V
La observación y la experiencia en la ciencia del hombre.- La dificultad de las experiencias comparativas.- La lentitud de los resultados.- Utilización de los animales.- Las experiencias hechas sobre animales de inteligencia superior.- La organización de las experiencias de larga duración.
Los seres humanos se prestan mal a la observación y a la experiencia. No se encuentra fácilmente entre ellos testimonios idénticos a la materia a tratar y a quienes puedan referirse los resultados finales. Supongamos, por ejemplo, que se pretende comparar dos métodos de educación. Se elegirán, para este estudio, grupos de niños tan semejantes como sea posible. Si estos niños, aunque de la misma edad y de la misma talla, pertenecen a medios sociales diferentes, si no se alimentan de la misma manera, si no viven en la misma atmósfera psicológica, los resultados no serán comparables. De igual modo, el estudio de los efectos de dos formas de vida sobre los niños de una misma familia tiene escaso valor, porque no siendo puras las razas humanas, los productos de los mismos padres difieren a menudo los unos de los otros de una manera profunda. Por el contrario, los resultados serán convincentes si los niños, cuyo comportamiento se compara, bajo la influencia de condiciones diferentes, son gemelos que provienen del mismo huevo. Se está, pues, en general, obligado a contentarse con resultados vagos o relativos. Esta es una de las razones por lo cual la ciencia del hombre ha progresado tan lentamente.
En las investigaciones que se refieren a la física o a la química, y también a la fisiología, se procura siempre aislar sistemas relativamente sencillos cuyas condiciones se conocen con exactitud. Pero, cuando se procura estudiar al hombre en su conjunto, y en las relaciones con su medio, esto es imposible. También debe el observador estar provisto de gran sagacidad a fin de no perderse en la complejidad de los fenómenos. Las dificultades resultan casi infranqueables en los estudios retrospectivos. Estas investigaciones exigen un espíritu muy alerta. Por cierto, hace falta recurrir rara vez a la ciencia de la conjetura que es la historia. Pero han habido, en el pasado, ciertos sucesos que revelan la existencia en el hombre de potencias extraordinarias. Sería importante conocer su génesis. ¿Cuáles son, por ejemplo, los factores que determinaron en la época de Pericles la aparición simultánea de tantos genios? Un fenómeno análogo se produjo durante el Renacimiento. ¿A qué causas es preciso atribuir el florecimiento inmenso, no sólo de la inteligencia, de la imaginación científica y de la intuición estética, sino también del vigor físico, de la audacia, y del espíritu de aventura, de los hombres de esa época? ¿Por qué nacieron dotados de tan poderosas actividades fisiológicas y mentales? Se concibe cuán útil resultaría conocer los detalles del modo de vivir, de la alimentación, de la educación, del medio intelectual, moral, estético y religioso de las épocas que precedieron inmediatamente a la aparición de pléyades de grandes hombres.
Otra de las dificultades de las experiencias hechas sobre seres humanos proviene de que el observador y el objeto observado viven al mismo ritmo. Los efectos de una clase de alimentación determinada, de una disciplina intelectual o moral, de un cambio político o social son tardíos. Sólo al cabo de treinta o cuarenta años se puede apreciar el valor de un método educacional. La influencia de un factor dado sobre las actividades fisiológicas y mentales de un grupo humano no se hacen manifiestas sino después del paso de una generación. Los éxitos atribuidos a su propia invención por los autores de sistemas de alimentación nuevos, de cultura física, de higiene, de educación, de moral, de economía social, se publican siempre con excesiva premura. Sólo hoy podrían analizarse con fruto los resultados del sistema Montessori, o de los procedimientos educacionales de John Dewey. Hay que esperar veinticinco años para conocer la significación de los “intelligence-tests”, hechos estos últimos años en las escuelas por los psicólogos. Solamente siguiendo a un gran número de individuos a través de las vicisitudes de su vida y hasta su muerte podría conocerse, y aun de manera groseramente aproximada, el efecto ejercido sobre ellos por ciertos factores.
La marcha de la humanidad nos parece muy lenta puesto que nosotros, los observadores, formamos parte del rebaño. Cada uno de nosotros no puede hacer por sí mismo sino escasas observaciones. Nuestra vida es demasiado corta. Y existen experiencias que deberían ser prolongadas a lo menos durante un siglo. Sería necesario crear instituciones tales que las observaciones y experiencias no fueran interrumpidas por la muerte del sabio que los comenzó. Y tales organizaciones son desconocidas aun en el dominio científico. Sin embargo revisten ya para otro género de disciplinas. En el monasterio de Solesmes, tres generaciones sucesivas de monjes benedictinos, en el curso de más o menos cincuenta y cinco años, se han ocupado en reconstituir el canto gregoriano. Un método análogo podría ser aplicable al estudio de los problemas de la biología humana. Es preciso suplir la duración excesivamente corta de la vida de cada observador, por medio de instituciones, en cierta forma inmortales, que permitan la continuidad, tan prolongada como fuese necesario, de una experiencia. A la verdad, ciertas nociones de necesidad urgente pueden adquirirse con ayuda de animales cuya vida es corta. Para este objeto se han empleado particularmente ratas y cuyes. Colonias compuestas de muchos millares de estos animales han servido para el estudio de los alimentes, de su influencia sobre la rapidez del desarrollo, la talla, las enfermedades, la longevidad. Desgraciadamente, los cuyes y las ratas no presentan sino analogías lejanas con el hombre. Es peligroso, por ejemplo, aplicar a los niños las conclusiones de investigaciones hechas sobre otros animales cuya constitución es demasiado diferente a la suya. Por lo demás, no es posible estudiar de esta manera, las modificaciones fisiológicas que acompañan los cambios anatómicos y funcionales sufridos por el esqueleto, los tejidos y los humores bajo la influencia del alimento, del género de vida, etc. Al contrario, los animales más inteligentes, tales como los monos y los perros, nos permitirían analizar los factores de la formación mental.
Los monos, a despecho de su desarrollo cerebral, no resultan materia buena de experiencia. En efecto, no se conoce el “pedigree” de los individuos de los cuales se sirve. No se les puede educar fácilmente ni en número suficientemente grande. Son difíciles de manejar. Al contrario, es fácil procurarse perros muy inteligentes, cuyos caracteres ancestrales son exactamente conocidos. Estos animales se reproducen con rapidez. Son adultos al cabo de un año. La duración total de su vida no se prolonga, en general, más allá de quince años. Pueden hacerse en ellos observaciones psicológicas muy detalladas, sobre todo en los perros pastores, que son sensibles, inteligentes, alertas y atentos. Gracias a animales de este tipo, de pura raza y en suficiente número, sería posible dilucidar el problema tan complejo de la influencia del medio sobre el individuo. Por ejemplo, debemos buscar la manera de obtener el desarrollo óptimo de individuos que pertenezcan a una raza dada, averiguar cuál es su talla normal, qué aspecto es preciso imprimirles. Tenemos que descubrir cómo el modo de vida y la alimentación moderna operan sobre la resistencia nerviosa de los niños, sobre su inteligencia, su actividad, su audacia. Una vasta experiencia conducida durante veinte años con muchos centenares de perros pastores nos informaría sobre estas materias tan importantes. Esta experiencia nos indicaría, con más rapidez que la observación sobre seres humanos, en qué dirección es preciso modificar la alimentación y el género de vida. Reemplazaría de manera ventajosa las experiencias fragmentarias y de demasiado corta duración con que se contentan hoy día los especialistas de la nutrición. Seguramente no podría substituirse del todo a las observaciones hechas sobre los hombres. Para el desarrollo de un conocimiento definitivo, haría falta establecer sobre grupos humanos experiencias capaces de prolongarse durante muchas generaciones de sabios.