III

De cómo las Ciencias Físicas y Químicas han transformado nuestro medio.

El medio sobre el cual el alma de nuestros antepasados se ha modelado durante milenios, ha sido reemplazado por otro y nosotros hemos acogido sin emoción esta revolución pacífica. Sin embargo, constituye uno de los sucesos más importantes de la historia de la humanidad, porque toda modificación del medio viene a tener una resonancia inevitable y de manera profunda sobre los seres vivientes. Es, pues, indispensable comprender la extensión de las transformaciones que la ciencia ha impuesto a la vida ancestral y por lo tanto a nosotros mismos.

Desde el advenimiento de la industria, gran parte de la población se encuentra confinada en espacios restringidos. Los obreros viven en rebaños, sea en los suburbios de las grandes ciudades, sea en las aldeas construidas por ellos. Trabajan en las fábricas a horas fijas, en un trabajo fácil, monótono y bien pagado. En las ciudades habitan igualmente los trabajadores de las oficinas, los empleados de los almacenes, de los bancos, de la administración pública, los médicos, los abogados, los profesores y la muchedumbre de aquellos que, directa o indirectamente, viven del comercio y de la industria. Tanto las fábricas como las oficinas son vastas, claras y limpias. La temperatura permanece igual, porque los aparatos de calefacción y de refrigeración elevan la temperatura durante el invierno y la bajan durante el verano. Los rascacielos de las grandes ciudades han transformado las calles en zanjas oscuras, pero la luz del sol se ha reemplazado en el interior de los departamentos por una luz artificial rica en rayos ultravioletas. En lugar del aire de la calle impregnado de vapores de bencina, las oficinas y los talleres reciben el aire aspirado al nivel del techo. Los habitantes de la Ciudad nueva se encuentran protegidos contra la intemperie. No viven como antes cerca de su taller, de su almacén o de su oficina. Los unos, los más ricos, habitan gigantescos edificios de las grandes avenidas. Los reyes de ese extraño mundo poseen en la cumbre de torres vertiginosas, casas deliciosas rodeadas de árboles, césped y flores. Se encuentran al abrigo del ruido, del polvo y de la agitación como en la cima de una montaña. Se mantienen más completamente aislados del común de los seres humanos, que lo estuvieron antes los señores feudales detrás de las murallas y los fosos de sus fuertes castillos. Los otros, aun los más modestos, se alojan en departamentos cuyo confort sobrepasa al que rodeaba a Luis XIV o a Federico el Grande. Muchos tienen su domicilio lejos de la ciudad. Cada atardecer los trenes rápidos transportan una muchedumbre innumerable hacia los extramuros cuyas anchas avenidas abiertas entre alfombras de verde césped y árboles se encuentran guarnecidas de casas bellas y confortables. Los obreros y los más humildes empleados poseen casas mejor acondicionadas que las que ayer no más poseían los ricos. Los aparatos de calefacción de marcha automática que rigen la temperatura de las casas, los refrigeradores, los proveedores eléctricos, las máquinas domésticas empleadas en la preparación de los alimentos y el aseo de las habitaciones, las salas de baño y los garajes para automóviles, dan a la habitación de todos no solamente en las ciudades sino también en el campo un carácter que no pertenecía antes sino a muy raros privilegiados de la fortuna.

Lo mismo que la habitación, el modo de vivir se ha transformado. Esta transformación se debe sobre todo a la rapidez y a la aceleración de las comunicaciones. Es evidente que el uso de los trenes y de los barcos modernos, de los aviones, de los automóviles, del telégrafo y del teléfono ha modificado las comunicaciones de los hombres y de los países los unos con los otros. Cada cual hace muchas más cosas que antes y toma parte en mayor número de acontecimientos. Entra también en contacto con un número mucho más considerable de individuos. Los momentos vacíos de su existencia son excepcionales. Los grupos estrechos de la familia, de la parroquia, se han disuelto. La vida del pequeño grupo ha sido sustituida por la de la muchedumbre. Se considera la soledad como un castigo o como un lujo raro. El cine, los espectáculos deportivos, los clubes, los meetings [ [2] ] de toda especie, las aglomeraciones de las grandes fábricas, los grandes almacenes y los grandes hoteles, han dado a los individuos el hábito de vivir en común. Gracias al teléfono, a la radio y a los discos de los gramófonos, la banalidad vulgar de la multitud con sus placeres y su psicología, penetra sin cesar en los domicilios de los particulares, aun en los sitios más aislados y lejanos. A cada instante, cada cual está en comunicación directa con otros seres humanos y se mantiene al corriente de los sucesos, minúsculos o importantes, que ocurren en su aldea, o en su ciudad, o en los extremos del mundo. Las campanas de Westminster se hacen oír en las casas más ignoradas del fondo de la campiña francesa. El hacendado de Vermont oye, si le place, a los oradores que hablan en Berlín, en Londres o en París.

Las máquinas han disminuido en todas partes el esfuerzo y la fatiga en las ciudades como en el campo, en las casas particulares como en la fábrica, en el taller, en los caminos, en los campos o en las haciendas. Las escaleras han sido reemplazadas por ascensores. Ya no existe la necesidad de caminar. Se circula en automóvil, en ómnibus y en tranvía aun cuando la distancia sea pequeña. Los ejercicios naturales, tales como la carrera y la marcha en camino accidentado, la ascensión de las montañas, el trabajo de la tierra con herramientas, la lucha contra la selva con el hacha, la exposición a la lluvia, al sol y al viento, al frío y al calor, se han convertido en ejercicios bien reglamentados donde el riesgo es menor, y en máquinas que suprimen todo esfuerzo. Hay en todas partes canchas de tenis, campos de golf, salones de patinar con hielo artificial, piscinas tibias, arenas donde los atletas se entrenan y luchan al abrigo de la intemperie. Todos pueden así desarrollar sus músculos evitando la fatiga y la continuidad del esfuerzo que antes exigían los ejercicios apropiados a una forma más primitiva de vida.

La alimentación de nuestros antepasados que estaba compuesta sobre todo de harinas groseras, carne y bebidas alcohólicas, ha sido sustituida por una alimentación mucho más delicada y variada. Las carnes de buey y de cordero no son ya la base de la alimentación. La leche, la crema, la mantequilla, los cereales blancos a causa de la eliminación de su envoltura natural, los frutos de las regiones tropicales lo mismo que los de las temperadas, las legumbres frescas o en conserva, las ensaladas, el azúcar en gran abundancia bajo la forma de tortas, bombones y puddings, son los elementos principales de la alimentación moderna. Sólo el alcohol ha conservado el lugar que tenía antes. La alimentación de los niños ha sido modificada más profundamente aún. Su abundancia se ha hecho muy grande. Igual ocurre con la de los adultos. La regularidad de las horas de trabajo en las oficinas y en las fábricas, ha traído consigo la regularidad en las comidas. Gracias a la riqueza, que hasta estos últimos años era general, y gracias a la disminución del espíritu religioso y a los ayunos rituales, jamás los seres humanos han sido alimentados de manera tan continua y bien reglamentada.

Es esta riqueza la que ha permitido igualmente la enorme difusión de la educación. En todas partes se han construido escuelas y universidades invadidas por muchedumbres inmensas de estudiantes. La juventud ha comprendido el papel de la ciencia en el mundo moderno. “Knowledge is power”, ha escrito Bacon. [[3]] Todas estas instituciones se han consagrado al desarrollo intelectual de los niños y de los jóvenes. Al mismo tiempo, se ocupan con la mayor atención de su estado físico. Se diría que los establecimientos educacionales se interesan sobre todo en la inteligencia y en los músculos. La ciencia ha demostrado su utilidad de una manera tan evidente que se le ha dado el primer sitio en los estudios. Multitud de jóvenes se someten a sus disciplinas. Pero los institutos científicos, las universidades y las organizaciones industriales han construido tantos laboratorios, que cada cual puede encontrar un empleo según sus conocimientos particulares.

La forma de vida de los hombres modernos ha recibido la marca de la higiene, de la medicina y de los principios resultantes de los descubrimientos de Pasteur. La promulgación de sus doctrinas, ha sido para la humanidad de una alta importancia. Gracias a ellas, las enfermedades infecciosas que barrían periódicamente los países civilizados, han sido suprimidas. Se ha demostrado la necesidad de la limpieza. De ello ha resultado una enorme disminución en la mortalidad de los niños. La duración media de la vida ha aumentado de sorprendente manera. Alcanza hoy día los cincuenta y nueve años en los Estados Unidos y los sesenta y cinco en Nueva Zelanda. Las gentes no logran vivir mayor número de años, pero hay muchas más gentes que llegan a viejos. La higiene ha acrecentado, pues, en gran manera la cantidad de seres humanos. Al mismo tiempo la medicina, por una mejor concepción de la naturaleza de las enfermedades, y por una aplicación juiciosa de las técnicas quirúrgicas, ha extendido su bienhechora influencia sobre los débiles, los incompletos, los expuestos a las enfermedades microbianas, sobre aquellos, en fin, que antes no eran capaces de soportar las condiciones de una existencia más ruda. Es una ganancia enorme en capital humano lo que la civilización ha realizado por su intermedio. Y cada individuo le debe asimismo una seguridad mucho más grande ante la enfermedad y el dolor.

El medio intelectual y moral en el cual nos hallamos sumergidos, ha sido también modelado por la ciencia. El mundo donde vive el espíritu de los hombres de hoy día, no es de ninguna manera el de sus antepasados. Ante los triunfos de la inteligencia que nos aportan la riqueza y el confort, los valores morales, naturalmente, han disminuido. La razón ha barrido con las creencias religiosas. Sólo importan el conocimiento de las leyes naturales y la potencia que este conocimiento nos da sobre el mundo material y los seres vivientes. Los bancos, las universidades, los laboratorios, las escuelas de medicina, se han tornado tan bellas como las antiguas catedrales, los templos góticos y los palacios de los Papas. Hasta la reciente catástrofe [[4]], el presidente del banco o el del ferrocarril, era el ideal de la juventud. Sin embargo, el presidente de una gran universidad está colocado todavía muy alto en el espíritu de la sociedad porque dispensa la ciencia, y la ciencia es la generadora de la riqueza, del bienestar y de la salud. Pero la atmósfera en la cual bañan su cerebro las masas, cambia ligero. Banqueros y profesores han descendido en la estimación del público. Los hombres de hoy día son suficientemente instruidos para leer diariamente los periódicos y escuchar los discursos radiodifundidos por los políticos, los comerciantes, los charlatanes y los apóstoles. Se encuentran impregnados de propaganda comercial, política o social, cuyos técnicos se perfeccionan más y más. Al mismo tiempo leen los artículos y los libros de divulgación científica y filosófica. Nuestro universo, gracias a los magníficos descubrimientos de la física y de la astrofísica, se ha tornado de una grandeza sorprendente. Cada cual puede, si le place, escuchar las teorías de Einstein o leer los libros de Eddington y de Jeans, los artículos de Shapley y de Millikan. Se interesa tanto en los rayos cósmicos, como en los artistas de cine y en los jugadores de baseball. Se sabe que el espacio es redondo, que el mundo se compone de fuerzas ciegas e inconocibles, que nosotros somos partículas infinitamente pequeñas en la superficie de un grano de polvo perdido en la inmensidad del cosmos. Y que aquél, está completamente privado de vida y de pensamiento. Nuestro universo ha llegado a ser exclusivamente mecánico. Y no puede ser de otra manera puesto que su existencia es debida a la técnica de la física y de la astronomía. Como todo lo que rodea hoy día a los seres humanos, constituye la expresión del maravilloso desarrollo de las ciencias de la materia inanimada.

La incognita del hombre
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