«El que no considera lo que tiene como la riqueza más grande, es desdichado, aunque sea el dueño del mundo.»
Epicuro de Samos
Jueves 7 de Abril. Hotel Pantheon. Roma.
El botones descompuso las facciones morenas de su rostro italiano en una sonrisa tímida cuando Asmodeo abrió la puerta de su habitación.
—Aquí tiene lo que usted había pedido, señor Rosenberg. Su whisky.
—Yo no he pedido Johnnie Walker —recriminó al joven.
—Lo siento señor, pero es que no quedaba Jack Daniel´s y a estas horas de la noche, no hay manera de poder….
Asmodeo cogió el vaso y la botella. Se sirvió un vaso y lo apuró de un trago. Vertió un poco más de whisky sobre el recipiente y colocó la botella sobre la bandeja que portaba el botones.
—Seguro que puedes solucionar lo imposible. Y ahora, tráeme una botella de Jack Daniel´s —sonrió al mozo.
Cerró la puerta y cruzó la habitación en dirección a la ventana. Abrió las dos hojas y se asomó. Desde la ventana del Hotel Pantheon, donde se alojaba desde hacía unos días, podía contemplar a tan sólo veinte metros, entre el tránsito continuo de los viandantes por aquella calle peatonal, como se levantaba una de las estructuras más grandiosas construidas por los romanos. Desde aquel hotel de cuatro estrellas podía divisar un error de cinco estrellas. El pórtico frontal era tres metros más corto y no conectaba con la cúpula. La tara, debía de haberse corregido subiendo hasta los quince metros las columnas de solo doce del pórtico. Sonrió mientras pensaba como el emperador Adriano había permitido que el arquitecto encargado de su construcción no cayera en la cuenta de tan magno desastre. La historia nunca había aclarado si había sido el mismo emperador el genio que la había diseñado, o era otro el autor de aquel impresionante edificio. Se decía que Apolodoro de Damasco, el mejor arquitecto de Roma, había sido el dueño de la mente que había pensado la imponente estructura, y que Adriano lo había mandado asesinar por la envidia que le tenía. Adriano, un asesino como él. A diferencia suya, no se manchaba las manos de sangre. Del mismo modo que ocurría con sus compañeros de conspiración.
Sonó el teléfono móvil.
—«Busco al profesor de baile» —se presentó una voz.
—«Bienvenido a la academia» —confirmó la clave Asmodeo.
—¿Porqué no has volado a Roma en avión? —preguntó Vals.
Asmodeo respiró profundamente. Se hizo esperar en la contestación.
—Digamos que, en esta ocasión he disfrutado del paisaje. De vez en cuando viene bien ir despacio para advertir que hay cosas bonitas que nos rodean, Vals —dijo con una dosis de ironía—. Últimamente me estáis acostumbrando a demasiado lujo. El hotel de Kiev, las maravillosas vistas de las que disfruto ahora mismo. Creo que me podría acostumbrar a todo esto.
—Me alegra que estés de buen humor. Hacía tiempo que no te escuchaba así.
Asmodeo tomó el poco whisky que contenía el vaso que había cogido de la bandeja que portaba el mozo del hotel.
—Tampoco era necesario darse prisa, Vals. Para ti, volar de Dallas a Roma es fácil. Tú no estás fichado. Para mi, entrar en Roma vía aire, hubiera supuesto el paso por los controles del aeropuerto —advirtió—. Es más seguro venir en tren. La Interpol controla las aduanas de los dos aeropuertos romanos, y el funeral del Papa ha sido el acto más vigilado de la historia. Nunca he visto a tanta gente preocupada por la amenaza de los terroristas, como en estos días. Cualquier llamada inoportuna de amenaza, y se crearía la misma situación de psicosis que en Nueva York hace cuatro años.
Tres golpes se escucharon tras la puerta de la habitación. Asmodeo se dirigió hacía ella.
—Espera un momento —pidió a su interlocutor mientras abría la puerta.
El joven botones permanecía recto tras la puerta. Portaba en su bandeja una botella medio llena de Jack Daniel´s y un vaso limpio.
—Señor, siento mucho las molestias que le haya podido causar. Es lo único que he podido encontrar —expresó con cara de preocupación el italiano.
Asmodeo lo miró durante unos segundos. Alzó su mano izquierda y con uno de sus dedos pinzó el vaso. Con la palma de la misma mano abierta, prendió la botella. Se llevó la mano diestra al bolsillo y sacó un billete.
—No te preocupes. Sabía que podías solucionarlo. Gracias —sonrió al muchacho y le dejó el billete sobre la bandeja.
El joven botones sonrió aliviado.
—¿Desea algo más, señor Rosenberg? —preguntó.
—Nada más.
El joven se dio la vuelta y se alejo por el pasillo.
—Como te iba diciendo Vals —cerró la puerta tras de sí—, no puedo permitirme el lujo de dejarme ver en exceso.
Se dirigió de nuevo hacía la ventana y se fue sirviendo una nueva copa de whisky en el nuevo vaso.
—Tienes razón, Asmodeo. La policía italiana ha montado un dispositivo conjunto con el servicio vaticano de vigilancia. Tendrás que tener mucho cuidado. Polka te ayudará en todo lo que pueda. Tienes luz verde para el tercer paso de baile. Haz que les invada el caos.
—Bien, ya se estaba demorando demasiado la espera —concluyó Asmodeo.
Una vez había colgado Vals, arrojó el teléfono sobre la cama. Se bebió de un trago el vaso de whisky —que había llenado con anterioridad— y contempló el cielo que se abría en la noche romana sobre la cúpula del Panteón.