PREFACIO
EL que ha escrito este libro no es un filósofo. No es más que un hombre de ciencia. Pasa la mayor parte de su vida en laboratorios estudiando a los seres vivientes, y el resto del tiempo en el vasto mundo, contemplando a los hombres y procurando comprenderlos. No tiene la pretensión de conocer las cosas que se encuentran fuera del dominio de la observación científica. En este libro se ha esforzado por distinguir claramente lo conocido de lo que pudiera conocerse; por averiguar con la misma claridad, la existencia de lo desconocido y de lo incognoscible. Ha considerado al ser humano como la suma de las observaciones y de las experiencias de todos los tiempos y de todos los países, pero, lo que ha descrito, lo ha visto por sí mismo o bien lo ha obtenido directamente de los hombres con los cuales se ha asociado. Ha tenido la buena fortuna de encontrarse en condiciones que le han permitido estudiar, sin esfuerzo ni méritos de su parte, los fenómenos de la vida en su turbadora complejidad. Ha podido observar casi todas las formas de la actividad humana. Ha conocido a los pequeños y a los grandes, a los sanos y a los enfermos, a los sabios y a los ignorantes, a los débiles de espíritu, a los locos, a los habilidosos, a los criminales. Ha frecuentado campesinos, proletarios, empleados, hombres de negocios, comerciantes, políticos, soldados, profesores, maestros de escuela, sacerdotes, aristócratas, burgueses. El azar lo ha colocado en el camino de los filósofos, de los artistas, de los poetas y de los sabios. Y a veces, también, junto a los genios, los héroes, los santos. Al mismo tiempo ha visto desarrollarse los mecanismos secretos que, en el fondo de los tejidos, en la vertiginosa inmensidad del cerebro, son el substratum de todos los fenómenos orgánicos y mentales.
Lo que le ha permitido asistir a este gigantesco espectáculo es el modo en que se conduce la existencia moderna. Gracias a ello ha podido extender su atención sobre los más variados dominios, cada, uno de los cuales, normalmente, absorbe enteramente la vida de un sabio. El autor ha vivido tanto en el Nuevo como en el Viejo Mundo. Pasa la mayor parte de su tiempo en el “Rockefeller Institute for Medical Research” porque es uno de los hombres de ciencia a quienes Simón Flexner ha reunido en este Instituto. Allí ha tenido ocasión de contemplar los fenómenos de la vida, entre las manos de expertos incomparables, tales como Jacques Loeb, Meltzer y Noguchi y otros grandes sabios. Gracias al genio de Flexner, el estudio del ser vivo ha sido abordado en estos laboratorios en una amplitud no igualada hasta el presente. La materia es estudiada aquí en todos los grados de su organización y de su impulso hacia la realización del ser humano. Se examina la estructura de los más pequeños organismos que entran en la composición de los líquidos y de las células del cuerpo: las moléculas, de cuya arquitectura nos dan noticias claras los rayos X, y en un nivel más elevado de la organización material, la constitución de moléculas enormes de sustancia proteica, y los fermentos que sin cesar las construyen y las desintegran. También se ha observado el equilibrio fisicoquímico que permite a los líquidos orgánicos mantener constantemente su composición y constituir el medio interior necesario en la vida de las células. En una palabra, el aspecto químico de los fenómenos fisiológicos, se considera simultáneamente con las células, con la organización de éstas en sociedades y con las leyes de sus relaciones con el medio interior.
Se estudia el conjunto formado por los órganos y los humores juntamente con sus relaciones con el medio cósmico. Se observa la influencia de las sustancias químicas sobre el cuerpo y sobre la conciencia. Otros sabios se consagran al análisis de los seres minúsculos, bacterias y virus, cuya presencia en nuestro cuerpo determina las enfermedades infecciosas. Se investigan los prodigiosos medios que para resistirlos utilizan los tejidos y los humores. Se estudia el curso de las enfermedades degenerativas, como por ejemplo, el cáncer y las afecciones cardíacas. Se aborda, en fin, el profundo problema de la individualidad y de sus bases químicas. Ha bastado al autor de este libro escuchar a los sabios que se han especializado en estas investigaciones y observar sus experiencias, para aprehender la materia en su esfuerzo organizador, las propiedades de los seres vivientes y la complejidad de nuestro cuerpo y de nuestra conciencia. Ha tenido, por lo demás, la posibilidad de abordar por sí mismo los temas más diversos, desde la fisiología hasta la metapsíquica, porque, por primera vez, los procedimientos modernos que multiplican el tiempo, han sido puestos a disposición de la ciencia. Se diría que la sutil inspiración de Welch y el idealismo de Frederic T. Gates hicieron florecer en el espíritu de Flexner una concepción nueva de la biología y de los métodos de investigación. Al espíritu científico puro, Flexner proporciona la ayuda de métodos de investigación que permiten economizar el tiempo de los trabajadores, facilitar su cooperación voluntaria y mejorar la técnica experimental. Gracias a estas investigaciones, cada cual puede adquirir, si quiere darse algún trabajo, una multitud de conocimientos sobre diversos objetos cuya maestría habría exigido a una época anterior muchas existencias humanas.
El inmenso número de conocimientos que poseemos hoy día sobre el hombre, es un obstáculo para su empleo. Para que resulte utilizable, nuestro conocimiento debe ser sintético y breve. Por lo demás, el autor de este libro no ha tenido la intención de escribir un tratado acerca de nosotros mismos, porque un tratado tal, aun conciso, se compondría de varias docenas de volúmenes. Ha querido hacer tan sólo una síntesis inteligible para todos. Se ha esforzado, pues, en ser breve; en condensar en un pequeño espacio el mayor número posible de nociones fundamentales aunque no elementales. Se ha esforzado, además, por no presentar al público una forma atenuada o pueril de la realidad. Ha cuidado de hacer una obra de vulgarización científica que está igualmente dirigida al sabio y al ignorante. Ciertamente se da cuenta de las dificultades inherentes a la temeridad de su empresa. Ha procurado encerrar al hombre entero dentro de las páginas de un libro pequeño. Naturalmente, no lo ha conseguido. No logrará satisfacer, lo sabe, a los especialistas, que son, cada uno en su especialidad, más sabios que él y que le encontrarán superficial. No satisfará tampoco al público no especializado, que encontrará en este libro demasiados detalles técnicos. Sin embargo, para adquirir una concepción mejor de lo que somos, es necesario esquematizar los conocimientos de las ciencias particulares y describir también a grandes rasgos los mecanismos físicos, químicos y fisiológicos que se ocultan bajo la armonía de nuestros gestos y de nuestros pensamientos. Y es preciso confesarnos que una tentativa no muy feliz, aunque en parte abortada, vale más que la ausencia de toda tentativa.
La necesidad práctica de reducir a un pequeño volumen todo lo que conocemos acerca del ser humano ha tenido un grave inconveniente: da un aspecto dogmático a proposiciones que no son, sin embargo, otra cosa que conclusiones de observaciones y de experiencias. A menudo se ha debido resumir en algunas palabras, o en algunas líneas, trabajos que durante años han absorbido la atención de los fisiólogos, higienistas, médicos, educadores, economistas y sociólogos. Casi cada frase de este libro es la expresión de la labor de un sabio, de sus pacientes investigaciones, a veces de su vida entera dedicada al estudio de un objeto único. A causa de los límites que se ha impuesto, el autor ha resumido de manera demasiado breve un conjunto gigantesco de observaciones. Ha dado así a la descripción de los hechos, la forma de afirmaciones. Es a esta misma causa a la que hay que atribuir ciertas inexactitudes aparentes. La mayor parte de los fenómenos orgánicos y mentales han sido tratados de manera esquemática. Diferentes cosas aparecen así agrupadas en conjuntos al igual que, vistos de lejos, los distintos planos de un macizo de montañas se confunden. No hay, pues, que olvidar que este libro expresa de una manera aproximada la realidad. No debemos buscar en el esquema de un paisaje los detalles contenidos en una fotografía. La brevedad de la exposición de un inmenso objeto da a esta síntesis inevitables defectos.
Antes de comenzar este trabajo, el autor ya se daba cuenta de sus dificultades, de su casi imposibilidad. Lo ha emprendido sencillamente porque alguien tenía que emprenderlo. Porque el hombre es hoy día incapaz de seguir a la civilización por la vía en que ésta se desliza. Porque, en resumidas cuentas, degenera. Fascinado por la belleza de las ciencias de la materia inerte, no ha comprendido que su cuerpo y su conciencia siguen las leyes más oscuras, pero también inexorables del mundo sideral y que no puede infringirlas sin peligro. Es, pues, imperativo que tenga conocimiento de las relaciones necesarias que lo unen al mundo cósmico y a sus semejantes. Hace falta también que conozca algo de sus tejidos y de su espíritu. A la verdad, el hombre prima sobre todo. Con su degeneración, la belleza de nuestra civilización y aún la grandeza del universo se desvanecerían. Por esta razón, ha sido escrito este libro. Ha sido escrito no en la paz de los campos sino en la confusión, el ruido y la fatiga de Nueva York. Su autor ha sido empujado a este esfuerzo por sus amigos, filósofos, sabios, juristas, economistas, hombres de grandes negocios, con los cuales conversa desde hace años sobre los grandes problemas de nuestro tiempo. De Federico R. Coudert, cuya mirada penetrante abraza más allá de los horizontes de América, los de Europa, es de quien ha provenido el impulso generador de este libro. Ciertamente, la mayor parte de las naciones siguen el camino abierto por la América del Norte. Todos los países que han adoptado ciegamente el espíritu y los métodos de la civilización industrial, tanto Rusia como Inglaterra, Francia y Alemania, están expuestos a los mismos peligros de los Estados Unidos. La atención de la humanidad debe dirigirse desde las máquinas y el mundo físico al cuerpo y al espíritu del hombre. Debe interesarse en los procesos fisiológicos y espirituales, sin los cuales las máquinas y el universo de Newton y de Einstein no existirían.
Este libro no tiene otra pretensión que poner al alcance de cada cual un conjunto de investigaciones científicas que se refieren al ser humano de nuestra época. Comenzamos a sentir la debilidad de nuestra civilización. Muchos desean escapar, hoy día, de los dogmas de la esclavitud moderna. Para ellos ha sido escrito este libro. Y también para los audaces que enfrentan la necesidad, no sólo de cambios políticos y sociales, sino de un cambio total de la civilización industrial junto con el advenimiento de otra concepción del progreso humano. Este libro se dirige a todos aquellos cuya tarea cotidiana es la educación de los niños, la formación o dirección del individuo. A los directores de instituciones, a los higienistas, a los prelados, a los profesores, a los abogados, a los magistrados, a los oficiales de ejército, a los ingenieros, a los jefes de industrias, etc. También a los que reflexionan sencillamente sobre el misterio de nuestros cuerpos, sobre nuestra conciencia y sobre el universo. En suma, a todo hombre y a toda mujer. Se presenta a todos en forma de breve exposición de lo que la observación y la experiencia nos revelan respecto de nosotros mismos.
Alexis Carrel (1935)