IX
La influencia del medio social sobre la inteligencia, el sentido estético, el sentido moral y el sentido religioso. - Detención del desarrollo de la conciencia.
Las actividades de la conciencia están tan profundamente influidas por el medio social como lo están por el medio interior de nuestro cuerpo. Del mismo modo que las actividades fisiológicas, se fortifican por el ejercicio. Impulsados por las necesidades ordinarias de la vida, los órganos, los huesos y los músculos, funcionan de manera, incesante. Se desarrollan, pues, espontáneamente. Pero según la forma de existencia, su desarrollo es más o menos completo. La conformación orgánica, muscular y esquelética de un guía de los Alpes, es bastante superior a la de un habitante de Nueva York. Sin embargo, este último posee actividades fisiológicas suficientes para su existencia sedentaria. No ocurre lo mismo con las actividades mentales, que no se desarrollan jamás de manera espontánea. El hijo del sabio no hereda ninguno de los conocimientos de su padre. Colocado solo en una isla desierta, no sería superior a nuestros antepasados de “Cro-Magnon”. Las funciones mentales permanecen virtuales en ausencia de la educación y de un medio en que la inteligencia, el sentido moral, el sentido estético y el sentido religioso de nuestros antepasados han dejado su huella. Es el carácter del medio psicológico quien determina en gran medida el número, la calidad y la intensidad de las manifestaciones de la conciencia de cada individuo. Si este medio es demasiado pobre, la inteligencia y el sentido moral no se desarrollan. Si es malo, estas actividades se tornan viciosas. Estamos sumergidos en un medio social como las células del cuerpo en el medio interior. Y como aquéllas, somos incapaces de defendernos de la influencia de lo que nos rodea. El cuerpo se protege mejor contra el mundo cósmico que la conciencia contra el mundo psicológico. Se guarda contra las incursiones de los agentes físicos y químicos gracias a la piel y a la mucosa intestinal. La conciencia, por el contrario, posee fronteras enteramente abiertas. Está expuesta a todas las incursiones intelectuales y espirituales del medio social. Siguiendo la naturaleza de esas incursiones, se desarrolla de manera normal o defectuosa.
La inteligencia de cada cual depende, en gran parte, de la educación que ha recibido, del medio en que ha vivido, de su disciplina interior y de las ideas que son corrientes en la época y en el grupo de que forma parte. Se constituye por el estudio metódico de las humanidades y de la ciencia, por el hábito de la lógica en el pensamiento y por el empleo del lenguaje matemático. Los maestros de escuela, los profesores de la universidad, las bibliotecas, los laboratorios, los libros, las revistas, bastan al desarrollo del espíritu. Únicamente los libros son verdaderamente esenciales. Es posible vivir en un medio social poco inteligente y poseer alta cultura. La formación del espíritu es, en suma, fácil. No ocurre lo mismo con la formación de las actividades morales, estéticas y religiosas. La influencia del medio sobre estos aspectos de la conciencia es mucho más sutil. No basta seguir un curso para llegar a distinguir el bien del mal, lo feo de lo bello. La moral; el arte y la religión no se enseñan como la gramática, las matemáticas y la historia. Comprender y sentir son cosas profundamente diferentes. La enseñanza formal no llega jamás sino hasta la inteligencia. No se puede coger la significación de la moral, del arte y de la mística sino en los medios en que estas cosas están presentes y forman parte de la vida cotidiana de cada uno. Para desarrollarse, la inteligencia exige solamente ejercicio, mientras que las otras actividades de la conciencia exigen un medio, un grupo de seres humanos a la existencia de los cuales tienen que incorporarse.
Nuestra civilización no ha logrado crear hasta el presente un medio conveniente para nuestras actividades mentales. El débil valor intelectual y moral de la mayor parte de los hombres modernos, debe atribuirse, en gran parte, a la insuficiencia y a la mala composición de su atmósfera psicológica. La primacía de la materia, el utilitarismo, que constituyen los dogmas de la religión industrial, han conducido a la supresión de la cultura intelectual, de la moral y de la belleza, tales como fueron comprendidas antaño por las naciones cristianas, madres de la ciencia moderna. Al mismo tiempo, los cambios en la moda de la existencia han traído consigo la disolución de los grupos familiares y sociales que poseían su individualidad y sus propias tradiciones. La cultura no se mantiene en parte alguna. La enorme difusión de los periódicos, de la radiofonía y del cine, ha nivelado las clases intelectuales de la sociedad hasta el extremo más vasto. La radiofonía especialmente lleva al dominio de cada cual la vulgaridad que busca la masa. La inteligencia se generaliza más y más, a pesar de la excelencia de los cursos de los colegios y de las universidades. Coexiste a menudo con conocimientos científicos avanzados. Los escolares y los estudiantes amoldan su espíritu a la estupidez de los programas radiofónicos y cinematográficos a los cuales se habitúan. No sólo el medio social no favorece el desarrollo de la inteligencia, sino que se opone a él. A la verdad, se muestra más propicio a la percepción de la belleza. Los más grandes músicos de Europa están hoy día en América. Los museos más soberbios se organizan para mostrar sus tesoros al público. El arte industrial se desarrolla con rapidez y sobre todo la arquitectura ha entrado en un período nuevo. Monumentos de una belleza grandiosa han transformado el aspecto de las ciudades. Cada cual puede, si quiere, cultivar, al menos en cierta medida, sus facultades estéticas.
No ocurre otro tanto con la sensibilidad moral. El medio social la ignora de la manera más completa, como que la ha suprimido. Inspira a todo el mundo la irresponsabilidad. Aquellos que distinguen el bien del mal, aquellos que trabajan, aquellos que son previsores, permanecen pobres y son considerados como seres inferiores. A menudo, son castigados severamente. La mujer que tiene muchos hijos y se ocupa de su educación en lugar de su propia carrera, adquiere reputación de un ser débil de espíritu. Si un hombre ha economizado un poco de dinero para su mujer y la educación de sus hijos, este dinero le es robado por osados financistas. O bien, le es arrebatado por el gobierno para distribuirlo a aquellos a quienes su imprevisión y la de los industriales, banqueros y economistas, han reducido a la miseria. Los sabios y los artistas que dan la prosperidad a todos, la salud y la belleza, viven y mueren pobres. Al mismo tiempo aquellos que han robado gozan en paz del dinero de los otros. Los “gangsters” están protegidos por los políticos y son respetados por la policía. Son los héroes que los niños imitan en sus juegos y admiran en seguida en el cinematógrafo.
La posesión de la riqueza es todo, y lo justifica todo. Un hombre rico, haga lo que haga, repudie a su mujer porque es vieja, abandone a su madre sin socorros, robe al que le ha confiado su dinero, siempre conserva la consideración de sus amigos. Florece la homosexualidad, como que la moral sexual ha sido suprimida. Los psicoanalistas dirigen a los hombres y a las mujeres en sus relaciones conyugales. El bien y el mal, lo justo y lo injusto no existen. Las prisiones guardan solamente a aquellos criminales poco inteligentes o mal equilibrados. Los otros, mucho más numerosos, viven en libertad. Se mezclan de manera íntima al resto de la población que no se ofusca por ello. En un medio social semejante, el desarrollo del sentido moral es imposible. Otro tanto ocurre con el sentido religioso. Los pastores han racionalizarlo la religión, arrancando de ella todo elemento místico. Sin embargo no han logrado atraer a los hombres modernos. En sus iglesias semivacías predican inútilmente una fábula moral. Se encuentran reducidos al papel de gendarmes que ayudan a conservar, en interés de los ricos, el marco de la sociedad actual. O bien, a ejemplo de los políticos, adulan la sentimentalidad y la ininteligencia de las masas.
Es casi imposible al hombre moderno defenderse contra esta atmósfera psicológica. Cada cual sufre fatalmente la influencia de las gentes con las cuales vive. Si se encuentra desde la infancia en compañía de criminales o de ignorantes, se convierte a sí mismo en criminal o en ignorante. No escapa a su medio sino por el aislamiento o por la fuga. Ciertos hombres se refugian en sí mismos y así encuentran la soledad en medio de la muchedumbre. “Tú puedes a la hora que quieres - dijo Marco Aurelio - recogerte en ti mismo. Ningún retiro es más tranquilo, ni perturbado por hombre alguno que el que se encuentra, en la propia alma”. Pero hoy día, nadie es capaz de tal energía moral. Nos es, pues, imposible luchar victoriosamente contra nuestro medio social.