«El umbral del templo de la sabiduría es el conocimiento de nuestra propia ignorancia.»
Charles Haddon Spurgeon
Viernes 1 de Abril. Servizio Vaticano della Polizia Italiana. El Vaticano.
El padre O´Connor permanecía paralizado ante la puerta del despacho de la inspectora Boninsegna en los cuarteles del Servicio Vaticano de Seguridad. No podía desprender de su subconsciente la memoria de lo sucedido en la habitación del hotel de Kiev dos noches antes. Su pensamiento se aletargaba entre la silueta de aquella mujer y el deseo contenido en su enjuto cuerpo eclesiastado. Golpeó la puerta con los nudillos de manera que los golpes eran casi inaudibles.
—Pase.
Abrió la puerta y observó a la inspectora sentada en su sillón. El superintendente Facchetti y el doctor Boszik estaban sentados en el sofá.
—Coja una de esas sillas —le indicó la inspectora.
No notó un mínimo mal gesto, ni tan siquiera una mirada reprobatoria. Nada. Parecía que la inspectora comprendía que su situación como miembro de la iglesia impedía cualquier tipo de demostración física de los sentimientos ocultos de O´Connor. Sin embargo, él se sentía indefenso ante la atracción que le provocaba la bella italiana.
—Le estábamos esperando. Hemos comentado las últimas informaciones que compartió con nosotros. Nos han traído una nota para usted desde la Secretaría de Estado. Al parecer, ha sido redactada por Stanislaw Rembisz, el secretario del Papa, bajo las instrucciones de este. Tome —le entregó la nota la inspectora.
El sacerdote tomó sorprendido el comunicado. A lo largo de sus misiones anteriores, nunca había recibido órdenes directas del Papa, pero supuso que debía de tratarse de algo especial, más aún en los momentos en los que el pontífice se encontraba viviendo sus últimas horas. Sintió que lo que iba a leer era de vital importancia, algo que marcaría el sentido de su vida para siempre. Y comenzó a leer entre el nerviosismo y la incertidumbre.
«Quia non est nobis conluctatio adversus carnem et sanguinem sed adversus principes et potestates adversus mundi rectores tenebrarum harum contra spiritalia nequitiae in caelestibus»
Ephaesios 6,12
El cardenal Connelly lo quería a usted como a un hijo. En su día me contó que había sido usted atrapado por la sombra de Satanás y me pidió que intercediera por su salvación. Desde que se ordenó sacerdote ha cumplido usted un trabajo ingrato pero necesario, lo que le ha devuelto la gracia de Dios. Como Supremo Pontífice de la Iglesia Universal, yo le absuelvo de todos sus pecados y le expío de su culpa, pero aún debe de llevar a cabo una misión de vital importancia. El Todopoderoso le necesita. Usted, como hijo suyo que es, debe detener la traición de los saqueadores que pretenden ocupar su templo. No lo permita. Defienda la Santa Sede de los que pretenden usurpar el Trono de Dios.
Su Santidad, Juan Pablo II
Los tres acompañantes del sacerdote lo observaban con interés esperando algún comentario.
—¿Y bien? —interrogó la inspectora.
—Bueno, si. Es probable que Monseñor Rembisz haya redactado la carta —contestó.
—No me refería a eso, padre —insistió Valeria.
—Ya, está claro —se defendió el sacerdote con la duda rondándole la cabeza—. Su Santidad el Papa me pide que detenga esta conspiración. Parece ser que está al corriente de todo lo que está pasando. Pero hay algo que no logro entender. Su Santidad afirma que los paganos quieren ocupar su puesto en la Santa Sede.
—¡Eso no puede ser posible! —soltó con enorme exasperación el psiquiatra—. Solo un católico, elegido de entre los cardenales de la curia puede ser elegido Papa. Es un contrasentido.
—Quizás no —sembró la duda el clérigo.
Todos se sorprendieron ante la última aseveración de este. No entendían el significado de la nota del Pontífice.
—Como ya les comenté, lo que está pasando tiene visos de ser una conspiración contra la iglesia católica. Esto lo único que hace es confirmarnos que eso es verdaderamente lo que está sucediendo. No deja de ser curioso el hecho de que supieran los pasos que dábamos. Nadie sabía, excepto los miembros de la Secretaría de Estado, que íbamos a Kiev, y ni mucho menos podían tener los datos del hotel donde la Santa Sede nos hizo las reservas —explicó O´Connor.
Tras un breve silencio, que aprovechó para examinar la nota, Facchetti quiso entender algo a lo que su intelecto no alcanzaba.
—¿Y que quiere decir el párrafo del principio?
El sacerdote le quitó al superintendente la hoja de las manos, y comenzó a traducir mientras leía.
—Está escrito en latín. Dice, «no es nuestra lucha contra la sangre y la carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires». Es del decimosegundo versículo del sexto capítulo del libro de los Efesios.
—Pues yo no acabo de entender del todo lo que quiere decir, la verdad —expresó confundido Facchetti.
—Lo que quiere decir —soltó convencida la inspectora— es que tenemos entre los cardenales a un aspirante a la sucesión con bastante ambición. Y el Papa está al corriente de ello. Es ese cardenal quien está ayudando al asesino.
—Mucho me temo que Valeria tiene toda la razón —se posicionó el sacerdote a favor de la teoría que acrecentaba los temores de la inspectora.
—Bueno, en tal caso, lo único que tenemos que hacer es descubrir las pretensiones del asesino. Tenemos que averiguar quien puede ser su próxima víctima y evitar que consiga su objetivo —expresó el psiquiatra.
—Si, pero no nos va a resultar fácil, precisamente —quiso dejar claro O´Connor—. A día de hoy hay ciento diecisiete cardenales que cumplen los requisitos para poder suceder a Juan Pablo II.
—Bueno, ya tenemos dos menos. Connelly y Naworski están muertos —comentó Facchetti explícito.
—Si, seguramente tenían grandes opciones de suceder al Papa. Además, Outlaw tampoco debería contar según nos dijo usted, padre —intentó eliminar candidatos Boszik.
La inspectora estaba pensativa. Intentaba recordar el nombre de un cardenal. Lo tenía en la punta de la lengua, pero no lograba recordar de quien se trataba.
—¡Maldita sea! —se exasperó—. Cuando el Papa fue ingresado en el Gemelli, los periódicos especulaban con los posibles sucesores. Leí en uno, que uno de los que más opciones tenían de salir elegido era un centroamericano o sudamericano. Pero no consigo recordar como se llamaba.
—¿Recuerda la nacionalidad? —interrogó el sacerdote.
—No, ahora mismo no recuerdo. Pero le daban muchas posibilidades de ser el sucesor —aseguró la italiana.
El sacerdote se levantó de la silla. Cogió su maletín y lo abrió. Sacó su portadocumentos y buscó entre las hojas. Cogió dos folios.
—Muy bien, voy a ir diciéndole nombres. Si reconoce el nombre que vio en el periódico, dígalo.
Y comenzó a decirle una lista de apellidos de cardenales sudamericanos y de Centroamérica.
—De Chile; Codina Tévez, Errázuriz Ossa….
—No.
—Los mejicanos Méndez Rivera, Solorzano de Barragán, Sandoval Vélez, Rivera Contreras….
—No.
—Castrillón Bayos, Luciano Sáenz, López de Murillo, de Colombia….
—Nada.
—El guatemalteco Quesada Ortuño.
La inspectora negó nuevamente con la cabeza.
—Casillas Sandoval, de Bolivia….
—No.
—el peruano Graciani le aseguro yo que no, su elección como cardenal fue motivo de discrepancias,…. el dominicano López Martínez,….Rodríguez Valenciaga de Honduras….
—Que va.
—Beluga y Alamino de Cuba….
—Nada.
—El nicaragüense Obando Prado.
Negó nuevamente con la cabeza.
—LaPaglia de Argentina,….y finalmente los brasileños Schmidt, Gianelo y Jacques. Hay unos cinco cardenales que me faltan en el listado, pero no sé si hay algún centroamericano o sudamericano entre ellos.
La inspectora escudriñó en su recuerdo.
—¿Cómo ha dicho que se llamaba el argentino? —interrogó.
—LaPaglia. Jorge Mario LaPaglia.
—Ese es. Estoy segura —recordó por fin.
El sacerdote permaneció pensativo durante un momento. Tenía la mirada perdida en el suelo del despacho. Hasta que llegó a una conclusión.
—De todas formas no creo que pudiera ser un cardenal sudamericano —sentenció.
—¿Porqué no, padre? —cuestionó el psiquiatra.
—Bueno, no puedo confirmárselo al cien por cien, está claro. Eso es algo que sólo sabe Dios. Pero yo los descartaría a todos.
—¿Porqué? —insistió en su pregunta el húngaro.
—Pues por la sencilla razón de que no ha habido ni un solo papa americano en la historia del Vaticano.
—Entonces, ya podemos descartar a un buen número de ellos, incluidos los norteamericanos y los canadienses, si es que los hay —comentó positivamente Facchetti.
El sacerdote cogió una bonita estilográfica de la mesa de la inspectora.
—Con su permiso —pidió con condescendencia a Valeria.
Durante tres o cuatro minutos estuvo punteando algunos de los nombres de la lista.
—Si eliminamos a todos los cardenales del continente americano, y restamos a las dos víctimas, aún nos quedan setenta y cinco cardenales en la lista —aclaró.
—Se especula mucho con la posibilidad de que pudiera darse el caso de que el sucesor fuera el primer Papa negro de la historia —contempló la posibilidad el psiquiatra—. Aunque yo descartaría a los candidatos africanos. Si me apuran, de esa lista que usted tiene, padre, yo descartaría a todos los no europeos.
—Creo que tiene razón —se sumó a la intuición del húngaro la inspectora.
El sacerdote comenzó a puntear de nuevo una serie de nombres de la lista.
—Eso deja las posibilidades en cincuenta y tres cardenales.
—¡Menos de la mitad que al principio! —sonrió satisfecho Facchetti.
—De todos modos, una gran parte de los que quedan, son italianos.
—¿Qué piensa, padre? —le preguntó Valeria.
El sacerdote se sintió mal. La inspectora había dejado de llamarle por su nombre, cuando en los últimos días se tuteaban con total confianza.
—Bueno, verás Valeria —insistió en seguir llamándola por su nombre de pila—, a lo largo de la historia del Vaticano, muy pocos han sido los que han roto con la tradición de la elección de un Papa italiano en los últimos tiempos, salvo contadas ocasiones, como en el caso de Juan Pablo II. Podría ser que el posible objetivo de Asmodeo fuera un candidato de este país.
—¿Y eso en cuanto deja su lista, padre? —preguntó con gran entusiasmo el superintendente Facchetti.
O´Connor comenzó a puntear de nuevo sobre el listado, hasta que finalmente hizo el recuento.
—Pues, si he contado bien, y cuadrando todos los datos, entre los que ya quedarían excluidos y los que en estos días se salen de las normas del Vaticano para poder ser elegibles, nos quedarían diecinueve candidatos.
Y pasó a enumerar los apellidos.
—Pues tras descartar a los anteriores nos quedan Gavilan, Mancini, Spano, Muzzi, Pompeia, Marchissio, Di Luigi, Giorgiano, Urbini, Iuliani, Delfino, Rigolleto, Se, Necromanzi, Bertino, Antonioli, Nicola, Spina y Bepe.
—Aún son muchos nombres, pero para empezar es lo único sobre lo que podemos trabajar. Tenemos que encontrar una coincidencia, algo que nos permita asociar a la víctima con el grabado. Asmodeo nos muestra los pasos, recuerden que está jugando con nosotros —concluyó el psiquiatra.
—Estando las cosas como están, y sabiendo que tenemos a alguien que colabora con él desde dentro, deberíamos de jugar nuestras bazas. Me refiero —comenzó la inspectora—, a que el asesino no sabe que tenemos constancia de que todo es una trama dirigida desde el mismo Vaticano. Sigamos haciendo ver que estamos perdidos. Deberíamos guardarnos de informar a la Secretaría de Estado. Cualquiera podría ser el topo. Sabemos que el asesino es inteligente, seguramente un varón, ya que para llevar a Connelly al principio en Dublín debía de ser bastante fuerte. Conoce los métodos de la policía, es un profesional, ya que no ha dejado ni una sola huella por el momento. Se mueve como pez en el agua, ya que ha pasado de un país a otro, y no ha tenido problemas para entrar en nuestro hotel esquivando a los empleados, por lo que podemos deducir que domina varios idiomas. Es un asesino con el perfil de cualquier agente de inteligencia. Solo que está pirado, es un pagano al que se le ha ido la cabeza y que se ha asociado con alguien del Vaticano para colocar a un mal católico o el líder de una de las sectas de las que habla el padre O´Connor, al mando de la iglesia.
—Como análisis policial, me parece bastante sutil su apreciación, señorita Boninsegna —mostró el psiquiatra su condescendencia con el comentario de la inspectora—, pero como experto en la materia, le diría que según el análisis psicológico que yo extraigo de este personaje, no lo concibo como un loco. Hay que ser muy inteligente para hacer lo que ese hombre está haciendo y que no le atrapen. Puede que sea miembro de una secta o una logia de magos druidas, pero no es uno de esos chiflados que se dedican a gasear el metro para matar a cientos de personas, ni que llevan al suicidio a otras. Es organizado, controla sus emociones, actúa mediante una lógica y controla nuestros movimientos. Es un hombre solitario, por lo que le es fácil llevar a cabo sus acciones individualmente. Repulsa la figura de la autoridad ya que debió de tener una infancia o adolescencia marcada poco familiar, sin la figura de un padre o una madre, y por encima de todo, se siente moralmente superior a los demás. Este hombre tiene un objetivo, pero sabe que su obra no va a ser comidilla de los medios de comunicación, no tiene ningún interés en eso. Solo juega con nosotros para confundirnos, para poner nervioso al Vaticano y desviar la atención sobre el verdadero fin que persigue.
El sacerdote constató como tanto la inspectora como el psiquiatra estaban totalmente imbuidos en el caso. Incluso el ganapán de Facchetti mostraba una curiosidad de la que al sacerdote hasta esos momentos le parecía que adolecía. Decidió contribuir al análisis que sus compañeros estaban haciendo.
—Voy a mostrarles algo que nos servirá para intentar discernir el próximo paso que pretende dar Asmodeo.
Sacó varios folios de su portadocumentos y lo extendió sobre la pequeña mesita que estaba junto al sofá. Los demás se acercaron a ver de cerca de lo que se trataba.
Los Cuatro Elementos
Aire
Fuego
Agua
Tierra
Los Ángeles de los Elementos
Michael
Raphael
Gabriel
Uriel
Los Espíritus de los Elementos
Cherub
Seraph
Tarsis
Haniel
Las partes del Mundo sobre la que presiden
Oeste
Este
Norte
Sur
Las Cuatro Estaciones
Primavera
Verano
Otoño
Invierno
Los príncipes de los espíritus de las cuatro estaciones
Bael
Moimón
Poimón
Egin
Los ministros y legiones de los príncipes
Silfos
Aéreos
Ninfas
Pigmeos
—Como podrán observar en esas tablas, todos los elementos que las componen se van correspondiendo con los demás en los sucesivos de abajo, en el mismo orden en el que se encuentran colocados, de cuatro en cuatro. Eso nos ayudará a comprender muchas cosas —explicó el sacerdote—. Si recuerdan, el grabado tiene un pentáculo, cuyas líneas se unen mediante una serie de colores. El azul, el verde, el rojo, el amarillo y el blanco. Pues bien, según los druidas, cada color se debería corresponder con uno de los puntos cardinales, pero Asmodeo los ha utilizado a su libre albedrío. Debemos pensar en la situación de los cuatro puntos. De modo que con respecto al Vaticano, Connelly se encontraba al oeste y su asesinato lo podemos relacionar con el aire, ya que murió siendo arrojado por un acantilado. Si razonamos de la misma forma, caeremos en la cuenta de que Naworski representa el este, y que murió calcinado, o sea mediante el fuego.
—Nos faltan el norte, el sur, la tierra y el agua —recordó Facchetti.
—Así es. Tenemos al oeste nuestro «erudito», en Irlanda. En Ucrania tenemos al «señor», al este. Descartada cualquier procedencia no europea, al sur del Vaticano solo tenemos Italia —remarcó O´Connor.
—Eso confirma que estamos sobre el buen camino, aunque también podría ser que el siguiente fuera el norte, y tampoco sabemos si representaría a «la justicia» o «el sumo sacerdote» —aclaró la inspectora.
—Tenemos casi con toda seguridad una probable víctima italiana de Asmodeo. Solo podemos contar con eso. Así que, centrémonos en ello. Tenemos que pensar, buscar cualquier indicio que relacione a alguno de los diecinueve cardenales italianos con los elementos de esas tablas —concluyó el sacerdote.
Y entre hojas, símbolos y numerosas tazas de café, pasaron el resto del día intentando encontrar alguna pista sobre el siguiente paso que pretendía dar el asesino de cardenales.