PRÓLOGO
Inglaterra, diciembre de 1817
El chasquido de un látigo rompió el silencio del paisaje helado. Cuando los carruajes, muy igualados, se acercaron a la curva, el tronar de los cascos de caballo aumentó su intensidad. La carretera era estrecha y la curva cerrada, pero ninguno de los dos vehículos aminoró la marcha.
Los caballos corrieron más rápido, haciendo un esfuerzo por adelantarse, con las cabezas estiradas y el aliento humeando en el frío gélido.
Al doblar la curva a toda velocidad, las ruedas del carruaje burdeos y plateado rozaron las del coche negro y amarillo.
—¡Por Dios, Rafe, ten un poco de cuidado con mi flamante carruaje nuevo! —gritó Luke Ripton, que llevaba el vehículo negro y amarillo.
Por toda respuesta, el látigo de Rafe Ramsey serpenteó sobre los caballos y chasqueó justo por encima de sus ijares.
—Llevas el coche como un loco, hombre; todavía más que de costumbre.
—He de acudir a una boda.
Rafe chasqueó las riendas e hizo que sus caballos fuesen más rápido.
—Y querrás llegar vivo, ¿no?
Rafe le lanzó una ojeada a su amigo; en sus ojos había un destello de hielo azul.
Al ver aquella mirada Luke no dudó en dejarse ir para que el carruaje de su amigo tomase la delantera. Él y Rafe estaban todo el tiempo compitiendo; por lo general era una experiencia de lo más entretenida.
Pero con el humor que tenía Rafe hoy...
Luke sabía que aquello no tenía nada que ver con él; Rafe ya estaba así cuando se habían encontrado, y nada de lo que Luke dijera lograba hacerle recuperar el ánimo. A todas sus salidas y ocurrencias Rafe había respondido con una fría cortesía apenas contenida.
Luke, que conocía los síntomas desde hacía tiempo, dejó de intentarlo. Rafe era uno de sus más viejos amigos y, por lo general, el tipo más sereno y tranquilo que conocía. Pero en excepcionales ocasiones se sumía en aquellos trances de mal humor y entonces sólo podía hacerse una cosa: dejar que se le pasaran.
El motivo siempre era el mismo: Axebridge.
Rafe rara vez pagaba el enfado con sus amigos... a Rafe el enfado no se le notaba por fuera: lo consumía por dentro. Tiempo atrás la guerra había supuesto una útil válvula de escape; en aquellos días se dedicaba a correr.
Hoy Luke le había insistido más que nunca en hacer una carrera con la esperanza de que cuando llegaran a la boda de Harry Rafe ya se le hubiese pasado el enfado y hubiera vuelto a ser de nuevo la persona encantadora de siempre.
Pero en lugar de eso Rafe seguía estando furioso bajo una fría apariencia; en sus ojos había una curiosa y vaga expresión que le indicaba a Luke que su mente estaba muy lejos de allí. Luke corrió con más cautela, como si de ese modo compensara a su amigo, que llevaba el coche como un poseso.
En ese momento ante ellos apareció la entrada de Alverleigh. Un imponente par de negras verjas de hierro forjado, apoyadas en dos grandes pilares de piedra, interrumpían los altos muros también de piedra de la finca. Ese día estaban abiertas para dejar entrar a los invitados del conde con motivo de la boda de su medio hermano Harry con lady Helen Freymore.
El carruaje de Rafe bajó como un rayo la cuesta hacia las verjas; el ligero vehículo se bamboleaba y botaba con cada sacudida y cada bache.
Luke pensó que iba demasiado rápido, teniendo en cuenta el estado de la helada carretera.
—¡Cuidado con el hielo al pie de la colina! —gritó.
Pero Rafe siguió adelante. Parecía ausente, absorto en sombríos pensamientos.
En ese momento un pequeño animal, un zorro quizá, cruzó la carretera como una flecha delante de los caballos. Uno de ellos se encabritó y dio un trompicón, el otro lo empujó; el vehículo se bamboleó de forma descontrolada, llegó a una zona de hielo y empezó a patinar, describiendo un lento e inevitable arco, hacia los muros de piedra y la verja de hierro.
—¡Ponte a salvo! —gritó Luke, seguro de que Rafe iba a estrellarse contra los muros o a ensartarse en las verjas de hierro—. ¡Salta!
Rafe tiró del freno con una mano y de las riendas con la otra, y, por la fuerza, volvió a dominar a sus asustados caballos. El freno acentuó el ángulo del patinazo pero no redujo la velocidad; no había adherencia en el hielo.
Rafe hizo pasar al tronco de caballos de forma despiadada por las verjas, fuerte y rápido, y soltó el freno. El peso del carruaje tiró de los animales hacia atrás y hacia la derecha. Éstos corcovearon, desorientados y llenos de pánico.
Rafe fustigó a los caballos, que saltaron hacia adelante. Se oyó un fuerte rascar de madera contra piedra o hierro. De pronto el carruaje dio un bandazo, rebotó y se inclinó de lado, manteniéndose en equilibrio sobre una sola rueda. Estaba a punto de volcar.
—¡Salta, idiota, salta! —gritó Luke.
En lugar de saltar, Rafe se lanzó de lado sobre el borde del coche como un balandrista para hacer contrapeso con su cuerpo. Durante unos segundos eternos el carruaje se balanceó a punto de volcar y luego, de un tumbo, de nuevo se puso sobre las dos ruedas con un fuerte golpetazo.
Rafe se volvió para lanzarle una mirada a Luke, le hizo un saludo militar con el látigo y espoleó a sus sudorosos caballos por la avenida de acceso.
Cuando Luke llegó, Rafe estaba dando instrucciones a los mozos de cuadra de Alverleigh para que refrescaran a sus animales y después les dieran una buena friega, un afrecho caliente y el mejor trato posible.
Luke bajó de un salto de su vehículo y le lanzó las riendas a un mozo de cuadra.
—Serás loco... —dijo—. ¡Has estado a punto de matarte!
La boca de Rafe esbozó una torcida sonrisa desprovista de alegría.
—Eso habría levantado un buen revuelo: los planes de sucesión hechos trizas.
—¡La boda de Harry y Nell hecha trizas, más bien! —le espetó Luke, enojado—. A mí también me importa un bledo la sucesión de Axebridge, pero ahora estás entre amigos, así que contente.
Rafe parpadeó y, poco a poco, el duro brillo de sus ojos desapareció. Con voz mucho más tranquila, dijo:
—Tienes razón, Luke. No pensaba en Harry y Nell.
—No pensabas en absoluto —le reprendió Luke con franqueza.
Rafe le dirigió a su amigo una mirada penetrante y dio un arrepentido y pesaroso suspiro.
—¿Tan mal he estado?
Aliviado al ver que lo peor había pasado ya, Luke se relajó.
—Como hacía muchísimo que no te veía, me parece que los dos necesitamos una copa.
—De acuerdo. —Rafe se desanudó el pañuelo de seda que llevaba al cuello y se quitó los guantes de cuero que usaba para el coche—. Y además, como he ganado, creo que me debes algo.
—Quinientas libras, ya lo sé, maldito... —dijo Luke mientras caminaban hacia la escalera principal de Alverleigh—. Odio tener que reconocerlo, pero ¡has llevado realmente bien el coche antes! Creí que ibas a estrellarte contra esos pilares. Tus caballos han estado magníficos.
—Gracia y valor bajo el fuego enemigo —convino Rafe—. ¿A qué hora es la ceremonia? No sé si ahora mismo tengo ánimos para una boda.
—Pues más vale que los tengas —le advirtió Luke.
Rafe le dirigió una leve sonrisa.
—No te preocupes, lo haré; por Nell y por Harry. Al menos este matrimonio sí que hay que celebrarlo.
Mientras hablaba, Gabriel Renfrew, amigo de ambos, hermano del conde y medio hermano del novio, bajó ágilmente y sin prisas la escalera para recibirlos.
—¿Qué tal vuestro viaje? —preguntó cuando concluyeron los saludos.
—De lo más espeluznante —le dijo Luke.
Gabe alzó una ceja.
—Todas vuestras carreras son espeluznantes. ¿Por qué ésta ha sido distinta?
Luke señaló a Rafe con la cabeza.
—Acaba de venir de Axebridge.
Gabe le lanzó una mirada a Rafe.
—Entiendo. Supongo que has terminado los preparativos de la boda.
Rafe no contestó; en su mandíbula un diminuto músculo se movía, nervioso.
—Una copa —decidió Gabe.
—Varias —convino Luke—. Y que sean de las grandes... lo necesita.
—Tonterías —dijo Rafe con frialdad—. Estoy perfectamente tranquilo.
—Lo sé, querido —dijo Gabe—. Ése es el problema.
Al cabo de unas horas Rafe, sentado en un banco de la iglesia, veía a su amigo Harry pasear como un león enjaulado esperando a la novia.
De pronto se produjo un revuelo a la entrada de la iglesia, y Rafe no tuvo que volver la cabeza para ver quién había llegado. Los grises ojos de Harry, por lo general tan sombríos, centellearon al ver a la novia. Estaban tan llenos de evidente emoción que Rafe tuvo que apartar la vista.
Rafe oyó la tranquila seguridad y el orgullo que había en la voz de Harry mientras prometía amar y respetar a su dama. También sorprendió la fugaz e íntima sonrisa que Gabe intercambiaba con Callie, la princesa de su corazón, al recordar su propia boda.
«Tenerte y protegerte... Amarte y respetarte...»
«Hasta que la muerte nos separe.»
Rafe sintió que el frío lo calaba hasta los huesos.
¿Haría él unas promesas así? Desde luego a lady Lavinia no... Y menos después de lo que se había enterado en Axebridge.
Pero ¿las haría alguna vez?
¿Qué importaba? De todos modos en él no había ni rastro de amor. Nunca lo había habido.
Él no era como Gabe, que se había tomado el amor a la ligera y no había dudado en frecuentarlo hasta que se enamoró de Callie de forma profunda e irrevocable.
Tampoco era como Harry, que sólo se había enamorado dos veces, la primera de forma tan desastrosa que durante un tiempo le había dado igual vivir o morir. Ahora, verdadera y hondamente enamorado, estaba ante el altar y clavaba la vista en su esposa, transformado en un hombre nuevo.
Rafe no lo había comprendido entonces y no lo comprendía ahora.
Él nunca había estado enamorado así, ni una sola vez en sus veintiocho años, ni siquiera una hora... y a su edad no era probable que empezara a estarlo.
Había habido mujeres, sí, pero siempre con la más estricta condición de que la relación fuese puramente física. Las trataba bien y era generoso en la despedida. A ellas no parecía importarles. Ninguna había conseguido atravesar su esencial frialdad.
En la guerra aquella frialdad había aumentado. En esas circunstancias, resultaba útil mantener la calma y mostrarse tranquilamente analítico, no dejarse llevar por la pasión. En eso había encontrado Rafe su fuerza, en mantener el mundo a raya, evitando así que el dolor y la pena lo afectaran. La gente moría de dolor y de pena.
Creía haber alcanzado un control perfecto, un estado en el que muy pocas cosas lo alteraban.
Y después había vuelto a casa. Más exactamente, había vuelto a Axebridge.
Su padre, el anterior Earl de Axebridge, había muerto mientras él estaba en la guerra, de modo que aquél ya no era el lugar hostil que había sido cuando Rafe era niño. Y como en diez años de matrimonio su hermano mayor, el actual conde, no había tenido hijos, Rafe comprendió que ahora le correspondía a él casarse para garantizar la sucesión. Por primera vez en su vida su familia lo necesitaba, y estaba preparado para cumplir con su deber.
Su hermano incluso le había encontrado una novia conveniente. No es que Rafe estuviera especialmente enamorado de ella, pero no había buscado ninguna, y además lady Lavinia Fettiplace pertenecía a una familia excelente donde se enlazaban los mejores linajes de Inglaterra. Iba acompañada de una buena fortuna e incluso era bonita.
Lo haría, se había dicho a sí mismo un centenar de veces.
Hasta aquella mañana, cuando su hermano le había revelado los términos que habían convenido él y lady Lavinia sin consultar con él...
Una fría cólera volvió a brotar en su interior, pero Rafe la aplastó antes de que tomara forma. Ése no era el lugar ni el momento. Ya no era un chiquillo. Su familia sólo le haría daño si él se lo permitía.
La boda había terminado, tras el banquete nupcial los asistentes se habían pasado toda la noche bailando. Por la mañana los novios se habían marchado en una festiva cabalgata; Nell iba exultante de felicidad con la pequeña Torie en una cesta a su lado, y Harry, orgullosísimo y con una luz en los ojos que Rafe no le había visto nunca.
Los demás invitados se fueron poco después, dándose prisa por llegar a casa para Navidad y rezando para que se mantuviera el tiempo despejado. Rafe y Luke, que no tenían una prisa especial, fueron de los últimos en partir. Después de despedirse, y como no les gustaba esperar, habían ido paseando hacia las caballerizas para recoger sus carruajes.
—No pienso volver echándote una carrera —anunció Luke mientras caminaban por la avenida haciendo crujir la grava.
Hacía una mañana fría y despejada, el aire era seco y sólo había una ligera brisa. El tiempo perfecto para una competición.
Rafe inclinó la cabeza.
—Como quieras.
—Te conozco —insistió Luke—. Bajo esa apariencia de tranquilidad sigues estando enfadado por lo que quiera que ocurriese ayer.
Rafe se encogió de hombros. Ahora que había tomado una decisión podría haber tranquilizado a su amigo diciéndole que de vuelta llevaría el coche de forma normal... pero no lo hizo. Esta vez competir no liberaría el enfado que había dentro de él; aquel sentimiento de traición. Pero sabía que una cosa lo eliminaría.
Esperaron fuera, al frío, delante de las caballerizas, dando pisotones y mirando mientras los mozos de cuadra enganchaban los caballos.
—¿Quieres que vaya contigo a Axebridge? —se ofreció Luke.
Rafe se quedó sorprendido.
—Pero si es casi Navidad —contestó—. ¿Y tu familia?
—A mi madre y a mis hermanas no les importará.
Luke era el único hijo varón que sobrevivía en una familia de féminas. Su madre era viuda, y todas las hijas salvo la pequeña estaban casadas, pero adoraban a su hermano.
Rafe sonrió.
—Pero qué embustero eres.
—Ya se lo explicaré —dijo Luke—, aunque no les importará cuando sepan que se trata de ti. Ya sabes el cariño que te tiene mi madre... y las niñas también.
Rafe negó con la cabeza.
—No. Ve a casa y celebra la Navidad con tu familia. Salúdalas a todas de mi parte.
—Entonces ven a casa conmigo —le ofreció Luke—. Pasa la Navidad con nosotros. A ellas les parecerá el mejor regalo de todos.
—Ya le he enviado un regalo a tu madre —le dijo Rafe.
De pequeño había pasado muchas Navidades felices con la familia Ripton. Era un refugio respecto a su propia familia: un hermano mucho mayor al que apenas conocía y un padre que apenas reconocía la existencia de su hijo menor.
—Qué tozudo eres... —dijo Luke meneando la cabeza—. Bueno, pues muy bien, quédate con el ánimo por los suelos si eso es lo que quieres. Te veré en Axebridge en Año Nuevo...
—Aahh, sí... la fiesta...
Luke le dirigió una mirada escrutadora.
—Estás sospechosamente distraído, Ramsey. ¿Está entrándote miedo con lo de prometerte en matrimonio con lady Lavinia y quieres echarte atrás, después de todo? —Sin dejar de mirarlo se quedó callado un instante—. ¿O es que se ha cancelado el asunto?
Rafe se encogió de hombros.
—La fiesta aún sigue en pie, que yo sepa...
—Entonces muy bien, allí te...
—Aunque yo no estaré allí —terminó Rafe, mientras observaba con ojo crítico cómo un joven mozo de cuadra abrochaba un arnés.
—¿Cómo? ¿Y dónde estarás?
—¿Recuerdas con quién estuve sentado en la cena anoche?
Luke frunció el ceño, tratando de acordarse.
—Con una anciana, ¿no? He de decir que me pareció que te habían colocado en un lugar poco adecuado...
—Lady Cleeve. Una anciana muy interesante que me contó una interesante historia.
Luke lo miró fijamente.
—¿De qué diablos hablas? ¿Te contó una historia?
Rafe asintió.
—Por lo visto se le ha perdido una nieta.
—¿Qué quieres decir con que «se le ha perdido»? ¿La moza se ha escapado con alguien?
—No, nada de eso —dijo Rafe—. La anciana creía que la niña había muerto junto con su madre hace más de doce años. Lleva sufriendo por su muerte desde entonces. Su hijo murió hace seis años, y desde entonces lady Cleeve se consideraba sola en el mundo.
—Muy triste —dijo Luke—, pero ¿qué tiene que ver esto con...?
—Hace unos cuantos meses Alaric Stretton... ya sabes, ese artista que viaja por el mundo y escribe libros de viajes, apareció por su casa después de pasar años en algún remoto rincón del mundo. Por lo visto son viejos amigos de familia... Él los visitaba en la India.
Luke le echó una mirada como si le dijera: «¿Por qué me cuentas esto?»
Rafe prosiguió.
—Stretton le dijo que su nieta se había salvado y que hacía sólo seis años estaba con su padre. La anciana incluso me enseñó un dibujo de la niña y del padre...; el de la niña es muy conmovedor: es un artista buenísimo. De modo que ahora lady Cleeve cree que la muchacha tal vez esté viva aún. Está desesperada por encontrarla.
—Todo eso me parece un hatajo de pamplinas.
—Bien podría ser.
—Pero ¿qué tiene esto que ver con que tú no...? —Con expresión atónita, Luke dejó la frase sin terminar—. No me digas que... ¿Por eso vas a saltarte tu fiesta de compromiso?
Rafe se limitó a sonreír. Hasta ahora había estado tentado de, sencillamente, no aparecer en la fiesta; era lo que se merecían, después de todo. Pero ésa no era su forma de actuar. En lugar de eso, esa mañana había enviado una nota fríamente cortés a lady Lavinia y otra a su hermano y a su cuñada, presentándoles sus excusas.
Luke alzó las manos en un gesto exasperado.
—¿Vas a ir a perder el tiempo tras la nieta imaginaria de una anciana chiflada, basándote en un dibujo hecho por un explorador loco que se pasa la vida viajando por las partes del mundo más dejadas de la mano de Dios?
Rafe no dijo nada. Estaba decidido.
Luke insistió.
—Sé que sientes debilidad por las ancianas, pero...
—Lady Cleeve era amiga de niñez de la abuelita —se limitó a decir Rafe—. Se escribieron toda la vida.
—Ay, Dios, pues sólo faltaba eso —dijo Luke, al tiempo que meneaba la cabeza con gesto de resignación—. ¿Y dónde se vio por última vez a esta nieta?
—En Egipto.
Luke se quedó con la boca abierta.
—¿Te vas a ir a Egipto para nada?
De nuevo Rafe sonrió.
Los carruajes estaban listos. Luke no se movió.
—Rafe Ramsey, tú estás loco de remate.
Rafe negó con la cabeza.
—Loco no, querido. Sólo... enfadado.
—Bueno, pues haz lo que hacemos los demás cuando nos enfadamos —dijo Luke, exasperado—. ¡Pégale a alguien! Pégale a tu hermano, pégame a mí... ¡Pégale a cualquiera! Eso es mejor que salir disparado hacia Egipto.
Rafe se limitó a sonreír.