CAPÍTULO 7

¡Azhar! ¡Eh, tú, Azhar!

Ayisha se obligó a darse la vuelta con gesto despreocupado. ¿Gadi? ¿Por segunda vez en dos días? No era buena señal. Estaba en las afueras de la ciudad, casi en su sitio preferido para recoger verduras. Aquél no era uno de los lugares que solía frecuentar Gadi.

Veo que vas al río otra vez. —Gadi la cogió del brazo—. A lo mejor esta vez voy contigo.

Su mano se cerró en torno al brazo de Ayisha.

Primero tengo que ir al mercado a ver lo que encuentro —dijo ella en tono informal, y se volvió.

Gadi la agarró más fuerte.

No estaba mirándola a ella: miraba allá delante. Hacia donde había un par de hombres que rondaban por allí sin hacer nada, de forma bastante sospechosa.

Ayisha se puso tensa e intentó apartarse.

¿Qué quieres, Gadi? No tengo dinero encima.

Otros dos hombres estaban en el camino del mercado, bloqueándole la huida. Uno era corpulento y fornido, y cuando se movió resueltamente hacia ella Ayisha sintió una desagradable certeza en el estómago. El tío de Gadi.

Hacía años Ayisha se había propuesto descubrir al propietario de aquellos asquerosos pies de uñas retorcidas y gordas, al que había visto por última vez cuando tenía trece años y estaba tendida bajo la cama de su madre moribunda, intentando no respirar.

Era el tío de Gadi quien había dicho: «Seguid buscando. Estará en algún sitio... no tiene ningún otro lugar adonde ir. Por una niña-virgen blanca pagarán una bonita suma en casa de Zamil.»

Gadi le agarró el brazo con las dos manos.

Te dije que mi tío quería verte.

Ella ya no era una niña, pero seguía siendo blanca y virgen. Y seguía estando atrapada.

Sin previo aviso, giró sobre sí misma y le dio una patada a Gadi apuntando a sus partes masculinas. Él se dobló dando un grito. En ese momento su tío y los hombres que estaban detrás empezaron a correr hacia ella. Ayisha sacó el puñal y miró con desesperación a su alrededor. La única salida era el río, pero no sabía nadar. De todas formas aquello era mejor que el que la cogieran como esclava. Quizá fuese mejor, se dijo, al pensar en los cocodrilos.

El tío de Gadi y sus hombres formaron un semicírculo en torno a ella.

Mataré a todo el que trate de tocarme.

Blandió el puñal y empezó a retroceder, deseando desesperadamente haber llevado el otro puñal también.

El tío de Gadi dejó ver una amplia sonrisa, mostrando unos dientes rotos y amarillos. Dijo algo, y cada uno de los hombres sacó un puñal. Luego se dirigió a Ayisha en un canturreo.

No seas tonta —le dijo—. No queremos marcarte ese bonito pellejo blanco, pero lo haremos si es preciso. Vendo mercancías dañadas igual de bien. Llevo buscándote mucho tiempo. —Dio un paso hacia adelante—. Nunca he entendido adónde te fuiste aquella noche.

Ayisha retrocedió despacio y sintió la blanda orilla del río hundirse, húmeda, bajo sus pies.

No os acerquéis más —gruñó.

Estaba atrapada. Su única alternativa era enfrentarse a estos hombres con el puñal... o, sencillamente, dar media vuelta y saltar. El río se la llevaría. A lo mejor lograba salir viva... si no se ahogaba. Si no había cocodrilos.

Despacio, el tío de Gadi se le acercó más con una expresión de engreído triunfo en la cara.

El río siempre había sido su amigo... Ayisha murmuró una rápida plegaria, inspiró hondo con desesperación y se preparó para saltar.

De pronto un grito y el retumbar de unos cascos de caballo la hicieron volverse rápidamente con un sobresalto. Se quedó mirando, atónita. Era el inglés que, montado en un alto y negro garañón, rugía de furia, cabalgando como si lo guiara el mismísimo diablo.

Llevó el animal derecho hasta el grupo de hombres y éstos se dispersaron, aterrados. En ese mismo instante él saltó del caballo sobre uno de ellos; el hombre se cayó del golpe y se quedó tendido boqueando, sin aliento. El inglés se puso de pie.

¡Detrás! —chilló ella, mientras otro lo atacaba con un puñal.

El inglés esquivó el golpe en el último momento; luego en un veloz movimiento agarró a su atacante y lo tiró en volandas al río. El hombre chilló y chapoteó con frenesí.

Ayisha no era la única que no sabía nadar.

El inglés se interpuso entre ella y los otros tres hombres. Sólo Gadi quedó fuera de su alcance. Entonces fueron a por él desde tres lados, pero Ayisha no tuvo tiempo de mirarlo ni de ayudarlo porque Gadi la atacaba con un puñal.

Al tiempo que daba media vuelta, Ayisha se apartó y lo acuchilló. Gadi gritó y de nuevo se volvió contra ella. Trató de apuñalarla una vez, dos veces, pero ella era más ágil que él y falló ambos intentos.

De repente Ayisha oyó un espantoso crujir de huesos y por el rabillo del ojo vio que otro hombre caía bajo los puños del inglés, dando un alarido de dolor. Pero no podía quitar la vista de Gadi.

Él le dio una patada de pronto e hizo que se le cayera el puñal de la mano. Ayisha se inclinó como un rayo y cogió del suelo un guijarro grande. Sus años en las calles la habían enseñado a utilizar lo primero que tuviese a mano; tal vez estuviera desarmada, pero todavía podía luchar.

Le tiró la piedra, con fuerza, y ésta le rebotó en la frente. Gadi se tambaleó mientras le salía sangre de un pequeño corte, pero aun así continuó acercándose.

Me las pagarás —gruñó, y alzó el puñal: una mortífera hoja en forma de medialuna, afilada como una navaja barbera.

Ayisha no se atrevía a apartar la mirada del puñal ni siquiera un instante. No había tiempo para coger otra piedra. Gadi estaba demasiado cerca. Lo mejor que podía hacer era esquivar el golpe, o por lo menos reducirlo al mínimo.

Se oyó el ruido de otra cosa que caía al agua y un chillido; los ojos de Gadi miraron rápidamente de reojo al ver que lanzaban a otro hombre en volandas al río.

Y en un instante el inglés estaba junto a ella y se arrojaba sobre Gadi dando un feroz rugido. El puñal de Gadi brilló cuando éste embistió hacia adelante, pero el inglés era demasiado rápido. Esquivó el golpe y a continuación le dio un buen puñetazo y luego otro. Gadi se tambaleó mientras agitaba el puñal descontroladamente.

El inglés le asestó un tercer puñetazo fuerte en el lado de la cabeza. Y sin proferir ni un sonido, Gadi dejó caer el puñal y se cayó de cara en el barro.

No se movió.

El inglés miró a Ayisha.

¿Está usted bien?

Tan sólo le faltaba un poco el aliento.

Ayisha hizo un gesto afirmativo.

Él le lanzó una rápida y escrutadora mirada, sonrió, le tomó la mandíbula en la mano en una breve caricia y dio media vuelta de nuevo para interponerse entre ella y el último hombre que quedaba. El tío de Gadi.

Éste tenía un puñal; el inglés no tenía nada más que las manos. Pero con aquellas manos ya había derrotado a cuatro hombres. El tío de Gadi vaciló; su rostro se torció en una mueca de miedo.

Los pálidos ojos azules del inglés centellearon.

Ya no queda más que esta escoria.

Con una extraña y fría sonrisa en la cara, se dirigió con paso airado hacia el tío de Gadi. Llevaba los grandes y ensangrentados puños apretados en ademán resuelto.

Dando un chillido, el tío de Gadi dio media vuelta y echó a correr.

Al mismo tiempo Gadi, resoplando, sacó la cara del fango de un tirón y se alejó a gatas. El tercer hombre, aquel al que le crujieron los huesos al caer, se levantó y fue tras ellos tambaleándose y haciendo eses.

El inglés no hizo caso de ellos. Se volvió hacia Ayisha, le escudriñó la cara con atención y le pasó las manos por el cuerpo, rozándola apenas, para ver si tenía alguna herida.

¿Le han hecho daño?

Ella negó con la cabeza, asombrada por el brusco cambio de salvaje guerrero a tierno protector.

Estaba temblando. Apenas creía que se hubiera acabado aquello. Lo que llevaba temiendo tantos años había sucedido por fin... y había sobrevivido. Se estremeció.

Al instante Rafe la atrajo hacia él, la rodeó con sus fuertes y cálidos brazos y la estrechó contra su pecho. Ayisha se apoyó en él; tenía frío, a pesar del calor del día, y cuando sus brazos la ciñeron más fuerte, se sintió más segura de lo que se había sentido... en años.

 

¿Qué buscaban? —preguntó él al cabo de un rato.

Ayisha se puso tensa.

No sé.

Él no dijo nada durante un momento, y luego le levantó la barbilla para mirarla mejor a los ojos.

Deben de haber dicho algo. ¿Era una discusión? ¿Han descubierto que era usted una mujer? No puede haber sido un atraco, ¿verdad?

Ayisha no podía esquivar aquellos ojos. Había algo en aquel azul, en su luminosa intensidad bajo aquellos párpados de aspecto soñoliento... si los miraba directamente, todos sus secretos saldrían a borbotones.

Y entonces, ¿en qué posición se vería ella?

¿La miraría él con un interés tan afectuoso entonces?

No. Aquel interés era para la señorita Alicia Cleeve, la hija legítima de un lord inglés y de una lady inglesa. No para Ayisha.

Pero soñar era gratis. Cerró los ojos y apoyó la cabeza en su pecho. Oyó su corazón latiendo.

Sin decir nada, él la abrazó así un momento.

Muy bien, no volveré a preguntárselo. ¿Nos vamos ya?

Su voz era un poco más fría. No le gustaba que ella no se lo dijera.

Menos le gustaría si se lo contara.

Ayisha se tranquilizó y salió del círculo de sus brazos. Luego le dirigió una alegre sonrisa.

Gracias por salvarme. Si no hubiera aparecido usted, tan valiente, como un caballero de un libro de cuentos galopando para salvar a la doncella... —Echó un vistazo a su alrededor—. No sabía que montara a caballo.

Hay muchas cosas que usted no sabe de mí.

El inglés siguió la mirada de Ayisha. Su caballo estaba a un centenar de pies más o menos, paciendo hierba con las riendas colgando.

Lo he alquilado para todo el día.

Caminó hacia el animal, que se alejó unos cuantos pasos con aspecto receloso.

Maldita sea, no pensé... Mis caballos acuden cuando les silbo. Vamos a tener que atrapar a ese bruto.

Hasta casi una hora más tarde no atraparon al animal (Ayisha consiguió engatusarlo con un puñado de suculentas hojas), y para entonces a ella se le había pasado el susto del ataque.

Acarició el morro del gran caballo negro mientras le daba un puñado de hojas.

¿Le gustan a usted los caballos?

Ayisha asintió. Rafe montó con un ágil movimiento y le tendió la mano. Tomó la suya en un fuerte y firme agarrón, y a la de tres la subió sin ningún esfuerzo tras él.

Ella se acurrucó bien, le rodeó la cintura con los brazos y puso la mejilla en su dura y ancha espalda. Luego lo olió: olió aquel aroma a sudor masculino reciente, agua de colonia y caballo.

Se sentía extrañamente mareada y casi alegre. Lo que siempre había temido había acontecido ya: el tío de Gadi sabía quién era ella.

Ya no tenía opción. Su farsa había llegado a su fin. No podía quedarse en El Cairo. Una vez desenmascarada, lo sabrían demasiadas personas. Su única alternativa era irse a Inglaterra.

Con este hermoso, delicado y aterrador guerrero; un hombre al que no comprendía pero a quien no podía resistirse.

 

Me han obligado a lavarme entero... ¡otra vez! —le dijo Alí a Rafe en tono sombrío a guisa de saludo, cuando éste llegó el día siguiente.

Sí, y menudo alboroto ha armado —añadió Ayisha después de traducirle a Rafe lo que el niño había dicho.

Ayisha hacía todo lo posible por fingir que el día antes no había sucedido nada, pero en sus preciosos ojos había una tímida alerta que animó a Rafe.

La verdad es que le costaba trabajo no tomarla entre sus brazos para comprobar otra vez que estuviera bien. Por la noche se había despertado varias veces reviviendo el espectáculo de aquel matón joven y guapo que trataba de acuchillarla, oyendo el sonido de su puñal cuando le cortó la ropa.

La ropa, no la carne, gracias a Dios.

Debería haber echado a aquel tipo a los cocodrilos.

Mientras tanto los ojos de Ayisha le escudriñaban el cuerpo con expresión inquieta.

¿Está usted bien? Estaba usted sangrando...

Un par de arañazos, nada más —dijo él secamente. No estaba acostumbrado a que lo mimaran—. Limpios y olvidados.

Bien. No recuerdo si le di las gracias, pero...

Me dio las gracias. Varias veces.

Lo mejor fue cuando ella había acudido a él por propia voluntad, temblando y buscando consuelo, sabiendo que estaba a salvo. Y después, cuando habían vuelto a caballo, con sus brazos rodeándolo y su esbelto cuerpo arrimado a él.

Ah, entonces está bien —murmuró ella.

Parecía a punto de decir algo más, pero cerró la boca y volvió a mirar al niño.

Rafe la observó deshacerse en atenciones con Alí y se le hizo un nudo en el pecho. No era de extrañar que en dos años de bailes y fiestas en casas de campo no hubiera encontrado a una mujer para casarse. Buscaba en los sitios equivocados.

Clavó la vista en ella, deseando volver a tenerla en sus brazos y sabiendo que era demasiado pronto. Entonces se fijó en que Alí no era el único que estaba más aseado y limpio de lo normal, aunque Ayisha seguía vestida como un muchacho. Era un reconocimiento tácito de que sus días de ocultación estaban llegando a su fin.

Como suponía, recién lavada la tez de la muchacha era muy hermosa y clara. Como nata y rosas. Rabiaba por acariciar su piel para ver si era tan sedosa y suave como parecía.

Ella lo sorprendió mirando y un suave rubor cubrió la delicada piel.

Es por Alí, nada más —dijo, como si necesitara justificar su limpieza—. Todos queremos dar buena impresión. La familia de una persona es importante.

Rafe inclinó la cabeza. «¿La familia de una persona?» ¿La hija de un baronet inglés afirmaba ser pariente de un huérfano de las calles? Y lo decía con tanta dignidad, con tanto orgullo...

Realmente era algo especial. La mayoría de las muchachas estarían encantadísimas de romper con sus conocidos pobres con el fin de darse ínfulas en la sociedad. Pero ésta no.

Había visto más señorío innato en esta andrajosa y pequeña belleza que en una docena de hijas de duques allá en su país.

Con todo, a Ayisha no iba a serle fácil vivir en Inglaterra. La alta sociedad inglesa era un laberinto hecho de sutiles matices y trampas para los incautos y los ignorantes, trampas pensadas para descubrir y excluir a quienes no formaran parte de ella. Su origen le aseguraba la entrada en la sociedad elegante, aunque no forzosamente la aceptación.

Ayisha había pasado casi tantos años viviendo en los barrios pobres como en la casa de su padre. Mientras la mayoría de las muchachas inglesas de su clase aprendían a tocar el pianoforte, a bordar, a pintar acuarelas y a bailar, Ayisha aprendía el significado del hambre y del peligro, aprendía a robar y a pelear, a actuar como un muchacho y a sobrevivir.

No, no sería fácil; pero él estaría allí en todo momento para ayudarla. Ella tenía valor para cualquier cosa.

Nunca olvidaría la imagen de Ayisha de espaldas al río, armada sólo con un puñal, y con un hatajo de matones egipcios cercándola. Aquella desesperada ojeada a sus espaldas, hacia un río de curso rápido y lleno de cocodrilos... En sus ojos había visto la decisión de saltar o aguantar y pelear. Una chiquilla contra cinco hombres armados.

Ocho años en la guerra, y Rafe no había tenido tanto miedo en su vida. Miedo de no llegar a tiempo.

Por fin Laila salió de la casa, cubierta con velo y vestida con una túnica que la tapaba completamente.

Para asombro de Rafe, le tomó la mano y se la besó.

Ayisha dice a mí lo que tú hace —dijo, con los ojos húmedos—. Cualquier cosa que yo puede hacer por ti, yo hace, inglés.

No fue nada. Cualquiera habría hecho lo mismo —respondió él secamente.

Laila sonrió y le dio una palmadita en el pecho.

No cualquiera. Sólo un guerrero.

Atravesaron a toda prisa un laberinto de callejuelas, con Ayisha mostrando el camino, hasta que llegaron a la casa de Baxter.

Veo que ha traído usted una delegación —dijo Baxter con expresión socarrona cuando el criado los hizo pasar a todos.

Rafe llevó a cabo las presentaciones y presentó a Ayisha en inglés como la señorita Alicia Cleeve.

Baxter abrió mucho los ojos.

Me dijo que la había encontrado a usted. Encantado de conocerla, señorita Cleeve.

Hizo una reverencia.

Por favor, llámeme Ayisha —dijo ella; le dirigió una mirada a Rafe—. Lo prefiero.

Baxter inclinó la cabeza.

Señorita Ayisha... Y éste es Alí.

Alí lo saludó con una reverencia y se puso a mirar por toda la habitación con viva curiosidad.

Y usted debe de ser Laila.

Baxter miró a Laila con expresión escrutadora y luego hizo una reverencia.

Laila le murmuró a Ayisha algo en árabe, pero antes de que ésta pudiera responder, Baxter, con una mirada traviesa, le contestó en el mismo idioma.

Los ojos de Laila se abrieron mucho con una expresión de sorpresa; parecía nerviosa y dijo algo que hizo reír a Baxter.

La impresiona oír a un extranjero hablar árabe tan bien —le explicó a Rafe—. Y le ha dicho a la señorita Cleeve que aunque tengo unos ojos azules tan bonitos como los de una muchacha, a pesar de todo soy un hombre muy bien plantado.

Le guiñó un ojo a Ayisha y añadió:

Sin embargo yo prefiero los ojos castaños, y puede usted decirle a Laila que los suyos son los más bonitos que he visto en mucho tiempo.

La parte del rostro de Laila que estaba visible se puso bastante colorada.

Ella no necesita decir a mí nada —replicó Laila en inglés. Y con gesto solemne se sentó en el cojín más lejano, sin mirar a los ojos de nadie.

Baxter la observó con expresión risueña y ordenó que les llevaran café mientras él entrevistaba a Alí.

Se llevó a Alí a su despacho y empezaron a hablar. Una gruesa cortina tejida, corrida sólo en parte, separaba el despacho de la habitación donde estaban los demás, de modo que el sonido de sus voces llegaba débilmente.

En ese momento les llevaron café junto con un plato de pastelillos. El criado sirvió el café, lo ofreció y luego se marchó.

Rafe miró con atención el brebaje y decidió no correr el riesgo. Por el rabillo del ojo vio que Laila tomaba un sorbo y dejaba la taza haciendo una mueca. Laila le lanzó una ojeada.

Estos tipos hacen el peor café que he probado nunca —le dijo Rafe en voz baja.

Ella se inclinó hacia adelante y miró con atención los pasteles.

Los pasteles son rancios. ¿Tú ve? Hay moho en éste. —Echó un vistazo al despacho donde Baxter y Alí estaban en plena conversación—. ¿Tú dice que café es siempre malo?

Rafe asintió.

Laila vaciló; echó otro vistazo al despacho y luego miró a la puerta por donde se habían ido los criados.

Ellos hace vergüenza al patrón —dijo bajito; después se puso de pie y salió discretamente de la habitación.

Sentada junto a Rafe, Ayisha no tenía ningún interés en el café; no quitaba ojo de la entrevista de Alí, con el cuello estirado para oír mejor. En ese momento los criados regresaron y recogieron el café casi intacto y los pasteles rancios.

Sin apartar la vista de Alí, Ayisha murmuró algo por lo bajo y apretó los puños.

¿Qué pasa? —preguntó Rafe.

¡Voy a estrangular a ese niño!

Rafe miró por el hueco de la cortina a Baxter, que no daba la impresión de estar disgustado con Alí; si acaso, parecía entretenido.

¿Por qué?

Ella puso los ojos en blanco.

Baxter le ha preguntado: «Si el dueño de un puesto vendiera naranjas a cinco paras la docena, ¿cuántas naranjas comprarías por media piastra?» ¿Y qué le dice el monito? Dice —cambió la voz para imitar a Alí—: «Cinco paras la docena es demasiado; yo iría a Ahmed Cuatrodedos, que tiene el puesto detrás de la mezquita, y él me las vende a cuatro paras la docena... ¡o menos!» —Ayisha apretó los puños—. ¡Tiene esta gran oportunidad y está desperdiciándola!

Rafe le puso una mano sobre el puño.

No. Mire la cara de Baxter: parece más regocijado que otra cosa. ¿Qué está diciendo?

Ella le tradujo:

«¿Quién es Ahmed Cuatrodedos y por qué las vende más baratas?» Y Alí dice: «Vive cerca de la mezquita del alminar azul, y tiene dos hermanos y cuatro primos que trabajan en los muelles de Alejandría y siempre consiguen las cosas más baratas. Ahmed siempre te ofrece el mejor precio.»

Baxter se echó a reír.

Deje de preocuparse —murmuró Rafe—. Me aventuro a sugerir que el niño está haciéndolo bien. ¿Existe alguien llamado Ahmed Cuatrodedos?

Huy, sí. Te consigue lo que quieras, pero aunque siempre es el más barato, no siempre es el mejor. Con Ahmed Cuatrodedos conviene examinar bien el género —dijo ella en tono distraído.

Baxter siguió planteándole a Alí espinosos problemas y éste los resolvió todos sin vacilar, añadiendo su opinión con bastante frecuencia.

Ayisha observaba y escuchaba, ajena a lo cerca que estaba Rafe, olvidando que su mano seguía metida en la de él. Rafe no hizo el menor movimiento para hacer que se diera cuenta. Le parecía perfecto que la mano estuviera allí.

Al cabo de unos quince minutos Ayisha se volvió hacia Rafe, desconcertada.

¿Qué van a hacer ahora, jugar al backgammon? ¿Por qué? Alí está aquí para trabajar.

Se puede juzgar a una persona por cómo juega. ¿Es Alí habilidoso con esto?

Se arrellanó en los cojines mientras Baxter y el pequeño comenzaban una partida de backgammon.

Sí, pero juega mejor al ajedrez. Ojalá Baxter le hubiera pedido que jugaran al ajedrez. —Señaló con la cabeza hacia un juego de ajedrez que había en una mesita baja—. A mí me gana siempre. Es listo de verdad, ¿sabe?

Imagino que su padre la enseñaría a usted a jugar al ajedrez —dijo Rafe en voz baja.

Ayisha asintió.

Nunca se me ha dado muy bien. Yo no hago planes con anticipación...

Se calló, miró a Rafe y luego bajó la vista hasta sus manos unidas; se apresuró a retirar la mano rápidamente, como si él se la hubiera robado.

Estaban sentados muy cerca en el bajo diván. Ayisha miró a Rafe y se movió para poner más distancia entre ellos.

¿No cree que ya es hora de que deje de fingir?

Ella lo observó con recelo.

¿Fingir?

Que no es usted la hija de sir Henry Cleeve.

Ella bajó la vista y se mordió el labio. Señor, pero qué hermosa era. A Rafe le entraron ganas de besarla... y la besaría, se prometió, pero no ahí, no en esta habitación, con tanta gente entrando y saliendo.

No es eso. Es que no me siento cómoda cuando me llaman Alicia Cleeve —dijo ella por fin.

¿Entonces cómo debo llamarla?

Ayisha —dijo ella—. Sólo Ayisha.

La llamaré Ayisha en privado —convino él—. Y usted me llamará Rafe. Pero en público me temo que tendrá que seguir siendo «la señorita Cleeve».

¿En qué público? Apenas hemos hablado en público.

Sí, pero en el barco, por ejemplo, habré de referirme a usted llamándola «señorita Cleeve».

¿El barco?

Higgins va a adelantarse para reservarnos pasaje en un barco que sale de Alejandría la semana que viene.

Ella lo miró con expresión de sentirse atrapada.

Todavía no he dicho que sí. Usted no ha conseguido una casa en Alejandría.

Estoy haciendo las disposiciones necesarias. La casa debería estar disponible para final de esta semana.

Tan pronto... —dijo ella en un susurro.

Sí, iremos a Alejandría todos juntos para que usted se asegure de que ellos quedan bien instalados, y después embarcaremos.

Ayisha parecía cualquier cosa menos feliz. Rafe se hizo fuerte y juró que ella sería más feliz en Inglaterra de lo que había sido nunca aquí. Él haría que así fuera.

Cuando la partida de backgammon llegó a su fin, Laila regresó a donde había estado sentada antes, y al cabo de un momento el criado entró otra vez con café y un plato de pequeñas tortitas.

Este niño ha estado a punto de ganarme al backgammon —dijo Baxter, saliendo del despacho.

Se sentó con ellos de nuevo. Entonces clavó la vista en el vapor que salía de las pequeñas tazas, frunció el ceño y olió. Su ceño se frunció más, cogió una taza y la probó.

¡Aleluya! —exclamó y apuró la taza con expresión de felicidad—. Juraría que esto no lo ha preparado ninguno de mis empleados. Está mejor que el que hacen en los cafés.

Su mirada cruzó rápidamente hacia Laila. Ella apartó la vista.

Baxter cogió una pequeña tortita.

Recién hecha —dijo, y se la comió.

Laila se inclinó hacia adelante y le sirvió una nueva taza de café.

¿Es usted responsable de esto? —preguntó Baxter—. ¿Del café?

Sí —contestó Laila en voz baja—. Perdone, sé que no estaba en mi casa para entrometerme... no pretendía faltarle al respeto, señor.

Con un gesto de la mano Baxter rechazó sus disculpas, pero Laila prosiguió:

No soporto ver un buen café desperdiciado, y el otro no estaba en condiciones —dijo—. Les he enseñado a sus criados cómo se hace.

¿Ah, sí? —Baxter parecía regocijado—. ¿Ha hecho usted las tortitas también?

Ella asintió.

Sí. Son fáciles y rápidas de preparar. Les he enseñado a los chicos cómo hacerlas.

Esperemos que no se les olvide —Baxter le dirigió una mirada pensativa—. Me he quedado hace poco sin cocinero, y él y su familia me proporcionaban todo cuanto necesitaba. Estos chavales son nuevos; son honrados y bastante dispuestos, pero aún no le han pillado el tranquillo al café precisamente.

Se comió otra tortita mientras la observaba con aire reflexivo.

Es usted viuda, creo. ¿Y Alí es su hijo?

Laila irguió la cabeza y dijo con dignidad:

Divorciada. No tengo hijos, pero Alí es el hijo de mi corazón.

Baxter asintió.

Un niño afortunado. —Se volvió hacia Alí—. Bueno, aquí tienes tres paras. Ve a comprarme los mejores pasteles que puedas encontrar.

El niño cogió el dinero y salió corriendo, contento. Baxter miró a Rafe y a Ayisha y les dijo:

¿Les importa que los deje solos unos minutos? He de hablar con Laila del niño, por supuesto; tenemos que acordar las condiciones de empleo pero, si no les importa, quisiera hablar con ella en la cocina. Deseo pedir consejo a una mujer entendida.

Rafe asintió con un gesto y Baxter se volvió de nuevo hacia Laila.

¿Laila?

Ella lo miró a los ojos y durante un largo instante se limitaron a mirarse. Luego ella asintió con un leve movimiento de cabeza.

Baxter le tendió la mano para ayudarla a levantarse. Tras veinte años en Egipto era un error que no debería haber cometido, pensó Ayisha.

Laila vaciló y lo miró un momento con la cabeza inclinada hacia un lado. Después, para sorpresa de Ayisha, puso su mano en la de Baxter y se levantó con elegancia de los cojines.

Él sonrió y le hizo un gesto para que pasara primero.

La túnica de Laila emitió un ligero frufrú al pasar, y Ayisha se la quedó mirando boquiabierta. Si no la conociera bien pensaría que Laila estaba... coqueteando.