EPÍLOGO
Foxcotte, 1818
—Increíble el cambio que ha dado el bueno de Johnny —dijo Bertie Baxter. Había ido a verles sin avisar, recién salido de un barco procedente de Alejandría, llevando un paquete con cartas y regalos de Baxter, Laila y Alí—. Creí que por fin el sol le había freído los sesos cuando oí que se había metido en la ratonera del párroco por segunda vez, pero, la verdad, tiene buena cara... a pesar del caos de aquella casa.
—¿Caos? —dijo Ayisha—. Pero si Laila es un ama de casa muy meticulosa...
—Huy, no es ella, no; ella es una mujer extraordinaria y parece perfecta para Johnny. Son sus mocosos.
—¿Qué mocosos? —preguntó Ayisha, estupefacta.
Bertie Baxter la miró con una expresión extraña.
—Creía que era amiga de usted, señora, pero si no lo es...
—Sí que lo es, mi más querida amiga —exclamó Ayisha.
—¿Pues cómo es que usted no sabe que es madre de cuatro hijos? —dijo Bertie Baxter sin rodeos.
—¿Cuatro hijos? —repitió Ayisha.
—Está el niño mayor, Alí; es un buen chaval en general. Johnny está muy orgulloso de él. Y tampoco tiene nada de malo el bebé, Rafiq... que se llama así por usted, Rafe, imagino, pero las peores son esas gemelas.
—¿Gemelas? —dijo Ayisha boquiabierta.
Bertie asintió.
—Las pequeñitas. De tres años y tan bonitas como se pueda pedir, con grandes ojos castaños y pelo rizado, como un par de muñequitas... pero no se lo crean —añadió en tono siniestro—. Unas pequeñas diablas, las dos. Tienen la dichosa costumbre de subírsele gateando por encima a uno... sin que uno se lo diga siquiera, tirándole de la ropa, estropeándole un pañuelo de cuello que necesitó una hora para quedar perfecto y despeinándole el pelo a uno.
Ayisha y Rafe se miraron con regocijo. Laila debía de estar en el séptimo cielo con tres hijos adoptivos. Los detalles estarían en las cartas que el primo de Baxter le había llevado; Ayisha todavía no las había leído, pues no quería ser descortés y leerlas delante del invitado. Pero ya sabía que estarían llenas de noticias alegres.
Bertie Baxter prosiguió:
—Todo por culpa de Johnny, claro. Él los anima a que consideren a las personas como si fueran el mobiliario —se estremeció—. No daba crédito a mis ojos el día que vi a Johnny Baxter con una nidada de mocosos gateando por encima de él... y él riéndose. —Se puso de pie—. Bueno, más vale que me marche si quiero llegar a casa antes de que oscurezca. Me alegro de verlo otra vez, Rafe, y encantado de conocerla, señora Ramsey, después de oír hablar tanto de usted. Gracias por el refrigerio.
Cuando ya se iba, de pronto cambió de idea y se volvió.
—Ah, casi se me olvidaba, Laila me dio un mensaje para usted, señora Ramsey. Dijo que era importante. Bueno, ¿y qué era...? —Frunció el ceño pensando—. Ah, sí: me dijo que le dijese a usted que ahora tiene un garañón muy bueno, y que espera que usted también tenga uno.
Ayisha se esforzó por no ruborizarse e hizo cuanto pudo por contener la risa.
Sin darse cuenta, Baxter siguió parloteando.
—Ella podrá decir que tiene un garañón, pero a mí me parece que no es más que un farol. En todo el tiempo que estuve allí nunca la vi con ningún caballo... garañón o no. ¿Y por qué un garañón? ¿Por qué no un asno? Eso es lo que suelen montar allí.
—¿Por qué no un garañón? —consiguió decir Ayisha con expresión inocente.
—Créame, señora Ramsey: un garañón no es montura apropiada para una dama. Bestias malintencionadas y caprichosas, eso es lo que son. Un buen caballo castrado o una yegua le vendrían a usted mucho mejor.
—No estoy de acuerdo —dijo ella.
Baxter le dirigió una mirada seria.
—Usted no tiene un garañón, ¿verdad, señora Ramsey? Imagino que Rafe no la dejará montar un bicho tan peligroso, ¿no?
Rafe hizo un sonido evasivo. Estaba mirando a Ayisha con los ojos entornados.
—Oh, pero es que un garañón hace el paseo tan emocionante... —dijo ella con gesto malicioso, al tiempo que le lanzaba a Rafe una mirada provocativa—. Yo no monto otra cosa.
La cara de Rafe adoptó una expresión grave, y a Ayisha le dio la risa. Ya lo había entendido.
Bertie Baxter meneó la cabeza.
—Las damas suelen ser impulsivamente románticas acerca de los garañones. Dejaré que Rafe la convenza de las virtudes de un buen caballo castrado.
Ayisha sonrió.
—Sí, eso, Rafe: convénceme.
Se despidieron de Bertie Baxter, y mientras la puerta se cerraba tras ellos, Rafe dijo con sorna melosa:
—Así que yo soy un garañón, ¿eh?
Le brillaron los ojos al pensarlo.
Ella lo miró frunciendo la nariz.
—¿Qué te hace pensar que yo estaba hablando de ti?
—Bruja... —dijo él, y se la echó al hombro. Sin hacer caso a sus forcejeos, subió los escalones de dos en dos, y se dirigió al dormitorio.
—Pero es que quiero leer mis cartas... —dijo ella entre risas.
—Sí, pero los garañones somos bestias malintencionadas y caprichosas, y es preciso montarnos. Ahora mismo.
Ella se echó a reír.
—Tal vez la castración te mejorase el temperamento.
Él no se molestó en contestar. En cuestión de minutos la tenía en la cama, con las faldas en torno a la cintura, y estaba listo para entrar en ella.
—¿Aún quieres que me castren? —refunfuñó con voz suave mientras sus manos hacían derretir a Ayisha.
—Mmm, no —murmuró ella en tono alegre al tiempo que, poco a poco, Rafe se introducía en su interior—. Te amo... tal... como... eres.
Más tarde se quedaron tendidos, exhaustos, entrelazados y felices.
—Gracias por sacarme de Egipto —dijo en voz baja Ayisha al cabo de un instante—. Una vez Laila me dijo que allí yo vivía media vida, y no la creí. Pero ahora lo sé... Tú me has dado tanto... tanto amor, un hogar y una familia... más de lo que jamás creí posible.
—Y tú, amor mío, me has traído a casa después de muchos años de estar fuera, y yo sí que creía que eso era imposible. —Le acarició la sedosa piel del vientre—. Poco imaginaba aquella noche en la casa de tu padre, cuando te tendí una trampa con Alí y aquel dibujo, que en vez de atrapar a un ladrón, atraparía...
—¿A una esposa?
Él volvió la cabeza y clavó la mirada en sus preciosos ojos.
—Más que una esposa. He atrapado al amor de mi vida.