El norte que va asociado al rojo y al fuego, el oeste que lo hace con el azul y el agua, el sur que representa al color verde y a la tierra, y finalmente el este que lo hace con el amarillo y el aire. Nuestro problema viene dado por el hecho de que nosotros tenemos cinco velas, en cada punta del pentáculo, además del color blanco. El color negro de las velas, a pesar de que pueda parecer un color relacionado con lo maligno, representa la absorción de todo lo negativo, de todo lo malo, para olvidar cosas malas o liberarse de un peso espiritual. A decir verdad, incluso muchos de ellos han sido bautizados en otras religiones.
—¿Bautizados? —se extrañó la inspectora.
—Pues sí —afirmó con rotundidad el sacerdote—. El hecho de que sean wiccanos no exime de que algunas de estas personas sean evangelistas, cristianos, católicos o de otra religión. Algunos sí que creen en un dios o en algunos santos.
—¡Pero eso es una contradicción! —se exasperó el psiquiatra.
—Depende del prisma con el que se vea —opinó el irlandés.
—¿Cómo puede decir eso? —se ofuscó la inspectora.
—Bueno, no lo digo yo. Lo dicen ellos mismos —aclaró—. Afirman que han sido bautizados sin su consentimiento, ya que en ese momento eran bebés y no tenían conciencia —se explicó—. Yo creo, que cada quién es libre de pensar y creer en lo que quiera.
—Si, padre, pero sin hacer daño a nadie. Este tipo ha matado ya a dos personas, que sepamos, si no a más —expresó indignada la inspectora.
—Por eso, me cuesta creer que los wiccanos tengan que ver en todo esto —reconoció su escepticismo—. Es lo que quería explicarles al principio. No consigo disipar las dudas de mi cabeza.
—Pero, ¿porque cree eso, padre? —le invitó a que se explicara la inspectora.
— Los wiccanos creen haber descubierto la sabiduría en lo que llaman la «antigua religión», mediante un renacimiento del paganismo. Aunque algunos dicen ser cristianos, no creen en la revelación cristiana. El Jesús en que creen, no es el hijo de Dios. Para sus seguidores, la Wicca es una religión, es un código de honor, es un camino espiritual, es una forma de ser y de vivir, de interpretar el mundo. Y sobre todo, porque una de sus creencias afirma que todo lo bueno o lo malo que hagan en sus vidas, les será devuelto multiplicado por tres —sentenció el jesuita.
—¡El karma! —exclamó el doctor Boszik.
—Si, podríamos llamarlo así —dijo el sacerdote—.
El sacerdote paró junto a uno de los bancos de los jardines vaticanos. Abrió su portadocumentos y buscó una hoja. Se la extendió a sus acompañantes.
—Este es el texto que me entregaron en la iglesia de Vida Universal de Modesto cuando los visité y tuvo la ocasión de departir con uno de sus líderes. Léanlo y comprenderán lo que les he explicado.
Nuestra doctrina: «Haz solo aquello que es correcto».
Mientras no viole los derechos de otros, entendemos que es el derecho y la responsabilidad del individuo determinar pacíficamente lo que es correcto. Nosotros estamos a favor de la libertad religiosa, que incluye ser libres de la autoridad de la Iglesia como también de la autoridad del gobierno.
La Iglesia Vida Universal incluye personas de todas las tradiciones y caminos espirituales. No excluimos a nadie. Entre nuestros ministros se incluyen paganos, neo—paganos, Wicca, cristianos, budistas, taoístas, hindúes, judíos y muchos otros cuyas creencias individuales no conforman nítidamente con las enseñanzas de ninguna otra iglesia. Nuestra doctrina nos permite dar la bienvenida a todos, y para todas las personas que pacíficamente compartan en hermandad y espiritualidad, sin consideración de que divergentes puedan ser nuestros caminos.
Iglesia de Vida Universal
Modesto (California)
—De todas formas —continuó el sacerdote cuando sus acompañantes levantaron sus miradas—, sigo pensando que todo es una conspiración para acceder al poder del Vaticano. Ya saben que ese hombre no actúa solo. Además, incluso el Papa me lo ha pedido por escrito antes de morir. Ya sé que ahora parece que no tiene sentido, pero no creo que esto haya acabado todavía.
—El grabado, los paganos, la magia negra, los druidas celtas, la religión, los libros rituales. La verdad, padre O´Connor, no consigo encontrarle la conexión que usted vislumbra —expuso contrariada la inspectora.
—Entiendo su incredulidad, Valeria. Intentaré situarla en el plano histórico de los hechos —prosiguió O´Connor—. A principios del siglo V, Europa fue asolada por los alanos, suevos y vándalos. Dejó de existir la línea divisoria entre el mundo de los bárbaros y la civilización. El visigodo Alarico entró en Roma y muchos de los manuscritos greco—romanos se perdieron entre las ruinas y el fragor de las llamas que devastaron el antiguo imperio romano. Una parte de los monjes que sobrevivieron huyeron a Irlanda llevando consigo algunos de los manuscritos que consiguieron salvar. Con el tiempo, los monjes, amantes de las tradiciones célticas de los bardos, transcribieron los relatos de estos a la vez que copiaban los textos rescatados, no esforzándose así en erradicar las costumbres paganas irlandesas. Así, fusionaron las creencias de las sabidurías druídicas celtas con el cristianismo, de un modo pacífico. Los monjes, vestidos con las túnicas blancas en semejanza con los druidas, escribieron en latín, griego, hebreo y en el gaélico irlandés. Entre aquellos monjes se encontraba San Patricio, el padre de la patria irlandesa. A la par que los eremitas, surgieron muchas comunidades monásticas donde además de aprender y enseñar las escrituras, se leía literatura greco-latina, de ese modo lograron que se preservara y no se perdiese. El movimiento de los eruditos se extendió por el resto del continente. Debido a las circunstancias, el centro del poder del imperio romano se había trasladado a Constantinopla. Los romanos acusaron a los irlandeses de herejía y comenzaron los primeros enfrentamientos en territorio inglés. Ya en el siglo V, Benito, un italiano nacido en Nursia que había estudiado en Roma, se retiró a una zona deshabitada cercana a Subiaco, donde vivió en una cueva durante tres años. La cueva recibió el atributo de «gruta santa». Cuando su fama de hombre santo creció le ofrecieron ser abad de un grupo de monjes en el norte. Éstos no aceptaron sus reglas y cuando descubrió una conspiración para envenenarle los abandonó y decidió fundar el monasterio de Montecassino. Casi todos los monasterios de occidente adoptaron las ordenanzas que San Benedicto había establecido para el trabajo físico, la vida en comunidad y la lectura, además del despojo de las posesiones materiales. Se dedicó a los necesitados de la zona y a mantener las bibliotecas. La gran demanda de libros hizo que las recientes creadas universidades de Bolonia y París incorporaran escribas. Así pues, la enseñanza, que había sido un monopolio de la iglesia, pasó a tener un carácter laico. Proliferaron los alquimistas, que hacían mezclas con el polvo y el metal para conseguir tinta y láminas luminosas, elementos que utilizaron los eruditos para confeccionar sus manuscritos y libros. A partir del siglo VIII, parte de los manuscritos irlandeses acabaron esparcidos por los monasterios europeos ante los asaltos de los vikingos. Cuando volvió la paz con el establecimiento de los normandos en Inglaterra e Irlanda, se reescribieron las antiguas leyendas del paganismo bárdico. Por aquel entonces, al igual que sucedía con las líneas históricas de los patriarcas bíblicos, la influencia druídica desapareció y se incluyeron elementos cristianos que diferían de las verdaderas historias. Pero de entre los manuscritos escritos por los paganos había uno del que se dice fue salvado de la reescritura y que pasó de mano en mano, escondido en cientos de lugares por los paganos y que finalmente se erigió como el manual de iniciación para los rituales wiccanos. Tras la última de las invasiones de Irlanda, los Hijos de Mil gobernaron la isla. Los hermanos Eber y Eremon Finn la dividieron en dos. Eremon gobernó el norte y Eber el sur. Un año más tarde se enfrentaron y el ganador Eremon gobernaría Irlanda durante quince años. Su estirpe mantuvo el control durante los siguientes ciento cincuenta años y fue el germen de los doce clanes que iniciaron la nobleza irlandesa. Durante los siguientes nueve siglos el linaje de los milesios dominó el Ulster y, se dice que uno de estos nobles fue el último portador del libro de ritos, el manuscrito acabado por un monje alquimista y al que se denominó como el Libro de las Sombras.
—¿Y que cree usted que deberíamos hacer, padre? —preguntó Facchetti con un tono de sorna.
—Deberíamos pensar en lo que les dije. Ese grabado es la clave de todo. Entiendo que pueden creerme o no, es su elección. La inconsistencia está precisamente en la posición de las fichas de este acertijo. Los colores y los elementos no se corresponden con los puntos cardinales. Un pagano sabría claramente la relación entre ellos y no cometería estos errores tan grandes. Estoy totalmente seguro de que el enemigo lo tenemos dentro del Vaticano, es fácil pensar que…
El ruido de unas pisadas cercanas hizo que el padre O´Connor callase de pronto. El hombre que se acercaba hacía ellos era un purpurado. Detrás de aquellas lentes se encontraba un rostro que el sacerdote reconoció.
—Buenos días, Eminencia —mostró sus respetos al recién llegado.
—Buenos días a todos —saludó este.
El gobernador del Vaticano, el cardenal Zokora, observó las caras de los presentes.
—Espero no haberles interrumpido —se disculpó.
—No se preocupe, Eminencia. Solo comentábamos lo impresionante que habían sido los actos del funeral de Su Santidad —mintió descaradamente el sacerdote a la vez que pedía piadosamente a Dios el perdón por semejante arrojo.
—Si, la verdad es que era un hombre muy querido. Todos sentimos su ausencia.
—¿Qué se le ofrece? —se interesó O´Connor.
—Vengo a comunicarles un asunto preocupante —dijo, con cara de consternación.
—¡Vaya, otra vez! —se lamentó con una desorbitada resignación el superintendente Facchetti.
—¿Han matado a otro cardenal? —soltó de sopetón con evidente crispación la inspectora.
—No. O al menos eso creemos, de momento —negó Zokora—. No tenemos confirmación sobre eso.
—Entonces, ¿Qué es lo que ocurre, Eminencia? —insistió O´Connor.
El cardenal cogió la mano del sacerdote.
—Vengo a comunicarles, en nombre de la Secretaría de Estado, que deben continuar con las investigaciones sobre el caso que hasta ahora les ocupaba. Desde la tarde de ayer, se desconoce el paradero del cardenal Giovanni Mancini.
Tras la alocución de Mancini todos se quedaron petrificados. Las caras de sorpresa momentánea pasaron a ser los rostros de quienes comprendían la lógica del momento. La teoría, que habían mantenido sobre los pasos que pretendía dar el conspirador Asmodeo, se había convertido en una dolorosa realidad.
—¡Italiano!, ¡el cardenal italiano!, parece ser que estábamos en lo cierto —declamó la inspectora.
El padre O´Connor, sabedor de la importancia que tenía el nuevo suceso, interrogó a Zokora.
—¿Se sabe donde fue visto la última vez?
Zokora intentó aportar los datos con los que contaba la Secretaría de Estado en esos momentos.
—Lo último que se sabe, es que estuvo ayer visitando la basílica de San Juan de Letrán —informó el purpurado—. Hoy no ha aparecido para la misa de novemdiales a la iglesia de Roma. Pensamos que podría haber sido secuestrado por el asesino de los cardenales Connelly y Naworski. En principio, debemos esperar un tiempo prudente. En estos casos, lo mejor que se puede hacer es no precipitarse. El departamento científico de la polizia italiana se está encargando de rastrear la basílica, para intentar encontrar alguna huella o prueba. Mañana, temprano, tendrán las primeras conclusiones. Deberán ir a sus cuarteles, el inspector de la policía les facilitará los resultados del análisis, siempre que se encuentre algo, por supuesto. No es necesario que vayan todos, levantarían suspicacias. Será suficiente con que vayan la señorita Boninsegna y usted, padre. Recuerden que la Santa Sede está llevando este asunto con suma discreción. La policía desconoce lo ocurrido hasta ahora, y pretendemos que así continúe. Les hemos dicho que alguien ha robado algunos objetos de la basílica. Hagan lo posible por averiguar el paradero de Mancini.
Zokora soltó la mano del padre O´Connor. Contempló los rostros de los componentes del equipo de investigación e intentó encontrar en sus miradas una respuesta sólida bajo la que fundamentar una explicación para quien ahora controlaba los designios de la ciudad del Vaticano. Sin embargo, estos estaban decididos a conservar el acuerdo al que habían llegado y no poner al corriente de sus pesquisas a ningún miembro de la curia, con el objetivo de que no se filtrara la información y pudiera llegar a los oídos de la persona que estaba ayudando al conspirador desde dentro del Vaticano. El cardenal Zokora se dio la vuelta y comenzó a caminar lentamente con los brazos cruzados tras su espalda. Mientras se alejaba por el mismo sendero que había venido, el mutismo entre los presentes se mantuvo. Una vez que la figura del gobernador se había hecho invisible, el sacerdote declamó sus temores con convencimiento.
—¡Les dije que esto no había acabado!