«El odio abiertamente profesado carece de oportunidad para la venganza.»

Lucio Anneo Séneca

Martes 29 de Marzo. Forth Worth, Texas.

Vals abandonó el complejo del campo de golf Sycamore Creek, donde había estado jugando unos hoyos con unos viejos amigos. Se dirigía al parking, donde el viejo Chevrolet color crema se encontraba estacionado. El anciano gozaba de una buena salud. Se detuvo un momento para abrocharse bien el nudo de una de sus zapatillas de sport, que se había desecho ligeramente. Se había cambiado los zapatos de jugar a golf por unos elegantes mocasines de piel. Iba enfundado en sus pantalones bombachos a cuadros. El jersey turquesa le protegía de la ligera brisa que aún corría a esa hora del mediodía. La visera de su gorra inglesa y las gafas de sol, le protegían los ojos de los rayos del sol tejano. En uno de sus dedos, destelleaba un anillo de oro de catorce kilates.

Por un momento, sintió ansiedad. Esperaba una llamada que le confirmara la noticia que estaba esperando durante los últimos días. Sus fuentes le habían informado sobre los últimos acontecimientos en Europa. Había estado buscando en internet las últimas noticias, pero necesitaba la confirmación. Era la única forma de verificar que todo se había desarrollado conforme lo planeado.

Desde su posición social, había visto en el transcurso de los años el vertiginoso cambio de la sociedad americana y europea. Los cambios políticos, las estrategias económicas del mundo occidental, y el rumbo que estaba tomando la juventud. El poder del mundo globalizado. Y pensó que formaba parte de algo que ofrecería una nueva oportunidad. Una opción arriesgada y peligrosa, pero necesaria. Era un pacto de sangre entre el mundo y la salvación que traerían ellos, o al menos es lo que debería de entenderse. Debía de valer la pena que algunos sacrificaran su identidad y la tranquilidad de pasear por la calle a cara descubierta, por salvar la espiritualidad verdadera que estaba solapando la nueva visión del mundo.

Soltó los palos de golf en el maletero del coche, y subió. El viejo vehículo tomó la avenida E. Maddox y siguió por W. Allen, atravesando la cuadriculada división de barrios de Forth Worth. En la confluencia con 8th Avenue giró hacía la izquierda y bajó al sur hasta tomar Cleburne Road. Continuó a través del corto tramo que enlazaba con W. Berry Street, y incorporado ya a ésta, siguió hacía su destino, la Universidad Cristiana de Texas.

Una vez que había estacionado y detenido el motor, se apeó del vehículo y tomó un portafolio. Caminaba cansinamente en dirección a la entrada, cuando el teléfono móvil sonó por fin.

—«Busco al profesor de baile» —dijo alguien.

—«Bienvenido a la academia» —contestó.

—Debemos sentir que la gran obra sigue su curso —expresó el interlocutor.

—¡Asmodeo, cuéntame! —exclamó con un halo de emoción contenida el anciano.

—Hemos recorrido la mitad del camino —comunicó la siniestra voz.

Vals sintió como su cuerpo se henchía de tranquilidad. Aquella confirmación lo arrastró a una sensación de paz. Se sintió lleno de poder. Notó que los músculos dejaban de agarrotarse. Una misteriosa fuerza interior invadió sus sentidos. Como si el diablo lo dominara por completo, apretó el puño con fuerza y apretó los dientes como quién ha estado esperando rabioso la venganza por un desagravio cometido contra su persona. Sabía que la conspiración que estaban llevando a cabo era como clavar un puñal por la espalda a la iglesia católica. Pero su convicción se hizo más fuerte aún. Sentía que era un fantasma. Su cuerpo no estaba presente cuando sucedían los asesinatos, pero él era quien seguía sumando más gloria gracias a aquellas muertes. Si, posiblemente era un fantasma, pero un fantasma que podía atravesar paredes y trasladarse a los miedos interiores de sus enemigos. Era su gran oportunidad. El mundo le necesitaba. Y él necesitaba a su ejecutor, Asmodeo.

—¿Sufrió? —preguntó con curiosidad Vals.

—Si no le hubiera golpeado tan fuerte en la cabeza, habría sufrido aún más. Estaba seminconsciente, pero te puedo asegurar que vio como Lucifer lo envolvía en las tinieblas.

El corazón le bombeaba sangre, le atrapó la rabia. Tenía poder.

—Espero que te sientas cómodo, disfruta de tu estancia en Kiev, no repares en gastos. Si observas movimientos extraños de la policía, desaparece.

—Tranquilo, Vals. Sé lo que tengo que hacer. Gracias por el alojamiento. No necesito tanto lujo, pero de todas formas, gracias.

—No me las des a mí —restó importancia—. Twist es quien se encarga de todo, ya lo sabes. «El águila» quiere que te encuentres cómodo para esta misión. Tienes libertad de movimientos. Pero, recuerda que la siguiente fase es lombarda, debemos de calcular el tiempo que nos queda y sólo levantar el revuelo necesario. Si todo se precipita, debes de evitar ser visto, en tal caso tienes luz verde para operar por tu cuenta. Si eso sucediera no podremos comunicarnos, y te encargarías por tu cuenta de finalizar la misión.

—¿Sigues en Dallas? —preguntó intrigado Asmodeo.

—Si. De momento es lo mejor. Ahora voy a ver a uno de nuestros benefactores. Es alguien con influencia, uno de los nuestros. Tiene un puesto de importancia en la industria de Forth Worth y es amigo personal de «el águila».

—No quisiera saber hasta que punto tus amigos pueden ver aumentado sus dólares con el éxito de nuestra misión. Eso no me importa. Lo que verdaderamente me importa es que nosotros consigamos nuestro objetivo —cuestionó Asmodeo.

—Te entiendo. No te preocupes. Si todo sale según lo previsto, no tardaremos en obtener el fruto de nuestros esfuerzos. Tu misión se verá recompensada. Los infieles pagarán el precio de su ignorancia.

—¡Saldremos victoriosos! —le aseguró el asesino.

Asmodeo colgó. El anciano sintió que su compinche era la respuesta a sus deseos. Nada se interpondría entre la misión de Asmodeo y el objetivo que perseguía, nadie podría evitar que el mercenario culminara con éxito el objetivo de su misión. Y siguió caminando hacía la entrada de la universidad, pleno de confianza y seguro de sus actos, bajo el sol de su destino.