III

Las correlaciones orgánicas.- Aspecto teleológico del fenómeno.

La correlación de los órganos se encuentra, asegurada, por el medio interior y el sistema nervioso. Cada elemento del cuerpo se acomoda a los otros y los otros a aquél. Esta forma de adaptación es esencialmente teleológica. Si atribuimos a nuestros tejidos, corno lo hacen los mecanicistas y los vitalistas, una inteligencia del mismo orden que la nuestra, los procesos fisiológicos parecen acomodarse en función del fin que persiguen. La existencia de la finalidad en el organismo es innegable. Cada elemento parece conocer las necesidades actuales y futuras del conjunto, y se modifica según ellas. Quizás el espacio y el tiempo tienen para los tejidos una significación diferente que para nuestra inteligencia. Nuestro cuerpo coge lo que está lejano como lo que está próximo, y el futuro lo mismo que el presente. Al finalizar el embarazo, los tejidos de la vulva y de la vagina, se infiltran de líquido, y se tornan blandos y extensibles. Esta modificación de su estado hace posible, algunos días después, el paso del feto, como ocurre con la glándula mamaria que multiplica sus células, crece y comienza a funcionar antes del parto, o sea, se encuentra lista para alimentar al niño, Todos estos acontecimientos están, evidentemente, ordenados con relación a un futuro determinado. Si se secciona la mitad de la glándula tiroides, la otra mitad aumenta en seguida de volumen, y aumenta, por lo general, más de lo que es necesario. La ablación de un riñón, es seguida igualmente por el desarrollo del otro, aunque la secreción de la orina esté ampliamente asegurada con un solo riñón normal. Si en un momento cualquiera del porvenir, el organismo exige un esfuerzo intenso, sea a la tiroides, sea a los riñones, estos órganos son capaces de este exceso de trabajo. En toda la historia del proceso de desarrollo del embrión los tejidos se comportan como si conociesen el porvenir. Las correlacionas orgánicas se hacen así tan fácilmente entre momentos diversos de tiempo como entro puntos separados del espacio. Estos hechos son unos de los primeros productos de la observación, pero no podemos interpretarles con ayuda de las ingenuas observaciones mecánicas y vitalistas. Las relaciones teleológicas se observan con gran claridad en la regeneración de la sangre después de una hemorragia. Primeramente, todos los vasos se contraen aumentando así el volumen relativo de la sangre restante. La presión arterial se restablece lo suficiente para permitir a la circulación su continuidad. El líquido de los tejidos y de los músculos, atraviesa la pared de los vasos capilares y penetra en el sistema circulatorio. El paciente experimenta una sed intensa. El agua que bebe, devuelve en seguida al plasma sanguíneo, su volumen primitivo. Salen de los órganos los glóbulos sanguíneos donde estaban mantenidos en reserva y, por fin, la médula de los huesos se pone a fabricar en el acto los elementos celulares necesarios que terminan por regenerar totalmente la sangre. Se produce, en suma, en todo el cuerpo, un encadenamiento de fenómenos fisiológicos físico-químicos y estructurales que determinan la adaptación del organismo a la hemorragia.

Las diferentes partes de un órgano, del ojo por ejemplo, se nos aparecen asociadas a un fin determinado. Cuando el cerebro proyecta bajo la piel la prolongación de si mismo que vienen a ser el nervio óptico y la retina, la piel se torna transparente. Fabrica la córnea y el cristalino. Se ha explicado esta transformación por la presencia de sustancias emanadas de la parte cerebral del ojo, la vesícula óptica. Pero esta explicación no resuelve el problema. ¿Cómo podría ser posible que la vesícula óptica segregara una sustancia que tiene precisamente la propiedad de volver la piel transparente? ¿Cómo una superficie nerviosa, sensible, inducirá, a la piel a fabricar un lente capaz de proyectar sobre ella la imagen del mundo exterior? Delante del lente cristalino, la membrana del iris forma un diafragma. Según la intensidad de la luz este diafragma se dilata o se contrae. Al mismo tiempo la sensibilidad de la retina aumenta o disminuye. La forma del cristalino se modifica automáticamente por la visión próxima o lejana. Nosotros comprobamos estas relaciones, pero no podemos explicarlas. Es posible que no existan realmente, que la unidad fundamental del fenómeno se nos escape. Divisamos un todo en parte y nos extrañamos que las piezas recortadas por nosotros encajen las unas en las otras cuando las acercamos. Damos a las cosas una individualidad arbitraria. Las fronteras de los órganos del cuerpo no están probablemente donde creemos que están. No comprendemos las correlaciones que existen entre los individuos, por ejemplo, la correspondencia de los órganos genitales del hombre y de la mujer. No comprendemos la participación de dos organismos en un mismo proceso fisiológico, tal como en la fecundación del huevo por el espermatozoide. Estos fenómenos permanecen ininteligibles a la luz de nuestros conceptos de la individualidad, de la organización, del espacio y del tiempo.

La incognita del hombre
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