CAPÍTULO 9
—Ha enviado a Higgins por delante a Alejandría para que reserve pasaje en un barco y dice que nos marcharemos de aquí dentro de dos días. Dos días, Laila. ¿Qué voy a hacer?
Laila la abrazó.
—Seguir tu destino, hija, como yo sigo el mío.
Estaban sentadas con las piernas cruzadas, una frente a otra, en una cama baja y amplia en los aposentos del cocinero anterior. Comparados con la casa de Laila, eran lujosos.
—¿De verdad vas a casarte con Baxter? —le preguntó Ayisha.
La habitación olía a sol y a jabón; Laila había fregado los cuartos de arriba abajo, había lavado toda la ropa de cama y la había secado al sol.
—Por supuesto. —Laila sonrió—. Pero todavía no.
—¿Porque es rico?
Laila negó con la cabeza.
—Ser rico está muy bien, pero una mujer rica puede ser tan feliz o tan desdichada como una pobre. El dinero da comodidad, nada más. —Miró por toda la la habitación y le dio una palmadita a la bonita colcha—. Ya tengo comodidad aquí. Y si tu inglés me regala una casa...
—Te la regalará —dijo Ayisha con seguridad.
Laila sonrió.
—Pues ya no soy una mujer pobre, y puedo escoger.
—¿Entonces por qué casarte con Baxter? Ni siquiera lo conoces.
Laila se encogió de hombros.
—Me casé con mi marido sin haberlo visto siquiera.
—¿Y por eso vas a esperar? ¿Para conocer mejor a Baxter?
Laila hizo un gesto negativo y sonrió con expresión triste.
—El matrimonio siempre es una lotería. Hasta que no estás dentro no sabes lo que traerá. Tienes que cerrar los ojos, rezar y saltar... y luego, hacer todo lo que puedas por hacerte feliz a ti misma.
Ayisha dio un suspiro. Un acto de fe. Eso mismo le parecía a ella el marcharse con un alto y misterioso desconocido de ojos azulísimos. Si no tenía cuidado, se... se perdería.
—Si eso es verdad, ¿por qué esperar?
Una lenta y femenina sonrisa fue apareciendo en el rostro de Laila.
—El que va a esperar es Baxter, no yo —dijo con voz suave.
—No lo comprendo. Tú sabes que él te quiere. Te ha pedido en matrimonio.
—Sí, y habla de «arreglos prácticos» y de «comodidad».
Laila dio un resoplido.
—¿Y no es así?
—Huy, sí, pero no es sólo eso. —Sonrió para sí—. Una mujer sabe cuándo un hombre la quiere.
—¿Cómo lo sabe? —exclamó Ayisha—. ¿Cómo?
La cara de Laila se dulcificó.
—Ay, tú estás pensando en tu inglés, pequeña. No puedo darte la respuesta; eso es algo que cada mujer debe aprender por sí misma.
—¿Ah, sí? —dijo Ayisha con voz inexpresiva.
Laila se echó a reír.
—Ah, eso es lo que te asusta, ¿eh? Temes darle tu corazón y que él lo rompa, ¿eh? —Le tomó la mano—. Ése es nuestro sino como mujeres. No podemos evitar amar, y a veces duele... duele muchísimo.
Sus ojos adoptaron una expresión ausente, y Ayisha supo que Laila estaba pensando en su anterior marido. Cómo debía de haberle dolido que se divorciara de ella un marido a quien ella amaba, por algo que ella no podía evitar. Eso debió de ser como echar sal a la herida de la esterilidad.
Aunque Laila no tardó en animarse; con tono enérgico dijo:
—Pero justo cuando crees que acabarás tus días como una vieja reseca, se presenta un hombre que, con una sola mirada de sus pícaros ojos azules, hace que te lata más deprisa el corazón.
Ayisha no pudo evitar sonreír ante el manifiesto entusiasmo que había en la voz de Laila.
—¿Entonces cuándo te casarás con él?
Laila dejó ver una enigmática sonrisa femenina.
—En cuanto el señor Johnny Baxter comprenda por qué me ha pedido en matrimonio.
Ayisha frunció el ceño.
—¿Y si estás equivocada? ¿Y si sólo es por un arreglo práctico?
Laila le dirigió una mirada de mujer a mujer.
—Un hombre rico puede tener a cualquier mujer que quiera. O a cualquier cocinera, en realidad. Y Johnny sabe a qué atenerse conmigo. Le dejé muy claro aquel primer día que soy una mujer virtuosa y no aguantaré tonterías. —Hizo una mueca—. ¿Y lo único que se le ocurre para arreglar las cosas es llevar a un empleado a la casa de mi hermano? ¿Darle a Omar una gran suma de dinero y conseguir con engaños que firme un contrato de matrimonio? No lo creo.
Los ojos le brillaban de fuerza femenina.
—Aquel primer día, desde el momento en que nuestros ojos se encontraron, yo sentí algo. Y supe que él también. Y cuando me tocó la mano... ¡ooooh! —Agitó la mano como un abanico para refrescarse la cara—. Así que cuando el señor Johnny Baxter comprenda por qué hizo lo que hizo, me casaré con él. Hasta entonces no le hará daño esperar. Esperar hace a un hombre más... consciente.
Y sonrió de un modo que a Ayisha le recordó lo que consideraba «la conversación del garañón».
Las palabras que Laila le dijo aquel día, y las imágenes que habían evocado, se habían clavado, ardientes, muy dentro de Ayisha.
No había podido librarse de la imagen de Rafe Ramsey cabalgando fuerte entre sus muslos... Aún sentía su cuerpo tumbado encima del de ella, aún sentía las caderas sujetas entre sus duros muslos, mientras olía su olor limpio y viril.
Y luego cuando volvió desde el río a caballo con él, acalorado y sudoroso y con sangre en las manos, y ella abrazándole la cintura, escuchando su corazón latir a través de la camisa.
Ayisha se estremeció al pensarlo.
Laila sonrió y le dio una palmadita en la mano.
—Ya lo sé, tienen un no sé qué estos hombres de ojos azules. —Se quedó en silencio un largo instante—. ¿Crees que mi inglés tendrá unos ceñidos calzones y unas botas altas como tu inglés? Daría algo por ver a mi Johnny vestido así.
La noche antes de la partida Rafe fue en busca de Laila en sus nuevos dominios y la encontró cocinando sin parar, preparándose para la cena de despedida de Ayisha. Un pequeño ejército de subordinados picaba, machacaba y pelaba verduras dócilmente bajo su dirección.
Tras intercambiar los cumplidos y el café de rigor y comer algo, Rafe abordó el tema que le preocupaba.
—Creo que va a casarse usted con Baxter. Enhorabuena.
—A lo mejor casa con él. —Laila frunció los labios con gesto travieso—. Yo no decide todavía.
Su despreocupación lo sorprendió. Baxter era un buen partido. Sin embargo aquello no era asunto suyo. Dijo:
—Se sentirá sola, imagino, sin Ayisha.
—Ella es hija de mi corazón —confirmó Laila—, y yo echa a ella muchísimo de menos. Pero es bueno que ella va con su abuela. La niña necesita familia. —Lo observó fijamente—. ¿La abuela a lo mejor encuentra a ella un buen hombre para casar?
—Es muy posible —dijo Rafe en tono cortante—. He venido a decirle a usted que la casa de Alejandría ya es suya. —Le dio la escritura—. Está a su nombre y al de Alí.
Laila se limpió bien las manos y cogió el enrollado documento como si fuese algo frágil que no acabara de ser de verdad. Tenía los ojos húmedos.
—Gracias, Ramsés; tú es hombre de honor y yo reza por ti todos días de mi vida. —Le guiñó un ojo—. Y por tu esposa también.
Rafe esbozó un amago de sonrisa. Aquella mujer nunca se daba por vencida.
Después fue a informarle a Baxter de que saldrían al alba. Tras una breve pausa le dijo:
—Tengo entendido que hay boda a la vista.
La boca de Baxter se torció en una sonrisa sardónica.
—Hay un contrato de matrimonio. En realidad Laila no me ha aceptado... todavía.
—Me sorprende —dijo Rafe con franqueza—. Pensaba que ella no lo dejaría escapar. Es lo que haría la mayoría de las mujeres.
—Ésa es la parte interesante —explicó Baxter—. Ella no. Creo que va buscando algo más.
—¿Más? Santo cielo.
—Indignante, lo sé —afirmó Baxter con ironía—. Pero no se trata de dinero. Creo que va buscando un cortejo.
Para ser un hombre que había hecho una oferta asombrosa, y a quien no habían aceptado del todo, Baxter estaba tomándoselo extraordinariamente bien, pensó Rafe. Parecía casi orgulloso de que Laila se resistiera a aceptarlo.
Y de pronto se dio cuenta de que así debía ser; si con el tiempo ella se casaba con Baxter, éste sabría que no era por dinero o posición. Y aunque Baxter había repetido públicamente que sólo se trataba de un arreglo práctico, de todas formas sería agradable sentir que a uno lo deseaban por sí mismo, no sólo por su dinero.
O, pensó Rafe, por el parentesco de uno con un conde. Y por la supuesta capacidad de uno para engendrar a un heredero.
Volvió a llevar sus pensamientos hasta Baxter.
—Una decisión bastante rápida por su parte, ¿no?
Baxter se encogió de hombros.
—Casi todas las decisiones importantes de mi vida las he tomado rápidamente y por instinto. El instinto no me ha fallado... casi nunca. —Lo miró sonriendo—. He de decirle, Ramsey, que pensé que era usted un condenado latoso cuando vino usted aquí por primera vez.
Rafe arqueó una ceja.
—Maldita sea, y yo que creía que estaba haciendo todo lo posible por volverle a usted la vida del revés... Dígame, ¿dónde he fallado?
Baxter soltó una risilla.
—Bueno, sí que me ha causado usted cierta confusión, pero eso me gusta. La primera vez que vino usted aquí, esta casa era como un mausoleo. Cuando mi cocinero se fue, toda su familia se fue también: sus dos esposas y una horda variopinta formada por niños y parientes. Descubrí que los echaba de menos. Ahora, con Laila y con Alí... y no me cabe duda de que Laila me meterá más huérfanos de la calle, volverá a haber un poco de vida en esta casa.
Rafe le dirigió una torcida sonrisa.
—Es usted un buen hombre, Baxter, y me alegro de haberlo conocido. Si alguna vez vuelve usted a Inglaterra, será muy bienvenido en mi casa.
Los dos hombres se estrecharon las manos.
Poco después de amanecer Rafe llegó a caballo a casa de Baxter llevando de las riendas a una yegua para Ayisha. Detrás de él iban dos hombres de la zona, también a caballo, y una mula cargada con equipaje.
—¿Caballos? —preguntó Ayisha sorprendida cuando salió de la casa.
—Cabalgaremos hasta Boulac —le explicó él—. No está lejos, y desde allí tomaremos una barca Nilo abajo.
Los demás habían salido tras ella para despedirse definitivamente: Laila, Alí, Baxter y los criados. Incluso el gato.
Todos tenían los ojos un poco hinchados por la fiesta de la noche anterior; Laila le había hecho a Ayisha una despedida maravillosa con montones de exquisita comida. Después se sentaron en torno a un fuego en el patio, bajo las estrellas, recordando tiempos pasados y contando historias, cantando y tocando música, y en el caso de Laila, bailando. Había sido una noche de risas y de lágrimas.
Esa mañana Ayisha era toda animación y resuelta alegría. O más bien tenía el detalle de fingirla, pensó Rafe al fijarse en sus ojos enrojecidos.
Aún vestía como un muchacho, pero se había puesto ropa especialmente pensada para el viaje: unas túnicas de beduino y un paño de cabeza sujeto con una cuerda con nudos, en lugar de un turbante. Daba la casualidad de que eran prendas perfectas para cabalgar.
—¿Tiene usted sus cosas? —preguntó Rafe a Ayisha.
El contraste entre su desenfadada actitud y sus ojos algo hinchados lo corroía.
Ella le presentó un hatillo y él se lo pasó a uno de los guías, que lo añadió al equipaje.
—Bueno —dijo Ayisha con una voz ligeramente temblorosa—. Creo que éste es el adiós.
Abrazó y besó primero a Baxter y luego a Alí, que había dejado su infantil aire fanfarrón y contenía los sollozos.
—Sé bueno, hermanito, y ven a verme a Inglaterra cuando seas un hombre —le dijo en voz ronca—. Y practica la escritura y envíame cartas a menudo, pues voy a echarte de menos.
—Lo haré —prometió él.
Laila fue la última; las dos se fundieron en un largo y fuerte abrazo. Laila lloró abiertamente.
Ayisha fue la primera en apartarse.
—No temas por mí, Laila. Voy en busca de mi destino, ¿recuerdas? Le exprimiré todo el zumo a la dulce naranja de la vida. Y gracias, gracias por todo.
Se le quebró la voz y apretó los labios, incapaz de continuar.
Laila se enjugó una lágrima con una punta de la túnica.
—Recuerda siempre que eres la hija de mi corazón, y que te quiero mucho... muchísimo.
Ayisha asintió, incapaz de hablar. Entonces se inclinó a coger el gato, hundió la cara en su pelaje y lo deslizó dentro de las túnicas. Tras cerrarse la túnica, caminó hacia el caballo.
—¿Qué hace usted? —dijo Rafe—. No puede llevarse ese gato.
Ayisha clavó la vista en él con ciego asombro.
—¿Por qué no? —Tensó los brazos en actitud defensiva en torno al animal—. Es mi gato.
Rafe les lanzó una mirada a los otros.
—Es un viaje largo y difícil.
—Tom es fuerte. Aguanta cualquier cosa.
—¿Puede viajar en una jaula? —preguntó él—. ¿Aguantará estar encerrado?
El animal siempre le había parecido medio salvaje.
Silencio. Ayisha tenía la cabeza inclinada sobre el gato.
—Porque el viaje en el barco exigirá que esté encerrado en una jaula mucho tiempo. Y también cuando vayamos en carruaje. —Les echó una ojeada a los caballos—. Hoy pasaremos horas sobre esos caballos y después seguiremos viaje en una barca por el río. ¿Se quedará todo ese tiempo metido en sus túnicas?
Todos sabían la respuesta. A ella le temblaba el labio inferior. Se lo mordió, tan fuerte que Rafe hizo una mueca de dolor. En ese momento el gato salió de un salto de la túnica, puso las patas delanteras en el hombro de Ayisha y le dio una topada en la barbilla. Rafe oyó su oxidado ronroneo.
—Es un gato mayor, Ayisha —dijo con ternura—. A los gatos mayores no les gustan los cambios.
Ella hundió la cara en el pelaje del animal para que Rafe no viera su expresión. El gato le amasó el hombro mientras clavaba la vista en Rafe con expresión hostil, como si supiera que iba a llevarse a su ama, y meneando la cola, a la que le faltaba la punta.
—Tiene razón, hija mía —dijo Laila con voz suave—. El gato es demasiado mayor para cambiar de costumbres.
—Déselo a Alí —le dijo Rafe, mientras le hacía a Alí un gesto con la cabeza.
Alí se adelantó corriendo y alzó las manos para coger el gato.
—Lo cuidaré bien, Ayisha, te lo prometo.
Ayisha levantó la cabeza.
—Claro que sabía que no podía venir conmigo —dijo en un vano intento por parecer alegre—. Sólo... quería despedirme de él. Es... era mi más viejo amigo.
Con los labios firmemente apretados en una temblorosa sonrisa, Ayisha entregó el gato y sin más palabra dio media vuelta y se montó ágilmente en el caballo, sin necesitar que la auparan.
Rafe montó en su propio caballo.
—¿Preparada? —le preguntó a Ayisha.
Ella asintió, incapaz de hablar.
—¡Adiós, adiós! —se despidieron los otros.
Ayisha se volvió diciendo adiós con la mano, sonriente, con los ojos cegados por las lágrimas. Alí corrió junto a los caballos; el gato había saltado de sus brazos hasta la parte de arriba de la tapia. Se quedó sentado allí mientras su ama desaparecía, mirándola con sus ojos dorados reducidos a rendijas.
A dos minutos de la casa, justo cuando Ayisha conseguía controlar las lágrimas, pasaron junto a un hombre de aspecto polvoriento vestido de negro, con la cara magullada de una reciente paliza. Justo entonces alzó la vista, miró a Ayisha boquiabierto y entornó los ojos con un gesto de siniestra furia.
—Como me llamo Rafe, pero si es aquel canalla del río...
Rafe se lanzó hacia adelante, pero Ayisha levantó una mano para detenerlo.
—No, déjelo. Yo me encargo de esto.
En árabe, lo llamó a gritos.
—¡Tío de Gadi, saludos! Espero que te duelan muchísimo esos moratones. ¡Ojalá empeoren! Como ves, me voy con el inglés. Él tiene mucho dinero, pero tú no verás ni un céntimo. Mi madre te maldijo con su último aliento: eso es lo único que te mereces.
Él la maldijo y levantó un puño, pero al instante le lanzó una temerosa mirada al inglés.
Ella se echó a reír.
—Sigues siendo un cobarde, ¿eh? Una vez me preguntaste cómo escapé de ti aquella noche. —Se quedó callada hasta que casi lo hubieron adelantado—. Estuve todo el rato debajo de la cama, delante de tus narices, sólo a esto de tus pies. —Separó las manos seis pulgadas—. ¿Y sabes una cosa, tío de Gadi? ¡Te apestan los pies!
En ese momento desaparecieron sus lágrimas. De dos talonazos puso el caballo al galope, al tiempo que se volvía y le gritaba a Rafe:
—¡Le echo una carrera hasta Boulac, inglés!
Tuvieron buenos vientos y no tardaron en llegar a Rosetta. Pero no desembarcaron allí, como hacían muchos, para realizar el corto viaje hasta Alejandría por tierra, pasando por los lagos, sino que tomaron la ruta más larga por mar. Rafe había hablado con los capitanes, y ellos le dijeron que no era buen momento para pasar por Alejandría; era mejor ir directamente al puerto. Como aún tenían mucho tiempo para embarcar en el buque, Rafe accedió.
Una maliciosa expresión se dibujó en la cara de Ayisha cuando él le contó el cambio de plan.
—¿Que no es buen momento? —inquirió ella—. Usted sólo accedió al enterarse de que no había caballos para alquilar y saber que tendría que montar en burro desde Rosetta hasta Etka y otra vez desde el lago de Akoubir hasta Alejandría. ¡Ya lo sé!
Él dejó ver una amplia sonrisa.
—Bueno, pero es que tengo las piernas demasiado largas para montar en burro. Quedaría una estampa ridícula y yo parecería un monstruo.
En los días transcurridos desde que habían salido de El Cairo, ella se había animado mucho. Daba la impresión de que disfrutaba del viaje, pues le gustaba señalar cosas de interés y curiosidades y parecía alegre y con actitud positiva, pero Rafe sabía que gran parte de aquello era teatro.
Siempre que Ayisha creía que no la veía nadie su animada expresión desaparecía, y más de una vez él la pilló mirando sin ver la tierra por la que pasaba. Algo la preocupaba, y no sólo era el ir a un país desconocido... aunque bien sabía Dios que eso ya era bastante aterrador.
—Su abuela se alegrará muchísimo de verla a usted —le dijo Rafe en una ocasión.
—Sí, estoy segura de que sí —dijo ella cortésmente, aunque parecía cualquier cosa menos segura—. Y yo de verla a ella.
—Higgins procurará conseguirle un camarote individual —le dijo él otra vez, pensando que tal vez estuviera inquieta por el viaje—, si bien dependerá de los demás pasajeros. Tal vez tenga que compartir camarote.
Ayisha lo miró con una expresión rara.
—Con otra dama, o quizá varias damas —se apresuró a añadir Rafe.
Ella se había echado a reír.
Por fin se acercaron a la antigua ciudad de Alejandría desde el mar y cruzaron el puerto occidental, donde aguardaba su barco. No hacía mucho que Rafe había estado allí, y fue señalando los lugares de interés según pasaban; entre ellos la isla de Faros, donde en tiempos se había alzado el faro que se consideraba una de las siete maravillas del mundo, y que ahora ocupaba una sólida fortaleza del siglo XV. También había varios restos romanos, incluido el Pilar de Pompeyo, y entre los edificios vieron la punta de la Aguja de Cleopatra señalando hacia arriba, hacia el cielo.
—Y aquí tenemos a Higgins, esperando nuestra llegada —comentó Rafe al ver la figura de su ayuda de cámara, que agitaba la mano saludándolos con frenesí junto a una pequeña bandada de mozos de cuerda.
—Muy a tiempo, señor —dijo Higgins, indicándoles el equipaje a los mozos. Se volvió hacia Ayisha mientras los acompañaba hacia el buque—. Señorita Cleeve, ¿le ha agradado el viaje?
—Ha sido fascinante, gracias, Higgins —contestó ella—. Pero por favor, llámeme Ayisha.
—Señorita Ayisha —convino Higgins con una rápida ojeada a Rafe.
Rafe asintió con un gesto. Higgins era el mejor para enseñarle a Ayisha cómo debía hablarles a los criados. Estaba seguro de que a él no lo escucharía ni de lejos con tanta atención.
—Me temo que no he podido conseguirle un camarote individual, señorita —dijo Higgins guiándolos hacia la plancha—. Sólo quedaban tres literas: dos literas de caballeros y una de señoras. He podido obtener uno de los camarotes de lujo para el señor Ramsey pero sólo...
—La señorita Ayisha se quedará el camarote de lujo —le dijo Rafe—. Yo me quedaré la litera.
—A la señora Ferris no va a gustarle, señor —dijo Higgins.
—¿Quién diantres es la señora Ferris?
—La dama que va a compartir cabina con la señorita Ayisha. Era la única litera que había.
—Será agradable poder hablar con una dama —dijo Ayisha tranquilamente—. Por favor, Higgins, ¿quiere indicarme el camino?
—Desde luego, señorita, todos estamos en la misma cubierta. Sólo hay veinte pasajeros.
Le señaló a Ayisha el camino hacia la escalera.
Rafe no se movió.
—Higgins, ¿cuándo zarpa el buque? —preguntó.
—Dentro de dos horas, señor —contestó Higgins—. Entonces la marea empezará a subir y partirá el barco.
—Estupendo —dijo Rafe—. Estoy seguro de que dos horas serán más que suficientes.
—¿Suficientes para qué...?
Higgins se volvió, pero Rafe estaba ya a mitad de la plancha. Le gritó algo, pero el viento aumentaba y Rafe no alcanzó a oírlo. Sus largas zancadas lo llevaban hacia la ciudad. Sabía exactamente lo que quería, e incluso sabía cómo se decía en árabe.
—¡Señor, el capitán depende del viento y las mareas! —dijo Higgins a gritos—. ¿Y si zarpa antes de tiempo?
Se dispuso a ir detrás, pero su patrón ya casi estaba en la entrada de la ciudad.
—Siempre hace esto. —Higgins volvió el abatido rostro hacia Ayisha—. Alguna idea de última hora... ¿Y si pierde el barco, eh? ¿Qué haremos nosotros?
—¿Jugarnos a cara o cruz un camarote de lujo? —sugirió Ayisha sonriendo.
Higgins pareció quedarse espantado.
—Ay, no, señorita, tendría que quedárselo usted. A mí me resultaría de todo punto imposible...
Entonces miró detenidamente su atuendo y, en tono tímido, le dijo:
—Sin embargo, señorita, ya que el señor Ramsey se ha ausentado durante un rato, ¿me permite sugerirle que utilice su camarote para ponerse la ropa de señora? Tal vez sea mejor que la señora Ferris no la vea vestida como un muchacho árabe.
Ayisha bajó la vista y se miró el atavío.
—Eso creo.
No es que tuviera demasiadas ganas de convertirse en una dama.
—Estupendo, pues aquí tiene la llave del camarote del señor Ramsey. El número está en la chapa. Es el mejor de los camarotes: el alojamiento privado del dueño, y a la misma altura que el de usted. Recogeré su equipaje y la veré allí, señorita. Ah... y diré que le suban un baño también.